Jung, en respuesta a la polémica sobre su «Yo sé [que existe Dios]»

E. A. Bennet, en su libro «Lo que verdaderamente dijo Jung» (Aguilar, Mexico, 1966), nos muestra esta interesante información, que voy a dejar que él mismo nos indique de qué trata. La emisión en cuestión la tenemos colgada en Odisea hace mucho, en este enlace:

https://www.odiseajung.com/mediateca/yo-se-que-existe-dios/

(Entrevista completa aquí: «Face to Face», con CG Jung)

Aviso que no me gusta la traducción de este libro. Es demasiado descuidada para ocuparse de temas tan delicados.

[…] Recordemos una emisión de la BBC de 1959, cuyo título era «Cara a cara». En ella, Jung respondió a la pregunta: «¿Cree usted en Dios?» con las siguientes palabras: «No necesito creer en Dios; Lo conozco» A raíz de esta respuesta, Jung recibió innumerables cartas; algunos de los remitentes compartían su creencia; otros declaraban no creer en «Dios», y otros preguntaban lo que significaba la palabra «Dios». No pudiendo contestar a tan extensa correspondencia, J ung expresó sus criterios en la siguiente carta dirigida a The Listener (21 de enero de 1960):

Muy Sr. mío:

Todas las cartas que he recibido recalcan mi supuesto «conocimiento» (de Dios) [en «Cara a cara», The Listener, 29 de octubre]. Mi opinión acerca del «conocimiento de Dios» no es convencional, por lo que comprendo que haya podido insinuarse que no soy cristiano. Sin embargo, yo me considero cristiano porque me apoyo enteramente sobre conceptos cristianos. Solo que intento esquivar sus contradicciones internas adoptando una actitud más modesta, que toma en consideración las vastas tinieblas de la mente humana. El cristianismo, como el budismo, manifiesta su vitalidad mediante una evolución constante. Nuestra época exige sin duda ideas nuevas a este respecto, y no podemos seguir pensando como en la antigüedad o en la Edad Media cuando abordamos la esfera de la experiencia religiosa. No afirmé en la emisión: «Dios existe», sino «No necesito creer en Dios; lo conozco». Ello no significa: conozco a un dios particular (Zeus, Iehová, Alá, la Santísima Trinidad, etc.), sino: sé inequívocamente que me hallo ante un factor desconocido en sí mismo, al que llamo «Dios» en consensu omniumquod semper, quod ubique, quod ab omnibus creditur«), Lo recuerdo y Lo evoco siempre que Lo nombro cuando me invade la ira o el miedo, o siempre que, involuntariamente, exclamo: «¡Dios mío!». Ello ocurre cuando me hallo frente a alguien o algo más fuerte que yo. Dios es un nombre idóneo para cualquier emoción arrolladora que brote en mi sistema psíquico, avasallando mi voluntad consciente y usurpando el control de mí mismo. Con este nombre designo todo cuanto surge en el camino de mi albedrío violenta y ciegamente, todo cuanto desbarata mis ideas, proyectos e intenciones y altera el curso de mi vida para bien o para mal. De acuerdo con la tradición, doy a la fuerza del destino (tanto en su aspecto positivo como negativo, y por no someterse a mi control) el nombre de «dios», o «dios personal», ya que soy casi mi destino, sobre todo cuando éste toma la forma de la voz de la conciencia, un vox Dei con el que puedo incluso conversar y discutir. (Obramos así sabiendo lo que hacemos. Somos a la vez sujeto y objeto). No obstante, sería una inmoralidad intelectual pretender que mi concepto de dios es el Ser universal y metafísico de las confesiones y filosofías. Tampoco cometo una irreverente hipóstasis ni afirmo con arrogancia: «Dios es necesariamente bueno». Tan solo mi experiencia es buena o mala. Además, sé que la voluntad suprema trasciende la imaginación humana. Dado que conozco la existencia de una voluntad suprema en mi propio sistema psíquico, conozco a Dios y, si me atreviera a cometer la ilegítima hipóstasis de mi imagen, añadiría: un Dios más allá del bien y del mal, que reside en mí mismo y en todas partes: Deus est circulus cuius centrum est ubique, cuius circumietentia vero nusquam.

