José Antonio Delgado
Ldo. en Ciencias ambientales, escritor y especialista en psicología analítica
1.- Introducción
Ante la exposición que a continuación se presenta, en la que se indagan algunas de las relaciones existentes entre la psicología analítica, la alquimia, el gnosticismo y, sobre todo, la astrología, es menester realizar una introducción a fin de orientar al lector que no pertenezca al oficio de la psicología [1]
Lo que sigue en adelante se refiere a observaciones realizadas en el alma humana. Dichas observaciones pueden ser, como de hecho han sido y, con toda probabilidad, aún serán por mucho tiempo, consideradas como difíciles de contemplar o de difícil acceso. A algunos, incluso, les pueden parecer elucubraciones metafísicas, más o menos personales, carentes de validez por incluirse en el marco de una concepción individual o, a lo sumo, grupal. Sin embargo, es un hecho sorprendente, y en ocasiones exasperante por la porfía con la que se defiende, que hasta el más incompetente de los legos cree estar al corriente de todo cuanto hay que saber de psicología. De esta ciencia él parecer ser quien más puede saber y, por supuesto, la psicología es, ante todo y sobre todo, su propia psicología. Uno no deja de enfrentarse ante la nada anodina situación de tener que enmudecer, mientras el profano trata de dar magistrales lecciones de psicología, por supuesto su psicología. Pareciera que los conocimientos sobre esta difícil ciencia estuvieran al alcance de todos, por tratarse de un área de conocimientos de lo más accesible, conocida y abarcable. Nada más lejos de la realidad. Pues quien tenga un mínimo conocimiento del alma compartirá conmigo que se trata de uno de los dominios más oscuros, inaccesibles y refractarios al saber consciente general de cuántos se ofrecen a nuestra experiencia. En este terreno misterioso uno jamás deja de aprender. En el quehacer de todo psicólogo, y de aquellos individuos a quienes les ha tocado en destino la ardua y peligrosa tarea de embarcarse en un viaje de autoexploración profunda, no hay día que no se encuentre uno ante situaciones extrañas e inesperadas. Desde luego que los contenidos de lo inconsciente no dejan de ser complejos y sólo accesibles bajo determinadas condiciones, bien alejadas de lo superficial y cotidiano. Pero le son accesibles a todo aquel que disponga de los conocimientos requeridos y emplee la metodología que le es propia a este tipo de domino especial. De la incompetencia y del desconocimiento de los profanos no es responsable el psicólogo.
El proceso analítico, es decir, la dialéctica entre la consciencia y lo inconsciente deja al descubierto una tendencia hacia la finalidad. En otras palabras, un proceso que conduce a un fin, cuyo máximo logro es la totalidad del individuo. A este proceso, cuyo objetivo es la realización plena de las facultades o potencias inherentes, aunque inicialmente inconscientes, del ser que habita y abarca al ser humano, se lo designa con el nombre de proceso de individuación o autorrealización. Ejemplos de este proceso se pueden encontrar en el libro de Abraham Maslow El hombre autorrealizado. Lamentablemente la senda que conduce a la individuación es intrincada y está colmada de caminos que no hacen sino dar rodeos. Esa vía larguísima no tiene nada de regia. Es un camino serpenteante que nos hace discurrir a través de experiencias que se repiten de un modo cíclico. Podríamos comparar esa vía con el movimiento de una hélice que va subiendo de nivel a medida que realiza un giro completo. Cada vuelta de hélice finaliza en un momento en el cual parece culminar un ciclo de experiencias vitales, al tiempo que nos inicia a una nueva vuelta helicoidal que nos elevará, Dios mediante, de nivel. Las experiencias se repiten, si bien, en la medida en que el nivel de consciencia o de autoconocimiento va siendo más amplio y profundo, el despliegue de nuestras facultades aumenta y, con ello, también nuestra sabiduría.
Pero este sendero está colmado de recodos que albergan experiencias de lo más horrorosas. Son estas experiencias las que suelen considerarse de difícil acceso. Y si esto es así, sólo lo es por el hecho de que son costosas y, al mismo tiempo, dolorosas. En ellas, las más de las veces, lo que está en juego es, ni más ni menos, que la vida y/o la muerte.
En un mundo como el nuestro cuya dominante está marcada por la consecución de todos los deseos y objetivos del modo más fácil, rápido y sin esfuerzo, por no mencionar la exención completa del dolor, no deja de ser comprensible que el ser humano contemporáneo se aleje de dichas experiencias, de las que huye despavorido ante el temor a las perturbadoras consecuencias que parece intuir.
De esta reacción es enteramente responsable la inconsciencia e indolencia del hombre moderno. Pero también lo es, y en medida aún mayor si cabe, la educación del contemporáneo frente a las religiones dominantes. Y es que en lo inconsciente hallamos lo que se podría denominar un instinto religioso o, si se prefiere, una función espiritual. De modo que el desprecio ante todo lo religioso que parece caracterizar al espíritu de ésta época es un desprecio a lo que de religioso hay en el ser humano. De esa actitud surgen una depresión latente y una neurosis soterrada por una carencia de valores espirituales.
