Esther Harding
Cuando una mujer en «la oscuridad de la luna» se siente perturbada por una cierta irritabilidad, inercia o inquietud, puede ser capaz, tomándose deliberadamente el tiempo de estar sola, de obtener una unidad psicológica consigo misma, que las mujeres primitivas encontraban, quizás, sometiéndose al tabú impuesto. A menudo un período de introversión y reclusión de este tipo es muy valioso, pero debe ser una auténtica introversión, un volver dentro, tomado más activamente que una simple sumisión a una necesidad física.
En la práctica, durante una reclusión voluntaria muchas mujeres encuentran que la irritación e inquietud que normalmente las perturba, desaparecen y en vez de desmoralizarse y agotarse por el período mensual establecen contacto con las fuentes más profundas de su naturaleza femenina. Otras, sin embargo, encuentran que lo que permanece bajo la superficie está en desacuerdo con la idea consciente de sí mismas. La parte oscura del instinto puede sublevarse y controlarlas en la tranquilidad de su soledad. Tal experiencia puede ser muy perturbadora, pero es mucho menos perturbador airear al adversario desconocido que ignorar con quien se lucha. Una mujer que averigüe tales cosas en la oscuridad de su corazón puede, por suerte, enfrentarse con su conflicto conscientemente en vez de ser la víctima inconsciente de actitudes irreconciliables y opuestas en su interior. En cualquier caso, el resultado es que la energía instintiva, sólo manifestada formalmente en perturbaciones de su actitud consciente, le quedará disponible para la vida. A veces esta nueva energía fluye naturalmente en sus relaciones, haciendo que profundice en ellas, a veces encuentra salida en un trabajo creativo, y otras produce el poderoso motivo que le permite construir una más completa personalidad fundada tanto en los aspectos oscuros como de la luz de su psique.
El segundo aspecto de las antiguas costumbres del tabú, a saber, la separación de la mujer del grupo, también tiene su significado psicológico. Su separación era un intento para controlar el efecto demoníaco que su condición tenía sobre los hombres. Debemos recordar que el viejo tabú afirmaba que durante su período la presencia de la mujer quitaba valor a los hombres, destruía la virtud del puñal de guerra y hacía que las flechas se desviasen volviéndose inútiles contra el enemigo. Visto de una forma menos concreta, significa que el hombre, bajo la tentación del instinto elevado, no podía mantener su intención de cazar o luchar. Su voluntad se escapaba, ya que sólo le quedaba un poco de energía bajo su control, quedando esclavo de su instinto. Este aspecto de la naturaleza rítmica de la mujer está hoy en día enmascarado. Los hombres civilizados tienen mucho más control sobre sus propias acciones y sobre su energía que sus primitivos antepasados. Pero el viejo problema aún existe aunque ya no se proyecta en las condiciones físicas de la mujer. Ahora es psicológico. Porque todavía a veces algunas mujeres funcionan poco más o menos como los seres femeninos de la naturaleza, en quienes el instinto, el sexo, funciona sin mediación de las cualidades humanas: amor, verdad, escrúpulo. Sin duda estas mujeres son crueles, sin escrúpulos, no porque sean viciosas o depravadas sino porque no han alcanzado todavía la conciencia humana. Hablaremos después del trabajo sobre esta fase del instinto femenino. Es una fase que todas las mujeres experimentan en mayor o menor grado durante el ciclo rítmico de sus vidas instintivas.
Porque la vida consciente de la mujer, con su rutina diaria y sus acontecimientos más importantes, se vive, como antes, sobre un patrón fundamental de cambio rítmico determinado por su cualidad lunática; sus reacciones ante los problemas y acontecimientos de la vida dependen de un modo que pocas mujeres saben de las fases de su instinto rítmico interior. En los países Occidentales, la mujer moderna, en su mayor parte, no presta atención a los cambios de humor de su naturaleza e intenta vivir como si no estuviese profundamente afectada por sus fases. Por tanto está en su poder prescindir del ritmo fundamental de su ser, o si ella es una persona consciente, puede intentar deliberadamente llevar su vida y actividades en armonía con él. No se trata de frenar un exceso de actividades durante sus períodos, no, es sólo cuestión de arreglar su vida de modo que no tenga problemas emocionales difíciles cuando está física y psicológicamente menos capacitada para manejarlos. Hay otro problema en todo esto que concierne las más amplias decisiones del destino y la propia determinación.
