Intervencionismo en la terapia

Pinturas rupestres

Si miramos el (caótico) panorama de las ciencias psicológicas desde la Psicología analítica, estamos obligados a decir, sin que se enfade demasiado nadie, que son todas una estafa. No me refiero aún a la honestidad terapéutica, al plano de lo curativo o paliativo, lo cual, como mostraré más tarde, depende tanto o más de la calidad emocional del terapeuta que de la veracidad de su ciencia. Hablo de la comprensión de lo que es el alma, de la cartografía que cada escuela presenta de lo psíquico.

En efecto, según la concepción junguiana de la psique, las topografías del psicoanálisis freudiano, el cognitivismo, el conductismo, la gestalt, etc., son, siendo condescendientes, de valor muy relativo. Sin serlo, habría que decir que a menudo mienten más que aclaran.

En el mejor de los casos, si usamos el símil con la física, podríamos decir, en descargo, que algunas escuelas psicológicas son un camelo perdonable, así como las concepciones de Newton son erróneas al lado de las de Einstein, y algunas de éste erróneas con respecto a las de la moderna cuántica, y no por eso dejando de tener las primeras su porción de valor y de utilidad práctica.

En una relación como la de la física clásica con respecto a la cuántica quiero ver yo al psicoanálisis al lado de la psicología junguiana. Una relación claramente subordinada: conceptos esenciales, que Freud meramente esboza, Jung los perfila y redefine ampliándolos hacia dimensiones inalcanzables por el primero. Del inconsciente personal pasamos al inconsciente colectivo, del amorfo Ello a los patrones arquetípìcos, de lo corporal hacia lo cultural y hasta lo metafísico, etc. Un desastre que, sin embargo, sea una ciencia ya obsoleta, como la freudiana, la que hoy día siga teniendo más vigencia que su más avanzada y veraz sucesora. Es algo así como si en las facultades de física solo se hablara aún de Einstein, y nada de Schrödinger (ni de su gato).

Ya deberíamos saber que todo esto ocurre porque la sociedad no abraza verdades que vayan en contra de sus costumbres, sus modas y sus políticas vigentes. Solo las que apoyan estas cosas, que sustentan su sistema. Las sociedades son inerciales y obtusas. Solo el individuo llega a ser ágil ante el cambio, el avance y la mejora. La sociedad está anclada a lo ya dado; el individuo se abre hacia el futuro y sus posibilidades.

Desde luego, si abrazar lo junguiano no supusiera un problema ético tan grande para nuestra cultura, Jung quizás tendría hoy el mismo eco académico que un Stephen Hawking. Pero no es el caso. Ese honor, hablando de manera muy general, le sigue correspondiendo a su antecesor, Freud. Si ya sabemos que los descubrimientos junguianos desmienten los postulados psicoanalíticos, quizás podríamos aún salvar los muebles de la vieja escuela vienesa si la famosa terapia del diván, de alguna manera, se estuviera demostrando útil. Si, como le pasa a lo newtoniano, se manifiesta eficaz en lo pragmático, aunque no lo sea a nivel teórico. Pero la respuesta rápida a esto es también no.

El famoso experimento de Hans Eysenck en los sesenta llegó a la conclusión de que las tasas de supuesta curación por psicoanálisis y de remisión espontánea eran idénticas. Esto lo llevó a decir: "[Freud] fue, sin duda, un genio; no de la ciencia, sino de la propaganda; no de la prueba rigurosa, sino de la persuasión". Añado que todos los estudios hechos con posterioridad sobre la misma polémica han resultado concluyentes en la misma dirección.

Me gustaría traer a colación los argumentos de un reconocido enemigo de la terapia freudiana, Jacques Van Rillaer (profesor de psicología de la Universidad de Louvain-la-Neuve en Bélgica), porque yo, grosso modo, los suscribo:

Cualquiera puede ser psicoanalista

Detengámonos un poco más en el hecho de que el psicoanálisis es una actividad fácil, lo que poca gente comprende, salvo quienes lo han practicado. Sin embargo, el propio Freud lo ha dicho y lo ha repetido: "La técnica del psicoanálisis es mucho más fácil de aplicar de lo que uno se imagina a partir de su descripción". La regla de atención flotante, que dirige el modo en que el psicoanalista escucha, "permite economizar un esfuerzo de atención que no se podría mantener todos los días durante horas". "Cada uno posee en su propio inconsciente un instrumento con el cual puede interpretar las expresiones del inconsciente de los demás". "El trabajo analítico es un arte de la interpretación, cuyo manejo concluyente demanda cierto tacto y práctica, pero que no es difícil aprender".

