En realidad, “reducirse” imparcialmente a los motivos de la evolución animal es bastante evidente que conduce en realidad y en la práctica a esa impresión poética de “tendencia indomada hacia delante” (16), sin necesidad de acudir a ninguna represión e impulso reactivo e impropio, sino a la mera fuerza natural. Del mismo modo que él mismo postuló las fases oral, anal, edípica y genital (y a ellas inherentes la idea de evolución y refinamiento), es fácil, pues, al menos hipotetizar la posibilidad de que lo que él llama instinto de perfeccionamiento sea la posterior evolución de la genitalidad hacia un quizás más alto grado de madurez. Por cierto que hoy día, “reducirse” incluso a la partícula física elemental es ingresar en el cosmos de las más grandes ideas religiosas y filosóficas de la Humanidad.
Me resulta a-científicamente prejuicioso y extremadamente parcial restarle al impulso de conocimiento, de creación y de conquista humano su genuinidad. La fascinación por las ideas, la religión, el culto, la política, el arte, es tan evidente deducirla en la raza humana a través de los hechos (sin ir más lejos), por los que siempre nos conoceremos, y que son los síntomas de nuestra humanidad, desde el principio de los tiempos hasta siempre, como directo y evidente es experimentar en cada uno de nosotros ese mismo instinto hacia esa luz, sin necesidad de menospreciar otros estratos de nuestra entidad como son los que conciernen al hambre y la sexualidad. Me es aún más penoso proviniendo de un hombre cuyo mejor rendimiento humano lo obtuvo fundado sobre la base de esta aspiración: desvelar la verdad, servir al Logos. Curar haciendo luz en las tinieblas del desconocimiento, y hacer progresar a la Humanidad con su creación filosófica. Es muy patente el papel de Freud como héroe civilizador de nuestro tiempo, y su entrega absoluta y fascinada al progreso cultural. Sin embargo, en un punto sucumbe al prejuicio filosófico de la época (que no a su instinto sexual, precisamente) y hace apología de un Eros deformado por el prisma positivista en detrimento del Logos que lo impulsó toda la vida, sin ver lo que tenía siempre delante de la nariz: una reproducción de la inquisitiva Esfinge en la mesa de su despacho, mucho más cerca y más viva que el cuadro de su mamá y su papá. Como un héroe que después de haber vencido mil dragones y haber iluminado miles de grutas fantasmales, se dice cínicamente a sí mismo que todo lo hizo porque le faltó fornicar más.
Quien revive la infancia, al lado de las imágenes de los padres, de hacer pis y defecar, no puede menos que ver su impulso constante e innato a olfatear, curiosear, intuir, pensar y fantasear. Y a crear y re-crear. Quien revive la infancia, no puede sino recordar que su cuerpo mismo le impulsaba minuto a minuto a crecer inexorablemente, empujando por sí mismo hacia la “genitalidad”, comprender su mundo y madurar como humano. Tomamos finalmente constancia de que la naturaleza no pierde tiempo empujando hacia atrás, ni aferrándose tozudamente a objetos pasados (eso es más un problema de miopía o inmadurez del yo) si no es para finalmente progresar más lejos en el ser uno mismo y así garantizar precisamente la satisfacción de todas las pulsiones e instintos, muchas de las cuales hoy sabemos que se despiertan avanzando la edad… incluida la “pulsión de regreso a los orígenes”.
La regresión a las imágenes parentales, aparte de producirse por una inmadurez del yo, por su infantilismo, por su fijación, y crear por lo tanto una neurosis no ya por la ley del deseo contra el principio cultural, sino por la fijación regresiva de la conciencia contra el impulso a crecer y avanzar más allá de su pequeño mundo de enseres y cosas a primera mano, también aparece cada vez que el impulso de la libido se ve frenado hacia delante por algún obstáculo, frustración o decepción, y ésta regresa a un lugar de adaptación anterior (de donde se produce esa sensación de que “cualquier tiempo pasado siempre fue mejor”), pero también, y es el punto que más ahora nos interesa, aparece cuando se ha completado un discurso completo vital, una parte de la vida ha sido desarrollada, y hay que retornar a los orígenes para empezar a avanzar de nuevo desde aquellas semillas que quedaron aún por regar. Exactamente, tal y como el Sol después de su cénit, comienza a declinar hacia el abismo de la noche, para luego renacer.
Tener ego, consciencia, es el atributo humano por excelencia: la identidad. Al lado del sujeto, ese impulso sine qua nom de conocer el mundo y a sí mismo, valorarlo y vivirlo fundado sobre eso, lo que llamamos cultura. El ego es una estructura dada humana, que no es imaginable cómo puede ser creada por ningún obstáculo externo ni ninguna represión desde afuera. Por el simple hecho de tener ego, queda muy preliminarmente justificado el “impulso a la perfección”: el yo es consciencia, y la función de la consciencia es iluminar e instrumentar. El yo madura en el principio de realidad, y de entrada es absolutamente justificable darle un peso a este instinto como salvaguarda y diferenciación del instinto de supervivencia, cuya pulsión más arcaica se delata en la agresividad o el miedo. Cuanto más lejos y más intensamente cumpla con su función de reconocer realidades, externas e internas, se supone muy obviamente que su fundamento mejor satisfecho está.
Postular un sistema psíquico encerrado en lo fisiológico, basarlo en una libido de origen y vocación animal, y a partir de ahí y a través de estímulos y obstáculos externos convocar el epifenomeno de la cultura humana, ¿sería algo así como postular la conversión de las cabras en filósofos gracias al bastón del pastor? Con una dificultad añadida: ¿cuál fue la primera cabra que se convirtió en filosófico pastor?
Entender la cultura humana y su mundo de ideas y logros como una especie de síntoma obsesivo ritualista de defensa contra el pánico fóbico a caer en la tentación tabú, es no entender ya de entrada que en el ritual obsesivo o el síntoma de conversión no se expresa tanto el censor y el lenguaje de la represión con sus pretendidas sublimaciones y desplazamientos, como el símbolo del inconsciente que en sus rictus, incluso los más grotescos, intenta expresar y sacar a la luz su auténtico contenido instintivo. En realidad, siguiendo el hilo del ritual obsesivo, la conversión histérica o hasta la imaginería psicótica, llegamos al mismo punto del que brotan las obras más terminadas de la humanidad creativa, y en lugar de desplazarnos hacia la pretendida “periferia impropia” de lo social y moral, el superego, de nuestra economía psíquica, nos adentramos en el núcleo de nuestros más profundos instintos, donde yacen ocultos en la misma esfera tanto los tabués como los tótems eternos.
Nuevamente, el logro “sublimador” de Freud en su mito cosmógonico particular sobre la horda primitiva, nos acerca al mito del Génesis judeocristiano, sometiéndose inconscientemente al patrimonio de la religión, en lugar de “desplazarla” y explicarla. Al estilo de Lèvy-Strauss, podemos hacer una comparación estructuralista de ambos mitos:
Génesis | Tótem y Tabú |
Mito genesiaco, “cosmogónico”. | Idem |
Rebelión contra el mandato de Dios, el Padre. | Rebelión contra el gran Padre. Parricidio. |
Manzana y serpiente, símbolos ambiguos y dobles sobre la sexualidad y el conocimiento. | Móvil sexual. |
Comida de la fruta. | Comida ritual caníbal. |
Expulsión del Paraíso, el orden primigenio. | Fin del ciclo y el orden primitivo |
Aparicion de la conciencia del bien y del mal y la culpa. | Complejo de culpa y restricciones morales |
Concepto de pecado original, culpa heredada. | Idem |
Despertar a un nuevo grado de conciencia y a la civilización | Idem |
Así que tenemos la rebelión contra el Padre como representante del antiguo régimen de civilización y la aparición de un nuevo orden instaurado como era del Hijo, proceso donde se unen el logro, el progreso y la luz, con la sombra del pecado, la separación y la pérdida, exactamente igual que en el mito prometeico. Un mitologema que como ya hemos antes mostrado es bastante clásico y universal. En el Génesis, pareciera que el acto de pecar y su inmediata consecuencia inaugura la diferenciación entre lo bueno y lo malo (árbol del conocimiento del Bien y del Mal), lo cual abre la luz de la conciencia al juicio, al pensamiento y la valoración del mundo. El que empieza a pensar y actuar por sí mismo (Sí mismo), tiene que saber soportar el pago de su rebeldía ante la Norma; en general, tiene que soportar su responsabilidad más profunda. En el mito freudiano, que en sus símbolos cuenta lo mismo, sin embargo en su explicación conceptual se debate en forzadas racionalizaciones, porque intenta no apartarse en ningún momento de la etología animal por prejuicio, y así jamás recupera para el hombre el apropiado valor de su autoconciencia: la moral queda reducida al juego de poderes entre el impulso sexual y el miedo a la castración, ya sea frente a objetos concretos reales, padre y madre, actuales o primitivos, ya sea frente a fantasmas antepasados, y el instinto de verdad y crecimiento queda constreñido a un entretenimiento para olvidar la frustración primaria, un día alcanzada… y rechazada otra vez con renovado pánico.
