Un poco más sobre éticas y estéticas

De todos es conocido el tópico que advierte que la relación entre bondad y belleza no es biyectiva. Yo mismo, que navego cotidianamente por mares infestados de artistas, doy fe de que la sensibilidad estética no tiene nada que ver con la propia en relación a la ética.

Cierto es que el arte, en su raíz genuina, es en realidad una forma de búsqueda filosófica, de sesgo (déjenme decir) psicoanalítico: el artista con su obra hace catarsis de su alma, y, si el producto tiene tanta profundidad como su mente perspicacia, se descubre en su trabajo a sí mismo, como individuo, y al ser humano en general, como especie. En ese punto, el arte deviene filosofía, de un modo bastante natural, y lo hace a través de la psicología y la antropología. En ese punto, el artista está listo para comprender y mostrar fundamentos éticos, más allá de los estéticos. Todo como corresponde.

Visto así, el arte se revela como una protociencia, entendiendo ciencia como algo mucho más completo y profundo que aquella definición a la que estamos acostumbrados. 

Sin embargo, la inmensa mayoría ni sabe que, en el fondo, está buscando todo esto, además de la fama. La inmensa mayoría se pierde; se pierde entre las meras formas, que es como perderse por las ramas.

El Hombre, como individuo y como especie, necesita arte tanto como necesita sueños. Necesita la poderosa terapia de la catarsis creativa, que convierte en formas palpables todo eso invisible que habita el alma (o que el alma es capaz de ver con sus ojos, muy distintos de los de la cara). Pero ¿quién interpreta todo eso? ¿Quién hace de terapeuta? Ahí está el lugar que le corresponde por derecho propio a la autoridad filosófica, y a su primogénita, la ética. Dentro de lo cual, por supuesto, coloco a la autoridad científica.

Una sociedad que encumbre a guerreros y deportistas en la cima del prestigio no es más que una Roma circense en abierto declive. Pero la ética tampoco aconseja que los lugares privilegiados sean ocupados por artistas. Los músicos y pintores no deben convertirse en modelos sociales, en ejemplos de máximo logro humano. Eso es excederse en atribuciones. Pero hoy tendemos a canonizar a cantantes y actrices como si en verdad fueran santos.

Pensemos en esto: si alguien ha pagado más de setenta millones de dólares por un autorretrato de Van Gogh, ¿cuánto le debe la Humanidad a Edison, por su bombilla, o a Aristóteles, por su Ética a Nicómano? Porque ambas obras sí que cambiaron para siempre el curso de la sociedad y el comportamiento humano. Muchísimo más la segunda que la primera, por cierto.

Nuestro afán republicano trata de derrocar a la emperatriz filosofía, después de hacer lo propio con la religión. La acusa de caprichosa, clasista y hasta de fascista, lo mismo que a la monarquía. A nuestras repúblicas, tan igualitarias, les molesta todo aquello que exceda un poco las facultades del pueblo llano, ese que quita y pone con sus votos y hay que tener bien mimado. Mejor dicho: hipnotizado. Pero nadie dijo que la verdad, y las consecuencias éticas de conocerla, fueran un asunto fácil de tratar y comprender. El Universo es como nos lo esboza la física contemporánea: algo extraordinariamente complejo. Necesitamos devolverles el máximo respeto y atención a todos aquellos que tratan, con honestidad, de resolver este galimatías y de apuntarnos a los demás algunas directrices. Más necesario todo esto hoy que nunca, en un mundo infectado de demasiadas licencias poéticas.

Esta entrada fue modificada en 22 marzo 2019 16:14

Raúl Ortega: Soñador e intérprete de sueños. Batería. Melómano del funk y el jazz. Creador y curador de Odisea del Alma. Ensayista. Terapeuta de orientación junguiana. Programador y desarrollador web. Criador de aves exóticas. Devorador de berenjenas y brevas. Bebedor de Ribera del Duero. Paradigmático puer aeternus. Hippie extemporáneo en formación continua.