Cuando aquella chica entró por primera vez en nuestra coqueta librería esotérica, a la sazón sita en los aledaños de la Plaza de la Alfalfa de Sevilla, me llamó poderosamente la atención que su interés la dirigiera a hojear, saltando graciosamente de uno a otro (como siguiendo un hilo mágico), justo los libros que yo consideraba más interesantes e intensos de la colección que ofrecíamos al público. Era muy joven, no más de veinte años, lo cual le prestaba a su buen gusto más valor. Rápidamente se hizo asidua del establecimiento, y acabamos avanzando una incipiente amistad. Compartida con su novio, otra persona con excelentes dotes intuitivas, espirituales. De más o menos la misma edad. Ambos procedentes de los estratos más modestos de la sociedad (él era gitano), resultaban por ello redobladamente conspicuas sus capacidades, sus finas sensibilidad e inteligencia, y su férreo compromiso con el camino espiritual. Me era muy reconfortante su contacto. Se me antoja decir hoy que parecían una versión especialmente joven y bella de los piadosos Filemón y Baucis. A diferencia de Fausto, yo sentía ante ellos una genuina y espontánea reverencia.
No recuerdo si era de viernes o sábado la veraniega tarde cuando mi socia Marijose y yo regresábamos a la librería después de haber ofrecido un mediocre miniespacio en la radio sobre sueños y astrología. En el camino nos habíamos detenido a charlar en un bar, delante de sendos cafés. Una cosa llevó a otra y acabamos hablando de visitantes de dormitorio y abducciones. A los pocos minutos de entrar en nuestro negocio, Kore (la llamaremos así) atraviesa la puerta y viene a nosotros con cara descompuesta y un alertante estado de nerviosismo. Me espeta: «Necesito contarte inmediatamente lo que me acaba de suceder». Ni nos sentamos siquiera.
-«Estaba en la siesta, echada en el sofá, algo me ha despertado y he visto a mi alrededor un grupo de seres luminosos. Los he identificado como extraterrestres. Han tratado de paralizarme, y yo he forcejeado con ellos». En ese instante miro a Marijose con complicidad. Veo venir un relato que se entrelaza sin solución de continuidad con nuestra charla de merienda. Marijose, sin embargo, parece abstraída en otra cosa. Tengo la impresión de que no está escuchando a la chica a pesar de estar a menos de un metro de ella, recostada en la pared. Me desconcierto y enojo, quiero que ella sea también testigo. Tengo el impulso de avisarla, pero no quiero interrumpir a Kore, que ya va lanzada catartizando su experiencia. Pienso que quizás deba ser así, me resigno, y vuelvo a enfocar mi atención en el relato. «Mi angustia era tremenda cuando de repente se suma al conjunto de seres ultraterrenos mi propia madre. Ella, en lugar de ayudarme, me instó a quedarme tranquila y dejarme hacer. Trató de explicarme que las cosas tenían que ser así. Que la información que iba a recibir tenía que entregárseme de esa forma. Estaba desolada. ¡Mi propia madre me alentaba a dejarme violar por un pelotón de seres de pesadilla! Y así lo hicieron. Mientras me forzaban, de repente, he saltado a algo así como otra dimensión aún más allá. Era un escenario medieval. Estaba en un castillo. Yo ahí era una princesa, la hija del rey. Mi padre estaba desolado. No encontraba sucesor. Con su primera esposa me había tenido sólo a mí y hubo de casarse en segundas nupcias con la que se convirtió en mi madrastra. Esta reina sí le había dado hijos, pero todos habían muerto o desaparecido. El reino está ahora abocado a la destrucción si no aparece un varón, un príncipe, o, al menos, así lo siente mi padre. Parece que la encargada de encontrar esa necesaria sucesión soy yo. Una vez que sé esto, se congrega a mi alrededor un nutrido grupo de doncellas, las sirvientas. Todas van tocadas con espléndidos trajes azules de terciopelo. Comienzan a cantar a coro. Es la música más hermosa y perfecta que jamás oí. Imposible reproducirla ahora. Su canción me dice algo así como: ‘eres una princesa que fue enviada a la tierra a cumplir su misión, padeciendo los rigores de la limitada encarnación. En la tierra eres modesta, como nosotras. Una pobre sirvienta. Pero tienes que cumplir ahí abajo tu sagrada obligación’. Entonces regreso a este mundo. Los extraterrestres ya no estaban, pero el lacerante dolor en la vagina lo sigo sufriendo ahora mismo. Me levanté y he venido corriendo a toda prisa».
Yo me enredé tratando de interpretarle a la chica su supino «embolado» en los términos del animus, el hieros gamos, la individuación, la complementación yin-yang… En fin, como me corresponde. Pero era consciente de que ella no manejaba esos conceptos. Que lo junguiano no era su mundo. Que era más intuitiva y sentimental que intelectual (precisamente de ahí partía su misión, su queste). Que de la relación de los cuentos de hadas con la psique y el destino nada podía haber sospechado. Hasta ese momento, claro. Me conformé con que ella captara que su experiencia estaba plagada de sentido y coherencia, suficiente para aliviar un poco su pánico. Y luego acordé con ella y su novio que no hablaríamos nunca más entre nosotros del asunto. Sentí que era prudente quedarme al margen de tan poderosos magmas.
Al poco, la librería cerró sus puertas para siempre y ésta y mucha otra brava gente que se convocaban allí desaparecieron de nuestras vidas.
Tengo que avisar que el relato no es «sic». Hace de esto más de una década y, desgraciadamente, aunque siempre confié en que lo recordaría al detalle toda la vida, la vejez ha vencido a mi optimismo. Hay varios pormenores en él que ya he olvidado. Pero lo esencial sigue estando ahí. Ni siquiera recuerdo el auténtico nombre de los dos.
Kore es un modelo paradigmático de princesita, de hija de la Luna. Huérfana de padre y madre desde muy temprana edad, pasó a ser criada por sus tías. Su procedencia era un puro matriarcado. En mitad de una noche, en la pubertad, sintió una extraña necesidad de asomarse al balcón y en ese justo momento vio pasar un OVNI por el cielo de la ciudad. Ella me contaba que desde ese instante algo se despertó en su interior y empezó a desarrollar dotes parapsicológicas: videncia, precognición, etc. Cuando nos conocimos ya trabajaba como tarotista. Me quedó claro que el desarrollo de su conciencia estaba nítidamente jalonado de hechos paranormales decisivos. Uno de los cuales era lo que le había ocurrido en aquella siesta.
Por aquel entonces yo estaba embarcado en la investigación del proceso iniciático, la individuación, femenina. Ya había descubierto que el espíritu, el principio masculino, llega hasta la mujer como violador en la noche. Es impulsivo y grosero, como el mismo falo lo es. No ocurre siempre así, por supuesto, pero las historias que incluyen un encuentro con la entidad masculina transpersonal que alberga este tipo de sadismos adquieren ante el experto un toque extra de autenticidad. Precisamente porque casi nadie tiene noticia de esta faceta del arquetipo. El rapto de Peséfone, de la Koré, es un modelo poderoso en el encuentro de la mujer con el ángel iniciador. El contenido de este mito es bastante más literal de lo que se piensa. Por cierto que Jung, otra vez, tiene razón: la sexualidad y la espiritualidad en el hombre se escinden y antagonizan de un modo que en la mujer no lo hacen. Valorar si esto es un síntoma de avanzada unión de opuestos o de precaria indiferenciación lo dejo ahora al arbitrio de los lectores.
Todos aquellos de ustedes que hayan visto la película «El laberinto del fauno» comprenderán que, cuando lo hice yo, lo primero que me viniera a la cabeza fuera que aquella chica y su guionista y director, Guillermo del Toro, se habían conocido en algún lugar de México o España. Pero no. Claro que no es necesario. Estas coincidencias extremas son la patente demostración de lo que significan la universalidad, la impersonalidad, la transpersonalidad, de lo arquetípico. Guillermo del Toro ha desvelado en bastantes ocasiones que él mismo es un principito, cargado de encuentros fantasmagóricos con las realidades del más allá (de él y del mundo sensorial) desde la cuna. Las piezas perfectamente encajan.
No entiendo como a día de hoy hay psicólogos que pretendan hacer psicología junguiana, transpersonal, obviando todo este material «subjetivo». El acceso al plano objetivo arquetípico es a través del individuo, de lo íntimo, de lo personal, de lo que llamamos interior. No podemos colegir estas realidades, ni hallar sus verdadera esencia y sustancia, razonando meramente sobre lo que ocurre ahí afuera, en el mundo externo, lo social. La filosofía racionalista no puede imaginarse que sucedan estos fenómenos. No son colegibles desde nada de lo que transcurre ahí afuera, en lo público. La Ciencia no tiene método para trabajar con algo que es imposible de probar, como la existencia de los sueños. Pero ellos son reales, no pueden reducirse a meras fantasías vanas y absurdas y no son un epifenómeno de la actividad cerebral. Y eso bien lo sabe el soñador.
La razón no trabaja en vacío. Ningún programa informático puede elaborar nada si no cuenta con datos. Si la razón trabaja con mínimos datos, con mínimos fenómenos, comienza a hacer meras tautologías, atrapada en sí misma como un motor que acelera en punto muerto. Las argumentaciones se transforman rápidamente en autojustificaciones. Sin los fenómenos que vive la intuición, en espacios privados, tan sólidos y reales, si no más, como los que vive la sensación en campo abierto, la razón está absolutamente incapacitada para pretender alcanzar ninguna, ni siquiera mediocre, verdad. Si cerramos el spiraculum aeternitatis, la ventana a la eternidad, que sólo se abre a través de la experiencia individual, difícilmente compartible (pero no imposible, claro, merced precisamente a su universalidad, su objetividad), la psique, en efecto, pierde verticalidad. Pierde altura y profundidad, y sólo le queda el horizonte llano, la res extensa, hacia el que extenderse. Pero no porque no tenga esas dimensiones. Sencillamente, porque se las hemos amputado artificialmente.
Sin embargo, una junguiana de la «vieja escuela», Marion Woodman, no cayó en estos errores cuando escribió su libro «Los frutos de la virginidad«. En él incluyó valientemente otra de estas trascendentes y decisivas historias de lo personal/transpersonal, lo cual convierte a esta obra, a mi parecer (y al de muchos otros), en una de las más importantes de la bibliografía junguiana de todos los tiempos. En este relato se reconocen motivos esenciales que igualmente están presentes en el anterior, como no podría ser de otro modo, tratándose de vivencias tan marcadas por el arquetipo.
Que no nos intenten vender gato por liebre: la filosofía junguiana, el pensamiento transpersonal, se teje meditando alrededor de estas experiencias personales/transpersonales. Sin esto todo es pura paja. Sin «Libro Rojo», sin diario íntimo, no hay mucho que decir de relevancia. No hay título, academia ni estudio intelectual que pueda sustitutir la experiencia primigenia. Al contrario: con sólo eso todo se pierde, se diluye y se tergiversa. Que hablen del amor sólo los amantes, y de la Luna sólo sus privilegiadas hijas:
Capítulo 7
AMADO ENEMIGO: UNA INICIACIÓN MODERNA
…provéete por dentro y no enriquezcas más el exterior.
Así te nutrirás de la Muerte, que se nutre de los hombres,
y la Muerte, una vez muerto, hará luego inmortal a tu ser.
William Shakespeare, Soneto 146
Lo que me llevó a la India y el motivo que tuve para ir son dos cosas muy distintas. Sin duda, me sentía atraída por una imagen romántica del Oriente, el Taj Mahal a la luz de la luna, los palacios de marfil, los hombres santos. Sin duda, Un viaje a la India de E. M. Foster me despertó curiosidad. ¿Qué le sucedió a Adela Queste en las grutas? ¿La violaron o estaba loca? ¿Qué misterio encerraba su relato? Sí, fui a la India y vi los palacios y vi a los hombres santos, y logré responder algunas de mis preguntas. Pero he demorado dieciséis años en descubrir por qué fui.
Ahora cuento esta historia porque no es sólo una historia personal. Es la historia de un rito moderno de iniciación en lo femenino. Es la historia de una joven inconsciente que nunca había celebrado un rito de pubertad, porque en su mundo no se conocían esos ritos. Como muchas otras jóvenes parecidas a ella, nunca había dejado de estar protegida por la «madre sociedad»; nunca se había instalado en su propio cuerpo; nunca había reconocido que formara parte del cosmos. Tampoco se le había ocurrido nunca que Dios pudiera tener un complemento femenino, que diera sentido a su vida como mujer entre otras mujeres y que, a la vez, la pusiera en contacto con su singular destino personal. Ésta es la historia de un nacimiento, de una muerte y de un renacimiento.
En esa época era una mujer que acababa de entrar en la madurez. Tenía todo lo que la clase media puede ofrecer: una hermosa casa, un buen esposo, un excelente puesto de profesora. Esperaba que mi vida siguiera sin altibajos para transformarse años más tarde en una madurez próspera y llegar a su clímax en una bien merecida y respetable vejez. No tenía razón alguna para dudar de que mi patria seguiría protegiéndome: todos los meses depositaban mi sueldo en el banco; automáticamente descontaban de ese sueldo mis contribuciones a la seguridad social y el pago de los impuestos; si se producía una emergencia, podía tomar una baja por enfermedad. Tenía todo lo que podía querer.
Toda la vida había tenido todo lo que podía querer. Me había encantado ser la hija de un pastor. Me gustaba ir a la iglesia los domingos con mi vestido de organdí, con mis bucles y mis cintas en su sitio. Me gustaba la agitación que había en la casa parroquial: los bautizos, las bodas, los funerales. Por las tardes, me gustaba entrar a hurtadillas en la iglesia para esperar a Dios. Escondida debajo de un banco, Lo escuché muchas veces, pero nunca pude ponerme de pie con suficiente rapidez para alcanzar a verlo frente a frente. El portero me explicó más adelante que no era Dios el que hacía esos extraños sonidos, sino que los rayos del sol hacían crujir los bancos de la iglesia. Y así, serenamente, abandoné mi fe infantil.
Estudié en la universidad. Me casé y pasé de la seguridad que encontraba en la casa de mi padre a la que me ofrecía mi esposo. Seguí creyendo en Dios, pero no me gustaban las cenas ordinarias que organizaban en la iglesia. Por supuesto, hubo algunos contratiempos, pero en general la vida parecía ser lo que estaba destinada a ser.
Entonces, una fría noche de invierno, me encontré sola en Toronto. Tenía que tomar un taxi. Levanté la mano, pero ningún taxi se detuvo. No era tan decidida como debía ser. Me había permitido llegar a depender tanto de mi esposo que ni siquiera podía conseguir un taxi. «¡Esto es ridículo! -pensé-. Soy una mujer adulta que se siente desvalida cuando está sola.» Caminando por la nieve llegué a donde tenía que ir esa noche y en el camino me di cuenta de que esos «contratiempos» en realidad habían producido murmullos de dimensiones volcánicas. En ese momento supe que tenía que descubrir quién era cuando me quedaba sin nada en que apoyarme. Sabía que iba a comprar un billete para ir a la India y tenía la esperanza de encontrar a Dios en un ashram de Pondicherry.
