José Antonio Delgado
Ldo. en Ciencias ambientales, escritor y especialista en psicología analítica
Al terminar la primera parte de mi ensayo sobre la unión de los opuestos, escribí un nuevo trabajo acerca de la eterna juventud (puer aeternus) y, posteriormente, me embarqué en la investigación del aspecto positivo del arquetipo1. Mientras investigaba, cayó en mis manos un libro excelente que, hacía muchos años, había leído con gran interés. Se trata de El corazón del hombre. Su potencia para el bien y para el mal del sociólogo y psicoanalista freudiano alemán Erich Fromm. Cuando leí por vez primera el libro, después de haber abundado varios años en el pensamiento frommiano, apenas tenía veinte años y nada sabía aún de la psicología profunda de Carl Gustav Jung. Hoy, tras doce años dedicados al estudio de la obra de Jung y sus seguidores, como consecuencia de una grave crisis de sentido, y tras consagrar todas mis energías a elaborar e interpretar los productos de lo inconsciente colectivo, que afloraron abruptamente en aquella ocasión, estoy en condiciones de rebatir algunas de las injustas declaraciones que Fromm realiza en su tratado, aseverando que Jung es un individuo necrófilo.
Ante la exposición que a continuación se desarrolla, deseo advertir al lector que no pretendo posicionarme a favor o en contra de uno u otro psicólogo. No me considero jungiano, ni freudiano, ni frommiano, ni ningún otro “ano”. Todos ellos, en sus respectivas parcelas y a distinto nivel, han realizado valiosos aportes, gracias a los cuales se ha efectuado una profunda incursión en las simas abisales de lo inconsciente. El hecho de que mi carrera profesional sea ajena a las “luchas de poder”, que de ordinario acontecen en el ámbito académico, pues mis investigaciones son, básicamente, autodidactas, y que mis publicaciones no sirvan a otro fin que no sea el conocimiento de la psique humana, como reflejo de mi propia individuación, me sitúan en una posición neutral y, por consiguiente, objetiva desde la que encarar las acusaciones insostenibles que Fromm vierte sobre la figura de Jung. Ahora bien, no es menos cierto que encuentro a la psicología analítica como el método más adecuado de abordaje de lo inconsciente, al menos en principio y por el momento. Dicho esto, reitero que mi intención al escribir este ensayo, no es otra que la de desmentir las injustas acusaciones que Fromm (y otros psicoanalistas) sostiene contra la persona de Jung, así como poner al descubierto sus equívocas interpretaciones en lo concerniente a algunos de sus sueños, ubicándolos en el contexto que corresponde.
En su mentado libro, Erich Fromm examina la existencia en el ser humano de dos tipos de orientaciones o tendencias a las que denomina Biofilia y Necrofilia, en un desarrollo de la teoría de Freud sobre la polaridad Eros o instinto de vida y Thánatos o instinto de muerte, definiendo la orientación necrófila del siguiente modo:
“La persona con orientación necrófila se siente atraída y fascinada por todo lo que no vive, por todo lo muerto: cadáveres, marchitamiento, heces, basura. Los necrófilos son individuos aficionados a hablar de enfermedades, de entierros, de muertes. Empiezan a vivir precisamente cuando hablan de muerte. Un ejemplo claro del tipo necrófilo puro es Hitler. Lo fascinaba la destrucción, y le agradaba el olor de la muerte (…) El necrófilo vive en el pasado, nunca en el futuro. Sus emociones son esencialmente sentimentales, es decir, alimentan el recuerdo de emociones que tuvieron ayer, o que creen que tuvieron. Son fríos, esquivos, devotos de la “ley y el orden”. Sus valores son exactamente lo contrario de los valores que relacionamos con la vida normal: no la vida, sino la muerte los anima y satisface. Es característica del necrófilo la actitud hacia la fuerza. (…) Para él la mayor hazaña del hombre no es dar vida, sino destruirla; el uso de la fuerza no es una acción transitoria que le imponen las circunstancias, es un modo de vida.”
Posteriormente, Fromm afirma que, en todo ser humano, se pueden observar manifestaciones de ésta orientación, como también de la orientación hacia la vida o biofilia, y que describe como una tendencia opuesta a la necrofilia2, de la que dice lo siguiente:
“El pleno despliegue de la biofilia hay que buscarlo en la orientación productiva. La persona que ama plenamente la vida es atraída por el proceso de la vida y el crecimiento en todas las esferas. Prefiere construir a conservar. Es capaz de admirarse, y prefiere ver algo nuevo a la seguridad de encontrar la confirmación de lo viejo. Ama la aventura de vivir, más que la seguridad. Su sentido de la vida es funcional y no mecanicista. Ve el todo y no únicamente las partes, estructuras y no sumas. Quiere moldear e influir por el amor, por la razón, por su ejemplo, no por la fuerza, no aislando las cosas ni por el modo burocrático de administrar a las gentes como si fuesen cosas. Goza de la vida y de todas sus manifestaciones, y no de la mera agitación.”
