De regreso después de un largo, largo intervalo… Espero puedan dispensarme. He estado muy ocupado en la práctica junguiana, es decir, viviendo anécdotas y experiencias vitales que han reclamado toda mi energía y atención. La materia prima es la vida y frente a ella la teoría, las lecturas y las escrituras, deben esperar. Más en mi caso, que no soy capaz de caminar y mascar chicle al mismo tiempo.
Han pasado muchas cosas en este tiempo de interés general. Entre ellas, que han fallecido tres junguianos ilustres, todos en octubre y por este orden: Mario Jacoby, Enrique Eskenazi y James Hillman. El malfario de los pájaros negros del 2011 se ha cebado también con esta vocación. Descansen en paz los tres, de regreso al Océano arquetípico. Un recuerdo especialmente cariñoso a Don Enrique, con quien este blog tendrá ya para siempre un deuda contraída, al albergar, a él gracias, algunos de los más enconados, interesantes y prolíficos debates que hemos tenido aquí hasta ahora. A James Hillman no me une ninguna relación directa, pero siempre lo sentí bastante cercano después de pasar en México una temporada aprendiendo y trabajando con uno de sus discípulos más directos.
Antes de abandonar este barco a su suerte había comenzado un artículo que, precisamente, alude directamente a los dos. Es un artículo sobre las psicologías de Giegerich y de Hillman, que abunda en la tenaz polémica abierta con Don Enrique y trata de ir más allá. Ahora que estoy de nuevo por aquí me he planteado si continuarlo o no, a tenor de lo ocurrido. Finalmente he decidido que sí. Publico hoy la introducción.
Un abrazo a todos. Gracias por seguir ahí.
Las sicigias Anima/Animus, Hillman/Giegerich
Prólogo
Empezaremos diciendo, con Yandell, que un junguiano es alguien que a la vez que persigue su propio sendero, encuentra útil la obra de Jung en relación a sí mismo. Ese propio sendero no se refiere a una vocación meramente profesional ni a un desarrollo solamente intelectual. La Psicología junguiana no es una rama académica, no es una «carrera», no es una disciplina técnica ni un marco teórico. Puede ser todo eso, claro que sí, pero siempre se trata de mucho más. La Psicología junguiana se autodefine a sí misma con su caro término individuación. Individuación es todo, porque es el vivir en sí: es ciencia y es arte, es pensamiento y es amor. Es lo objetivo y lo subjetivo. Es pensar y es actuar. Es política, es filosofía, es comer y respirar. Es matemáticas y es biología. Es la profesión, y es el ocio. Libros y fiestas. Errores y aciertos. Nacer y morir.
Habiendo dejado claro qué significa «sendero», redefinamos ahora a un junguiano como alguien que en su propio desarrollo vital, entendido en todos y cualquiera de sus aspectos, encuentra en las formulaciones junguianas sólidos referentes.
La literatura junguiana es el diario de un explorador. Es la descripción de paisajes por momentos demasiado exóticos a la razón, difícilmente inferibles, deducibles, desde una experiencia vital alejada de ellos. Incomprensibles, para un observador o estudioso que transite un camino diferente al que holló Jung. Por lo tanto, remarquemos que a un junguiano no le basta para serlo con leer los mapas que legó el suizo. Ni aún lo haya hecho con lupa, y una y otra vez. Tiene que ser, él a su vez, un viajero por ese mismo mundo. Si no es así, creerá saber de qué está hablando, cuando en realidad no tiene la menor idea. En lo mejor, sólo algo que resuena parecido como un lejano rumor. Se sentirá cercano y hasta cómplice de Jung, cuando en verdad vive atrapado en el espejismo de su proyección.
En cierta manera, esta problemática ya la contempló el psicoanálisis freudiano, al obligar a sus practicantes a atravesar un largo análisis ellos mismos antes de ocuparse de su clientela, tratando así de vivificar con la experiencia la inorgánica teoría. Pero lo freudiano se ocupa de cosas normales, de lugares comunes, de asuntos accesibles a todos (aunque para unos sean problemáticos y para otros no), y lo junguiano se abre, lo cual es su vocación desde el origen, hacia todo lo psíquico que está más allá. Es una psicología plenamente ocupada de lo paranormal. Un viento especialmente caprichoso que sopla cuando y donde quiere, imposible de convocar, de atrapar, dentro de una consulta. Aunque alarguemos el tratamiento por lustros. Y no sólo por esto: estos días se está haciendo universalmente famoso, gracias al cine, el sombrío escándalo de las relaciones del joven Jung con Sabina Spielrein. Sobre este tema, que trataremos con más amplitud en otro lugar, rescato al hilo ahora uno de sus más fascinantes significados: ya en los balbuceos del constructo junguiano la psique misma (¿qué si no?) dejó claro que los procesos más valiosos para la Psicología analítica serían aquellos que se dan en rebeldía contra los métodos preestablecidos, los que suceden más allá de los protocolos. Lo inconsciente es por definición el pelo en la sopa o, mejor, el elefante en la cacharrería, y una cacharrería es la consulta del obediente terapeuta, o el pulcro laboratorio del investigador.
Lo junguiano se cimenta sobre todo aquello que ha seguido siendo por generaciones ajeno al psicoanálisis, «la oscuridad ocultista», porque era un mundo completamente ajeno a Freud. Y se cimenta sobre una injerencia inconsciente que inaugura, digámoslo así, la técnica antipsicoanalítica, el antidiván, la antiacademia, que se revela como el legítimo modo de llegar hasta lo más profundo de él. La individuación, que es la única verdadera terapia, cura, lleva eones pasándose por el forro toda otra técnica que no sea el vivir intensamente todo lo que haya que vivir. Para bien y para mal, para salud o para enfermedad. Aunque suene enojosamente paradójico.
La genuina experiencia junguiana
Nada más empezar mi propia singladura por los mundos de la Psicología analítica cayó en mis manos una cita del analista Edward F. Edinger, la cual sigo considerando, décadas después, la más certera definición de lo que es el sendero junguiano, de lo que es la experiencia nuclear alrededor de la cual se articula todo el edificio de la Psicología analítica:
En el inconsciente existe un centro transpersonal de conciencia latente y de oscura intencionalidad. El descubrimientos de este centro, que Jung denominó Self, es como el encuentro con una inteligencia extraterrestre. Las enfermedades, los sucesos, el desarrollo de la vida y las coincidencias a partir de entonces son el medio a través del cual el Self se expresa. Ya no nos encontramos solos en el Cosmos y la Psique. Descubrimos al Ser Inmortal que hiere y que cura, que tira por tierra y que levanta, que hace lo pequeño y lo grande; en definitiva, al Uno que nos hace enteros
Acabo de cometer adrede la ridiculez de llamar a algo así «experiencia junguiana». Por supuesto que esto es un universal, un eterno, algo que no pertenece en exclusividad ni a Jung ni a los junguianos, de ninguna de las maneras. Pero quiero remarcar así que, si bien esta experiencia no tiene por qué convertirte en junguiano (gracias a Dios), sin esta experiencia es imposible empezar a entender algo tan básico para la Psicología analítica como es el arquetipo (y un par de nociones básicas y esenciales más).
