Magaly Villalobos
¿Y la madre primordial?
La pereza es la madre de todos los vicios.
Mis respetos, señora …
(Artículo amablemente cedido por el Centro de estudios junguianos de Venezuela.)
Pereza, viene del latín pigritia y éste a su vez, del adjetivo piger que significa lento, tardío, torpe, pesado; es la reticencia o el olvido en realizar acciones, movimientos o trabajos.
Dice Sócrates: No es perezoso sólo el que no hace nada, sino también el que pudiendo ser algo mejor, no lo hace.
El diccionario dice que es indolencia, inactividad que resulta al no gustar del trabajo. En palabras más simples es no hacer actividades que corresponde hacer, es decir negligencia, tedio, descuido, flojera y actuar de forma irresponsable.
El origen de este pecado capital es completamente natural: todos los seres vivos que se mueven, tienden a no malgastar energías si no hay un beneficio que no tiene por qué ser seguro e inmediato. Puede ser algo probable o que se obtendrá en un futuro, hay muchos ejemplos de acciones de este tipo: conseguir algo para comer, limpiar (se), practicar cualquier hobby para mejorar habilidades, hablar con los demás para establecer o mejorar las relaciones sociales o mantener relaciones sexuales para fortalecer la relación de pareja, acciones completamente cotidianas y habituales en nuestra vida. La pereza es la falta de estímulo, de deseo, de voluntad para atender a lo necesario e incluso para realizar actividades creativas o de cualquier índole. Es una congelación de la voluntad, el abandono de nuestra condición de seres activos y emprendedores.
Es considerado “perezoso” o que actúa “perezosamente” aquella persona que renuncia a sus deberes con la sociedad, con la ciudadanía, que abandona su propia formación cultural, la persona que nunca tiene tiempo para leer un libro, para ver una película, para escuchar un concierto, para prestar atención a una puesta de sol. Aquel que tiene pereza de convertirse en más humano. Estas consecuencias de la pereza son las mismas que las de su opuesto el “workaholic” o trabajólico.
En la antigüedad, lo que se oponía a la pereza era la actividad, no el trabajo. Para un griego el trabajo era cosa de esclavos, pero nunca hubiese dicho que era mejor la inactividad. Aristóteles se hubiese horrorizado de saber que tendría que trabajar, pero también se hubiese escandalizado de saber que la pereza le impediría ponerse a pensar.
El ocio del latín otium significa tiempo libre, a diferencia de la pereza, es simplemente un tiempo que no se emplea en las cuestiones laborales. Los romanos que fueron quienes lo inventaron hablaban de ocio y de negocio, el “no-ocio”. El negocio era algo que tenía que ver con las necesidades, las personas que no están ociosas son las que atienden necesidades. En cambio el ocio significa dedicarse a lo que te gusta: el ocio es simplemente lo que haces sin que necesiten pagarte por hacerlo y el negocio es lo que haces para tener ingresos. La pereza es que tú no haga nada: ni negocio, ni ocio.
Se relaciona la pereza con la desmotivación, aunque algunos lo hacen con el aburrimiento. El que se aburre puede ser activo. El perezoso está desmotivado para hacer cosas y prefiere no cambiar su actitud.
En la Divina Comedia, Dante menciona a los perezosos y acidiosos en el vestíbulo del Infierno, bajo un cielo sin estrellas, entre una vocinglera turbamulta de la que salían suspiros, quejas y profundos gemidos…. Diversas lenguas, horribles blasfemias, palabras de dolor, acentos de ira, voces altas y roncas, acompañadas de palmadas, producían un tumulto que iba rodando siempre por aquel espacio eternamente oscuro, como la arena impelida por un torbellino. El florentino nos denomina los ignavos, los indolentes, los perezosos, estos desventurados que nunca estuvieron verdaderamente vivos.
Dante los describió: “…las almas tristes de aquellos que vivieron sin alabanza y sin infamia…” los cielos lo rechazan por no mancharse y el infierno profundo los evita. El mundo no conserva su memoria, los que vivieron sin loa y sin infamia.
