La psicología junguiana lleva un siglo abordando, de la manera más intensa y profunda hasta ahora, el asunto de la bisexualidad en el ser humano. La consideramos congénita, es decir, intrínseca a la naturaleza humana, y no un subproducto introyectado desde la educación y el contexto social, o debida a traumas y obstáculos en el desarrollo psicológico.
Nuestras investigaciones nos llevaron a advertir que dentro del varón, en su inconsciente, por más heterosexual que se sienta su conciencia, existe una personalidad femenina. Con una identidad propia, más o menos definida y completa (no solo ciertos rasgos e inclinaciones dispersas). Una mujer escondida dentro del varón, como si viviera en el sótano de su psique, desde donde ejerce una tácita y a veces decisiva y definitiva influencia. Esta misma estructura se da en la psicología de la mujer, invirtiendo, obviamente, el signo de los géneros.
Estas personalidades inconscientes, que llamamos anima (la mujer dentro del hombre) y animus (el hombre dentro de la mujer), gozan de una sorprendente autonomía. Normalmente (donde hablo de normalidad me refiero exclusivamente a la frecuencia estadística) están ahí ejerciendo una debida compensación a la personalidad del ego (ya que tienen un carácter, por definición, opuesto a esta –es una oposición rasgo a rasgo, y no solo por género-), instigando un equilibrio entre conciencia e inconsciente, pero no es difícil que, por determinadas razones, escapen de su recóndito hogar original y reclamen un espacio aquí afuera, a la luz privilegiada de la conciencia, empujando hacia un lado al yo. Este movimiento desde lo inconsciente a la conciencia puede ser totalmente intrusivo, produciéndose una completa homosexualización del sujeto, pero también quedarse detenido en alguna anterior etapa, provocando así diferentes grados de bisexualización. Esta es, por cierto, la base explicativa psicodinámica de las famosas consideraciones al respecto de Kinsey, el creador de la escala de cinco grados de bisexualidad entre las absolutas heterosexualidad y homosexualidad.
Fijémonos en esto: la elección de la pareja sexual se realiza desde una personalidad que tiene el género opuesto. No importa el sexo del individuo, importa el género que domine su psicología en ese momento. El homosexual decide desde la personalidad contraria a la que refleja su físico, y el heterosexual desde la que sincroniza con su cuerpo. Cuando el bisexual elige de forma heterosexual, lo hace desde una personalidad. Cuando elige homosexualmente, lo hace desde la otra, con el género opuesto. Por lo tanto, no se trata meramente de una cuestión de libertad y progreso moral. La esencia no es el famoso problema alrededor de la tolerancia sociocultural, por más que este debate esté implícito. Ni en el bisexual ni en nadie existe un yo neutro, superado y trascendido, situado por encima del instinto y del sentimiento, un elector ideal libre e incondicionado, que selecciona un compañero u otro tal y como se opta por una marca de cereales en el supermercado, cuando el entorno es perfectamente democrático y tolerante.
No existe tal entelequia que pueda decir “pienso, luego elijo”. En el meollo de esta decisión hay siempre una tensión, más o menos aguda, entre personalidades mucho más diferenciadas y definidas de lo que imaginamos, cada una portando preferencias particulares no solo sexuales, sino también en todos los demás ámbitos, incluido el intelectual. Podemos decir que son estilos de vida completos compitiendo entre ellos; a veces, encarnizadamente.
La cuestión de los sexos y los géneros nos lleva de cabeza al peliagudo problema de la propia identidad, del quién soy realmente. Pues, como estamos viendo, el hombre tiene un ser que habitan muchos (el yo, el anima o animus, la sombra, la máscara, los diferentes arquetipos activados en el momento, etc.), cada uno con unas expectativas y unas prioridades vitales diferentes. Llegar a convertirnos en alguien coherente y unificado es nuestro deseo implícito y la tarea fundamental de la vida, y no algo dado.
Subrayo: cuando un individuo conmuta desde un modo de sentir y actuar homosexual a uno heterosexual, es esperable que variados aspectos de su personalidad se vean afectados, y no solo el nivel sexual.
La delicada posición de la bisexualidad
Heterosexualidad y homosexualidad significan un triunfo aplastante de un polo sobre otro, de una personalidad sobre la otra, de un género sobre el otro, y eso es un descanso de la tensión entre los opuestos. Bisexualidad, sin embargo, significa a menudo que la batalla sobre la propia identidad está plenamente vigente. Como vimos arriba, la tensión interior entre los géneros se deriva de la tensión entre el yo y el anima o animus, lo cual nos lleva a lo esencial: se trata, en última instancia, del enfrentamiento entre conciencia e inconsciente. Y esta es la definición general de toda neurosis, es decir, de la inmensa mayoría de los problemas psicológicos.