De esa experiencia que acabo de traer a colación lo que se colige inmediatamente es que la libido arquetípica se comporta como el I Ching, o cualquier otro oráculo: se preocupa y ocupa del futuro, no del pasado. Empuja hacia adelante, no hacia atrás. Es pura teleología. La conciencia arquetípica, esa que parece extraterrestre, aparenta actuar con pleno entendimiento de cómo son las cosas ahora mismo, en el presente, y de cómo habrán de ser, proveyendo caminos, oportunidades y señales hacia el mañana. Lo arquetípico es en sí la vocación por el porvenir. Es el reino de la adivinación. ¿Qué ha pasado para que la mayor parte de la gente, sin embargo, haya acabado entendiendo lo arquetípico como nación de la memoria, como reino de los vestigios del pasado, como un asunto de momias relacionado por sobre todo con la arqueología? Jung ayudó mucho a que todo esto pasara, porque el aspecto arqueológico del arquetipo (que es real, que es cierto) tiene cabida en el paradigma académico, y el aspecto viviente, actuante y oracular, ninguna. Así que hizo hincapié demasiado a menudo en lo primero. El propio nombre usado quiere conscientemente albergar esta oportuna ambigüedad: el prefijo αρχη-, arjé-, en arquetipo, suena antes que nada relativo a lo arcaico, como origen en sentido temporal, y sólo después relacionado con origen en sentido ontológico (como el eidos de Platón). Un junguiano, de acuerdo a la experiencia primordial, debe tener claro que es lo segundo lo que categoriza correctamente la idiosincrasia de un arquertipo, y que lo primero llega en realidad después, complementando lo anterior con el atributo de una universalidad que se extiende por lo espacial y lo temporal (lo ubicuo y eterno). Si nos empeñamos en hablar demasiado de los arquetipos como herencias del pasado, entonces, congruentemente, deberíamos decir de asuntos como el sexo que eso mismo son.
Es enojoso comprobar una y otra vez como muchos, por otro lado brillantes, intelectuales, fuera del círculo de esta psicología, malinterpretan el concepto de arquetipo (piénsese en un Wilber, por ejemplo). Es triste ver cómo la fama de lo arquetípico, y con ella la de Jung y lo junguiano, se extiende por doquier, sólo para esparcir por todos los rincones ideas erróneas sobre todo ello. Pero más chocante es aún si todo eso ocurre dentro del propio círculo de la Psicología analítica.
Por otro lado, señalemos que, curiosamente, Edinger no hace alusiones ni a los sueños ni a la imaginación. No se preocupa de ningún hecho, vamos a llamarlo, interior, subjetivo. Es más: parece hablar de cosas que poco tienen que ver con la psicología, que entendemos comúnmente como la ciencia que se ocupa de lo que está encapsulado en el interior de los individuos, como el cerebro lo está dentro del cráneo. Enfermedades, accidentes, coincidencias… Todo eso ocurre ahí afuera, en el mundo exterior. No, no es justo. Edinger debería haber incluido alguna reseña al mundo interior. Pero tampoco es justo lo que hace desde hace rato un nutrido grupo de junguianos: desentenderse de todo lo objetivo hacia lo que se extiende también lo arquetípico con firme determinación. Desentenderse de lo psicoide, lo cual es la piedra angular desde la que la Psicología analítica puede y debe intervenir en la Física, en la Biología, en las ciencias «duras» de nuestro paradigma actual. Si tenemos en cuenta que una sincronicidad (lo cual es un hecho bastante «duro») aporta a la individuación tanto como un gran sueño, y más que una serie completa de sueños menores, y si tenemos en cuenta, como Edinger y Jung tenían claro, que lo que nos sucede en la vida, ahí afuera, informa tanto, o más, de lo inconsciente como lo que pasa en nuestro interior, empecinarse en psicologías demasiado centradas en lo subjetivo, lo imaginal, lo onírico, lo interior, resulta una torpe parcialidad. Demorarse demasiado en la fantasía, en las formas plásticas del lenguaje interior y en los sentimientos personales concomitantes, en detrimento de la hermenéutica, del pensamiento, del significado, puede estrechar demasiado el camino desde lo personal a lo universal, lo cual es la esencia de la Psicología analítica, y el tránsito desde el arte a la filosofía, la cual siempre implica una epifanía más completa del arquetipo, una simbiosis más efectiva, viviente y actuante, de lo inconsciente y la conciencia (un patrón de conducta tiene que ser vivido, realizado, no sólo contemplado, adorado). Tengamos presente que, si bien los motivos míticos universales no son, desde luego, infrecuentes en la fantasía, si el estrato colectivo apareciera en ella de un modo tan común y evidente como sí lo hace el estrato personal y trivial, hace mucho que todos los analistas freudianos se habrían reconvertido a junguianos. Es más: la fantasía es, incluso plena de símbolos mitológicos, algo muy personal, incluso aislante. Tomada cruda, tal cual, difícilmente encontrará el camino hacia los grandes mundos exterior e interior. Sin la alqumia del analizar, del pensar, difícilmente conectará con la esencia colectiva del arquetipo, eso que quiere sacar al individuo de su burbuja e integrarlo en un organismo mayor, en pro de ese Uno que asimile el afuera y el adentro y a los demás con uno mismo. Como hacer arte, enamorarse, soñar y meditar, hacer filosofía, ciencia, sociología y política también son estadios inapelables en el proceso de individuación, aunque sean sólo de camino hacia el fin último: el torreón del sabio ermitaño.
No basta con pintar, revivir y dramatizar las fantasías. Hay que pensar e interpretarlas. En la dirección del pensamiento, de lo impersonal y lo objetivo, la individuación actúa tratando de socavar desde los cimientos nuestras actuales creencias alrededor de la biología, la física y las matemáticas. Tratando de provocar activamente la renovación de la cultura. Detenida en la contemplación de las fantasías puede sentirse bastante satisfecha, pero no pasará nunca de ser una satisfacción estrecha, demasiado afectada de narcisismo, autoerótica.
