El planeta purificador es una continuación del capítulo 6, y sigue abundando en la cuestión de los extraterrestres, los tiernos «hermanos superiores», a través de lo cual se tratará de argumentar la posible existencia de Hercólubus, el carismático planeta apocalíptico. Un mito que después de perder toda su credibilidad en el, vamos a llamarlo, fiasco apocalíptico de 1999, resurge ahora por doquier de cara al 2012, avalado preferentemente en esta ocasión por la muy libre interpretación de la arqueología maya. Sí, nuestra época, a pesar de ser tan tramposa con ellos como todas, es especialmente generosa con los milenaristas. De momento les ha concedido una segunda oportunidad.
Sigo pidiendo que, por favor, tengan piedad con estos documentos y sepan leer entre líneas (ver entre imágenes). Olvídense de cosas como «pero la Nasa no tiene ninguna constancia de la existencia de este planeta», pues, a la hora de abordar una genuina crítica sobre estas consideraciones, esas son niñerías tan grandes como el libro del gnóstico weoriano Rabolú, que fue quien echó a andar toda esta historia del Hercólubus. Félix Gracia es un santo varón, es decir, un gran vocero de lo inconsciente. Nos consta. Háganle justicia al trasfondo de su discurso escuchando y criticando mitológicamente. Podríamos culparlo de inocente literalismo, de demasiada crédula proyección, de excesivo «extraterrestralismo», pero no si conocemos su biografía. Me estoy refiriendo a las experiencias relatadas en su libro «La Ciudad Celestial«. A mí me resulta muy difícil rechazar ese relato como burda mentira, y, aún interpretándolo de un modo diferente a como él hace, no puedo criticar que él lo sienta y lo comprenda a su individual manera.
Hacia una Conciencia Planetaria es el colofón de las nueve conferencias, el meollo y el centro. Unidad es la clave, el tesoro escondido en el campo, la joya en el loto que trata de elevarse desde el barro y resplandecer consciente delante de nuestras propias y egoístas narices. El espíritu de esta nueva época puja por hacernos entender que nuestras vidas, incluso en lo más íntimo y personal, están al servicio de otros, de Gaia en un extremo. De lo que quiera que sea el Cosmos, en último. Somos siervos unidos en misiones sólo aparentemente diversas, que convergen todas, antes que después, al servicio de una realidad colectiva. En la Era de Acuario el nombre común, el genérico, se yergue triunfante sobre el nombre propio. Es una era platónica. Que no se preocupen los ególatras: seguirá vigente el arquetipo del Héroe, del Rey, y la necesidad de preservar la única libertad interesante: la autodeterminación contra viento y marea. Leo, el otro protagonista del Eón, no permitiría otra cosa. Pero no es un buen tiempo para el medre personal, ni para la vanagloria, sino para la heroicidad del no-hacer: el actuar siempre al servicio de las grandes causas. Es decir: las no personales. Las transpersonales.
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