Por supuesto, el mito de la horda freudiano es un intento de reelaborar el edipo con todo el argumento “doctrinal” a la vista y bien claro. Algo así como una explicitación del Edipo como mito, que se presupone más latente, y a la vez extenderlo como nudo complejal desde el origen biográfico personal hasta el origen filogenético de la raza. Ésa al menos parece ser la intención consciente. Al estilo de las explicaciones alquimistas, que prometen dilucidar de una forma más aprehensible a la razón y más demostrativa el lujo de simbolismos precedente de su tradición, y luego se explican con un nuevo abstruso simbolismo que apenas en algunos casos remonta hacia un nuevo nivel de comprensión de las cosas, Freud con un mito clásico pretende haber desvelado otro. Impresionante testimonio del poder generador del símbolo, que se abre paso con renovado ímpetu siempre, allí donde le dejen el menor hueco, incluido en mitad del racionalismo de la filosofía cientifista moderna.
Mientras intenta reducir la relación hombre-Dios, bien diferenciada en el mito genésico, a una relación paterno filial en el suyo, se obliga a dotar a su padre primitivo de un poder y unas atribuciones cargadas de mana, precisamente ¿divinas? En efecto, desde el edipo como complejo hasta acá se ha destilado del mero padre la figura patente del tirano rey, más cercana a la relación ego arquetipo, ego Dios, que ninguna relación personal hijo-padre, ni primitiva, ni actual, si entresacamos de ella las forzadas proyecciones del niño en la figura del papá, claro, que por cierto nunca son tantas como para poder explicar con ellas los atributos que desde siempre tienen las imágenes divinas. De hecho, dice Freud mismo: “(…)Según explicamos ya en otro lugar, dicho padre primordial fue el prototipo de Dios, el modelo conforme al cual crearon las generaciones posteriores la imagen de Dios” (17). Así es: imposibilitado de explicar la economía psíquica humana sin acudir a la idea de Dios, intenta in extremis introducirla, como un genio de cuento en un frasco, en la figura del padre, y para que quepa, tiene que grandificar esta figura hasta un nivel, precisamente, míticamente irracional.
La constancia universal de esta trama heroica mitológica, la plasma de nuevo magistralmente Campbell:
«Porque el héroe mitológico es el campeón no de las cosas hechas sino de las cosas por hacer; el dragón que debe ser muerto por él es precisamente el monstruo del status quo: Soporte, el guardián del pasado. Desde la oscuridad el héroe emerge, pero el enemigo es grande y destaca en el trono del poder; es el enemigo, el dragón, el tirano, porque convierte en ventaja propia la autoridad de su posición. Es Soporte o Garra no porque guarda el pasado, sino porque guarda» (17b)
Por cierto, es muy llamativo en la práctica terapéutica como, mientras la teoría psicoanalítica pretende introducir a Dios en la figura del padre, los sueños de los analizandos aquejados de los correspondientes complejos intentan volver a extraer desde la imago parental, inflada por la consiguiente proyección, la figura genuina de un Dios, y restaurarla a su dimensión propia (18).
El hombre que criticaba el absurdo de la religión como artículo de fe dogmática, aduciendo que “No hay instancia ninguna superior a la razón” (19) y proclamaba tácitamente la relación entre su concepto de sueño y las religiones al decir de las segundas que “Son ilusiones, realizaciones de los deseos más antiguos, intensos y apremiantes de la Humanidad”(idem), era el mismo que inauguró una nueva era de fe por petición de principio en el contenido de los sueños, y en empezar a desvelar las razones ocultas tras su fachada de aparente absurdidad. Y eso de “deseo más antiguo, intenso y apremiante de la Humanidad”, encierra en verdad una implicancia tal y es tan profundo que dice mucho más de lo que él mismo cree decir. Cuando también comentaba que “Tales ideas que nos son presentadas como dogmas, no son precipitados de la experiencia ni conclusiones del pensamiento”(idem), no estaba desde luego reflexionando en la manera en que había nacido su propia idea mítica angular sobre el origen de la civilización.
La llave de la exégesis del símbolo, la que podía de veras avanzar un paso más a fondo y de verdad desvelar hacia otro nivel el misterio, estaba en otro lugar. Como siempre, a resguardo del espíritu de la época, en el mismo horno de donde nace la matriz generadora del mito, el cuento, el sueño y por ende la vida misma: el espíritu de las profundidades. La fina intuición marca la verdadera dirección de las respuestas. Recorrer el camino, es otra cosa.
Si en el mito freudiano la nueva conciencia con sus nuevas luces y sombras y el inicio del despliegue humano civilizador parten de un conflicto edípico, y permanecen siempre como un derivado sustitutivo alrededor de esta causa primordial, en el mito judeocristiano, desde el principio la sexualidad y el instinto luciferino de conciencia y renovación aparecen unidos y solidarios (instinto luciferino que en el mito prometeico aún es más patente). En todo caso, el nombre de Árbol del Conocimiento, no deja lugar a dudas sobre el sentido fundamental de aquel apetito rebelde. Venus, Afrodita, Lucifer, es como astro el amanecer en el cielo estrellado, la primera luz en el “albor” de la noche, une petite aube, un despertar de conciencia. Nuevamente, el arquetipo del Anima, Eva, donde se unen los extremos Lilith y Sofía en la misma manzana explica perfectamente el trasvase entre Eros y Logos sin tener que recurrir a causaciones concretas rebuscadas y artificiosas que, en último término, hemos demostrado en realidad son creaciones de la fantasía mítica moderna, tan arquetípica como la de siempre.
“…y de este modo no queda otro remedio sino avanzar en la dirección evolutiva que permanece libre, aunque sin esperanza de dar fin al proceso y alcanzar la meta” En esta declaración pesimista, nuevamente Freud con su fina intuición habla por boca de un arquetipo archiconocido en la vida e historia de las religiones y gnosis. Está hablando de la ilusoriedad del mundo, de la banalidad de la vida, envuelta siempre en un engaño y una ficción. Está hablando como un hindú que predica sobre los velos de Maya, como un cristiano sobre su valle de lágrimas, como un gnóstico del torpe demiurgo, como un budista de la rueda del Samsara. En su concepción, esta imposibilidad de cumplir la auténtica meta se basa en que ésta quedo atrás, de una vez por todas; la suprema realidad del deseo humano, frustrada definitivamente, y todo discurrir hacia las luces y las alturas conscientes es un alejarse del paraíso primordial no alcanzado nunca, y perdido para siempre. Para no remontarse demasiado del entorno palpable de la biología y del por qué causativo del iluminismo, ese paraíso anhelado queda proyectado en la imagen de una unión sexual concreta y en un recuerdo reprimido desde la infancia. Mas el discurso religioso, esotérico y místico tradicional precisamente cuenta que es lo concreto, lo más próximo y palpable, el mundo de la apariencia. Es un discurso que parte del platonismo de toda aquella humanidad que ha intuido, inferido o hasta sentido con el tacto directo del alma alguna vez como móvil psíquico y vital primario una Idea, que nosotros hoy llamamos Arquetipo. En este sentido, la esperanza a alcanzar no queda existencialmente imposibilitada: el por qué de las cosas se complementa con el para qué y su destino, y la Jerusalén Celestial, la Budeidad o el Nirvana, no por ser difícilmente alcanzables, dejan de ser el sentido último de la vida. En último término, ése es el anhelo del camino heroico, el Agarttha donde mora el rey del mundo (20).