[...] En una curación, el analista freudiano adopta esencialmente tres tipos de actividad:

-escuchar en estado de atención flotante, es decir, sin el esfuerzo de atención; 
-emitir regularmente "hummmm", para asegurarle al cliente que se lo está escuchando y que tiene interés en continuar asociando "libremente" sobre temas freudianos; 
-hacer de tiempo en tiempo interpretaciones, a veces comprensibles, a veces enigmáticas.

La decodificación psicoanalítica es muy simple: en gran parte, consiste en separar las palabras –llamadas "significantes"– y en señalar analogías o significaciones simbólicas. Esto es accesible a toda persona que terminó el secundario y que leyó algunos libros de psicoanálisis. Cuando el cliente hace preguntas comprometedoras, sólo hace falta devolverle el fardo: "¿Por qué me pregunta eso?", "¿Qué interpela eso?", etc. Sus críticas y sus oposiciones se interpretarán como "resistencias", "negaciones" o manifestaciones de una "transferencia hostil". Nunca remiten al analista en cuestión.

Cualquiera puede autorizarse como "psicoanalista" y ejercer este oficio, que no tiene estatus legal. Desde que el psicoanálisis ha tenido éxito, numerosas personas lo han practicado sin haber hecho estudios de psicología o de psiquiatría.

Así fue, exactamente, mi propia terapia psicoanalítica, allá por el 1990. Aunque ese "de tiempo en tiempo" del que habla Rillaer en mi caso se alargaba meses. De hecho, solo recuerdo una interpretación, a lo largo de todo el año largo que duró mi análisis: ante un sueño de obvio matiz incestuoso, mi analista me dijo: "ahí lo tienes: oro parece, plátano es". Y volvió a su sepulcral silencio, mientras yo, sesión tras sesión, seguía aportando sueños, preocupaciones y angustias, en una catarsis interminable, mientras miraba, de espaldas a él (como corresponde), a través del ventanal de su consulta, que daba a un descuidado patio interior en un convento de hermanas agustinas. Lo cual resultó ser, al final, algo totalmente oportuno y adecuado.

Aquel tiempo de terapia acabó exitosamente. ¿Por las sesiones psicoanalíticas? Obviamente no. Yo me preocupé de estudiar por mi cuenta mi problema, de intervenir activamente en mi propio proceso, de interpretarme yo, y a través de esa auto-terapia, y gracias a los consejos e intervenciones de amigos que providencialmente llegaron a mi vida en aquella época, di con las lecturas y estudios adecuados a mi caso. Puedo decir que de mi terrible crisis de aquella época me curaron Don Juan y CG Jung. En última instancia, el destino, que supo traerme toda aquella medicina necesaria en el momento oportuno.

Sin embargo, aún después de relativizar tanto su valor terapéutico, considero que aquellas sesiones psicoanalíticas cumplieron un papel indispensable en mitad de todo esto, y sé que se trató también de un acto providencial. De hecho, guardo un recuerdo absolutamente positivo de aquellas sesiones, y sigo sintiendo muy entrañable la relación (transferencia) que tuve con mi psiquiatra, con el que tenía en común, curiosamente (y es de lo que quizás él más hablaba conmigo), la melomanía. Y que jamás me cobró nada, porque sabía que yo necesitaba ayuda y no podía pagarla.

Entonces, ¿qué tipo de ayuda terapéutica es esa que obtuve de él? Se llama amistad. Ni más ni menos. Todos necesitamos alguien que nos escuche, que nos trate de comprender, que nos ayude, aunque sea un ratito, a soportar el peso del dolor que nos está condenando. Con esto nadie se cura, claro. Pero se alivia un tanto. Quizás el tanto suficiente para no desesperarse demasiado pronto. En aquella época mi enfermedad me había aislado mucho socialmente, y el psicoanálisis se convirtió en un fundamental apoyo emocional en aquel crudo tiempo.