El perezoso elige su ocupación no según la razón, sino según le sugiere el capricho del momento, suele ponerse a la acción con lentitud, la continúa sin fuerza, sin libido y tiene siempre prisa en terminarla. Se frena o demora ante la menor dificultad, sigue la ley del menor esfuerzo. Es muy activo con cosas que le gustan y son fáciles y con dificultad hace un trabajo esmerado, metódico y profundo.
La pereza o acidia, pecado capital, está referido a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia en cuanto tal. Es una “tristeza de ánimo” que nos aparta de las obligaciones espirituales y divinas, es decir lo que Dios nos prescribe para la consecución de la eterna salud, la salvación, por lo tanto el desgano, la aversión y el disgusto por tales cosas es un pecado capital.
La acidia se identifica con el aburrimiento, el que sentimos frente a la existencia toda, frente al hecho de existir y de todo lo que ello implica.
La vida nos exige trabajo, Yahvé al expulsar a Adán y Eva del paraíso, les sentenció: “ganareis el pan con el sudor de su frente”. El trabajo se puso en un altar en la civilización, se le ha dado el carácter de virtud y dignidad.
Cuando no somos capaces de asumir este trabajo y desconocemos aquello que debemos “hacer” en la existencia, la vida humana se transforma en un vacío que causa “horror”, angustia y de la cual queremos escapar constantemente.
Aburrimiento significa originariamente “ab horreo” (horror al vacío), es el miedo a existir, el temor a enfrentar la realidad, ni siquiera pensamos pues pensar significa alejarse, no de la cotidianidad, no del día a día, sino de las interpretaciones corrientes de lo ordinario. Podemos terminar en la inmovilidad, la abulia, la apatía, que debemos bien diferenciar de la depresión. En el primer caso es una postura ante la vida, en el caso de la depresión, presentamos una serie de síntomas clínicos que incluyen éstos antes mencionados.
La conducta contraria que se caracteriza en vivir con agrado muchas situaciones “perezosas”, tales como la siesta o las vacaciones están lejos de ser una trasgresión o exceso, todo lo contrario estabilizan o equilibran el exceso de actividad que para algunos es un valor y un vivir irreflexivamente sin hacer contacto con su vida instintiva y su supervivencia. Por otra parte con la pereza encontramos un comportamiento pusilánime, de cobardía, desorden, desdén e irresponsabilidad entre otras.
La inmovilidad- móvil de una hamaca es el terreno fértil del mejor pensamiento, como lo es también el lecho. Proust encontró en la cama el perfecto espacio para desentrañar desde allí la condición humana. No hay afrenta en el ocio, hay despertar a otro tipo de mirada. Ser un holgazán permite ampliar los contornos de la realidad, permite interpretar los avatares de los problemas corrientes y restregarlos ante la impasible actitud de desprecio por los excesos de la actividad productiva. El holgazán acepta y asume su ser. Un ser que asume sus debilidades y miserias. Un despreocupado que atiende sólo necesidades apremiantes: la rareza de pensar y el hábito gustoso de la languidez.
No se debe confundir pereza con ocio distingue Fernando Savater. La pereza siempre encuentra excusas. Un viejo cuento narra como un padre luchaba contra la pereza de su hijo pequeño que no quería nunca madrugar. Un día llegó muy temprano por la mañana, lo despertó, el chico estaba tapado en la cama y le dijo: “Mira, por haberme levantado temprano he encontrado esta cartera llena de dinero en el camino”. El chico le contestó “más madrugó el que la perdió”
El antídoto contra la pereza es la voluntad y muchas veces la conciencia de la necesidad, es la virtud de la diligencia, pero cuando es excesiva y compulsiva lleva a ansiedad que bloquea y paraliza. Puede llegar a ser patológico, dentro del rubro de las adicciones, los adictos al trabajo, los workaholics, lo viven como el centro de sus vidas, descuidando todo lo demás, incluso sus afectos personales. Se trata de una adicción a la acción, en el sentido más estricto de la palabra.
La tendencia a trabajar en exceso por encima de los propios límites y necesidades personales, por mera dependencia psicológica al trabajo, ha sido llamada también “el dolor que otros aplauden”.
Es una compulsión que a corto o largo plazo, es autodestructiva. Lejos de recibir críticas, este tipo de adictos son premiados por la sociedad muy habitualmente con el éxito. El problema es que recorren con mayor rapidez el camino hacia la muerte.
