José Antonio Delgado
Ldo. en Ciencias ambientales, escritor y especialista en psicología analítica
Nota: este ensayo se publicó por primera vez en el libro “El retorno al Paraíso Perdido. La renovación de una cultura” en el año 2004 por la editorial Sotabur. A finales de agosto de 2015, revisado el texto, con mejoras y ampliaciones, pasa a formar parte del primer capítulo del libro “Cómo integrar tu sombra”, editado a través de Amazon.
Y esto aún, aunque las palabras pesen duramente sobre vuestros corazones:
El asesinado no es irresponsable de su propia muerte.
Y el robado no es libre de culpa por ser robado.
El justo no es inocente de los hechos del malvado.
Y el de las manos blancas no está limpio de lo que el Felón hace.
Sí; el reo es, muchas veces, la víctima del injuriado. Y, aún más a menudo, el condenado es el que lleva la carga del sin culpa.
No podéis separar el justo del injusto, ni el bueno del malvado.
Porque ellos se hallan juntos ante la faz del sol, así como el hilo blanco y el negro están tejidos juntos.
Y, cuando el hilo negro se rompe, el tejedor debe examinar toda la tela y examinar también el telar.
El Crimen y el Castigo. El Profeta. Khalil Gibrán.
Peligrosas y malas son sólo aquellas tristezas que uno arrastra entre la gente para mitigarlas; como enfermedades tratadas de manera superficial y necia, se retiran un instante para volver a presentarse e irrumpir de forma mucho más temible; y se acumulan en el interior, y son vida, vida no vivida, vida rechazada y perdida, por la que se puede morir.
Carta Nº 8. Cartas a un joven poeta. Rainer María Rilke.
Mas apenas acababa de irse el mendigo voluntario y volvía Zaratustra a estar solo consigo mismo cuando oyó a su espalda una nueva voz: ésta gritaba «¡Alto! ¡Zaratustra! ¡Espera! ¡Soy yo, oh Zaratustra, yo, tu sombra!»
(…) «¿Quién eres?, preguntó Zaratustra con vehemencia, ¿Qué haces aquí? ¿Y por qué te llamas a ti mismo mi sombra? No me gustas»
(…) Contigo he andado errante por los mundos más lejanos y fríos, semejante a un fantasma que corre voluntariamente sobre tejados invernales y sobre nieve.
Contigo he aspirado a todo lo prohibido, a lo peor, a lo más remoto: y si hay en mí algo que sea virtud, eso es el no haber tenido miedo de ninguna prohibición.
Contigo he quebrantado aquello que en otro tiempo mi corazón veneró, he derribado todas las piedras señaladoras de confines y todas las imágenes, he perseguido los deseos más peligrosos, -en verdad, por encima de todos los crímenes he pasado alguna vez.
Contigo perdí la fe en palabras y valores y en grandes nombres. Cuando el diablo cambia de piel, ¿no se despoja también de su nombre? El nombre es, en efecto, también piel. El diablo mismo es tal vez -piel.
(…) ¡Ay, dónde se me han ido todo el bien y toda la vergüenza y toda la fe en los buenos! ¡Ay, dónde se ha ido aquella mentida inocencia que en otro tiempo yo poseía, la inocencia de los buenos y de sus nobles mentiras!
La sombra. Así Habló Zaratustra. Friedrich Nietzsche.
El problema ante el que nos confronta la sombra es un verdadero conflicto. Nos enfrenta a un adversario que, las más de las veces, se nos aparece como entidad externa. Quizás adopte la forma de un padre oponente, un hermano desquiciado, un agente tributario, un cliente, un contrincante, un compañero de trabajo, o, tal vez, se nos presente como una situación inesperada, cual un rapto inconcebible o un hecho sorprendente. Sea como fuere, ese otro que nos confronta a las mayores de las penalidades es nuestro hermano gemelo. Toda tentativa de controlar y expulsar nuestra sombra está abocada al fracaso, pues hará que ésta se muestre de mil y una formas distintas, cada vez más renovada y con un exultante y revitalizado vigor. Los intentos de mantener a la sombra, a nuestro hermano oscuro, en las tinieblas del psiquismo terminan por escindir nuestra personalidad en dos. Una escena que ejemplifica este conflicto podemos presenciarla en la película “Gladiator”, cuando el Gladiador Máximus, quien había pasado por las mayores calamidades a causa de su sombra o adversario, se enfrenta a ella, al emperador de Roma, al final de la película. El héroe es herido en un costado, justo antes del combate, lo que es propio del adversario, y, finalmente, ingresa en los Campos Elíseos, tras su muerte en la arena. Es decir, en esa lucha tiene lugar una muerte para con el mundo de la manifestación, y un renacimiento en los Campos Elíseos, lo que es símbolo de una muerte del ego y la entrada en lo inconsciente, en el reino de la Gran Madre.
El principal error que se comete, cuando uno entra en contacto con su sombra, es el pretender su inexistencia, y tratar de escapar a la tensión que genera su admisión. Sostener la tensión de opuestos y mantenerse firme en ella, cual Sansón bajo los pilares del templo, es un acto difícil de soportar. Dado que la solución a esta oposición no puede alcanzarse por una vía racional, sino, más bien, a través de una entidad superior, que engloba a ambos opuestos y realiza una síntesis irracional, no es de extrañar que, en los momentos de máxima tensión, lo inconsciente genere una imagen circular, que en oriente se denomina mandala. Tanto en sueños, cuanto en expresiones artísticas o en manifestaciones de toda índole, aparece esta figura. O la unión de opuestos en la forma de una hierogamia divina.
La sombra es la inevitable oposición que conlleva, implícita, toda génesis de un centro de luz al que denominamos ego. El desarrollo de una conciencia del yo o autoconsciencia, desde la originaria identificación objeto-sujeto, que tiene lugar durante los primeros años de existencia del infante, hasta la conciencia de un ego separado, autónomo e independiente del resto de objetos, sucede a través de las delimitaciones, así como de las limitaciones impuestas por el entorno.
Inicialmente, como hemos mencionado, existe una ausencia completa de distinción entre el bebé y su madre. Es decir, el bebé no es capaz de diferenciar entre el cuerpo de la madre y el suyo propio, como no distingue entre sus propias necesidades y las de su madre. Desde luego aventurarse en estos parajes primigenios es una empresa dejada en manos de la imaginación y la especulación. Y poco más, con certeza empírica, se puede decir de este prenacimiento del yo, que de su pervivencia después de la muerte: realmente casi nada. Sólo con cierta probabilidad podemos conjeturar que, en este albor filogenético, la conciencia se encuentra inmersa en el magma primigenio, en una especie de Época del Sueño, donde el feto y, al poco, el recién nacido, quizás buceen en las aguas madre de su psiquismo arquetípico, ajenos al mundo objetal-objetivo, en el sentido en el cual lo reconocen en futuras etapas evolutivas. Estaría como en una cápsula psíquica que, para lo que después resulta la aprehensión del mundo externo, sería algo muy parecido a un autismo. Posiblemente, el mundo externo, en esta etapa primitiva, es una representación de preformas arquetípicas. Un mundo vivido como vive después el adulto los sueños, siendo el nacimiento el primer despertar, aún durante un tiempo más sostenido en duermevela, desde ese océano primordial a la superficie de la conciencia, que empieza a apoyarse en la orilla seca.
El ámbito jungiano, bastante influenciado por Freud en este punto, así como psicólogos transpersonales de la talla de Ken Wilber, describen un estado “pleromático” del bebé, desde el que, poco a poco, a través de un estadio que Wilber denomina “prepersonal”, se produce una frontera entre un yo propio y una especie de yo ajeno. Es necesario distinguir la enorme diferencia base que supone esta etapa primitiva pleromático-autista de la indeterminación de fronteras yoicas, lo que tiene lugar después a través de los naturales y universales mecanismos de proyección – introyección. Pues, sería absurdo hablar de fusión y confusión con ningún objeto externo, léase por antonomasia la madre, en tanto en cuanto las cualidades de ese objeto no pueden ser introyectadas, sencillamente porque aún no son más que tenuemente percibidas.
Es sólo después de atravesar este estadio original, que el niño comienza a dividir la realidad originaria, podemos decir, en tres partes de creciente diferenciación: el mundo externo, el mundo interno, y el yo. En los niños más extravertidos, el mundo interior se irá escondiendo poco a poco detrás de las conspicuas figuras objetales de su entorno, que aprenderán a reconocer con más interés «objetivo» que sus contrapartes los introvertidos. Para éstos últimos, los contenidos de la Edad del Sueño les serán cada vez más diferenciados del entorno concreto, sin dejar de serles fundamentalmente atractivos.
De esta manera, la línea de desarrollo evolutivo hacia el complejo del yo y la conciencia, atraviesa su primera etapa de indistinción entre sujeto y objeto, por imposición de lo subjetivo sobre lo objetivo; hacia un, cada vez más diferenciado, reconocimiento del entorno y de sí mismo, a partir de lo cual se establecerá, seguidamente, la tensión entre la autoidentidad y el autoconocimiento, y la alienación en las relaciones objetales, por un lado, y la posesión por el mundo arquetípico, por otro. A los primeros momentos de estos estadios pre-diferenciados los llamó Neuman «ambiente urobórico».
Un estadio esencial en esta etapa del proceso es aquel en el que se produce la dialéctica entre el recién adquirido yo consciente y las relaciones con las figurasparentales, lo que resulta ser una fase necesaria, si bien transitoria. La escuela freudiana pone el acento en una de las claves de este proceso, la interiorización de estas figuras, posterior a su reconocimiento, pero, lo cierto es que la imago paterna (al igual que la materna) ya está pre-figurada, como posibilidad de representación, en lo inconsciente. Y es así, cómo, no todos los niños perciben al padre y a la madre de la misma manera. Lo que es traumático para unos, puede ser hasta gratificante para otros. De modo que, la figura del padre exterior, acaba por configurar la imagen interna.
En un determinado período del proceso de evolución de la conciencia, nos convertimos en personas que exhiben determinados comportamientos y no exteriorizan otros. La costumbre y la repetición de los modelos de comportamiento ajustados a las expectativas parentales y sociales producen un ordenamiento mental eficiente. Mucho más eficiente que si tenemos que debatirnos en las posibilidades de decisión ante un problema o inconveniente.
Cuando afirmamos lo que somos, implícitamente estamos diciendo lo que no somos. El crecimiento y la evolución de la conciencia implican un choque entre nuestras necesidades y el medio ambiente. Las limitaciones y las prohibiciones impuestas por el entorno físico, familiar y social van creando y estructurando un núcleo de conciencia al que denominamos ego o yo.