Seis meses más tarde llegué a Nueva Delhi. Sí, Dios estaba a mi lado, pero Sus ideas no coincidían con las mías. En la India, Dios resultó ser una Diosa; una Diosa que jamás hubiera imaginado que podía existir desde los estrechos confines de mi educación cristiana protestante; una Diosa que se acercó a mí no entre los protectores muros del ashram, sino en las calles repletas de pobreza, enfermedad y amor.
Al principio me quedé en Delhi, tratando de orientarme en un mundo absolutamente extraño. Una corta caminata consumía todo el valor que lograba reunir. El terror se convirtió en mi combustible. De todas partes asomaban manos que trataban de agarrarme: mendigos lisiados, traficantes del mercado negro que me pedían dólares norteamericanos, amantes profesionales que me aseguraban que sólo los africanos los superaban y dos pequeñísimas vagabundas que me adoptaron. Todas las mañanas, las pequeñas me esperaban a la entrada del hotel; durante todo el día caminaban agarradas a mi vestido; todas las noches tenía que volver a coserlo. Las niñas habían vivido en ese mundo más que yo. Estaban acostumbradas a todo lo que ocurría en la calle: a los hombres que se afeitaban, las mujeres que amamantaban, los niños de tres años que llevaban bebés agonizantes apoyados en las caderas. Hacia donde mirara, inmediatamente tenía que darme vuelta, avergonzada de inmiscuirme en la vida privada de alguien. En medio de mi confusión, solía besar a una vaca al pasar o pisar sus excrementos. La gente gritaba «buenas noches» por la mañana y me daba cuenta de que algo andaba mal cuando yo también respondía «buenas noches». Me sentía cada vez mas agotada, mi yo era incapaz de tomar ninguna decisión y empezaron a suceder cosas extrañas. Me daba cuenta de que mi terror activaba la muerte a mi alrededor.
El sexto día las niñitas no aparecieron. Salí a la calle y vi a una norteamericana. Sin saludarme, se detuvo frente a mí. «¿Estás sola?», me preguntó. Abrí la boca para decir «sí» y sentí que algo se aflojaba dentro de mi vientre. No supe qué pasó hasta que abrí los ojos en el cuarto del hotel donde vivía la norteamencana. «Tienes un shock cultural -me explicó-. Vivo aquí desde hace diez años, así que lo reconozco. Vamos a tu hotel, recoge tu equipaje y te llevo al aeropuerto. Tienes que volver a casa inmediatamente.». «No puedo -le respondí-. No podría vivir sintiendo que fracasé en esto. Tendría que regresar e intentarlo de nuevo, y tampoco puedo hacer eso». «No puedes quedarte -insistió-. Los que trabajan en el Cuerpo de Paz también sufren shocks culturales y a veces se atacan entre ellos». De todos modos me quedé. Lo que me alentó a hacerlo fue mi poema zen favorito:
Cabalga a lo largo del filo de la espada.
Ocúltate en medio de las llamas.
Los brotes del árbol de la fruta se abrirán en el fuego.
El sol sale al atardecer.
La India fue mi fuego. Evidentemente, no lo es para todos. A cada uno de nosotros nos arrojan a nuestro propio fuego; el mío fue mi habitación en el hotel Ashoka. No tenía a quién llamar, a quién visitar, nada que hacer. Todas las salidas estaban cerradas. Tuve que adentrarme en mi silencio y descubrir quién estaba allí. Cuando miraba hacia adentro, mi imaginación se llenaba de imágenes ilusorias y pavorosas; cuando miraba hacia afuera, el balcón hervía de cuervos empapados por el monzón, que repetían «nunca más». El mundo que habitaba hasta entonces había desaparecido para siempre. Sin saber conscientemente lo que estaba sucediendo, había sacrificado mi antigua escala de valores, mi comprensión sentimental de la vida y el amor. En menos de una semana, me había visto obligada a dejar atrás mi necesidad de ejercer control. Allí no había nada que pudiera controlar. Me movía en medio de lo que parecía ser un caos absoluto, donde todo ocurría antes de que siquiera sospechara que podía suceder. Si no me dejaba llevar por lo que la vida me ofrecía a cada instante, era imposible sobrevivir. Cada instante era nuevo y me exigía una nueva respuesta. Nada servía de apoyo al mundo que había conocido. Hasta la bañera se llenaba de cucarachas cuando trataba de encontrar alivio en un baño.
La disentería me había debilitado tanto que recuerdo haberme caído en el suelo de azulejos. No sé cuánto tiempo estuve allí. Cuando recuperé el conocimiento, estaba en el techo; desde arriba, mi espíritu observaba a mi cuerpo cubierto de vómitos secos y excrementos. Lo vi tendido en el suelo, incapaz de moverse, y luego lo vi respirar. «¡Pobre idiota! -pensé-, ¿no te das cuenta de que estás muerto?» Mentalmente, le di un puntapié. De pronto me acordé de Duff mi pequeño terrier. «Nunca trataría a Duff así -pensé-. Jamás trataría a un perro como trato a mi propio cuerpo. ¿Qué pasaría si lo dejara aquí? ¿Lo quemarían? ¿Lo mandarían de vuelta a casa?» La inmensidad de la decisión que iba a tomar -dejar mi cuerpo en el suelo o regresar a él- me tenía paralizada; entonces comprobé que volvía a respirar. Sentí una enorme compasión por esa querida criatura tendida en el suelo que esperaba fielmente mi regreso y respiraba fielmente una y otra vez, segura de que no la iba a abandonar, con una fidelidad mucho mayor que la que yo le demostraba.
Siempre había odiado mi cuerpo. No era todo lo hermoso que yo hubiera querido. Ni tan delgado. Lo había obligado a esforzarse, no le había dado de comer, lo había hartado de comida, lo había maldecido, ahora incluso le daba un puntapié, pero él seguía allí, tratando de respirar, seguro de que yo iba a regresar y lo iba a llevar conmigo, sin fuerzas siquiera para morir. Lo que pasara a continuación dependía de mí. La mayor parte de mi vida había vivido fuera de mi cuerpo, con la energía desconectada de las emociones, excepto cuando bailaba. Ahora tenía que tomar una decisión; tenía que optar por entrar en mi cuerpo y vivir como un ser humano o escaparme de él en busca de lo que imaginaba que era la libertad. Lo vi volver a respirar y había algo tan infinitamente inocente y confiado, tan exquisitamente familiar en ese gesto, que decidí bajar del techo y entrar en mi cuerpo. Juntos nos arrastramos hasta la angosta cama. Me esforcé por cuidado. Casi lo escuchaba murmurar: «Descansa, espíritu agitado, descansa». Durante días y días, tal vez nueve, no salí del útero del Ashoka.
Había elegido con mucho cuidado los dos libros que llevé conmigo: el Nuevo Testamento y los Sonetos de Shakespeare. Esos libros y mi pasaporte eran mi material de lectura. Cuando me quedaba en cama leyendo mi pasaporte, los nudos de fuego que sentía en el pecho se desataban. En ese descenso al infierno era importante estar segura de que tenía un nombre. Más importante todavía eran las imágenes y el ritmo de la prosa y la poesía que me maravillaban. Eran un eco mío y me ayudaban a superar el miedo. Un día, mientras leía en voz alta, escuché una frase que me parecía conocida, aunque esta vez sonaba diferente: « … la Muerte, una vez muerto, hará luego inmortal a tu ser». Comprendí que mi temor a la muerte había muerto. Ya instalada en mi cuerpo, iba viviendo mi propia vida y, aunque esos días y esas noches en el Ashoka habían sido extraños, eran reales. Lo paradójico era que, después de haber descubierto mi vida, me sentía libre para perderla. Podía aceptar todo lo que el destino me deparara. Por primera vez, sentí que mi esqueleto sostenía mi carne con orgullo y, con la totalidad de mi ser, bajé las escaleras hasta el vestíbulo.
Me senté en el extremo de un sofá a escribir una carta. Una mujer india maciza, con un sari de bordes dorados, se acomodó en el espacio que quedaba entre mi cuerpo y el extremo del sofá. Su brazo regordete era suave y cálido. Me alejé un poco para tener dónde escribir. La mujer se arrimó a mí. Me moví nuevamente. La mujer se movió. Sonreí. Sonrió. No hablaba inglés. Cuando terminé de escribir la carta, estábamos las dos sentadas lado a lado en el otro extremo del sofá, con su cuerpo apegado al mío. Todavía tenía miedo de salir, así que al día siguiente volví a sentarme en el vestíbulo. La señora de aspecto digno apareció nuevamente y se repitió la escena del día anterior. Durante varios días se siguió repitiendo. Una manana, cuando ya me iba, se me acercó un indio.
«¿Se siente bien ahora?», me dijo.
«¿Qué quiere decir?», le pregunté, sorprendida por su trato familiar.
«Se estaba muriendo -dijo. Tenía la soledad de los moribundos. Le dije a mi mujer que se sentara a su lado, porque sabía que el calor de su cuerpo la iba a hacer revivir. Ya no es necesario que vuelva».
Le agradecí y también le agradecí a la mujer. Luego desaparecieron por la puerta; dos perfectos extraños que intuitivamente habían escuchado a mi alma cuando estaba tan débil que era incapaz de estirar los brazos. Su amor me había traído de regreso al mundo.
Después de haber hecho mío mi cuerpo y de entregarme a mi destino, experimentaba al mismo tiempo la alegría y el dolor de sentir vida en mi carne. Era como un recién nacido que trata de distinguir simultáneamente los cinco sentidos. El aroma del jazmín se confundía con el hedor de la orina; una llamarada de seda roja se confundía con las moscas en los ojos de un bebé; la dulzura de un sitar en una noche de verano se entremezclaba con los aullidos de un perro castigado, todo yuxtapuesto con texturas y sabores exóticos, extraños, insondables. Pero ya no era una víctima. Ya no me sentía atacada psíquicamente o en peligro de muerte. Participaba en la vida con el corazón abierto, cautivada por las imágenes, los sonidos y los olores de ese mundo extraordinario y paradójico.
Un buen día, me encuentro rebotando sobre los resortes al descubierto de un viejo taxi, mientras le aseguro al conductor indoitaliano que no he venido a la India para conocer los placeres del Kama Sutra. Vamos camino a las grutas, por lo menos eso espero… Todo me sorprende: la sonrisa enigmática del conductor, el camino estrecho, la vasta extensión de campos monótonos. De pronto, diviso a un perro con un ojo amarillo como un canario. Minutos más tarde, una vaca con cuernos color turquesa. «Estoy muy cansada», pienso. Entonces veo un elefante, más grande que el taxi, de un rosa transparente. El conductor no se inmuta. Lo único que le interesa es convencerme de que me siente a su lado.
«¿Ese elefante era rosado?», le pregunto por fin.
«Sí», responde, como si todos los elefantes fueran de ese color.
«¿Y la vaca tenía cuernos turquesa?».
«Sí».
«¿Yel perro tenía un ojo arnarillo?».
«¡Sí! Es el cumpleaños de Krishna -me dice-. Estamos celebrando. ¿Quiere ir a la fiesta?»
Curiosamente también es mi cumpleaños, así que, apenas me doy cuenta, le contestó «sí» automáticamente.
De inmediato, sube el taxi a la cuneta y empieza a atravesar los campos, cantando sin parar, Se detiene de pronto. Inmediatamente, un grupo de hombres rodea el auto. Alguien abre la puerta y me indica con un gesto que me baje. Cuando pongo los pies en el suelo, cuatro pares de manos me quitan las sandalias, el bolso, la cámara de fotos y el cinturón. El conductor ha desaparecido. Observo los rostros impenetrables de por lo menos veinte hombres que me miran con tanta intensidad como yo a ellos.
He oído que todavía se hacen sacrificios humanos en la India y por un instante pienso que jamás se me había ocurrido que podía morir de esa manera. De repente, los hombres hacen una lenta reverencia y luego se enderezan; los ojos verdes se encuentran con ardientes ojos negros en silenciosa concentración. A pesar de mi inquietud, me doy cuenta de su veneración, que no es veneración por mí sino por alguien que represento. «Voy a morir, voy a morir», pienso. «Indudablemente ésta es una situación interesante. Voy a vivirla. No me voy a desmayar».
Me toman, me levantan por encima de sus cabezas y, entonando su cántico, me llevan hasta un altar y me depositan delicadamente sobre la tierra. Estoy segura de que me van a inmolar; estoy muerta y, al mismo tiempo, absolutamente viva, mucho más allá del temor. Esos hombres del temor. Esos hombres me transmiten una enorme energía, mezcla de amor, admiración y temor. Uno de ellos, que parece ser un sacerdote, me echa pasto en la boca mientras sigue entonando el cántico con los demás. Reza inclinado sobre mi cuerpo. Luego saca el pasto de mi boca y lo divide entre los hombres, que se lo comen como si fuera sagrado. Me levantan, me colocan en el altar y, sin dejar de entonar el cántico, bailan lentamente a mi alrededor.
Vulnerable y sola, infinitamente a merced de lo que vaya a suceder, sé que no es mi voluntad ni mi amor, sino la voluntad y el amor de la Diosa, que mi vida tiene un sentido infinitamente superior a lo que jamás podría haber imaginado, y que mi cuerpo delicado -con toda su fealdad y toda su belleza- es el templo a través del cual he llegado a conocerla en esta tierra. Sofía se ha acercado a mí a través de los oscuros brazos de esos extraños en ese polvoriento campo de la India. En ese instante, ese instante eterno, escucho su grandioso SOY.
Los hombres se inclinan con reverencia. Me lleyan fuera del lugar sagrado y me devuelven las sandalias, la cámara de fotos, el bolso y el cinturón. El conductor aparece con su sonrisa imperturbable y a saltos volvemos a atravesar los campos. Un rito de iniciación como éste puede parecer exagerado pero, mientras lo celebraban, en ningún momento dejé de sentir que estaba exactamente donde tenía que estar. Sabía que iba extinguiéndose algo que debía extinguirse para que yo pudiera vivir mi vida. Sabía que el dolor era mi dolor. No tenía la menor idea de qué significaba, pero sabía que tenía que suceder. Sabía que estaba viviendo mi destino.
Y ese destino se relacionaba de alguna manera con mi imagen infantil reiterada de tres vacas Hereford que aparecían cada vez que sentía miedo; eran tres animales de pelaje rizado en la cabeza, con largos cuernos y plácidos ojos castaños, que mascaban, mascaban constantemente, mirando con absoluta atención. Mientras estuvieran allí, no tenía nada que temer. En el rito de Krishna, tan poco tiempo después de haber hecho mío mi cuerpo animal, sentí que el pasto era pasto sagrado y que mi cuerpo de ordeñadora era el medio a través del cual podría expresarse el amor de la novia de Krishna. Había superado la contradicción entre lo animal y lo divino.
Las Hereford de pelaje rizado influyeron de una manera importantísima en mi modo de actuar en la India. Muchas veces me tropecé con una vaca en medio de una calle cuando lo irreal remecía los límites de mi realidad conocida. Como no estaba acostumbrada al contacto del cuero de una vaca ni a mirar a una vaca a los ojos, simplemente me echaba a reír. Después de un violento choque, dos mundos se habían fundido en uno solo. El análisis de los juegos que hace Victor Turner me ayudó a comprender no sólo lo que fue mi salvación en la India, sino también lo que me empujó a alcanzar un nuevo nivel de comprensión:
Lo lúdico es una sustancia volátil, y a veces explosivamente peligrosa, que las instituciones sociales tratan de embotellar o encerrar en la redoma de las competencias, los juegos de azar y los enfrentamientos físicos, en simulaciones como el teatro y en la desorientación controlada, que va desde las montañas rusas a las danzas de los derviches […] El juego puede considerarse peligroso, porque es capaz de trastocar la transición regular de un hemisferio cerebral al otro, transición que es necesaria para mantener el orden social […] Sin embargo, aunque parece girar a su antojo, la rueda del juego nos revela […] la posibilidad de modificar nuestros objetivos y, por lo tanto, de redefinir lo que nuestra cultura considera real.
