Ron Jones impartía clases de Historia Contemporánea en el instituto Cubberley de Palo Alto, en California, mientras corría el contracultural año de 1967. Enfrentado con las opiniones que sostenían a Estados Unidos en la guerra de Vietnam, diseñó un experimento sociológico para demostrar a sus alumnos que las ideas totalitarias no sólo podían florecer en ambientes extremos como la Alemania de 1933 o la Rusia de 1917, sino también en mitad de una cultura próspera con supuesta solera liberal y democrática, como era la americana en aquellos tiempos. A este ensayo lo llamó The Third Wave (La Tercera Ola -seguramente como guiño al Tercer Reich alemán-), y programó su desarrollo en cinco etapas, una por día lectivo. La mejor fuente de información sobre estos hechos la he encontrado en este blog, así que seguiremos ese guión en paralelo.
Lunes: “Fortaleza a través de La Disciplina”
Tomando la rígida disciplina deportiva como ejemplo, tan similar a la marcial, obligó a sus alumnos a adoptar en clase determinadas posturas físicas, que potenciaran la concentración. El adiestramiento en obediencia incluía el mandato de que se dirigieran a él con el formal «Mr. Jones» y no con el coloquial «Ron». Además, debían levantarse al intervenir en clase, usar mínimas palabras en la exposición y salir y entrar del aula en completo orden y silencio. Se trataba de empezar a entrenar a los alumnos en los beneficios de la estructura jerárquica de poder: la mente debe doblegar al cuerpo, y la norma grupal, resumida en el líder, el profesor, debe imponerse a la contingencia individual. Analicemos que lo primero tiene todo que ver con el ejercicio espiritual, por ejemplo, el yoga, y lo segundo con la forma típica de garantizar el éxito en empresas verdaderamente colectivas, sea la victoria en la guerra o el campo de fútbol. Unos planos se supraordinan a otros: la mente al cuerpo, el interés colectivo al personal.
Para sorpresa del mismo Ron, la clase funcionó como un reloj. Gran concentración y alta productividad global. La mayoría de los alumnos ya habían picado el cebo.
Martes: “Fortaleza a través de La Comunidad”
Mr. Jones es recibido con tanta disciplina como entusiasmo, y profundiza las lecciones sobre la importancia de lo grupal en un entorno a cada momento más convencido. La repetición de eslóganes hipnóticos (“la fortaleza a través de la disciplina” o “la fortaleza a través de la comunidad”) crea un cálido clima de igualdad, camaradería y fraternidad. El grupo se cohesiona aceleradamente. Aquí fue cuando Ron bautizó públicamente su movimiento como «La Tercera Ola», y le enseñó a su comunidad el saludo-contraseña a través del cual los miembros se expresarían afinidad y complicidad (mano derecha con palma extendida cruzada sobre el pecho).
El profesor empieza a darse cuenta de que el experimento se le está yendo de las manos. La potencia de la psicología grupal activada comienza a abrumarle. Los alumnos usan el saludo fuera de clase y otros estudiantes piden unirse al movimiento.
Sin ir más lejos, cualquier terapeuta que haya trabajado con grupos puede haber captado este poder invisible. Efectivamente, la unión hace la fuerza a unos niveles que llegan a escapar al sentido común. El colectivo parece convertirse en algo más que la suma de sus individuos. Dicho sea de paso, por eso soy de la opinión de que los avances obtenidos en terapia de grupo no valen de mucho si no se fijan, ex profeso, individualmente.
Miércoles: “Fortaleza a través de La Acción”
El profesor reparte carnets que subrayen la identidad grupal y asigna responsabilidades: tres alumnos serán la Gestapo, el cuerpo encargado de vigilar que todos los miembros sigan estrictamente las normas. Sin embargo, todos parecen espiarse entre sí, porque acaba recibiendo chivatazos procedentes de 20 alumnos distintos que sus «policías». En la Alemania nazi, de hecho, ocurrió así. El pueblo estaba tan implicado en el movimiento que la Gestapo dedicaba relativamente pocos recursos a vigilar activamente, y muchos a seguir las denuncias en tropel que le iban llegando desde la celosa ciudadanía. Por otro lado, comienza el proselitismo, y al final del día 200 alumnos nuevos engrosan las filas de «La Tercera Ola».