Después de una prolija descripción de la orientación necrófila, Fromm comenta lo siguiente:
“Muchas veces la orientación necrófila entra en conflicto con tendencias opuestas, de modo que se establece un peculiar equilibrio. Ejemplo notable de este tipo de carácter necrófilo fue C. G. Jung. En su autobiografía, publicada póstumamente, da amplias pruebas de ello. Sus sueños solían estar llenos de cadáveres, de sangre, de muertes. Como manifestación típica de esta orientación necrófila en la vida real, mencionaré lo siguiente: Mientras se estaba construyendo la casa de Jung en Bollingen, se encontró el cadáver de un soldado francés que se había ahogado hacía 150 años, cuando Napoleón invadió Suiza. Jung hizo una fotografía del cadáver y la colgó en una pared. Volvió a enterrar el cadáver y disparó tres tiros sobre la tumba, como saludo militar. Vista superficialmente, esta acción puede parecer ligeramente rara pero sin ninguna importancia, por lo demás. Pero es una de las muchas acciones “insignificantes” que expresan una orientación subyacente con más claridad que los actos intencionales e importantes. El mismo Freud observó muchos años antes la orientación de Jung hacia la muerte. Cuando los dos se embarcaban para los Estados Unidos, Jung habló mucho de los cadáveres bien conservados que se habían encontrado en las marismas cerca de Hamburgo. A Freud le desagradó aquel tipo de conversación y le dijo a Jung que hablaba tanto de aquellos cadáveres porque estaba lleno de deseos contra él (Freud). Jung lo negó, indignado, pero unos años después, hacia el tiempo de su ruptura con Freud, tuvo el siguiente sueño. Sintió que, en compañía de un nativo negro, tenía que matar a Sigfrido. Salió con el rifle, y cuando Sigfrido apareció en la cresta de una montaña lo mató. Después se sintió horrorizado y temeroso de que pudiera descubrirse su crimen. Pero afortunadamente cayó una lluvia copiosa que borró todas las huellas del crimen. Jung despertó pensando que tenía que matarse si no comprendía el sueño. Tras alguna reflexión, llegó a la siguiente “comprensión”: matar a Sigfrido significa matar al héroe dentro de uno, expresando así su humildad. El ligero cambio de Sigmundo a Sigfrido bastó para permitir a un hombre cuyo mayor talento era la interpretación de sueños, ocultarse a sí mismo el sentido real de aquel sueño. Si uno se pregunta cómo es posible una represión tan intensa, la respuesta es que el sueño era la manifestación de su orientación necrófila, y como toda esta orientación estaba intensamente reprimida, Jung no podía conocer el sentido de aquel sueño, el cual encajaba dentro del panorama de que Jung se sentía fascinado por el pasado, y rara vez por el presente y el futuro; que las piedras eran su material favorito y que siendo niño se había imaginado que Dios dejaba caer una gran basura sobre una iglesia, destruyéndola. Sus simpatías por Hitler y sus teorías raciales son otra expresión de su afinidad con la gente enamorada de la muerte. Pero Jung era una persona extraordinariamente creadora, y la creación es lo más opuesto a la necrofilia. Resolvió el conflicto dentro de sí mismo equilibrando sus poderes destructores con su deseo y su capacidad de curar, y haciendo de su interés en el pasado, en la muerte y en la destrucción, materia de brillantes especulaciones.”
Algunos párrafos después, Fromm sostiene que ambas orientaciones, la biofilia y la necrofilia, coexisten en todo ser humano y que es la tendencia predominante la que marca la diferencia y la que distingue a un individuo necrófilo de uno biófilo. Lo cierto es que, leyendo a Fromm, uno se percata de que ha aprendido3 mucho de Jung, si bien, no parece haber entendido el modo en que éste aborda el estudio de la psique4 y, pese a todo, lejos de reconocerlo, dice de él que es un necrófilo. Semejantes aseveraciones, junto a las expresadas en el párrafo anterior, no hacen sino revelar un profundo desconocimiento de la carga simbólica que los sueños de Jung encierran, sin perjuicio de la manipulación y la tergiversación que el autor ha consumado, al no considerar los sueños dentro del contexto en el que han sido soñados, para ejemplificar la validez de sus tesis. Lamentablemente, los lectores que no sepan de la psicología profunda o que la conozcan sólo de oídas o que hayan leído algún que otro libro de Jung, tal como me sucedió a mí a la sazón, pueden llegar a crearse una idea de lo más negativa. Por ese motivo, y antes de declarar nada al respecto, iré reproduciendo los fragmentos del libro5 al que hace alusión Fromm, para que el lector pueda hacerse una idea más cabal del significado de los eventos narrados y de los sueños de Jung, a los que Fromm alude, y de su supuesta fascinación por el pasado y no por el presente y por el futuro (otro dislate más).
“Cuando en 1923 comenzamos a edificar aquí (en Bollingen), nos visitó mi hija mayor y gritó: “Cómo, ¿tú edificas aquí? ¡Aquí, hay cadáveres!” Yo pensé naturalmente: “¡Qué absurdo! ¡No vale la pena discutir!” Pero al cabo de cuatro años, cuando recomenzamos las obras, hallamos realmente un esqueleto. Se encontraba a 2,20 metros de profundidad. En el codo derecho se encontró una antigua bala de fusil. Se veía por la posición del esqueleto que había sido echado a la fosa en avanzado estado de descomposición. Pertenecía a las muchas docenas de soldados franceses que en 1799 se ahogaron en el Linth y fueron arrastrados hasta las orillas del lago. Esto sucedió después de que los austriacos volasen el puente de Grynau que los franceses habían asaltado. En el torreón se encuentra una fotografía de la fosa abierta con el esqueleto y la fecha del día en que se halló el cadáver en la torre: el 22 de agosto de 1927.