Tal vez ya habrán adivinado que, para mí, el juego es algo liminal o de tipo liminal […] Con su carácter oximorón, el juego tiene una inocencia peligrosa, puesto que desconoce el miedo. Su liviandad y su agilidad lo protegen. Tiene el poder de lo débil, la audacia de lo infantil ante la fuerza. El juego es un escéptico hábil y de alas livianas, un Puck que vive entre el mundo diurno de Teseo y el mundo nocturno de Oberón, poniendo en duda las veneradas creencias de los dos hemisferios, de los dos mundos. En el juego no hay nada sagrado; el juego es irreverente y, en un mundo dominado por la lucha por el poder, su aparente inconexión y su disfraz de payaso lo protegen.
Por no formar parte de la cultura de la India, yo andaba disfrazada de payaso. Observaba a la India y me observaba a mí misma desde el fondo de ese disfraz. Cuando dejé de lado mis temores, conquisté el desapego, la libertad para jugar que sólo se consigue cuando se logra una absoluta concentración, una atención sin resistencia, una intensidad sin tensión. Y, como el payaso arquetipico, vivía en blanco y negro, en tragedia y comedia, reconciliando los dos extremos sin juzgar y, al mismo tiempo, trascendiendo a ambos.
Me gustaría poder decir que en la India pasé por las etapas de encierro, metamorfosis y emergencia y, que después de mi iniciación, volví triunfante a Canadá, como una nueva mujer, liberada de mis cadenas burguesas, libre para SER. Pero no fue eso lo que pasó. En los cuentos de hadas, lo más difícil es volver a la vida con el tesoro encontrado en el mundo subterráneo. Cuando atravesé la barrera en Amsterdam, me sentí tan devastada por el ruido que tuve que sentarme. En medio de mi asombro, al ver a una mujer con botas, pelo rubio amarillento, lápiz de labios rojo y sombra de ojos turquesa, pensé: «Debe de ir al cumpleaños de Krishna». Ese fue el comienzo de un choque que me llevó, dos años más tarde, a la consulta de un psicólogo.
Cada vez que lo veía, mi sabio y viejo analista irlandés, el doctor E. A. Bennet, me volvía a preguntar: «¿Por qué fue a la India?».
Siempre que trataba de explicarle el porqué, movía la cabeza sin decir nada. Y me daba cuenta de que mi respuesta era incorrecta. Finalmente, ya desesperada, le dije: «Doctor Bennet, usted se debe estar poniendo senil. Todas las veces que vengo me hace la misma pregunta».
«Y cada vez usted me da otra respuesta», contestó. A continuación, se echó atrás en su silla y me contó una historia. «Cuando era general de brigada en la India, teníamos muchos problemas con algunos solda- dos. No querían luchar. Se metían semillas en los ojos, quedaban ciegos y teníamos que mandarlos de vuelta a casa. Preferían volver ciegos a casa que luchar. Piense qué puede significar eso».
He pasado dieciséis años sacándome semillas de los ojos y todavía no dejo de sacármelas. Se puede necesitar toda una vida para integrar una iniciación. Y aunque la mayor parte de la iniciación quede oculta en los profundos misterios de cada individuo, parte de ella pertenece al alma universal que se esfuerza por hacerse consciente en cada uno de nosotros.
Lo que me hizo ir a la India fue un espejismo, pero el motivo de mi viaje era absolutamente real. Ir a la India era transportarme a mi propia India, a mi sombrío mundo subterráneo. Como las ballenas en el mar, vivimos en el único mundo que conocemos: nacimiento, copulación y muerte. A menos que las saquen violentamente del mar, las ballenas no saben que están en el mar ni qué es el mar. La India dividió mi vida en dos. Antes de ir, observaba con los ojos; cuando regresé, miraba a través de los ojos. Mi ingenua Perséfone, que había vivido protegida por la Madre Iglesia, la Madre Sociedad, la Madre Escuela, escuchó por fin la pregunta que se había destilado de sus labios: «¿Quién soy?». Atraída por una imagen romántica del Oriente, me había lanzado a una búsqueda sentimental de lo que en realidad no era más que una parodia de la Diosa Luna. En las calles de la India se produjo la inevitable violación psíquica. El suelo se abrió bajo mis pies. Lo que empezó siendo una búsqueda intelectual se convirtió inmediatamente en una búsqueda concreta cuando tuve que decir: «Sí, estoy sola».
La espada que la norteamericana me enterró en el corazón con la palabra sola fue la espada que asesinó a la niña dependiente y permitió el nacimiento de la mujer. Ya no podía descansarme en las imágenes que otros tenían de mí: la hija del párroco, la mujer del profesor, la profesora. Ya no podía quedarme encerrada en el marco limitado de mi deseo de ser delgada, ni seguir subiéndome todas las mañanas a una balanza para medir el éxito de mi vida según hubiera aumentado o bajado algunos gramos. No podía seguir engañándome con la idea de que la vida sería lo que yo quería que fuese con sólo cambiar este cuerpo por otro, con sólo fingir que este cuerpo no existía. Con sólo deshacerme de esa loca glotona, voraz y vehemente que andaba arrastrando por todas partes… Ese espejismo me había ayudado a no reconocer quién era en realidad y qué debía hacer con mi vida. Pero ya había desaparecido la ilusión de escapar a través de una muerte liberadora. Había desaparecido la ilusión de ser capaz de controlar mi destino. También había de- saparecido la falsa imagen de mis padres, esa imagen que había forjado cuando niña ya la que responsabilizaba de todo lo que había sucedido o había dejado de suceder. Sin mis dioses de piedra, ya era capaz de perdonar.
También había muerto la soñadora romántica que creaba un mundo de fantasía a través del lenguaje. Encerrada en mis pensamientos, había podido mantener el misterio de mi realidad enterrado en el cuerpo. Nunca había distinguido la mente del cuerpo y, para huir del vacío que sentía, me dedicaba a comer o no comer, confundiendo los mundos de lo metafórico y lo literal. Cuando me enfrenté a la verdadera muerte, tuve que tomar una decisión. Morir o vivir. Aceptar mi condición humana, amar el alma que había dentro de mi cuerpo e integrarme a la vida, o rechazar mi destino humano, transformarme en espíritu y morir. Por no conocer el idioma, aprendí a escuchar a los indios con el corazón, tal como estaba segura de que ellos me escuchaban. Y el silencio, ese grandioso don de la India, me enseñó a escuchar a mi alma.
Ante todo, tenía que enfrentarme a mi odio. En ese enfrentamiento empezó a manar la sangre del sacrificio. La sangre que había hecho brotar la palabra sola abrió mi corazón a la fiel criatura que había dejado abandonada en el suelo, la criatura cuya lealtad me hizo avergonzarme del odio que sentía. A través de todo el amor que se volcó sobre mi ser instintivo, personificado en Duff, mi pequeño terrier, mi ser femenino renació y reconoció que no podía seguir dándole puntapiés a su cuerpo. Éste era su hogar y seguiría siéndolo mientras fuera un ser humano que viviera en esta tierra. Y el alma que le gritaba desde el suelo, en medio de su abandono y su suciedad, era su alma, la esencia de su ser en el fondo de la materia pidiéndole a gritos que la hiciera suya, que le permitiera vivir y expresarse finalmente.
Cuando no había una madre que me protegiera, apareció otra madre a cuidarme, una madre llena de piedad por esta fiel criatura que me amaba con una devoción silenciosa y confiada que yo había traicionado. Lloré. Volví a bautizar a mi maldad y la llamé «lo mejor que hay en mí». Me lavé para quitarme los restos secos de vómito del pelo y los excrementos de las piernas. La India me obligó a mirar de frente el aterrador rostro de la Diosa y esa mirada me puso en contacto con la profunda capacidad de amor. En lugar de ignorar lo que significaba ser humano, en lugar de retroceder ante la suciedad y la pobreza y el dolor en las calles, pude sentir el pavor y, a la vez, amar la dignidad de un alma que se aferra a la vida. La rosa de mi corazón empezó a abrirse. El Verbo, que hasta entonces sólo había existido en mi mente, se convirtió en carne.
Y esa carne era tan metafísica como el espíritu. Dentro del capullo, se había refugiado en un mundo de símbolos, lleno de imágenes y sonidos vibrantes. El cuerpo, el alma y el espíritu fueron arrojados al fuego y, allí, se unieron a la búsqueda interior, a las imágenes transformadoras que han dado forma a mi vida y me han convertido en quien soy. Sin ellas, mi boca pronunciaba palabras pero mi voz no era auténtica.
Lo que descubrí fue un alma que nunca se había alejado de Sofía, nunca había olvidado lo que era la quietud, nunca había olvidado el lento e inalterable palpitar de la tierra. La India vive dentro de la Diosa, como yo había vivido cuando niña, como viven todos los niños: ranas salpicadas de rocío, cuerpos ardiendo en las orillas del río en Benarés, mariposas en la cortina de la cocina, velas que hacen detenerse al tiempo. De niña, ya había conocido el jugueteo de la Diosa, Su desapego, Su ira, Su amor por todo lo que existe, Su fecundo mundo virginal que contiene en semilla todas las posibilidades. También vi la mariposa que había sido en otra época, bailando de una flor a otra en el mediodía de mi imaginación, bailando con toda libertad en el mediodía de Su amor, sin poseer y sin ser poseída. Vi cómo la criatura alada se convertía en una oruga cargada de deberes y responsabilidades, una criatura que apenas recordaba su inclinación a volar. Con lentitud, casi imperceptiblemente, había ido llegando el invierno y una brújula que había dentro de ella la había arrastrado hacia el Oriente. Allí, la mariposa se había escapado prematuramente y, desde el techo del Ashoka, había visto a la oruga moribunda que despertó su piedad. Durante dieciséis años ha venido explicándole a la oruga por qué es una oruga. «Suelta amarras», le dice. «Deja que lo que tenga que ser, sea.» y ahora que la oruga empieza a comprender, ya puede convertirse en mariposa. Ahora sabe lo que significa
… llegar al punto de partida
y conocer el lugar por primera vez.
A través de la puerta desconocida, recordada
cuando lo último de la tierra por descubrir
es el comienzo mismo;
en la fuente del más largo de los ríos
la voz de la cascada oculta
y los niños en el manzano.
Desconocida por no haber sido buscada,
pero escuchada, a medias, en el silencio
entre dos olas del mar.
De prisa ahora, aquí, ahora, siempre,
con la simplicidad absoluta
(que no cuesta menos que todo) …
¿Quién nació de esa unión de dos elementos contrarios, de la conciencia que se une al inconsciente, del espíritu que se une a la materia? Durante siete años estuve embarazada de mí misma. La salida del útero se inició con el siguiente sueño:
Estoy de pie, descalza, en un desierto arenoso de la India, con un vestido de gasa color rosa y un velo. Es mediodía. En el suelo, algo que parece un antiguo reloj astrológico encerrado en un marco de madera. En su eje hay un agujero que se adentra en la tierra. Dos ruedas inmensas, roja y dorada una, azul y plateada la otra, forman la circunferencia. La rueda roja se mueve en el sentido de las manecillas del reloj; la rueda azul, más amplia, se mueve en sentido contrario. Las casas del zodiaco están dibujadas con toda precisión en la arena. Un hombre que me ama y al que amo está de pie junto a la rueda roja; ésa es su rueda, la azul es la mía. En las dos primeras casas crecen arbustos verdes.
Tengo que bailar entre los rayos de las ruedas; es muy peligroso, porque los rayos que se abren desde el eje son cuchillos afilados. Tengo que bailar hasta que el movimiento de las ruedas coincida. Hay muchos nativos entonando cánticos, prontos a cambiar el tono de su canto para que armonice con la música de las esferas cuando las ruedas emplecen a moverse. Comienza la música. Empiezo a bailar con mucha cautela. Entonces mi cuerpo se transforma en la música. Ya no temo a los cuchillos. Siento que algo me hace bailar. De pronto, las voces de los nativos cambian de tono al unísono y los cielos se llenan de música. Las ruedas se mueven. En la tercera casa del zodiaco aparecen retoños verdes y una fuente de agua. Me detengo frente al hombre. Me quita el velo y me dice: «Ahora sé cuál es tu nombre».
El timbre del teléfono me hizo despertar. Al comienzo me sentí traicionada, porque me habían robado mi nombre. Pero luego sentí que habría muerto al escucharlo. Sabía que aún no había llegado la hora. Aún quedaban velos por descorrer.
Ese sueño fue un inmenso regalo, un regalo que debía compartir. La India había sido una isla dentro de mi psique durante gran parte de mi vida; ahora se unía al continente, en realidad se convertía en un mandala en el centro. Esta imagen del inconsciente colectivo me hizo reflexionar sobre lo que había ocurrido, desde una perspectiva personal y transpersonal. Sólo cuando lo transpersonal penetra en lo personal, este último adquiere valor a nivel cultural. Sin duda, éste es un sueño intuitivo, que no indica dónde se encuentra la energía, sino en qué dirección desea avanzar.
El sueño transcurre en el desierto. Desde el punto de vista bíblico, el desierto es el capullo de la crisálida, una vasta extensión donde se produce el cataclismo transformador. La travesía de Moisés y los israelitas por el desierto demoró cuarenta años; Jesús estuvo solo en el desierto durante cuarenta días. La antigua vida había quedado atrás; la nueva aún no había surgido; entre las dos, un inmenso cambio que abría los más recónditos senderos del espíritu. El desierto da a luz un nuevo orden en el que se reconocen los verdaderos afectos y los verdaderos valores.
Cuando se vaga a solas por un paraje donde no hay puntos de referencia, se ve de pronto un espejismo, una imagen de lo que puede haber en el horizonte. Por contener elementos tan desconocidos, los sueños que transcurren en el desierto son primero irrecuperables y luego «incomprensibles». Estos sueños predicen lo que puede suceder, en qué puede convertirse el so- ñante, cuál es su esencia. Este conocimiento es tan ajeno todavía que el vagabundo sólo puede decir: «A pesar del caos que parece haber en mi vida consciente, sé que aquello que está sucediendo bajo la superficie obedece a un orden que tiene sentido. Sólo tengo que esperar». El terror que se siente en el desierto es el terror al autoengaño. ¿Y si sólo fuera un espejismo? ¿Y si no fuera nada? ¿Y si todo lo que imagino fueran tentaciones del demonio? ¿Qué va a pasar cuando tenga los pies tan heridos que no pueda seguir caminando? Poco a poco van cambiando las percepciones; poco a poco, los indicios van tomando forma. Los cuarenta años o los cuarenta días llegan a su fin. El yo tiene entonces que convertir en vida cotidiana la revelación recibida en el desierto; tiene que llevar el tesoro a casa. Vivir nuestro destino es lograr que nuestro mundo interior y nuestro mundo exterior estén en armonía.