De pequeños aprendemos que ciertas conductas son reprobadas por nuestros padres, mientras que otras son elogiadas. Según enseña la experiencia, los niños necesitan del elogio y la amonestación por parte de sus padres para recordar (y aprender) qué comportamientos son correctos, socialmente adecuados y adaptados y cuales no lo son. Después de un tiempo, el niño deja de necesitar ya el recordatorio de sus padres y termina por introyectarlos o escucharlos en su interior. Se ha formado el superego freudiano. No es nada insólito observar cómo los niños, al realizar alguna travesura, se dicen a sí mismos, en voz alta: “niño/a malo/a”. No obstante, no debemos olvidar la existencia de una prefiguración inconsciente del padre en el niño. Por lo tanto, la interiorización, en realidad, ya posee un molde arquetípico originario.
Lo que de niños nos sucede, es decir, aquella posibilidad que se nos aparecía entre comportarnos bien (de acuerdo a las expectativas del ambiente) o mal (en contra de lo que se espera de nosotros) desaparece. Se va forjando, con el desarrollo del ego, una máscara a través de la cual nos relacionamos con el mundo y logramos una adaptación al ambiente social.
Pero aquí se genera un problema mayor y más grave. Si la persona en la que nos hemos convertido se desvía demasiado de su ser esencial o nuclear, de su Sí-mismo, aparece entonces una figura compensatoria en lo inconsciente, a la que Jung denominó “Sombra”. Toda vida no vivida, nuestras pautas de conducta reprimidas, negadas, juzgadas impropias y sojuzgadas se congregan en torno a un núcleo arquetípico. Todo lo que consideremos como que no nos pertenece se acumula alrededor de ese centro.
Esta figura aparece en sueños durante los procesos de análisis, normalmente como ente del mismo sexo que el soñador. Sin embargo, las tempranas figuras de la sombra están poco definidas y con frecuencia adoptan formas no humanas. Pues cuanto más alejado de la conciencia esté el complejo y los contenidos que giran entorno suyo, tanto más inusual, grotesco, poderoso, endemoniado, posesivo y numinoso es su símbolo.
Películas del estilo de Alien constituyen un claro ejemplo del estado de la sombra en la sociedad occidental moderna. Máxime el índice elevado de audiencia del que disponen.
A medida que el proceso analítico progresa y, por ende, que el individuo toma contacto con su otro yo, su alter ego, su hermano gemelo, las formas simbólicas de la sombra se van antropomorfizando y pasan de ser animales o figuras subhumanas o teriomorfas (como vampiros, hombres-lobo, alienígenas, toros, etc.) a personajes de piel oscura, considerados por la cultura del soñante como primitivos o moralmente inferiores (negros, indios, árabes, etc.).
Para ilustrar esto reproduciré varios sueños procedentes de la práctica terapéutica. Una paciente soñó con unos alienígenas que se introducían en su cuerpo y la poseían, pese a sus esfuerzos por expulsarlos. Se despertó con una sensación de terror. Al profundizar en el análisis se pudo observar que esta mujer había reprimido ciertos comportamientos reprobables, proyectándolos en las personas de su entorno. El autoengaño era tal y su actitud frente a sus propios complejos inconscientes la alejaba tanto de sí misma, que el sueño reprodujo, en la escena de los alienígenas, la parte de sombra que se negaba a ver. Como tantos otros, nuestra persistencia en mantener nuestras oscuridades fuera del foco de luz de la conciencia acaba por provocar situaciones que generan conflictos y, de ese modo, se emponzoñan las relaciones interpersonales. Ese esfuerzo por evadirse, tapar u ocultar los verdaderos motivos de un determinado comportamiento se produce por la angustia y el miedo que genera enfrentarse a ellos. Pero al mantenerlos en la sombra, estos cobran fuerza, son investidos por un poder inconsciente que los hace apoderarse (posesión) de la conciencia.
Una mujer de mediana edad soñó que una foca blanca, con la que ella se identificaba, ascendía a la superficie del océano y era dañada por un espectro negro. La foca es un animal huidizo, aceitoso, encerado, inaprensible, ágil en el mar o en el océano y torpe en la tierra. Simboliza la virginidad lo que, junto al color blanco, enfatiza este aspecto y, al tiempo, el bien o la bondad. En este sentido, se relaciona con su actitud, identificada con el Bien, evitando el mal a toda costa. Esta mujer se obligaba a realizar el bien, a ser nutricia, amante y a darse a los demás, pero lo hacía por temor al desamor, propio de un complejo de inferioridad. Su actitud era la que ha caracterizado al cristianismo, en tanto que se identificaba con el Bien y evitaba el Mal. Para ella, el Mal era la Privatio Boni, es decir, la privación o ausencia de todo bien. Por eso siempre tenía que hacer el bien, y evitar el mal a toda costa. Pero, lo cierto, es que la figura de la sombra se ocultaba tras esa compulsión, y estaba dañando a su personalidad total. El hecho de que la figura de la sombra aparezca como un espectro es indicativo de lo lejano que ésta estaba de su conciencia. El animal acuático, ágil en el agua y torpe en la tierra, era una representación de ella misma. Su intuición introvertida, que la ligaba a las imágenes primigenias, presidía el trono de la conciencia, seguida muy de cerca por un sentimiento extravertido. Pero la función de la sensación extrovertida y su pensamiento introvertido la hacían moverse torpemente por el ámbito terrestre. Su actitud de virgen inmaculada era contrarrestada por una sombra espectral, el elemento opuesto, precisamente el mal simbolizado por la figura de una ninfa. De hecho, el término ninfomanía es una palabra compuesta por dos elementos: ninfa y manía. Parece que el furor orgiástico femenino al que hace alusión esta palabra podría tener su origen en la superstición acerca de las ninfas. En este sentido Eliade nos explica cómo apareció “la superstición de que un delirio vaticinador se apodera de quien ve salir una forma del agua. (…) La “fascinación” de las ninfas trae pareja la locura, la abolición de la personalidad”.
Asimismo, la foca es un animal capaz de metamorfosearse, pues, como nos dice Chevalier, las ninfas perseguidas por los dioses se transforman en focas, según las leyendas griegas. Y su capacidad de transformación era dañada por su propia sombra, que resultaba ser su incapacidad para moverse por el mundo terrestre y la continua inmersión en las aguas de lo colectivo. De la negativa influencia que su actitud maternal y excesivamente bondadosa reportaba a las personas más cercanas, era ella completamente inconsciente.
El simbolismo de las ninfas, aquellas divinidades de las aguas claras y de los límpidos manantiales, expresan el terror que acecha tras su candidez. Las ninfas crían y engendran a los héroes, preparándolos para sus futuras hazañas en el periplo de su vida. En este sentido Mircea Eliade nos dice de las ninfas que son “madres de los héroes locales”. Estas divinidades griegas eran bien conocidas por los hombres, quienes las veneraban y ofrecían tributos. Según nos relata Eliade:
“Las más famosas son las hermanas de Tetis, las Nereidas, o como las llama todavía Hesíodo, las Oceánidas, ninfas neptúnicas por excelencia. (…) Las ninfas, una vez personificadas, intervienen en la vida del hombre. Son divinidades del nacimiento (agua=fertilidad) y kourotrophoi, educan a los niños, les enseñan a hacerse héroes. Casi todos los héroes griegos han sido educados por ninfas o centauros, es decir, por seres sobrehumanos que participan de las fuerzas de la naturaleza y las controlan. Las iniciaciones heroicas no son nunca “familiares”; en general, ni siquiera son “cívicas”, no se hacen en la ciudad, sino en el bosque, entre la maleza.”
Pero viven en cavernas, lugares oscuros y húmedos, lo que les confiere un aspecto ctónico y temible. Eliade dice a este respecto que “la gruta de las ninfas” es la forma más profana, es decir, la más alejada del sentido religioso originario, del conjunto “agua-gruta cósmica, beatitud, fertilidad y sabiduría”. Están, pues, relacionadas con el nacimiento y, recíprocamente, con la muerte. Son las propiciadoras de la muerte-renacimiento. Pues la inmersión en sus cavernas y límpidas aguas representa la muerte del héroe para con el mundo de la manifestación. La atracción que ellas suponen para el héroe, no deja lugar a dudas del peligro que acecha tras una fachada de bondad y belleza excedidas. He ahí el peligro que una actitud bondadosa, atrayente y succionadora, supone para los demás, en especial para las personas más allegadas. De hecho, la reputación que las ninfas tienen de ladronas de niños, representa, en un lenguaje psicológico, los peligros que entraña una actitud “ninfoléptica” para la educación. Pues no permite que el niño que cada cual alberga en su interior, es decir, su personalidad total, se despliegue, se manifieste. Y es que este despliegue implica una necesaria lejanía, una ruptura de esa atracción fatal que se apodera del joven héroe en su proceso de emancipación. Sin embargo, si bien el héroe se aleja de la madre real, de carne y hueso, en su viaje acaba adentrándose en los dominios de la Gran Madre, precisamente en la caverna de las ninfas, de la cual habrá de salir renovado.
Las siguientes escenas oníricas pertenecen a un joven analizando, con dotes poéticas, y se relacionan con el inicio del período de análisis terapéutico, en el que comenzaba a concienciar los contenidos de su sombra. Rezan así:
“Viaje al mundo del olvido
vehículo desconocido
butaca desplazada
a la lóbrega morada
Espectral panorámica
Enigmática visión onírica
De una joven conocida
a quien amar
De un primitivo de tez oscura
al que criticar.
Impúdica escena presenciar:
Sobre las fuscas columnas descansar
Las prietas y móviles posaderas columpiar
De la joven concubina al fornicar.
¡Qué vergüenza!
¡Qué inmundicia!
¡Qué obscenidad!
¡Qué carnalidad!
Apresurado diríjome a la puerta
Del vestusto mundo de floresta.
Sorprendióme del primitivo la reacción
En mi intento de evasión;
Retóme a duelo por mi desprecio
Con beligerante aprecio.
Y lucha sin cuartel surgida
En la angosta oquedad constreñida.
Próximo a la salida estaba
Y la lucha se consumaba.
Resurgir victorioso el mío
Del conflicto belicoso
Conflicto que amenazaba con inmolar
Mi tentativa de soslayar
Aquella escena
de impudicia sin par.”