Justamente el elemento “madre”, que para Freud en su acepción concreta es uno de los valores más reales en la economía psíquica del sujeto, la hermenéutica del símbolo nos lo muestra como el responsable (corresponsable, para ser exactos, junto con el ego encargado de tomar postura frente a él como arquetipo) en bastantes de sus atributos de una de las más grandes estafas y engaños en que puede caer el individuo:
“Ahora bien, ¿qué es ese factor proyectante? Oriente lo conoce como “La Tejedora” o Maya, la danzarina que genera lo ilusorio. Si no la conociéramos hace rato a partir de la simbólica del sueño, esa interpretación oriental nos pondría sobre la pista: la que rodea entre velos, la que envuelve entre redes, lo que traga, apunta irrecusablemente a la madre.”(21).
Sí, Yocasta, la que conoce sin entender los sueños escandalosos del vulgo, la que duerme viviendo su realidad y envuelve de velos, sin quererlo ni saberlo, la vida aún por vivir, sólo soñada aún, de Edipo.
Pero volvamos una vez más a empezar por el principio y a contar en lenguaje y concepto moderno, con la esperanza de que irrite y moleste lo menos posible al sentido eterno, esta historia mítica sobre la vida de uno de esos raros casos en que un hombre creció más alto y más lejos de lo normal, para gloria de su raza, y pagó muy caro como todo auténtico héroe su cercanía a las estrellas.
Exégesis
Comenzaremos con los nomina. Edipo significa “pié hinchado”, y es un apodo que muy probablemente le viniera del estado en que tendría los piés de bebé atravesados por un clavo y amarrados cuando lo abandonó su papá. La acepción más aceptada para Layo es “zurdo”. Remontándonos a su abuelo Lábdaco, sabemos que este nombre significa “cojo”.
Realmente, son muy significativos estos apodos. A priori, parece que nos habla de una genealogía de reyes deformes. Dejemos el calificativo de zurdo para después, y ocupémonos primero de las extremidades inferiores, por doble alusión.
Colin Wilson nos cuenta: “El hombre camina en la tierra con sus pies fisicos; pero en la vida lo hace con sus pies psicologicos. Su nivel psicologico externo es sensual, es cosa de la sensacion, de los sentidos. Sus pensamientos y sentimientos externos provienen de lo que captan a traves de los sentidos. Este es el nivel que representan los pies psicologicos de su ser, pies distintos a los de su ser fisico. Y la clase de zapatos que calzan estos pies son sus puntos de vista, sus opiniones y las actitudes que viste o utiliza para allegarse a una vida sensual. Si no fuese por los cinco sentidos no habria vida externa (…) El Hombre que entiende la vida únicamente a través de las pruebas que le ofrecen sus sentidos, no es un hombre psicologico. Es un hombre sensual. Su mente se apoya en los sentidos. En otros escritos se llama a ésta la «mente carnal» (Colosenses II.19) En este caso piensa desde los pies, no tiene cabeza. Y piensa especialmente desde la clase de zapatos que calzan sus pies. Esta es la forma de su verdad; es diferente en diversos casos, pero siempre corresponde al mismo orden o al mismo nivel. Aún dista mucho de ser un Hombre. Piensa de una manera literal. Toma la parabola literalmente (…) Mezclar el pensamiento de los pies (los zapatos) con el de la cabeza, es confundir niveles. El pensamiento de los pies determina los zapatos; éste es el pensamiento sensual, el que tiene que ver con los objetos de los sentidos. El pensamiento de la cabeza es psicologico y tiene que ver con el significado de las cosas.
Estos dos órdenes de la verdad no se contradicen, pero pueden convertirse en contradictorios si se les considera opuestos.
No son opuestos, sino que corresponden a niveles distintos. Son formas diferentes de la verdad, a distintos niveles. De modo que la verdad tiene formas diversas, a diferentes niveles. Pero si el hombre piensa únicamente con los pies, no podrá entender la idea de niveles. Pensará unicamente en un nivel, y convertirá en opuesto lo que no es. Y así ocurre que en cuanto las gentes pierden todo sentido de niveles, o de proporciones, cuando pierden el sentido de niveles superiores e inferiores, el mundo se convierte en opuestos. El resultado es violencia. (…) La purificacion del pensamiento, el cambio de mentalidad , lo simboliza el lavado con agua; esto es, lavar la sensualidad de la mente.
El lebrillo es el receptaculo que contiene el agua, aquello en lo que se concentra el agua. Los pies son la mente inferior en contacto con el mundo exterior. Y esto es lo que ha de cambiarse en esta vida.”(22).
Por lo tanto, parece que hablando de piés, “tropezamos” de entrada con alusiones directas a un conflicto entre hombres superiores e inferiores, a un tema que atañe directamente al problema de evolución psíquica humano y a los niveles de lucidez y conciencia. Se trata de la manera en que cada uno “anda por el mundo”, su camino, su dirección, qué valora, qué es capaz de ver y tocar, y qué no. Estas cosas son de las que se ocupan Jesús y Nicodemo en su famoso diálogo: «Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.» (Juan 3:1-8). Nicodemo usa los piés sensuales para acercarse a la metáfora del nuevo nacimiento; su maestro le corrige, y le insta a usar los piés lavados, simbólicos, espirituales.
Sabemos perfectamente que Edipo se debía lavar muy bien los piés en el lebrillo, porque fue el único que logró desvelar el misterio de la Esfinge, no apto para piés llenos de barro. Había que encontrarle el sentido oculto a la metáfora. La pregunta del monstruo en sí, nos conduce también a la cuestión de los piés. De Edipo se cuenta que ganaba en las carreras de jovencito, así que usaba muy bien sus piernas. A lo mismo nos remiten sus peregrinaciones y exilios como excelente peatón, desde la adolescencia. Parece que su herida de pequeño, al no matarlo, lo hizo más fuerte en todo lo que atañe a esa zona corporal, también en su significado simbólico. Como un sacrificio propiciatorio. Así como la ceguera muy a menudo acompaña a la videncia, la cojera mitológica a menudo acompaña también a la capacidad de llegar más lejos en ciertas cualidades, y a menudo éstas son precisamente, como ya sospechábamos, las mentales y espirituales. Se trata de la cuestión del sacrificio: quien muere a lo sensual, renace a lo espiritual. El lavado de piés es una especie de bautismo de éstos, pero sabemos que bautismo es una muerte y renacimiento iniciático, y conlleva por eso la misma significancia que el sacrificio del que estamos hablando. Así que podemos empezar a percibir en la saga labdácida, pensando con piés simbólicos, quizás una herencia a favor de concebir la vida de una manera filosóficamente superior que el resto. Una herencia de superioridad de Logos, que era la garantía de legitimidad de su realeza, genealógicamente establecida por el indiscutible héroe Cadmos. En nuestro mito, es muy patente la presencia de una figura del Sí mismo de Edipo tanto en su abuelo cojo, como en el ciego Tiresias. Tiresias aparece en la trama como la voz de su futuro: en un Tiresias acabó transformándose él, a través del gran sacrificio que le inflinge la tragedia. En cierto modo la cojera, la ceguera, son ciertamente castraciones. Pero pensando con los piés adecuados, comprendamos la castración como sacrificio de la visión y el apetito meramente sensual, hacia el devenir psicológico espiritual.
Robert Johnson nos cuenta en su libro Equilibrio entre el Cielo y la Tierra, autobiográfico, como a través de un accidente que le seccionó una pierna, tuvo su primer contacto con el Mundo Dorado, la altura celestial. Yo mismo tuve ocasión de entablar trato con un chamán indígena mexicano, descendiente de zapotecas, que me relató como sus capacidades de curandero y vidente las recibió a cambio del sacrificio de la cojera permanente de su pierna derecha.