Construí entonces en mi finca una sepultura adecuada al soldado, y disparé tres veces por encima de la tumba. Luego coloqué una lápida con una inscripción. Mi hija había presentido la presencia del cadáver. Su facultad de presentir la heredó de mi abuela materna6”.
Con anterioridad a la exposición de este suceso, Jung se refiere a los fenómenos de sincronicidad de los que afirma: “Estos fenómenos manifiestan que aquellos acontecimientos, de los que creemos saber algo porque los percibimos o presentimos por medio de un sentido interno, muy a menudo tienen también una correspondencia en la realidad externa.” Y trae a colación estos fenómenos para explicar una experiencia que tuvo cuando permaneció durante un tiempo solo en su casa de Bollingen, donde escuchó, mientras dormía, unos pasos, a los que le acompañaban una ligera música y, de pronto, unas risas y algunas palabras. Se despertó, abrió la puerta y tras comprobar la procedencia de los sonidos, observó que no había nadie y que todo estaba en silencio. Esta experiencia se repitió, pocos minutos después, pero esta vez vio (dormido) a varios centenares de personas que cantaban, reían y tocaban el acordeón. Después de levantarse y volver a abrir la puerta pudo comprobar nuevamente que todo estaba sumido en el más absoluto silencio. Entonces pensó para sí mismo que se trataba de la actividad de unos duendes (duende= dueño de casa). La primera explicación que encontró Jung a este enigmático suceso fue la de una compensación, por parte de lo inconsciente, por la soledad y el silencio que imperaba en su casa de Bollingen, que reprodujo la imagen de un gentío de hombres. Mas esa explicación no le satisfizo y fue entonces cuando lo achacó a un fenómeno de sincronicidad. La correspondencia externa de aquella visión (o sueño) de Jung eran las peregrinaciones, que tenían lugar en primavera, en Suiza, de jóvenes que se convertían en soldados una vez llegaban a Italia, luchando bajo bandera extranjera. Y aquel sueño podía haber sido una de esas marchas, en las que se despedía a la patria con cantos y alborozo.
Resumiendo: Cuando Jung se propone edificar su casa de Bollingen, su hija, una médium, percibe que allí había cadáveres, cosa que a su padre le parece un absurdo. Pero resulta que, cuatro años más tarde, cuando se reinician las obras, descubren un esqueleto de un soldado, que había sido herido en el brazo derecho por una bala de un fusil. Y, considerando lo significativo de aquel hallazgo (una auténtica sincronicidad entre su sueño, el presentimiento de su hija y el descubrimiento del “cadáver”), Jung decide enterrar aquel esqueleto en una sepultura adecuada y, como aún suele hacerse en la actualidad para rendir homenaje a los soldados muertos en combate, disparó tres veces al aire por encima de la tumba. Aquel muerto, que aparece justo en el lugar donde va a construir su casa, sería la viva imagen de un ancestro. Dejemos que sea Jung quien exprese la importancia de los ancestros:
“Tengo la viva impresión de que estoy bajo la influencia de cosas o interrogantes que quedaron sin respuesta para mis padres y abuelos. Muchas veces me pareció que en una familia existía un “karma” impersonal que se transmitía de padres a hijos. Me lo pareció siempre, como si hubiera de dar respuesta a cuestiones que se plantearon a mis antepasados, sin que ellos pudieran responderlas, o como si debiera terminar o proseguir cosas que el pasado dejó inconclusas. A este respecto es muy difícil saber si estas cuestiones tiene un carácter más personal o más general. A mí me parece que se trata de lo segundo. Un problema colectivo aparece siempre -mientras no se le reconoce como tal- como problema personal, y despierta, en un caso dado, la ilusión de que en el terreno de la psique personal algo no está en regla. (…) Por lo tanto, las causas del desarreglo deben buscarse en tal caso no en el ámbito personal, sino más bien en la situación colectiva7. “
En mi trabajo8 como asesor personal e investigador de los productos de lo inconsciente he podido comprobar la existencia, en el núcleo familiar, de lo que Jung denomina “karma impersonal”. En palabras de Liz Greene:
“Las familias son organismos y la vida psíquica de una red familiar es un círculo cerrado en el que, en la profundidad del inconsciente, se representan con mucha frecuencia violentos dramas emocionales que guardan mucho parecido con las tragedias de la antigüedad. Todo permanece en la oscuridad hasta el momento en que el niño “perturbado” recibe asistencia profesional y entonces, de un modo terriblemente lento y con frecuencia con una ardua oposición, va desenredándose la maraña y la “enfermedad” individual va mostrado su verdadero rostro de complejo familiar irresuelto (…). A través de la familia puede transmitirse una amplia gama de conflictos instintivos que tienen, al mismo tiempo, un valor creativo y destructivo. (…) La imagen de la maldición familiar, tan querida por la mitología griega, es un vívido retrato de lo que permanece oculto tras las apariencias, encarnando la experiencia del destino de la familia. (…) En última instancia, las características a las que nos referimos son los arquetipos, los patrones o modos de percepción esenciales a los que hacen referencia las imágenes míticas. Estos son los elementos que pasan de generación en generación. (…) Si las imágenes arquetípicas son representaciones de los instintos experimentados por el psiquismo, los patrones arquetípicos que operan en el interior de las familias son representaciones de las entrañas de la familia, el paralelo psíquico de la herencia biológica. (…) Nuestras familias son nuestro destino porque estamos hechos de la substancia de esas familias, y constituye una herencia física y psicológica que nos acompaña desde el momento del nacimiento9.”