En efecto, la Iglesia Romana ha sostenido la verdad de las Sagradas Escrituras, de la Biblia como un compendio de escritos considerados como el dogma que era necesario aceptar como verdadero. No obstante, la investigación moderna de los orígenes del cristianismo hasta nuestros días, parece mostrar la multitud de manipulaciones y engaños que los primitivos Padres de la Iglesia han llevado a cabo en aras de obtener poder y reconocimiento. Claro que estas acciones acaecen siempre en la sombra de toda institución, por lo que a quien tenga un mínimo conocimiento del hombre no le resultarán extraordinarias.
Pero fijemos nuestra atención ahora en varios sucesos que han tenido lugar recientemente, como manifestaciones de procesos inconscientes que nos afectan a todos, y que nos permitirán darnos cuenta de, hasta qué punto el cristianismo está en la base de todos ellos. Así, el día 11 del 11 del 2004 murió el líder palestino Yaser Arafat después de varios días de agonía, en los cuales las informaciones sobre su estado de salud han sido contradictorias, engañosas y manipuladas, en una palabra, ocultas tras una cortina de humo. Esto mismo ha tenido lugar con el mensaje original de Cristo (sus enseñanzas originarias) y lo que, finalmente, nos ha llegado a través de la Iglesia de Roma, la fundada por Pedro. Y hago este apunte por ser Palestina el área en el que tuvo lugar el drama cristiano primitivo.
Al mismo tiempo, esa fecha concreta es la repetición del número 11. Esto, cuando acontece en un sueño o imagen emanada de lo inconsciente, simboliza que nuevo material de lo inconsciente está presto para emerger a la consciencia, con la multitud de ramificaciones y, por ende, de consecuencias potencialmente perturbadoras. A su vez, parece indicar que la muerte de Arafat y los atentados terroristas del 11 de Septiembre en Nueva York y el 11 de Marzo en Madrid están vinculados con la crisis que embarga a esta, nuestra cultura contemporánea. De los acontecimientos que se han ido sucediendo a lo largo de los últimos años puede colegirse que el yo consciente se aferra a lo conocido y lucha por mantener su hegemonía frente al material inconsciente que está emergiendo, si se me permite la reducción a las dimensiones de un sólo individuo lo que acabo de realizar con el colectivo. Y ese material está relacionado con el fin del mundo conocido. Es decir, el holocausto es un símbolo de la caída del principio masculino en el seno del Caos de lo Femenino. Pero ese Caos no es meramente destrucción, oposición, guerra, vacuidad, etc. En su seno está germinando la semilla de lo nuevo. Y eso nuevo es, precisamente, el arquetipo que está siendo dado a luz. En otras palabras, los contenidos cercenados por la Iglesia de Roma y que, entre otras fuentes, pueden encontrarse en los documentos gnósticos hallados en Nag Hammadi.
La conjunción de opuestos viene simbolizada por los dos triángulos invertidos unidos, la antigua estrella de David, el emblema de Salomón. El triángulo que mira hacia arriba simboliza el principio Masculino y el que mira hacia abajo el Femenino. Su amalgama, su interpolación o unión es un símbolo de la unión de los opuestos o hierogamia divina. El símbolo del Andrógino o Hermafrodita, de Hermes y Afrodita, del Mercurio alquímico y de la diosa Venus, del Logos y de Eros, del Espíritu y de la Materia, de lo Masculino y lo Femenino, del Sol y de la Luna:
3 + 4 = 7
El tres es un número impar, masculino, y el cuatro, par, lo es femenino. La suma de ambos se corresponde con el número 7, el número de Piscis, del final de un Eón o ciclo, el final del Eón de los peces. El nuevo Eón de Acuario, el “Aguador”, amalgama la unión de los opuestos que regirá la Nueva Era. La era del Acuario que vierte el agua de la Sabiduría. Pero aún hay que excogitar material que pertenece al Eón que está muriendo. Material que ha sido sepultado u ocultado, reprimido o suprimido, bajo el yugo solar de la Iglesia de Roma. Y eso que está emergiendo está relacionado con la “corriente subterránea” esotérica que ha recorrido nuestra cultura desde los inicios del cristianismo.
Precisamente Jung fue el primero en presentar a la alquimia como parte integrante de esa “corriente subterránea”, entendiendo por tal una relación semejante a la que acontece entre la consciencia y lo inconsciente. Así, el cristianismo dominante u ortodoxo se correspondería con la consciencia, mientras que la alquimia recorrería los oscuros pasadizos de lo inconsciente. Por tal motivo, la alquimia trataría de llenar aquellas lagunas que la dominante cristiana ha dejado abiertas. Así pues, la alquimia es un intento de compensar el conflicto de opuestos que ha generado la corriente superficial del cristianismo, entre el Bien y el Mal, Dios y el Diablo. El leitmotiv de la alquimia, desde sus orígenes, que se remontan al siglo III de nuestra era, ha sido expresado en el denominado Axioma de María Prophetissa: “El Uno se convierte en Dos; el Dos, en Tres, y del Tercero sale el Uno como Cuarto”. Ya se ha aludido previamente a la relación existente entre los números impares y lo Masculino, así como los pares representan al principio Femenino. Sin embargo, como hace notar Jung, pese a la interpolación de números pares e impares, en el axioma de María hay una indistinción entre el Tres y el Cuatro. Según Jung, esto significa que hay una suerte de fluctuación entre lo espiritual (tres) y lo físico (cuatro).