Saturno se representa como cojo. La cojera como toda merma física es en efecto una limitación, y tal como hemos dicho, se impone en sacrificio. Ambas cosas, el limitarse a lo que uno es, y el sacrificio de lo vano en pos de lo trascendente, nos conducen directamente a la idea de Individuación, y por ende a Saturno como imagen de un riguroso maestro, resentido y malhumorado, por todo lo que se obliga y obliga a abandonar y perder.
“Paseo con un amigo por una calle llena de luz, de ambiente medieval. Parece una casba moruna, atestada de gente, tiendas y mercaderías. Entonces recuerdo que llegó la hora de las lecciones; caminamos hacia el monasterio, cerca del mercado. Tras la enorme puerta, una sala de estudio. Un monje viejo se aplica en enseñar a un niño, y me mira enfadado: parece que llego tarde a mis obligaciones. El ambiente de la sala es lúgubre y oscuro. Me adelanto hacia la puerta de atrás de salida, y miro el patio del monasterio. Está bañado de luz radiante, y el verde del césped rutila belleza primaveral. Me digo: volverá algún día otra vez el tiempo de disfrutar de la vida”.
Este sueño fue tenido por un analizando justo al inicio de una recidiva de la neurosis, que lo obligaba a un nuevo periodo de introversión, a través de una fase de nigredo.
Con el tema del viejo riguroso y el aprendiz niño, nos adentramos en la dinámica simbólica Puer-Senex. Como dije antes, uno de los secretos escondidos al lado del tema padre-hijo, príncipe-rey, ego-Sí mismo. La Alquimia a menudo equipara al puer con Mercurio y al senex con Saturno. Mercurio, el de los piés alados; Saturno, el cojo. Dédalo, el padre, Icaro, el hijo. En este sentido el senex templa el espíritu ensalzado y volátil del puer con la prudencia y la mesura, coagula la obra, acerca el espíritu a la tierra, enseña la verdad divina y dentro de ella la limitación humana. En otro aspecto, sacrifica la pasión vital dispersa a favor de la concentración y profundización introvertida.
Así como el dragón es el representante del Inconsciente Colectivo, la Madre que sustenta a la conciencia, y en su aspecto devorador y como guardián del gran tesoro de la vida se erige como reto probatorio frente a los pequeños y los grandes héroes, Saturno es el aspecto probatorio y retador del centro de la Psique, el Sí mismo. Casi prodríamos decir que son sinónimos, sino fuera sobre todo porque, vuelvo a repetir, estos parangones son perfectamente adecuados sólo para la psicología masculina. El dragón, como la Esfinge, devora la vida sobrante y deja vivir sólo a la flor de la raza humana, si ésta así se demuestra, y aún así de muy mala gana. Saturno, como ya apunté más arriba, como Cronos, por ejemplo figurizado en la imagen de un Herodes, o de un César (rey de este mundo) sólo es vencido por el Puer Aeternus capaz de devenir a su vez Senex, depositario de la nueva verdad que es capaz de hacer frente a la ley anterior tradicional y constituirse como heredero legítimo renovador de la norma eterna.
En la historia bíblica de Jacob y Esaú tenemos un compendio de todo lo que estamos hablando. Esaú, que vendió su primogenitura por un plato de lentejas, es considerado el hombre carnal, terrenal, y Jacob, su hermano mellizo, un hombre santo, patriarca judío, el mismo Israel. Jacob luchaba ya en el vientre de la madre con su hermano, intentando ser el primogénito (heredar pues el gobierno de su tribu). En el parto, nació detrás de Esaú, agarrado férreamente de su talón, para no quedarse atrás. Finalmente fue la lucha que llevó a cabo en el vado contra el Ángel, el varón, la que le concedió su título y legitimidad patriarcal. El Ángel le secó el muslo a Jacob, y de ahí en más, el patriarca fue cojo.
De Jacob se cuenta pues que nació luchando con Esaú, el hombre peludo, sensual y cazador, para arrebatarle la primogenitura, el “trono”, ya en el parto aferrado al pié del hermano; que engañó a padre y hermano para obtener la bendición de primogenitura; que luchó contra el mismo Dios, para que le bendijera como patriarca, todo ello mezclado nuevamente con el tema de los miembros inferiores y la cojera, y además León Dujovne en su libro El Zohar (23) nos cuenta que Jamor, otro de los personajes con los que entró en conflicto a lo largo de su vida, significa asno, y lo equipara a lo pagano e impío, a la altura de lo que significaban los egipcios para los judíos en aquellos tiempos. Pero ya más arriba señalé que Saturno, uno de cuyos atributos es el asno, estaba íntimamente emparentado con el Dios de Israel, Yavé, como uno de sus aspectos crueles y sombríos por un lado, y carnales e instintivos por otro. Así que me parece muy obvio pensar que desde el principio Jacob luchó contra el mismo Yavé, el genuino Padre, detrás de diferentes máscaras, incluida la imago parental figurada en su hermano mayor (que obliga a incluir una acepción paradójica al símbolo tradicional de Esaú como representante de los pueblos gentiles) y la de su mismo padre, del que reclamaba y logró bendición y sucesión, como se ve que en su carácter es constante, por engaño o por la fuerza.
La heroicidad hay que demostrarla tras muchas rivalidades, es un asunto de competitividad, tras el que se esconde el obstáculo probatorio de Saturno, “el diablo cojuelo”, que impone el reto, inflinge sacrificios, y es parte como Mefistófeles de aquella fuerza que quiere el mal y acaba, a veces, haciendo el bien.
Es obvio que toda esta cuestión de rivalidad y de adversarios nos circunscribe a los problemas con la sombra. Al hablar de la sombra como Saturno, estamos hablando del estrato más arquetípico del tema del opositor, del aspecto oscuro de la misma imagen de Dios desde el centro de la psique. Ese centro a la vez que cósmico es a la vez el núcleo más íntimo de la personalidad total del sujeto. Esa intimidad, al ascender en estratos y acercarse más a la órbita del yo, se figuriza en personajes adversarios del entorno del sujeto. Así como decimos que el héroe cuando lucha contra el dragón, está luchando contra su propia Madre, en definitiva contra él mismo, ocurre exactamente con los motivos que estamos tratando. En este caso, y lo observamos perfectamente en el mito bíblico del que acabamos de hablar, el adversario puede ser un amigo íntimo, un hermano, un padre. El doble oscuro. Claro, para simbolizar consustancialidad, pertenencia íntima, ninguna mejor metáfora que figurarse en elementos de la misma familia (24) Para también reseñar esto, tenemos a la vista cercana un mito moderno de enormísima popularidad: la saga Star Wars, de George Lucas. En ella, reconocemos mitemas perfectamente edipianos: la lucha contra el padre, que no se descubre que lo es hasta muy avanzada la trama, y el incesto latente, en la figura de la hermana. Aquí son las manos, y no los piés, los miembros de sacrificio. La nave planeta del padre oscuro, la Estrella de la Muerte, es una alusión clara y directísima a Saturno. Por supuesto, comparte con Edipo y con el resto de mitos heroicos ancestrales el tema del doble nacimiento (orfandad, adopción), la inquietud adolescente de aventuras (Puer), y el destino inexorable de encontrarse cara a cara con la tragedia, pues quien siente el impulso vital más elevado y heroico, es quien más siente la necesidad de ser él mismo, y enfrentarse pues consigo mismo.
De este modo vamos despegando del enfrentamiento del héroe contra su padre el motivo regresivo y mezquinamente trivial familiar, para pasar a su ámbito propio: el periplo heroico individuatorio, el problema del poder, de la verdad, y los opuestos cósmicos del bien y del mal. Es decir: el enfrentamiento contra el padre no como causa y origen de toda esa travesía vital de búsqueda, sublimada en un periplo heroico “perfeccionista”, sino el enfrentamiento contra el padre carnal como una de las metáforas favoritas del enfrentamiento con un poder paternal divino, infinitamente trascendente, original y superior. Un problema cósmico, que cabe a la vez como un pulgar en el centro más íntimo y familiar del corazón. Eso sí, en su mayor extensión, de los corazones más grandes y apasionados: los corazones heroicos.