Cada imagen del sueño es un eco -y un eco del eco- de las demás: la unión de lo masculino y lo femenino, el oro y la plata, el espíritu y la materia, Occidente y Oriente, ying y yang. Al igual que los iniciados en las tribus primitivas, la bailarina tiene que entrar en el círculo cósmico y, a través de la conexión con sus raíces internas, ponerse en contacto con «el agua de la vida con la que ha de regar el árbol cósmico». Para que crezca vegetación en un páramo, lo femenino debe superar su temor y abrirse a sus fuentes internas. Debe esperar hasta que la energía consciente ya no tema ni a las espadas ni a los cuchillos, hasta que vibre al unísono con su fuente interior y el Sí-mismo alimente y guíe a los dos. La energía impersonal se mueve en sentido vertical desde arriba y en sentido horizontal desde el orificio que hay en el centro del eje; la energía personal fluye en la relación de amor con el hombre. Es el hombre quien le quita el velo y así la une a él, al mundo y al sentido más amplio de la danza. El ritmo se sincroniza entre dos dimensiones: lo impersonal y lo personal. En el baile, el cuerpo de la mujer se convierte en el eje central que une al cielo y la tierra. De esa unión nace la creación. Como en todos los verdaderos ritos, el movimiento del cuerpo surge de su centro arquetípico. El cuerpo deja de bailar y se deja llevar.
Las dos ruedas forman un mandala doble. En el sueño, el alma femenina está simbolizada por el azul y el plateado; el rojo y el dorado simbolizan el espíritu masculino. El centro de las dos ruedas es el eje con su orificio central que se interna en la tierra. En alquimia, el spiraculum aeternitatis «es un conducto de aire a través del cual la eternidad lanza su aliento al mundo temporal». El punto de unión es un vacío donde el mundo personal de la psique se encuentra con lo eterno, con el inconsciente colectivo. Ése es el sitio donde se produce la anunciación, donde el espíritu da su aliento al alma. En ese encuentro (la fecundación de la virgen, «la intersección del momento sin tiempo»), el yo, liberado de los estrechos confines de su prisión temporal, vislumbra la realidad eterna.
En la Edad Media, el ánima, o la materia considerada como ánima, que en ese entonces se identificaba con la Virgen María, era otra imagen de esa «ventana a la eternidad» o «ventana de escape». Así es como, por ejemplo, los vitrales redondos eran las inmensas rosas de la Virgen a través de las cuales el fuego del espíritu iluminaba la catedral con su brillo. En las imágenes de este sueño del siglo xx, el espíritu se manifiesta en una nueva vida a través de lo femenino consciente, desde el punto de vista psicológico, del hombre y la mujer. Como el grano eterno de Eleusis, las semillas del desierto renacen y los participantes en el misterio cambian el tono de su cántico en reconocimiento de la nueva vida. Esta nueva vida aparece en la «tercera casa» que, según la astrología, es la casa de la comunicación, probablemente de una nueva forma de comprensión entre lo masculino y lo femenino, el espíritu y el alma, Occidente y Oriente. Todas las imágenes del sueño contribuyen a crear la sensación de aquello que los alquimistas llamaban Unus Mundus, una realidad formada por el mundo físico y el mundo psíquico, una visión de la armonía elemental entre la realidad interna y externa, esa armonía que Jung definió como «sincronicidad».
El baile se realiza al mediodía, a las doce, la hora de la incorporación a un nuevo nivel de conciencia espiritual, la hora del nacimiento espiritual, la hora en que no hay sombras porque toda sombra se absorbe a sí misma. Después de haber mirado a través de la «ventana a la eternidad», después de haber observado sin el velo, la mujer que baila está a punto de recibir su nombre espiritual cuando el mundo temporal se interpone. Aún no estaba preparada para ver «frente a frente» -percepción que equivale a la muerte- el rostro que tenía antes de nacer. Pero por un breve instante toda imagen dual desapareció. Lo interno y lo externo fueron uno.
La unidad, la esencia de este sueño, se encuentra en la imagen de lo andrógino que se transforma. La vida es un baile entre cuchillos y rayos pero, cuando lo femenino bien definido adquiere la fuerza necesaria para entregarse a lo masculino bien definido, esos elementos pasan a ser secundarios. El cuerpo de la mujer se transforma en un cáliz que se conecta con el ombligo del mundo, en torno al cual giran las dos ruedas. Ella es la copa que contiene al espíritu y, al mismo tiempo, mantiene su contacto directo con la tierra, con la base de su ser, a través de la cual fluye la vida. Allí se encuentran su autenticidad y su creatividad. Sólo cuando las ruedas se mueven en armonía, todas las energías de la psique (los nativos) pueden cantar también en armonía con la ley universal. Esa sintonía se produce a través de la renuncia a los deseos del yo, a través del nacimiento de un yo dispuesto a ganar y dispuesto a perder, libre, un yo que no posee ni es poseído, un yo que sabe jugar. El cuerpo, el alma y el espíritu bailan al unísono, vibrando con su verdad interior en armonía con el sentido más amplio de la danza.
El baile es siempre el mismo, ya sea en la India o en la sala de nuestro propio hogar, y nosotros somos los bailarines. Somos responsables de los pasos que elijamos. Si no nos quitamos las semillas de los ojos, quedamos cautivos de la sombría energía telúrica que puede dejamos arrastrándonos eternamente. Si desobedecemos con arrogancia las leyes de la naturaleza, los cuchillos y los rayos nos destruyen. Si nos atrevemos a preguntar «¿quién soy?», nos comprometemos a abrimos camino hacia nuestra verdad personal. En el silencio de la crisálida se forja nuestro cáliz de plata, el cáliz de plata que contiene al niño dorado. El reflexionar con el corazón no es una aventura sentimental para la Diosa. La reflexión con el corazón supone la alegría y el sufrimiento de permitir que nuestro soy se convierta en un inmenso SOY hasta que
… las lenguas de las llamas se plieguen
sobre el coronado nudo de fuego
y el fuego y la rosa sean uno.
Enrique Eskenazi dice
Afortunadamente Giegerich duerme muy bien, y sin pesadillas. Pero vaya ego trip el del personajes y la Diosa: el Unus Mundus, los arquetipos, la Diosa, la sincronicidad y no sé qué más arrejuntados en el paquete para exaltar un YO SOY. Vaya egoísmo e inflación. Pensar que Jung escribía que el encuentro con sí.mismo es una derrota. Aquí, en cambio, todo es ser y ser y ser más…. mientras tanto el mundo va como va. Pero ¡qué importa la realidad si uno puede inflarse en sueños y masturbarse con lo imaginario, degradando lo que una vez fueron símbolos plenos de valor a meros productos de consumo personal para sentirse «espiritual» y «conectado» y hacer «vuelos místicos» . ¡Qué desvergüenza! ¡Qué vanidad! ¡Qué falta de interes por todo lo que no sea yo-me-mi-conmigo-y-con-mi-Diosa! Perfecto retrato del «último de los hombres» a quienes Nietzsche caló tan bien. Pequeñitos y autosatisfechos y mediocres e incapaces ya de asombrarse. Llenando su aburrimiento con lo que una vez estuvo lleno de vida y ahora es pura antigüedad. Sin respeto. Sin humildad.
¿Y los que escriben semejantes delirios egocéntricos pretenden ser psicólogos? Lo que son, en realidad, es teleadictos. Sin la menor sensibilidad para el alma en lo real.
Christian Bronstein dice
¿Qué le pasa, Eskenazi? Relajese un poco, todo está bien. Recuerde que todo lo que nos levanta semejantes explosiones de indignación no deja nunca de contener un reflejo patológico de nosotros mismos.
Animese a liberar su imaginación de las aterrorizadas y tiranicas garras del ego.
O, en caso de que no se anime, si tan patético y despreciable le resulta el punto de vista del autor de este blog, ¿por qué simplemente no pasa de el y se dirige hacia horizontes mas felices?
Un abrazo.
Enrique Eskenazi dice
Si Ud. se tomara el trabajo de visitar mi página, donde constan los cursos que he impartido en los últimos varios años, encontrará que ya he transitado por donde Ud. ahora se ha establecido. Y ya quedó atrás. Me quiere predicar a mí lo que yo ya conocí años atrás? ¿Hablarme de Marsilio Ficino, de la imaginción creadora, de Corbin, de Alquimia, de Jung? Vaya…
Ciertamente, a mí no me pasa nada, no he perdido en ningún momento la compostura, y lo que he escrito más arriba puedo reafirmarlo con convicción en todo momento. No fue un «estallido de ira» como el suyo, que lo rebajó al insulto. He hecho el retrato justo de lo que aquí campa a su gusto. Los «Atlantes», je je… los faunos y las ninfas, je je… los «salvadores del dogma y la iglesia junguiana», je je… de un Jung que sabía que la psicología ya estaba «extra ecclesiam», aunque sus seguidores no hacen sino reedificar otra.
Yo ya sé de lo que Ud. habla, pero Ud. todavía no tiene ni remota idea de lo que habla Giegerich. Y eso nos diferencia enormemente: cuando Ud. va, yo ya estoy de vuelta. Acaso Ud. no pueda estar de vuelta nunca, pero al menos por ahora, ni soñarlo. Le queda mucho camino por recorrer…
Taztel dice
Entender que el conocimiento que se comparte no le pertenece es ser consciente del ALMA. Como que solo vemos el lugar que nuestros dos ojos iluminan, la percepción de totalidad se pierde en la confusión dual. ¡Este reflejo que no queremos ver!
De la sabiduría de la experiencia y del entendimiento de las ideas nace la conciencia del conocimiento. Teoría y experiencia…. ¿de quien?
Intentar liberarse de la identificación seria hacer objetivo lo subjetivo y lo subjetivo objetivo, decir lo justo y hacer lo que se dice, porque el que dice lo que hace es el ego.
Saludos
Enrique Eskenazi dice
¿Está Ud. argumenta contra Jung? ¿Está Ud. argumentando, o sencillamente declamando? Es que no acabo de entenderlo. Porque Jung mismo decía que, tratándose del «alma» (que NO es una cosa ni un «objeto» externo), el sujeto y el objeto coinciden, de manera que la respuesta a su pregunta (si es que era una pregunta): «de quien?» sería muy simple: del «alma» misma. Es el alma que se conoce a sí misma. ¿No fue eso lo que Jung dijo al escribir que en los cuentos, en los mitos y demás, «el alma habla de sí misma»? ¿A quién? Obviamente, a sí misma. Pero el pensamiento de Giegerich no es más ni menos que el desarrollo de esta IDEA. Y el que dice lo que hace es el alma. El ego «dice» lo que no hace, de ahí su oposición al inconsciente. Al menos según Jung: ego e inconsciente NO son lo mismo. Y lo que Jung llamó «lo» inconsciente, también lo llamó «anima/animus»= alma. Pero bueno, se suponía que en esta discusión eso ya se daba por conocido. Si quieren seguir usando a un gran pensador para sus delirios, adelante. Yo os he advertido que eso es una falta de respeto, una manifestación de desamor (por el conocimiento y por la verdad) y una desvergüenza. Ya no tiene sentido repetirlo, dada la poca disponibilidad a escuchar. Triste, triste…
Christian Bronstein dice
¿Pero por qué, si es asi, se expresa como un infante? No me diga que eso no es por lo menos desconcertante..
Raúl Ortega dice
Tienes razón, Enrique. Publiqué esta entrada con la expresa intención de convocar en ti esta exacta reacción y no me he llevado ninguna sorpresa. No me he asombrado lo más mínimo. Al final me vas a hacer sentirme culpable de provocarte tanta irritación. Y considero que ya tienes bastante con esa enorme carga megalómana de querer arreglar el mundo, sabiendo encima que es una empresa condenada a fracasar.
José M. Moreno dice
Con esta confesión de que publicó su escrito para provocar un efecto en Enrique lo único que hace usted en delatar sus intenciones mediocres y una consciencia (la suya) absorta en el ego y sus falaces neuróticas fantasías acerca de ilusorias victorias y control sobre los otros egos.
Otra cosa es que lograra realmente su propósito, le aseguro que usted no provoca otra cosa en Enrique que su talante extremadamente duro e implacable contra los pseudo argumentos, la ignorancia y/o las ideas erróneas pero paciente y amoroso con las personas. Créame, le he visto esta tarde, para nada está irritado con usted ni con ninguno de los autores de esta cadena de textos carentes de rigor, tiene otros temas infinitamente más importantes que le capturan su atención y sus preocupaciones. Quédese tranquilo y despierte un poco de sus fantasías infantiles, ni victoria ni derrota más bien tristes autorretratos de la importancia personal y la falta de estudio y argumentos de los que tan profusa y cansinamente hace gala.
Raúl Ortega dice
Sr. Moreno, demuestra tener una excelente capacitación para su honrado trabajo de guardaespaldas siciliano, el cual se ve que cumple con la diligencia más fiel. En estos tiempos de crisis, bien le vale, porque para tratar de Giegerich en un foro de discusión seguramente que ni el buen Enrique le contrata. Y dejemos el tema aquí que ver como regresa cada vez con más ímpetu al logos del troglodita no tiene para nadie ningún interés…
Enrique Eskenazi dice
EL Sr. Ortega, que se presenta como «conocedor» de la obra de Jung, seguramente está informado de que Jung, en su «Sobre el renacimiento»», publicado en el vol. 9i de su Obra Completa, §217:
«he who is truly and hopelessly little will always drag the revelation of the greater down to the level of his littleness, and will never understand that the day of judgement for his littleness has dawned [while]… the man who is inwardly great will know that the long expected friend of his soul, the immortal one, has now really come, ‘to lead captivity captive’, that is, to seize hold of him by whom this immortal had always been confined and held prisoner, and to make his life flow into the greater lifer -a moment of deadliest peril!»
«aquél que es verdadera y desesperadamente pequeño siempre arrastrará la revelación de lo más grande al nivel de su pequeñez, y nunca entenderá que ha amanecido el día del juicio de su pequeñez (mientras que)… el hombre que es interiormente grande sabrá que ahora ha llegado realmente el amigo del alma largamente aguardado, el inmortal, «para hacer cautivo el cautiverio», esto es, para apoderarse de aquel que siempre había confinado a este inmortal haciéndolo prisionero, y para hacer que su vida fluya en una vida mayor -un momento de peligro mortal!»
Como siempre, el Sr. Ortega y sus acólitos arrastran lo mayor(el alma objetiva, el opus magnum) al plano de lo menor (el ego, el yo-me-mi-conmigo, el punto menos importante del opus parvum).
Pobre Jung, la grandeza de sus mejores ideas reducida a la pequeñez de egos inflados y pretenciosos… pero «es lo que hay». Por eso es inútil hablar con los pequeños, que todo lo llevan a su pequeñez: ese es el último de los hombre de Nietzshce
Raúl Ortega dice
Estimado Enrique:
Antes que nada voy a darle en nombre de todos (idiotas duendes y faunos adoradores de la Luna, asiduos de este blog y de otros, imbéciles ratones de biblioteca adoradores de sí mismos, asiduos de este blog y tantos otros) las gracias por su honesto y prolijo trabajo de traducción y divulgación de tanto autor, no diré junguiano, pero sí, al menos, del «ambiente». No es usted persona ajena, como nadie, al servilismo sumiso ante el dios de esta época, que bien sabemos quién es, así que doble agradecimiento por proveer, y gratis.