No debiera pues causar asombro que sea este axioma la clave que recorre todo el pensamiento alquimista y que se le atribuya, precisamente, a una mujer: a María. Nos enteramos después que dicha María Profetissa, también llamada la Judía, “hermana de Moisés, o la Copta, y no parece improbable que se relacione con la María de la tradición gnóstica[2]”.Esta formulación, que nos muestra cómo se intercalan los elementos masculinos y femeninos, siendo lo femenino simbolizado en la alquimia como el dragón o serpiente mercurial, la cual se engendra y destruye al mismo tiempo, representada como prima materia alquimista, se la pone en boca de María. Y, no sólo eso, sino que, además, es ella misma asociada con María Magdalena, tal como aparece en los Textos Gnósticos de Nag Hammadi y también con Isis, la divinidad representada como pareja del dios egipcio Osiris. De ahí el comentario que hace Jung relacionando a ambas Marías, la alquímica y la gnóstica.
Estos últimos apuntes se hacen indispensables para acometer lo que a continuación se diga. En efecto, el principio Femenino ha sido relegado a las catacumbas de lo inconsciente con el surgimiento y extensión del cristianismo. El patriarcado ha ido extendiéndose a lo largo de los siglos dando preeminencia al principio solar masculino. De hecho, la trinidad cristiana, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es, ante todo, masculina y no ha sido hasta 1950 que se ha proclamado solemnemente la Asunción de María, glorificándola en cuerpo y alma en el cielo.
No deja uno de contemplar y de observar anonadado la pretendida creencia general en la absoluta liberación de prejuicios, especialmente en temas religiosos. Pero, pese a esa persistente creencia, la actitud, los ideales, hasta en sus más mínimos pormenores, así como las ideas y las reflexiones, el modo de vivir, la moral y hasta el lenguaje están condicionados por factores arquetípicos, enraizados en la historia del espíritu humano. De ello la consciencia no tiene la menor sospecha, en parte por una falta de autocrítica y, en parte también, por un modelo de educación poco adecuado a las demandas de nuestro tiempo. Quizás sea ese prejuicio que entiende al ser humano como una Tabula Rasa, que viene al mundo vacío de contenido y que sobre él se puede escribir casi cualquier cosa, atribuyendo a la educación prácticamente todos los males del individuo, la rémora más importante a la hora de comprender la complejidad de la psique humana. Hasta tal punto la consciencia no sospecha de la existencia de los arquetipos que los últimos descubrimientos acerca de los orígenes del cristianismo han hecho tambalear las consciencias de un gran número de personas que habían asumido, como verdad incuestionable, el dogma cristiano. Por lo tanto, no será de extrañar que sean muchos aún los individuos que rechacen los resultados de las investigaciones más vanguardistas acerca de María Magdalena, según las cuales ésta no era la “pecadora” que los evangelios canónicos nos hacían creer sino, antes bien, la pareja del Jesús histórico, la Novia de Cristo. Y no sólo eso sino que, además, fue ella quien transformó a Jesús en “el Ungido”, es decir, en Cristo. Tampoco sería de extrañar que ella hubiera continuado la tradición, mucho más antigua, de la Prostitución Sagrada, siendo, por ende, una Hieródula que practicara sexo sagrado con Jesús. Por muy heréticas que parezcan estos resultados, están en consonancia con los productos de lo inconsciente de múltiples personas. Y se asemejan, tal vez demasiado, a la “corriente subterránea” que ha sido repudiada por el cristianismo ortodoxo. Valgan estas consideraciones para poner de manifiesto los condicionamientos, histórico-culturales, que influyen en las percepciones, estilos de vida, actitudes, pensamientos y en la moral de todo ser humano. Cosa que no es exclusiva de nuestro tiempo, pues el alma funciona como siempre ha funcionado.
Son los arquetipos los verdaderos arquitectos de lo que luego se manifiesta en el ámbito de la consciencia. Como tales, éstos sólo son aprehensibles a través de símbolos, de imágenes simbólicas. Son ellos los condicionantes del quehacer humano. Y así el evangelio de Felipe nos dice:
“La verdad no vino al mundo desnuda, sino que vino en símbolos e imágenes; (el mundo), de otra forma, no podría recibirla. Hay un renacimiento y una imagen del renacimiento. Es en verdad necesario renacer mediante la imagen”.
Para adecuarlo a la perspectiva de la psicología analítica, podríamos sustituir la palabra un poco más antigua y quizás más vaga de “mundo” por “consciencia” y expresaría la misma idea anterior. No sólo es que la imagen precede al acto de la manifestación, sino que, además, no es posible renacimiento alguno si no se trabaja en la toma de consciencia del símbolo o imagen emanado de lo inconsciente. El trabajo que supone la diferenciación de la imagen arquetipal resulta ímprobo, tanto más cuanto que todo arquetipo puede ser diferenciado ad infinitum. Pero de lo que aquí tratamos es de la necesidad del desarrollo interior de la imagen, en virtud de la vivencia y de la experiencia resultante, y su manifestación concreta dependerá de las aptitudes individuales.