En su libro “Las relaciones entre el yo y el inconsciente”, Jung nos esboza algo acerca de los procesos transgénero que pueden darse dentro del varón, cuando el anima se enfrenta a su conciencia induciendo trastornos:
Desde el interior puja un opuesto, como si el inconsciente oprimiera al yo con la misma fuerza con que éste es atraído por lo mundano […] Por fuera se actúa un papel afectivo y vigoroso, por dentro se desarrolla ante los influjos del inconsciente una debilidad femenil; estados de ánimo y humores cambiantes, ansiedad, hasta una sexualidad afeminada (que culmina en la impotencia) alcanzan paulatinamente el predominio.
En este punto, si el sufrimiento implicado por la ansiedad no es tanto, o se encuentra algún remedio para sofocarla o minimizarla, el individuo en proceso podría aprovechar para explorar las nuevas tendencias de su deseo. Así ocurre en multitud de casos, y a veces con muy gratificantes resultados. Pero el trastorno alrededor de la identidad, de la actitud ante la vida, suele seguir su curso, y es fácil que lo inconsciente encuentre nuevos modos de seguir boicoteando la salud del afectado.
Cargados de nuevas experiencias homosexuales, o no, las consultas de los terapeutas se llenan con hombres y mujeres atravesando todo esto (yo mismo doy fe, y no son pocos años de experiencia). Individuos que no resuelven su conflicto simplemente saliendo del armario, pues eso se acaba desvelando como el menor de los problemas al respecto.
Lo que dicen otras psicologías
Como no podía ser de otra manera, desde las psicologías más convencionales y académicas surgen estudios que convocan preguntas que convergen con todo lo planteado anteriormente. Por ejemplo, por qué el trastorno límite de la personalidad, o TLP, que se caracteriza por unas disfunciones agudas alrededor de la propia identidad (se producen intensas disociaciones ), conlleva una prevalencia tan alta de comportamientos homosexuales y bisexuales, cosa que ha vuelto a corroborar el último y más serio paper realizado hasta ahora:
“Los sujetos con TLP fueron significativamente más propensos a reportar orientación homosexual o bisexual y relaciones íntimas con el mismo sexo que los sujetos de comparación. No hay diferencias significativas en la prevalencia de estos comportamientos entre mujeres y hombres con TLP”
El eminente Otto Kernberg sostiene, opinión que yo comparto, que el TLP es un trastorno nuclear que subyace en otros trastornos de la personalidad , lo cual empezaría a explicar por qué en otras estructuras disfuncionales, como el histrionismo, el narcisismo y la psicopatía, la prevalencia de las inclinaciones sexuales erráticas y polivalentes también se acentúa.
Por otro lado, el experto en psicopatía, el Dr. Hugo Marietán, eminente psiquiatra argentino, nos introduce en un vídeo, que presento a continuación, las relaciones entre las perversiones y la bisexualidad, un descubrimiento al que llegó, nos cuenta, de un modo meramente práctico. Para aliviar un poco la carga tan negativa que tiene el término, diré que en psicoanálisis su acepción no es peyorativa, y debemos entenderlo aquí de esa manera. No más que como un síntoma que nos avisa de lo esencial: que nos enfrentamos a una psique en conflicto.
“El perverso viene acá confuso [a la consulta]. Cuando yo le explico este esquema, él comprende sus partes femeninas, que es lo que más le intriga (siendo un varón). En el caso de la mujer pasa exactamente lo mismo”.
La integración saludable de la bisexualidad
La bisexualidad se integra del modo más exitoso dentro de la vida sentimental del sujeto cuando produce la mínima disyuntiva, tensión y disociación. Y esto ocurre al relacionarse las dos opciones implicadas de modo exclusivo, con una “o” excluyente entre ellas. Cuando se es, según el momento, homosexual o heterosexual. Es decir, cuando la persona, si se enamora de una persona de su mismo sexo, despliega un comportamiento vigorosamente homosexual que obvia por completo las inclinaciones heterosexuales (una personalidad subordina a la otra).
Quizás deberíamos decir que la bisexualidad mejor integrada es aquella que permite vivir el amor y la pasión con absoluta plenitud, sin dudas que lo relativicen y lo mermen.