El siguiente artículo tratará de cómo el primer «cisma» junguiano, el «pensamiento junguiano de segunda ola», la Psicología arquetipal de James Hillman, comete el error de priorizar la fantasía, el arte y lo subjetivo en menoscabo del pensamiento, la ciencia y lo colectivo, y de cómo el segundo «cisma» junguiano, el «pensamiento junguiano de tercera ola», el ideario de Wolfgang Giegerich, se hace consciente de estas carencias, trata de rectificarlas, pero se empantana en las suyas propias, al no comprender qué es realmente y cómo funciona un arquetipo. Expondremos a la vez un hecho fascinante: que la psicología arquetipal se construye sobre un pensamiento que niega al Self por estar poseído por el anima, lo que Giegerich trata de compensar esgrimiendo un pensamiento poseído por el animus, que sigue sin incluir, propiamente, al Self. Los dos «cismas» forman una perfecta sicigia, necesitando ambos, en su parcialidad, corregirse mutuamente, complementándose. En este dibujo arquetípico se prefigura el tertium non datur, el correspondiente Tao, como el retorno del Self, de Dios, al ámbito de la Psicología analítica, lo que significa en la práctica una necesaria restauración, una revalidación, del pensamiento junguiano originario.
Juan manuel dice
Que alegría tenerte de nuevo en el ruedo con tu exuberante prosa, siempre sembrando de luz a este ignorante en lo que a mi concierne. Si no fuera por estos detalles arquetípicos de sabio, los perdidos en el mundo se nos haría mas difícil poner algo de orden. Todavía no me he recuperado del 11/11/11 por tanto bajo mi punto de vista personal la visión Edinger sigue estando presente.
Lo que esta claro que la multidimensionalidad de un Ser Humano es como un gran puzzle mandalico y cada artista del mundo jungiano se especializa en un área esparciendo sus conocimientos al resto de piezas, a veces encaja, otras no, además de ser algo vivo que evoluciona y muta, pero como en casi todo no es mas que la opinión de un aficionado.
Pero a lo importante, el Self es un extraterrestre peligroso, por eso mi palabra favorita es «Rendirse» e intentar entender y seguir sus indicaciones. Don Self Corleone si te despistas te mete la cabeza de un caballo entre las sabanas
Un saludo Raúl
Juan Manuel
* Por otro lado siento mucho la muerte de Enrique, desconocía la noticia, mi mas sentido pésame a la Familia, .. y como no amigos.
Raúl Ortega dice
… O lo que es lo mismo, cada uno en su casa y Dios en la de todos… Eso es muy de arquetipales: para gustos, colores. Yo hoy y a esta hora abogo por los matemáticos, que son los más grandes monoteístas y monotemáticos: o comemos todos sopa, o ninguno come ná.
El «peine» de octubre… Parece que pasó y no alborotó mucho las pelambreras ¿no?
Un saludo JM, ahí al pie del cañón. Gracias hombre.
José Antonio dice
Hola Raúl:
¡Cuánto tiempo! Bueno, así es la Vida, en efecto, nos reclama la totalidad de nuestro ser. Pero, aquí estás de nuevo, con una magnífica reflexión.
Cuando escribí mi ensayo novelado, La Hermandad de los Iniciados, tuve varios sueños acerca del significado de esta obra vivida por mí, desde la primera hasta al última página. Uno de esos sueños, que me sobrevino después de su publicación, y poco antes de que revisase la edición digital, aparecíamos varias personas siguiendo el legado de Jung. Él había excavado en una roca, accediendo a una húmeda cueva primitiva, en donde tenía contacto con la divinidad, la cual escuchaba. El resto de los que estábamos en el sueño, habíamos seguido sus pasos y nos comunicábamos con la divinidad a nuestra manera particular (yo, me comunicaba con Él por intermediación de una de sus hierofanías más conocidas, el Gran Árbol).
Tras este sueño, vinieron otros, pero considero que este muestra con claridad suficiente y meridiana lo que significa la individuación, así como la hermandad de aquellos que seguimos el legado de Jung.
Me resultó sorprendente, por cierto, que hace poco, nuestro caro Ángel Almazán, un profundo conocedor de la obra de Jung, afirmara que había llegado a la conclusión de que, el arquetipo del anima, le había servido a Jung como pretexto para sus devaneos e infidelidades. Uff! Me dije entonces, este hombre no parece conocer lo que supone vivir el arquetipo del puer aeternus y su vinculación con lo Femenino, el anima, en sus dos manifestaciones: la rubia y la morena. Y, entonces, al igual que a ti te sucedió con nuestro caro y «llorado» Enrique Esquenazi, me di cuenta de que esos territorios no los habían hollado. Pues, quien tiene experiencia directa en su vida del arquetipo anima sabe muy bien a qué vivencias conmina y convoca.
Un abrazo
José A.
Raúl Ortega dice
Hola, Jose. ¿Cómo andamos?
Aquí estamos de regreso. De momento, claro…
Gran sueño, y, en efecto, totalmente al hilo del asunto.
Peliagudo tema nos trae don Ángel. Tiene razón, y nunca la tuvo Marcuse: convertir la sombra en ego y hasta en máscara es satánico. Justificar el mal es disolvente y destructivo. La sombra de Jung es tan impresentable como la de todos, y no debemos excusarla ni perdonarla. Pero quien no cae en la tentación y sigue la trampa del diablo, no escapa de lo colectivo y lo trivial. Sin los deslices de Jung no hay Libro Rojo que valga. Sí, esto es una paradoja de tomo y lomo… Hay que tener mucho arte para lidiar con el diablo lo preciso pringándose lo mínimo posible. Pero en eso consiste la cosa. A buen entendedor poca experiencia le debe bastar, así que cuando llega el momento de meterse en problemas, hay que examinar diez veces de que no haya un modo mejor, y, si no lo hay, correr y pasar lo más rápido que se pueda. La puntita nada más. El resto, que sea lo que Dios quiera…
Trataremos esto una y otra vez.
José Antonio dice
Claro, «justificar» la sombra como si fuese la cosa más normal del mundo es satánico. Pero, como comenté a alguien en facebook acerca de este tema, proyectar la propia sombra también es satánico. Neti, neti. Ni lo uno, ni lo otro. Bien conocemos la sombra de Jung, origen de su «Caída». Pero, como bien dices, sin esos «deslices» no hay Libro Rojo, ni viaje al Mundo Imaginal… Sí, muy bueno que traigas a colación el conflicto ético ineludible. El temor a Dios es la actitud del Sabio, pues Vocatus adque non vocatus, deus aderit.
