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Y en el principio fue… ¿Qué? Más sobre Hawking, por Jorge Aulicino

25 enero 2011 por Raúl Ortega 2 comentarios

Acaba de publicar la revista argentina «Ñ» una enmarcable editorial sobre el último libro del muy aludido en este blog Stephen Hawking, ese modélico adalid del folclore y la mitología del espíritu de nuestra época. Ya hablamos de este libro aquí, pero la profunda sabiduría de las palabras vertidas por el articulista Jorge Aulicino el recién pasado 20 de enero me obliga a reactualizar el tema. Copio y pego:

Y en el principio fue… ¿qué?

La dupla Hawking-Mlodinow apunta a demostrar en “El gran diseño” que pudo haber un comienzo del universo desde la más completa nada, sin necesidad de Dios; el resultado es un “trofeo dudoso”.

Ideas 20/01/11

Por: Jorge Aulicino

Si en la primera página un libro de divulgación científica asegura que la filosofía ha muerto, y poco más adelante declara que su objetivo es demostrar que el universo pudo comenzar sin la intervención de Dios, y luego, tras andar algunas páginas, lisa y llanamente afirma de sí mismo que “está enraizado en el concepto de determinismo científico”, uno se siente ya lo suficientemente irritado como para que, a continuación, todos los chistes estúpidos con que los autores pretenden hacer reír a su auditorio, como un típico par de cómicos stand up, lo molesten aún más.

No exagero: el libro de Stephen Hawking y Leonard Mlodinow está plagado de toques de humor de este talante: “Podría haber un universo donde la Luna fuese de queso, pero hemos observado que la Luna no es de queso, cosa que es una mala noticia para los ratones” (ja, ja, ajá). Es lamentable que el reputadísimo Stephen Hawking le haya tenido que entregar la batuta del estilo de este libro al radical ateo y cómico de campus universitario Mlodinow. Hawking no es menos ateo y determinista, pero afortunadamente carecía de humor, y en cambio tenía observaciones agudas sobre las posibilidades de las mejores teorías científicas en su recordada Historia del tiempo .

Hay un juego que se debería jugar con los científicos y consistiría en privarlos de usar las metáforas que usan y obligarlos a interpretar otras. Esto es: no me hable de supercuerdas: dígame qué le promueve a usted en la mente, y me refiero a su mente lógica: “Y el espíritu flotaba sobre las aguas”. Qué significa para usted la zarza ardiente. Qué significa: “No puede decirse está allá o aquí, pues el reino de Dios está entre ustedes”. Qué significa el aura de santidad en cuya representación vio Carl Jung la primera intuición de la idea de energía.

El segundo test al que deberían responder es el que se plantea en este libro: si hay cuatro condiciones para que un modelo científico sea satisfactorio, y si ellas son: que sea elegante, que contenga pocos elementos arbitrarios, que concuerde con las observaciones y que realice “predicciones” que no lo desmientan, ¿qué significa la primera de ellas?, es decir, la elegancia. ¿Qué valor tiene, fuera de la estética? Privados de sus propios códigos explicativos, que son precisamente los que elevan su lenguaje al metalenguaje o lenguaje de los lenguajes, que no es otro que el lenguaje natural, ¿qué sería de las pretensiones de claridad y divulgación de los científicos? ¿Qué sería incluso de su posibilidad de teorizar? En otras palabras, ¿qué harían los científicos sin el logos, que no es la matemática, sino la filosofía? Deberíamos decir que el libro El gran diseño es un engaño. Veamos por qué. Albert Einstein se resistió a admitir el carácter dialéctico de la teoría cuántica, según la cual, grosso modo , las cosas son y no son, o, dicho con mayor elegancia: son una y todas sus probabilidades. Por esto, Einstein dijo, ante la diabólica lógica que le proponían endemoniados daneses como Niels Böhr: “Dios no juega a los dados”, sin advertir que el hálito o el ánima –divinos o racionales– de un gran diseño es lo que Böhr le estaba mostrando en la idea clave del mundo subatómico: no puede decirse que el reino (una partícula) esté aquí o allí, pero sí, seguramente, que está entre ustedes.

Es por la contundencia y materialidad racionalista de la religiosidad de Einstein que la réplica de Böhr no se hizo tan famosa: “Einstein, deja de decirle a Dios cómo debe hacer las cosas”. A este libro es imposible creerle, desde la primera línea, porque no cree en el diseño: diseño es idea, y poco más o menos, designio, tal como lo veían Einstein o Böhr, que eran, por así decirlo, científicos con mística, con un espíritu genial asombrado ante sus hallazgos.

¿En qué consiste el libro? Antes que nada, en una recapitulación de la física, al estilo de Historia del tiempo , hasta llegar al punto en que Einstein la dejó: el Santo Grial de la física es hoy la unificación de las cuatro fuerzas (de paso: ¿podrían los científicos decir qué es una fuerza, en términos sustancialmente distintos a los de la mística y el sentido común?): el electromagnetismo, las fuerzas fuerte y débil de los átomos y la gravedad.