El apoyo intelectual, la medicina propiamente dicha, lo que realmente cura, la luz que guía desde la negra noche al nuevo amanecer, funciona de otra forma. El terapeuta junguiano sabe que el análisis psicológico en general es un sucesor muy directo de la confesión cristiana, y que su papel se asienta, a lo largo de eras, en el arquetipo del chamán, el sanador herido, aquel que atraviesa el infierno y que por eso luego puede guiar a otros a atravesarlo. Es inevitable que el paciente se convierta al mismo tiempo en discípulo, y el médico en una especie de profesor. No está ahí para acompañar en silencio, como una freudiana plañidera; está para intervenir. Para arriesgar, para jugársela junto a su protegido. Para mezclar su destino con él. Por contra, el estilo freudiano es muy aséptico, y teme equivocarse demasiado. Cobra mucho más que el médico de cabecera y arriesga infinitamente menos. Visto así, volvemos al principio: es una estafa.

No, un auténtico guía no actúa así. La enfermedad mental se vive como una desorientación, un descarrío. Lo junguiano no entiende la neurosis como una herida aún abierta procedente del pasado, que con solo sacar al aire debería cicatrizarse sola. Eso es un disparate. La neurosis es, en realidad, una encrucijada de caminos vitales que esperan perentoriamente una decisión. La dirección de la cura no es hacia el pasado, sino al futuro. Los sueños, las señales y la experiencia y perspicacia del terapeuta son la única brújula de que se dispone para escapar de tamaña confusión, y hay que usar todo eso activamente. Hay que intervenir. Apoyar y orientar. Con la máxima prudencia, por supuesto

Si miramos el (caótico) panorama de las ciencias psicológicas desde la Psicología analítica, estamos obligados a decir, sin que se enfade demasiado nadie, que son todas una estafa. No me refiero aún a la honestidad terapéutica, al plano de lo curativo o paliativo, lo cual, como mostraré más tarde, depende tanto o más de la calidad emocional del terapeuta que de la veracidad de su ciencia. Hablo de la comprensión de lo que es el alma, de la cartografía que cada escuela presenta de lo psíquico.

En efecto, según la concepción junguiana de la psique, las topografías del psicoanálisis freudiano, el cognitivismo, el conductismo, la gestalt, etc., son, siendo condescendientes, de valor muy relativo. Sin serlo, habría que decir que a menudo mienten más que aclaran.

En el mejor de los casos, si usamos el símil con la física, podríamos decir, en descargo, que algunas escuelas psicológicas son un camelo perdonable, así como las concepciones de Newton son erróneas al lado de las de Einstein, y algunas de éste erróneas con respecto a las de la moderna cuántica, y no por eso dejando de tener las primeras su porción de valor y de utilidad práctica.

En una relación como la de la física clásica con respecto a la cuántica quiero ver yo al psicoanálisis al lado de la psicología junguiana. Una relación claramente subordinada: conceptos esenciales, que Freud meramente esboza, Jung los perfila y redefine ampliándolos hacia dimensiones inalcanzables por el primero. Del inconsciente personal pasamos al inconsciente colectivo, del amorfo Ello a los patrones arquetípìcos, de lo corporal hacia lo cultural y hasta lo metafísico, etc. Un desastre que, sin embargo, sea una ciencia ya obsoleta, como la freudiana, la que hoy día siga teniendo más vigencia que su más avanzada y veraz sucesora. Es algo así como si en las facultades de física solo se hablara aún de Einstein, y nada de Schrödinger (ni de su gato).

Ya deberíamos saber que todo esto ocurre porque la sociedad no abraza verdades que vayan en contra de sus costumbres, sus modas y sus políticas vigentes. Solo las que apoyan estas cosas, que sustentan su sistema. Las sociedades son inerciales y obtusas. Solo el individuo llega a ser ágil ante el cambio, el avance y la mejora. La sociedad está anclada a lo ya dado; el individuo se abre hacia el futuro y sus posibilidades.

Desde luego, si abrazar lo junguiano no supusiera un problema ético tan grande para nuestra cultura, Jung quizás tendría hoy el mismo eco académico que un Stephen Hawking. Pero no es el caso. Ese honor, hablando de manera muy general, le sigue correspondiendo a su antecesor, Freud. Si ya sabemos que los descubrimientos junguianos desmienten los postulados psicoanalíticos, quizás podríamos aún salvar los muebles de la vieja escuela vienesa si la famosa terapia del diván, de alguna manera, se estuviera demostrando útil. Si, como le pasa a lo newtoniano, se manifiesta eficaz en lo pragmático, aunque no lo sea a nivel teórico. Pero la respuesta rápida a esto es también no.