Raúl Ortega dice
Esto es increíble… He echado un buen rato escribiendo esta respuesta y un mero golpe erróneo de teclado me lo ha mandado todo al garete. No hago más que regresar al blog y ya se me pone rebelde. En fin, escribiré un resumencito, no tengo ya tiempo de más:
-El proceso de proyectar la sombra, lo inconsciente, es algo natural, aunque provoque más incidentes que lo satánico. Es tan natural en su para bien (la transferencia que llamamos amor) como en su para mal (la transferencia que llamamos odio). El satanismo consiste, sin embargo, en crear un nuevo paradigma ético que se sitúe más allá del bien y del mal y que acabe haciendo del pecado la virtud. Es exactamente adorar un crucifijo invertido. Es lo que representa en la película «Un método peligroso» las disquisiciones de Otto Rank, en el papel estelar de sombra de Jung. No, mejor: en el papel estelar de Mefistófeles de Jung. Puede que el satanismo implícito en el más allá del bien y del mal convoque menos guerras que la proyección de la sombra, pero convoca algo que es para la psique humana más indigerible, más destructivo y disolvente, que la muerte y la ira: su desestructuración. Para muestra, la biografía de Nietzsche, o una de las consecuencias de sus elucubraciones, el nazismo, que sigue siendo una herida abierta en Europa no ya por la magnitud del dolor humano que provocó (lo que todo el mundo cree), sino porque es inasimilable para nosotros como especie el anti Dios de su nietzscheana subversión moral. Europa no se recupera del trauma nazi porque está aterrada de ella misma, de su mefistófelica personalidad subyacente.
-El mitema del descenso a los infiernos del héroe solemos entenderlo como un sacrificio, un noble sacrificio. El héroe solar como víctima. Pero echemos un vistazo al descenso a los infiernos en un mito heroico que es mucho mas profundo y completo que los demás: el Fausto. Ahí vemos que la entrada en el infierno significa sacrificio, sí, pero al mismo tiempo, implica que el héroe se convierta en demonio también. Sólo al darnos cuenta de este detalle podemos comprender por qué el mito de la manzana inaugura la cosmogénesis de nuestra cristiandad, o el homólogo mito prometeico la propia de lo heleno. Los más importantes mitos heroicos son fáusticos. En ellos, el logro heroico aparece contaminado de pecado. Un pecado que no lava la enorme talla del logro heroico. Un pecado que se arrastra, como una mancha indeleble, por eones. Es decir: ni el fin del Self justifica los medios. Pero, al mismo tiempo, sí. Esto nos coloca en una lamentable y frágil, por paradójica, posición moral: el buen héroe peca para conseguir la luz, pero trata de ocultarlo lo máximo posible. Se avergüenza honradamente de ello. El mago negro trata esto como hipocresía, se construye un más allá del bien y del mal, y hace de lo negro blanco.
-Una vez que sabemos de qué va la cosa, y tenemos claro que la Piedra está en el estiércol, y ese estiércol es mierda de la de verdad, hay que saber emplear trucos para mancharse lo mínimo posible. Por ejemplo, si uno sabe que cuanto más grande sea su máscara, más grande será el pecado sombrío que la destruya, tratará de enmascararse lo menos que pueda. Si uno sabe que el trío edípico, el triángulo adúltero, es uno de los arquetipos fáusticos, heroicos, más potentes y universales, procura caer en el vértice de Sabina (el vértice «Hija-Amante») o en el de Emma Jung (el vértice «Madre-Esposa vejada»), no en el de Jung (el vértice «Padre-Marido infiel»). Sabina es una rompe matrimonios y una golfa como la que más, pero sus máculas pasan desapercibidas al lado de las de Jung. Pues eso: una vez que sabemos que vamos a tener que seguir al demonio en algún punto, que lo primero que integremos sea su perspicacia y astucia mercurial. Sin la cual, al mínimo pacto con él nos saca los higadillos…
José Antonio dice
Querido frater Raúl:
Parece que te crecen los enananos, no más regresas a escribir en el blog. Jejeje. Bueno, cosas que pasan…
Muy buena exposición de lo que representa el trabajo con la Sombra, en última instancia, con el Mal. En efecto, como bien apuntas, cuando el héroe se aventura a entrar en la «boca del lobo», por momentos se convierte él mismo en lobo. Mircea Eliade nos ha mostrado cómo ese tema aparece, no sólo en el mito de Fausto, sino en muchos otros: no hay más que leer su Muerte y Renacimiento.
Por otro lado, ayer, cuando escribí el comentario en tu blog, lo hice muy rápido y casi sin dar mayores explicaciones (estaba inmerso en la lectura de la última biografía publicada de la vida de C. G. Jung), por lo que te agradezco que hayas explicado el mito mefistofélico, luciferino, que supone la andadura jungiana.
Cuando ayer me refería a lo satánico de la proyección de la sombra (que, como afirmas tú, es algo que se produce de forma «espontánea», pues parece ser el modo en que el individuo puede llegar a conocer sus oscuridades (o sea, su inconsciente)), no lo hacía apuntando a esto, que resulta más bien obvio. Como digo, error mío por no explicarlo. A lo que me refería es a un fenómeno un tanto distinto. A la proyección de la Sombra en la propia sangre, en la propia tradición, si quieres. Que el cristiano, pongamos por caso, proyecte su sombra en el musulmán, por ejemplo, es algo hasta cierto punto comprensible, porque su propia oscuridad la traslada al extraño, al extranjero, al desconocido. Ahora bien, cuando esa proyección tiene lugar en su propia tradición, o sea, cuando el cristiano proyecta su sombra sobre el cristianismo, entonces la cosa se convierte en patológica. Es como si un miembro de la familia se enemistara con todos sus familiares, proyectando su sombra en la de sus hermanos y amigos. Esto también es una inversión. Y esto, por desgracia, está demasiado extendido.
Me venía riendo, al leer tu comentario, porque hace una semana, más o menos, había estado escribiendo sobre lo que tú resumes aquí, cuando trataba el mito prometeico que aparece en la película Avatar (sí, sigo escribiendo ese libro). Hago un paréntesis, y te pregunto si podrías escribir un capítulo introductorio, semejante al prólogo que hiciste para mi artítulo de Avatar. Podrías, por ejemplo, utilizar como base ese prólogo y ampliarlo (es una idea).
Volviendo al tema de la integración de la Sombra, desde luego, hay que tener mucho cuidado con lo que tú señalas muy bien, esto es, con el ponerse en la posición Nietzschiana del Más Allá del Bien y del Mal, considerando que, como todos tenemos mierda, y como la mierda está por doquier, es una hipocresía admitirla como tal y luchar contra ella (Otto Rank, en la película un Método Peligroso, justo). Claro, ya vemos cuál es el destino que aguarda a aquél que queda atrapado en eso.