Y, dicho esto, le rogaría que no se tomase tan a pecho su labor de mero correveidile. La discusión de unos textos quede entre los lectores y su autor. Traductor al margen. Al cual no se le pide nunca que entienda de la materia, ni mucho menos, al mismo nivel que el escritor. Lo que usted entiende de lo que traduce es una opinión que no viene a cuento que yo exprese aquí. Y lo que entiendo que entiende cierto autor sobre lo que trata de escribir lo expondré detalladamente ya mismo. Tenga paciencia.
Hay gente que no pilla lo que es un arquetipo ni aunque le salte a la cara. Pero no sé por qué ni por quién habré dicho ahora eso…
Ah, y gracias por etiquetarnos a mis asiduos, mi blog y a mí mismo con cualidades propias del lapis exilis. Todo un honor de su lógica.
Juan Manuel dice
Yo Sr. Enrique el aficionado le sigo con sumo interés, aunque no entiendo como una persona de su calado e intelecto puede caer en la burda representación del que en posesión de su verdad se atreve a menospreciar a colegas que comparten un interés común la «Psicología». Quizás como yo no tengo nada que defender ni a Jung ni a su translate «G» me puedo dar el lujo de entresacar aquello que me parece interesente en si. Creo sinceramente que usted se encuentra entre dos mundos, en el fondo no discute con Raúl si no con usted mismo y sus inconfesables tendencias hacia el Tarot, lo imaginario, las Hadas y Faunos, se que es una simpleza a estas alturas, pero proyecta su sombra aun a pesar de encontrarse en una atalaya fruto de su buen trabajo.
No entiendo muy bien ha que señala con masturbarse con lo imaginario e inflarse con los sueños, personalmente sigo al símbolo que cónstela mi anima, lo que suscita una emoción, un sentimiento que da sentido a mi vida, prefiero pasearme por los mundos de Gaudi en mis ratos de ocio versus contemplar un pene de Norman Foster, no es una elección racional, ni algo fruto del aburrimiento, aunque el anima del mundo se proyecte en la actualidad bajo la lógica del diseño cúbico y las líneas rectas, no me excita una urbanización de lujo y prefiero un pueblo medieval de piedra y hierro. Me emociona mas una Sonata de Bach versus cualquier simpleza de los 40 principales. Encuentro en la sincronicidad mucha mas magia que me enerva y asombra, que la vida lineal. Hago del mundo onírico una continuidad consciente donde usted seguro ni los recuerda.
Que entiende usted por antigüedad, acaso no le gusta pasear por el Barrio Gótico y sentarse bajo un naranjo rodeado de piedras, vislumbrar el modernismo de Puig i cadafalch versus sentarse delante de la Central de la Caixa. No le impresiona el museo Dalí versus un Moma de paredes en blanco y cuadros con una línea gruesa. Un dominical matutino en el Palau de la música… Se me caen las huevos en el museo de autómatas mientras observo los antiguos caballitos
Esta el cine y sus recurrentes mitos clásicos renovándose en película 3D, la poesía, la pintura, cualquier arte que por sagrado es atemporal, esta el misterio y lo desconocido y lo que no se puede conocer.. Donde esta el consumo espiritual?, y de que Diosa me habla ?.
Creo que usted a fabricado una imagen a su imagen y semejanza, ha colocado la etiqueta y apunta con el dedo a esa supuesta imagen, que no se parece en nada a una realidad personal…
Yo solo se que los que están atrapados por la lógica y sin imaginación no les va muy bien la vida, se les nota molestos, sarcásticos, irritados. Sr. Enrique si usted fuera feliz da lo mismo con lo antiguo o con lo moderno, transmitiría mucha mas armonía, se tendría mas respeto. El anima se enamora y el Ego sucumbe a su aroma, y eso se nota y se siente, se transmite, y me da que su anima esta seca.
Un saludo
Juan Manuel
José M. Moreno dice
(yo) le sigo con sumo interés…
(yo) no entiendo…
(yo) no tengo nada que defender…
(Yo) me puedo dar el lujo…
(Yo) Creo sinceramente…
(yo) no entiendo…
personalmente (yo) sigo…
lo que suscita una (mi) emoción,.. da sentido a (mi) vida, (yo) prefiero pasearme … en (mi)s ratos de ocio
Se (me) caen las huevos… mientras (yo) observo…
(Me) emociona mas… (yo) … que (me) enerva y asombra (a mi),… (yo) Hago del mundo…
(A mi) no me excita…
(A mi) Se me caen las huevos … mientras (yo) observo
(Yo) solo se que los…..
yo,yo,yo, mi,mi,mi,me,me,me, conmigo,conmigo,conmigo, UFFFF!!
Juan Pablo dice
«yo,yo,yo, mi,mi,mi,me,me,me, conmigo,conmigo,conmigo, UFFFF!!»
¿Que es esto? Parecen chicos. ¿Es de verdad o se hacen? A esta altura no va a faltar alguien que se tape los oídos y cante, para no escuchar.
Excelente entrada.
Un abrazo Raúl.
Enrique Eskenazi dice
«¿Que es esto? Parecen chicos. ¿Es de verdad o se hacen? A esta altura no va a faltar alguien que se tape los oídos y cante, para no escuchar.»
Es que las respuestas que he recibido ¿dan lugar a otra cosa? Ya se están tapando oidos y cantando, ¿o no se da cuenta Ud.? Felicita a Ortega por una entrada que no es más que oídos tapados y guitarreo. Claramente «no hay peor sordo que el que no quiere oir».
Juan Manuel dice
Mi desconocido/virtual Sr. Moreno,… nunca permita que le cuenten la mitad de una película, por que no hay mayor mentira que una media verdad. Es cierto como bien señala indice en mano, en su media mitad,… que visto lo visto debo de sufrir de un ataque de «Egotismo», una «Egolatría» parasitaria,además de una «Egoa_diccion» preocupante, es lo que tiene escuchar solo la letra sin música, la poesía sin entonar.
Pero si observa cada partícula «Yo», «Mi», «Me», «Conmigo» , «Ufff»,….por que me matas, contigo por que me muero, observara que conecta con algo superior, algo que suscita una rendición, llamase «Arte sagrado» antiguo y atemporal, llámele sincronicidad y flujo, digámosle arquitectura de ensueño, conciencia onírica, emoción animada, sentimiento profundo, creatividad de las esferas. Por que solo a un suicida del anima se le ocurriría matar al «Ego», cuando trascenderlo es tan simple como conectarse con algo superior. Sin embargo observe en su «Diatriba_Dialéctica» donde su palabra favorita es «Usted» que solo conecta con la consiguiente descalificación, y eso amigo mío…., esconde el dedo «Pulgar» para señalar con el dedo «Índice», algo muy «Ego_sintomático» y que petrifica la mano que intenta mas que mecer la cuna, tocar la flauta.
No le de mas vueltas Sr. Mitad Moreno, el arte de tocar la flauta no se basa simplemente en soplar, hace falta mover todo los dedos.
J M The Comunero.
Juan Pablo dice
Sr. Eskenazi, la verdad que no me interesa que guste usted de modificar frases ajenas para ajustarlas a sus «necesidades» imperiosas de desparramar lascivos comentarios, encontrando hasta el ultimo de estos para ver si se puede decir algo más que genere una reyerta.
Aún así, no me voy a contener de escribir una reflexión; creo profundamente que en algún momento de su vida ha resbalado en el interior de un matraz de Erlenmeyer y no a podido salir nunca más.
El cristal le genera el reflejo y la distorsión propia que no le permite ver la belleza del ejemplo propuesto en esta entrada.
Yo le aseguro que cualquiera me apoyaría; no es peor sordo el que no quiere oír, sino quien propiamente no puede oír.
Aquí Raúl plantea un ejemplo subjetivo, bien claro, pero que permite a cualquier persona (excepto aquellos que estén en la matraz) ver la profundidad y belleza del alma en un ejemplo. Por eso, vuelvo a felicitar a Raúl por esta hermosa entrada. Es problema suyo y no mio que no pueda contemplar por un segundo esta belleza.
Saludos.
PD. Quizá sea necesario aclarar que no espero respuestas.
Christian Bronstein dice
Excelente y magistral comentario, Juan Manuel.
Enrique Eskenazi dice
Gracias por dejar claro cuáles son sus criterios de «excelencia». Ahora comprendo por qué le es imposible acceder al pensamiento de Giegerich, e incluso a la fuerza creativa de las ideas de Jung: con tal paladar tienen que resultarle necesariamente indigestos. Continúe consumiendo literatura tan «excelente y magistral» como la que se encuentra en este blog, y seguramente si se olvida de la obra de Giegerich y de los grandes pensadores podrá disfrutar mucho más y expandirse a sus anchas en el infinito horizonte cósmico-arquetipal de la Atlántida de lo imaginario, sin tener que verse expuesto a las críticas «racionalistas» de un mundo cruel que no puede captar su alma bella.
Christian Bronstein dice
¿Y a usted le parece que el infinito horizonte cósmico-arquetipal de la Atlántida de lo imaginario puede verse perturbado por el mero racionalismo?
¿Puede, de hecho, el mero racionalismo salirse de ese horizonte? Revise a Hillman, por favor.
Y si puede, haga callar un poco a ese ego inflacionado.
«Quien mira hacia fuera sueña.
Quien mira hacia adentro despierta»
C.G.Jung.
Taztel dice
Aparecen en el campo de percepción, fenómenos físicos, psiquicos, energéticos…
Recibimos impresiones a través de los sentidos físicos y sutiles que nos aportan perceptivas paraleras horizontales y verticales.
La realidad puede ser una experiencia vivida en cualquier plano. Las experiencias en el astral, plano onirico… o como quieran llamarle a ese “mundo imaginal” son una realidad para el que las percibe. Que aprende, como las interpreta e integra en su vida, como influencian en su forma de ver al ser humano, al mundo y al universo son trabajo del intelecto que discierne separa y une para ir mas allá de la forma y llegar a la esencia del espíritu que se comunica para guiarnos a cada paso que damos.
Este “Yo soy” esta presente en todos nosotros y entiendo que desde el ego solo se vea al ego. Podríamos eliminar el canal Yo y dejarlo en el verbo impersonal, pero entonces me podría preguntar que sentido tiene la vida sin el alma. La conciencia por un lado separa lo que esta bien y mal, lo que es verdad y es falso… cae en la dualidad, mira hacia un lado y le da la espalda a otro. Por el otro lado la conciencia de esa dualidad crea un tercer punto que se eleva sobre si misma para observar sin ser atrapada por la identificacion.
Pero creo que en este camino es necesaria esa identificacion, quedar atrapado en las ideas, las palabras, las formas para luego darse cuenta de que son los limites en los que uno se sentía seguro y trascenderlos.
Creo que el Sr. Enrique esta rechazando una parte de la realidad tachandola de una ilusión obviando que incluso las paredes, el suelo, el espacio y el tiempo que le rodean también lo son. Y dado que no podemos separar los pies de la tierra mientras el corazón palpite y los pulmones respiren que es el primer escalón de una escalera al cielo, considero que tampoco podemos obviar el resto de escalones progresivos hacia la evolucion aun reconociendo que es posible dar un salto cuántico y acceder a un estado puro sin formas definidas por lo conocido.
La realidad del alma es el Amor.
Un saludo virtual
Christian Bronstein dice
Coincido absolutamente.
Moisés Garrido dice
¡Epicuro, manifiéstate! Hace falta más ataraxia por aquí…
José Antonio dice
“ A través de los Tiempos, separando lo mejor de lo peor, una Era humilla a otra”.
Walt Whitman.
Llegados a este punto de la contienda veo que el campo de batalla se ha traslado dos veces, por lo que esto es una guerra (y es curioso ver que alguno de los presentes no ha querido entrar en uno de esos terrenos de disputa). En un principio quería realizar un ataque masivo aunque selectivo al artículo “El Final del Significado”, pero mi empeño conforme avanzaba en la construcción del mismo, se fue volviendo otro: ver todo lo que está sucediendo así, y respetar finalmente a Giegerich y el lugar al que se ha idor. Esta crítica debería ubicarse en dos campos de batalla más atrás, concretamente cuando el sr. Eskenazi afirmaba que todo lo que dice Giegerich es verdad, o que él no era amigo de Jung , ni de Giegerich, que él era amigo de la verdad, y cuando pasaba ya a amenazar con denunciar al sr. Bronstein por injurias y calumnias. Pero desde entonces la cosa ha avanzado bastante, el campo de batalla es otro, pero la guerra la misma, y es ahora el momento de lanzarlo. No he podido ordenar mis ideas de la forma que me hubiera gustado, y por eso les pido comprensión: ya sólo eschucho mosquetonazos, algún que otro perdigonazo, y temo que esta batalla acabe por aburrimiento. Espero contribuir a que tenga un final si no digno, como fue su inicio, sí meritorio. Repito, y me gustaría que lo tuvieran presente desde el principio, que ya echar abajo el pensamiento de Giegerich no es mi objetivo, se viene abajo por sí sólo, y son demasiadas líneas, y demasiado precioso tiempo el que entiendo que están empleando en torno a su pensamiento. Buscando ese objetivo me topé con otras reflexiones, para mí mucho más valiosas que una mera contienda.
Sería fácil atacar al sr. Eskenazi (al tipo de consciencia de la que es sujeto): tras tantas entradas que ha tenido en este foro, que según palabras del mismo “no tiene importancia”, despachándose a diestro y siniestro cual corsario que tiene patente en este mar para descalificar a cualquiera con su supuesta superioridad intelectual y moral –ha tachado a la generalidad de exhibicionistas, narcisistas, consumidores, hijos del sol, hijas de la Luna, etc…- tipo “Todo lo que dice Giegerich es verdad”, uno puede caer fácilmente tirar del sarcasmo, y decir ver en estas últimas declaraciones del sr. Eskenazi las palabras de un niño agarrado a su oso de peluche. De esa forma se caería en el simplismo y en la batalla falta de nobleza(aunque he mostrado que en alguna anterior trifulca que me sobra sarcasmo y puedo mandar mi nobleza bien lejos). Es por ello que no me dirijo a Don Enrique directamente, sino al pensamiento de Giegerich, y cuando mencione a Eskenazi , lo hago en tercera persona, para que entienda que respeto su posición, el lugar en que Giegerich y él habitan, ya que es un lugar objetivo, con realidad propia, y por tanto respetarlo o no respetarlo es tan absurdo como respetar o no la existencia de mi teclado: existe, y ya está.
En un primer momento tan sólo quería traer a este foro algunos fragmentos de En entorno a Galileo para que tuvieran elementos con lo que comparar y contrastar las visiones de ambos pensadores y así clarificar nuestro pensamiento respecto a la historia del Hombre. Pero conforme realizaba esa labor, no pude dejar de darme cuenta de que ese propósito era escaso, que aparte del mismo era verificar la validez del pensamiento de Ortega con muchas de las situaciones, comentarios, pensamientos, descalificaciones, pendencias que han tenido lugar en este blog con ocasión del artículo “El final del significado”.