Por el contrario, cuando la bisexualidad funciona como una herida en medio del corazón, lo cual no es infrecuente, se es a la vez dos cosas, que no se excluyen suficientemente, que se yuxtaponen con un “y”, y que por eso se socavan la una a la otra. En estos casos, el deseo del bisexual funciona del mismo modo que el del infiel, provocando, a la postre, los mismos desastrosos resultados: ama, pero no lo suficiente, echa en falta algo más (satisfacer la otra tendencia), y tarde o temprano tratará de resolver esa carencia incluyendo en su agenda secreta otra relación, situación que, lejos de resolver las cosas, las complica aún más, como bien sabe cualquier vecino. O, muy frecuente: la tendencia homosexual no permite suficientes placeres en la relación hetero, y viceversa. En este caso, se tire por donde se tire, uno queda excluido de la satisfacción. Se produce aquí una asexualización neurótica, un desgano crónico, que es aquello que Jung anunciaba al hablar de impotencia.
El arquetipo del andrógino
En este punto del proceso suele ocurrir que la angustia neurótica empieza a transparentar una profunda crisis existencial que está detrás, y algunos empiezan a sospechar a partir de aquí que lo que está en juego en sus vidas es una transformación mucho más profunda que la relacionada solo con el nivel sexual. Replanteamientos ideológicos, filosóficos e incluso religiosos se empiezan a convertir en ineludibles. Atravesando este caos, este reordenamiento dramático de las piezas de la personalidad, el alma lo que pretende es un acercamiento entre conciencia e inconsciente lo más íntimo posible. Lo que las psicologías transpersonales llaman ahora crecimiento y expansión de la conciencia, los clásicos anunciaban como metanoia y los junguianos nombramos como individuación. El punto apoteósico donde el hierosgamos, la boda mística, ha creado un nuevo ser trascendido y verdaderamente sanado, pues está en todos los planos (físico, emocional e intelectual –espiritual-) re-unido. Dejando atrás la controversia sexual, que se revela aquí como solo una pequeña parte del gran todo. Ahora el aprendiz ha muerto y ha resucitado como maestro. El yin y el yang se han convertido en Tao.
La alquimia llamaba a este supremo éxito vital el encuentro con la piedra filosofal, y lo representaba a menudo de esta manera (un transgénero trascendental):
Tratamientos
No nos vamos a engañar: alcanzar el estado andrógino, la suprema salud psicológica, es exactamente tan complicado como encontrar el Santo Grial. Pero hay que trabajar en esa dirección todo lo posible, ayudando al cliente a comprender los símbolos que emanan a borbotones de lo inconsciente en estos trances. Esos símbolos, que llegan en forma de sueños, intuiciones y sincronicidad, son la única guía (junto a la experiencia acumulada y un mínimo sentido común) que tenemos para orientarnos en el proceso. Sin embargo, vamos a considerar como un enorme éxito terapéutico el mero hecho de alcanzar el equilibrio sexual y sentimental del que hablamos en anteriores apartados. Recuperar la capacidad de desear y de amar a plena intensidad, sin relatividades ni condicionantes, y lograr construir gracias a eso una pareja estable y saludable (homo o hetero, es igual), es hoy en día un carísimo tesoro y un logro más que suficiente.
Gabriel Alcalá dice
Excelente artículo!
Me encantaria invitarle a colaborar con la Revista Electrónica de Psicología Psiq-In, https://www.facebook.com/PSIQ.IN/
Muchas gracias.
Isabelle dice
La verdad no es conceptualizable, trasciende toda ciencia, toda psicología. Una interesante forma simbólica de representarlo es bajo la ambigüedad de lo androgino. Tanta subjetividad es una tortura para toda forma de control, de saber, de claridad ideológica, conocimiento. Profundizar en el símbolo androgino es aterrizar en ningún lugar. Es una rendición. Lo mas cercano a lo innombrable.
a dice
Hey muy wena a todos
adam dice
qewr
Salim dice
Equiparar lo homosexual con lo heterosexual es un gran error de por si.
No hay alteridad… ya de allí puedes comprender lo vacuo del asunto.
CG dice
Buen aporte. Pero igual – como bisexual que soy – una aproximación de terapia sicoanalítica me provocó mi primera crisis neurótica. Y eso que soy joven y no me he casado ni pretendo hacerlo. Los profesionales del área clínica aún tienen un enorme vacío en su formación y seria relevante que desde tu posición dieras un mensaje más claro.
Raúl Ortega dice
Interesante. No tiene por qué ser, en principio, una mala praxis, ya que a veces entrar en terapia supone para el analizando una caída en picado en sus más profundos complejos, porque se abren las puertas de lo inconsciente de par en par, pero si ese no fue tu caso, entonces se trata de una torpe intervención. Hay que tener en cuenta que esta comprensión de la androginia no la tienen otras escuelas psicoanalíticas, como las de Freud o Lacan.
Cesar dice
Reconociendo la grandeza de Jung,
Creo que es importante no hablar de psicoanálisis o labor psicoanalítica, dado que la escuela Jungiana no es psicoanálisis, es psicología analítica, un concepto diferente