Me ha resultado muy interesante que hayas traído a colación los ejemplos del Mago Negro y del Mago Blanco, que yo mismo utilicé en el último capítulo del libro La Hermandad de los Iniciados, para señalar precisamente esto que tú dices. Naturalmente que la moral, que por cierto la encuentra también el héroe como una estructura de valores en su propio interior, paradójicamente, le hace avergonzarse por «haber caído en la tentación», aunque sepa que, también paradójicamente, eso es, precisamente, lo que le ha hecho encontrar la Lux Aeterna. El término fármaco, Phármakon, alude a la paradójica esencia de lo que estamos tratando aquí. Es un veneno y, a su vez, es un remedio. Provoca la enfermedad y, al mismo tiempo, su cura.
Con respecto a la perspicacia y astucia mercurial necesarias para tratar con la Sombra, a la que aludes, también en la tradición cristiana encontramos esa importante sabiduría: ser mansos como corderos, y astutos como serpientes. Gracias Raúl y, ahora, a continuar con la apasionante lectura en la que estoy inmerso.
Un abraxon
José
Raúl Ortega dice
Acabo de publicar el siguiente capítulo del artículo y ya estoy libre para responder comentarios. Como ya dije, me cuesta mucho andar y mascar chicle 🙂
Sí, la Sombra en la propia sangre: el Betis y el Sevilla, los merengues y los colchoneros, los clásicos y los arquetipales, los «giegerichianos» y los arquetipales, el mucho menos conocido problema de Caín y Abel (es un chiste)… Pero, Jose, es que de eso precisamente se trata. Igual que el incesto, el deseo hacia la propia sangre, es la transferencia de amor más potente, el rechazo a la propia sangre es la transferencia de odio más grande. La clave del incesto es la atracción por el alma gemela, es decir, por el anima: nuestra pareja perfecta, justo la mujer ideal que necesitamos para complementarnos en el camino hacia el andrógino, está «dentro» de uno mismo. Hasta cierto punto al menos, es uno mismo. La expresión «gemela», en realidad, ya lo está diciendo todo. La clave del odio cainita es la misma: el mayor enemigo es uno mismo. ¡La sombra es nuestra propia silueta!, así que es bien sencillo proyactarla al prójimo más próximo. También avala este mecanismo la biología: son directos rivales aquellos que compiten por el mismo nicho ecológico. Un águila y un zorro tras del mismo conejo. Dos ciervos que pelean por la misma hembra, olvidando incluso que deberían unir sus fuerzas contra los lobos. La sombra y la máscara compiten por expresarse a través del mismo hábitat: la misma conciencia, el mismo individuo. Cómo no habría de preocuparse Jekyll por Hyde antes que por ningún otro rival, a pesar de lo competitivo que es el mundo de las becas para la investigación (más chistes)…
Estos procesos son grandiosos. Madurar y cogerles el pulso significa desproyectar todo lo posible, devolver las cosas a su verdadero sitio. En el amor eso significa no idealizar ni querer cambiar a nadie, mientras uno comprende que un inmenso trabajo con el anima, con la pareja y con el alma, le reclama. En el odio significa poner la otra mejilla al compañero, al amigo, al hermano, comprender lo que une más que lo que separa, afianzar los puntos comunes. Unir a todos los ciervos contra los lobos, para la buena batalla. Mientras por dentro uno trata de aplicarse aquello del «dame valor para cambiar lo que se puede cambiar, serenidad para…»
Estoy contigo: es una pena que alguien se ensañe contra un compañero por algo que quizás no haya trabajado dentro de él mismo. Cuando uno descubre que hay males que tienen un muy difícil arreglo, para uno mismo o para cualquiera, la crítica y la autocrítica se hacen desde una postura menos enérgica y más resignada.
José Antonio dice
Perdón, en mi comentario hay un par de erratas:
1.Donde dice: «es una hipocresía admitirla como tal» debería decir «es una hipocresía NO admitirla como tal»…
2.La última alusión a la Biblia, el animal no es el cordero, sino la paloma. Aunque se entiende el sentido de la frase.
Christian Bronstein dice
Muy interesante artículo, Antonio. Esperando la segunda parte de la exposición.
Saludos!
Raúl Ortega dice
Gracias, Federico 😉
Un abrazo
Christian Bronstein dice
Federico?… realmente me llamo Christian xD
Raúl Ortega dice
Ya lo sé, hombre. Es un chiste. Fíjate que en tu post anterior me llamaste Antonio 🙂
Christian Bronstein dice
jajajaja XD de dónde saqué Antonio??
Raúl Ortega dice
Un lapsus siempre es una excusa de análisis, jaja
Juan Mi dice
El malévolo plan «B» del Dios_Self se sustentaba, a saber : En el hipotético caso de rechazar Adán_animus el comerse la manzana bajo los encantos de la numinosa Eva_sabina auspiciada por la serpiente_deseo, en colmarlos de felicitaciones_halagos por seguir sus indicación sobre el sutil anzuelo llamado árbol_manzana. En ese caso el pecado original no hubiera girado en torno al sentimiento de culpa, si no al «Orgullo» o visión de auto_estima errónea.
Esto es así por que la «Mascara» siempre es de hierro, dicese se sustenta en la siempre benevolente imagen de uno mismo, esta mascara tiene su propio metabolismo que le permite sobrevivir y engrandecerse. Ella pivota entre el sentimiento natural de culpa en caso de verse afectada, y como no el otro extremo llamado orgullo que la reafirma. A partir de estas simples premisas aparece la «Sombra» y sus acciones, las proyecciones en el prójimo, que como efectos entran en la dinámica del llamado Bien_Mal.
El Mal, el verdadero Mal sin duda alguna,… es el «Sistema» que provoca tanto la caída como sus efectos perniciosos. Dios_Self ha montado un sistema que desembocara en atrocidades. Pero ete tu aquí que es mas fácil señalar_apuntar con el dedo a los efectos perniciosos, que al «Sistema». Pero el rollito del Bien_Mal al Dios_Self se le va acabar, en cuanto el individuo caiga en la cuenta que esta bajo las fauces de un sistema, y que el carece de libre albedrío pues es un autómata divino totalmente condicionado, su única respuesta condicionada a este conocimiento fruto de la ardua investigación solo puede llevar a la interrogación desde la humildad.
Cual será mi próxima reacción autómata ante un desafió, y que efectos perniciosos o benevolentes provocaran ?.
Este cuestionamiento sincero acaba con la mascara, de rebote con la prima del riesgo «La Sombra»,…. las proyecciones, el sentimiento de culpa, el orgullo, el Bien y el Mal. Que le pidan cuenta al sistema. Por supuesto esto no es un dogma ni una postura_perspectiva intelectual, es como la ley de la gravedad, de la conclusión por su propio peso del conocimiento en vivo_online, le llaman comprensión. Donde la individuación no es mas que otro proceso condicionado que lo único que requiere es un autómata adecuado.