El trabajo de este tipo es un valor nacido de la Revolución Industrial, de la productividad de la sociedad norteamericana y del valor del dinero en el día de hoy.
El placer deja lugar al sufrimiento
El hombre ha comido de la fruta prohibida: Ha deseado saber, ya no tiene derecho a ser perezoso.
Don Quijote en su célebre discurso sobre la Edad de Oro nos dice: “Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos en que el hombre no conocía el tiempo, porque no conocía la muerte, e inmóvil y tranquilo gozaba de la voluptuosidad de la pereza en toda la plenitud de sus facultades”. Caímos del trono en el que Yahvé nos había sentado; ya no somos los señores de la creación, sino una parte de ella, una rueda de la gran máquina, más o menos importante, pero rueda al fin y condenada, por lo tanto, a voltear y a engranarnos con otras gimiendo y rechinando y queriéndonos resistir contra nuestro inexorable destino. Algunas veces, la pereza, esa deidad celeste, primera amiga del hombre feliz, pasa a nuestro lado y nos envuelve en la suave atmósfera de languidez que la rodea y se sienta con nosotros y nos habla ese idioma divino de la transmisión de las ideas por el fluido para el que no se necesita ni aún tomarse el trabajo de remover los labios para articular palabras. Se la ha visto muchas veces flotar sobre uno y arrancarnos al mundo de la actividad, en que tan mal uno se encuentra. Más su paso por la tierra es siempre ligerísimo, nos trae el perfume de la bienaventuranza para hacernos sentir mejor su ausencia. ¡Qué casta, qué misteriosa, qué llena de dulce pudor es siempre la pereza del hombre!
Las tareas que uno encara en la vida deben tener un componente placentero para poder hacerlas con gusto y que sus resultados sean positivos. Cuando empiezas a sentir como un castigo de Dios, la culpa, las cosas que normalmente son una fuente de placer, tienes que cambiar la actitud para poder recuperar el placer perdido.
José Gálvez en “Elogio de la pereza” nos refiere: “realmente creo que la pereza es una fuerza motriz, acaso la más relevante, que impulsa el surgimiento de la ciencia en general y de la ciencia de la computación en particular. Pero quiero aclarar que no cualquier tipo de pereza. Yo distinguiría dos especies: por una parte la que podríamos llamar el lado oscuro de la fuerza y por otra su antagónico, el lado luminoso.
La pereza obscura es meta y camino al mismo tiempo, es la de aquel que renuncia a la vida, la pereza del pusilánime que deja que las cosas le ocurran en vez de hacer que ocurran las cosas. Este tipo de pereza presupone la existencia de un destino ya establecido, y se manifiesta en sentencias como la del filósofo romano Crísipo: ¿Es inútil investigar acerca de las cosas que se saben, porque ya se saben y es igualmente inútil investigar acerca de las que no se saben, porque no sabemos qué buscar? O aquello de si tu problema tiene solución, ¿para qué te preocupas? Y si no la tiene ¿para qué te preocupas? Es decir, si de todos modos el destino está escrito por un dios, o por el logos, por la naturaleza o por un supremo orden cósmico ¿para qué hacer algo? La búsqueda se da por terminada antes de comenzar.
La otra pereza, en cambio es solo meta pero no camino. El destino no existe, hay que construirlo, el fin último es la holgazanería perfecta. La extinción de las pasiones y los deseos, la indiferencia absoluta, el nirvana de las filosofías religiosas de la India. Pero para alcanzar la meta es necesario trabajar duro, aprender mucho, sufrir muchas vicisitudes y experimentar todos los deseos y las pasiones. Esa es la pereza que se reivindica. Estar en la búsqueda permanente de la ociosidad perfecta implica estar siempre preparando el terreno donde nos vamos a echar a descansar. El holgazán profesional es aquel que diseña y planea estrategias que le permitan flojear a gusto en el futuro. Es este el tema central, la contradicción que engendra movimiento, progreso, ciencia…”
Otros desperdician el tiempo hasta que la diligencia ya es en vano; los que bajo ningún grado de actividad o aplicación pueden recobrar las oportunidades desvanecidas, y que están condenados por su propio descuido a la desesperanza calamitosa y la estéril lamentación.