La labor de traer al ámbito de la consciencia los contenidos de lo inconsciente fue el trabajo al que encomendaban su vida los alquimistas. Y los procesos que les conducían a la pretendida y ansiada piedra filosofal, es decir, el oro non vulgi, eran los mismos que acontecen en la psicología analítica moderna, si bien los primeros proyectaban sus contenidos al ámbito de la materia, mientras que a los segundos le son accesibles a través de los productos de lo inconsciente que emergen en las sesiones de terapia.
Si la alquimia ha sido perseguida y atacada por la corriente ortodoxa del cristianismo, no podía ser de otro modo que la astrología, su hermana mayor, no resultara anatematizada también. Y es que en la astrología, al igual que en la alquimia, encontramos un rico acerbo de símbolos, de manera que para el psicólogo analítico este es un campo colmado de formaciones arquetípicas que le proporcionan una valiosa ayuda en virtud de paralelos, de esclarecedoras comparaciones y amplificaciones de contenidos provenientes de lo inconsciente colectivo. Con ellos se le permite iluminar a la consciencia, gravemente turbada cuando se producen emergencias de contenidos que amenazan su estabilidad. Pues es fundamental que se le proporcionen a la consciencia, frente a la cual se presentan imágenes de la fantasía de lo más extrañas y amenazadoras, un contexto que facilite su comprensión y, eventual y ulteriormente, su asimilación. Lo que se consigue, y la experiencia así lo confirma, de un modo exitoso a través de la comparación de materiales mitológicos (simbólicos), cual es el caso de aquellos que proporcionan la alquimia y la astrología, de las que nos ocuparemos en este trabajo con preeminencia.
De acuerdo con lo dicho hasta ahora, se desprende que el individuo sólo lo es hasta cierto punto, pues en los niveles más profundos de su psique, precisamente en lo inconsciente colectivo, está impregnado, condicionado e influido por los determinantes que se hallan constelados en la época y/o momento en el que vive. De ese modo, ningún español, como tampoco su hermano europeo, podrá sustraerse a la influencia de los arquetipos que se hallan inmersos y activos en su psique.
Hoy parece que los valores que un día florecieron con la era cristiana están siendo arrasados hasta en sus más mínimas manifestaciones. Algunos, muchos, opinan que el cristianismo es una reliquia del pasado y que, con los avances científicos modernos, hace ya tiempo que está superado. Aducen, no sin cierta razón, que en nombre del cristianismo se han cometido verdaderas atrocidades. Por si esto fuera poco, como ya mencionamos en líneas precedentes, los nuevos descubrimientos de textos gnósticos antiguos, han dado pie a investigaciones minuciosas acerca de los orígenes del cristianismo. Asimismo, del estudio comparado de los textos que conforman el llamado Nuevo Testamento se ha colegido que aquellos no son sino un compendio seleccionado, de otros muchos existentes en aquella época y tan válidos como esos para ser incluidos en el Nuevo Testamento, tras la celebración del concilio de Nicea en el año 325 de la era cristiana.
Los resultados de los estudios referentes a los orígenes del cristianismo parecen cuestionar concepciones que se han tenido como verdades incuestionables para la inmensa mayoría de los cristianos. De esta suerte, ideas como que Jesús fue célibe o que fue superior en espiritualidad a Juan el Bautista parece que no son sino aparentes falacias. De igual modo, algunos detalles de su vida parecen estar en tela de juicio, no adecuándose a los contenidos del Nuevo Testamento, tales como la fecha de su nacimiento, sus orígenes humildes, la procedencia de sus conocimientos religiosos o su pertenencia a la religión judía. Todos estos resultados no deben hacernos culpar exclusivamente a los representantes de la Iglesia ortodoxa por toda esta aparente mentira y no debemos pensar que los Padres de la Iglesia han sido los responsables, por una suerte de manipulación y tergiversación de la verdad, del estado actual de incomprensión, rechazo y animosidad con respecto a asuntos de índole religiosa. Eso equivaldría a proyectar la responsabilidad que le es propia al estado psíquico del español y, por ende, del europeo moderno en la figura del “Otro”. Y ese otro sería la institución eclesiástica y sus representantes. Desde luego que la emergencia del indómito salvajismo de los últimos años reside precisamente en ese estado del alma del europeo. De nada sirven propagandas a favor de una mayor integración entre los países que componen la actual Unión Europea, pues son los cimientos anímicos los que han de servir de basamento a toda estructura que se pretenda edificar con una cierta garantía de éxito.