Que siga la función es de lo que se trata….., sin la misma no habria la película de accion del «Director Dios_Self».
Juan Manuel
Raúl Ortega dice
Lo planteas como lo hacía Freud al principio: la moral es un asunto de la máscara, viene del sistema, o sea, de afuera, y el individuo es la víctima, como el pájaro libre cazado y metido en una jaula. La máscara tiene mucho que ver en esto, es verdad. El superego y todo eso… Pero el mismo Freud acabó comprendiendo que el «principio del placer» se encuentra, dentro de la misma psique, con su restricción y límite: la «pulsión de muerte». Los egos se limitan y se reprimen unos a otros. Si el arquetipo es un patrón de conducta, lo inmoral es todo aquello que se sale de esa norma. Piensa en esto…
Un abrazo
El showman Truman
Juan Mi dice
Lo del pájaro enjaulado Raúl aunque dramática metafóricamente hablando me parece muy acertado, en tanto lo que trato de discernir cual es el grado de responsabilidad, se quede dentro el individuo de los limites o los traspase, progrese o retroceda. Por supuesto dentro de una normalidad biológica exenta de cualquier patología, no conozco mayor trasgresor de los limites que un socio de la psico_patia, aunque imagino, no lo se,… que debe tener algún lóbulo vuelto al revés, o algo parecido.
Grado de responsabilidad majete.
El Trumantizado enmascarado
Raúl Ortega dice
El grado de responsabilidad es la suma del incremento de conciencia menos el valor de la «determinación determinista».
Lo primero se explica con el cuento chino del tío que pasa por un desfiladero y lo atracan, y se acuerda, para mal, de la genealogía de los ladrones (con razón). Si vuelve a pasar y le atracan, más bien se insulta a sí mismo.
Lo segundo es cuando el chino se da cuenta que el único camino entre A y B pasa por ese desfiladero, y que es mandato del destino que llegue a B.
Juan Mi dice
!Sip, entiendo, muy lucido….
Añadiría que el Trumantizado ante esa dualidad Conciencia_Destino,….advierte que el «Miedo» a los ladrones como algo ineludible es en si una proyección, lo que realmente se cuece es el miedo a insultarse.
Un lujazo tus cuentos.
Raúl Ortega dice
Pues sí. Tenerle miedo a los ladrones y crear cárceles para ellos es de sentido común, pero es el mundo, algo que no está en la mano de uno cambiar. Sólo puede uno adaptarse. Responsabilidad siempre alude, por esencia, a algo que está en la mano de uno. Adaptarse es más cómodo: es fluir. Es un acto más intuitivo, instintivo, improvisado. Responsabilidad suele implicar una muy desagradable elección reflexiva, y un trabajo normalmente más costoso, sea en forma de sacrificio o de acción.
Aunque mejor es decir esto: el ladrón allá con su conciencia, y el dinero se recupera. Pero los remordimientos se pegan a uno como una baba viscosa.
nan dice
Celebro tu regreso… interesantisimo artìculo…el cariño de siempre! Nancy
Raúl Ortega dice
Tú y yo nunca nos vamos ni regresamos. Siempre estamos.
Un abrazote
Jun Mi flow dice
Fluir – Juego atencional en el instante presente sin dispersión ni tensión, perfume de espontaneidad, se alejan las preocupaciones o resultados de cualquier acción, conservando la energía al estar libre de esfuerzo.
También conocida en la tierra de la Guadalupe como Impecabilidad.
X
Raúl Ortega dice
Equilicuá
Marcela dice
Siempre tan oportuno… Gracias Raúl…
Raúl Ortega dice
Hola, querida Marce. Parece que ha habido una convergencia entre los intereses que te atraen en este momento y mis rollos patateros ¿no?
Marcela dice
Así es… siempre una luz en momentos de duda… pero dicen que «el que busca encuentra» y yo aquí encuentro «mucho»… Un abrazo querido guía y Feliz 2012.
Raúl Ortega dice
Es un honor servir de rudo espejo de tu pulida sabiduría interior, Marcela. Feliz 2012 🙂
José A. dice
!Excelente artículo! Y contento de tu regreso
Me ha gustado mucho tu definición de junguiano como sendero. Encuentro la literatura junguiana difícil de comprender precisamente por ser uno de esos observadores que transitan un camino diferente al de Jung, y por ello sus paisajes me parecen “por momentos demasiado exóticos a la razón, defícilmente inferibles, deducibles”. Pero ante hechos como las sincronicidades, mi embarcación racionalista se bambolea y ya me siento como marinero en barquito de papel. Podría mirar hacia otro lado, y olvidarme del asunto, como bien dices una sincronicidad, es un hecho bastante “duro”, y lo irracional es obviarlo, mirar para otro lado, aunque personalmente no sé que hacer con ello.
Viví una de estas sincronicidades (o serie de ellas) durante el tiempo en que asistí, y participé, a un intenso debate en torno a los hijos de la luna, del sol, que se prolongó durante tres o cuatro post en este blog, y donde se utilizaron descalificativos tipo fauno, hadas, duendes, niños pequeños y demás, intentando despachar lo personal del campo psicológico. Como muchos de los presentes fueron partícipes en el enfrentamiento me gustaría relatarlo a modo de cuando se tiene un Gran Sueño.
Durante la refriega que tenía lugar en este espacio reinicié la lectura de una novela que había abandonado tiempo atrás. Me había comprado la novela simplemente porque la había visto como oferta de lanzamiento, tipo dos por una, en un videoclub. Quería recuperar quizás mi depauperada afición a la lectura, o quizás lo encontraba tan barato que quería añadir a mi maltrecha y abandonada biblioteca un par de ejemplares más, más por afán acumulador que por otra motivación. Eran dos novelas, y he de confesar que casi me decanto por la que era más pequeña, por ahorrarme líneas . Pero al final me decidí por El Palacio de la Luna, de Paul Auster, una novela cuyo protagonista es zarandeado por la sincronicidad, la cual lo lleva a descubrir su pasado y también su futuro. Fogg, el protagonista, inicia una relación laboral con Effing, un viejo ciego e inválido, con muy mal carácter (muy probablemente el guionista de Esencia de Mujer se haya inspirado en esta historia para escribir la suya, y crear al personaje interpretado por Al Pacino) Avancé cuatro o cinco páginas y me llegó la desidia, otras cosas que hacer, como en tantas otras ocasiones en que había intentado restaurar mi hábito literario…y la aparqué en la estantería. La retomé semanas después, precisamente cuando empezó todo el fregado de la Hija de la Luna, pero a pesar del título y de que la luna leit-motiv de la novela, no me había dado cuenta de nada, pero este darme cuenta llegó cuando el protagonista abrió una en un restaurante chino una galleta de la suerte que decía “El sol es el pasado, la tierra es el presente, la luna es el futuro” , fue como una campanada, divertida y curiosa.
