Mueren más hombres que mujeres por competencia reproductiva

El stablishment científico nos sigue iluminando la vida con sus inestimables perlas de sabiduría. Esta noticia hemos descubierto que es algo vieja en realidad, pero a nosotros nos ha llegado estos días a través del diario provincial (en verano hay que tirar de hemeroteca ajena).   

Desde Chicago Noticias:

Mueren más hombres que mujeres por competencia reproductiva de su sexo

Submitted by Irene Rodriguez on Tue, 05/25/2010 – 11:55

La mayor mortalidad que se registra en hombres respecto a las mujeres es producto de la competencia reproductiva de su sexo, concluye un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Michigan.

El estudio indica que los hombres tienen mayor riesgo de mortalidad a través de toda la vida debido al sexo, ya que mientras las mujeres invierten más fisiológicamente en la reproducción, ellos compiten con otros para conseguir el apareamiento y tratan de ser atractivos para las féminas.

La investigación, a cargo del psicólogo Daniel Kruger, profesor la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Michigan, asegura que esta competencia lleva a estrategias que son más arriesgadas para los hombres, tanto psíquicamente como fisiológicamente, lo que termina en índices superiores de mortalidad respecto a las mujeres.

De los factores que están relacionados con este nivel de competencia reproductiva masculina, y contribuyen a mayores índices de riesgo y mortalidad, se encuentra la poligamia, situación social en la cual un hombre mantiene relaciones sexuales con numerosas mujeres y se beneficia al ser el sexo dominante.

Las culturas humanas tienen varios grados de poligamia y entre más generalizada está la práctica, mayor índice de mortalidad se registra, precisa el estudio. «En una cultura poligama, los hombres reciben numerosos beneficios al ser el hombre dominante, consiguen a la mayor parte de las mujeres, a diferencia de otros que son dejados con pocas o ninguna fémina para elegir”, agregó Kruger.

En el caso opuesto, el estudio encontró que entre más igualitaria es una sociedad, y más dedicada a la monogamia, se adoptan menos riesgos extremos, «aunque no existe una cultura humana, que este libre de esta competencia”, señaló.

Un segundo factor es el nivel de desigualdad económica. «En la selección de pareja los hombres son valorados por los recursos que pueden proveer que arrojen beneficios a los descendientes. En sociedades menos igualitarias, un hombre con el control de esos recursos tiene más posibilidades de encontrar una pareja sexual, y a mayor diferencia entre ricos y pobres hay más probabilidades de que los hombres mueran jóvenes”.

Kruger expuso que en ambos casos hay una enorme distancia entre el éxito como el macho dominante o el más rico y el que no cumple ninguno de los dos factores, «por lo que perder la posición en sociedades polígamas económicamente extremas es perder casi toda posibilidad de encontrar una pareja sexual”.

«Algunos primates muestran tal comportamiento del ganador que se lleva todo como una poderosa causa evolutiva. Porque al dominar la mayor parte o la totalidad de los encuentros sexuales del grupo, los hombres que están más arriba en la escala social y económica tienen más probabilidades de transmitir sus genes a la siguiente generación”, dijo el investigador.

Los resultados del estudio difundido por la Universidad de Michigan, que está ubicado en el campo de la psicología evolutiva, muestran cómo el pensamiento humano y el comportamiento en la actualidad han sido modelados por las adaptaciones evolutivas.

Un buen subtítulo para esta noticia sería: «Por el pene mueren los varones, y ellas se quedan con sus millones». Lo cual, tal y como nos tiene tan acostumbrados la comunidad de «expertos» psicosociólogos, no es más que una nueva perogrullada más entre aquellas de las que ya nos informaban las abuelas, que apenás sabían leer. No más que anteayer le relataba a mi hermana una anécdota que conservo desde los 7 u 8 años: para tratar de llamar la atención de unas apetitosas niñas en un picnic familiar, se me ocurrió demostrar mi poderío y fortaleza frente a ellas… masticando madera seca. Aparte de totalmente inconducente, como demostró la cruelmente imparcial práctica, fue una típicamente fanfarrona intentona varonil de conquista, bastante insalubre. Invitar a cena y cine, como se aprende poco después, es más efectivo. Tampoco es del todo saludable, pero, eso sí, es mucho más higiénico…