Como toda esta temática gira en torno a arquetipos masculinos (competitividad, liderazgo, poder, diferenciación, creatividad, logro, sabiduría, Logos, Sol vs. Sol), el símbolo fálico no debe andar lejos. En efecto, Jung dice: “…El falo es vidente, artista, taumaturgo; por lo tanto no es de extrañar que nos encontremos características fálicas en los videntes, artistas y taumaturgos de la mitología. Hefesto, Weland el Herrero y Mani (el fundador del maniqueísmo, cuya condición de artista se pondera también), tienen piés deformes. En efecto, el pié tiene poder procreador mágico, como expondré más adelante. Parece ser igualmente típico que los videntes sean ciegos. El nombre del antiguo vidente Melampos, a quien se le atribuye la introducción del culto fálico, significa pié negro. La fealdad y el aspecto desagradable caracterizan a los cabiros, dioses ctónicos misteriosos, hijos de Hefesto a los cuales se atribuía poderosa furza mágica…la figura del enano conduce a la del niño divino, el puer aeternus, del joven Dioniso, Júpiter Anxorus, Tages, etc. En la decoración de un vaso de Tebas…hay un Dioniso barbado…junto a él un niño; luego sigue la figura de niño caricaturizado…y después de nuevo una caricatura de hombre barbado…Se supone que ese conjunto correspondía a un grupo escultórico ritual que había en el santuario. Esa suposición coincide con lo que nos enseña la historia religiosa: trataríase de un culto originalmente fenicio del padre y del hijo (…)”(25)
Bien, ahí tenemos todos los temas tratados juntos. Por cierto, se habla de Tebas, y, por cierto, Dioniso es familia y no muy lejana de Edipo. En la Ilíada, Homero cuenta que en medio de una discusión matrimonial, en la que el niño se puso de parte de su madre, Zeus agarró por los piés a Hefesto y de ahí el motivo de su cojera. Al mismo tiempo, lo halaga el poeta llamándole el de la sabia inteligencia. Aunque no es la única versión sobre la cojera del ingenioso herrero, una y otra vez, los mismos mitemas edípicos resuenan.
El falo es un símbolo bisagra, y ya entramos en la esfera de lo instintivo sexual y en el ámbito del triángulo inferior tántrico; me gustaría ampliar esta cuestión. Emma Jung en su profundo ensayo sobre la leyenda del Grial, nos cuenta: “Saturno…era una “estrella negra” y un malhechor a quien pertenecían asnos, dragones, escorpiones, víboras, zorros, gatos, ratones, aves nocturnas y otras fieras…En la Antigüedad el asno, tenido por especialmente fogoso, era sagrado para Saturno, y por eso fue venerado también como dios de la fertilidad. A nivel psicológico tiene que ver con la demonización de la sexualidad, en la que aparece especialmente la sombra y el aspecto oscuro y animal de lo divino”(26)
Hemos visto como la marca en los piés, en los miembros inferiores, nos habla de un enfrentamiento fálico, “espermático”, muy propio de la individuación masculina. Podría decirse que es la huella del paso por el ataúd de plomo de la nigredo, y por lo tanto del ataque de Saturno, el lado oscuro del Sí mismo, al ego. Es una cicatriz de castración y, literalmente, en la experiencia, a menudo nos remite a ese campo. Una vez escuché decir a un neurótico que trataba, cuya crisis había comenzado por una impotencia (fenómeno que en los últimos años parece haber arreciado en las crisis individuatorias masculinas (27)): “Siento que el Diablo me ha agarrado por los testículos”. Pero como vencer en estas lides significa integración de esta Sombra, el individuando que logra atravesar esta frontera adquiere, a través de esta herida cicatrizada, una renovada fuerza fálica y un renovado poder en su cualidad solar masculina, incluida su sexualidad. Así, todas estas cojeras, tal y como hemos mostrado, pasan de ser síntomas de castración, a precisamente su contrario, falicidad más completa, exactamente como la ceguera del sabio es síntoma de su más profunda y aguda videncia.
El pié como falo y zona crucial en la lucha contra Saturno, cuyo primer asalto suele darse en la materia prima de la esfera instintiva, lo entrevemos en la leyenda del joven Aquiles, asaeteado por su enemigo en el talón. Las ¿flechas de la pasión? cumplieron con su mortal objetivo en este caso, y la flor de los guerreros atenienses fue prematuramente marchitada. Mitema muy similar el que nos aparece también en la leyenda de San Esteban. El gigante Talos, guardián de Creta, fue vencido por los Argonautas de una manera parecida a Aquiles, gracias a su única debilidad en el calcañar.
De estos asuntos entresacamos una enseñanza añadida: como también dice Robert Johnson, Dios empieza a ponerse en contacto con el hombre a través de sus zonas débiles, sus inferioridades, su sombra, que los miembros inferiores pueden simbolizar muy bien.
Cita Emma Jung tratando de la herida lunar/saturnal (28) de otro símbolo paradigmático del tema que nos ocupa, el Rey Pescador: “…puesto que, tal como se dice en salmos 10,3, los impíos tensan sus arcos durante la oscuridad de la luna nueva y disparan a aquellos que poseen un corazón sincero”(29) (Por cierto que la tradición cuenta que el hierosgamos Luna-Sol ocurre en Luna nueva, así que al mismo tiempo que se inyecta esta ponzoña, se produce la anhelada coniunctio. No olvidemos que este mitema y toda su implicación queda expresado también en el Edipo en el momento en que él, a raíz de la toma de conciencia de su incesto, se clava en los ojos los broches-alfileres del vestido de Yocasta, en la cámara nupcial de ambos, después de que ella yazca muerta)
Con cierta claridad podemos rastrear el motivo del instinto “rebelde” y primitivo en la leyenda de Jacob y Esaú de nuevo: Esaú peludo, ctónico, nos apunta a la esfera de la instintividad primitiva. La abundancia de pelos nos remite directamente a la liberación instintiva, y son abundantes los símbolos del Sabio Anciano que nos lo pintan peludo, feraz, salvaje y libre, como el “monstruo” Iron John del cuento tan magistralmente tratado por Robert Bly (30). San Juan Bautista, Elías, son a menudo descritos muy pilosos. El dragón Madre y Saturno el Padre enfrentan a la conciencia con toda la carga arcaica ctónica-telúrica del Inconsciente Colectivo y el Sí mismo, y tienden a disolverla en estadios psicológico culturales regresivos, al mismo tiempo que usualmente inyectan sus símbolos en la esfera pulsional primaria, cortocircuitándola con las parafilias. Según mis investigaciones, justo debajo del motivo del incesto concreto subyace ya directamente una animalización, deshumanización, de la conciencia. Jung solía proponer como ejemplo de posesión colectiva por un arquetipo de Sí mismo arcaico, como ejemplo de una redención salvadora regresiva, por lo tanto negativa (exactamente igual que una misa negra), la expansión del nazismo en la nación quizás más culta e inteligente del corazón del primer mundo. Una posesión del ancestral Wotan de una civilización moderna postcristiana. Esta fuerza primitiva, eterna, debe ser recuperada, y traída como fuente de progresión cultural y anímica a la conciencia, y éste es el reto heroico: unir lo ancestral y eterno con lo temporal y presente. Como Saturno, al Sí mismo no le importa de qué forma, lo que quiere es que la Ley intemporal se cumpla. Contra esa tendencia que puede ser peligrosamente regresiva, el héroe implora a la Luz y a todas sus fuerzas y, Dios mediante, otra vez la Naturaleza vence a la naturaleza. Pero como hemos visto, es fundamental recuperar conexión total con la esfera instintiva, y debe ser de hecho la naturaleza, no la mente y el uso social, la que venza a la naturaleza. Este proceso es del que se ocupa el misterio dionisíaco. Jung dice al respecto:
“La identificación retrospectiva con los antepasados humanos y animales significa desde el punto de vista psicológico una integración del inconsciente y propiamente un baño renovador en la fuente de la vida, en la que se vuelve a ser pez, esto es, inconsciente como en el sueño, la borrachera o la muerte; de ahí el sueño de incubación, la consagración dionisíaca y la muerte ritual en las iniciaciones (…) Verdad es que la autonomía y autarquía de la conciencia son cualidades sin las cuales ésta no habría nacido; pero por otra parte entrañan el peligro del aislamiento y de la aridez, pues al determinar la separación del inconsciente determinan asimismo que el hombre se sienta extraño a sus propios instintos. Y la falta de instintos constituye una fuente de errores y extravíos sin límites”(31).