Un edificio puede estar hecho con buenos ladrillos, vigas de acero, un excelente mortero. Podemos incluso regodonearnos en el estilo esmerado cornisas, ventanas, dinteles, balconadas. El edificio se construye concienzudamente ladrillo a ladrillo, respetando una estricta planificación. Todo está muy bien, pero si se olvidan los cimientos el edifico se viene abajo. Este pequeño esfuerzo de traerles algunos fragmentos de Ortega y Gasset no tienen intención de demoler al artículo de Giegerich debatido “El final del significado”, sino de mostrar que no se sostiene, que la demolición sucede, por su puesto si ustedes no quieren verlo.Esa es la forma en que se debe entrar en un edificio intelectual, no observándolo, sino entrando en él, sin dar por supuesto que ese edificio se sostiene por su apariencia seria, de edificio alemán, o porque el arquitecto lleva 40 años construyendo bloques de pisos, sino penetrando en él con la posibilidad de que se venga abajo y que nos entierre: el contemplar las cosas así da vivacidad, uno entra en un texto de forma viva, todo él, aunque sea una persona que como yo no se dedica al oficio de pensar. Algún que otro presente confunde seriedad con mortandad, rigor con el rigor mortis, y como no puede ser menos, la vitalidad la confunden con falta de vitalidad y deseos de divertirse.
Giegerich parte de ejemplos de adentridad en el sentido metafísico, de “ciertas visiones geográficas y cosmológicas de la era mitológica”. La tierra era imaginada como un disco circular rodeado por una corriente (el Okeanos Griego, el Nun Egipcio) o una serpiente (La serpiente Germánica de Midgard) . La era mitológica, ejemplos que suponen la “creación de un espacio interior dentro del cual la existencia humana estaba absolutamente encerrada. Sin salida”.
Ya expuse en mi primera entrada que en el Libro de Job se describe a la Tierra como una tabla o llanura suspendida en el Vacío. Vemos ahí un ejemplo constatable de no adentridad en un periodo de tiempo done según Giegerich era de adentridad. Es tan sólo un ejemplo, y estoy seguro de que probalemente haya más, pero aun no habiéndolos no importa: en la ciencia al menos, cuando una teoría elegante, por ejemplo, una ecuación, no es capaz de explicar tan sólo un fenómento, aunque expliqué todo el resto, basta para que la teoría sea deshechada. Desde ya, si son ustedes serios, podemos afirmar que el edificio que construye Giegerich adolece de vicios ruinógenos.
Continuando con otra de sus primeras afirmaciones:“el individuo moderno ya no se comprende primariamente como “hijo de…,ser “yo” significa haberse establecido del todo por uno mismo, como origen de las propias coordenadas”. Ése es el problema: nos alimentamos con ilusiones de mitos modernos “individualidad, libertad, fraternidad”. Eso es hybris, inflación: sentirse libre porque uno se cree libre, porque uno ha nacido en un mundo en el que se presupone que se es libre. Miren en Roma se creó la hipoteca para evitar la esclavitud del ciudadano romano. El ciudadano romano sólo podía ser esclavo en el caso de impago de deudas. Si esto sucedía uno se volvía esclavo de su propia deuda, trabajaba para el acreedor durante el tiempo que fuera necesario hasta saldar la deuda. Era un esclavo. Fíjense en lo que se ha convertido la hipoteca –que destino más invertido ha sufrido-: Hoy saldamos la deuda con un acreedor anónimo, creyendo que somos libres porque no trabajamos directamente para él. Y en caso de que no la saldemos ese señor, un señor o grupo invisible, que está en algún lugar que no conocemos, nos fulmina desde el cielo invisible con un rayo. Puede que para muchos de los presentes este sea un ejemplo exagerado, traído de los pelos, pero para la persona que está en esa situación se encuentra más a merced del rayo de Zeus que incluso un griego. Creerse como dice Giegerich “origen de las propias coordenadas”, condena al hombre al sisifismo: yo soy origen de mis propias coordenadas, yo cargo con el peso de las coordenadas que me encontré, que no es mas que un credo calvinista de salvación en la Tierra, un pensamiento muy USA, donde por cierto la bandera de la MADRE PATRIA cobra tintes sagrados.
Quien está desinflado quiere desinflar a los demás. En la Economía tan mala es la inflación como la deflación: ambas son caras de una misma moneda, y lo difícil -Qué trágico es que esto sea así- es lanzar la moneda al aire y que caiga sobre el propio canto: saltar y caer sobre nuestros propios pies, ni inflados ni desinflados.
Según Giegerich“ El hombre se experimentaba primariamente como un hilo en el tejido de la naturaleza, sin ningún tipo de voluntad arbitraria” “la adentridad fáctica se veía también en la sumisión resignada e incuestionable del pueblo al destino, a la vicisitudes y rigores de la natutaleza, a los caprichos de los gobernantes, a los caminos inescrutables de Dios” Uno ha de preguntarse pero ¿es cierto esto, o mera apariencia? Sigamos con el ejemplo del pobre hombre que fue fulminado por el rayo del gran hombre invisible que vive en ningún lugar. Este hombre se pregunta ¿Pero qué he hecho yo para merecer estas coordenadas de las que soy dueño? Y tras devanarse los sesos un bien intencionado amigo dice: “nada, son los Mercados, es la Crisis”. Ahora somos hilos de un tejido económico, regido por leyes irracionales como las caminos inescrutables de Dios.
Pongo estos ejemplos sueltos teñidos por la inevitable mediocridad de alguien que no se dedica la oficio de pensar para poner de relieve el que como dice Ortega y Gasset todo historiador se acerca a los datos, a los hechos, se dé cuenta o no de ello, una idea más o menos vaga de lo que es la vida humana, o sea cuales son las necesidades, deseos y posibilidades de los hombres: a través de las líneas de Giegerich podemos entrever la idea vaga que late en su pensamiento: El hombre primitivo como niño que crece hasta ser un adulto dueño de sus coordenadas, y el espíritu de la resignación, la sumisión, y el conformismo como atributos del concepto de adulto. Ese hombre primitivo del que parte ayuda a inflar la idea que el hombre moderno tiene de sí mismo, blindando su “ilusión de individualidad”.
Otra de las afirmaciones de Giegerich, es que Jung “No pudo ver que el sujeto” (y el tema) de la psicología no es la persona individual y sus experiencias emocionales internas, sino, “el hombre a gran escala”, la noción de hombre, la conciencia en toda su amplitud; la lógica de nuestro ser-en-el mundo concreto en una situación histórica dada.” Bueno…sin palabras, anonadado. Sólo si hay algún psicólogo terapeuta por aquí le deje bien claro desde el primer día al paciente que no importa su experiencia emocional (depresión, impotencia, alucinaciones, transtornos alimenticios…), que estudia “al hombre a gran escala”, y que él no es más que un fragmento de ese hombre. ¿Hay que argumentar sobre este punto? ¿Hay que profundizar sobre ello?
SÍ.
Ortega y Gasset dice algo parecido pero todo lo contrario, al afirmar que es necesario que la Historia abandone el psicologismo y subjetivismo, y que la pregunta radical del historiador es ver no cómo han variado los seres humanos, sino la “ESTRUCTURA OBJETIVA DE LA VIDA”. Éste es el objeto del historiador no de la psicología (lo cual no quiere decir que como humanistas no nos deba interesar la historia; es fundamental que nos interese, para ubicar nuestros pensamientos y acciones en un todo mayor que nos oriente). Pero Giegerich hace todo lo contrario: hace objeto de la psicología “el hombre a gran escala”, se apropia del objeto de la historia, y cual ladrón que roba obras de arte sin saber nada o muy poco de arte, le sucede como a aquellos atracadores que robaron un Miró y lo abandonaron en un contenedor de basura.
Son afirmaciones fuertes, pero no gratuitas, por ello entremos ya un poco más profundamente en En torno a Galileo, para que vayan viendo en que se apoya esa fuerza, aparte de mi natural vehemencia e imprudencia. Antes de empezar he de repetirles que no me dedico al oficio de pensador por lo que mis apreciaciones están evidentemente teñidas de escaso rigor. Por ello les invito a los presentes a que lean la obra citada, y que ustedes mismos a través del esfuerzo que les permita su interés y disponibilidad de tiempo alcancen una mayor profundidad y comprensión en tales asuntos.
En Entorno a Galileo Ortega y Gasset dirige la mirada a un periodo de la Historia, el que precede a la época Moderna, situada entre 1600 y con su “fin reciente”. Esa época anterior, según Ortega, es de crisis, de puro pálpito, de total desorientación, como el nuestro, y no tan dorado como parece a lo lejos: lo llamamos hoy Renacimiento. Al respecto Ortega dice”También entonces el hombre se vio obligado a salir de un mundo, de un país conocido en que habitaba, el mundo medieval. Y no se trata simplemente de que antes de nuestro presente existiese una vida moderna y antes un Renacimiento y antes una existencia medieval. No se trata de una serie sucesiva, sino que en ella cada estadio brota del anterior. Si hoy nos encontramos con el agrio aspecto de nuestra circunstancia no es por casualidad, sino porque la vida moderna fue como fue, y ésta, a su vez, lleva dentro de sí, como su entraña, el Renacimiento, que fue tal porque la Edad Media vivió como vivió, y así sucesivamente hacia atrás”.
El Renacimiento como época de crisis, no de claridad, sino de pujanza de desorientación. Afirma Ortega que el hombre no renace realmente hasta Descartes: un hombre que no sólo logró la simplicidad sino que se la dio al mundo. Ortega afirma que Descartes es el hombre hechos simplicidad.
La sensación de desorientación según Ortega y Gasset es propia de las épocas de crisis- no sólo la de hoy-.La sensación de estar desorientado hacia sí mismo, descrita magistralmente por Ortega como INICIACIÓN DE PÁNICO “es siempre la sensación vital que se apodera del hombre en las crisis históricas”. En las mismas “este no saber lo que nos pasa es percibido con cariz diferente por los que una parte de nuestra vida en tierra conocida hemos asistido con plena conciencia a nuestro propio destierro de ella, y por los jóvenes que han nacido ya en el territorio desconocido..esta “crisis, se presenta al hombre maduro y al joven, En definitiva, para ambos es el resultado igual: la sensación de hallarse en la línea de divisoria de dos mundos, de dos épocas”. Fíjense en las palabras que utiliza Ortega y Gasset, INICIACIÓN DE PÁNICO, sensación vital que se apodera en las crisis históricas: no como dice Giegerich como iniciación a la adultez, como pérdida que se sufre al salir de la casa de los padres. Giegerich se mueve en la seductora fantasía de un crecimiento, de una maduración. Ortega afirma, porque observa la Historia real, no la que se imagina, que esta iniciación sucede una y otra vez.
Un inciso antes de continuar: me es fastidioso tener que comentar y redundar en lo que los párrafos de Ortega dicen. Pero hay muchas personas que necesitan esta remolienda, tienen horror vacui intelectual, horror a los espacios que hay entre las palabras que hablan por sí sólas: pero estos espacios deberían existir ya que fuerzan a la mente a llenarlos.
Pero continuemos. Giegerich habla sorprendentemente de que el hombre primitivo nace en un mundo de respuestas, o sea el hombre primitivo es poco más que un memo. Ya por lógica, una respuesta es precedida por una pregunta. Ortega y Gasset explica magistralmente en su obra como las respuestas se desgajan de sus preguntas. Al hombre las respuestas que recibe de sus antepasados son válidas para las nuevas generaciones mientras no se convencionalicen hasta ser puro artificio, hasta perder la conexión con las preguntas originales -de ahí que corramos el riesgo simplón de considerar que hay hombres que nacieron un mundo de respuestas. Cantaba Wiltman en un verso “ A través de los Tiempos, separando lo peor de lo mejor, una era humilla a la otra” Giegerich cae en este error , por lo demás tan humano, al imaginar la época de los hombres primitivos como un mundo de respuestas ( En este debate se ha defendido a Giegerich con el argumento de que lleva 40 años impartiendo seminarios, escribiendo y pensando;se le puede perdonar este desliz a cualquier ser humano, al guionista de Tarzán, pero no a quien se dedica al oficio de pensador, pero dado los tiempos de desorientación que corren es muy normal que pensadores así puedan llevarse 40 años dando seminarios y escribiendo). Parece una crítica, pero simplemente lo observo como un fenómeno objetivo de este Tiempo.
Ortega y Gasset en En torno a Galileo muestra magistralmente el proceso de pérdida de significado a través de las generaciones de las respuestas legadas por éstas. Como una respuesta viva para una cuestión vital para el hombre en un mundo dado pierde su significado a través del paso de las generaciones ( o como ustedes quizás prefieren es su lenguaje, se cronifican), se convierten en puro convencionalismo, artificio, un gesto vacío. Si el maestro de ceremonias de la tribu africana, y sus componentes, con la que Jung se topó no entendieran lo que hacían -simplemente lo hacían, porque sí- no tenemos que deducir que nazcan en un mundo de respuestas. Pero además por la naturaleza de la vida misma al hombre se le presentan nuevas preguntas. Es evidente que al hombre se le presenta toda una serie de preguntas nuevas que no se le presentaron los hombres de otros tiempos: hemos de responder a preguntas nuevas: la contaminación, la masificación, los fascismos, la mecanización del Hombre, y a las comunidades indígenas se le presentaran nuevas preguntas con las que no podrán responder con sus rituales, entrarán inexorablemente en crisis, como entraron los hombres precolombinos: nuevas preguntas que no se les había planteado ¿esos seres que vienen por mar? ¿son dioses? Pues congraciémonos con ellos…
Gierich parte de un PUNTO , unos hombres primitivos que no saben porque hacen lo que hacen, desgajándolo de la totalidad que precedió a ese punto, y desde ahí traza una LÍNEA, ya viciada en su inicio. Quien se acerque a la Historia ha de acercarse a las situaciones históricas globalmente, y no puntualmente. ¡pésimo historiador el que no se acerca a sí, el que aisla situaciones históricas reduciéndolas a puntos geométricos!
En definitiva el hombre responde a preguntas que la vida la interpone ineludiblemente (comida, espíritu, saber…) y a ellas responde sinceramente desde sí mismo,desde su fondo radical creando lo que llamamos cultura. Esos soluciones suponen un gran esfuerzo pero entra en juego la inercia vital. Las sucesivas generaciones se sienten cómodas con el legado recibido. Pero al no verse obligados a tener que acudir a su fondo, se van separando de sí mismos con la cultura recibida. Creo –no estoy absolutamente seguro- que el significado etimológico de IDEA, alude a “he visto”. El hombre recibe IDEAS de otros, visiones de otros hombres que no fueron él . Como un joven millonario heredero de una gran fortuna que fue levantada con gran esfuerzo se vuelve un idiota con millones de monedas oxidadas, con ideas que no son suya, va y viene por el mundo con una fortuna que malgasta porque “es suya”. El hombre culto se ha hecho entonces gente, se ha vuelto otro que no es él a través de tópicos y frases, es un hombre colectivo: el hombre al que Giegerich dice , adónde vas , ¿para qué buscas? Ve con nosotros, ve con la gente. Giegerich llama a la colectivización, de regreso al mundo que está por morir. Ve que el hombre actual es un adulto, y es normal que lo vea así: ¿no camina con seguridad, creyéndose dueño de sus coordenadas el joven millonario heredero de ricas fortunas, el que sin embargo será siempre “un niño de papi y mami”, que ha abandonado la casa por sí mismo, pero yéndose en un Rolls- Royce? ¡Qué fácil es creerse de este modo que uno es un individuo!