Pero echemos un vistazo al simbolismo astrológico para ver lo que éste nos puede decir acerca de lo que tiene lugar en la psique objetiva o inconsciente colectivo. El Eón de los peces (Piscis) ha permanecido en el pináculo durante los siglos de hegemonía del cristianismo. Los valores asociados al signo de la Virgen o Doncella (Virgo) han sido relegados a lo inconsciente, es decir, mantenidos en la oscuridad, bajo el yugo de la represión, del rechazo y de la condena. Fue así como los valores que le son propios al Eón de Piscis, como son la compasión, el amor por el prójimo, el sacrificio, la bondad y, en el cúlmen pisciano, la unión del alma con Dios, conditio sine qua non para una verdadera empatía y servicio a los demás, es decir, al prójimo (“ama al prójimo como a ti mismo”) fueron exaltados en detrimento de las cualidades terrenales y realistas de su opuesto, Virgo. Esa brecha abierta entre la aspiración espiritual del ser humano hacia los niveles más altos de la evolución humana y la vida terrenal, del aquí y ahora, dentro de las limitaciones impuestas por las circunstancias, la sociedad, la época y la propia personalidad siguen siendo hoy igual de evidente que antaño. Si los valores que vienen representados por el símbolo de los peces son el amor y la compasión, la aspiración espiritual suprema, la apología de la fantasía y el mundo o “Reino de los Cielos”, los valores asociados al símbolo de Virgo, la Virgen o Doncella, son precisamente los opuestos: la materia, la visión pragmática de la vida, la sexualidad, los ciclos vitales (del cuerpo y de Gea), el cuerpo físico y su salud, el bienestar material y, por supuesto, lo Femenino y, por ende, el ámbito de la mujer joven.
De este modo, si observamos el símbolo de Piscis veremos que representa dos peces que nadan en direcciones opuestas y que se hallan unidos por la cola. Una de ellas simboliza la espiritualidad, la introversión en las profundas aguas del Espíritu Universal, en detrimento o a expensas del ámbito de la materia o del mundo así llamado “real”. Podríamos decir también que ese símbolo representa una oposición entre lo Esotérico y lo Exotérico, entre lo Inmanifestado y lo Manifestado. Y, sin embargo, en el mismo símbolo se muestra la imposibilidad de separar ambas facetas de la vida.
Una de las manifestaciones más sublimes de la tendencia hacia la verticalidad tal vez la constituya la propia época en la que floreció el Gótico, siendo su arte la máxima expresión del Espíritu. El deseo de llegar a tocar las más altas esferas de la espiritualidad es evocado al escuchar las cantatas de J. S. Bach, y se puede experimentar la divinidad al ingresar en los dominios de las grandes catedrales góticas. A partir de esos momentos, comienza a producirse un movimiento pendular, lento pero continuado y eficaz, hacia el extremo opuesto. Esta nueva orientación hacia la horizontalidad puede ser bien entendida a través del símbolo de la Virgo. Pues éste alberga todos los valores que habían quedado ocultos durante la primera etapa del cristianismo, del Eón de los peces. Manifestaciones iniciales de esta enantiodromía las podemos escrutar en la época de las cruzadas, como sucedió con los albigenses o cátaros, que duró cerca de cuarenta años y a los que se consideraba herejes, pues suponían una amenaza grave al poder de la Iglesia de Roma. Continuó en la época en la que surgieron los trovadores, quienes exaltaban el amor cortés, así como en las leyendas del Grial. Pero el estallido mayor tuvo lugar en la época del Iluminismo. La aparición de la sombra de Virgo irrumpió en una ferviente carrera hacia un materialismo cada vez más consumado, culminando en nuestra época en una adoración al dios de la Materia, igual de compulsiva que una vez fuera la adoración del Espíritu. El Nous parece haberse introducido en el interior de Physis.
En nombre de Dios la Iglesia romana engendró su vástago más endiablado, demoníaco y maltrecho de cuantos la humanidad ha podido conocer: La Santa Inquisición. Y, ahora, adoramos a un Dios que se ha investido con los ropajes de la época: el Materialismo. Los contenidos ocultos en la sombra han emergido con el aspecto grotesco y bárbaro que caracteriza a todo cuanto es reprimido o sojuzgado. Los valores de Virgo, contaminados por la oscuridad en la que se han mantenido, han movido el fiel de la balanza al extremo opuesto.
Otro símbolo del eón cristiano por excelencia ha sido la cruz en la que fue muerto y resucitado Cristo. El travesaño vertical representa el movimiento de la libido hacia dentro, la adoración al ámbito del Espíritu o, en términos modernos, el arquetipo del anciano; y, el travesaño horizontal simboliza el ámbito de la Materia o el arquetipo de la Virgo o Doncella. Se decía que los caballeros templarios adoraban a una cabeza barbuda de varón. Con independencia de que esta cabeza pueda ser la de Juan el Bautista, lo que parece simbolizar también es la decapitación del arquetipo del Espíritu. Teniendo en cuenta los acontecimientos que se siguieron después ese podría ser el primer vestigio simbólico de lo que se manifestaría en el transcurso de los siglos venideros: el movimiento pendular hacia el principio opuesto. Por lo tanto, esa cabeza barbuda podría ser la representación de una nigredo que estaba gestándose en aquella época. Y esta cabeza representaría la muerte y la descomposición (putrefacción) de los valores precedentes. Y los valores emergentes vendrían simbolizados por la efigie dorada a la que adoraban los templarios, símbolo de Virgo y, también, por su adoración a Baphomet que, según estudios recientes, era un anagrama de Sophia. Siendo ésta la fuente de la Sabiduría. Sin embargo, éste problema aún no ha sido resuelto. Pues Sofía es la fuente de sabiduría que brotará, Dios Mediante, del Aguador y no será alcanzada si no se consigue extraer de la massa confusa en la que ha caído.