Más abajo, siguiendo el hilo de la interpretación de un sueño, sigue contando:
“El puesto importante del centro está evidentemente destinado al gibón que hay que reconstruir. El gibón pertenece a los antropoides y por su afinidad con el hombre constituye un símbolo sumamente apropiado para expresar esa parte de la psique que desciende hasta lo infrahumano. En el ejemplo del cinocéfalo, ligado a Thot-Hermes y que era el mono más desarrollado que conocieron los egipcios, vimos que, gracias a su parentesco con la divinidad, es un símbolo apropiado para expresar la parte del inconsciente que se halla por encima del nivel de la conciencia» (Idem).
Una paradoja saturnal, la del padre enemigo, el amigo rival, el Diablo y el Sí mismo.
Finalmente, Jacob y Esaú, se reconciliaron y volvieron a ser hermanos amigos, exactamente como en aquel episodio anterior, después de pelear toda la noche, el mensajero de Dios bendijo a Jacob al alba, y por cierto le reveló su verdadero nombre, es decir, su identidad realizada: Israel. (32)
El motivo del pié hinchado, deforme, y la cojera, nos ha llevado muy lejos y muy profundo en nuestras disquisiciones sobre la identidad real de Edipo. Hemos visto que lleva la huella de todo lo que significa un enfrentamiento heroico con el Padre Oscuro, Saturno. Ahora nos dirigimos a la figura de su padre, Layo, y lo encontramos en efecto tachado de zurdo. Siniestro. Un pasaje de su biografía nos concretiza los rasgos “torcidos” de su carácter: la violación y rapto homosexual de Crísipo, hijo de su amable anfitrión Pélope en aquellos tiempos difíciles. Me parece que a pesar de los argumentos de Grimaldi en su ensayo (33) a favor de darle el mayor peso a la rotura del tabú hospitalario frente al abuso homosexual mismo, una de las versiones donde el agraciado joven se suicida nos cuenta que esta violación en sí tuvo su gran implicancia y su pecado. En cualquier caso, bajo ningún aspecto estas actitudes tuvieron excusa para el padre Pélope, y su denuncia como ya sabemos fue avalada por el Olimpo. Tampoco intentar matar a un recién nacido es una actitud honorable, y dudoso es en tal caso aún el eximente de la defensa propia.
Curiosamente, el tema Crísipo-Layo nos vuelve a insertar en la dinámica Puer-Senex, y simbólicamente desde entonces, antes de que naciera Edipo, nos está hablando de que este posterior dirigente, ya desde joven, necesitaba una renovación de su “torcida” conciencia y por lo tanto de su actitud malsana inicial para ser rey y mandatario de un pueblo civilizado. El problema de la renovación del rey, nos traslada instantáneamente al tema de la tierra yerma, pues ya sabemos que el rey es su reino y su esterilidad es la de su misma tierra. En ese estado se encuentra Tebas Edipo cuando en su peregrinar hasta esa ciudad, su ciudad, llega: una tierra árida y estéril, asolada por la plaga de la Esfinge. Un estado de cosas tal, ya nos remite a la incapacidad y anquilosamiento de su monarca, y a la necesidad de ser destituido y renovado por un principio gubernamental nuevo. Un príncipe. Sobre esta cuestión, apunta Grimaldi:
“…La Esfinge se dirigía básicamente al ser humano masculino. Jamás se supo acerca del Mitologema edípico, que ésta haya planteado su famoso enigma a una mujer. Se dirigía al individuo masculino, entonces esto de que su azote metaforiza una generalizada esterilidad, una falta de sangre nueva, podría generar la contemplación de esta posibilidad”(Idem).
Con la respuesta a la Esfinge, Edipo demuestra estar a la altura de su destino vocacional oculto: suceder en la corona de Tebas, en el momento preciso. Mitológicamente, es la Esfinge el obstáculo probatorio que demuestra la incapacidad del padre y la destreza del hijo. Es por ello como si la Esfinge fuera la que provocara el mortal enfrentamiento final entre ambos, y así Edipo se convierte en mero instrumento de la vocación y de la ley impuesta por el arquetipo, y por ello del Destino; del suyo, el de Layo, y el de Tebas. Sí, también el de Yocasta. Un destino que dadas las energías arquetípicas consteladas, exigía el “decapitamiento del rey” y el trasvase de su corona a favor del más adecuado. Algo que está incluso más allá de “karmas” personales, intrigas y venganzas sobre pecados veniales: el renacimiento del sol, la conciencia, el rey. Corrió a cargo de ejecutar esta “sentencia celeste” directamente el mismo rival e hijo, aún cuando nadie sabía lo que ocurría ni lo que realmente estaba puesto en juego, pero en propiedad, aunque arquetípicamente sea así lo más exacto, cualquiera o cualquier cosa podría haber sido el intermediario verdugo. La destitución y la sucesión, debía ser realizada, y así se hizo.
En aquella encrucijada (la encrucijada, lugar de esta disputa, el vado donde el ángel luchó contra Jacob, se refieren al mismo motivo: el lugar donde se cruzan consciencia e inconsciente) otra vez Layo le fue hostil a Edipo. Sus energías desde siempre encontradas. Otra vez Edipo sintió peligrar su vida, aunque él no lo sabía, por el mismo hombre. Esta vez se defendió, y mostró ya su adulta supremacía: venció.
Temino la breve amplificación del motivo del enfrentamiento entre Edipo y Layo, con un ejemplo práctico y actual a partir de mi práctica clínica. Un joven de 32 años, que acababa de tener un encontronazo muy fuerte con un dirigente afamado dentro del ámbito de su mismo gremio vocacional y profesional, que era a la vez su tutor, del cual no había salido airoso, soñó lo siguiente:
“Soy un guerrero medieval, y me debato en duelo tremendo con un rival terrible. Estamos los dos en campo abierto. Mi enemigo es un espadachín de enorme talla, y está además engarabitado en un andamio, con lo cual su posición es doblemente ventajosa. Su atavío es abigarrado y oscuro, no se le ve el rostro, parece más bien como una sombra enorme de guerrero informe. Me digo que en esa inferioridad de condiciones, es imposible mi victoria, así que me propongo zarandear la construcción donde está subido (ciertamente parece débil), para al menos tirarlo al suelo, y colocarlo a mi mismo nivel. Así lo hago y lo logro, pero sus mandoblazos acaban por reducirme de nuevo, y caigo al suelo. Tendido y rendido estoy en el sueño, cuando me despierto sobresaltado, mas la escena continúa como una visión (hipnagógica –nota mía-), en una especie de lúcido duermevela: yazgo en la cama, y a mi lado una sombra enorme envaina su espada un segundo antes instrumento de su victoria. Es mi enemigo. Se dirige a la puerta de salida del dormitorio, y justo antes de abandonar la escena, se vuelve y escucho: -Hoy te perdono, pero este duelo no ha terminado. Volveré a terminar mi trabajo-. Entonces es cuando despierto realmente”.