La experiencia enseña que ese karma impersonal hereditario puede llegar a ser transformado por aquellos miembros de la familia más susceptibles a sufrir acometidas provenientes de lo inconsciente. Parece que la vida les fuerza a enfrentarse a conflictos e interrogantes que sus antepasados han sido incapaces de resolver10. Ellos son los verdaderos héroes civilizadores, los reyes de la cultura. Raúl Ortega lo expresa del siguiente modo:
“El simbolismo del rey nos remite, automáticamente, a las ideas de realización, diferenciación, consciencia, valor, civilización, cultura, progreso, evolución, logro. Llegar a serlo es comúnmente la meta mítica heroica; como dije antes, por sobre todo bajo el designio de la masculinidad. El rey es el representante supremo y más diferenciado de una cultura, su quintaesencia. Representa su más alto valor, un valor civilizador. (…) Más allá de su significación colectiva, sociocultural, en la estructura psíquica individual el símbolo del rey refleja el núcleo de la consciencia, su escala de valor, su más alto logro y poder y su máxima diferenciación. Representa la voluntad más acabada, la quintaesencia del ego, el centro del yo. Más en propiedad y profundidad significa el punto de contacto, más estrecho del yo más amplio, en que el ego encarna al Self (de ahí que uno de los atributos de Cristo sea el de Rey del Mundo). Claro, el Self (Sí-Mismo) significa el ideal de autorrealización psíquica, por eso allí donde el yo ha logrado la corona legítima, allí donde ha logrado “ser rey”, ha triunfado como héroe en cierta forma y ha alcanzado una más o menos alta (según el logro en relación con el supremo Rex, el Self) madurez, diferenciación y autorrealización. (…) Como instrumento de Dios, el hombre es la facultad donde el ojo divino se mira a sí mismo y se ve11.”
Así, el entronizado héroe civilizador es aquel capaz de que su sol (consciencia) refleje al verdadero Sol (Sí-Mismo) o, también, aquel que se vale de su efímera y terrena existencia, para manifestar los principios eternos o arquetipos. De esta suerte, el interés de Jung por el pasado, al que se refiere Fromm, ha de entenderse como el vital interés por comprender los conflictos que han asolado a sus familiares, con el fin de poder resolverlos. No debemos olvidar que, los ancestros, o sea, los antepasados son lo que Jung denomina arquetipos. Estos arquetipos son los constituyentes de la psique objetiva o inconsciente colectivo, que se presentan a la consciencia en forma de imágenes simbólicas. Cuando se modifica la actitud de la consciencia para con lo inconsciente, se opera un cambio en los contenidos de lo inconsciente. Por lo común, al iniciar una terapia, las manifestaciones de lo inconsciente (sueños, imágenes, presentimientos, etc…) suelen revelarse a la consciencia de un modo amenazante, ante todo por la actitud consciente. Tan es así, que cuanto más se aleje la consciencia de un cierto estado de equilibrio, más amenazantes y peligrosos se tornan los sueños. Cuando la actitud consciente del individuo cambia, entonces se modifican también los contenidos inconscientes activados, que buscan el restablecimiento del equilibrio12. Al igual que sucede con el principio de incertidumbre que se aplica a la física, según el cual el observador interfiere o influye en lo observado por el mero hecho de observar, cuando se interpretan y se trabajan los productos de lo inconsciente se produce un cambio (una influencia) o una modificación en dichos contenidos activados. La trascendencia de estas modificaciones no debe subestimarse, tanto más cuanto que estas alteraciones provocan, a su vez, profundos cambios en todos los miembros del grupo familiar, puesto que se promueven transformaciones en lo inconsciente colectivo. Podríamos decir que Jung, al tomarse como una obligación moral su proceso de individuación, entendido éste como un hacer consciente lo inconsciente, estaba desencadenando una profunda reforma en las condiciones iniciales del karma familiar con el que partía y, con ello, dejaba el camino expedito para que las futuras generaciones pudieran plantearse las mismas cuestiones, y llegar así a obtener respuestas que le fueran satisfactorias, lo que ha ido procurando un salto exponencial en el nivel de consciencia de los individuos que, como él, han dedicado su vida a la individuación13. En otras palabras, Jung ha encarnado en su vida el mito del héroe civilizador, del rey herido que precisa curar su propia herida y, al así hacerlo, convertirse en sanador. Como sostiene Marie-Louise von Franz: “el héroe sanador es aquel que encuentra una salida creativa, una forma aún desconocida, y que no se ajusta a los esquemas. La gente ordinaria, cuando está enferma, se ajusta a esquemas ordinarios, pero el chamán no puede curarse mediante los métodos usuales de curación. Tiene que encontrar la vía única, la que sólo puede aplicarse a él. La personalidad creativa que puede hacerlo se convierte en sanadora y es reconocida como tal por sus colegas14.” Esto difiere radicalmente de la interpretación de Fromm, según la cual el interés de Jung por el pasado y por los “cadáveres” (=ancestros) denota una tendencia necrófila. Antes al contrario, la vida fluye sólo si se han enfrentado aquellos conflictos y aquellas preguntas que los antepasados han dejado irresueltas.
