Ana María Vargas Betancur
C: 42791491
Hace ya varios años he venido navegando en la red de conceptos de la psicología analítica, nombre dado en por tiempo a la teoría sobre la psique construida por Carl Gustav Jung. El encuentro con lo académico me ha dado la oportunidad de contrastar sus descripciones y explicaciones con otras opuestas y similares, con diversas concepciones antropológicas subyacentes que van en igual o en distinto sentido a la que implícitamente enmarca a la apuesta junguiana.
En la aventura del pregrado en Psicología conozco lo mas comprensivamente, en el sentido racional del termino, diversas hipótesis que sustentan edificios teóricos sólidos unos, maltrechos otros, endebles otros tantos. De estos se deducen técnicas y formas de intervención en el fenómeno que a todos ocupa: la psique, el psiquismo humano. La comprensión mínima de este objeto de estudio, la descripción, es divergente; cada uno lo enfoca de manera diferente. Unos le apuntan a la conducta, otros a los conflictos intrapsíquicos, otros al sentido vital del individuo.
Este conocimiento, insisto descriptivo- racional, de cuerpos teóricos y su aplicación psicoterapéutica, no remueve el interés por Carl Gustav Jung, por el contrario lo aviva. Pero este avivamiento no es el inicio de un dogmatismo incipiente, sino más bien el impulso hacia una lectura más crítica de sus postulados, que se nutra de aquellos otros, alimentando un análisis comparativo y estructural; un diálogo, no un mero apasionamiento.
Esta contrastación racional me ha permitido apreciar, hasta donde he podido, la rigurosidad del discurso de Jung; su coherencia interna es evidente aunque en varias oportunidades pueda escindirse, casi perderse, de la observación empírica. He de confesar que siento un gusto especial por esta concepción del ser humano, un acuerdo con ella en sus postulados básicos; pero al momento de enfrentar el encuentro cercano con otros semejantes, que buscaran algo para sí mismos de ese contacto conmigo, me hallo frente al hecho innegable de que puedo afectarlos para bien o para mal y de que yo misma puedo salir no muy satisfecha.
Esto me remite a lo que comúnmente se llama ética o moral, a la pregunta por la manera como he de actuar en esa relación profesional que viviré cotidianamente, por el sentido de las acciones que imprima en ella y por la responsabilidad social que implica. Dadas las diversas miradas sobre lo psíquico, no es factible encontrar una mirada común frente a los valores, principios y normas del psicoterapeuta, no desde las escuelas de psicología, pero si desde lo que la sociedad espera de su quehacer profesional, esto es desde lo que normatiza su incidencia en el entorno social.
Estas normas se fundamentan en una concepción del hombre particular que varían según la cultura de turno, pero que en su esencia, en los valores y principios que las orientan, han sido tema de reflexión desde los griegos hasta nuestros días. Según Franca- tarrago, fundamentado en la ética personalista, existen un valor último, unos principios y unas normas que se aplican al devenir de la psicología y que fundamentan en mucha parte y en muchos países del mundo los códigos de ética, esto es lo deontológico que orientaría la labor de la profesión y la demanda que la sociedad puede hacerle.
La ética personalista toma como valor último la dignidad humana, entendida esta como la concepción del “ hombre como fin en sí mismo y no como medio para algo distinto a su propio perfeccionamiento” . Propone tres principios que señalarían el que hacer para concretizar ese valor supremo: la autonomía, entendida como el reconocimiento de la capacidad de cada sujeto para “valerse por si mismo”, es decir, de tomar libre y voluntariamente sus decisiones, según su forma de ser, hacer y pensar; la justicia, referida a la igualdad de oportunidades para todos y cada uno de los individuos de la sociedad; y el principio de beneficencia, que señala el deber de hacer el bien o, como mínimo, no causar daño. De estos principios, que orientan el qué hacer para darle cuerpo al valor último, se deducen tres normas fundamentales que indican el cómo hacerlo: la veracidad, la fidelidad a las promesas hechas y la confidencialidad. Es de aclarar que las normas no son absolutas, es decir, están sujetas a condiciones específicas, pueden no aplicarse en aras del bienestar del individuo o de la comunidad; así mismo entre ellas y los principios pueden surgir contradicciones en donde, según Franca- Tarrago, debe imperar el sentido más general de estos últimos.