Siguiendo hablando del “HOMBRE -A -GRAN- ESCALA”… y yéndonos directamente a la traída y llevada Hija de la Luna, aquella mujer con cara de animal enjaulado, si uno es consecuente con el planteamiento de Giegerich debería dejarse a esa mujer con sus ires y venires, despersonalizarla y mirar que es lo que le está sucediendo al hombre a gran escala ¿qué señalan, indican, los Hijos de la Luna? Ya Jung vio su rostro…el rostro de la desesperación, la hermana o prima, de la desorientación. Y es curioso este simil, porque Ortega dice que en cierta ocasión observando a unos monos en las jaulas en el Retiro de Madrid comprendió que el animal era un ser alterado, siempre fuera de sí mismo, en el paisaje, y que el hombre el único ser capaz de ensimismarse, apartarse de la vida, egocentrarse –esa palabra que odian tanto-, y contemplar la vida desde dentro y por tanto desde fuera de ella. ¿Qué vio Jung? El rostro de un ser alterado, desesperado. El rostro de un ser que había escuchado demasiadas voces ajenas que la alteran, que la llevan al alter, a lo que no es ella. Esta mujer vive como un animal enjaulado, en una jaula cultural, una cultura hipertrofiada en sus propios saberes, que no dice nada a esta señora. ¿Nos ha de extrañar que viaje desesperadamente, intentando encontrar una apertura en la jaula en que se encuentra prisionera?
Ortega y Gasset avisa de que estos tiempos son de desorientación, no de desesperación. ¿qué es la desesperación según Ortega? Al respecto el filósofo dice que “no se trata de una fórmula vaga ni designa psicológicamente un sentimiento, sino que ella (la desesperación) con todo rigor UNA FORMA DE VIDA”. El hombre o mujer que viven esa forma de vida “no se le ocurre ningún quehacer que le parezca SATISFACTORIO…seguirá haciendo esto o lo otro, pero lo hará como un autómata, sin solidarizararse con sus actos, que considera NULOS, INVÁLIDOS, SIN SENTIDO”. Remarco estas palabras para que vean que poca inflación hay en esta forma de vida (otra cuestión es que la persona necesita psicológicamente inflarse para soportar este vivir en la nulidad). Ortega y Gasset dirige entonces su mirada al mundo antiguo, a los tiempos de Cicerón, en los que el “COMIENZA LA DESESPERACIÓN DEL HOMBRE ANTIGUO”. Pongo en mayúsculas las últimas palabras para que observen que el hombre que ve Ortega está años luz del hombre que Giegerich imagina encastrado por entonces. En su obra “sobre la naturaleza de los dioses, Cicerón, el Pontífice romano se hace cuestión de SI HAY O NO DIOSES, “y si los hay´qué hacen, cómo se comportan, si se ocupan o no de los hombres”. Cicerón recoge y expone “todas las teoría que el pasado cultural griego y romano-sobre todo griego-ha elucubrado sobre los dioses. Son muchas divergentes y aun contradictorias: Platón y los peripatéticos, estoicos, epicúreios, etc. Sabe todas esas teorías, pero se encuentra con que ninguna de esas teorías es la auténticamente suya; es decir, el Pontífice NO SABE A QUE ATENERESE SOBRE SI HAY O NO DIOSES” ¿Es Cicerón un hombre encastrado? Esta etapa a la que aludes una crisis mucho más salvaje, y radical que la de desorientación del hombre renacentista, según Ortega la crisis más radical que ha sufrido el hombre en la historia conocida, el fin del mundo antiguo,y por entonces irrumpió en el mundo mediterráneo, un mundo en el que hasta entonces el hombre había encontrado SATISFACCIÓN en su valor e ingenio, el griego, o en sus leyes, estado y voluntarismo-el romano-, irrumpe un fenómeno que no es propiamente mediterráneo: el cristianismo, vivir en desesperación. Según Ortega “la satisfacción es siempre satisfacción de sí mismo de los que se es por sí, de lo que se tiene y se goza: ES CONFIANZA EN EL PROPIO SER”. Porque el hombre antiguo perdió ese mundo que le ofrecía esa confianza, penetró en el mundo el cristianismo: un mundo ahogado en su propia cultura, asfixiado, desesperado de la misma era el terreno adecuado para la desesperación como forma de vida:el cristianismo, que es un llamado a la SIMPLIFICACIÓN, que según Ortega es un modo de salvarse de la crisis de la cultura, es decir, en la crisis producida por la misma abundancia: “el hombre perdido en la complicación aspira a salvarse en la sensillez.”
A lo que quiero llegar ¿es este tiempo de desorientación similar al Renacimiento, como decía Ortega? ¿O más bien la desorientación era una fase que antecede a una crisis tan inmensa como la que sufrió el hombre antiguo en el siglo I, un periodo de desesperación?
Vuelvo a la simplicidad; éste periodo que vivimos es:
1. ¿Un periodo de desorientación similar al del Renacimiento?
2. ¿Un periodo de desesperación similar al que padeció nuestro mundo en el siglo I ?
Como vemos no se trata de respuestas, son preguntas. Si nos preguntamos de esta forma, de una forma vital, con todo nuestro ser… obtendremos respuestas reales.Pero es arduo.
Pero observen como Mare Nostrum ha sido invadido por las más dispares religiones orientales; el Hombre oriental parte, dice Ortega, de la desesperación, esa es su forma de vida; él mismo no se entiende sin su relación con lo sobrenatural: de ahí tanta vía simplificadora en la tradición oriental: el yogui se va a la selva, el zenista al monasterio, y el taoista a la montaña, así como el cristiano se iba al desierto. Ortega afirma que el cristianismo pudo prosperar en el Mediterráneo, que ya no ofrecía satisfacción al hombre, porque coincidieron el griego, el romano y el judío(y quizás por ello pudo aquí precisamente surgir la Iglesia; organización romana, logos griego, y alianza con Dios judía; no en vano no ha habido nada similar en Oriente). ¿No sucede algo similar hoy en día en nuestro mundo globalizado?. Nuestro mundo occidental desesperado de su cultura, intenta mamar de las tradiciones del Hombre oriental, el hombre que parte de la desesperación como forma de vida, y que encuentra en la simplificación su trascendecia. Permítanme que les ponga un ejemplo de simplificación oriental: un maestro, Tozan, estaba pesando lino; un discípulo se le acercó y le preguntó maestro ¿qué es Buda? Y Tozan le respondió , cinco libras de lino.
Eso es simplificación . A una pregunta como qué es Buda (qué es la Existencia, la vida, Dios): el Maestro le responde: muchacho, cinco libras de lino, no te voy a citar 10.000 maestros, ya has traído demasiado de afuera, vienes totalmente ALTERADO, has escuchado miles de respuestas ensordecedoras, eres gentío, multitud, yo no voy a ALTERARTE con mi respuesta.
¿Y qué ha hecho el maestro con su respuesta? ENSIMISMAR al discípulo.
Las religiones orientales llaman a las personas que desesperan de este mundo en crisis ¿Pero ayudan realmente? No me refiero a esos caminos contrastados por la Tradición, sino la presencia masiva en librerías, seminarios, Internet, propiciada no sólo por la globalizaciçon, sino por el vacío de un hombre occidental desesperado. ¿No hacen todo más complejo, abigarrado, añadiéndose a nuestra hipertrofiada cultura para hipertrofiarla aun más, y acelerar así su crisis?
Sí se trata de un periodo de desesperación entonces el desesperado tiene total legitimación como forma de vida (recuerden que Ortega decía que la desesperación era una forma de vida de vida) Entonces ¿Qué puede hacer la hija de la luna?:
1. Su desesperación es intelectual: entonces yo le aconsejaría que tratara de todos los modos de huir de ahí. Sí ,de un modo muy poco heróico. Decía Von Franz que ante tales enigmas tipo Esfinge ¿tiene la vida sentido? Uno debía pasar de largo; mire señora Esfinge, si trato de responder a esa pregunta me quedaré paralizado, por muy seductora que sea usted y su pregunta, y por muy héroe que podría yo sentirme resolviendo tamaño enigma yo continúo mi camino.
2. Su desesperación es emocional: el Hijo de la Luna no puede vivir consigo mismo, ha pulido su neurosis hasta darle un idealizado aspecto. Esta persona está tan neurótica que no basta con decirle como hace Giegerich “vuelva usted al mundo, haga alto productivo” Perdonen… así es la psicología del bien intencionado amiguete que ante alguna cuita que le estemos contando en la barra de un bar nos cita el decálogo panaceático del último bestseller de autoyuda que ha leído. Giegerich es mal historiador y hemos de preguntarnos seriamente si a pesar de ser un hombre serio es no ya un psicólogo serio, sino un psicólogo(yo tengo mi respuesta: un bombero que no apaga fuegos ¿es un aguador?)
En este caso el desesperado o desorientado debe ir a terapia (y quizás el amigo bienintencionado también,)
3. Su desesperación es una FORMA DE VIDA. Entonces la persona desesperada debería salvarse de ésta abrazando la simplificación como forma de vida, pero la simplificación entendida como un despojarse de toda cultura para abrazar su autenticidad. Pero esto muy arduo, y yo recomendaría a esta persona que se simplificara a sí misma a partir de una terapia, tan sólo porque si quiere lograr la autenticidad, ha de empezar por sí mismo, ha de cuestionarse ya si su desesperación es emocional o es una forma de vida. Pero además para comenzar un viaje tan largo es necesario tener una buena salud, para escalar montañas hay que tener una salud de hierro. La persona desesperada para salvarse de su desesperación tendrá que entrarse a un proceso de simplificación sin retorno. ¿Pero no hace esto Giegerich? Llama a la simplificación, pero estén atentos, porque podría decirse: ahí tenemos a un hombre de nuestro tiempo, al igual que sucedió en otros tiempos llama a la simplificación; pero lo fundamental es entender que encubiertamente llama a un mundo que ha dejado de satisfacer, un mundo que satisfizo a otros, al hombre moderno, y no puede satisfacer al hombre que a gran escala que está: por tanto su simplificación es una SIMPLIFICACIÓN INVERTIDA, un intento de parar el proceso histórico que deviene y al que él afirma entregarse cual alquimista, y llama al hombre a la colectivización. Jung es otro simplificador: “encuentre su mito personal” decía. Es simple, pero ¡tan arduo!: implica trabajo, máxima entrega, implica futuro, implica el reconocer que no estoy en mí, en mi mito, que no estoy en mí sino lejos de mí, implica soledad, implica desnudarse, despojarse de toda cultura recibida, dejar el mundo que está bajo nuestros pies y sentirnos absolutamente náufragos. Giegerich dice “¿Pero adónde vas? Regresa con nosotros”, Jung dice “ve, olvídanos encuentra lo que es auténticamente tuyo y de nadie más, los mitos sirvieron a otros hombres, encuentra el tuyo; no me lo pidas, no te voy a alterar, aunque quisiera dartelo, por la naturaleza de las cosas, de la vida, no puedo dartelo, porque es tuyo,”. Pero esto es durísimo, como dice Ortega esto sólo puede iniciarse desde el fondo SINCERÍSIMO Y DESNUDO DEL PROPIO YO PERSONAL. Este hombre se encuentra en la misma situación con que se encontró el primer iniciador de la cultura, sin un céntimo en el bolsillo, y ahogado por su entorno cultural hipertrofiado que se interpone entre su yo alterado, atropellado y su autenticidad. Debe pues quedarse sin su fortuna, como un vagabundo, y trabajar desde cero.
Vean pues la fórmula magistral de Jung, y con la que Giegerich se enreda de una forma tan incomprensible, y se pone a criticarlo. Señores, yo no soy Junguiano…pero esa fórmula es magistral, quizás no la mía, pero magistral: encuentre su mito personal. Y el “discípulo” Giegerich se ensarza con ella, y muchos junguianos tan panchos. Delirante. Pero es normal que el discípulo quiera suplantar al maestro( eso siempre ha sucedido); pero este discípulo queriéndose montar en los hombros de su maestro, y no llegándole ni a las suelas de sus zapatos, hace una montada invertida: las plantas de sus pies se pegan a las del viejo, camina pues bocaabajo, pegado a las plantas de Jung, y lo ve todo al revés, como un colgado.
Por supuesto que las tres formas descritas pueden darse solapadas, una persona emocionalmente enferma puede hacerse la pregunta intelectual de si tiene sentido la vida, y quedar a los pies de la esfinge, una persona con una forma de vida desesperada puede hacerse tal pregunta y quedar paralizada antes de iniciar su simplificación
El que la cultura se ha falseado-el hacer cultura- convirtiéndose en pseudocultura, la desesperación de una cultura, la sobreabundancia de la cultura !aquí hay algún Cicerón !, todo parece indicar que nuestro tiempo no es tan sólo de un periodo de desorientación, sino de desesperación. Ortega avisaba que él no consideraba estos Tiempos de desesperación, pero ya Ortega pasó. ¿Podemos apoyarnos en su maestría y ver si erró su diagnóstico?
¿ Y si se trata de un periodo de desesperación, no son las estructuras vitales de estos Hijos de la Luna “síntomas” de la misma, similar a aquellos primeros cristianos, que fueron los últimos, que vivían en la desesperación? Estos lunáticos son tachados de neuróticos: aquí se ha recurrido en exceso al artificio retórico “atacas al mensajero y no al mensaje”. Señores, ¿acaso tachando a estos hijos de la luna de neuróticos, diciendo que necesitan darse aires, o llevar una corona y un traje místico, no se los está atacando? Porque pueden que sean mensajeros de la peor de las diosas: la desesperación. Quien siente su vida como nulidad no se da aires, perdonen, no sufre hybris, y si lleva una corona no es precisamente de laureles.
Ortega analiza uno de los fenómenos más curiosos que sucede en la simplificación, ésta se convierte en EXALTACIÓN “el hombres se agarrará a una de estas cuestiones periféricas, a este rincón de la realidad y decidirá hacer de ello y sólo de ello su vida toda. Declarará que sólo es importante, que todo lo demás es despreciable. Es decir, que el hombre se va del centro de la vida a alguno de sus extremos negando el resto. Al impulso de integración que es la cultura sucede un impulso de exclusión”. Y lo que dice Ortega y Gasset a continuación es muy revelador: afirma que el extremismo es consecuencia inevitable de la desesperación. (Cada cual que medite sobre estas palabras, yo no trato de imponerles mis ideas: si lo hiciera muy probablemente lo haría por desesperación, y así dejarlas atrás). Y conste que el nombre elegido por Ortega aun siendo totalmente acertado, puede llevar a confundir exaltación con las formas, los modos, con la síntaxis y el léxico del sujeto. Se puede ser exaltado siendo moderado, intelectual, empleando un lenguaje denso y también, excluyendo a otras respuestas con un sólido pensamiento, o búsquedas de las mismas como neuróticas, o como síntomas de una consciencia .
