La noticia (Magazine virtual Tendencias 21; Jueves 23 Julio 2009):
Un estudio del cerebro demuestra que el hombre es naturalmente honesto
La honestidad no depende de la fuerza de la voluntad, aunque sea una opción
Un estudio realizado por psicólogos de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, ha demostrado que las personas honestas no tienen que hacer ningún esfuerzo para serlo, sino que les sale de manera natural. En términos neurológicos esto quiere decir que, ante las tentaciones, la actividad cerebral de los individuos honestos no se incrementa, mientras que la de las personas deshonestas sí lo hace. La tendencia a mentir y a comportarse deshonestamente fue visible, gracias a tecnologías de neuroimagen, en diversas partes de la corteza cerebral. Por Yaiza Martínez.
Científicos de la Universidad de Harvard han realizado un estudio de la actividad cerebral durante una serie de pruebas en las que se analizaba la honestidad de un grupo de personas.
De esta forma, descubrieron que la honestidad depende más de la ausencia de tentaciones que de la resistencia activa a éstas o, en términos neuronales, que la actividad cerebral de las personas que son honestas no varía ante la tentación (por ejemplo, de ganar dinero haciendo trampas), mientras que la actividad cerebral de las personas deshonestas se transforma ante la tentación, incluso aunque éstas no cedan a ella.
Naturalmente honestos
Según publica la Universidad de Harvard en un comunicado, para la investigación se aplicaron técnicas de registro de neuroimágenes, que permiten distinguir la estructura del cerebro y su funcionamiento.
Concretamente, los investigadores observaron la actividad cerebral de una serie de personas a las que se les dio la oportunidad de ganar dinero de forma deshonesta, mediante mentiras.
Así, comprobaron que aquellos participantes que no mintieron no mostraron una actividad neuronal adicional cuando decían la verdad. Esto significa que estas personas no siguieron ningún proceso cognitivo extra para “elegir” ser honestos, sino que lo eran naturalmente.
En cambio, en los cerebros de aquellos individuos que se comportaron deshonestamente, se detectó actividad cerebral extra en áreas del cerebro relacionadas con el control y la atención, incluso cuando estos individuos dijeron la verdad.
Voluntad o gracia
El estudio, que ha sido publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), ha sido dirigido por Joshua Greene, un profesor de psicología de la Facultad de Artes y Ciencias de la Universidad de Harvard.
Greene explica que, según estos resultados, ser honesto no depende de un esfuerzo de la voluntad sino más bien de estar predispuesto a la honestidad de una manera espontánea. Según el investigador, esto puede no ser cierto en todas las situaciones, pero parece que sí es cierto, al menos, en la situación estudiada.
La investigación fue diseñada para probar dos teorías sobre la naturaleza de la honestidad. Porque, ¿qué hace que la gente se comporte honestamente cuando se enfrenta a la oportunidad de obtener un beneficio de manera deshonesta?
Según publican los investigadores en PNAS, estudios anteriores sobre los procesos – automáticos o controlados- de toma de decisiones han dado lugar a dos hipótesis: la hipótesis de la “voluntad” y la hipótesis de la “gracia”.
La primera hipótesis señala que la honestidad es el resultado de una resistencia activa a la tentación, y que sería comprable al proceso cognitivo controlado que nos permite esperar una recompensa.
La hipótesis de la “gracia”, por el contrario, señala que la honestidad es el resultado de la ausencia de tentaciones, es decir, que el individuo no “siente” la tentación, aunque la haya, y por tanto no tiene que resistirse a ella.
Los resultados de este estudio apuntarían, según Greene, a que la teoría de la “gracia” es la verdadera, porque los participantes honestos no mostraron ninguna actividad neuronal adicional cuando dijeron la verdad.
Capacidades paranormales
Para incitar a los participantes en el estudio a mentir, los investigadores les contaron una historia falsa sobre el objetivo de su estudio.
Con la excusa de estar analizando ciertas capacidades paranormales de predicción del futuro, se les pidió a los voluntarios que predijeran los resultados de una serie de tiradas con monedas, que aparecían en la pantalla de un ordenador.
En algunas pruebas, los individuos registraron sus predicciones por anticipado (antes de la tirada), y en otras fueron recompensados en función de los aciertos que ellos mismos afirmaron haber tenido, lo que les permitió ganar dinero de forma deshonesta.