 Más de siglo y medio de puja feminista no ha logrado transformar ni un ápice las bases entre las que se da la arquetípica atracción sexual entre los géneros: el hombre es apetitoso para la mujer en tanto es poderoso, y todo lo relacionado con la impotencia es la peor fealdad del varón de cara a conseguir hembra. El hombre, por el contrario, aún con bíceps de trapo y una necesidad imperiosa de avales que le faciliten crédito, sigue esperando de la mujer que se porte no como un espónsor, sino como una huerta. Pasivamente bella, fértil, exuberantemente verde. Un trozo de terreno propio que precisa, que reclama, su sudor y esfuerzo. Que le alienta a trabajar duro, aunque eso desgaste trágicamente su vida. La moda, cuya misión básica es exponer nuestros gustos más primarios, todo lo que realmente somos más allá del artificioso pensamiento políticamente correcto, impone que el hombre vaya al gimnasio a hacer músculo. Músculo es poder, y significa exactamente lo mismo que falo terso y erecto. Luego la belleza del varón empieza por el sudor, la fatiga, el desgaste físico. Aunque en este plano deberíamos decir que el esfuerzo de la mujer por permanecer «en la línea» posiblemente acorte su vida otro tanto. En realidad, lo primero que tendríamos que decir al respecto de este estudio es que se olvida penosamente de que en la longevidad interviene el factor genético, hereditario, tanto como la actitud vital. Quizas una de las bases de que las mujeres vivan más años que los hombres sea que así está escrito en el códice genético humano.

Aislar este factor comprendo que es muy difícil. Por contra, es muy sencillo ver en las estadísticas de mortandad que, en efecto, mueren muchísimos más hombres de forma violenta que mujeres. Esta es la flagrante obviedad de la que se hace eco este artículo: de que a pesar de que la mujer lleva bastantes generaciones siendo competitiva y buscando el poder por sí misma, el hombre sigue padeciendo estadísticamente más su forma más activa, dinámica, violenta, de psicología. La creatividad testosterónica impone sus riesgos. Los varones accidentados, heridos en reyertas e intentando suicidarse son abrumadoramente más que las mujeres. La estadística lo único que hace, que jamás logra otra cosa, es corroborar con los grandes números lo que cualquiera ve que ocurre entre las mujeres y hombres de su alrededor: que incluso ocupando homólogos roles socioeconómicos, la actitud de sus psicologías apunta de modo sensiblemente diferente, en la mayoría de los casos. Aún ocupados en la misma carrera, un hombre y una mujer a menudo tienen objetivos y actitudes diferentes.