Este joven vio como todo un conjunto de barbaridades se iban agolpando y emergiendo al ámbito de su conciencia. Su carencia de perspectiva y el desconocimiento de su propia naturaleza, le impedían ver cómo fue que llegó a una situación, en la que todo cuanto hacía resultaba ser incorrecto y erróneo para su propia esencia.
El sueño comienza mostrando cómo se ha visto el soñador transportado al mundo de lo inconsciente. Desconocía cómo llegó hasta allí, pues fueron las circunstancias las que le compelieron a tomar conciencia. Fue su situación insostenible la que le llevó a darse cuenta de que su actitud, ajustada a las expectativas de su familia y de la sociedad le conducían a un destino trágico. De hecho, el vehículo era un autobús, tal como resaltó en el período de asociación. Y el autobús es un vehículo colectivo, de modo que su vida era conducida por las demandas del colectivo.
En el interior del vehículo el soñador encuentra a una mujer haciendo el acto sexual con un negro, con un primitivo. La mujer disfrutaba del acto sexual. Esto simboliza que su anima y su sombra estaban realizando un acto de connivencia Su feminidad estaba más en consonancia con su sombra que con su actitud consciente, estrecha, limitada y colectiva. Este joven no sólo había reprimido cualidades negativas, a favor de la tan codiciada adaptación al ambiente, sino que, la mayor parte de sus cualidades y aptitudes positivas, no actualizadas, residían en la sombra. De ahí que su anima estuviera realizando un acto sexual placentero con su sombra.
Sin embargo, la sombra se manifiesta ya en forma humana, lo que significa que el proceso analítico estaba en una fase avanzada. Pero, tal y como se muestra en el sueño, el joven pretendía evitar tomar conciencia de ello. Y, de hecho, su actitud era más bien de rechazo hacia sus posibilidades de expresión, aún inconscientes y en un estado inmundo. De modo que, su sombra, se enfrenta a él. Ahí fue que irrumpieron contenidos relacionados con su lado oscuro, con su sombra. Ella le reta, obligándole a que cambie de actitud para con ella. Pues el primitivo negro que lleva dentro no está de acuerdo y se enfurece por su actitud despreciativa. Lo lleva a una oquedad, entre la puerta trasera del vehículo y las escaleras, y le pone “entre la espada y la pared”. De ese modo, el sueño simboliza que su actitud era, a todas luces, equivocada, lo que le compele a tomar conciencia de todos aquellos contenidos que había reprimido, a favor de su adaptación al ambiente.
Gran parte de sus potenciales habían sido ahogados por el ambiente familiar y, la sociedad, después, lo obligó a llevar una vida extravertida, opuesta a su natural tendencia introvertida y meditativa. Finalmente, pese a la resistencia de su yo consciente, tuvo que aceptar que se había convertido en su propio enemigo, y que esa actitud era rechazada por su ser interior. Este demandaba una toma de conciencia y una asimilación de la sombra.
Este conflicto interior fue exteriorizado en conflictos con compañeros y amigos, así como con los vecinos de la comunidad en la que residía. Fue, de hecho, la situación de violencia insostenible para con todos, la que le obligó a modificar su actitud. Pues al no resolver el conflicto que él tenía consigo mismo, éste se exteriorizó por doquier, emponzoñando todos los ámbitos de su vida.
Resumiendo, si tenemos, pues, presente que la figura del negro representa la sombra del soñador y, por ende, todo el intrincado entramado de contenidos biográficos que permanecen y/o han permanecido fuera del ámbito de la conciencia. Considerando, al tiempo, que la figura de la mujer es símbolo del anima, aquella imagen que simboliza lo inconsciente colectivo y sus constituyentes, los arquetipos, y, a su vez, una vez concienciada, se convierte en función relacional para con los contenidos de lo inconsciente colectivo y el centro nuclear de la personalidad o Si-mismo, la significación del sueño se hace más transparente.
La sombra tiene una relación íntima con lo inconsciente colectivo, en tanto que bajo los dominios de los contenidos personales de lo inconsciente personal (el subconsciente freudiano) encontramos los residuos vitales y dinámicos de lo inconsciente colectivo (los arquetipos). Dado que, la actitud del soñador y su definición de lo que es correcto, de lo que él cree ser, frente a lo que cree no ser, resulta restringida, limitada y estrecha, más bien ajustada a las demandas familiares, primero, y sociales, después, alrededor del arquetipo de la sombra (de la imagen del sueño) se hallan multitud de posibilidades de expresión que han sido reprimidas, encontrándose en un estado deplorable.
Pero no sólo eso. Su neurosis hundía sus raíces en una actitud extrovertida, obligada por el ambiente familiar y las circunstancias concomitantes a aquel, que había violado su verdadera naturaleza introvertida, más afín al mundo de la imaginación y de la fantasía que al estéril y enfermo mundo social al que no le había quedado otro remedio que adaptarse. Muy a pesar suyo.
De ese modo, su feminidad inconsciente reclamaba la posesión por su sombra, es decir, precisaba una relación con los contenidos inconscientes, que giraban en torno al arquetipo de la sombra, en tanto que constituían los gérmenes de futuras manifestaciones o expresiones potenciales. Y su naturaleza íntima reclamaba la toma de conciencia de esas posibilidades, para llevarlas al terreno de la manifestación, de la actualización, de la ulterior concreción.
Por tanto, en este sueño encontramos los siguientes motivos:
1. Anima poseída en connivencia por la Sombra.
2. Actitud Yoica opuesta y por completo alejada de su naturaleza íntima.
3. Anima reclamando la concienciación y manifestación de posibilidades de expresión, segadas por el ambiente y las circunstancias concomitantes.
4. Exteriorización de una actitud extrovertida en un individuo constitucionalmente introvertido.
Ese sueño constituye, en sí mismo, un claro ejemplo de lo que sucede cuando nuestra actitud se opone y se aleja por completo de las necesidades más íntimas de un individuo. Todos, en mayor o en menor medida, hemos reprimido o negado partes de nosotros mismos a lo largo del desarrollo de nuestro ego. Sin embargo, no todas las personas se alejan tanto de su centro como para verse obligadas, por el estallido de una neurosis, a tomar conciencia de ese alejamiento. Son aquellas personalidades más sensibles a la problemática situación del hombre occidental moderno, más sensibles a su enfermedad, las que se ven ante la necesidad vital de enfrentarse a su persona, a aquella máscara que se han forjado con el fin de adaptarse a las expectativas de una sociedad cada vez más psicótica, comenzando a partir de ese instante el camino que les conduce hacia sí mismos. Raúl Ortega, en su magnífico trabajo titulado De nuevo Edipo: la actualidad de una ilusión, afirma:
“El hombre masa ingresa en el mundo adulto colectivo colocándose una máscara, con una pose, que imita a la vocación y escala de valores de un auténtico Yo. Se encorseta unos slogans, y se integra en el mundo y la vida como todos los demás que mira, cuando mira al exterior. Este proceso de integración (en el mundo) por una parte es necesario; adiestra la impulsividad caótica y la canaliza en el sentido de responsabilidad, utilidad y construcción. Implica una separación del mundo, muchas veces narcisista y autista, infantil, en fomento de la adaptación e integración egoica, social y adulta. Pero (…) esta separación, normalmente, es tal que lo distancia, en mucho, de su auténtica identidad, sita en su mundo interior. La máscara crea un puente al mundo colectivo exterior, pero una barrera para la identidad interior.”
Más aún, cuando la tela de araña tejida por las proyecciones se cierra sobre sí misma, englobando en su interior al individuo, éste termina por relacionarse con el mundo a través de un velo que lo cubre y lo incapacita para ver lo que se encuentra detrás de él. En una palabra, el mundo que él ve no es sino el mundo de sus propias ilusiones, lo que en lenguaje cinematográfico viene representado por “Matrix”.
Según mis investigaciones, los casos de máximo alejamiento para con uno mismo parecen presentarse, con mayor frecuencia, en aquellos individuos cuya constitución psíquica defiere, en gran medida, de la de sus familiares. Así es cómo sucede cuando un niño introvertido nace en el seno de una familia cuyos padres son extravertidos o viceversa. El ambiente familiar obliga, en cierto modo, al niño a adaptarse a él, esgrimiendo un carácter que no le es connatural. Cuando esta actitud se perpetúa y se enfrentan a las expectativas de una sociedad, enferma, cual la nuestra, la neurosis se agrava y acaba por irrumpir de un modo violento, en una psicosis.
De todos es conocido que, muchos de los criminales más peligrosos, han sido víctimas de un ambiente hostil, que les ha obligado a violar su naturaleza, inicialmente más sensible, y, a la postre, han exteriorizado esa violación de su propia naturaleza en actos criminales. No es extraño que estos casos representen lo que en lenguaje común se denomina “oveja negra” de la familia. Esa sensibilidad mayor les hace captar la sombra de todo el conjunto familiar, de modo que acaban por personificar el arquetipo del chivo expiatorio. Recuerdo el caso de un varón en cuyas sesiones iniciales había exteriorizado todo un cúmulo de contenidos inconscientes que pertenecían a toda su familia. Su actitud era insostenible para con su familia y, por supuesto, para con la sociedad. Su violencia había adquirido proporciones descomunales, de modo que se enfrentó con su padre hasta el punto de que éste temía por su integridad física. Su madre temía ser golpeada también por las tremendas irrupciones de violencia que exteriorizaba contra todos los que le rodeaban. Su novia había sido víctima de malos tratos psíquicos y físicos. Al avanzar en la terapia se esclarecieron estas actitudes antisociales y vandálicas. En este mismo sentido Jerry Fyerkenstad, en ¿Quiénes son los criminales?, sostiene:
“Si prestamos atención, metafórica y literalmente hablando, al mundo del crimen, descubriremos que necesitamos a los “delincuentes” para atacar, violar y asesinar a nuestro ego habitual, al as pautas conceptuales y emocionales que corrompen nuestra alma y nos empujan a tomar decisiones y llevar a cabo acciones dañinas para el cuerpo social y para los objetos y criaturas del mundo. Sin embargo, aunque este crimen sea inevitable también debemos apresar al delincuente, mirarle a la cara y aclarar las cosas. Debemos escuchar las razones que arguye para justificar su agresión, cosa que no lograremos, en cambio, si nos limitamos a encerrarlo y tirar luego la llave, o desterrarlo o simplemente ejecutarlo. Aunque sacrificáramos a toda la humanidad con ello no haríamos más que perder la oportunidad de hacernos más humanos y desaprovecharíamos la ocasión de profundizar nuestra comprensión, tanto de los aspectos oscuros como de los luminosos de todo el espectro de la humanidad.”