La compulsiva carrera hacia un materialismo atroz, que carcome las entrañas del ser humano moderno, ha relegado un aspecto fundamental de lo Femenino a la más completa de las oscuridades: Sophia. Del ánfora femenina del aguador brota el aqua sapientiae. De esta agua abrevará quien se atreva a encaminarse por los tortuosos y peligrosos caminos que conducen al Santo Grial. Pues el ánfora femenina, como el frasco de alabastro de María Magdalena, es la fuente de la Sabiduría Eterna, sita en lo interior del ser humano.
Precisamente esto último es lo que han expresado los alquimistas, los astrólogos, los gnósticos y los hermetistas en sus trabajos y escritos, y es lo que la psicología analítica ha redescubierto en el proceso analítico. Si la corriente esotérica que ha circulado bajo el saber oculto de esas herejías (y la palabra herejía significa “elección”) ha sido perseguida, se debe al hecho de que los alquimistas y los gnósticos proclamaban la naturaleza divina del hombre y, por tanto, la posibilidad de comulgar con Dios. El Opus llevaba implícita esta comunión con el ambivalente Mercurio y, por lo tanto, se hacía superflua la intervención del sacerdote y de la propia Iglesia. Esa relación directa e individual del alquimista y Mercurio hacía peligrar la hegemonía de las representantes cristianos y, por lo tanto, el poder de la Iglesia. Desde luego que las etapas alquimistas tienen su correlato en la religión cristiana, pues se trata de fases arquetípicas de la evolución psicológica o proceso de individuación. Es su procedencia psíquica lo que hace que una religión sea algo vivo e involucre a tantas personas. Por ese motivo, las fases alquímicas también se presentan en el mito cristiano, así como en todas las mitologías de las diversas culturas. Pero lo que se consideró como el centro de la herejía alquímica fue que el alquimista proclamaba la posibilidad de establecer una relación íntima con la deidad y la deidad con la que se comunicaba de ese modo era bien distinta a la presentada por la corriente cristiana ortodoxa. Para la Iglesia de Roma Dios es el Summum Bonum, el Bien Supremo y la perfección. Todo Bondad y cuya creación, por lo tanto, debía ser buena y perfecta también. Si el hombre no lo es sólo es debido a su propia culpa, debiendo sufrir por sus pecados. Sin embargo, el dios alquimista, Mercurio, no es en modo alguno la imagen de la Bondad sino, antes bien, una abigarrada mezcolanza de luz y oscuridad, de hombre y mujer. Es un ser andrógino, una serpiente mercurial que muere y renace y cuyo símbolo más elocuente es el Ouroboros, la serpiente que se muerde la cola. Cuando el alquimista había tenido una experiencia de comunión con esa deidad, ya no podía aceptar la imagen colectiva de Dios, así como tampoco los caminos institucionalizados de salvación del alma. Los alquimistas enfrentaron sus propias vivencias individuales, proyectándolas al ámbito de la materia, en lugar de aceptar una imagen colectiva que, en aquella época, le era impuesta desde el exterior. De la esencia de Dios nada puede decir la psicología, pues se escapa a las mayores tentativas de aprehensión. Pero de la experiencia de Dios como vivencia individual, humana, de eso la psicología sí está en condiciones de expresar sus resultados. Lo que los textos alquimistas y gnósticos nos dicen es que el hombre no es un miserable pecador que haya de buscar su redención por mediación de la Iglesia. Antes bien, lo que de ellos se desprende es que la maldad, la imperfección, le es consustancial a Dios. Y que el hombre es un noble colaborador de Dios en la creación, siendo él parte de la creación. De hecho, el hombre, en virtud de su ser divino, es igual a Dios y éste necesita de él en el arte de la creación, de la manifestación de lo inmanifestado. Por ese motivo, el ser humano puede dirimir posiciones con el Padre. Pero para llegar a adquirir tamaña consciencia la alquimia exigía una enorme integridad moral.
El psicólogo analítico, como toda persona que se atreva a encaminarse por los escabrosos derroteros del alquimista, se embarca en una empresa que lo va a conducir al conocimiento de sí mismo. Va a averiguar quién es él, alejándose de los valores colectivos, para después decidir qué es lo que hará con su vida. Su voluntad consciente se alinea con una entidad mayor que la engloba y sostiene: el Sí Mismo, homólogo del Mercurio alquimista. En el evangelio de Tomás se expresa esta misma idea del siguiente modo:
“…el Reino está dentro de vosotros y está fuera de vosotros. Cuando os lleguéis a conocer, entonces seréis conocidos y sabréis que vosotros sois los hijos del Padre Viviente.”