Décadas lleva la psicosociología sin aportar otra cosa que obviedades a nuestro conocimiento antropológico (pero el psicosociólogo de postín es un macho alfa, y tiene que seguir demostrando su valor públicamente -para seguir seduciendo a las hembras-). Sin embargo, algo bueno hay en esto, y es recordarnos una y otra vez cómo son realmente las cosas. La convivencia, la observación imparcial científica, la observación del entorno de los sagaces abuelos y la estadística nos muestran que la mayoría de hombres son distintos sustancialmente de la mayoría de mujeres, en la vida y en la muerte, en contra de la ingente propaganda política de tanta entelequia que circula por ahí, estafándonos a todos. En un mundo utópicamente igualitario, los cargos públicos, los círculos ejecutivos, la minería, los astilleros, la albañilería y los muertos en la guerra son equitativos en reparto entre sexos. Tantas mujeres son sostenidas por el varón como al contrario, en parejas que se se aman y se respetan igualmente. La histeria, la neurosis obsesiva y el suicidio no cambian sus tasas según género. Los hombres son violados por las hembras tanto como al contrario y, por supuesto, los niños nacen en una probeta. No se preocupen: nada de esto llegará jamás a la sociedad humana. Entre otras cosas porque la misma propaganda política actual, detrás de su aparente igualitarismo, se encarga de remarcarnos una y otra vez que las mujeres son diferentes de los hombres. El concepto de discriminación positiva nos inculca tácitamente los valores sociales que hereda desde el clásico patriarcal «las mujeres y los niños primero«. La hipocresía del poder, debajo de su cortésmente adulador discurso, sigue tratando a la mujer como a un ser indefenso y débil.  Sin embargo, el ser humano, indistintamente el sexo, es compelido a actuar tras el poder, y tiene su modo de convertirse en poderoso. Este artículo reduce el ansia de poder a la pasión sexual, centrándose en el varón, al estilo freudiano. Adler diría justamente lo contrario: los primates conquistan hembras para saciar también así su instinto de poder, puesto al servicio siempre del básico entre básicos instinto de autoestima/supervivencia. Yo precisamente acostumbro a llamar a la libido del varón «egopóllico», vanidad fálica, porque es muy difícil distinguir cuando un hombre persigue a una mujer por deseo sexual puro o más bien va a la caza de autoestima a través de la competitividad. El arquetipo de la conquista de la hembra por parte del varón como logro de un trofeo está impecablemente tratado en la obra de Joseph Campbell. Los futbolistas juegan el mundial buscando la copa, pero la copa en sí no significa nada más, y nada menos, que la excusa para la reyerta. Reflexionemos en eso. No expongamos hipótesis a la ligera sobre las razones de por qué hacen las cosas los monos o los humanos. No nos aferremos al dogma biogenetista reproductivo sin antes ponerlo a prueba. Lo que nuestros genes quieren que hagamos con nuestras vidas no se lo podemos preguntar, y no lo sabemos a través de ellos. A través de la psicología sí podemos acercanos algo. Desde la biología, no. Todo es demasiado opaco, nebuloso, y susceptible por ello de caer en el prejuicio.

Afrodita es poderosa, como acertadamente trovó aquél. Deméter es poderosa. El Yin es poderoso. La mujer, como mujer, sin imitar al hombre, es un Sol alrededor del cual giran como peleles planetoides los machos, y ha sabido desde siempre aprovechar ese poder, como el hombre su músculo y su espada. El mito sabe que el amor, ese suceso básico, genético, pilar tanto de la de la sociedad como de la psicología humanas es un pulso igualado entre titanes. El emperador, la emperatriz, tienen su talón de Aquiles en su amante, su Anima, su Animus. Puedes gobernar medio mundo, pero en algún momento del día debes regresar a casa. Quien manda en el hogar, quien es dueño de un corazón, es dueño de su destino. Esto lo sabe inherentemente el Eterno Femenino, y es vox populi en una época mítica. En esos tiempos, un varón desposeído, humillado, sumiso y obediente, débil como quinceañera, puede ser considerado el Rey del Mundo (I.N.R.I). En esos tiempos, a algunos hombres se les ocurre recurrir al celibato. No por desprecio al Eterno Femenino, en realidad, sino por pánico ante su enorme poder. En una época ilustrada, mental, científica, lo extravertido gana peso, de tal modo que parece sólo importante lo que ocurre en el ágora, en lo público. No en el hogar, en la intimidad, en lo inconsciente. El dinero, la prosperidad material, la fama, se hacen modelo social. El sabio anciano, el chamán, el carismático místico desposeído, ceden su puesto al empresario exitoso, el sueño americano. Las máquinas de la revolución tecnológica parecen convertir en no tan necesario el poder muscular y entonces lo Eterno Femenino cae hipnotizado por el paradigma masculino de ser directamente proveedor, cazador. Por la divinización del pantalón, y su infantil competitividad. Y se esmera en secundar el triste destino del varón: fanfarrón de barrio, patético alcalde o sórdido administrador general. Y eso en los mejores casos, pues con pantalones no sólo ocupas sombríos tronos y obtienes coronas de cartón, sino que haces el trabajo sucio también para el conjunto de la sociedad. El Eterno Masculino siempre tiene las manos manchadas de sangre. Desde los tiempos del chimpancé.