Muchos de los participantes aprovecharon la situación, tal y como indicaron los improbables niveles de aciertos que ellos mismos se contabilizaron.
Las mediciones realizadas al mismo tiempo a la actividad cerebral de todos los participantes demostraron que aquellos individuos que se habían comportado honestamente no mostraron ninguna actividad neuronal adicional relacionada con el control ni con ningún otro proceso cognitivo.
Por el contrario, los individuos que se comportaron de manera deshonesta mostraron una actividad aumentada en las áreas relacionados con el control, concretamente en la corteza prefrontal dorsolateral del cerebro y la corteza cingulada anterior, tanto cuando elegían actuar deshonestamente como en aquellas ocasiones en que refrenaron su deshonestidad.
Por otro lado, se comprobó que los niveles de actividad en estas áreas estaban directamente relacionados con la frecuencia de las acciones deshonestas de cada individuo.
Detección de mentiras
Estudios anteriores ya habían demostrado que la corteza prefrontal dorsolateral y la corteza cingulada anterior se activan cuando se pide a un individuo que mienta.
Por ejemplo, un estudio anterior del que ya hablamos en Tendencias21 reveló que en los sujetos que mienten se activan tres regiones: el lóbulo frontal, el lóbulo temporal y el lóbulo límbico (todos ellos partes del cortex del cerebro humano).
Sin embargo, el presente estudio es el primero que ha analizado no las consecuencias de las mentiras en la actividad cerebral, sino los efectos en ella de un comportamiento deshonesto.
Según Greene estos trabajos permitirán en un futuro detectar si un individuo miente o no sólo con mirar su actividad cerebral, aunque todavía queda mucho trabajo por delante para que esto sea posible.
Desde el libro «El Cristo Ario«, de Richard Noll (que, dicho sea de paso, es una obra que pretende desprestigiar a Jung a través de una investigación prolija de sus sombras, y que consigue en realidad aportar por aquí y por allá interesantísimos datos a la comunidad junguiana sobre el lado apócrifo de la vida y obra junguianas), extraigo este conciso y preciso resumen de su temprana y muy productiva incursión en este terreno:
[…] Unas horas después de que Jung se reuniese con Bleuler en la estación de tren, el 10 de diciembre de 1900, se le asignó la tarea de aprender a utilizar un test psicológico que se había empleado durante al menos una década. Era el famoso test de asociación de palabras, en el cual se pedía a un sujeto que diese respuestas de una sola palabra, espontáneas e improvisadas, a determinadas palabras-estímulo. Una tercera persona, que a veces era un paciente de confianza, anotaba el tiempo de reacción ante cada palabra-estímulo por medio de un cronómetro. Otros datos adicionales se recogían conectando a los sujetos con ciertos dispositivos que medían la respuesta galvánica de la piel (actividad eléctrica cutánea), el ritmo cardíaco y el ritmo respiratorio; se consideraba que estos índices eran la medida psicológica de la ansiedad y la excitación. Se creía —y Jung fue un pionero de este tipo de investigación— que tales tests podían tener aplicaciones forenses, y de hecho nuestro modernos tests de poligrafía se basan en la tecnología que se ajustó en Burghólzli [la negrita es mía]. Desde 1901 hasta 1909, Jung dirigió el programa de investigación experimental empleando el test de asociación de palabras, a veces eligiéndose a sí mismo y a sus colegas como sujetos «normales» en las publicaciones sobre los experimentos.
Es decir, la psicología como ciencia sabe que ocurren diferencias psicosomáticas, a veces incluso fácilmente medibles, entre el comportamiento honesto y deshonesto de las personas, lo cual basa el funcionamiento del clásico polígrafo, desde su Neolítico. El barquero lo sabe desde el Pleistoceno, y en base a eso acuñó refranes como «antes se coge a un mentiroso que a un cojo» (si los barqueros supiesen electrónica…). De hecho, la encarnizada polémica alrededor de todo esto que lleva décadas abierta es al respecto de si es todo así, tan mecánico y tan cartesiano, o no. Y, al menos hasta ayer mismo, la facción de expertos que defiende la escasa cientificidad del método polígrafico iba ganando la batalla, de tal manera que las judicaturas a día de hoy suelen desestimarlo por esta pretendida falta de fiabilidad. La comunidad científica en general parecía haber llegado al consenso, al menos de cara a la opinión pública, de que no existe un espectro psicofisiológico estrictamente definido ligado a la actividad emotiva del sujeto. Esto lo han suscrito psiquiatras, psicólogos, neurólogos y neurofisiólogos. La implicación ética y, por lo tanto, política, de este tema, es evidentemente alta. Por lo tanto, lo primero que debe hacernos pensar esta noticia, si le damos crédito, es qué proporción de tendenciosidad política había en las opiniones demasiado precipitadas de esos ilustres opositores a la caza tecnológica de brujas.