Hacia la época de su separación con Freud, Jung tuvo el siguiente sueño15:
“Me encontraba con un joven moreno desconocido, un salvaje, en una solitaria montaña rocosa. Era antes del amanecer, el cielo del este era ya claro y las estrellas se extinguían. Entonces resonó por las montañas el cuerno de Sigfrido y supe que debíamos matarle. Íbamos armados con fusiles y le acechábamos en un estrecho acantilado.
De pronto apareció Sigfrido en lo alto de la cumbre de la montaña, con el primer rayo del sol naciente. En un carro de osamenta descendía rápidamente por la pendiente rocosa. Al doblar él una esquina, disparamos sobre él y se desplomó, herido de muerte.
Lleno de asco de mí mismo y de arrepentimiento por haber destruido algo tan grande y bello, intenté huir, impulsado por el miedo, pues podían descubrir el crimen. Entonces comenzó a llover copiosamente y supe que todas las huellas del crimen quedarían borradas. Había escapado al peligro de ser descubierto, la vida podía continuar, pero quedaba un insoportable sentimiento de culpa.”
Después de narrar el sueño, Jung expresa el impacto que imprimió en su consciencia:
“Cuando desperté medité sobre el sueño, pero me resultó imposible comprenderlo. Intenté, pues, dormirme nuevamente, pero una voz dijo: “Tienes que comprender el sueño e inmediatamente!” La agitación interior fue aumentando hasta el terrible instante en que la voz dijo: “¡Si no comprendes el sueño tendrás que disparar sobre ti!” En mi mesita de noche había un revólver cargado y sentí miedo. Entonces volví a meditar y de pronto comprendí el sentido del sueño: “¡Éste es el problema que se le plantea al mundo!” Sigfrido representa lo que los alemanes quisieran realizar, a saber: imponer heroicamente su propia voluntad. “¡Donde hay una voluntad se encuentra un camino!” Lo mismo quería yo. Pero ahora ya no era posible. El sueño mostraba que la actitud que encarnaba por medio de Sigfrido, el héroe, ya no se adecuaba más a mí. Por ello, él tenía que ser asesinado.
Después experimenté gran compasión, como si hubiera disparado sobre mí. En ello se expresaba mi secreta identidad con el héroe, así como el sufrimiento que el hombre experimenta cuando es forzado a sacrificar su ideal y su actitud consciente. Pero había que dar fin a esta identidad con el ideal del héroe; pues existe algo más alto que la voluntad del Ego y a lo cual hay que someterse. (…) El salvaje moreno que me había acompañado y que propiamente había tomado la iniciativa del crimen es una encarnación de la sombra primitiva. La lluvia muestra que desaparecía la tensión entre lo consciente y lo inconsciente.
A pesar de que entonces no me era posible todavía comprender el significado del sueño por los escasos indicios, se liberaron nuevas fuerzas que me ayudaron a llevar a su fin mi experimento con el inconsciente.”
Jung asiente con meridiana claridad que, en el preciso momento en que tuvo el sueño, no supo qué significaba. Pero una voz interior, procedente de lo inconsciente, le advirtió de la importancia de comprender el sentido de aquel sueño, inmediatamente. Y, al meditarlo, pudo dar con su interpretación: La muerte del héroe16 en su interior. Además, se dio cuenta de que ese problema, que le afectaba a él, era un dilema que se le planteaba al mundo occidental. La muerte del héroe significa el desmantelamiento de la pretensión moderna de creer que con la fuerza de voluntad y con el poder que otorga el manejo de las funciones superiores de la consciencia, el ser humano puede lograr cuanto se proponga –en definitiva, hybris heroica o, como lo denomina la psicología inflación-, ¡querer es poder!, olvidando que existen leyes universales a las que todos estamos supeditados. Dichos principios fundamentales o arquetipos operan allende la limitada luz de nuestra consciencia, la cual se aleja cada vez más del necesario estado de equilibrio. No es de extrañar, pues, que la inmensa mayoría de los europeos se declare ateo o agnóstico. Sin embargo, semejante actitud hace temer lo peor, porque la disociación de la personalidad se hace cada vez más acusada y, con ello, también el peligro de una conflagración17. Y es que, como hemos indicado antes, cuando la consciencia se aleja de su sustrato instintivo, de lo inconsciente, éste adquiere los rasgos de un auténtico daimon, representado por el cristianismo con la imagen del Diablo, la cara oculta de