La galleta de la suerte era de un restaurante chino, que se llamaba El palacio de la Luna.
El protagonista lo vió por primera vez (en realidad su letrero), mientras “Veía Broadway, una pequeñísima, diminuta, porción de Broadway, y lo extraordinario era que todo el pedazo que veía cuando estaba ocupado por un letrero de neón, una luminosa antorcha de letras rosas y azules que componían las palabras PALACIO DE LA LUNA. Reconocí el letrero del restaurante chino que había en la misma manzana, pero la fuerza con que me asaltaron aquellas palabras ahogó cualquier referencia o asociación práctica. Eran letras mágicas que colgaban en la oscuridad como un mensaje del cielo. PALACIO DE LA LUNA. Inmediatamente pensé en el tío Víctor y en su grupo (el grupo de música se llamaba los Hombres de la Luna), y en aquel primer momento irracional los temores dejaron de hacer presa en mí. Nunca había experimentado nada tan súbito y absoluto. Una habitación desnuda y mugrienta se había trasnformado en un lugar de espiritualidad, un punto de intersección de extraños presagios y sucesos misterioso y arbitrarios. Seguí mirando el letrero del Palacio de la luna y, poco a poco, comprendí que había venido al sitio adecuado, que este pequeño apartamento era exactamente donde debía vivir.”
El protagonista había experimentado una gran sincronicidad y yo vi que estaba leyendo precisamente la novela que tenía que leer en el momento que lo tenía que hacer.
Y entonces la cosa dejó de ser divertida y curiosa, sobre todo cuando leí -quizás en uno de los momentos más enfervorizados en torno a la luna y a sus hijos, en que estaba este blog, lo siguiente:
“Un hombre no puede saber dónde está en la tierra salvo en relación con la luna o con una estrella. Lo primero es la astronomía; luego vienen los mapas terrestres, que dependen de ella. Justo lo contrario de lo que uno esperaría. Si lo piensas mucho tiempo, acabas con el cerebro del revés. Existe un aquí sólo en relación con un allí, no al contrario. Hay esto sólo porque hay aquello; si no miramos arriba nunca sabremos qué hay abajo. Piénselo, muchacho. Nos encontramos a nosotros mismo únicamente mirando lo que no somos. No puedes poner los pies en la tierra hasta que no has tocado el cielo”
Y la sincronización de ambas lecturas llegó a su apogeo cuando el protagonista -Fogg- acude a un museo a contemplar por encargo de su jefe un cuadro titulado Luz de Luna, una obra que al principio le pareció decepcionante y en el que:
“Una luna llena perfectamente redonda ocupaba el centro del lienzo -el centro matemático exacto, me pareció- y este pálido disco blanco iluminaba todo lo que había por encima y por debajo de él: el cielo, un lago , un árbol grande con ramas como arañas y las montañas bajo el horizonte.
La pintura brillaba a través de las agrietadas capas de barniz que cubrían la superficie con una intensidad antinatural, y cuanto más se adentraba hacia el horizonte, más luminoso se volvía ese resplandor, como si allí fuera de día y las montañas estuvieran iluminadas por el sol. Una vez que noté esto, empecé a ver otras cosas raras en el cuadro. El cielo, por ejemplo, tenía una tonalidad fundamentalmente verdosa. Salpicando por los bordes amarillos de las nubes, se arremolinaba en torno al árbol grande en un denso torbellino de pinceladas, adquiriendo forma de espiral, un vórtice de materia celestial, en el espacio profundo. ¿cómo podía ser verde el cielo?, me pregunté. Era el mismo color del lago, y eso no era posible. Excepto en la negrura de la más negra de las noches, el cielo y la tierra son siempre diferentes. Blakelock era claramente un pintor demasiado diestro para no saber eso. Pero si no había intentado representar un paisaje real, ¿qué era lo que se había propuesto? Hice todo lo que pude para imaginármelo, ero el verde del cielo me lo impedía. Un cielo del mismo color que la tierra, una noche que parecía el día y todas las formas humanas empequeñecidas por la grandeza del paisaje, sombras ilegibles, simples ideogramas de vida. No quería hacer juicios simbólicos atrevidos, pero, basándome en la evidencia del cuadro, no parecía tener alternativa. A pesar de su pequeñez en relación con el entorno, los indios no revelaban ningún temor ni ansiedad. Estaban cómodamente sentados, en paz consigo mismos y con el mundo, y cuanto más pensaba en ello, más me parecía que esa serenidad dominaba el cuadro. Me pregunté si Blakelock no habría pintado el cielo verde para poner de relieve esa armonía, para mostrar la conexión entre el cielo y la tierra. Si los hombres pueden vivir cómodamente en su entorno, parecía decir, si pueden aprender a sentirse parte de las cosas que los rodean, entonces quizá la vida en la tierra estará imbuida de un sentimiento de santidad. Naturalmente, era sólo una suposición, pero se me ocurrió que Blakelock había pintado un idilio norteamericano, el mundo que los indios habían habitado hasta que apareció el hombre blanco para destruirlo. La placa que había en la pared decía que el cuadro había sido pintado en 1885. si la memoria no me fallaba, eso era justo a la mitad del período entre el Último Baluarte de Custer y la masacre de Wounded Knee; en otras palabras, al final, cuando ya era demasiado tarde para conservar la esperanza de que ninguna de estas cosas sobrevivieran. Tal ve, pensé, este cuadro quería representar lo que habíamos perdido. No era un paisaje, era un monumento, una canción fúnebre para un mundo desaparecido.”
Y también se habló en torno a la desesperación y me encontré con esto:
“Estoy hablando de libertad, Fogg. Una sensación de desesperación que se hace tan grande, tan aplastante, tan castastófica, que no tienes otra opción más que la de ser liberado por ella. Es la única opción, porque de no ser ésa, te arrastrarías a un rincón y te dejarías morir. Tesla me dio la muerte y en ese momento supe que iba a ser pintor. Eso es lo que yo quería hacer, pero hasta entonces no había tenido los cojones de admitirlo”
Sobre el sentido o sin sentido de la búsqueda individual , de lo personal,de la búsqueda de respuestas, pregúntame topé con lo siguiente:
hubiese pensado que existía la menos p“A cada argumento que yo le daba, respondía con un contrargumento; por cada razón negativa que yo aducía, él ofrecía dos o tres positivas. No sé cómo lo consiguió, pero al final casi me alegré de haberme rendido. Puede que fuera la absoluta infructuosidad de la empresa lo que me decidió: siosibilidad de encontrar la cueva, dudo que hubiese ido, pero la idea de una búsqueda inútil, de emprender un viaje condenado al fracaso, me atraía en aquel momento. Buscaríamos, pero no encontraríamos. Sólo importaría el viaje en sí y al final no nos quedaría nada más que la futilidad de nuestra ambición. Esta era una metáfora con la podía vivir, era el salto con el que siempre había soñado”.