Casos como éste cada vez son más frecuentes en nuestra sociedad. Las noticias de los actos vandálicos de jóvenes y de agresiones en el seno de la familia aparecen de continuo en los medios de comunicación. Y las reacciones que provocan en el colectivo, con la ingenuidad que lo caracteriza, dejan traslucir la incandescencia del mal en el alma de los integrantes de nuestra sociedad.
Recuerdo el caso de un hombre, cercano a mi lugar de residencia, que era conocido por haber vivido una infancia en el ambiente familiar de su padre. Sus abuelos, sus tíos y primos vivían en un mismo recinto, donde las viviendas eran contiguas. De modo que las relaciones con todos ellos fueron asiduas. Un día, este hombre me dijo que su abuelo maltrataba violentamente a su mujer, con quien mantenía relaciones sexuales tras golpearla y arrastrarla. Estas escenas eran bien conocidas por sus hijos, pero lo mantenían oculto a los ojos de la sociedad en connivencia con su padre. El miedo y la vergüenza les hacía ser cómplices indirectos de estos maltratos. Su abuelo mantenía una reputación social y un prestigio intachables, de modo que sus amigos y clientes desconocían por completo su faceta de déspota, violento y sádico para con los suyos.
Asimismo, había vivido escenas de violencia y peleas continuas entre sus padres, e incluso, el intento de asesinato de su padre para con su hijo. Todas estas escenas, junto al ambiente sumamente incestuoso y a las tendencias zoofílicas inconscientes de varios miembros de su familia, fueron el caldo de cultivo de una sombra cada vez más engrandecida.
Introduzco estos casos aquí porque son sumamente representativos. En una sociedad en la cual la violencia y, su exteriorización en forma de agresividad compulsiva, se han convertido en práctica común. Donde la sexualidad se ha transformado en una obsesión, las prácticas sexuales aberrantes son moneda común. Julius Évola ha sintetizado muy bien la exaltación morbosa del sexo y la mujer. Así, afirma que:
“Hoy el sexo más bien ha impregnado la esfera psíquica, produciendo en ella una gravitación insistente y constante alrededor de la mujer y el amor. Se tiene así, como tono de fondo en el plano mental, un erotismo que presenta dos grandes características: en primer lugar una excitación difusa y crónica, prácticamente independiente de toda satisfacción física concreta, porque dura como excitación psíquica; en segundo lugar, y en parte como consecuencia de ello, este erotismo puede llegar a coexistir con la castidad aparente.”
Pero, no sólo eso, sino que las formas corruptas de sexualidad, cuales son las prácticas sadomasoquistas o, directamente, la Zoofilia, formas incestuosas extremas, son una muestra plausible de cómo se exteriorizan las energías procedentes de la sombra. De acuerdo con Adolf guggenbülhl-Craig, en El aspecto demoníaco de la sexualidad, “hoy en día la sexualidad sigue portando consigo el estigma del demonio. Todos los intentos realizados para convertirla en algo inofensivo y “natural” han terminado fracasando. Para el hombre (ser humano) moderno la sexualidad sigue siendo diabólica y siniestra.” Dice Évola que la edad oscura (Kali-yuga), según la formulación tántrica, se caracteriza por el total despertar de la diosa Kali, hasta el punto de que domine toda una época. Y los principales rasgos de esta diosa son la destrucción, el deseo y el sexo compulsivos. Pero, como enseña la propia doctrina tántrica, es necesario conocer el antídoto que transforme el veneno en remedio. En el plano psicológico, iluminando las oscuridades, concienciando las energías que yacen en lo inconsciente, para asimilarlas y darles un cauce positivo, se llega a la consecución de esa transformación que demandan las corrientes del inconsciente colectivo.
El caso de un empresario que, al igual que su padre, desconocía por completo su sombra y se identificaba con su imagen de respetable comerciante, nos mostrará la sombra que subyace en los comerciantes y empresarios. Se trataba de un hombre de negocios que se había elevado por encima de sus orígenes. Este éxito le condujo a una situación de inflación, y fue así como tuvo sueños en los que se veía volando. En una época en la que su hybris lo llevaba a creer que podía con todo y con todos, esos sueños simbolizaban la posibilidad de caer desde esas alturas. Y el golpe es tanto mayor, cuanto más alto uno se eleve. Y así, los engaños y los negocios sucios comenzaron a enturbiar el buen funcionamiento de la empresa. Eran pocas las veces que estaba exento de juicios que lo enfrentaban a su sombra, justo aquello contra lo que luchaba y de lo que culpaba y responsabilizaba a los otros. Los negocios turbios y la evasión de impuestos son típicos de aquellos empresarios incapaces de mirar cara a cara su propia sombra. Pues lo que se encuentra detrás de aquellos juicios, que parecen amenazar con la estabilidad y el control del negocio es, precisamente, lo que el empresario no acepta de sí mismo. Al ser proyectados al exterior, éstos aparecen como destino. Y es así cómo algunos empresarios no dejan de enfrentarse a juicios por la turbiedad de sus negociaciones. Y cuanto más se niegue un empresario a ver que, detrás de esas aparentes injusticias que tratan de mancillar su buena reputación, se encuentra un factor inconsciente proyectado, tanto más virulentas y peligrosas serán las situaciones que se le presenten. Como dijeran Connie Zweig y Jeremiah Abrams en el libro encuentro con la sombra, “en un determinado momento podemos sentirnos volando por las nubes para encontrarnos, al instante siguiente, hundidos en lo más profundo”. Hasta el punto de que, como en el ejemplo del empresario del que nos ocupamos, lleguen a arruinarse, teniendo que enfrentarse a un futuro impredecible, del que la cárcel no está demasiado lejos.
Lo más problemático de estos casos es que, como en nuestro ejemplo, lo cual sucede en no pocas ocasiones, la sombra del padre acaba por englobar en su ámbito a los miembros más cercanos de la familia, salpicando a diestro y siniestro. Así, son los propios hijos los que acaban siendo portadores de la sombra que el padre no quiso reconocer, y terminan por reproducir en su vida aquellos aspectos no vividos por aquél.
Así, por ejemplo, los casos de violencia extrema son, en cierto modo, la exteriorización de una sombra familiar, de miembros que, por su parte, están peleados con su propio inconsciente femenino, permaneciendo éste en el ámbito de la sombra y viendo a la mujer como una adversaria, como una lamia. Dado que padres, tíos y primos, cual sucede con el caso del joven del sueño anterior, acaban por pertrechar un acto de connivencia, al mantener ocultas esas actitudes violentas y hostiles para con la mujer, finalmente incorporan en su sombra esos contenidos inconscientes. Y, como dicen los autores Zweig y Abrams, en el mentado libro, “Los ambientes tensos nos obligan a establecer compromisos que tienen un enorme coste personal.” Daniel Goleman, en El punto ciego, describe sucintamente una de las causas más factibles por las que se produce esa connivencia entre miembros familiares al afirmar que:
“Cuando los miembros de una relación comparten las mismas vulnerabilidades, pueden tratar de sortear el peligro acordando tácitamente desviar su atención de las zonas problemáticas. De este modo, la distorsión de la atención mutua y sincronizada termina creando una laguna compartida. Y, así, toda relación puede llegar a convertirse en un conjunto de mentiras compartidas”.
Y continúa diciendo:
“Debido a que son las necesidades psicológicas primordiales las que crean estos puntos ciegos, resulta absolutamente necesario que la confabulación impida que la atención perciba qué es lo que realmente está ocurriendo. Descorrer los velos que restringen nuestra atención equivaldría a dejar al descubierto nuestras necesidades personales más profundas (…) Pero bajo la superficie de esa embarazosa alianza de inatención suele bullir el caldero de la ira, el resentimiento y el daño inexpresado, cuando no completamente inadvertido.”
Esto es lo que le sucedió al varón de cuyas escenas oníricas nos hemos ocupado. La sombra colectiva compartida por los miembros de su familia estaba expresándola de un modo violento. No sólo reproducía la vida no vivida por sus familiares, sino que, como se pudo comprobar con posterioridad, los esquemas de sus padres y la vida que éstos no habían expresado lo conducían por un destino del todo desalineado con su núcleo más íntimo. De este modo, irrumpió la neurosis, destapándose lo que bullía en su interior. De niño, sintió que jamás cumplía las expectativas de sus familiares, lo que se perpetuó hasta el estallido de la neurosis. Comenzó a asumir una actitud vandálica, antisocial, para, finalmente, convertirse en el chivo expiatorio, portador de las proyecciones de la sombra familiar. Su madre lo llamaba criminal y despotricaba contra él la barbarie que se hallaba, en verdad, en el interior de ella. En este sentido, los autores Zweig y Abrams afirman que, el hogar familiar, es el escenario natural en el que tiene lugar la creación de un yo y de una máscara con la que uno se identifica. Un proceso en el que la sombra de los distintos miembros familiares influyen poderosamente en la configuración de la sombra individual, especialmente en casos como el que nos atañe, cuyos miembros son ajenos a los contenidos oscuros de su inconsciente, tratando de ocultarlos, en especial en el miembro más sensible a la misma.
Individuos como los de nuestro ejemplo, han ido generando un cúmulo creciente de contenidos y energías potenciales de expresión insatisfechas, entorno a una sombra cada vez más crecida. La falta de un lugar donde trabajar con esos contenidos, arraigados en lo más primitivo de lo inconsciente colectivo y, una estructura yoica y moral inestable y débil, acaban por convertir al individuo en el espectáculo aterrador del poseído por las fuerzas del lado oscuro, para usar el lenguaje de la instructiva película “La Guerra de las Galaxias”. En definitiva, lo que subyace a todo acto atroz es el ser arrastrados por las energías de lo inconsciente que, primero, el individuo desconoce que le son consustanciales y, después, por ende, no tiene idea de cómo encauzarlas de un modo positivo y acorde a su naturaleza o personalidad total.
Cuando alguien no es capaz de admitir sus propios conflictos interiores, estos acaban proyectándose al exterior y se reproducen en las situaciones más variopintas. Todos esos conflictos terminan por organizarse de una forma activa y se personifican en una figura que los represente. De ese modo, a la conciencia le resulta aceptable admitirlos, pues es otro el portador de sus oscuridades. Sin embargo, es bien conocido para el terapeuta que todas las figuras y símbolos oníricos pertenecen al soñador. Pero es más probable que éste sea capaz de reconocer que existen primitivos que participan en orgías sexuales salvajes, de tipo incestuoso, o que ciertos grupos satánicos realizan prácticas sexuales aberrantes, que aceptar esos instintos en ellos mismos, por poner un ejemplo actual.