Pero tres alumnas brillantes empiezan a incomodarse con la situación. Se estaba haciendo obvio que el movimiento a quienes favorecía realmente era a los mediocres. Los debates en clase pierden profundidad e ingenio. Un alumno torpe se ofrece orgulloso como guardaespaldas del profesor, encontrando así un lugar carismático en la nueva sociedad. La unidad en igualdad se produce en un nivel intermedio donde lo bajo es aupado y lo alto recortado. Quien no tiene especiales capacidades las toma prestadas de la conciencia grupal, en su beneficio. Quien las tiene de sobra, tiene que sacrificarlas en aras de esa conciencia. Así es: sin comerlo ni beberlo, ya estamos metidos hasta el cuello también en el debate entre la igualdad y la libertad, entre las políticas de izquierda y las de derecha.
Jueves: “Fortaleza a través del Orgullo”
Ron se siente sobrepasado por el experimento. Los estudiantes habían convertido «La Tercera Ola» en el centro de sus vidas en sólo cuatro días. Acudieron a su clase el doble de alumnos de los que correspondían. Aunque primeramente se siente tentado de abortarlo todo, acaba impulsando el giro más dramático y peligroso de todo el programa: les comunica a los presentes que, en realidad, La Tercera Ola es un movimiento político real que se está gestando en todo Estados Unidos, apoyado por muchos profesores como él, y que busca concentrar el poder de muchos estudiantes dispuestos a promover el cambio. Todo este discurso lo mezcla con arengas sobre el orgullo. Envía a su «Gestapo» a detener a las tres estudiantes reaccionarias, confinándolas en la biblioteca. Convoca una reunión decisiva para las doce del mediodía del viernes: en el auditorio del liceo se realizará una conexión con el resto de colegios participantes para elegir al representante nacional del movimiento.
Viernes: «Fortaleza a través del Conocimiento»
Ron pasa la mañana preparando el auditorio. Llena las paredes con eslóganes y logos y coloca una pantalla de televisión. Puntualmente ingresan en el recinto los miembros hasta completarse el aforo. El profesor-dictador realiza el saludo y espeta un «¡Fortaleza a través de la diciplina!» que es respondido con fervor. El ritual se repite más veces, a cada momento con más pasión y vehemencia. Entonces apaga las luces, enciende la pantalla y les avisa a todos de que en breves minutos se comunicará con ellos el líder nacional desde la conferencia de prensa que se está realizando. El gentío aguarda expectante, pero en la televisión no aparece nada. Cuando el auditorio está tenso de impaciencia, Ron enciende las luces y desarrolla el siguiente discurso:
“No hay ningún líder. No existe ningún movimiento nacional de jóvenes llamado La Tercera Ola. Habéis sido utilizados, manipulados, arrastrados por vuestros propios deseos al sitio donde ahora os encontráis. No sois ni mejores ni peores que los Nazis alemanes que hemos estado estudiando. Creíais que érais los elegidos, que érais mejores que los de fuera de la clase. Habéis regateado con vuestra libertad a cambio del confort de la disciplina y la sensación de superioridad. Habéis elegido la opinión del grupo sobre vuestras propias convicciones. Al principio os lo tomásteis como un juego, después pensásteis que podríais abandonar cuando quisiéseis, pero aquí estáis y ya es demasiado tarde. Os voy a enseñar vuestro futuro”.
Entonces pasa por la pantalla un documental sobre los horrores del nazismo, que se detiene en la siguiente frase:
“Todos deben aceptar la culpa. Nadie puede pretender no haber participado en alguna medida”
A continuación retoma su papel como clásico profesor y reabre el debate entre los desconcertados alumnos sobre el totalitarismo y sus consecuencias.