La locura de permitirnos la demora en lo que sabemos finalmente inesquivable, es una de las debilidades generales que, a pesar de las enseñanzas de los moralistas y los argumentos de la razón, prevalece en todas las mentalidades ya sea en menor o mayor grado: incluso aquellos que la enfrentan con más estabilidad sienten que es, si no la más violenta, sí la más pertinaz de sus pasiones, la que vuelve siempre renovando sus ataques y la que, aunque muchas veces salga derrotada, nunca es destruida por completo.
La Fuerza de la Inercia
De hecho, es natural concederle al presente una atención especial, y darle más importancia a todo aquello que, por su cercanía, puede impresionarnos más profundamente. Por tanto, cuando uno está a punto de sufrir un dolor agudo o siente próximo algún peligro excepcional, es muy difícil que pueda desechar completamente las seducciones de la imaginación; creemos como si nada que otro día traerá el apoyo o las ventajas que ahora queremos; y nos dejamos persuadir fácilmente de que el momento en que se hará necesario actuar (y el cual deseamos nunca llegue) está a mucha distancia de nosotros.
Así se extingue la vida en la ansiedad depresiva, y se consume en una serie de resoluciones que la mañana siguiente basta para disipar; construyendo proyectos que difícilmente esperamos cumplir y reconciliándonos por nuestra cobardía mediante el uso de excusas que, aunque las aceptamos, las sabemos absurdas; hora tras hora, nuestra fortaleza se menoscaba miserablemente al entregarnos a un perpetuo estado contemplativo; cada concesión sumisa a nuestro miedo expande el dominio del mismo; no sólo desperdiciamos ese tiempo en que los males que tememos pudieran ser sufridos y superados en el acto; por el contrario, mientras que la dilación no alivia en ninguna forma nuestros problemas, sí los vuelve cada vez menos superables al instalar los terrores habituales. Si los males no pueden evitarse, es de sabios reducir el intervalo de espera; estar conscientes, nada más, de cuáles serán los sufrimientos que pueden alcanzarnos si intentamos emprender el vuelo y sufrir únicamente su daño real sin los conflictos anticipados de la duda y la angustia.
Actuar es mucho más fácil que sufrir; no obstante, todos los días vemos cómo se retarda el curso de la vida por la vis inertiae (“fuerza de la inercia”), la mera repugnancia al movimiento, y encontrarnos a los demás afligiéndose por la carencia de eso que sólo la pereza les impide gozar. El caso de Tántalo, en esa zona del castigo poético, era algo en cierta forma compadecible, porque los frutos que colgaban junto a él se retiraban al contacto de su mano; pero ¿qué compasión pueden exigir aquellos que, aunque tal vez sufran los dolores de Tántalo, nunca extenderán las manos para acceder a su propia liberación?
Generación de Lentos
No hay nada más común en esta generación de lentos que las quejas y las lamentaciones; lamentaciones de infelicidad que sólo la vagancia y la suspicacia les expone a sentir, y quejas por la angustia que está en su propio poder superar. Por lo general se asocia la holgazanería con la inhibición. A veces el miedo, que vuelve prohibitivas las empresas al infundir la desconfianza en el éxito; o el fracaso constante en esfuerzos que no llevan a ningún lado, o bien el deseo perpetuo de evitar el trabajo, van imprimiendo gradualmente falsos temores en la cabeza. Pero una vez que el miedo, ya sea natural o adquirido, se apodera por completo de la imaginación, ya nunca dejará de asediarla con visiones calamitosas; y todo esto al grado de que, si no son disipadas por el trabajo útil, la instalarán de inmediato en el terror y amargarán la vida no sólo con esas miserias que atormentan en menor o mayor grado a todos los seres humanos, sino con las otras, que de hecho no existen aún, y que sólo pueden discernirse ahí donde se da la perspicacia de la cobardía.