Un sueño como éste se preocupa de recalcar que lo que ha ocurrido a nivel externo, personal, es un asunto que en realidad esconde un motivo arquetípico fundamental para el analizando (y posiblemente para el otro implicado en la reyerta). En aquel encontronazo con su tutor-enemigo, estaban en juego sus valores vocacionales y su destino vital creativo y profesional, como el devenir de su proceso fue por demás mostrando. Estaba implícito su conflicto con su particular Saturno, la sombra del Padre. Como luego ampliaré un poco más cuando me ocupe del motivo del triángulo edípico, en la personalidad del adversario se esconde el reflejo de lo que nosotros mismos somos, o debemos ser, sobre todo cuando el arquetipo está profundamente activado, cual este caso. A partir de un encontronazo así, donde ya se ha destilado desde la figura original y amorfa del colectivo padre carnal, la de un maestro y tutor con rasgos más definidos dentro del proceso individuatorio, un representante más preciso de lo quiere significarse como “padre” para el sujeto (con una vocación y posición determinadas –lo que denota que el parentesco íntimo está mucho más allá de la filiación familiar y de sangre-), es decir, una imagen del Sí mismo más definida, puede perfectamente deducirse hacia dónde se dirige y qué busca la libido progresiva del sujeto. No sólo tiene uno la talla de la mujer que ama, como suele decirse, también el mismo rango del que se descubre como nuestro enemigo, en una revuelta del destino. Sí, exactamente igual que vemos le sucedió a Edipo.
Ahora que reconocemos como en los mismos piés nuestro protagonista llevaba la marca de su estirpe y el sello de su necesario destino heroico, podemos entender por qué su ingreso en la vida y sus albores ya comienzan cumplimentando un requisito clásico de la biografía de todo héroe que se precie: un “doble nacimiento”:
“(…) el héroe no llega al mundo como un mortal común porque su nacimiento significa un renacimiento desde la madre-esposa. De ahí que el héroe a menudo tenga dos madres y, como señala Rank en diversos ejemplos, es con frecuencia abandonado y recogido por una pareja a cuyo cuidado crece. Es así como tiene dos madres. Un ejemplo típico son las relaciones de Heracles con Hera… En la epopeya de Hiawatha, Wenonah muere después del parto, Buda es cuidado por una madre adoptiva. A menudo, la segunda madre es un animal (la loba de Rómulo y Remo, etc.). La doble madre puede ser reemplazada por el tema del doble nacimiento…De esta suerte todo aquel que renace se convierte en héroe… Una madre es la real, humana; la otra la simbólica, es decir, que se representa como divina, sobrenatural o de algún modo extraordinaria…Quien proviene de dos madres es un héroe (…)”(34)
Son absolutamente habituales en la infancia las fantasías con respecto a la procedencia mágica de los padres. El niño se resiste en un poso de sí a ser engendrado por una pareja trivial humana: o sus padres son agentes secretos camuflados, o tienen poderes ocultos, etc. Es la resonancia del origen arquetípico inconsciente, pero la transferencia más o menos grande en las personas del ambiente familiar infantil de sobra conocemos qué extravíos y desvaríos produce…incluido en el investigador del trasfondo psíquico y de la simbología del “deseo” inconsciente. Para ser justos, el mismo inconsciente gusta de proyectar sus arquetipos en las personas que tiene a mano, mientras la conciencia no le ofrezca canales de simbolización más adecuados, o si encuentra apropiado para la trama individuatoria del sujeto que así suceda (ésto más que una proyección, es una sincronización arquetípica, como por ejemplo acabamos de ver que ocurre en el análisis de los mitemas de encuentro Layo-Edipo, y también así ocurrirá con Edipo-Yocasta). En nuestra cultura moderna las relaciones familiares están especialmente sobrecargadas con la intensidad de las imágenes y energías de los dioses y diosas inexistentes ya socioculturalmente, o son transferidas a partir de la adolescencia a también sustitutivas instituciones, ideologías y partidismos mediocres. Asimismo, las relaciones de amor están muy soprepesadas por la intensidad del Animus y el Anima, especialmente activos en momentos como éste. Los dioses se han despeñado de cabeza desde las alturas olímpicas a la templada confortabilidad de las salas de estar de la familia burguesa, los campos de fútbol, los cantantes de baladas, los cruceros por el caribe y los coches de carreras, la nicotina y la cocaína y hoy (en realidad como antaño, pues llevan toda una eternidad despeñándose en cosas parecidas), buscan héroes que los rescaten.
De todos modos, en cualquier época histórica el proceso de individuación, que es lo que quiere mostrarnos el camino del héroe, ha querido conducir al sujeto más allá del conforme social hacia la verdad trascendental de su esencia, por eso hoy, como siempre, así como nadie encuentra al animus ni al anima sin vivir cierta peripecia amorosa, nadie halla el camino de retorno a los dioses ancestrales originales si no atraviesa los complejos personales fijados en padre y madre y/o las personificaciones de los mismos arquetipos que en cada caso se presenten. Quien tiene que renacer, tiene que viajar hacia atrás, que es mejor dicho hacia adentro, volver a entrar en el útero como bebé y salir de él como adulto re-madurado, y así atravesar y trascender los mismos lazos de sangre.
Quien tiene que demostrar que está creciendo, tiene asimismo que medirse con la talla de su Padre y de su Madre.
Así que precisamente en Edipo el mito señala con claridad que él no es solamente una criatura producto del ayuntamiento carnal de sus padres y congénitamente perteneciente a ellos, sino un ser con un origen individual y propio, por ende un destino también genuino. El mismo motivo de la independencia de la filiación carnal lo encontramos en el nacimiento de Jesús a través del embarazo virginal de María. La idea es que el héroe es hijo del Arquetipo, y a él se debe, no tanto a su familia, y se debe a ella en cuanto ésta es representante del Arquetipo y en cuanto y modo ésta lo sea en efecto, cosa que en la práctica en realidad acostumbradamente resulta de un deberse a la proyección de los complejos.
Fue niño y púber sobresaliente, y a la hora de la primera infidelidad familiar, la hora de la adolescencia, ésta fue cumplimentada precisa y exactamente. El oráculo hizo las veces de la función que el es propia: la intuición, que anuncia el discurrir del devenir psíquico inconsciente desde el plano arquetípico, y marca con su llamado inapelable la ruptura del pasado hacia el futuro inmimente. Nos recuerda este abandono de la casa natal en busca de aventuras al joven Perceval, cuando a pesar de la insistencia protectora y regresiva de su madre viuda, él quiso partir solo y vagabundo en pos de su deseo de convertirse en caballero. Su madre, de hecho, murió nada más verlo abandonarla y dejarla sola, pero él ya no podía volver la vista atrás. Esa incapacidad de regresar atrás, ese impulso “exógamo” hacia adelante, lo desató el oráculo de Delfos cuando le consultó Edipo.
Con esta indiscutible cualidad intuitivo aventurera del Puer, comienza su periplo adulto. Ya ha empezado a encontrar preguntas y respuestas sobre la verdad de sí y de su mundo.