Esta propuesta, que fundamenta el código de ética de la psicología en Colombia , toma matices diversos según cada corriente teórica en donde se inserte y, más aún, según cada individuo; la teoría desde donde cada uno formalice su apuesta profesional implica un como, un hacia donde y un desde donde de la intervención psicoterapéutica que se realice. La psicología analítica de Carl Gustav no es ajena a una antropología subyacente, a una manera de concebir lo que es el ser humano y en tanto como debe abordarse la relación profesional; el lugar del psicoterapeuta y del paciente.
Esta concepción de hombre, en lo general, es compartida con la psicología humanista; para Jung el individuo está determinado por condicionantes profundos, inconscientes, que a su vez se movilizan, alimentan su sentido, a partir de las singularidades de cada uno; siguiendo a Marta Vélez (Vélez, 1999, 101y 105) el sujeto colabora con su particularidad a eso que lo anticipa: el inconsciente colectivo, que siendo estructurante de la experiencia humana, se ha estructurado a partir de las mismas experiencias de cada individuo, como cauces de un río inmenso que la libido ha ido forjando en el trasegar histórico de la humanidad. De aquí entonces que la teoría junguiana responde a la pregunta sobre determinismo o libertad con una conjunción: determinismo y libertad; una unidad caótica y oscura que con el correr de la evolución ha explotado en incontables estrellas de colores, conectadas en su esencia pero singulares en su sentido y su contenido.
Lo subjetivo en Jung es pues irreductible, cada ser humano tiene un camino propio que recorrer para encontrarse y reconocerse en su sí mismo. Esta “libertad determinada”, este ser humano entendido como actualización, como
“Florescencia de la unidad subyacente” , implica un respeto profundo por cada individuo, un reconocimiento tácito de esa dignidad humana que postula la ética personalista, el hombre como fin en sí mismo; Pues este se considera emergencia, manifestación de lo más profundo y esencial de la vida misma, respeto expresado implícitamente en lo que Hillman plantea del lugar del analista “El analista no debe estar jamás en una posición de poder: él acompaña a su paciente, no tiene nada qué decir, no es más que el espejo en el que el paciente se encuentra a sí mismo descubriendo la figura del dios que lo gobierna”.
En este sentido los principios y normas que se enuncian mas arriba son aplicables también a la psicología compleja. El principio de beneficencia no se aplica solamente al individuo como tal; hacer el bien a uno sería aportar para el bien de todos, dañar a otro implicaría incluso dañarse a sí mismo, dado que estamos conectados en las profundidades, tenemos una raíz común, además de que el otro puede ser una proyección de la sombra propia ( más adelante se toca el tema de la sombra del analista)
El principio de autonomía se concibe como el reconocimiento de que cada sujeto tiene la capacidad, y debe utilizarla en aras justamente de mayor autonomía, de recorrer el camino de la individuación, pero solo él decide el cuándo y el cómo, su contenido y su sentido; “ un alma que se individua, introduce una verdad singular” . El principio de justicia se concibe como inherente al acontecer natural; más que la igualdad de oportunidades es la igualdad en la diferencia; es la valoración de una conexión profunda a la que cada uno puede acceder, a su propio ritmo, por derecho natural. La veracidad, confidencialidad y fidelidad a las promesas hechas son ineludibles según estos razonamientos.
Pero la apuesta psicoterapéutica de la psicología analítica plantea la posibilidad de insertar un nuevo principio y con ello una nueva norma en la psicoética del análisis Junguiano, que igual apunta a la actualización de esa dignidad. “ Quien no se conoce a sí mismo no puede pretender conocer a los demás”. Este es un principio ético evidente, un “deber hacer y ser” del analista Junguiano; un principio que podría denominarse de “autoconocimiento”, mas específicamente del auto- reconocimiento de ese inconsciente profundo en uno mismo como actitud básica que posibilita un verdadero acompañamiento al otro en el descenso hacia sus propias profundidades. El “ hacer conciencia”, la finalidad misma de este tipo de psicoterapia – “… la finalidad de la psicoterapia en la psicologia analítica es hacer conscientes contenidos inconscientes e integrarlos con la conciencia” – es un hacer conciencia tanto en el analista como en el analizante.