¿En qué quedamos? Bueno, puede que solventemos la contradicción teorizando que la relación biunívoca, cartesiana e inequívoca entre la ansiedad moral y lo corporal sólo se da a nivel cerebral. Si esto fuera así, el FBI, la CIA y el CNI están de enhorabuena. Un polígrafo 2.0 que mida directamente la psicofisiología cerebral y listo. No hay terrorista que burle a ningún guajiro guantanamero. Pero también postulo que tenemos el derecho humano a no confiar plenamente en esta investigación, y regalarle parte de ese crédito, aunque no lo merezcan, a todos esos demasiado a menudo politizados detractores. Porque la visión de conjunto que aporta Joshua Greene de lo que ocurre en su laboratorio está amarrada a la hipótesis, a priori, de que la psique no puede contener más fenomenología que aquella que esté directamente ligada a lo que nosotros podemos registrar en el cerebro. Que en la mente del honesto encontraremos menos tensión, ya digo que lo sabemos desde siempre, y que por eso hablamos del «plácido sueño de los justos». Pero que no haya el mismo nivel de ansiedad y que no se active todo el aparato cerebral relativo al pillaje y la astucia no quiere en absoluto decir que su psique sea ajena al dilema moral, a cierta tensión psicológica, algo quizás de una sutileza tal que nuestros aparatos no puedan ni soñar medir, o que, directamente, como tantas otras cosas, quede al margen de la tangibilidad neurológica. De hecho, bueno, ahí tenemos al mismo Jung, que cuando se puso en serio a investigar la auténtica realidad psíquica se olvidó para siempre de los cablecitos, que a partir de un punto son una limitación para la investigación en lugar de su sustento, también porque son demasiado imprecisos. Tenemos que seguir siendo muy prudentes, no ya en pro de las libertades demócraticas, sino por puro amor a la verdad, y seguir postulando que no existe un espectro psicofisiológico estrictamente definido ligado a la actividad emotiva (ni mental, ni moral, ni artística ni espiritual) del sujeto. Es decir, que está por ver que exista una relación total y exacta entre lo que ocurre en el cuerpo (lo que incluye al cerebro, en mi forma de entender esa frase) y lo que ocurre en la psique. Tenemos que conformarnos con pensar en tendencias, probabilidades, aproximaciones. Contar con las constantes excepciones individuales y circunstanciales. Con encontrarnos un día en el laboratorio con un criminal que asesine sin movérsele una pestaña, o un bonachón, que no haya matado jamás una mosca, que haga saltar todas las alarmas de los electrodos que miden la culpa. Sólo una comprensión holística de todos aquellos factores, desde los más groseros a los más sutiles, que intervienen en un proceso tan complejo como la problemática moral, que es lo mismo que decir un conocimiento vasto y profundo de la naturaleza humana en todos sus aspectos, podrían avalar cierta legitimidad en el juicio al respecto de la inocencia y la culpabilidad. Esto no es imposible, pero sí muy difícil, y algo que escapa a la tecnología y al mero entrenamiento académico. El sabio y el viejo barquero pillan las falsedades al vuelo. Aún sin saber leer papeles pautados.
En definitiva, tenemos que tener bien presente que la hipótesis de una psique que es un objeto, como sí lo es el cerebro, no es honesta. Es el Sujeto, con mayúscula, y ella está supraordinada a todas las sustancias que nuestro yo, también un subalterno, considera manifestadas. Para investigarla, con honradez, el que tiene que crecer es el investigador, como persona, como sujeto. No vale de nada hacer más grande y más sofisticado el aparato de medida. Gafas de mil aumentos para ciegos.