Esa imagen resulta más tolerable para la conciencia, pues en realidad está lejos de la imagen que uno tiene de sí mismo. Cuando el soñante se compromete conscientemente con la figura del sueño, entonces empieza la lucha por la resolución del problema. En el caso de nuestro ejemplo, el soñante era capaz de observar la escena, es decir, podía ver sus oscuridades. Pero su actitud era de desprecio hacia ella, y no se comprometía, lo cual equivale a un desprecio y una falta de compromiso para consigo mismo. De modo que es la sombra la que le obliga a hacerla frente. Así, todos sus conflictos irresueltos, sus deseos reprimidos y sus posibilidades de expresión ahogadas por su ambiente, estaban aflorando a la superficie, encarnándose en una situación y unas circunstancias constringentes.
Esos conflictos y problemas provienen, de ordinario, de muy atrás, es decir, tienen sus raíces en el ambiente familiar. Pues no olvidemos que la sombra es el representante de lo inconsciente personal y, por ende, los contenidos que giran en derredor suyo, tienen carácter biográfico.
El siguiente sueño, que tuvo el mismo individuo poco tiempo después del precedente, nos muestra cómo, al entrar en conflicto con su alter ego, comienzan a aflorar contenidos provenientes de la infancia y cómo estos están enclavados en lo inconsciente colectivo. La escena onírica es la siguiente:
“Pretérito resurgir
a la infancia converger
escenas oníricas varias
a idéntica transformación referidas;
Inicio en las antípodas
Del submundo conferidas.
Magrear las torres
Irrumpir en voces.
Acción impúdica
Reacción atípica:
Conversión escénica:
La tía comenta,
La madre completa
Mi falla con aquella
Ensombrecida queda
Con la falta
De la hermandad pertrechada:
Mi hermano acostado
En el lecho Sagrado
¡Quedó profanado!
¡Qué altercado!”
Ofrenda de grana
Afrenta consumada
Libido cercana
Del efebo procurada.
En el Príapo insinuada
Contumelia probada
Contumacia censurada.
De los mitos vuelta
La imagen primigenia,
De un singular animal
Híbrido teriomorfo sin igual.
¿Trátese de un ratón?
¿Quizás de un cobayo?
¿Acaso de un humano
trasmutado en gazapo?
¡NO!
La relea al completo
Que del pasado se ha tornado
Y en monstruo se ha trocado.
Atacáronme con violencia
Mordiéronme con insistencia
Y en embates continuados
Mis extremos compungidos
Quedaron consternados.
La lucha se prolongaba
Mi vigor se esfumaba
Y, con el último bramido
La escena se hubo desvanecido.”
Como podemos ver, la escena comienza con una regresión al ambiente infantil. Y, al igual que en el sueño anterior, presencia una escena de acto sexual entre su anima y su sombra. El retorno a la infancia es una inmersión en lo inconsciente personal, inicialmente, lo que el autor denomina submundo.
Pero el sueño cambia repentinamente y aparecen varias escenas incestuosas. Posteriormente, el sueño pasa a relatar la aparición de un ser híbrido, símbolo por antonomasia de lo inconsciente colectivo. Pero, lo que es significativo, es la asociación final que aparece en la escena. Se trata de la irrupción de todos los familiares que se han transformado en un monstruo, que lo ataca con violencia. Semejante a lo que sucede con la ballena en el cuento de Pinocho, donde el héroe es tragado por el animal y encuentra a sus familiares. Se trata, pues, de la irrupción de todos los familiares que se han transformado en un monstruo que lo ataca con violencia. Aquí comienza la irrupción de material de lo inconsciente colectivo. Detrás del primitivo negro, personificación de la sombra, se halla una región mucho más oscura y tenebrosa, de la que surge un animal mitológico. Y ese animal es el representante del estrato más primitivo de la psique, lo inconsciente colectivo. Al igual que sucede en todos los descensus ad infernos, lo que es símbolo de una profundización de la conciencia en el ámbito de lo inconsciente, aparecen figuras de antepasados. Tendremos ocasión de hablar de ello en un trabajo que se halla en preparación. Aquí sólo nos interesa apuntarlo, para aclarar el contenido del sueño.
Nos movemos en un ámbito incestuoso, el ámbito de la Gran Madre, del “lecho Sagrado”, del anima como figura de lo inconsciente colectivo. El soñador ingresó en ese ámbito y tomó conciencia de muchos de los sucesos ocurridos en su infancia. Los deseos incestuosos de su madre, que al no encontrar sino rechazo por parte del soñador, le inyectó el veneno del odio y la hostilidad por rechazar el ser incorporado de nuevo por ella. Y, en cambio, como aparece en el sueño, favoreció a su hermano, con quién llegó a mantener un vínculo incestuoso durante toda su infancia, abriendo un abismo entre ambos hermanos.
Hay madres que acaban por odiar a sus hijos por su rebeldía, desterrándolos del ámbito materno, destilando, al tiempo, hostilidad y frialdad. En otros casos, por el contrario, y muy a pesar del hijo, cuando éste comete cohecho con ella acaba adulándolo y lo convierte en su hijo-amante, lo que es sinónimo de inutilización como ente independiente y autónomo. Robert Stein, en El rechazo y la traición, afirma a este respecto lo siguiente:
“Si la madre se identifica con el arquetipo de la Madre positiva, la Madre negativa debe ser desterrada a la profundidad del inconsciente. (…) Del mismo modo que la Madre Positiva acepta y estima a su hijo con todas sus flaquezas e imperfecciones, la Madre Negativa, por su parte, le rechaza y le exige superarlas. Este rechazo –que tiene lugar a un nivel muy colectivo- equivale a un rechazo de todos los elementos únicos e individuales del niño que no concuerdan con la imagen que la madre tiene de cómo debe ser su hijo. Es por ello que el niño debe ocultar o reprimir su singularidad con lo cual todas sus peculiaridades terminan engrosando las filas de la sombra. Pero dado que el contenido de la sombra frecuentemente está repleto de elementos desagradables, inaceptables y destructivos para los demás y para la sociedad, la combinación entre la individualidad y la sombra suele resultar desastrosa. De este modo el individuo termina equiparando su alma a su sombra desminuyendo entonces drásticamente las posibilidades de establecer un contacto humano profundo con los demás.”
Y continúa diciendo refiriéndose a las posibilidades que se le ofrecen al joven con respecto a su madre que:
“Lamenta (el joven) tener que salir de la situación arquetípica madre-hijo positiva pero, al mismo tiempo, el impulso a la individuación le obliga a dar ese paso. Entonces no le quedan más que dos opciones extremas (que se corresponden con el extremismo de la madre): o seguir siendo un niño (toda su vida) o despertar el rechazo y la ira absolutos de la absorbente Madre Negativa.”
Después de profundizar en todo ello, el hombre de nuestro ejemplo, ingresó en los lares de lo inconsciente colectivo. Allí encontró al espíritu de sus familiares, es decir, todo aquello que las circunstancias no habían permitido que desplegara, así como los conflictos irresueltos de sus padres, tíos y abuelos. Pudo comprender que todas las situaciones incestuosas que había vivido, sus malas relaciones con la madre y su tendencia incestuosa radicaban en él. Pues como muestra el sueño, existía una tendencia en él que lo llevaba a ingresar en el ámbito de la Gran Madre, en lo inconsciente colectivo, y este es un acto incestuoso.
Su lucha por la toma de conciencia lo condujo a extremos tales que las fuerzas iban menguando. De hecho, correlativamente, comenzó a hacer régimen y a limitar la ingesta de alimentos, lo que le ayudó a entrar en un período de introversión profunda. Pese a que en capítulos posteriores nos dedicaremos al inconsciente colectivo y sus productos, he creído conveniente introducir aquí este sueño. Pues es un claro ejemplo de que tras la existencia del arquetipo de la Sombra, se abre paso un territorio virgen, inexplorado aún por la conciencia del soñador. Un terreno ajeno a su biografía, que es precisamente la matriz de toda forma de experiencia. Asimismo, muestra cómo el primer contacto con ese sustrato profundo, que constituye la roca madre de los estratos más superficiales de lo inconsciente, es, por lo general, aterrador, violento y, en cierto modo, negativo. Por ese motivo se representa como un animal mitológico que ataca al soñador. Para la conciencia el emerger de los contenidos del inconsciente colectivo es una experiencia peligrosa. Se trata de los peligros del alma de los que habla el hombre primitivo. Es una experiencia que amenaza la supervivencia del mundo de lo manifestado, es decir, de la conciencia. La oscuridad amenaza con anegar el ámbito de la luz. Sin embargo, lo que muere en esos momentos es el yo antiguo, pues se vincula a un ámbito mucho más extenso y desaparece la anterior sensación de aislamiento y separación. El centro rector, después de la transmutación, se traslada a un núcleo al que Jung denominó Sí-Mismo. Pero sobre esto último volveremos más adelante.
Las imágenes de la sombra, que lo inconsciente produce en sueños, reflejan con gran exactitud el problema al que se enfrenta la persona; en ellos encontramos el campo de trabajo más feraz para resolver los problemas con la sombra. Si en lugar de trabajar con esos problemas en el proceso analítico, la sombra es proyectada al exterior, entonces, el mundo, y esos conflictos son vistos y reproducidos en personas, situaciones y circunstancias exteriores. En una ocasión conocí a un neurótico de mediana edad que no hacía sino criticar a los políticos y al resto de personas de nacionalidad española. Al Estado le había conferido la capacidad de resolver todos los problemas del país (y del mundo), proyectando en él el arquetipo del Si-Mismo. Se trataba de un argentino que había viajado a España para trabajar y ganar un dinero que pudiera luego utilizar en su país, como consecuencia de la situación de profunda crisis que atravesaba (y atraviesa) Argentina. Solía hablar de los españoles de un modo despectivo, llamándolos “gallegos de mierda”. Cada vez que le sucedía algún contratiempo, proyectaba en los otros su propia incompetencia para resolver los problemas o realizar las oportunas gestiones. Su mal carácter y su arrogancia inconsciente, oculta bajo la máscara de un sentimiento de inferioridad, saboteaban sus intentos de conseguir cuanto se proponía. Al tratar a los otros como un déspota, estos no hacían ningún esfuerzo por ayudarle a conseguir sus objetivos. De igual modo, era muy común que tratara con desdén y desprecio a las personas acaudaladas. Sus propios deseos inconscientes de obtener dinero y su sentimiento de incapacidad, junto con su frustración por no haber realizado nada de lo que hubiera deseado para sí, llegando a ser un individuo importante, eran proyectados en la figura del “otro”.