Es muy importante señalar que por fase-lunar no se pretende mencionar los cambios en el planeta lunar, tampoco nos referimos a los cambios en el ciclo sexual de la mujer, aunque este ritmo biológico esté de un modo extraño relacionado con el ritmo psicológico que es el auténtico significado del ciclo lunar de la mujer. La relación entre los acontecimientos en estos dos campos es tan próxima, tan íntima, que en el estado actual de nuestro conocimiento científico es casi imposible decir de muchas experiencias emocionales qué parte es biológica y cuál psicológica, y por tanto cuál es la causa y cuál el efecto. Siendo así, debemos mantener una actitud atenta ante este problema y contentarnos observando «las cosas como son» dejando su explicación para el futuro. De modo que en la cuestión de la fase-lunar de la luna ciertas condiciones rítmicas psicológicas y sucesos ocurren en su experiencia y también en su compenetración física. Está sujeta a una ley rítmica pero no podemos decir que estas dos cosas sean necesariamente correlativas, se necesita evidenciar si una u otra son ciertas. Por esta razón las siguientes ilustraciones son más o menos de tanteo.
En la vida emotiva parece que la capacidad de la mujer para responder a las oportunidades que le brinda la vida dependen ampliamente de su fase-lunar y esto también es cierto en otros campos. Si el momento de la luna es favorable su amor puede crecer y responder al hombre que le atrae, pero si resulta que está en un momento desfavorable permanece fría y sin interés, aunque quisiera responder.
Recuerdo haber oído la historia de un fracasado asunto amoroso que parece ser se malogró debido a este factor incontrolable. Un hombre y una mujer se encontraron y se sintieron muy atraídos. Las circunstancias los reunieron por una semana en dos ocasiones. Después cada uno volvió a sus casas en diferentes ciudades, quedando para verse de nuevo, ya que los negocios de él le llevaban de vez en cuando a la ciudad de ella. A partir de entonces, sin embargo, el destino estuvo en contra suya, ya que cada vez que él iba a verla ella estaba en la fase-alejada y la incipiente relación se desvaneció gradualmente. Este desenlace puede llamarse mala suerte, o podría tomarse más en serio. Si sus cambios rítmicos fuesen aceptados por la mujer como inherentes a la naturaleza de las cosas, podría decir como los antiguos que la diosa Ishtar, la luna, había ido al país Sin-Retorno, así que los hombres y mujeres no podían amar, sólo podían esperar a que regresase.
Este rítmico ir y venir de energía puede funcionar del mismo modo en otros campos. Por ejemplo, la vida puede presentarla por fin a una mujer una oportunidad de un trabajo o una aventura espiritual ha estado espetando mucho tiempo. Si la luna es favorable, puede lomar un escalón que la llevará a una vida libre con mayores oportunidades, pero si la luna no es favorable puede ver como se escapa lo que tanto había esperado y ser incapaz de hacer nada para evitarlo. En tales casos parece como si su propia naturaleza estuviese en contra suya, frustrando sus mejores esperanzas. Por algo los antiguos hablaban de la luna como la diosa del destino. El ciclo lunar indudablemente aparece como determinante del destino de la mujer y en asuntos de, amor, también del hombre. La comprensión de este aspecto de su destino hace más difícil la sumisión al ciclo lunar. Requiere un acto de lealtad más profundo de lo que parecía al principio, si una mujer quiere vivir su vida en armonía con el ritmo de su naturaleza.
Aún así, cuando reconoce que el todo-poderoso destino no esta manejado por algún poder exterior, por una inaccesible deidad de la luna, sino que es la expresión de la naturaleza esencial de su propio ser, lo sentirá de un modo muy diferente. Pues la vida rítmica dentro de ella es determinante de su propia vida, mientras que sus deseos e impulsos conscientes no tienen porque coincidir necesariamente con sus necesidades más profundas. No hay ser humano lo bastante sabio como para saber por su experiencia pasada qué curso tomará su vida en el futuro. Si puede mirar hacia atrás y juzgar su pasado con justicia del presente, es más sabio de lo normal, pero ¿cómo puede esperar incluir también el futuro? Una parte no puede comprender el todo. Conscientemente sólo puede mirar hacia adelante en completa ceguera respecto el futuro. Pero seguramente su futuro está determinado por su propia naturaleza auténtica. Si conociese esta naturaleza, podría confiarse a ella, dejándola trabajar sola certeramente hacia su fin inevitable. El único problema es que no sabemos, e intentamos arreglar los fallos de nuestro conocimiento por nuestros designios y deseos conscientes. Pero para la mujer, en todo momento, la «diosa luna», esto es el principio femenino en su interior, juega su parte y generalmente tiene las cartas de triunfo.