El famoso experimento de Hans Eysenck en los sesenta llegó a la conclusión de que las tasas de supuesta curación por psicoanálisis y de remisión espontánea eran idénticas. Esto lo llevó a decir: «[Freud] fue, sin duda, un genio; no de la ciencia, sino de la propaganda; no de la prueba rigurosa, sino de la persuasión». Añado que todos los estudios hechos con posterioridad sobre la misma polémica han resultado concluyentes en la misma dirección.

Me gustaría traer a colación los argumentos de un reconocido enemigo de la terapia freudiana, Jacques Van Rillaer (profesor de psicología de la Universidad de Louvain-la-Neuve en Bélgica), porque yo, grosso modo, los suscribo:

Cualquiera puede ser psicoanalista

Detengámonos un poco más en el hecho de que el psicoanálisis es una actividad fácil, lo que poca gente comprende, salvo quienes lo han practicado. Sin embargo, el propio Freud lo ha dicho y lo ha repetido: «La técnica del psicoanálisis es mucho más fácil de aplicar de lo que uno se imagina a partir de su descripción». La regla de atención flotante, que dirige el modo en que el psicoanalista escucha, «permite economizar un esfuerzo de atención que no se podría mantener todos los días durante horas». «Cada uno posee en su propio inconsciente un instrumento con el cual puede interpretar las expresiones del inconsciente de los demás». «El trabajo analítico es un arte de la interpretación, cuyo manejo concluyente demanda cierto tacto y práctica, pero que no es difícil aprender».

[…] En una curación, el analista freudiano adopta esencialmente tres tipos de actividad:

-escuchar en estado de atención flotante, es decir, sin el esfuerzo de atención; 
-emitir regularmente «hummmm», para asegurarle al cliente que se lo está escuchando y que tiene interés en continuar asociando «libremente» sobre temas freudianos; 
-hacer de tiempo en tiempo interpretaciones, a veces comprensibles, a veces enigmáticas.

La decodificación psicoanalítica es muy simple: en gran parte, consiste en separar las palabras –llamadas «significantes»– y en señalar analogías o significaciones simbólicas. Esto es accesible a toda persona que terminó el secundario y que leyó algunos libros de psicoanálisis. Cuando el cliente hace preguntas comprometedoras, sólo hace falta devolverle el fardo: «¿Por qué me pregunta eso?», «¿Qué interpela eso?», etc. Sus críticas y sus oposiciones se interpretarán como «resistencias», «negaciones» o manifestaciones de una «transferencia hostil». Nunca remiten al analista en cuestión.

Cualquiera puede autorizarse como «psicoanalista» y ejercer este oficio, que no tiene estatus legal. Desde que el psicoanálisis ha tenido éxito, numerosas personas lo han practicado sin haber hecho estudios de psicología o de psiquiatría.

Así fue, exactamente, mi propia terapia psicoanalítica, allá por el 1990. Aunque ese «de tiempo en tiempo» del que habla Rillaer en mi caso se alargaba meses. De hecho, solo recuerdo una interpretación, a lo largo de todo el año largo que duró mi análisis: ante un sueño de obvio matiz incestuoso, mi analista me dijo: «ahí lo tienes: oro parece, plátano es». Y volvió a su sepulcral silencio, mientras yo, sesión tras sesión, seguía aportando sueños, preocupaciones y angustias, en una catarsis interminable, mientras miraba, de espaldas a él (como corresponde), a través del ventanal de su consulta, que daba a un descuidado patio interior en un convento de hermanas agustinas. Lo cual resultó ser, al final, algo totalmente oportuno y adecuado.

Aquel tiempo de terapia acabó exitosamente. ¿Por las sesiones psicoanalíticas? Obviamente no. Yo me preocupé de estudiar por mi cuenta mi problema, de intervenir activamente en mi propio proceso, de interpretarme yo, y a través de esa auto-terapia, y gracias a los consejos e intervenciones de amigos que providencialmente llegaron a mi vida en aquella época, di con las lecturas y estudios adecuados a mi caso. Puedo decir que de mi terrible crisis de aquella época me curaron Don Juan y CG Jung. En última instancia, el destino, que supo traerme toda aquella medicina necesaria en el momento oportuno.