Por lo general, no todo el mundo es capaz de reunir la suficiente energía emocional como para enfrentarse al tema de la sombra exclusivamente en los sueños. Lo más común es que este proceso de asimilación de contenidos inconscientes tenga lugar en ambos bandos: trabajando con la figura que aparece en sueños y retirando las proyecciones que tienen lugar en el mundo externo, mediante la interacción y el enfrentamiento con el medio circundante.
Lo importante en el proceso de integración de la sombra reside en la toma de conciencia de todos los deseos reprimidos, de lo que imputamos a los demás, dándonos cuenta que eso pertenece a nosotros, principalmente. Pues tras la variedad caleidoscópica que adopta la sombra en los individuos, el factor arquetípico es siempre el mismo. Somos nosotros los que tenemos esos deseos, tendencias y pensamientos.
Aquí el problema reside en reconocer que esos deseos nos pertenecen. Lo cual requiere de un esfuerzo moral y un coraje sobresalientes. Bajo los ropajes de las miríadas de figuras que aparecen en los sueños, hallamos un factor arquetípico invariable, inmemorial. Por tanto, la integración de la sombra supone integrar las experiencias y conflictos que rodean a esta eterna imagen primordial, alrededor de la cual confluyen. Cuanto menos encarnados estén estos contenidos en nuestra conciencia, tanto más trágica resulta nuestra vida. En su libro AION, Contribuciones a los simbolismos del si-mismo, Jung afirma:
“A menudo resulta trágico ver qué aguda penetración pone una persona en estropear su propia vida y la de los demás, sin poder percibir por nada del mundo como toda esa tragedia proviene de ella misma, y ella misma la realimenta y mantiene de modo continuo. Su conciencia por cierto no lo hace, pues se lamenta y maldice de un mundo traicionero, que se le retira a una distancia cada vez más lejana. Más bien es un factor inconsciente el que teje esas ilusiones que se velan a sí mismas, y velan el mundo. Este tejido termina de hecho en un capullo donde el sujeto queda finalmente encerrado.”
La sombra aparece cuando el ego consciente ha aceptado una visión de sí mismo y del mundo muy limitada y estrecha. Tal como vimos en el primer sueño, la sombra estaba integrada por factores negativos, es decir, por lo que de más bajo, feble y pueril hay en la psique de la persona y, por factores positivos, esto es, aquellas posibilidades de expresión, a menudo virtudes potenciales, no desarrolladas o diferenciadas, como consecuencia de un ambiente restrictivo. La sombra se manifestó e incluso obligó al soñador a enfrentarse a ella, no meramente a observarla, lo que parece denotar que en la psique existe un mecanismo homeostático o regulador, que tiende hacia la expresión de uno mismo, pujando por la manifestación de nuestro potencial.
El origen y, al tiempo, el destino del individuo reside en un centro regulador, que resulta ser la medida o punto de referencia hacia el cual tiende el desarrollo o evolución de la conciencia: el Sí-mismo. Si el yo consciente se desvía demasiado del plan inherente o sí-mismo, se activan mecanismos de regulación compensatorios, como es el caso de la sombra. Hasta que la sombra, o mejor, los contenidos personales que envisten al arquetipo de la sombra no han sido integrados, el mundo se nos aparece lleno de enemigos, percibiéndose como hostil y maldito. La red de telaraña, que crean las proyecciones de los contenidos de la sombra, aisla al individuo del mundo y de sí mismo. En esa situación la persona vive en un mundo ilusorio, creado por sus propias fantasías inconscientes y reproduce sus conflictos allí donde va, de modo que con persistencia se dedica a destruir su propia vida y la de aquellos que le rodean.
Sin embargo, cuando se logra reunir el suficiente valor y fuerza moral para confrontarlo, permitimos que se amplíe nuestro campo de visión consciente y el ego se expande. Pues lo que antes rechazábamos como no perteneciente a nuestra personalidad, ahora es parte integrante de nuestro potencial. Se reconocen esas energías inexpresadas y en un estado deplorable, propio de la carencia de una canalización conveniente. Semejante a lo que sucede con un reservorio de agua estancada, las energías no canalizadas comienzan su proceso de descomposición, emitiendo gases putrefactos que contaminan el ambiente más próximo. Y, en el caso de la sombra, son contaminados el propio individuo y todo aquello que lo circunda. Esa amplitud de conciencia permite, a su vez, adoptar una actitud más flexible y abierta a la aceptación de otras partes de nuestra personalidad. Esta aceptación acaba con la identificación pertinaz de nuestro yo consciente con la persona o máscara, aquella personalidad que creíamos ser y que ha sido desarrollada de acuerdo con las expectativas del núcleo familiar, primero, y de la sociedad después.
De igual modo, la aceptación e integración de la sombra genera, también, un mayor número de posibilidades y dilemas morales. En cierto modo, nos encontramos en una situación semejante a cuando éramos niños. En tanto que comenzamos a ser conscientes de las posibilidades entre el bien y el mal. Resulta por demás importante comprender la relatividad de estas dos categorías morales. La toma de conciencia de los contenidos de la sombra nos permite acceder a la comprensión de la cantidad de vilezas de las que uno es capaz de hacer. Al mismo tiempo, se nos abren las posibilidades de elegir el mal, si la situación así lo requiere. El peligro de caer en cualquiera de los opuestos siempre está presente, por lo que se hace necesario ser en todo momento consciente de la posibilidad de elección. No sólo el mal es generador de atrocidades, pues la identificación con el bien como valor absoluto acaba por conducir, por la ley de la enantiodromía (pendular), al mal que se desea evitar a toda costa. En esos casos es precisamente el Mal el que cae en la sombra, al tratar de reprimirlo o evitarlo siempre y en todo momento.
El siguiente ejemplo aclarará lo que tratamos de explicar. Se trata de una mujer de mediana edad que se había identificado con el arquetipo de la madre bondadosa, nutricia y protectora. Siempre trataba de hacer el bien y de dar a sus hijos (y a los demás) todo cuanto ellos requerían. Sin embargo, era incapaz de darse cuenta del increíble daño que eso producía en la personalidad de sus hijos, pues les impedía llegar a ser ellos mismos. Así como el rechazo que terminaba por provocar en las personas con las que se relacionaba. Los sobrealimentaba y sobreprotegía tanto que los estaba inutilizando, impidiéndoles valerse por sí mismos y creando una dependencia extraordinaria para con ellos. Esta actitud y sus consecuencias quedaban muy bien ilustradas en las labores de jardinería que esta mujer llevaba a cabo. Plantaba con esmero píceas y otras coníferas, a la par que flores de varios tipos. Una vez plantadas, las regaba en exceso y vertía en la tierra el doble o el triple de fertilizante que aparecía en las indicaciones. Al cabo de varios días los árboles comenzaban a secarse. Primero las ramas más bajas, perdiendo sus acículas. A continuación, comenzaban a perder hojas las plantas de hoja caduca. Entonces, esta mujer, cortaba las ramas secas y eliminaba las hojas. Pero, en lugar de darse cuenta de que la costra de fertilizante que se había formado en el suelo, era la causante de que los árboles y el resto de plantas se secaran, es decir, el exceso de alimentación y de agua era lo que estaba destruyendo la vida de aquellas plantas, aquella mujer continuaba introduciendo más fertilizante y más agua hasta que morían. Después de lo cual, comenzaba a despotricar en contra de aquellos árboles, así como de los viveros que la habían vendido lo que ella misma había elegido ¡Los árboles eran débiles y los dueños de los viveros unos incompetentes! Entonces, una vez realizado esto, arrancaba todos los ejemplares que no se adecuaran a la imagen estética que ella tenía de cómo debían estar (después de haber quemado sus raíces con el exceso de fertilizante químico) y los tiraba sin ninguna consideración, pese a que, en muchos casos, aquellas plantas no estuvieran secas. Una vez llevado a cabo esto, plantaba otras especies de árboles (dado que las especies anteriores no eran buenas) y repetía la misma pauta de conducta. Esto que hacía con las plantas de su jardín, lo reproducía con sus hijos y, en general, con todos los que se relacionaba. Y así, después de sobre alimentar a sus hijos, y de permitirles toda clase de caprichos, los criticaba duramente por comportamientos que pertenecían a su sombra. Un día, cuando uno de sus hijos se rebeló contra esta actitud y dejó de aceptar sus excesos, ella lo aisló del resto de hermanos, se confabuló con ellos hasta que, finalmente, consiguió echarlo de casa, enfrentando a todos los miembros de la familia con el que era su hijo mayor.
Para esta mujer, como para la mayoría de las personas, le resultaba especialmente difícil aceptar que su capacidad para el bien corre pareja a su capacidad para el mal. La aceptación del mal nos ayuda en gran medida y nos libera de una carga y de una energía confiscada en lo inconsciente. Energía que es potencialmente buena y mala al mismo tiempo, por lo que resulta imposible desprenderse del mal. Precisamente el conflicto entre el bien y el mal, tal y como acontece en el niño, es la base de nuestros más grandes logros. Por lo tanto, en cierto modo, debemos recuperar a nuestro niño interior, purgándole de la estela de hipocresía que se halla tras las súplicas y lamentos por una inmaculada inocencia, por completo inexistente.
Lucha entre la luz y las tinieblas
El precedente recorrido por los trasfondos del alma humana, en el que hemos descorrido algunos velos que escondían la barbarie del ser humano, aquellos contenidos que mantiene ocultos, por diversos motivos, del haz de luz de la conciencia, no puede menos que conducirnos a presenciar la polarización entre la Luz y las Tinieblas, que parece haber acampado en las almas de los seres humanos de nuestro mundo contemporáneo. Como hemos tenido ocasión de mostrar, el conflicto entre ambos opuestos, léase sombra versus ego o luz versus tinieblas, es un hecho arquetípico que se repite por doquier. Allá donde se crea un centro de luz, aparece como contrapartida una sombra. No hay luz sin oscuridad, ni hay día sin noche, como no hay vida sin muerte.