Solemos aceptar a pie juntillas las razones que nos viene inculcando la sociología para explicar el éxito de los regímenes totalitarios a lo largo de los últimos siglos: un ansia morbosa de poder que envenena a una casta política aliada con un pueblo económicamente desesperado, capaz por tanto de aceptar cualquier pacto con diablos. Todo en el contexto de una nación que se siente al borde de una definitiva zozobra. Aunque nunca se van a equivocar ni la sociología ni la psicología si incluyen entre las motivaciones básicas de toda conducta humana los problemas derivados de la gran trinidad inferior, a saber, salud, sexo y dinero, este asunto, como demuestra el experimento de Ron Jones (que se desarrolla en un colectivo próspero que habita un período económica y políticamente estable), requiere aún más explicaciones, que sean más sagaces y menos obvias. En efecto, nunca está de más, al buscar las causas de los comportamientos tanto individuales como colectivos, ni el chercher les femmes ni el chercher l´argent, pero sólo con eso nos vamos a quedar una y otra vez miserablemente cortos, pues no es chica verdad que no sólo de panes y por los hijos viven los hombres. Ni las mujeres.
Tengo que decir que, si bien a todas luces La Tercera Ola no es una mera leyenda urbana, quizás Ron exageró su alcance cuando se atrevió por fin a publicar el resumen y los resultados cinco años más tarde, en 1972. O quizás no. En cualquier caso, lo que se vuelve muy obvio ahí lo podemos igualmente encontrar, aunque de modo normalmente menos explícito, en cualquier contexto en que prime la psicología de masas. En cualquier lugar donde florezca la arcaica psicología tribal, desenmascarada del sensato adoctrinamiento moderno. Libres los demonios instintivos de las cadenas represoras de la «correctez» política imperante. Como muestra de esta universalidad latente quiero traer ahora a colación otro ejemplo conspicuo donde todo eso tácito se ha vuelto flagrante. Se trata de la fascinante historia del ciudadano de origen catalán Alejandro Cao de Benós, fascinado militante e integrante a día de hoy del régimen norcoreano:
Impresionante, por apasionada y convencida, defensa de lo que a nuestra ilustrada fe occidental le parece a todas luces indefendible ¿no es verdad?. ¿No destaca en esa diatriba que los contertulios contrincantes de Cao parecen hablar más bien desde una fría mente, mientras que él mismo lo hace desde el corazón? El corazón es el lugar de lo irracional. O sea, de la poesía. Y la poesía siempre acaba conduciéndonos de regreso a la salvaje Naturaleza. Es decir: a la inocente brutalidad del paraíso original. El individuo civilizado hace bien reprimiendo y enterrando esos orígenes. Pero, por otro lado ¿qué pasaría si descubriéramos que el precio a pagar por la victoria de nuestros modernos conceptos sobre lo justo y lo injusto es el de convertirnos en robots? Para que esto no pase tenemos que entender qué se esconde en los entresijos del atributo esencial de la vida: en el alma. La cual tiene mucho que decir sobre todo. También sobre política.
Los junguianos hablamos de individuación para referirnos al proyecto central que vertebra todos los movimientos de la energía psíquica. Podríamos llamarlo el deseo nuclear, el instinto básico, que nos anima: llegar a ser, desde lo fisiológico a lo espiritual, aquello que somos. En perfecto paralelo, como diría Hillman, con el sentido vital de la nimia bellota, que es el de convertirse en una frondosa y aparatosa encina. Desde cierta perspectiva el instinto individuatorio es el soporte que legitima la ideología liberal: hay que favorecer que los individuos se desarrollen en libertad, exentos de alienaciones castrantes, para que así expresen todo su potencial. La creatividad es íntima e intransferible, ya se ponga al servicio de pintar cuadros, de levantar empresas o de inventar máquinas. Las instituciones públicas deben proteger y mimar las diferencias personales, pues la genialidad, que es lo que hace prosperar no sólo al que la atesora, sino a toda la sociedad con la que interactúa, es un atributo individual. Esta perspectiva de la esencia humana no sólo sostiene el pensamiento liberal, sino que se extiende aún más allá hasta revelarse como uno de los pilares de la concepción democrática de nación: una sociedad es múltiple y plural, una sociedad es una suma, una yuxtaposición, de los individuos que la componen, donde la diversa opinión de cada ciudadano (un hombre, un voto) no sólo cuenta, sino que es sagrada. Extremándonos en estas direcciones llegamos hasta el anarquismo, donde se pretende que la autarquía (un hombre, un gobierno) sea el fundamento del orden político. Todas estas concepciones solazan y reconfortan al hippie, al bohemio, al gnóstico y al neocom.