El sueño que tuvo una mujer moderna puede ilustrar este punto mejor que lo que puedo explicarles. Soñó que se representaba un drama con un escenario o fondo que simbolizaba «las Fases de la Luna» o «las Fases de la Diosa»; ambos términos se usaron en el sueño. Dibujó el cuadro adjunto (figura 18) para mostrar lo que vio en el escenario del sueño. Asociaba la obra con el drama de la vida, representando los sucesos externos, nacimiento, matrimonio, muerte, trabajo y relación social. Todos estos acontecimientos se representaban en el escenario a la vista. Detrás de ellos, esto es, en un nivel psicológico más profundo, tenía lugar el drama de los dioses. Este drama, estaba representado por las fases de la luna. En este dibujo vemos las diosas, o mejor, las diferentes fases de una de las diosas, cada una en relación con un cuarto de la luna. Todas sostienen la cruz ansada, un símbolo de la vida eterna. Cada figura lleva un vestido de pescado, que es el vestido de su instinto, haciéndole una sirena o pescado, habitante del mar, el inconsciente. Los peces eran sagrados para Atargatis, la diosa luna de Askalón, y ambas, Atargatis y Derketo, una forma de Ishtar, eran representadas a veces con colas de pescado. Posiblemente esta representación de la diosa significa la inconsciencia del instinto femenino. Ya que el pez es de sangre fría, lejos del ser humano, actúa de acuerdo con las leyes de su propia naturaleza completamente sin escrúpulos. El cumplimiento de su instinto es lo único que cuenta; incluso los efectos de sus acciones no son reconocidos como tales. Por tanto, cuando se adoraba la diosa como medio-pez se veneraba este aspecto ciego de la ley natural; no a una ley intelectualmente reconocida y respetada por un acto consciente de voluntad sino la ley que se mueve invisible en las aguas profundas del inconsciente, que sólo puede ser seguida por una devoción ciega. Para nosotros con nuestro punto de vista Occidental seguir estas leyes desconocidas nos parece totalmente absurdo, bastante profano, pero para los antiguos un servicio de esta característica era muy meritorio. Naturalmente no tomaban esta actitud de ciega veneración como guía en su conducta diaria, sino sólo como un acto religioso de sacrificio que se realizaba quizás sólo una vez en la vida o en algunos casos como ritual al que se recurría de vez en cuando.
En este dibujo el vestido de pez cubre el cuerpo de la mujer por la mitad o tres cuartas partes, según la fase de la luna a que se refiera. En la luna llena sale completamente de su vestido de escamas, es la mujer brillante o «luz», completamente descubierta, totalmente humana. Debe suponerse que durante el período oscuro de la luna debe ser completamente pez, estando totalmente bajo el dominio del instinto. En el dibujo la luna oscura, la mujer oscura, está detrás de la Diosa Sol, Sekhet, Diosa de Vida. Pero esta fase no se muestra del todo, ya que esta fase de la mujer es tabú; no es humana, es demoníaca; no se debe hablar de ella, ni puede vivir a la luz del día. Pertenece a la esfera de los misterios de la mujer. Para un hombre, mirar a una mujer es entonces «enfermedad y muerte».
El aspecto demoníaco, inhumano de la mujer puede traducirse en términos de experiencia diaria como sigue: Si una mujer actúa, en cualquier situación, solamente como hembra, yin, rehusando expresarse con las consideraciones humanas que podrían moderar su efecto yin, retiene al hombre por su instinto. Entonces está preparado para que le tiendan una trampa que lo deje sin apoyo. Esta situación se ha descritos menudo en novelas y obras donde una mujer usa su poder sobre el hombre para inducirlo por medio de su atractivo sexual a quedarse con ella cuando su honor o deber le obligan a irse. La historia típica es que debe reunirse con su regimiento. Cuando va a despedirse, ella lo engatusa para que se quede o es tan seductora que él olvida su obligación y el ejercito parte sin él. Todas las mujeres leales censuran a la mujer que actúa de este modo, incluso más que los hombres. Ellas saben que una acción semejante goza de una ventaja injusta sobre la vulnerabilidad del hombre.