Es en este sentido que podemos trabajar en la iluminación de los contenidos que se hallan cercenados en la situación mundial que nos embarga. De modo que si observamos el conflicto actual existente entre Estados Unidos y los países de Oriente Medio, tal como ya apunté en otro lugar, y lo reducimos a las dimensiones de un solo individuo, la escena que obtenemos de ese modo es mucho más plástica. Por lo tanto, considerando al representante más conspicuo de Estados Unidos, su presidente George W. Bush, y al representante más sobresaliente de las fuerzas oponentes, Osama Bin Laden, conseguimos un cuadro bastante aproximado de las energías que operan en el conflicto abierto en la actualidad. Bush representaría el papel del Ego del pueblo americano, con su enaltecida Hybris, según la cual “no hay nada más grande que las hazañas realizadas por los americanos, y nada está por encima del hombre americano”. Por su parte, Osama Bin Laden, justifica sus actos terroristas aludiendo a la opresión de su pueblo por parte del pueblo americano. Y, así, este Adversario se acerca a traición (como en la escena de Gladiator) para herir al enaltecido Ego allí donde es más vulnerable. Y, es en este sentido que podemos interpretar el ataque terrorista del día 11 de septiembre.
A partir de ese momento el conflicto se hace abierto. El Ego comienza a trabajar para iluminar los contenidos de la sombra. Sin embargo, observamos que, en lugar de enfocar su atención en la sombra propia, es decir, en su opresiva actitud, con la inflexibilidad violenta y el estrechamiento de conciencia que lo caracterizan, para con los demás, consustancial a una conciencia solar hinchada; una actitud que trata de mantener bajo control a todo y a todos, ejerciendo sus tiránicas estrategias de manipulación y extorsión, al tiempo que las niega al resto del mundo y, por supuesto, a sí mismo; en lugar de iluminar sus oscuridades, decimos, busca en el “otro” la proyección de su propia infamia. De manera que, de un modo compulsivo y con la agresividad y el resentimiento de un ego herido se dirige al “adversario-enemigo” y lo trata de aniquilar, sin ningún tipo de miramiento. Mujeres, niños y ancianos civiles son víctimas de su acumulada hostilidad. Y la barbarie de la que el Ego acusa a su Adversario, es exactamente la misma que alberga en su interior, exteriorizándola en todas sus actitudes para con el mundo.
La Hybris mancillada del Ego acaba por endurecer su coraza y perder la conexión con el mundo exterior. La tela de araña, tejida por los contenidos inconscientes de su sombra, termina por cerrarse sobre sí misma en un capullo, que encierra al Ego en su interior, viendo el mundo a través de sus proyecciones ilusorias. El feedback de los acontecimientos, los sucesos y las advertencias del medio circundante no tiene lugar y el Ego se aisla y se aleja cada vez más del mundo y de si mismo, como en una especie de estado de autismo. Por desgracia, es precisamente en esos momentos en los que las acciones del Adversario se vuelven más virulentas, con la finalidad de romper la coraza que recubre al Ego en su ostracismo, propiciando un estado de vulnerabilidad y, por ende, de accesibilidad. Una escena semejante, en una versión más antigua, la hallamos en la Biblia. Cuando el Faraón egipcio se niega a dejar salir al pueblo de Israel, al que mantenía bajo su rígido control, esclavizado y mancillado, pese a las advertencias de Moisés. Fueron necesarias siete plagas para ablandar el corazón del Faraón. Y la reacción de éste frente a su impotencia, es decir, la herida a su enaltecido Ego, le condujo a un trágico destino.
Todo cuanto hemos descrito en el desarrollo de este trabajo es válido y aplicable a la situación que acabamos de esbozar. Pero, ¡no seamos ingenuos! Ese conflicto lo albergamos todos en nuestro interior. Hemos mencionado que se trata de un conflicto arquetípico, de un conflicto que tiene lugar en lo inconsciente colectivo y, por lo tanto, una lucha de la que no está exento nadie. Nuestra más grande aportación a la tragedia que se nos avecina, reside en la confrontación con nuestro hermano sombra, de un modo individual, solitario, cuyo campo de batalla no es otro que el seno de la vida de cada uno de nosotros. Cabría preguntarse, quizás, qué actitud debiera adoptarse en semejante situación. Si bien la respuesta a esa pregunta la encontrará cada uno en su interior, sí que podemos indicar aquí que se requiere la presencia de una actitud femenina para llegar a una resolución del conflicto y, eventualmente, a su trascendencia. En palabras de John A. Sandford, en El Dr. Jekyll y Mr. Hyde:
“Cuando soportamos conscientemente la carga de nuestros opuestos, todos los procesos secretos, irracionales y curativos coadyuvan en la labor de integración de nuestra personalidad. Este proceso de curación irracional, que supera obstáculos aparentemente infranqueables, tiene una cualidad inconfundiblemente femenina. La mente racional, lógica y masculina es la que declara que opuestos como el ego y la sombra, la luz y la oscuridad, jamás podrán integrarse. Sin embargo, el espíritu femenino es capaz de alcanzar una síntesis más allá de la lógica.”
EPÍLOGO
Los últimos acontecimientos sucedidos en las costas del Noroeste español, concretamente en Galicia, causados por el derrame de petróleo del petrolero Prestige, junto a un conjunto de eventos sincronísticos que han circundado la realización de este trabajo, me han compelido a escribir este pequeño epílogo.
Pudiera parecer éste un apartado final, de un trabajo, que en cierto modo, está deslindado del resto. Sin embargo, no resulta así, por cuanto gira en torno al mismo arquetipo. Cuán activo está el arquetipo de la Sombra en estos momentos lo testimonia el propio derrame. Es por ello que una última apreciación querría hacer aquí. Es importante tener en cuenta que estamos hablando de energías arquetípicas que yacen en lo inconsciente. La mancha de petróleo representa la Sombra colectiva, avanzando amenazadoramente sobre las costas de la conciencia. El desastre ecológico, aún impredecible, no deja lugar a dudas.
Profundicemos un poco más en el significado simbólico de lo acontecido. El petrolero que llevaba un cargamento de petróleo desde Grecia hacia Inglaterra, lleva el significativo nombre de “Prestige”. En castellano prestigio. Podría resultar una mera casualidad que el barco que ha producido la mayor catástrofe medioambiental de los últimos años se denomine, precisamente, prestigio. Pero quien se dedica al estudio de la psicología profunda sabe que las “casualidades” no son tales.
Por tanto, hemos de caer en la cuenta de que es el prestigio el que trae consigo una marea negra que anega las costas, amenazando con unas catastróficas incidencias ambientales y sociales. Y el prestigio es el ámbito de la máscara o persona, aquella pose que imita la individualidad, adaptándose a lo colectivo, a lo huero, tosco, burdo y feble. Y no tenemos sino que observar la relevancia que, en los últimos años, están teniendo los programas de televisión del tipo “Operación Triunfo”, con ese resabor por la búsqueda del éxito y del prestigio. Pero una búsqueda, que es una pose, que es una imitación de la verdadera búsqueda heroica del Santo Grial. He ahí el meollo de la problemática situacional. La carencia de un verdadero compromiso en la búsqueda del Sí-mismo, en la autorrealización o expresión de las potencialidades individuales, con la consecuente integración positiva en la sociedad.
Observamos, al tiempo, la sarta de descalificaciones que está teniendo lugar en el Congreso de los Diputados entre los políticos y la lucha que los dos partidos más importantes en el ámbito español (el Partido Popular, PP, actual gobernante y el Partido Socialista, PSOE) mantienen, por evitar que su buena reputación (prestigio) sea mancillada.
En otro lugar, adscribía el proceso activado tras el atentado del día 11 de Septiembre a la diosa egipcia Sekhmet, simbolizada por la figura de un León. El león, como la Diosa, simbolizan el poder absoluto, que al ser esgrimido de un modo luciferino, destruye todo a su paso. Las enceguecidas pasiones, cuales son: el hambre de poder, el orgullo, la arrogancia, el ansia y el deseo; todas ellas se representan en la figura del león y del lobo, propias de la etapa alquimista denominada calcinatio.
Sin embargo, aquí asistimos, más bien, a la operación alquimista llamada putrefactio, en el seno de la nigredo, en tanto que es el color negro quien hace acto de presencia y lo anega todo. Y dicen los alquimistas de la noche saturnal, que es sinónima de la nigredo “en el plomo mora un demonio desvergonzado, que lleva a los hombres a la locura”. Paracelso dice de este metal “el plomo es el agua de todos los metales. Si los alquimistas conociesen lo que contiene Saturno, abandonarían cualquier otra materia para no trabajar más que sobre ésta.” En la putrefacción se produce la muerte del compuesto y la división de las materias del mismo, camino de las fases siguientes. Lo cual es un símil muy acertado de lo que está sucediendo con la gran mancha de petróleo en las costas del norte español.
A un nivel más psicológico y, por tanto, más cercano al ser humano moderno, esta operación simboliza la muerte de una actitud obsoleta, vieja y carente de adaptación, que petrifica y destruye la vida; que esteriliza todo cuanto hace, todo cuanto toca, y a todo con lo que se relaciona. Esa actitud ha de morir, ha de pudrirse y del material en descomposición habrá de germinar la semilla de una nueva actitud. Una actitud que surge tras la frustración y la paralización por los acontecimientos que se suceden, la desesperación ante la impotencia de los sucesos que parecen agolparse ante la pequeñez y la insignificancia de los limitados recursos humanos. En definitiva es un duro despertar a la realidad de la situación humana y no humana, al malestar del ser humano y a su más nítido reflejo, el medio ambiente. Es, a fin de cuentas, una confrontación con las tinieblas que circundan la vida toda, con la sombra que cada uno porta; al tiempo que una toma de conciencia de la implicación de la sombra individual en los acontecimientos actuales, cual es el caso del petrolero “prestige”, del que nos estamos ocupando con preferencia.
Pero, prestemos atención a otro ejemplo, si cabe aún más tremendo. La situación de los países del tercer mundo o/y en vías de desarrollo, frente a los países occidentales. Los occidentales hacen oídos sordos y vista gorda a lo que sucede en esos países. Tratan de eludir el enfrentamiento con su Alter Ego, con su sombra. No es de extrañar que, finalmente, la vida no vivida, la vida que reclama ser atendida, se transforme en Destino de la Humanidad moderna, y el conflicto campe en Oriente Medio.