Se requiere una alta dosis de “valentía ética” en este proceso, “si la cultura debe asumir como camino esencial el reconocimiento de la multiplicidad y la diferencia, en nombre de la especificidad de cada vida, los individuos tenemos la no poca urgencia y la responsabilidad ética de hacerle frente a la tiranía simbólica y reconocer aquello que hemos rechazado, con el fin de que la cultura misma avance en la espiral de la evolución y realice su mayor posibilidad libertaria y creativa.”
La norma que puede encarnar el principio del auto-conocimiento es, a mi modo de ver, la investigación continua; una continua exploración de las propias emergencias imaginarias que tienden al saber subjetivo de sí mismo. Investigación entendida como búsqueda continua de conocimiento, conocimiento de sí mismo y por tanto del entorno humano, conocimiento cotidiano, nunca acabado. “…Porque de lo que se trata no es de resolverlos (los problemas inherentes a lo humano) sino de poderlos postular, esto es, de un preguntar justo y siempre conducente al movimiento, al camino, a la búsqueda.”
El valor último que se expresa implícitamente en principio y norma es el reconocimiento del sí mismo, la diferenciación consciente – y constante -. Es este el horizonte del proceso de individuación, la integración con la conciencia de procesos inconscientes y con ello de los opuestos en la propia existencia:
“…, si nos mantenemos fieles a nuestra naturaleza, que es la diferenciación, entonces nos distinguimos de lo bueno y lo bello y así, inmediatamente, nos diferenciamos también de lo malo y lo feo. Esta es la única manera de no fusionarnos… con la nada y la disolución” ( Vélez, 1999, 103), escribe Jung en sus “siete sermones a los muertos”.
Este diferenciarse no significa ir “ mas allá del bien y del mal”, que ya nada toque al analista, implica mejor ir en el medio, ir conformado por, el bien y el mal; lo aceptado y lo no aceptado por la conciencia –individual y colectiva – durante la experiencia del sujeto en el encuentro con el mundo y consigo mismo, gesta la existencia de la persona, entendida como la personalidad, la máscara, y de la sombra, lo reprimido personal y colectivo. EL analista no se sustrae a este asunto, más aún si se tiene en cuenta que la sombra propia se proyecta en el otro en tanto no sea reconocida: “ EL camino fundamental que la sombra posee, dada nuestra negativa a su reconocimiento y la dificultad para aceptar que las propias sombras interiores son la oscuridad del alma, es el mecanismo de la proyección. La sombra nos hace frente desde los otros…”
( Vélez, 1999, 143). Esta ensombrece la percepción del analizante y, por tanto, atenta la singularidad por la cuál propende el quehacer de la psicoterapia en la psicología compleja.
De aquí que sea necesario responder por la propia sombra en la relación analítica, saber dar, o darse, cuenta de ella, si lo que se pretende es analizar, impulsar el análisis, acompañar en términos de Hillman, al otro. Es pues ser responsable de uno mismo, responsabilizarse, como una exigencia ética en las propuestas de Carl Gustav Jung que se podría pensar, más en el fondo, como una consecuencia del propio proceso de individuación.
Sin embargo Jung también le apuesta a que “cada uno se las vea con el fenómeno según las particularidades propias de ambos”, lo suyo no es una doctrina sino una descripción de los hechos para ser discutida ; de tal manera que optar por un tipo de ethos ha de ser una decisión propia, libre en la singularidad y determinada en la relación con los otros ( hacia adentro y hacia fuera).