La envidia de la vulva tiene tanta razón de ser como la envidia del pene. Que se lo pregunten a los transexuales varones, cuyo número cada día es más alto.

Lo que ocurre a nivel psicológico profundo con todo esto es que la función sentimental es exiliada del paradigma social a favor de la intelectual. Es un insulto a la Diosa, en realidad. Pero es inapelable que el primer y más importante derecho humano es el de la autodeterminación. Nadie debiera obstaculizar a nadie ser lo que realmente es. Eso es sagrado. Hace tiempo que nuestra época, al menos intelectualmente, comprende eso. En la práctica, lo que tenemos a día de hoy es un montón de hombres y mujeres que ya no saben quiénes son, porque su ideario político no concuerda con  sus instintos y su corazón. Por lo tanto, ese primordial derecho pierde todo el sentido.

Yo, por mi parte, para quien el sueño americano es más bien una pesadilla, estoy obligado a hacer las concesiones a la competitividad a las que mi arquetipo me obliga, pero hace tiempo que tengo cedido el trozo de pastel que me corresponde en esta merienda testosterónica a la hembra o macho que le haga ilusión.

Una cosa me pregunto. Si seguimos el argumento de este estudio ¿colegimos que las mujeres fuertemente competitivas y embarcadas en una insalubre carrera profesional son las más ávidas en materia sexual?

Esta entrada fue modificada en 11 agosto 2017 13:52

Raúl Ortega: Soñador e intérprete de sueños. Batería. Melómano del funk y el jazz. Creador y curador de Odisea del Alma. Ensayista. Terapeuta de orientación junguiana. Programador y desarrollador web. Criador de aves exóticas. Devorador de berenjenas y brevas. Bebedor de Ribera del Duero. Paradigmático puer aeternus. Hippie extemporáneo en formación continua.

Ver Comentarios (3)

  • Hola Raúl:

    Muy buenas reflexiones, como es acostumbrado. Al hilo de tu última pregunta yo recomendaría la película Instinto Básico.

    Viendo esa película se extrae más conocimiento del funcionamiento instintivo, arquetípico, que leyendo a estos lumbreras. Psicólogos sociales, jejej. Y eso que siento cierta simpatía por esta rama de la Psicología.

    Fíjate que la hipótesis del racismo ambivalente se aplica también a las relaciones de pareja. Y, en efecto, se observa incluso en estos estudios ese prejuicio profundamente anclado. Por un lado, la mujer el sexo débil y, claro, hay que ser condescendientes con ella, mimarlas, etc..., y, por otro lado, son una competencia directa al poder del hombre... Un ultraje a la Diosa. Lo Femenino nunca ha sido, precisamente, lo débil. Por eso, en los mitos se la denomina La Poderosa (Seckmet).

    Por otro lado, la diferencia entre sexos está ya más que probada. Las teorías de la psicología social sobre las diferentes actitudes entre hombres y mujeres frente a algo tan humano como son los celos, ya debería hacer recapacitar a los psicólogos sobre las tremendas diferencias entre ambos géneros (Yin y Yang, son principios contrarios, aunque sean complementarios en su esencia última (Tao)).

    Por ese motivo, no es de extrañar que, incluso, ni en las experiencias así llamadas espirituales o místicas, aparentemente universales, se pongan de acuerdo. Y es que, en el fondo, éstas son distintas, pues, en lo profundo, obedecen a principios contrarios (Gea versus Urano). ¿Acaso estas diferencias no son fuente de los más graves malentendidos? Incluso el espíritu mediador entre la consciencia y lo inconsciente es diferente, anima versus animus. En fin, no quiero extenderme más de la cuenta, y de lo estrictamente necesario.

    Saludos

    José

  • Una cosa me pregunto. Si seguimos el argumento de este estudio ¿colegimos que las mujeres fuertemente competitivas y embarcadas en una insalubre carrera profesional son las más ávidas en materia sexual?

    No, esas imitan a los hombres.