Lo que diga a continuación sobrevuela el núcleo del vórtice arquetípico que asola a la contemporánea sociedad. Soy consciente de que me muevo por un terreno escabroso, colmado de complejos, a modo de minas afectivas, que una vez holladas pueden estallar con una violencia fuera de toda mesura. Por ese motivo, trataré de sondear el tema con delicadeza, con suavidad. Solicito indulgencia si en algún momento puedo resultar demasiado claro. Mi intención es descorrer algunos velos que cubren un ámbito de la psique que está funcionando en todos nosotros, con un vigor extraordinario, en la oscuridad de la vida de cada cual. Les pido condescendencia, al tiempo, pues enfoco desde una ecuación personal y, por tanto, puede no coincidir con la perspectiva de todos (más bien esto sería impensable).
Y dicho esto, notas introductorias de rigor, necesarias en todo caso, comienzo
a descorrer algunos velos más. Desde hace unos años, casi podría inclinarme a decir que desde muy tempranito, he conocido, por experiencias muy cercanas y por otras algo menos, la opresión que ha sufrido la mujer en nuestra sociedad, por parte del varón. He sido testigo directo de casos en los que mujeres jóvenes han sido maltratadas física y psíquicamente por sus progenitores. En ocasiones, han
llegado a ser violadas y mancilladas hasta extremos que, aún hoy, acongojan hasta la última fibra de mi ser. En otros casos, eligieron a una pareja que les había maltratado, les había mancillado y, lo que es peor, les había «vampirizado» en el sentido más lato del término. Sus energías femeninas, toda su creatividad, eran absorbidas por varones que succionaban lo que ellos eran incapaces de generar por sí mismos. Absorbían el fluido vital femenino, como si se tratara de parásitos
psíquicos. En ocasiones, esa parasitación, cuando la mujer era joven y, por ende, aún no estaba en posesión de sus plenas facultades o potenciales generadores y autogeneradores, las conducía a un estado de depresión (abaissement du niveau mental) del que no lograban salir indemnes. Dramáticos destinos y finales a veces trágicos les esperaban a estas mujeres, una vez succionadas y demacradas hasta extremos insospechados.
En algunas conversaciones con feministas, incluso escritoras prestigiosas, llegaron a comentarse experiencias que ellas habían tenido con los varones. Muchas corroboraban los casos que había tenido ocasión de presenciar, otras desconocían algunos extremos que les parecían increíbles. Pero sólo unas pocas, las menos, tenían una cierta intuición (un conocimiento semiconsciente) de que en esas experiencias, ambas partes, estaban involucradas y, por tanto, ambas eran responsables.
En varias conversaciones, me dijeron que la cultura, en su mayor parte, había
sido escrita por hombres y que, cuando se había hablado de la conciencia femenina, había sido desde la perspectiva del hombre (desde su consciencia). De modo que, parecía que, en realidad, la mujer era la que mejor podía hablar de la consciencia femenina. Este comentario, que ha sido para mí un asunto de importancia capital, sobre el que he meditado en múltiples ocasiones, me parecía un tanto demagógico, sobre todo por la afectación con la que se defendía. Olía a posesión por el animus. Había un tema que me resultaba siempre incómodo. Ese tema era el de la polarización de géneros. Las mujeres son las que mejor pueden contar con rigor y hablar sobre lo Femenino (Yin), así como los varones pueden hacer lo propio sobre lo Masculino (Yang).
Al principio, sólo intuitivamente, ese planteamiento me resultaba sospechoso y hasta me producía rechazo. Si bien tenía su lógica aparente, y una cierta razón de ser, algo no funcionaba. Mi ser esencial no estaba conforme con ello. De modo que me puse a investigar y me pregunté a mí mismo qué era lo que no acababa de encajar. Lo que no encajaba era, precisamente, que no se tenía en cuenta que la psique es un SISTEMA ANDRÓGINO.
Esos comentarios y esas reflexiones de género, muy propios de nuestra época, están hechos desde el ego femenino y desde el ego masculino, no desde el Si-Mismo. Me explico. En el proceso de individuación, el ego, en ambos casos, se va forjando y estructurando.
En esa fase, como hemos tenido ocasión de desarrollar a lo largo del trabajo, se va generando una sombra. Cuando el ego se distancia (lo cual, sucede en extremo en nuestra sociedad, presa de complejos inconscientes, sexistas y, en definitiva, más tendente a la completa confusión de opuestos, que a la buscada y necesaria fusión) del centro andrógino de la personalidad, comienzan los problemas. Pues bien, no es sino después de atravesar la noche oscura del alma, la nigredo alquimista, una auténtica iniciación en los Campos Elíseos, que son el Reino de la Madre, que la aporía de géneros se disipa, y se percibe el error base de esa apreciación.
La identificación que el ego de la mujer hace de su feminidad (poseída por
el arquetipo de lo Femenino, que puja por salir a la superficie y expresarse. Pero que puja desde lo inconsciente colectivo, y, por tanto, nos atañe a todos) y la identificación que el ego del varón hace de su masculinidad, excluyendo los opuestos, que residen en el corazón de sus psiques, provoca una escisión y un distanciamiento. No es de extrañar, que la cifra de divorcios, así como el número de jóvenes que deciden vivir sin pareja estable, aumente a un ritmo exponencial.
La lucha entre el Sol (negro) y la Luna (Novilunio) es, obviamente, un tema arquetípico. Las consciencias de ambos son contrarias y eso lleva siempre a un conflicto. No obstante, en nuestros días el problema parece haber acampado y nubla el panorama futuro.
Regresemos al vampirismo del ego masculino y encontraremos en ello un punto
esencial a comprender, a fin de llegar a una solución unificadora al conflicto entre el Sol negro y la Luna negra.
En las conversaciones que tuve ocasión de mantener, y en algunos foros que presencié, las feministas acusaban al hombre de haberlas esclavizado, de haberlas vejado, de haberlas maltratado, de haberlas mancillado, etc., etc. Y esto lo equiparaban a lo que el hombre (varón) hacía (y hace) con la Naturaleza, con la Materia. Estoy hablando del EcoFeminismo, claro está. Y, en efecto, el varón había realizado todo eso. Y era responsable de su actitud opresiva, dominante, mutiladora, parásita y esterilizante. Pero, me preguntaba, ¿Es ajena la mujer a esa actitud Masculina? ¿Es irresponsable ella de ese problema?
La práctica terapéutica me hizo ver la gran responsabilidad que tenía que asumir la mujer en ese estado de cosas. Pues ese factor dominante, constringente, saturnino, reside en sus lares más íntimos. El dios Saturno campa a sus anchas en lo inconsciente de la psique femenina, como lo hace la luna negra en la masculina. Pude comprobar que, las mujeres más maltratadas y vejadas por los varones, en realidad, eran presas de una vejación y una laceración por parte de lo Masculino en su psique. Es decir, eran presa de Saturno. Estaban poseídas por él, tal y como se muestra en las escenas del aquelarre al Macho Cabrío que yace con las Vírgenes inmaculadas.
La lucha campal, en verdad, reside en lo interior de la mujer, al igual que sucede en el varón. Y, muy al contrario de lo que podría parecer, el problema al que nos enfrentamos en el mundo contemporáneo, este problema de unificación, de encarnación del arquetipo del andrógino, es un tema universal. Afecta a ambos géneros. Ahora que hemos llegado a la androginia necesaria, origen y destino de la evolución humana, voy a dejar de lado los géneros, y me voy a referir a ambos como SER HUMANO.
Por tanto, es la actitud del ser humano occidental, equiparable a la maldición del REY MIDAS, o de la GORGONA, en definitiva, petrificante, esterilizante, opuesta a la vida, la que precisa de una auténtica transformación. Redención es la palabra. Y para ello el recién fortalecido Ego ha de ser reintegrado en el mundo de lo Femenino. El Ego ha de ingresar en las aguas madre Femeninas, para dar a luz al ser Andrógino que habrá de crecer, a fin de llegar, ulteriormente, a manifestarse. Pero, en la evolución y crecimiento de ese bebé, de ese recién nacido, es necesario que el ser humano adquiera las cualidades del varón y de la mujer. La educación de ese niño, su evolución y su crecimiento dependen, en última instancia, de ello.
Si la cruz que simbolizaba la totalidad, en la época cristiana, era el árbol sobre el que fue crucificado Cristo, hoy, el símbolo de la totalidad, está surgiendo de las cloacas, del lugar donde menos se lo espera: en Oriente Medio. Hoy parece que es el emblema de Salomón el que tiende a resurgir, como símbolo de unión de opuestos.
BIBLIOGRAFÍA
Alonso, J. F. (1999) El diccionario de las Ciencias Ocultas. Espasa Calpe. Madrid.
Delgado, J. A. (2001) Activación de la dinámica muerte-renacimiento I (http://www.cgjungpage.org/articles/activaciondinamica1.html)
Delgado, J.A. (2001) Activación de la dinámica muerte-renacimiento II. Símbolos de Unidad, Redención y Totalidad (http://www.cgjungpage.org/articles/activaciondinamica2.html)
Delgado, J.A. (2001) Contribuciones al simbolismo del lado oscuro de la psique. (www.cgjungpage.org/articles/delgado1.html)
Eliade, M. (2000), Tratado de Historia de las Religiones. Morfología y dialéctica de lo sagrado. Ediciones Cristiandad; Madrid.
Evola, J. (1997) Metafísica del sexo. Sophia Perennis; Barcelona.
Gibrán, K. (1987) El Profeta. Obras Completas. Vol. 2. Edicomunicación; Barcelona.
Goleman, D. (1999) El punto ciego. Psicología del autoengaño. Plaza & Janes; Barcelona.
Greene, L. H. Sasportas (1989) La dinámica del inconsciente. Seminarios de astrología psicológica. Urano. Barcelona.
Jung, C. G. (1986) AION. Contribución a los simbolismos del sí-mismo. Paidós; Barcelona.
Jung, C.G., C. Zweig & J. Abrams, A. Guggenbülhl-Craig, L. Greene, J. Fyerkenstad, et. al (1998) Encuentro con la sombra. El poder del lado oscuro de la naturaleza humana. Kairós; Barcelona.
La Santa Biblia (1976) Alfredo Ortells. Planeta; Barcelona.
Nietzche, F. (1983) Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie. Alianza Editorial; Madrid.
Ortega Librero, Raúl (2002) De nuevo, Edipo. La actualidad de una ilusión
Rilke, R. M. (2000) Cartas a un Joven Poeta. Magoria; Barcelona.
Robertson, R. (1998) Arquetipos Jungianos. Una historia de los arquetipos. Paidós Junguiana; Barcelona,
Wilber, K. (1996) El Proyecto Atman. Una visión transpersonal del desarrollo humano. Kairós; Barcelona.