Se batalló en torno al sentido de la búsqueda de respuestas, a la pertinencia del preguntar, de un pretendido mundo de respuestas y de un pretendido mundo sin preguntas. Y , leí esto:
“Fue entonces cuando eché a andar. Estaba tan furioso, tan ofendido por lo que me había sucedió, que dejé autostop. Caminé todo el día desde el amanecer al anochecer, pisando como si quisiera castigar la tierra bajo mis pies. Al día siguiente hice lo mismo. Y al otro. Y luego al otro. Continué andando durante los próximo cuatro meses, avanzando lentamente hacia el Oeste, deteniéndome en algunos peldaños un día o dos y siguiendo luego mi camino, durmiendo en los campos, en cuevas, en las cunetas. Durante las dos primeras semanas, me sentía como alguien golpeado por el rayo. Hervía en mi interior, lloraba, aullaba como un loco, pero luego, poco a poco, la ira se fue consumiendo y me adapté al ritmo de mis pasos(…). En Needles, California, me torcí el tobillo izquierdo y no pude andar durante una semana, pero, por lo demás, anduve sin interrupción, dirigiéndome hacia el Pacífico, llevado por una creciente sensación de felicidad. Sentía que una vez que llegara al fin del continente hallaría respuesta a una importante pregunta. No tenía ni idea de cuál era esa pregunta, pero la respuesta la habían ido formando mis pasos y sólo tenía que seguir andando para saber que me había dejado atrás a mí mismo, que ya no era la persona que había sido.”
También creo que están por ahí las cuatro funciones: en un cortejo fúnebre van portando las cenizas de Effing (el jefe del protagonista) cuatro personajes muy variopintos: Fogg , la señor Hume,el ama de llaves de Effinfg-cuyo sentido de la realidad era mucho mayor que el del protagonista -tal como él mismo dice-, Kitty Wu, una preciosa y exótica chica oriental, bailarina, novia del protagonista, y el hermano del ama de llaves, que se había vuelto loco cuando se enteró de que estaba participando como piloto en el proyecto que culminaría en los bombardeos de Hiroshima y Nagasaky, y que en el cortejo llevaba un auricular con el que oía la radio con la cual podía escuchar los bombazos que se estaban produciendo bajo el suelo de la ciudad.
Esos bombazos que no escucha Giegerich…
Y no les cuento el final, aunque casi he llegado al mismo. Y fueron muchos otros fragmentos significativos que no recojo ahora.! Si apareció por ahí hasta un teatro que se llamaba Galileo!
En definitiva , a la lectura que hacía de las entradas en este blog había una paralela y sincronizada con ella, de una novela sobre un puer, cuya biografía se ve marcada por la sincronicidad, lo personal y lo transpersonal. Presté el libro a dos o tres amigos empedernidos lectores, pero no le vieron sentido alguno, o simplemente me dijeron que era una historia sin ton ni son, disparatada. Por mi parte la encontré apasionante y vital, quizás porque me sucedía con respecto a Fogg, el protagonista, lo que a éste con respecto a su jefe, Effing, el viejo ciego, inválido y cascarrabias. Uno de los encargos del viejo al joven fue transcribir su biografía relatada por él mismo, y Fogg al recoger su historia no pudo dejar de ver en éste “ un espíritu afín. Quizá eso comenzó cuando llegamos(el protagonista y su jefe en el libro, y yo con mi lectura) al episodio de la cueva. Después de todo, yo tenía mis propios recuerdos de la vida en una cueva, y cuando describía su sentimiento de soledad, me parecía que de alguna forma estaba describiendo cosas que yo había sentido. Mi propia historia era tan disparatada como la suya…”
Raúl Ortega dice
Una alegría tener tu afilada intuición pueril otra vez por aquí, José A.
Todo lo que hablemos de Paul Auster es poco. Lo que tú tratas de transmitir aquí con Palacio de la Luna lo viví yo hace mucho con su película Lulu on the Bridge. Con aquello se produjo tal conexión de hechos y significados que acabé poniendo como hilo musical del negocio que tenía entonces la banda sonora. Repetía el disco una y otra vez, mientras por mi cabeza desfilaban una y otra vez el guión de Auster y mi propio guión. Desde entonces lo considero a la altura de un Hesse. El tío es un despierto, y está ahí para ser conocido por los afines. Se nota que no hay pocos, porque ha llegado a hacerse famoso. Sin embargo, como has comprobado, tampoco hay muchos.
No tiene desperdicio: La vida interior de Martin Frost, Smoke, Blue in the Face… Pero es mejor, siempre es mejor, dejar que lleguen estas cosas cuando tienen que llegar. La gente debería ir al cine y a las librerías sólo con la misma frecuencia en que va a echarse el tarot.
En fin, que acabas de describir un pilar del «camino junguiano». Así son las cosas.
Ahí tienes al Viejo Sabio, la antropomorfización del Dharma. Al Anima, que es sobre todo el Karma, en la chinita… Ayer, cuando aún no había leido tu comentario, me pasé toda la tarde hablando de chinitas mágicas.
Isabel dice
Cada vez que leo tus articulos y comentarios me produce mucha Alegria de la capacidad que posees.un abrazo.isa
Raúl Ortega dice
Ahí lo tienes: de lo primero que hablamos es de la propia psique. Con suerte, del mundo físico y del astral. Esa capacidad se refiere, por sobre todo, a capacidad de esfuerzo y a tener el suficiente tiempo libre para aplicarlo. Mi capacidad es la de introvertirme, obviar la agenda, y quedar mal con un montón de gente unos cuantos días. Para nunca acabar realmente satisfecho.
Un abrazo
Ricardo dice
Hola Raúl, mucho gusto¡¡¡
Te escribo desde Chile. Y bueno, grs x las palabras y el compartir tu experiencia de Jung por este Blog.
Por mi parte acabo de comenzar a ver a Jung con la psicologia del Kundalini Yoga. Viví en un templo alrededor de 3 a 4 años pero ya estoy fuera de el desde hace ya 10 años, por lo q aun conservo algunos hábitos aprendidos ahí. Entre otras practicas q realizo por cosas ya de costumbre ( por ejm el practicar yoga hace 17 años, y desde ese tiempo q vengo tratando de estar en el camino de….) y te quería pedir un favor. En q estudio de Jung (libro) encuentro de forma toda-profunda la sicigia?
Ricardo.j