ampliar imagenEl hombre sale del espacio de sus sombras y emerge en el Si Mismo. El sombrero remarca su identidad masculina. El entorno onírico representa las posibilidades potenciales, todavía indefinidas, de su Ser. El circulo oscuro representa el espacio de una reflexión íntima en la que debe orientar su desarrollo, o sea, el proceso de individuación.
ampliar imagenEl Ser exterior y el Ser interior. División inicial: una fase del proceso de individuación. La derecha representa el ser exterior, el espacio de relación externa. En ella aparece un maniquí, simbolizando la pérdida de la mismidad en el entorno. Debajo se encuentra una mujer troceada que alarga su mano hacia un cuadrado negro: simboliza una toma de conciencia y la necesidad de un retorno hacia el Si Mismo. La izquierda representa el ser interior, próximo al Si Mismo: el espacio de relación interna. En ella hay una mujer vestida de negro que representa la concentración íntima. Su actitud es de repliegue sobre si misma, alejada subjetivamente del entorno. Con ello preserva su unidad última y esencial, y la posibilidad de pensar y actuar desde sí misma, antes de la necesaria relación con el mundo. El conjunto nos lleva, además, a una reflexión sobre las fronteras de nuestro ser y los orígenes de nuestra identidad.
ampliar imagenLa separación en una fase del proceso de individuación. El Amor y el Conocimiento prefiguran la unidad futura. La totalidad se adivina tras la existencia cotidiana. La escena lleva al hombre de todos los días hacia el no tiempo, el tiempo de lo eterno… Entre sus anhelos está la compresión de lo sagrado y el encuentro de la mujer, representados ambos en la “distancia”, a la derecha de la imagen. Ambos se ven unidos y encontrados en la esfera roja. Así, las manos representan a las dos partes individualizadas y, al mismo tiempo, realizadas como ideal del otro: el hombre y la mujer. La esfera roja representa lo sagrado que les une y les da sentido en el Amor y el Conocimiento. La fuerza simbólica de la composición refuerza el sentido de lo eterno como realidad absoluta, más allá de los tiempos individuales. Ese “traslado” hacia los grandes tiempos, los tiempos absolutos, marca una fase importante del proceso de individuación. Es el despojamiento crítico y la limpieza de ciertas ideas y estructuras personales adquiridas del entorno pero que no tienen sentido en la estructura propia del proceso de individuación. Es un cambio de mente: de una mente cotidiana y cultural o social, a una mente absoluta.
ampliar imagenLa propagación del Sí Mismo, el Ser, más allá de la soledad. El mar es la inconsciencia colectiva, no diferenciada, entre la que se debate la personalidad consciente. La aguda sensación de soledad y aislamiento desemboca en una consciencia interna, del Sí Mismo, que se comunica en la aparente opacidad de la existencia. La mano sobre la tabla de madera indica las profundas tensiones existenciales del proceso de individuación. Más allá existe una progresiva profundización en el propio Ser, conducida por la reflexión y la creación individual.
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