No obstante es importante advertir el peligro de adentrarse en estos oscuros y terribles senderos sin la debida preparación y sin que sea fruto del destino (vocación) individual. Los padres de la Iglesia en sus comienzos, allá por el siglo III, condenaron los movimientos alquimistas y gnósticos y tenían sus razones. Con independencia de la razón ya formulada, según la cual se veía amenazada la integridad de la institución eclesiástica y su jerarquía sacerdotal, lo cierto es que los mismos alquimistas señalaban que su arte era sólo para los menos y, de hecho, su lenguaje era y es oscuro. Pero lo es, no sólo por la temática sino porque así lo querían ellos. Debía ser peligroso, en aquella época, dar a conocer sus ideas públicamente, al tiempo que no debían caer en manos de los no iniciados. Por ello, guardaban celosamente “encriptado” todo su saber siendo sólo accesible a los individuos que hubieran tenido la experiencia directa del Opus. El mismo Agrippa afirma en su “primer septenario de aforismos” lo siguiente:
“Que quien quiera conocer los secretos sepa primero guardar secretamente (celosamente) los secretos; que selle lo que debe ser sellado, que no dé a los perros lo que es sagrado y que no arroje perlas a los puercos. Observa estas leyes y los ojos de tu alma se abrirán a la comprensión de los secretos, escucharás una voz divina que te revelará todo lo que tu alma haya deseado.”
Lo inconsciente es por naturaleza gnóstico. Y nunca se previene lo suficiente del peligro de la hybris, es decir, de la inflación. Pues todo contacto de la consciencia con los arquetipos provoca una suerte de hinchazón que, en mentalidades estrechas y de moral débil acaban por representar el papel del poseído, con el endiosamiento correspondiente. Un claro ejemplo de posesión por lo inconsciente lo encontramos en la figura de Osama Ben Laden. En sus intervenciones se detecta ese estado de inflación que lo hace creerse el mensajero de Alá. La película Juana de Arco nos muestra a una joven que vive continuamente en un estado de hinchazón, al estar en contacto permanente con contenidos provenientes de lo inconsciente colectivo, que a la protagonista se le presentan como visiones y ensoñaciones.
Por consiguiente, las experiencias de las que trataremos a continuación habrán de ser, necesariamente, de difícil acceso. Y no se comprenderán con facilidad sino por aquellos individuos que las hayan experimentado. La lectura de este trabajo le habrá de suponer al lector que no pertenezca al ramo no pocas dificultades de comprensión. Todo escritor desea que lo que expresa en sus escritos sea comprendido por el mayor número de personas, de modo que sea accesible a cualquiera que esté interesado en su lectura. Pero por desgracia, este no puede ser el caso. Y justamente por el motivo aducido: el difícil acceso a las experiencias de las que aquí tratamos. Una consideración más se hace necesaria. Dichas experiencias no pueden ser abordadas desde la teoría del conocimiento. No se trata, para la psicología analítica, que un contenido de lo inconsciente se adecue o no a una realidad objetiva. Sólo le interesa su existencia y, como tal, es un hecho psicológico, de una efectividad fuera de toda duda. La realidad de la psique y sus productos es un hecho, no un juicio.
La situación en la que se encuentra el alma del español, al igual que su hermano europeo, es tan miserable y enjuta que le impide comprender la importancia de las enseñanzas religiosas y contra qué luchaba el primitivo cristiano. Cuando el cristianismo se ve amenazado por la relegación y la desidia, por no mencionar el rechazo y la repulsa, entonces se corre el peligro de que emerjan de lo inconsciente los contenidos contra los que luchaban los cristianos primitivos. Pues los atentados terroristas, el fanatismo, la violencia social, las actitudes antisociales y vandálicas de los jóvenes, las guerras y las posiciones xenófobas y racistas son algunas manifestaciones del estrato arcaico y bestial sobre el que se edificó la religión cristiana. Por tal motivo, se hace indispensable la reeducación del europeo moderno. Pues la imitación de Cristo que se realiza de un modo superficial, así como las procesiones de Semana Santa y otros actos rituales, no mueven un ápice el pagano estado de miles de españoles cristianos. Los mensajes de la religión cristiana ya nada le dicen al hombre moderno. Y, mientras la función religiosa no se convierta en experiencia personal el estado anímico permanecerá intacto. El Gran Misterio cristiano no es sólo un ministerio exterior al hombre, sino que acontece, ante todo, en el interior del ser humano. Si no se ha tenido esta experiencia se podrá ser un docto en teología, pero no se tendrá ni idea de lo que se está hablando.
En ese sentido, entiendo que el interés que suscitan los orígenes del cristianismo, así como la ingente proliferación de estudios acerca del gnosticismo, la alquimia, la astrología y otras “ciencias esotéricas”, parecen indicar la necesidad del alma del contemporáneo de retrotraerse a sus orígenes, de modo que pueda edificar un férreo edificio sobre los sólidos cimientos anímicos. Esas corrientes, repitámoslo, han permanecido, recorriendo los pasadizos de lo inconsciente colectivo, reprimidas en gran medida por el cristianismo ortodoxo. De modo que la emergencia actual de ese interés por lo esotérico viene a significar una necesidad de profundización y de introversión, de manera que aquello que durante siglos permaneció en la oscuridad, pueda finalmente ocupar el puesto que le corresponde. Sin embargo, como también sucede a un nivel individual, se corre el riesgo de que los contenidos de lo inconsciente aneguen el ámbito de la consciencia y suplanten la hegemonía del yo. Es en este sentido que podemos entender las críticas y ataques directos contra el cristianismo y sus representantes, por parte de algunos sectores, así como el rechazo y el repudio que han generado en determinados grupos el haber conocido las manipulaciones y las artimañas ejercidas por los representantes de la Iglesia de Roma para ostentar el poder frente a lo que se consideraban herejías.