Dios. La alarmante extensión del terrorismo no deja lugar a dudas; es la muestra más tangible del peligro que asola a la humanidad moderna. Frente a semejante demostración de salvajismo, empiezan a manifestarse reacciones compensatorias que adoptan la forma de sectas, congregaciones o grupos cristianos, cual es el caso de los evangélicos, los testigos de Jehová, los metodistas africanos, etc, como ya sucediera en los orígenes del cristianismo. Esto acredita que la religión cristiana, como, por otro lado, sucede también con el Judaísmo y el Islamismo, ya nada le dice al hombre moderno. Aunque las grandes religiones pretendan legítimamente ostentar la custodia de las verdades eternas, lo cierto es que han de pagar un tributo: la pérdida del ropaje temporal con el que se envisten. Además, en el mundo contemporáneo, no es posible mantener la actitud inflexible que caracteriza a toda religión monoteísta. Hasta cierto punto, el psicólogo entiende la pretensión de toda religión de proclamarse como auténtica y única y que conciba que su dios, es el Dios verdadero. A fin de cuentas, toda conversión religiosa, que sea verdadera, excluye cualquier atisbo de relatividad. Si es genuina tiene el carácter de ser absoluta, única e irrepetible para quien la experimenta. Por eso dice Marie-Louse von Franz lo siguiente: “así, nos hallamos en una situación terriblemente contradictoria, porque para tener una experiencia religiosa se necesita una especie de obligación absoluta, pero esto es irreconciliable con el hecho razonable de que hay muchas religiones y muchas experiencias religiosas y que la intolerancia es realmente bárbara y obsoleta. La solución posible sería que cada individuo retuviera su propia experiencia y la tomara como absoluta, aceptando el hecho de que otros tengan experiencias distintas, vinculando la necesaria condición absoluta sólo a uno mismo: para mí esto es absoluto (no hay relativismo, ni ninguna otra posibilidad), pero no debo extender los límites al campo de los demás. Y eso es lo que intentamos hacer. Intentamos que la gente tenga una experiencia religiosa sin colectivizarla y dando el paso equivocado de insistir en que también sea válido para otros. Debe ser absolutamente válido para mí, pero es un error para mí pensar que la experiencia que para mí es absoluta tenga que aplicarse a otros18. “ En cierto modo, el sueño incide en lo que sucede cuando el individuo sufre una verdadera irrupción de contenidos provenientes de lo inconsciente. La confrontación de la consciencia con los productos de lo inconsciente puede entenderse como una auténtica experiencia religiosa, que, como declara Marie-Louise von Franz: “significaría una experiencia que no puede alcanzarse por el esfuerzo intelectual, o ejercitando la concentración, o el yoga, o los exercitia spiritualia, sino más bien en una experiencia del Ser, que sólo podemos tener aceptando lo inconsciente y lo desconocido de la vida y la dificultad de vivir el propio conflicto 19.” Se trata, por tanto, de la muerte del ego y del renacimiento del Sí-Mismo, tema al que me he referido unas líneas más arriba, y que he expuesto con suficiente detalle en mi ensayo sobre la unión de los opuestos, donde lo he ejemplificado en las figuras de los dos magos protagonistas de la epopeya de J. R. Tolkien, El Señor de los anillos: Gandalf–Saruman, entre otras.
Desde luego, el enfrentamiento entre el Puer y el Senex es un tema arquetípico, encarnado en la trifulca en la que se vieron involucrados Freud, como Senex, y Jung, el aspirante al trono, como Puer. Mas en el sueño de Jung no cabe la interpretación que sugiere Fromm como deseo de matar a Freud, tal y como se desprende del contexto en el que tuvo lugar. Seguramente, ese deseo estuviera presente en el momento de la ruptura entre los dos caballeros del psicoanálisis (y no sólo en Jung, sino también en Freud), pero dado lo “colectivo” del sueño, esa interpretación es, cuanto menos, insuficiente. Fromm utiliza el método reduccionista de su maestro Freud, olvidando el sustrato del que dicho sueño procede (lo inconsciente colectivo). Por consiguiente, con sus afirmaciones, Fromm demuestra no haber comprendido la esencia del sueño de Jung, quizás porque, al así hacerlo, se hubiera visto compelido a reflexionar sobre su propia actitud y, con ello, podría verse ante la situación de tener que enfrentarse al Gran Sacrificio20.