Mover la Cabeza de la Almohada
Entre todos los que sacrifican las ventajas futuras a las inclinaciones presentes, es difícil encontrar una ganancia tan ínfima como la que reciben aquellos que sufren el congelamiento causado por la pereza. Otros, para satisfacer las pasiones, se corrompen por algún placer más tentador o poderoso; pero posponer nuestros deberes tan sólo para evitar el trabajo de realizarlos (un trabajo siempre recompensado puntualmente), es sucumbir seguramente a una de las tentaciones más débiles. La flojera no puede asegurar nunca la tranquilidad; los llamados de la razón y la conciencia se abrirán paso a través, incluso, del pabellón más hermético que pueda oponer el holgazán; y aunque tal vez no tengan el poder necesario para moverle la cabeza de la almohada, sí serán lo suficientemente fuertes como para estorbarle el sueño. Esos momentos que el flojo deja de resolver en algo útil, debiendo dedicarlos a una satisfacción más plena de su persona, serán usurpados siempre por los poderes que le estorbarán el disfrute de tales momentos; el remordimiento y el enojo se ceñirán sobre ellos y le impedirán gozar lo que está tan deseoso de obtener.
Discernimientos Varios
Hay otras causas de inactividad, pero éstas van relacionadas con facultades activas y con la posesión de un agudo discernimiento. El hombre al que se presentan muchos objetivos al mismo tiempo, dudará frecuentemente entre impulsos diversos hasta que un deseo opuesto haya desplazado al anterior o cambiado su curso según vayan surgiendo nuevos atractivos, y todo esto lo hostigará impidiéndole el avance. Aquel otro que ve caminos diferentes para un mismo final, y quien, a menos que se imponga cuidadosamente una decisión tajante, desperdiciará muchísimo de su tiempo ajustando cuentas y comparando las diversas probabilidades, deteniéndose largamente para elegir su propio camino hasta que algún accidente interrumpa su viaje. Aquel otro con agudeza para predecir consecuencias remotas y quien, cada vez que aplica su atención a un modelo determinado descubre nuevos proyectos, ventajas y posibilidades de ensanchar las perspectivas, no se dejará persuadir con facilidad de que su proyecto ya está listo para la ejecución; añadirá, por el contrario, un impedimento a otro, multiplicará las complicaciones y se perderá él solo puliendo banalidades, hasta que se vea enredado y extraviado en su propio esquema, perplejo ante la variedad de sus intenciones. Aquel que se entrega siempre a una nueva búsqueda que parece más prometedora, desperdiciará su vida vagando sin ningún caso de un campo a otro. Aquel otro, que resulta similar al hombre que busca instalar en su propia casa todas las comodidades; el que puede dibujar planos o emprender el estudio del arquitecto Palladio pero que nunca colocará una sola piedra: ese hará el intento de escribir un ensayo sobre algún tema importante, compilará materiales, consultará autores y estudiará todos los aspectos tangenciales del tema, pero nunca concluirá que ya está todo listo para sentarse a escribir. El otro, capaz de concebir la perfección, difícilmente se contentará sin ella; y como la perfección no puede alcanzarse, perderá la oportunidad de hacer las cosas lo mejor que pueda, atento a la vana esperanza de la excelencia inatrapable.
El Honor de la Pelea
La certeza de que la vida no dura mucho, y la probabilidad de que resulte más corta aún de lo que naturalmente nos es permitida, debiera despertar a cada hombre y encaminarlo a la prosecución diligente de lo que está deseoso de llevar a cabo. Es cierto que ninguna actividad asegura el éxito en sí misma; la muerte puede interrumpir incluso la carrera menos accidentada; pero el que ha sido segado mientras realizaba una labor honesta, tiene al menos el honor de caer con altivez, y ha dado la pelea, aunque no alcanza la victoria”.
Gustavo Adolfo Becker nos dice: Aún me acuerdo de que en una ocasión, sentado en una eminencia desde la que se dilataba ante mis ojos un inmenso y reposado horizonte, llena mi alma de una voluptuosidad tranquila y suave, inmóvil como las rocas que se alzaban a mi alrededor y de las cuales creía yo ser una, una roca que pensaba y sentía como yo creo que sentirán y acaso pensarán todas las cosas de la tierra, comprendí de tal modo el placer de la quietud y la inmovilidad perpetua, la suprema belleza tal y tan acabada como la soñamos los perezosos que resolví escribirle una oda y cantar sus placeres desconocidos de la inquieta multitud. Pensé, que el mejor himno a la pereza es el que no se ha escrito, ni se escribirá nunca. ¿Cómo ensalzar la pereza trabajando?