Realizadas estas consideraciones preliminares nos centraremos ahora en lo que la alquimia y la astrología nos pueden enseñar acerca de los procesos que acontecen en la psique. Para comprender ese paralelo, entre psicología analítica y alquimia o astrología, debemos recordar que los alquimistas proyectaban en el ámbito de la materia sus procesos inconscientes. Así, cuando un alquimista quería transformar el plomo en oro, lo que realizaba era un trabajo consigo mismo. El plomo simbolizaba, es decir, se refería tanto al metal con el que trabajaba, cuanto a su estado natural e instintivo, es decir, ese estado de ignorancia, inconsciencia e irreflexión desde el cual partía la denominada materia prima. Lo que la materia prima era concretamente no se puede saber con certeza. Podía ser el plomo, la sal, el oro, el vinagre, el azufre, etc. Y esto no nos debe extrañar pues de lo que se trata es justo de la materia desconocida sobre la que se proyectaban los contenidos de lo inconsciente. Siendo esta la base de la obra alquimista, y teniendo en cuenta que se trata de las partes de la personalidad más conflictivas con las que había de trabajar para llegar a armonizarlas, para cada alquimista, como para cada analizando, esta materia es diferente.
Así, la obra alquímica de la transformación de la piedra filosofal en el oro non vulgi se refiere, en el ámbito psíquico, al trabajo de toma de consciencia de los contenidos más conflictivos, oscuros y execrables de la naturaleza del alquimista que, mediante las operaciones pertinentes, le conducirían a convertirlos en cualidades que lo llevarían al despliegue de sí mismo. Ese trabajo, como lo expresan los alquimistas, es muy laborioso, difícil y peligroso, pues en ello les va en juego su vida. Para efectuar ese trabajo el alambique o matriz en la que tenían lugar las operaciones debía ser fuerte y muy resistente, a fin de que no se rompiera. Además, debía permanecer sellado para impedir que los gases, así como la temperatura, no se escaparan al exterior. En un sentido psicológico, esto quiere significar que la consciencia debe estar férreamente posicionada, así como continuar las operaciones con devoción, pese a lo difíciles y penosas que pudieran éstas resultar. Por dicho motivo, se comprenderá la importancia y necesidad de un compromiso moral para con uno mismo que entraña semejante obra.
Al igual que sucedió con la alquimia, que inicialmente fusionaba los procesos que tenían lugar en el terreno de la materia y los que acontecían en el interior del individuo, la astrología fue desligándose cada vez más del ámbito material, hasta escindirse en dos disciplinas diferentes: Astrología y Astronomía (Psíquica la una y Física la otra). Esta escisión ha alcanzado tal dimensión que incluso astrónomos profesionales y competentes rechazan a la Astrología considerándola una pseudo-ciencia. Se esfuerzan por separar nítidamente una disciplina de la otra. Sin embargo, si se dejase de considerarla como una especulación acerca del movimiento de los cuerpos celestes, y se la entendiera como un campo colmado de conocimiento psíquico proyectado, entonces se verificaría la tremenda ayuda que le supone al psicólogo para elucidar los contenidos de lo inconsciente colectivo y los procesos que allí tienen lugar. Ambas disciplinas, la Alquimia y la Astrología, nos presentan unos magníficos mapas del desarrollo individual del ser humano, es decir, del proceso de individuación. Los mandalas o dibujos simbólicos circulares representan al arquetipo del Sí Mismo o personalidad total.
Este es el enfoque que debemos adoptar si queremos comprender el extraño lenguaje de los alquimistas y de los astrólogos. En el capítulo El hombre como microcosmos Ángel Almazán presenta un texto extraído del Zohar en el que se expresa esta misma idea:
“Exactamente lo mismo que el hombre terrestre así es, por dentro, el hombre celestial. Pues todo lo que tiene lugar acá abajo es tan sólo la imagen de todo lo que tiene lugar arriba. Es en este sentido que nosotros comprendemos que Dios creó al hombre a su propia imagen. Pero así como en el firmamento nosotros vemos diferentes figuras formadas por las estrellas y los planetas, contándonos de cosas ocultas y de profundos misterios, así también sobre la piel que envuelve nuestros cuerpos hay líneas y formas que pueden mirarse como las estrellas y planetas del cuerpo. Y todas ellas tienen un significado oculto”.
——————-
[1] Un capítulo completo sobre este particular puede encontrarse en mi libro El Retorno al Paraíso Perdido (2004). Soria. Ed.Sotabur.
[2] C.G. Jung. Psicología y Alquimia. Pp. 176.