Esto abre el espacio de que cada profesional entre en contacto con aquel que busca sus servicios sin un “ prejuicio” sobre lo que ha de encontrar, sin una doctrina memorizada que ya de antemano le indica el camino y el final de su clínica; a un ethos que pretende un encuentro desprevenido: Es necesario estudiar y leer mucho para saber interpretar un sueño, pero al momento que el paciente entre cerrando tras de sí la puerta del consultorio, hemos de olvidarlo todo , dice Jung, señalando de cierta forma el lugar del analista en la relación clínica y con ello la importancia de formarse en un método que permita la singularidad, la diferencia.
En este sentido una actitud analítica (que separe, que diferencie para encontrar lo subyacente, lo que dice lo inconsciente) en el psicólogo de lo complejo no iría en contravía de los preceptos teóricos, más bien haría honor al primer nombre que se le dio a esta teoría y a la actitud que siempre demostró Carl Gustav Jung de incansable investigador de la psique: Psicología analítica. Analizar se constituiría entonces en una práctica inherente al quehacer del analista Junguiano, a su ethos; Más aún, en un tipo particular de análisis que va hacia la integración y hacia el sentido de lo analizado, no solamente hacia la explicación etiológica.
Existe una normatividad real, producto del espíritu de la cultura que nos ha tocado vivir, tanto para el discurso como para el acto; cada uno imprime una singularidad propia, de uno y del otro, para enfrentarla, negarla, sustituirla, aislarla. La ética en sus valores, principios y normas, da cuenta de lo que es y ha sido la regulación y la reflexión alrededor de las diferentes formas de interactuar entre los seres humanos, sobre el ser y el deber ser. En torno a esta pregunta fundamental se construye el ethos, aunado o no a los parámetros implícitos en cualquier teoría. Pero la exigencia de un consenso, o una apuesta de sentido, en torno a una reflexión continua sobre la ética, que articulen como mínimo a los diversos enfoques en su interior, podría permitir el avance del saber y el hacer de toda la psicología y de quienes nos permitimos profesarla.
Este “acuerdo reflexivo”, o al menos de parámetros para la reflexión, partiría de aquello que cada enfoque postula: su concepción de la psique y las apuestas psicoterapéuticas que de allí surgen; de esta manera nos acercaríamos lentamente, de singularidad a singularidad, a una “unidad diferenciada” en la psicología, que recuerda el sentido de la “apuesta propuesta” por Jung; también permitiría el avance discursivo y práctico que propicia el encuentro de diversas visiones, en oposición al anquilosamiento y estancamiento a raíz de la división irreductible que parece pretender la psicología hoy día en nuestro país.
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1)Franca Tarrago, ética para psicólogos.
2)Bolívar Gerardo, cátedra de Ética, Universidad de Antioquia, Medellín, 2002- 02.
3)Jung, Los Complejos y El Inconsciente.
4)Ibíd. 5.
5)Hillman, James. Une Psychologie arquétypale. Ibid 8
6)Ibíd. 3, p 50.
7)Jung y otros. El hombre y sus símbolos.
8)Vélez Marta, los hijos de la gran diosa. P 141.
9)Ibíd. 8, pg 101.
10)En WWW.fundacion-jung.com.ar, carta de jung de 1946
11)Jung y otros, el hombre y sus símbolos
12)Como el código de ética del psicólogo en Colombia.
BIBLIOGRAFÍA
Bolívar Gerardo, Curso de Ética Profesional, Departamento de Psicología,
Universidad de Antioquia, Medellín, 2002/02.
França tarrago Omar, Ética para Psicólogos. ED. Desclée de Browner.
Bilbao, 1996, Cap I y II.
Jung Carl Gustav, Los Complejos y El Inconsciente. Alianza Editorial, Bogotá,
1986
-Y otros, El Hombre y sus Símbolos. Biblioteca Universal
Contemporánea, Madrid, 1992.
Ramírez Carlos Arturo, Psicología de Orientación Analítica, En: Artículos
Y Ensayúnculos, N. 55, Universidad de Antioquia, Medellín.
Vélez Saldarriaga Marta Cecilia, Los Hijos de la Gran Diosa. Editorial
Universidad de Antioquia, Medellín, 1999.
En Internet
– www. Fundación-jung.com.ar/
– www.jungba.com