Sin embargo, la paradoja, eso que es consustancial a la misma materia del alma, nos va a salir inmediatamente al paso, complicándolo todo. Complicando la psicología, la sociología, y la política. Y es que la individuación, ese asunto en principio tan íntimo, tan introvertido y tan, si queremos, egocéntrico, por donde se va abriendo paso es por el estrato colectivo de lo inconsciente. Ese colectivo sólo hasta cierto punto podemos entenderlo como algo que, siendo una «propiedad privada», nos es común a todos, así como nos es común el poseer cada uno sus propios pulmones o su propio corazón. Más allá, lo colectivo psíquico se significa como Alma del Mundo, algo que es problemático situar sin más como encapsulado dentro de cada uno de nosotros, y que no puede explicarse sólo como mera suma de las almas individuales; una psique autónoma, transpersonal y transindividual, incluso una psique transpsíquica, que pertenece a todos y a nadie, capaz de ordenar no sólo ese mundo que reconocemos inmediatamente como subjetivo e interior, sino también de conectar unas almas con otras y hasta, en íntima relación con los procesos internos, de convocar decisivos sucesos objetivos, ahí en el exterior, en lo físico, lo cual reconocemos inmediatamente como la fuerza del destino. Dicho sea de paso, este orden en los acontecimientos emanado desde los arquetipos es a menudo confundido por los «conspiranoicos» como eventos provocados desde ominosos gobiernos en la sombra. Sin perjucio de que existan efectivamente ciertos hombres muy poderosos jugando en secreto a ser dioses con el destino del resto, si hay un Estado detrás y por encima de los Estados ése es el reino arquetípico, el verdadero Olimpo, el lugar donde moran los auténticos reyes del mundo, lo que míticamente se nos cuenta a través de otras leyendas de corte olímpico como la de Agartha-Shambhala, Erks, el Monte Meru, Avalón…
Ese destino que se teje lo hace, por sobre todo lo demás, a través de conexiones interpersonales. Es decir: aglutinando y haciendo interactuar unos sujetos y sus circunstancias con otros. Por lo tanto, desde el Alma del Mundo la individuación no puede comprenderse sólo como el crecimiento autárquico de la bellota hasta el árbol, pues el desarrollo de cada árbol está inexorablemente referido a todo un bosque. Avanzar en la individuación convoca que los amores y las amistades se revelen cada vez más como menos casuales y más significativos. Cada vez más el contexto interno, los sueños, y el contexto externo, los sucesos objetivos, aparecen como simétricos. El individuando encuentra que la frontera entre el yo y el tú, entre el dentro y el afuera, se disuelve, y no ya gracias a una impropia proyección o transferencia, sino a una comunión sincronística. De tal manera que se llega a reconocer como parte de un microsistema social que es paralelo o copia de su propio sistema psíquico, ambos serpenteando por un mismo camino. Ese camino es en sí lo que llamamos individuación, y su meta, comprendida en principio sólo internamente, sólo psicológicamente, la hemos llamado Totalidad, que quiere decir expresión y actualización de todas las aptitudes y actitudes presentes en el alma del sujeto. Siguiendo la metáfora del alma como árbol, consistiría en desarrollar cada rama, cada hoja, cada flor, cada fruto, posibles. Todo lo cual vuelve a sonarnos muy liberal. Pero, así como todo lo que un árbol es queda vertebrado por su tronco, siendo por eso un universal símbolo mítico de Eje del Mundo, del Centro de todas las cosas, el desarrollo y convocatoria de todas las subpersonalidades que componen cada psique individual no es un proceso anárquico, ni siquiera muy democrático: está regulado y dirigido por un centro, que llamamos Self, alrededor del cual se va enroscando el sendero individuatorio. Todo centramiento significa per se convergencia, o sea, unificación, así que la Totalidad asimilada al Self se significa como un Todo que es Uno. El sistema psíquico es paradigmáticamente gestáltico: un todo que es más que la suma de sus partes.