Por cierto que la visión del sr. Greene es excesivamente determinista. O nos quedamos cortos o nos pasamos tres pueblos de la raya. Ya he comentado que las neurociencias están haciéndole un gran favor a la postura innatista (aquella que considera al comportamiento humano predispuesto en líneas generales desde antes del nacimiento), cosa que considero providencial en los oscuros tiempos pavlovianos que corren. Pero de ahí a insinuar que el libre albedrío moral podría ser ficticio, porque el honesto es un hombre que nace sin Sombra… Yo digo que su experimento, a nivel de metodología, tiene agujeros. Porque este tipo de conclusiones sólo empezarían a tener auténtico rigor si en las condiciones del experimento se introduce una tentación más activa, más comprometedora, como el «timo de la estampita» con cámara oculta. Algo que de verdad suscite un verdadero problema moral. O, seguramente, sería suficiente para variar todos los resultados el incluir tres copas previas de vino para cada analizando. Porque, a ver: sentado frente a un ordenador nada menos que en un laboratorio de Harvard, sabiéndose uno escrutado, no es sólo deshonesto hacer trampa por unos dólares. Es muy estúpido. ¿Qué midió el experimento en realidad? ¿Se iluminaron en los monitores sólo las áreas del deshonor, o eran las de la rapiña y la temeridad lerda, mezcladas? Bueno, el sabio dice que todo pecado nace al fin y a la postre de la necedad. Quizás ésta haya sido la verdadera enseñanza del experimento. Aunque, claro, la crisis americana no es moco de pavo. A lo mejor lo que parece a primera vista pura bobería más de cerca tenga pinta de desesperación económica…
En cualquier caso, el refrán «para saber quién es Manolillo, dale un carguillo», se me viene a… las neuronas. Está claro que gente así, se le enciendan en un experimento tres partes del cerebro o media dendrita, va a ser capaz de vender hasta a su madre por un plato de lentejas. Yo les doy un consejo erótico al hilo, según mi clásico Manual (del Correcto Emparejamiento): no más que en la primera cita logren averiguar si el pretendiente o pretendienta tiene tendencia o no a hacer trampas en los juegos de mesa. Si es sí… a correr bien lejos tocan. No merece siquiera contemplar la posibilidad de una excepción individual. No hay virtudes que compensen lo que suele implicar a la larga ese defecto en una relación. Esto parece un chiste más, pero no lo es. Es pura Ciencia.
Por último, voy a comentar algo que no sólo incumbe a esta concreta noticia. Se trata de una cuestión que afecta a todo tipo de experimentos similares, y que sería mejor no perder de vista nunca. En el ensayo La interpretación de la Naturaleza y la Psique, trabajado al alimón con el Nobel Wolfgang Ernst Pauli, Jung nos presenta un experimento de resultado irritantemente paradójico: según el estricto método científico, la veracidad de la Astrología, que era lo que ponía a prueba la investigación, se consolidaba, o se refutaba, según las personas integrantes en el estudio y las circunstancias psíquicas que contextualizaban el, digamos, laboratorio. Esto era algo que no le resultaba aberrante a Pauli, que, como físico cuántico, ya estaba acostumbrado a sostener el problema de la interacción del observador con el objeto analizado. En su área, las en apariencia puramente objetivas partículas subatómicas.
La psique es juguetona. Bastante más que los quarks. Hay que tener cuidado con los experimentos psíquicos basados en muestreos puntuales. La extrapolación universal puede resultar un salto demasiado arriesgado. Queremos afianzar conocimientos universales veraces y sólidos muy deprisa, pero hay cosas que son demasiado escurridizas para eso. En Parapsicología esta peculiaridad conlleva continuos chascos y decepciones: cuando parece que, según una ingente recopilación de casos, se han hallado unos patrones claros de comportamiento en determinado fenómeno, de repente la casuística muta y hay que empezar a buscar patrones de nuevo. En los límites de la realidad, la eficacia y rigor del método científico decimonónico cojea. Los abismos psíquicos, indistinguibles de lo parapsíquico, son en sí mismos los límites de la realidad. De momento sólo digo que ojo a esta inquietante cuestión, para la que nuestro paradigma no está en absoluto preparado.