Sin embargo, aún después de relativizar tanto su valor terapéutico, considero que aquellas sesiones psicoanalíticas cumplieron un papel indispensable en mitad de todo esto, y sé que se trató también de un acto providencial. De hecho, guardo un recuerdo absolutamente positivo de aquellas sesiones, y sigo sintiendo muy entrañable la relación (transferencia) que tuve con mi psiquiatra, con el que tenía en común, curiosamente (y es de lo que quizás él más hablaba conmigo), la melomanía. Y que jamás me cobró nada, porque sabía que yo necesitaba ayuda y no podía pagarla.

Entonces, ¿qué tipo de ayuda terapéutica es esa que obtuve de él? Se llama amistad. Ni más ni menos. Todos necesitamos alguien que nos escuche, que nos trate de comprender, que nos ayude, aunque sea un ratito, a soportar el peso del dolor que nos está condenando. Con esto nadie se cura, claro. Pero se alivia un tanto. Quizás el tanto suficiente para no desesperarse demasiado pronto. En aquella época mi enfermedad me había aislado mucho socialmente, y el psicoanálisis se convirtió en un fundamental apoyo emocional en aquel crudo tiempo.

El apoyo intelectual, la medicina propiamente dicha, lo que realmente cura, la luz que guía desde la negra noche al nuevo amanecer, funciona de otra forma. El terapeuta junguiano sabe que el análisis psicológico en general es un sucesor muy directo de la confesión cristiana, y que su papel se asienta, a lo largo de eras, en el arquetipo del chamán, el sanador herido, aquel que atraviesa el infierno y que por eso luego puede guiar a otros a atravesarlo. Es inevitable que el paciente se convierta al mismo tiempo en discípulo, y el médico en una especie de profesor. No está ahí para acompañar en silencio, como una freudiana plañidera; está para intervenir. Para arriesgar, para jugársela junto a su protegido. Para mezclar su destino con él. Por contra, el estilo freudiano es muy aséptico, y teme equivocarse demasiado. Cobra mucho más que el médico de cabecera y arriesga infinitamente menos. Visto así, volvemos al principio: es una estafa.

No, un auténtico guía no actúa así. La enfermedad mental se vive como una desorientación, un descarrío. Lo junguiano no entiende la neurosis como una herida aún abierta procedente del pasado, que con solo sacar al aire debería cicatrizarse sola. Eso es un disparate. La neurosis es, en realidad, una encrucijada de caminos vitales que esperan perentoriamente una decisión. La dirección de la cura no es hacia el pasado, sino al futuro. Los sueños, las señales y la experiencia y perspicacia del terapeuta son la única brújula de que se dispone para escapar de tamaña confusión, y hay que usar todo eso activamente. Hay que intervenir. Apoyar y orientar. Con la máxima prudencia, por supuesto

Esta entrada fue modificada en 16 noviembre 2015 9:20

Raúl Ortega: Soñador e intérprete de sueños. Batería. Melómano del funk y el jazz. Creador y curador de Odisea del Alma. Ensayista. Terapeuta de orientación junguiana. Programador y desarrollador web. Criador de aves exóticas. Devorador de berenjenas y brevas. Bebedor de Ribera del Duero. Paradigmático puer aeternus. Hippie extemporáneo en formación continua.

Ver Comentarios (3)

  • Recientemente he leído " Sigmund Freud - El detective de la mente " obra de Martha Arregui y Marta Saslavsky ; con su biografía hacen un reconocimiento a su legado, el que sin duda ha sido el fundamento para ulteriores teorías y escuelas de psicoanálisis. Dicho esto, pienso y creo que lo expuesto por Raúl Ortega, por demás bien comparado al campo de la Física, es una realidad y concuerdo conque se debe probablemente, a la dificultad que tiene la sociedad a superar lo que fue certeza en algún tiempo.

  • "La neurosis es, en realidad, una encrucijada de caminos vitales que esperan perentoriamente una decisión. La dirección de la cura no es hacia el pasado, sino al futuro. Los sueños, las señales y la experiencia y perspicacia del terapeuta son la única brújula de que se dispone para escapar de tamaña confusión, y hay que usar todo eso activamente. Hay que intervenir."

    Puedo atestiguar y atestiguo que Raúl "se moja". A veces, puede que más de lo que uno espera, o incluso desearía en un momento determinado pero...¡puede ser el aliciente para correr en la dirección contraria!
    ; )

    • Mi queridísima virginiana... Me alegra mucho leerte, y saber que estás bien (lo estás ¿verdad?). Cuéntame en qué andas. Yo te prometo meterme lo menos posible donde no me llames ;-)