Carl Gustav Jung

Zürich

Creo que es obvio para todos, después de comparar la espontaneidad de la entrevista con la elaboración deliberada del texto, que si a Jung se le da tiempo para reflexionar, sabe perfectamente posicionarse frente al grave dilema entre la razón y la fe (intuición) en la ambigua y segura tierra del «ni si ni no, sino todo lo contrario», oculto su verdadero pensamiento detrás de un tupido seto de palabrería, me atrevo a decir, pedante. Fue así como obró toda su vida y es así como logró salvaguardar el sobrio prestigio científico sin el cual su pensamiento no hubiera conseguido, ni por asomo, la extensión que disfruta hoy día. Así que estamos obligados a excusarlo.

Me gustaría ahora hacer una digresión, dejando al margen por un momento el motivo central de todo esto que es la polémica entre ciencias y religiones. Prestemos atención a esto otro:

Dios es un nombre idóneo para cualquier emoción arrolladora que brote en mi sistema psíquico, avasallando mi voluntad consciente y usurpando el control de mí mismo. Con este nombre designo todo cuanto surge en el camino de mi albedrío violenta y ciegamente, todo cuanto desbarata mis ideas, proyectos e intenciones y altera el curso de mi vida para bien o para mal. De acuerdo con la tradición, doy a la fuerza del destino (tanto en su aspecto positivo como negativo, y por no someterse a mi control) el nombre de «dios»

¿Quiere decir esto que todo aquel que acaba cumpliendo sus objetivos, que todo plan exitoso, que sale tal y como se pretendía, se queda al margen de todo aquello que es por definición lo más valioso del Cosmos, aislado del auténtico sentido y fin de la vida -lo cual es uno de los más interesantes significados de lo divino-? Según todo lo que sé sobre las personas, sus caracteres y sus destinos, así es. Trazamos nuestros planes buscando destinos ordinarios, y nos organizamos según las herramientas y procesos de los que somos conscientes. Pero todo lo que ya nos es de sobra conocido es precisamente lo que nos separa del misterio, que habita en lo inconsciente, en lo oculto del alma y del mundo. Todo lo ordinario se opone por definición a su complemento, lo extraordinario, que es el territorio donde habita la magia de los dioses.

Si en la olla no caen más ingredientes que aquellos que nos son ya familiares, nada nos ocurrirá que sea verdaderamente nuevo, transformador, revelador y evolutivo. Parafraseando a Lenon (en la única composición suya que me resulta realmente ingeniosa): el sentido último de nuestra vida se expresa en todo aquello que nos ocurre mientras estamos ocupados haciendo otros planes.

O un dios se te aparece donde menos lo esperas, o no es un dios.

Esta entrada fue modificada en 15 septiembre 2015 12:30

Raúl Ortega: Soñador e intérprete de sueños. Batería. Melómano del funk y el jazz. Creador y curador de Odisea del Alma. Ensayista. Terapeuta de orientación junguiana. Programador y desarrollador web. Criador de aves exóticas. Devorador de berenjenas y brevas. Bebedor de Ribera del Duero. Paradigmático puer aeternus. Hippie extemporáneo en formación continua.

Ver Comentarios (5)

  • Considero que la verdad de cada ser humano va de la mano con lo que realmente cree y combate a diario en su interior positiva o negativamente.

  • Ante lo que para mí es inexplicable no me respondo " detrás está Dios " , respuesta fácil para tranquilizar la mente. Simplemente acepto mi incapacidad de entender lo que es, soy y sigue siendo.

  • Todo los que hemos realizado imaginación activa y nos hemos topado con una figura numinosa, podemos atestiguar que Dios es aquella palabra que nos brota cuando el resto de las palabras pierden su sentido.

  • Sólo tengo que decir que sí creo en Dios y no tengo ninguna duda al respecto y Yo sé que existe, por eso siempre estableceré mi diálogo con él a través de esta oración:
    “Gracias Jesús, por morir en la cruz por mis pecados. Te pido que me perdones y que entres en mi vida en este momento. Gracias por darme este momento de relación contigo Señor”.

  • "Yo no creo en Dios.
    Yo sé que existe."
    Carl Gustav Jung.

    Esta frase la tengo en mi recámara frente a mí y la veo al despertar casa mañana.
    Es una declaración de fé y certeza. Dios es certeza.