El Taoísmo expone la fórmula abstracta más simple del proceso de individuación: la tensión yin y yang nos avisa de que las subpersonalidades psíquicas no cohabitan en nosotros como vecinos diversos y dispersos que conviven en una mera indiferencia respetuosa, que «viven y dejan vivir», sino que lo hacen oponiéndose, enfrentándose unas a otras según duplas de opuestos. La tensión yin y yang subraya que el estado inicial de lo psíquico es una bipolaridad, y ya la misma psicología académica, que no es capaz de mirar ni muy lejos ni muy profundo, diagnostica lo bipolar como enfermo. La solución a esta patología consustancial a lo psíquico es el Tao, que es ese todo más allá de las partes, ese elemento trascendente unificador y por ello salvador que aglutina legítimamente lo yang y lo yin, lo blanco y lo negro, al ser su centro común. Gurdjieff, ese mago a caballo entre Oriente y Occidente, contemporáneo de Jung, nos desarrolla un poco más la misma idea de esta manera: el estado inicial del alma es similar al de un tubo de ensayo lleno de limaduras de hierro. Cada una de esas limaduras es una subpersonalidad, un yo, que tiene sus propios gustos, sus propios fines. La tensión entre todos esos fines diversos antes que tarde conduce a un insoportable desgarro interior, siendo además que un sistema dividido («divide y vencerás») es un organismo débil al que cualquier choque con una contrariedad exterior deforma, altera e hiere. La cura a este enojoso estado disuelto, vulnerable, proteico, relativista, donde vale todo y no vale nada, es un calor, un fuego, lo suficientemente intenso para que las limaduras se fundan, se unan unas con otras y acaben formando un bloque compacto de hierro, que sería el Yo. La auténtica personalidad unificada, cuyo fin resume el de todo el sistema en aquello que oriente llama el dharma.
Como hemos avisado, todo esto es la individuación, el camino hacia la Totalidad, visto por dentro. Se haga consciente o no, la atracción que ese Yo, el Self, lo Uno, ejerce sobre todo el sistema psíquico es hipnótica, fascinante, numinosa. Se trata de la mística, lo gnóstico, lo religioso interior, o sea, esotérico. Pero ya hemos visto que al Self, al gran unificador, no le es desde luego indiferente lo objetivo, lo interpersonal, lo físico. Todo ese aspecto exterior de la individuación nos incapacita para despreciar sin más lo religioso exotérico y todos sus típicos tics (sectarismo, proselitismo, etc.), error en el que incurren no sólo materialistas, laicistas y anticlericales, los cuales lo hacen de oficio, sino también a veces ciertas sensibilidades espirituales algo ingenuas. La numinosidad mística de la Totalidad tiende a transformarse en su vertiente externa, de modo natural, en todo ese atractivo magnético que puede llegar a alcanzar cualquier forma de totalitarismo, y como tal entendemos (con manga ancha) todo el espectro de construcciones ideológicas que sustentan desde la Iglesia a la Onu, desde el nacionalismo a la UE, desde la comuna hippie al fascismo, desde la secta a la internacional socialista, el imperialismo o la globalización. Toda arquitectura social donde la unificación identitaria y el valor de lo común y del proyecto compartido primen acentuadamente sobre un individualismo que acaba siendo siempre sospechoso de introducir en el sistema sedición y disolución. Por supuesto hasta la noción más pluralista de nación se sustenta en este mismo impulso hacia la comunión, hacia la fusión interpersonal, aunque moderadamente, desapasionadamente. Por el contrario, uno de los modos más virulentos de este instinto es el amor romántico. El impulso fanático de fusión andrógina entre los amantes no se sacia siquiera con la intentona de la aproximación sexual. Se ponen en juego la vida y la muerte tanto como en un campo de concentración. ¿Cómo despachar, por tanto, todo esto sin más como un error político, como una maldad, como una laguna cultural que solucionará antes que tarde un oportuno adoctrinamiento democrático, pluralista y liberal? ¿Acaso el liberalismo sexual ha logrado erradicar de nuestros corazones el apasionamiento obsesivo, el atormentado afán de posesión, toda esa morbosidad propia del más encendido amor? El totalitarismo, al nacer de un instinto básico, de un arquetipo, sólo puede ser «tratado», «curado», a través de apostar por las canalizaciones más oportunas de esa energía libidinal, a través de una consecuente sublimación (si se quiere decir así), pero nunca podrá ser amputado, reprimido, obviado, sin que la psique, individual y grupal, entre en grave conflicto. Lo que se traduce en desencanto, neurosis y guerra.