Empezar a preguntarse por las cosas parte de una sospecha, y el tebano empieza a mostrar ya el carácter inquisidor que le pertenece. Propio del héroe es desenterrar tesoros, rescatar rehenes de vientres de ballena, vencer lo casi invencible, hacer luz en lo desconocido y alumbrar verdades. No, ninguna de esas cosas es un logro “sólo” del deseo, tenacidad y voluntad férrea de su ego, puesto que precisamente la predestinación del heroe, el ser llamado a serlo incluso antes de su nacimiento, nos dice que se trata de la realización de un arquetipo inconsciente. En lenguaje psicológico, cercanía a los dioses significa gravitación cercana al Inconsciente Colectivo. Es decir, esos logros quieren ser realizados desde el corazón de la Psique. Desde la oscuridad, algo busca la luz y salir a la superficie, y reclama para ello del esfuerzo de parturienta de la conciencia. Por eso el héroe es inquisidor, porque siente inquietudes insoslayables en el centro de su pecho, y por eso además a veces sin buscar aposta, se topa con respuestas y a cada paso sorpresas. Sin embargo, ya estamos familiarizados suficientemente con las tendencias contrarias del Inconsciente, con su faz devoradora, regresiva: desde la oscuridad algo quiere apresar a la conciencia y devolverla a su origen inconsciente. Esta dinámica paradójica psíquica se nos presenta así como si fuera la explicitación de una voluntad que hubiese creado la conciencia, el yo del hombre, y aún no estuviera segura de este logro y quisiera una y otra vez comenzar de nuevo el “experimento”. Pero más bien resulta como si la tendencia actualizadora, creadora, concretizadora, en definitiva diferenciadora y separadora de la Psique, en todo momento estuviese compensada por su tendenecia totalizadora, completadora y vinculante. Una tensión entre la copa y la raíz del desarrollo psíquico, entre el principio de diferenciación y consciencia que rige a la creatur, y la pulsión del Pleroma. En otro lenguaje mitológico, una tensión entre el origen en el Paraíso y el destino en la Jerusalén Celestial del alma del hombre (cuya relación podría expresarse muy bien con un Uroboros, pues lo que en principio parecía tensión entre dos puntos y direcciones, resulta ser un acercamiento paradójico de lo mismo). A través de este proceso oscilatorio que incluye sístoles y diástoles, excursiones y retornos extravertidos e introvertidos, muertes y renacimientos, se evidencia como es una estructura a priori, un Arquetipo, lo que quiere garantizarse su manifestación, y una manifestación y concretización temporal tal que haga la más completa y fiel plasmación de su estructura y ley interna eterna. Como si algo quisiera nacer siempre, pero sin prisas, no de cualquier modo, ni en cualquier circunstancia, y sólo según y en qué “pesebre” (=ego). De ahí los miles de obstáculos probatorios que tiene que superar el héroe. Para alcanzar el tesoro de la más enorme vitalidad, tiene una y otra vez que enfrentarse con la pesadilla y el caos de la muerte.
Estas ambivalencias paradojales psíquicas son percibidas por cualquiera que con una fuerte intuición y un sano juicio se acerque a observar la Psique. Freud postuló su propia ley de opuestos psíquica, al condensar su estructura dinámica en la descripción de dos fuerzas antagónicas: Tanatos y Eros. Obviamente, ese dibujo no es más que una actualización parcial de aquella idea ancestral más completa que nos lega el taoísmo desde aquel “analista” excelso que fuera Lao Tsé, y su mandala Yin y Yang y el Tao que los engloba unificándolos, hermanádolos en un sentido subyacente y una ley dinámica comunes, conceptos que Freud no llegó a esbozarse.
El héroe por tanto es el tipo más “iluminista” y concientizador humano, el que más rigurosamente asume aquel “instinto de perfeccionamiento” civilizador a favor del crecimiento de la conciencia, pero eso se basa precisamente en ser el más llamado y apegado a la órbita del Inconsciente. Inconsciente mitológicamente hablando es la Madre, pues psíquicamente, es la madre original de la que brotamos los hombres y nuestros egos como hijos. Venimos de Dios y su Paraíso angelical, venimos a la vez de su lodo, de la tierra y los animales, y ahí comienza la ambivalencia del elemento Madre. Como hemos visto, el héroe es el que abandona con más ímpetu su aparente origen, su madre y familia, para buscar su destino lejos. Psíquicamente ésto quiere decir impulso hacia la emancipación y madurez del ser y la conciencia, impulso hacia la diferenciación individuatoria. Pero también sabemos que lo que busca al fin y a la postre, es el tesoro encerrado en el vientre de la Madre, y para ello busca ávidamente, más que cualquiera, a la Madre. Aquel que vemos por siempre ligado en la imaginería y el culto a la figura de su Diosa Madre, dijo: “No piensen que vine a traer la paz a la tierra; no vine a traer la paz, sino la espada. Vine a poner al hijo en contra de su padre, a la hija en contra de su madre, y a la nuera en contra de su suegra.» (Mateo 11, 34-35)
Raúl Ortega
Terapeuta de orientación junguiana
(16) Coincido con Freud en su apreciación de que el más adelante temporal en la evolución no tendría por qué significar per se ni peor ni mejor, como él expresa en otro lugar, porque el baremo de perfección comparativo es muy discutible dentro de cualquier proceso de cambio. Pero indudablemente, no es discutible en la realidad de esos cambios dentro de la evolución natural, el aumento de complejidad, la creatividad renovada en cada nuevo “invento” evolutivo, la mejora de ciertas capacidades y la aparición de otras nuevas, en definitiva, la línea hacia adelante evolutiva, en dirección a lo novedoso y lo más complejo y refinado, y no conformándose nunca con lo pasado. Si a ello nos permitimos llamar instinto de perfeccionamiento, es aplicable como tal tanto a la evolución biológica como a la evolución humana. Se trataría pues de un evento cósmico, que es aplicable desde la formación de galaxias y sistemas solares a partir de la primera explosión, hasta al desarrollo de la civilización humana, y al desarrollo de la misma humanidad dentro de la psique del ser humano. La psicología analítica no gusta de llamar al instinto de evolución psíquica perfección sino completamiento. Además da por sentado que Hombre, es una idea a realizar, no está dado de hecho psíquicamente en el animal humano.
(17) Freud, Sigmund. Op. Cit. en (6).
(17b)Joseph Campbell, Op Cit en (8b)
(18) Jung, C.G. Cap. 1-Las relaciones entre el yo y el inconsciente. Paidós, Barcelona. 1990.
(19) Freud, Sigmund. Op. Cit. en (6).
(20) “El título de «Rey del Mundo», tomado en su acepción más elevada, la más completa y al mismo tiempo la más rigurosa, se aplica con propiedad a Manú, el Legislador primordial y universal, cuyo nombre se encuentra bajo formas diversas, entre un gran número de pueblos antiguos; acordémonos simplemente, a este respecto, del Mina o Menes de los egipcios, del Menw de los celtas y del Minos de los griegos. Este nombre, por otra parte, no designa en absoluto a un personaje histórico o más o menos legendario, lo que designa en realidad es un principio, la Inteligencia cósmica que refleja la luz espiritual pura y formula la Ley (Dharma) propia de las condiciones de nuestro mundo o de nuestro ciclo de existencia; y es al mismo tiempo el arquetipo del hombre considerado especialmente en tanto que ser pensante (en sánscrito mânava)”. Guénon, René. El rey del mundo. Ed. Cárcamo. Madrid, 1987.
(21) Jung, C.G. Aion, Contribuciones al simbolismo del sí-mismo. Paidós. Barcelona, 1992.
(22) Wilson, Colin. Del ensayo “El hombre físico y el hombre espiritual. Primera parte”.
(23) Dujovne, Leon. El Zohar, tomo II. Ed Sigal. Argentina.
(24) La figuración de los componentes psíquicos en personas del entorno se produce a veces por proyección, transferencia, pero no pocas por el principio de sincronicidad. Más cuanto menos personal y más arquetípico sea el componente estructural puesto en juego en la relación dada. Esto es perfectamente observable en las relaciones de pareja, donde el anima o el animus aparecen muy a menudo representados, dramatizados, en la personalidad real del amante
(25) Jung, C.G. Símbolos de Transformación. Ed. Paidós. Barcelona, 1993
(26) Jung, Emma-Von Franz Marie Louise. La leyenda del Grial. Ed. Kairós. Barcelona, 1999.
(27) Como se remarca en (28), la influencia del anima en este problema es inseparable de la influencia de Saturno, como padre temible de ella, y por lo tanto el “suegro exigente del yo”.
(28) La relación entre dos enemigos arquetípicos del ego-conciencia, la luna nueva y saturno, está fuera de toda duda. Se trata de la pareja Sabio Anciano-Anima, en su faz más oscura.
(29) Op. Cit. en (26)
(30) Bly, Robert. Iron John. Ed Gaia. Madrid, 1994.
(31) Jung, C.G. Psicología y Alquimia. Ed Santiago Rueda, Argentina, 1957.
(32) También podríamos analizar este mitologema desde la figura de Esaú como sujeto, y así percatarnos como para él, su hermano Jacob significa su Saturno, su opositor, su Sí mismo a la postre. Según huentro hilo argumental, el que Jacob lo aferrara del talón al nacer, es una prueba a favor de ésto.
(33) Op. Cit en (3).
(34) Op. Cit en (25)