Fromm, también achaca la fascinación de Jung por las piedras a su supuesta tendencia necrófila. De nuevo, patentiza su desconocimiento, rayano en la ignorancia, del simbolismo de la piedra. Aquellos que hayan indagado en los trabajos de Jung sabrán que pasó largo tiempo consagrado a la investigación de la alquimia. Y uno de los símbolos fundamentales de la alquimia es, precisamente, el Lapis philosophorum, la piedra filosofal a la que conferían toda suerte de atributos mágicos. Este símbolo central de la alquimia, la piedra, representa la manifestación de Dios en la tierra. O sea, el Lapis es un cabal símbolo de Cristo21. Por tanto, su fascinación por las piedras no indica otra cosa que un talante profundamente religioso en Jung, y la necesidad que tuvo de convertirse en un “cantero” o una especie de maestro “neo-masón”, para dar forma pétrea a las imágenes que emanaron de lo inconsciente, en ningún caso una orientación necrófila, como quiere hacer creer Fromm. Estos crasos errores de interpretación suelen cometerse cuando, como le acontece a Fromm y, en general, a los freudianos ortodoxos, se reducen los símbolos de lo inconsciente a elementos ya conocidos, convirtiendo la creativa, y laboriosa, tarea de interpretar sueños en una actividad mecánica y monótona. Con ello, el psicoanalista intenta encerrar la vida en un sistema conceptual, ostentando la quimérica pretensión de tener a su disposición, de antemano, todas las respuestas posibles. Esta falsa impresión impide la visión de que, en realidad, la respuesta a las encrucijadas del paciente nunca proceden del analista, sino, antes bien, de lo inconsciente del propio paciente. Y, para colmo de males, los sentimientos, en la terapia freudiana originaria, desaparecen y, por tanto, el flujo de la energía vital queda estancado. Un sistema así de rígido, pétreo, e inflexible es lo más parecido a la muerte. De modo que, en realidad, lo que Fromm imputa a Jung, pareciera ser una proyección de su propio modo de abordar los contenidos de lo inconsciente.
Sin embargo, Fromm incide en un aspecto de la vida de Jung que es factible: sus supuestas simpatías por el régimen nazi (al menos, en sus inicios) y un cierto resabio racista en algunas de sus manifestaciones. Como no puede ser de otra manera, Jung se vio afectado directamente por la erupción del sustrato pagano, que nubló la consciencia del pueblo alemán, y que, para ser honestos, afectó a todo el mundo occidental. Pero, como admite el propio Fromm, se enfrentó de un modo creativo a esa abrupta irrupción de contenidos inconscientes, convirtiéndose en un sanador sanado. Una de las máximas fundamentales de cualquier psicoterapia que se precie (y, en general, de cualquier medicina que aspire a curar a un enfermo del alma) ha de tener presente que no se puede, si quiera, pretender ayudar a restablecer el estado de salud psíquica de nadie, si antes no se ha asistido uno a sí mismo; ¿con qué fuerza moral es capaz un médico de aspirar a resolver los problemas y los conflictos que asaltan y asolan a sus pacientes, si antes no los ha enfrentado en su propio interior? Lamentablemente, conozco a demasiados médicos que procuran auxiliar a sus pacientes a sanar de sus neurosis, sin tener la necesaria experiencia previa. Y, lo que es aún peor, algunos incluso han sido incapaces de resolver sus propios conflictos interiores, reivindicando para sí la capacidad de ayudar a otros a resolverlos; ¿cómo es posible ayudar a alguien a sanar, si antes no se ha sanado uno a sí mismo? Convertirse en una enciclopedia andante o una “craneoteca” ambulante puede que valga para alimentar la vanidad del ego y aparentar una gran lucidez mental, pero no sirve de nada allí donde es necesaria la experiencia. Nunca hay que olvidar que la cultura es el cultivo de la Madre, el laboreo de la Tierra, el sembrado de los surcos de la Gran Diosa, o sea, una suerte de penetración en la cueva/vulva de lo inconsciente y no la continuada compilación de datos. He ahí la diferencia entre información y cultura.
De modo que, aquellos que hoy critican con acritud la supuesta actitud “antisemita” de Jung y su aparente simpatía por el régimen nazi, deberían preguntarse a sí mismos si no se han visto afectados, en lo más profundo de sí mismos, por la actual oleada de xenofobia, especialmente enconada contra la religión islámica, después de que se hubieran producido los atentados terroristas en Estados Unidos, en España y en Londres. O, de igual modo, por el racismo imperante en buena parte de la población de los países que conforman la actual Unión Europea, como también acaece, por otro lado, en los Estados Unidos, manifiestamente demostrado en el rechazo a la inmigración. Y no por ello les tacharíamos de racistas. ¿Acaso, los actuales detractores y críticos de Jung, no se han visto perturbados por la violencia que secretamente bulle en el caldero de lo inconsciente y que el colectivo proyecta en los “agresores” de sus/las mujeres, a quienes convierten en chivos expiatorios de su encubierta infamia? La vida humana no sólo se compone de luz, sino también de tinieblas. Y allí donde la luz solar, de una consciencia altamente diferenciada, brilla con fulgor extraordinario, cabe encontrar, por ley de opuestos, una sombra igualmente cerrada. No, señora Ibarra22, no tratamos de reprimir o de ocultar la aparente simpatía de Jung por el régimen nazi23, o, más bien, el sentimiento de superioridad que lo embargó a modo de hybris heroica. Los arquetipos pertenecen a lo inconsciente colectivo y, por lo tanto, alteran de un modo daimónico la consciencia de los individuos. Y esto es tanto más cierto, cuanto más abierta esté la consciencia a las influencias de lo inconsciente colectivo, o sea, con mayor vivacidad se experimenten los arquetipos. A este impetuoso brote de imágenes arquetípicas le sigue, de ordinario, un superlativo sentimiento de inflación. De modo que no es posible evadir, ni evitar verse ante la necesidad de lidiar con los “ancestros”, así como con el efecto que el contacto con el mundo de los muertos provoca en la consciencia. Lo que aquí se procura dilucidar es el modo en que se interpretan los contenidos de lo inconsciente que afloraron en Jung y la manera creativa en que éste afrontó la irrupción de la Bestia (o de Wotan), en su propio interior. De hecho, gracias a su arrojo, consiguió sanarse a sí mismo, convirtiéndose en un excelente psicoterapeuta. La obra de Jung, como él mismo dijo, es el resultado de un proceso de individuación. Él se trocó en materia prima de transformación alquimista del plomo en oro. Y esa titánica y encomiable tarea, digna de un héroe civilizador, lejos de ensombrecerle, lo hace merecedor de un homenaje24. El mismo que cabría rendir a Sigmund Freud o a Erich Fromm.