Individualismo y totalitarismo se acusan mutuamente de ser alienantes y degradantes, y son dos extremos, los de la libertad y la igualdad, entre los que pivota hace mucho (entre otros también decisivos) la política y por ende la Historia. El equilibrio y armonía entre ellos es tan complicado como ésta misma muestra. La enorme crisis sociológica que atraviesa occidente (diríamos que, en realidad, desde hace dos siglos) nos disuade de pensar que hemos llegado a algún modo de estructura sostenible. Más bien al contrario, y empeorando. La sensatez, madurez y racionalidad de la que alardeamos como sociedad es burlada por la solidez de ciertas estructuras arcaicas que aún se sostienen en el tercer mundo. Cómo recuperar ésa al menos relativa estabilidad que disfrutábamos ya en el Neolítico sin caer en la barbarie es seguramente una empresa imposible, y más cuando el mundo se ha convertido ya en un problema tan inmanejable. Pero cada alma individual y el Alma del Mundo seguirán arrastrándonos por este sinuoso camino, ya que la vida es en sí ese intento obcecado de reconciliación, aunque ellos mismos sepan que se trata de tentar con un espejismo, con una inalcanzable utopía. Al menos aquí abajo, en este plano de existencia. Sin embargo, aquellos capaces de entender lo que realmente late detrás de estos opuestos arrebatos, lo cual encima se comprende como algo común a ambos, podrían quizás tender un puente hacia un futuro al menos relativamente esperanzador. Y si la sociedad sigue siendo refractaria a su necesaria conversión, de todos modos siempre queda la posibilidad de la disidencia y del voluntario exilio. Cuando la polis se derrumba es momento de recordar que está muy despoblado todo lo rural.
Juan Pablo dice
Raúl, excelente entrada. La sombra no entendida se convierte fácilmente en sombra colectiva que posee una capacidad virulenta extraordinaria para implantarse en mentes de personas con sombras también incomprendidas. De ahí lo importante de individuarse y de llegar a una totalidad y no a un totalitarismo como sociedad, pegar un salto a la emancipación de la raza humana y olvidar los falsos positivos de totalidad (totalitarismos). Un abrazo.
Raúl Ortega dice
El asunto ahora es no olvidarse de la responsabilidad social y hasta política que incluye la individuación.
Me gusta esa expresión: «falsos positivos». Para un gnóstico el mundo todo es un falso positivo. Pero es un falso positivo en el que estamos contenidos. «Estar en el mundo sin pertenecer a él» quiere decir, en el fondo, que sí que le perteneces. Al mundo. Así que hay que saber cuándo y cómo apostar por los falsos positivos, porque lo contrario sería verdaderamente negativo.
Todo esto me recuerda aquella bellísima historia hindú de cuando Shiva estaba superconcentrado meditando, centrado en la Verdad, y el resto de los dioses se asustaron al darse cuenta de que el Universo, ese enorme falso positivo, sería entonces destruido por reabsorción. Y le mandaron al amor, y con él a esa mina llamada Shakti, para sacarlo de tan intensa introversión. Y Shiva se enfadó mucho, sí, pero cumplió con su deber. Al cual le cogió bastante gusto, porque el falso positivo que le habían enviado era toda una hermosura. La hermosura de lo palpitante y lo viviente. Esta alocada y traviesa creación.