De las tres primeras se comprobó que actúan relacionadas, y se las puede considerar unificadas; a la cuarta es imposible ponerla de acuerdo con las otras, a no ser en las tentativas de la física cuántica, que ha elaborado una teoría cuántica de la gravedad, la cual puede ser llevada a entender el origen del universo como un suceso cuántico –en cambio, en la teoría de la relatividad, el universo se inicia en un punto en el que no rigen las leyes de la física–.

La teoría M es la nueva visión de Grial en los sueños científicos. Se trata de una serie de teorías ensambladas (“que se solapan”, dirá el libro) en una complejísima maquinaria teórica, aún no ajustada en sus “detalles” –uno de los cuales es que aún no pudo ser verificada–.

El gran diseño apunta a demostrar que pudo haber un comienzo del universo desde la más completa nada, porque esto es preciso para defender el relativismo de Hawking según el cual el mundo tuvo un principio, pero no fue Dios. Sin rozar el punto de que la cuántica permite conjeturar que el universo se originó en una singularidad, pero no en la nada, Hawking-Mlodinow exhiben un trofeo dudoso: el universo empezó “espontáneamente”, en todos los estados posibles, merced a un mecanismo de expansión cuántica que permite que todo haya andado como anduvo sin intervención de ningún ser divino.

Ahora bien, eso de la “generación espontánea”, ¿no fue algo que demostró inexistente, para enojo de los conservadores religiosos, un científico llamado Luis Pasteur, el cual iba a misa los domingos? Para responder realmente al por qué del universo, el dúo cómico Hawking-Mlodinow debería recurrir a la filosofía, pero ésta, ya lo sabemos, ha muerto.

Efectivamente, don Jorge. Pretender que el saber científico se basa en una razón objetiva, ex machina, que no depende de la conciencia y sus fundamentos, que se cierne sobre los «hechos objetivos» con una perspectiva privilegiada (léase abiertamente: divina), como un pensar independiente del pensador, es una payasada. Además, de mal gusto, como los chistes de Mlodinow, carentes de ese principio de veracidad que se promueve a través de la elegancia, precisamente. Pero claro, sin promulgar y sostener una idea así no se puede uno deshacer de la Filosofía, al ser esa ciencia de las ciencias, que además de los hechos científicos, se preocupa de la conciencia que los observa, de los fundamentos del saber en sí. Especializada en psicología, la filosofía descubrió además que no se puede hablar de conciencia sin hablar de lo inconsciente. Ergo: ¿qué valor tiene cualquier aseveración sobre física y astrofísica, que pretende decir algo importante, desconociendo lo inconsciente? Por otro lado, ¿qué puede decirse sobre lo inconsciente sin tener sensibilidad artística, poética, mitológica, religiosa -o sea, filosófica-? Esto es lo que viene a señalar el señor Aulicino en su artículo. Que nos demuestra así que sabe más del Universo que Stephen Hawking.

Todo lo que el pensamiento es capaz de pensar lo hace dentro de la caja del Logos. Dicho de un modo maquiavélicamente positivista (tómese sólo como metáfora -o chiste-): no podemos declarar nada sobre nada fuera de nuestro cerebro. Hay científicos y pro científicos que llevan un rato diciendo, barruntando lo anterior, que la neurología es la clave en las ciencias actuales. En realidad, la clave es la filosofía, la cual es toda la ciencia en sí, pasada, presente y futura, nacida con la Humanidad, y la psicología, cuando es prístina hija de su madre, pero al menos estos científicos y pro científicos están varios niveles epistemológicos por encima de este dúo cómico. Eso sí, a falta de Epi y Blas…

Publicado en: Editoriales, Noticias Etiquetado como: ciencias, mitos y arquetipos, razón y fe

Comentarios

  1. José Antonio dice

    31 enero 2011 a las 20:01

    Hola Raúl:

    Excelente entrada esta que publicas. Gracias por traer el editorial de Jorge Aulicino. Concuerda con nuestro parecer al respecto, y que también yo comenté en sazón (http://psicologiaespiritualidad.blogspot.com/2010/09/stephen-hawking-defiende-una-ciencia.html)

    Un abrazo
    JA

    Responder
  2. Annabella dice

    14 julio 2013 a las 8:27

    Tengo muy buenos recuerdos de Historia del Tiempo, que leía al mismo tiempo que veía en televisión la entrañable serie «Cosmos» de Carl Sagan (Con sus actualizaciones del momento). Y es que la filosofía, la cosmovisión, el intuir posibilidades y el esbozar posibles universos paralelos u otros habitantes de nuestro universo eran el alma subyacente en ambas obras, aunque en Cosmos rezumaba por todos sus poros. No sé que han hecho o deshecho en este libro que comentáis, pero parece claro que el dúo Epi y Blas tienen mucha más miga filosófica en sus aseveraciones e incluso transmiten más significado universal. Qué buenos recuerdos. Pero también estoy segura que el nuevo librito de Hawking fascinará a más de uno y una y les reafirmará en sus posturas.

    Responder

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