Para terminar, desearía prestar atención a un polémico asunto que parece afectar a buena parte de los investigadores e intelectuales modernos, especialmente los vinculados al ámbito académico. Se trata de descubrir la motivación oculta en este tipo de aseveraciones negativas que desprestigian el nombre de un colega, en beneficio de intereses personales. Y ese móvil es el deseo de poder del intelecto25. Me da la impresión de que E. Fromm ha querido afianzar su posición de poder, desprestigiando a Jung. Y, aunque esta argucia es típica de un puer que desea obtener su preciado trono, su persistencia no deja de desenmascarar el lado oscuro (la sombra, en terminología analítica) de quien así actúa, sin perjuicio de que en nada contribuye al avance científico.
1 José Antonio Delgado González, El Puer aeternus. El arquetipo de la eterna juventud en www.odiseajung.com y en mi página web de Sane Society.
2 Para un mayor abundamiento, léase Erich Fromm, El corazón del hombre. Su potencia para el bien y para el mal. México. Ed. Fondo de Cultura Económica.
3 Un notable ejemplo de ello lo encontramos en su polaridad Tener y Ser. Cuando E. Fromm en su libro Tener y Ser y, también, en Del Tener al Ser expone la existencia de esas dos tendencias opuestas en el ser humano, subrepticiamente aflora la polaridad extravertido/introvertido que C. G. Jung describió profusamente en su libro Tipos Psicológicos y que ha generado en la actualidad uno de los “test” para el conocimiento de la tipología funcional psíquica más efectivos y precisos: el MBTI.
4 Para Jung, la realidad de la psique y sus productos es un hecho, no un juicio. Poco importa que los contenidos psíquicos se correspondan con la realidad exterior o no, la cuestión fundamental es que existen y que actúan en la psique de los individuos.
5 Nota 6.
6 C. G. Jung, Recuerdos, sueños, pensamientos. Barcelona. Ed. Seix Barral. P. 238.
7 Jung l, c. P. 240
8 José A. Delgado González, El Retorno al paraíso perdido. La renovación de una cultura. Soria. Ed. Sotabur. Se encuentra en proceso de elaboración su revisión completa, que pretendo sea publicada en cuatro volúmenes.
9 Liz Greene, Astrología y Destino. Barcelona. Ed. Obelisco. Pp.110-114
10 Se encuentra en preparación la segunda parte del ensayo sobre el Puer aeternus, en la que trataré, entre otros asuntos, el tema concreto de la herencia familiar y el modo en que se manifiesta en el individuo.
11 Raúl M. Ortega Librero De Nuevo, Edipo. La actualidad de una ilusión en www.odiseajung.com
12 Véase también C. G. Jung La psicología de la transferencia. Barcelona. Ed. Planeta-Agostini. Pp. 40 y ss.
13 Véase mi artículo La Teoría Psíquica. El complejo del yo como estructura disipativa en www.odiseajung.com y en mi web de Sane Society.
14 Marie-Louise von Franz, El Puer aeternus. Barcelona. Ed. Kairós. Pp. 165.
15 Concretamente, el 18 de diciembre de 1913. Poco antes del inicio de la primera guerra mundial, el 14 de agosto de 1914.
16 Véase mi ensayo sobre la Carta nº 7 del Tarot de Marsella, El Carro. www.sanesociety.org/es/joseadelgado
17 Que es precisamente lo que sucedió al poco tiempo de que Jung tuviera el sueño. Véase nota 15.
18 Marie-Louise von Franz. P. 341
19 L.c. P. 225.
20 Para mayor abundamiento, véase mi ensayo El Reino de Acuario: La Unión de los Opuestos en www.odiseajung.com
21 Véase C. G. Jung Psicología y Alquimia. Madrid. Ed. Trotta.
22 Dirijo esta réplica a los comentarios de la Dra. Laura Ibarra García en su trabajo Carl Gustav Jung y el Nacionalsocialismo, publicado en los “Dossier” significativamente titulados Los intelectuales y el poder, por el Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Guadalajara, México.
23 Y, subrayo lo de aparente, porque sólo el desconocimiento de la vida y obra de C. G. Jung puede explicar que se lo tilde de nazista o de antisemita. Eso, o ciertos intereses egoístas de algunos individuos. ¿Tacharían de anti-musulmán a un científico que criticara ciertas actitudes extremistas de algunos líderes religiosos musulmanes?
24 Hago esta afirmación a guisa de la actual tendencia a homenajear a las víctimas del terrorismo, del holocausto nazi, de la violencia marital, etc…
25 Véase nota 1.