La mujer que verdaderamente ama al hombre se siente en la obligación no de tentarlo por su hechizo femenino, sino de salvaguardar su honor. En las circunstancias arriba mencionadas, incluso esconderá sus atractivos, se ocultará, para que por su propia disciplina él quede libre para seguir también el camino de la disciplina. A veces la mujer no es consciente del poder de esta cualidad en ella, este femenino, este yin. En este caso un efecto desastroso de este tipo puede llegar a ocurrir mientras que ella permanece ignorante de la parte que ha jugado en la situación negativa de su enamorado. Otras mujeres son totalmente conscientes de este poder sobre los hombres y lo usan sin escrúpulos para su ventaja personal. Tales mujeres parecen ofrecer al hombre amor y comprensión cuando en realidad sólo le están dando las riendas para su propio deseo de poder. Si tales mujeres se detuvieran a averiguar sus propios motivos podrían ver fácilmente que su placer consiste principalmente en la satisfacción de su vanidad, alimentada por la adulación de él, y en el sentimiento de importancia que obtiene con su infatuación.
Una mujer más consciente, más evolucionada, conoce este peligro, y se guarda escrupulosamente de causar un efecto tan desastroso. Porque sólo a través de una disciplina de no ansiedad puede quedar salvaguardado el amor y la relación psicológica entre un hombre y una mujer. Una mujer así hace consciente y voluntariamente lo que las primitivas querían realizar por sus tabús de la menstruación. Ya que también puede decirse que una mujer que permite a su naturaleza yin actuar de un modo desenfrenado está en una situación peligrosa y debería ser apartada. Es una amenaza pública. Los Hindúes, cuyos dichos alegóricos están entre las relaciones primitivas y nuestras abstracciones psicológicas occidentales, eran conscientes del peligro del aspecto oscuro de la naturaleza de la mujer. En el Satapatha Brahamana se dice que cuando la luna está oscura viene a la tierra y espera en el lugar del sacrificio. Durante este tiempo los hombres deben ayunar. Ya que padecer de este poder y no hacerle caso requiere una auto-disciplina, un sacrificio de los deseos egoístas, un sacrificio del autoerotismo. Por parte del hombre, del deseo erótico que pide satisfacción cuando despierta la sexualidad y por parte de la mujer el sacrificio de su amor propio que siempre busca poseer al hombre y que puede ser tan fácilmente adulado por la facilidad de su conquista. El ego toma como propio lo que sucede por el poder de la luna. Sin embargo, esta atracción entre un hombre y una mujer es un efecto inhumano. Si se confunde con el amor humano sólo puede causar desgracia y desastre. Los antiguos dejaron en sus inscripciones que los hombres deberían ayunar cuando la luna viene a la tierra, y para las mujeres eran prescritos rituales más elaborados, por medio de los cuales se daba a los dioses lo que les pertenecía separándolo por tanto de lo que pertenecía a los seres humanos.
La mujer que tuvo este sueño no sabía estas cosas. El mensaje de un sueño así sólo puede sentirse en el momento, pero poco a poco la vida revela su significado. Estos significados no son visiones, imaginaciones irreales, son realidades percibidas intuitivamente, que condicionan el funcionamiento inconsciente de la mujer. Pero podemos ir un poco más lejos que esto, ya que el dibujo toma la forma de un mito impersonal, que corresponde a los mitos de la Diosa Luna, semejantes a los que se han encontrado en tiempos antiguos y entre la gente primitiva. Es, podríamos decir, un mito moderno, la expresión por una mujer moderna de hechos psicológicos que funcionan en las profundidades de todas las mujeres, expresiones del principio femenino, el Eros. Todas las mujeres en general, y también la mujer en particular, se basan en este principio, su experiencia de la vida está coloreada por sus cambios lunáticos.