LORENA dice
EXCELENTE APORTE PARA LA CIENCIA DEL COMPORTAMIENTO HUMANO Y AUN MAS PARA QUIENES ESTAMOS APRENDIENDO DEL TEMA,, ES LÓGICO DECIR QUE LOS HOMBRES SON HONESTOS POR NATURALEZA,, PERO NUNCA NOS HABÍAMOS DETENIDOS A PENSAR SI ERA VERDADERO O NO, PERO EN CIERTA FORMA Y PENSANDO AUN MAS EN LO QUE SIGNIFICA LA PALABRA MISMA NOS DAMOS CUENTA QUE SI,, SOMOS HONESTOS,, POR ESO EL CAMBIO EN LAS EMOCIONES AL MENTIR O AL EXPERIMENTAR ADRENALINA ANTE CIERTAS ACTIVIDADES DE LA COTIDIANIDAD.
Raúl Ortega dice
Gracias por tu comentario, Lorena.
Pienso que incluso si nos tomamos este experimento como fuente de autoridad para hablar de la honestidad del ser humano, el título de la noticia no cuadra en realidad con lo que él nos muestra. El resultado objetivo de la experiencia es:
-Un grupo de personas a las que ni se les ocurre siquiera mentir, que son de quienes podemos decir «naturalmente honestas».
-Un grupo de embusteros, que tienen que vérselas con problemas estresantes, como por ejemplo «¿qué probabilidades hay de que me pillen?».
-Un grupo de personas que se plantean mentir, pero que por hache o be, al final deciden no hacerlo (se deduce de aquí: «En cambio, en los cerebros de aquellos individuos que se comportaron deshonestamente, se detectó actividad cerebral extra en áreas del cerebro relacionadas con el control y la atención, incluso cuando estos individuos dijeron la verdad.«).
Es decir, que estamos como siempre: hay seres predispuestos a no mentir, seres que sí, y así es la vida. No tenemos ninguna prueba nueva que nos permita ser más optimistas ni menos con la naturaleza humana, en relación al menos a la honestidad. Es por esto que el título engaña.
La única novedad, fíjate, es que se plantea el hecho de que el hombre muchas veces sea honesto porque no se le ocurra siquiera mentir, no porque se le ocurra y por moral, juicio o miedo al castigo no lo haga. Esto implica, dicho rápido, que el valor de la educación y la moral hay que relativizarlos, frente al valor de la virtud natural, innata. Que al santo no lo crea la Iglesia, vamos.
Como vengo diciendo en los comentarios a todas estas noticias desde la neurociencias, y ya apunté arriba, a lo que ellas nos están remitiendo una y otra vez es a la fuerza de lo innato en el ser humano, en detrimento del valor del aprendizaje. Sin aportar mucha novedad al «quiénes somos», algo están haciendo por puntualizar el «de dónde venimos». Dicho sea de paso, la Psicología cognitiva y la conductista pierden puntos en un panorama como éste.
Repito, sin embargo, que frente a todos aquellos experimentos que demuestran que la Psique es algo que está por encima del cerebro, o bien que el cerebro funciona también a ciertos niveles que no son objetivables con el método científico ordinario, este tipo de ensayos, y en particular éste del que nos ocupamos aquí, son pruebas algo endebles. Como ya dije, puede haber un proceso cognitivo moral que se de en el inconsciente de los honestos a un nivel que no sea captado por las maquinitas. Por ejemplo. No lo dije en el post, pero para investigar esta muy interesante posibilidad un método sería analizar los sueños de los participantes de la noche siguiente al experimento. Una buena parte de la esencia del sueño es ocuparse de los deseos no saciados durante la vigilia, de las opiniones no expresadas, de las tentaciones no seguidas… En general, de las posibilidades vitales no asumidas por la conciencia. Si al inconsciente se le ocurrió mentir en el experimento, y al ego no, esto puede ser elaborado en un sueño…
Diferente sería que hubiésemos encontrado diferencias más profundas, estructurales, orgánicas, o fisiológicas, entre los cerebros de los mentirosos y los veraces. Eso sí nos remitiría con más vehemencia al factor innato. Pero sólo tenemos diferencias de comportamiento, completamente eventuales, entre los cerebros de unos y otros. Poca cosa para llegar a profundas conclusiones. Ahora bien, yo con sólo estos datos tengo claro a quienes de los participantes prestaría dinero y a quienes no.