No fueron pocas las ocasiones en las que el aburrimiento fue el gran motor de la historia. El matemático y filósofo francés Blas Pascal decía: Todos los males humanos vienen de que los hombres no somos capaces de estar tranquilos quedándonos en nuestras casas.
Savater relaciona la pereza con la desmotivación aunque algunos lo hacen con el aburrimiento. Pero aquel que se aburre puede ser activo. El perezoso está desmotivado para hacer cosas y prefiere no cambiar su actitud. En el pasado la sociedad se basaba en presupuestos aceptados. Hoy la gente piensa o busca hacer cosas que tengan un sentido, la búsqueda debe tener contenidos y esto es un problema porque casi todo lo que nos rodea tiene poco sentido relativo. Así hay individuos que pasan por la vida intentando buscar una razón a las acciones y situaciones, antes de encararlas y el resultado es que en se paralizan y nunca hacen nada.
R. Chateaubriand en sus Memorias de Ultratumba se lamenta: “Todo me cansa: remolco penosamente mi hastío junto a mis días y voy por doquier bostezando mi vida” y Martín Heidegger remata con el hastío que es el comienzo de la angustia, y es el motor del proceso de concientización. El hastío es la sensación más lúcida y esclarecedora que existe.
Vigencia del Drama de la Pereza
El hombre de hoy puede contemplar el abismo insalvable. Sujeto del lenguaje y sujeto a él no encuentra posibilidad de acceder a un encuentro directo con las cosas. Las palabras le separan de ellas. La experiencia nunca es virgen sino interpretada y el mundo interpretado se acaba revelando diferente y distante del real. Aunque la línea entre ambos sea muy sutil, es infinita.
Estamos avanzando progresivamente hacia un estado ideal, donde nos perdemos en múltiples direcciones y con distintas velocidades.
Fragmentación, pluralismo y soledad…
Cristina Rafalli en un artículo de la revista Veintiuno nos refiere que la pereza es un pecado femenino en todas las lenguas latinas, triunfará siempre sobre la virilidad de la acción.
Encontrará, como enseña la historia, sus plácidos senderos, aún cuando muchas veces deba vestir ridículos e indignos atuendos. La ventura ha querido que en este siglo en el que reina la velocidad, la inacción consiga espacios para dilatarse ad infinitum. La tecnología, siempre capaz de leer entre las líneas de la civilización, ha abierto nuevos ámbitos a la inclinación natural del hombre a la pereza, hasta el punto de convertirse en expresión suprema de hacer sólo lo inevitable y con el menor esfuerzo posible. Desde el control remoto de la TV, paradigma de la inmovilidad, hasta el joystick de los juegos de video, pasando por la mínima expresión del movimiento que el mouse de la computadora, la tecnología ha provisto a sus usuarios de astucias nunca imaginadas en el pasado, como controlar toda una hiperrealidad con el simple trabajo de un dedo índice.
Cada día más, internet se revela como un tejido suficientemente fuerte para sostener la fantasía perezosa del pecador: la audacia de la inacción. En ese ámbito se han conciliado paradojas como “realidad virtual” (antes de internet, las cosas o eran reales o eran virtuales); los “deportes pasivos” (contradicción inconcebible como unidad conceptual) o los juegos de simulación, como los Sims, son sólo algunos ejemplos entre miles de espacios que materializan la irrealidad.
Del contacto físico con la música y sus productos discográficos, contacto pleno en visualidad, pleno en escucha, pleno tacto, pleno en sensualidad y muy afín al ocio, ya poco va quedando. Con el mínimo esfuerzo y en escasos segundos, se accede a los archivos midi que permiten a la gente ahorrarse tardes enteras de registro en formatos ya anticuados, almacenando en el MP3 la música que súbitamente se ha vuelto invisible e incorpórea.
Y es que si bien es cierto que hemos entrado a un siglo y predice un gran futuro a la holgazanería, también ha de reconocerse que las posibilidades desplegadas por la tecnología tienden a confiscar los preciados dones a los que conllevaba la pereza analógica: los de la vida orgánica.
Los juegos de video son el ejemplo más patente de esta aberración, de esta distorsión a la que llega la pereza cuando se le convierte al lenguaje numérico. Ante la simulación, la realidad pasa de exhibir sus inconmensurables riesgos. La virtualidad embriaga la conciencia hasta el punto en que cualquier evento es posible, desde la conquista de un planeta hasta las grandes proezas del atletismo o las victorias de las guerras más sangrientas y no por ello menos asépticas. En el videojuego, el mundo de la virtualidad, el jugador está siempre a salvo en un ámbito tan controlado y tan seguro, que hasta la muerte es un evento reversible.
Nadie puede negar que resulte una verdadera fortuna el hecho de que hoy en día podamos evitar desplazar nuestros huesos y carnes hasta el banco más cercano, gracias a que existe un intento que nos permite hacer operaciones financieras domésticas desde el computador de la casa. Cómo desperdiciar la oportunidad que el progreso nos ha dado, al invitarnos a hacer una compra que no produce placer y que se vuelven menos tediosa a distancia, por teléfono u otros medios telemáticos. Pero a estas suertes les sigue una larga procesión de aberraciones, que tienen en común la sustitución de la vivencia, de la experiencia, por la ficción o la virtualidad, que no por la imaginación.
La virtualidad permite cometer un pecado no enunciado, acaso más grave que los siete capitales: el de ahorrarnos el mayor de los trabajos, que es el interior, el que comienza a hacerse cuando el hombre experimenta en cuerpo y alma en soledad y en sociedad. Y es en este punto de la historia donde vuelve a degradarse a la pereza, que originariamente era el claustro donde ocurría la lenta digestión de la vida, la contemplación del mundo real y la inauguración de la fantasía más íntima, desbocada y orgánica, libre y ardiente al umbral de la encarnación. La pereza a la que invitan las nuevas tecnologías, priva a la inacción de toda elaboración ulterior, pues no es refugio que nos aparta del mundo, sino una fuga desde un lugar inocuo y controlado, hacia otro sitio silente y sin latidos.
Diría para terminar con una reflexión y una interrogante. Pareciera que la pereza como patología de nuestros tiempos todavía no muy estudiada, es la que toca los instintos: comer, ya no preparamos nuestros alimentos, comemos alimentos congelados, hechos y usamos el delivery y lo traen a nuestras casas, no hacemos mercado pues lo pedimos a los supermercados, on line; dormir, alteraciones horarias del sueño e inversión del mismo pues estamos trabajando, jugando o “haciendo el amor” desde la computadora. El sexo de cualquier tipo auto, hetero u homoerótico se hace desde casa, virtualmente.
Ya no asistimos al cine, teatro, conciertos, deportes, todo lo tenemos en cajitas animadas, cada vez más pequeñas, MP3, pendrive (memorias portátiles, tamaño dedo, lápiz), Wii, no hay que movilizar mayores equipos.
Mientras estamos en este estado de comodidad y placer no creamos, no hacemos cosas, no reflexionamos, otros lo hacen por nosotros.
La pereza da un duro golpe a la intuición, entendiéndola como un proceso inconsciente en la medida en que su resultado es una ocurrencia, una irrupción de un contenido inconsciente en la conciencia.
Si el objetivo es conectarnos con los instintos y la intuición que son para nosotros totalmente desconocidos, la post modernidad impide dicha conexión.
Magaly Villalobos
Médico Psiquiatra. Psicoterapeuta.Analista Junguiana.IAAP.
REFERENCIA Bibliográfica:
1. Alighiere, D. (1981) La Divina Comedia.Barcelona Círculo de Lectores.
2. Raffali, C. El @ Lic. contra la vida. @ org nica. Veintiuno. Oct-Nov 2005 Caracas
3. Savater, F. (2005) Los Siete Pecados Capitales. Editorial Sudamericana. Buenos Aires.
–http://www.geocities.com/fdomauricio/pecadoscapitales
–http://www.herreros.com.ar/melanco/fuentes.htm
–http://www.fh-angsburg.de/-harsch/hispanica