Continúa Ortega :“La desesperación en que la crisis consiste, lleva en una primera etapa a la exasperación, y la historia se llena de fenómenos exagerados, extremos con el que el hombre procura embotarse, alcoholizarse” -uno puede embotarse y alcoholizarse de muchas maneras y con muchas cosas: libros, cultura, actividad… ¿No les han parecido exageradas las declaraciones del señor Eskenazi? ¿No les parece sospechoso que acuda una y otra vez a este foro qu según sus palabras no tiene importancia? Cuando ha abandonado su lenguaje intrincado, fiel al estilo giegeriachano y ha empezado a hablar claro “todo lo que dice Giegerich es verdad”, “yo soy amigo de la verdad”, se enfrenta usted a una denuncia por infamia”, vemos ahí el léxico y la sintaxis de una consciencia religiosa, dogmática, de la mojigatería beata más recalcitrante. Y deseo de todo corazón que el sr. Eskenazi no se tome estas apreciaciones de un modo personal, estoy hablando de su consciencia. Yo soy tambien amigo de la verdad, y entonces ambos somos amigos el uno del otro -no puede ser de otra manera— En estas épocas de desesperación se dan tipos de seres humanos: el acumulador de conocimientos (Eskenazi), y el HISTRIÓN- ¿yo mismo?-, y ambos van cogidos de la mano: los une un tiempo, una brecha entre dos mundos.
En un agrio debate entre Raul y Eskenazi, el culpable del grosor de las insensateces que se vierten aquí tuvo la insensatez de narrar parte de su biografía, y de una experiencia de una amiga que en un viaje a Barcelona no dejó escapar la oportunidad de ir a a un seminario de Eskenazi, y precisamente fue sobre Giegerich. La mujer, creo que es Nora, según pude colegir de algún comentario sarcástico tipo “recuerdos para Nora, je, je, je”, dijo que al escuchar hablando al señor Enrique sobre la Hija de la Luna, cerró la libreta al pensar “yo soy esa Hija de la Luna”. Cuando Raul trajo masa y color al asunto trayendo esta anécdota a la pendencia que estaba teniendo a dos o tres bandas, yo, que no siendo buen intelectual sí me considero buen peleador, vi inmediatamente un claro flanco al descubierto. Y efectivamente el debate se enardeció y se dejaron caer insultos. Recuerdo que Raul habló de que esta compañera era artista: como movimiento fue una insensatez, pero a los efectos del experimento que ha sucedido en este foro es magnífico: acompáñenme Ortega dice que la vida como crisis es estar el hombre en concepción negativa, y añade que esa situación es terrible, ya que esta convicción, el no sentirse cierto sobre nada es pura inestabilidad, desorientación, será la vita minima, no se puede dar un paso al frente con decisión, y todo toma un sabor amargo.
Pero Ortega añade “Pero la existencia humana tiene horror al vacío”. Fíjense, la existencia humana, no la mía, no la suya o la del vecino, y continúa diciendo que en torno a ese estado negativo “fermentan gérmenes oscuros de nuevas tendencias positivas.. Es más: para que el hombre deje de creer en unas cosas es preciso que fermine ya en él LA FE CONFUSA EN OTRAS”: confusa, sí, confusa ¿por qué huyen del la confusión? Esa mujer estaba tan confusa que perdió un tiempo precioso en Barcelona por un seminario sobre Giegerich. Continua Ortega “Esta nueva fe, aún imprecisa como LUZ DE MADRUGADA”- luz de la luna que se va-,” irrumpe de cuando en cuando en la superficie negativa que es la vida del hombre en crisis y le proporciona súbitas alegrías y entusiamos inestables que, por contraste con su tono habitual, toman el aspecto de ataques orgiásticos” Esos nuevos entusiasmos comienzan pronto a estabilizarse en alguna dimensión de la vida, mientras las demás continúan en la sombra de la amargura y la resignación. Es curioso observar que, case siempre, la dimensión de la vida en que comienza a estabilizarse la nueva fe es precisamente el ARTE. ASÍ ACONTECIÓ EN EL RENACIMIENTO”
No sabemos lo que nos pasa y eso es lo que nos pasa. Ahí en esa anécdota encontramos a una mujer que si sabe lo que le pasa: se dabe desencajada, d´payssé, desorientada, pero ya empieza a encajarse, a no dejarse alterar por aquel pensamiento que no es suyo, a ser leal a sí misma, y actuar con decisión ¡ ¡cerró su libreta!!
Miren. Vivir en la concepción negativa es lo que hizo Sócrates. Y cuando lo vieron alterando (ensimismando) a los jóvenes, le dieron a beber la cicuta. Que bonito queda repetir “yo sólo sé que no sé nada”, y despreciar a quienes viven esa experiencia. Por supuesto no se les da cicuta, ya somos demasiado civilizados.
Después de la crisis salvaje vino la Edad Media. De aquí me gustaría destacar un pasaje que puede que les interese
Ortega y Gasset afirma que las cruzadas se trajeron la rebaba del pensamiento griego al mundo cristiano (oriental): por ello fue una gran tragedia que el pensamiento cristiano no pudiera desarrollar un pensamiento cristiano maduro, porque la intuición teleológica cristiana se vio traspuesta por el logos griego. ¿Está sucediendo lo mismo en el Junguianismo hoy?
Hagánse la pregunta sinceramente, lealmente: no le den importancia a si no transmito bien las ideas, yo no me dedico al oficio de pensar, y es muy dificultoso transmitir estas cuestiones. ¿Les está sucediendo igual que el pensamiento cristiano, la misma tragedia, y por tanto no podrán madurar como escuela, como forma de vida y alcanzar una plena madurez como pensamiento y forma de vida simplemente porque se están dejando fagocitar por el logos de Giegerich? Es más… ¿Jung estaba haciendo lo imposible intentando imbricar en un esfuerzo titánico la intuición telelógica cristiana con el logos griego y por eso desde sus comienzos su pensamiento está abocado trágicamente a desaparecer, como sucediera ya al pensamiento cristiano, y entonces Giegerich nada más que una consecuencia lógica e ineludible de ese de este intento descomunal de Jung? Jung nació en el mundo del racionalismo y cientifismo puro y duro: los hombres de entonces tenían fe absoluta en la Ciencia… ¿Necesitó el teleleogismo junguiano apoyarse en el logos griego, porque después de todo éste era el suelo en que pisaba Jung, y sin él se habría sentido en el vacío más absoluto?
No arrojen sus piedras señores…Guárdense sus cuatro funciones de momento. Sé que de todo lo dicho por mi hasta ahora es lo más vulnerable, y quizás muchos ya hayan dejado de leer; pero no
olviden mi cartesianismo y un cartesiano se hace cuestión de todo, hasta de su padre, cuanto no más del padre ajeno. Cuando Jung dijo que no deseaba una escuela ¿No era el hombre oriental el que hablaba? Ese fenómeno tan feo que es la Iglesia fue posible porque coincidieron tres hombres: el judío con su Alianza con Dios, el griego con su diplomacia, inventiva e ingenio, y el romano con su sentido de Estado y su voluntarismo. Freud no tuvo problema alguno en construir una iglesia en torno suyo; admiraba Roma –aunque no pudiera ir por su miedo a viajar-, era griego y judío: la Iglesia en él era inevitable. Jung –el gran viajero- no deseaba una Iglesia en torno a él ¿Por qué? No entren en psicologías personales de ambos individuos. Piénsenlo históricamente.
Y miren también el hecho de que en algún otro artículo Giegerich decía ¡que los cruzados y los inquisidores eran los antecesores de los psicólogos! Es absolutamente lógico que piense así: él no ha dejado atrás a su inquisidor y a su cruzado. Ya vemos Iglesias (Centros) que predican el mensaje del mismo.
Quiero hacer una pequeña reflexión a propósito de mi lenguaje…mi habla ha dado mucho que hablar. El sr. Vila afirmaba por un lado que no tenía logos, que todo en mi lenguaje era confusión
Luego acude Eskenazi y dice que por la sintaxis y el léxico de mi lenguaje el mismo es propio de un cartesiano que repudiaba de su cartesianismo, lo cual me alababa enormemente, ya que Ortega decía en En Entorno a Galileo que Descartes era la simplificación hecha hombre: y yo me decía“éste hombre (Eskenaxi) es un lince”a : o sea, conservo la simplidad cartesiana, es un honor. Pero luego viene Raul y se refiere a mi lenguaje defendiéndolo como un lenguaje encriptado, neptuniano para el que hacía falta tener una piedra roseta –y eso me alaba ya al tope, y me hace tomar consciencia de algo en lo que no había caído- Y luego en mi respuesta al señor Vila, el señor José María Moreno tacha a mi lenguaje de infumable, de vómitos de frase cuasi inconexas, de trucos retóricos que enunciaban mil ideas sin pararme en ninguna de ellas; y decía que se rendía ante Heidegger o Lacan, pero no tenía estómago para lo mío; y entonces me sentí más alabado aún: cuando respondí a Vila no tenía intención de escribir un ensayo, ni dar una conferencia, lo que había entre el señor Vila y yo era un combate cuerpo a cuerpo, no la exposición de un pensamiento; si han visto un combate de boxeo o cualquier deporte de contacto, los que no tienen estómago no verán nada, dos brutos pegándose sin ton ni son, ; pero los digo una cosa por experiencia, cada jab, crochet, directo, esquiva es entrenado una y otra vez con todo el rigor del mundo día tras día, porque un centímetro de más o de menos supone que tu cabeza estalle, y la del otro quede intacta. En el cuadrilátero todo parece al no versado en estas lides golpes inconexos ¡y por supuesto en la lucha hay TRUCOS, engaños, fintas, incitaciones. Y por supuesto no te puedes parar sobre ningún golpe (idea) porque si te paras te golpean, y por supuesto golpeas en combinación, en andanada. Sé que este ejemplo que traigo me desacredita ante ustedes, me da apariencia de ser menos serio… Pero lo hago con el propósito de mostrarles las diferencias entre un combate y una conferencia. Y luego entra el navegante Juan Manuel y dice que de adónde había salido éste (yo) con mi lenguaje Barrio Sésamo…otra vez mi lenguaje…!Pero qué manía!
Y yo más feliz aun, me digo, otro que no sabe de lucha, que espera una conferencia ¡PERO HA DADO EN EL CLABO SIN SABERLO!: en el arte del combate el mayor logro es la economía de movimiento, lo que puedas hacer en 6 movimientos hazlo en 3, y si puedes en dos, y si puedas en 1. Como decía un gran peleador, la perfección conduce a la simplicidad; sé que de nuevo pierdo credibilidad con este ejemplo, pero esta economía se da en todas las artes; si para pintar tienes que dar 10 pinceladas, cuando llegues a 5 mejor, o como decía Picasso, “tantos años pintando para acabar pintando como un niño”, o sea, estilo Barrio sésamo. Todo depende de quien mire: para mirar hay que mirar desde donde se está mirando.
En definitiva ¡claridad cartesiana para unos, simplicidad barrio sésamo ! ¡Caos infumable para otros!: Lean, insisto, En torno a Galileo, léanlo, háganlo suyo: En el mismo Ortega y Gasset dice “¿Han reparado ustedes en la pardójica condición de los jeroglíficos? Esto nos presentan OSTENTOSAMENTE sus CLARÍSIMOS perfiles, pero ese su claro aspecto está ahí precisamente para plantearno un enigma, para producir CONFUSIÓN- La figura jeroglífica nos dice: ¿Me ves bien? Bien, pues eso que ves en de mí no es mi verdadero ser. Yo esto aquí para advertirte que uo no soy mi efectiva realidad. Mi realidad, mi sentido, está detrás de mí, oculto por mí. Para llegar a él tienes que no fiarte de mí, que no tomarme a mí como la realidad misma, sino, al contrario, tienes que interpretarme y esto supone que has de buscar COMO VERDADERO SENTIDO DE ESTE JEROGFÍFICO OTRA COSA MUY DISTINTA DEL ASPECTO QUR OFRECEN SUS FIGURAS”
Sí, MI; MI; MI,MI y mil veces MI.
Me han tachado de consumista, de chapapote, azufre pegajo, cartesiano que repudia de su cartesianismo, egocéntrico…
¡QUÉ MAL SE LES DA LOS JEROGLÍFICOS, LO QUE ES CLARO Y CONFUSO A LA VEZ!
Pero adonde quiero llegar es a lo siguiente:
Lo que más me llama la atención es el hecho de que todos excepto Raul y el Señor Vila no se dirigen directamente a mí en sus apreciaciones sobre mi lenguaje: Moreno y Juan Manuel se dirigían a Raul, el señor Eskenazi al señor Vila…¿Es que temían un combate, una andanada de vómitos cuasiinconexos? No…eso sería realmente simplón, yo no considero cobarde a ninguno de los presentes: eso se llamama EXCLUSIÓN , la psicología del particularismo. Eskenazi dijo “no trae cuenta”: o sea no se preocupe amigo José, no lo tenga en cuenta ¡EXCLÚYALO!. Juan Manuel se quejó indignado gritando ¡pero de dónde ha salido éste!, o sea que hace este tipo en este lugar que no es nuestro ¡HAY QUE EXCLUIRLO! Muchos de los presentes sufren la LA PSICOLOGÍA DEL PARTICULARISMO (consúltese al respecto “España invertebrada” de Ortega y Gasse)t: un estado según el cual creemos que no tenemos que contar con los demás, muchas veces porque nos sentimos demasiado por encima de otro, porque nos tenemos en tan alto valor que excluimos al otro inferior (consumista, egocéntrico, etc). De ese modo uno crea y es culpable de su encapsulamiento, excluyendo a los demás como consumistas, etc, y se crea uno una mónada que no tiene nada que ofrecerle al mundo porque ha excluido al mundo, dejando de participar en él y en su devenir.
No se preocupen de mi lenguaje (no puedo ocuparme más de él, no estoy dedicado al oficio de escritor ni al de pensador), reflexionen sobre el -yo ya lo hago- el lenguaje de Giegerich, y el de muchos de ustedes, escondiéndose tras el abigarramiento, llenando todos los huecos y no dejando ningún espacio que invite a la inteligencia,, ese lenguaje tan intrincado, de Giegerich, ese lenguaje tan sobrecargado de clasificaciones, argumentaciones,: Al respecto Ortega y Gasset dice en En torno a Galileo que el saber (en el siglo XIV) se daba de una forma tan intrincada, tan sobrecargada de distinciones, clasificaciones, argumentaciones, que no había manera de descubrir en selva tan tupida el repertorio de ideas claras y simples que orientaran al hombre en su existencia. Ortega y Gasset se extraña de que no se haya subrayado debidamente la complicación de la cultura como una de las causas de la crisis que sufrió la última extrema Edad Media”
¿Cuando entré en este foro me decía ¿pero por qué hacen todo tan complicado, tan difícil de entender? Estas formas socaban la inteligencia, no dejan espacios a la misma, para que ella actúe.
Cuando Lacan apareció Freud estaba ya de vuelta… El lenguaje de Giegerich, en caso de imponerse, ¿ indica lo mismo sobre Jung, esto es hablando con sencillez y encriptadamente… ¿Buscando concienzudamente ese abigarramiento, esa cota de malla conceptual tras la que parapetarse del otro, que no deja a quien los lee aire para respirar, que hace que el pensar del lector se ahogue ¿No están propiciando su desaparición en su particular extrema Edad Media?
Fíjense en las contradicciones: hablar claro es ya consecuencia de la simplificación, si predican esta comiencen por su lenguaje, y luego atrevánse con otras cuestiones que impliquen un mayor compromiso personal.
Giegerich habla del devenir histórico como proceso que ha de ser aceptado. Pero hay es donde cae su argumento con respecto a Ortega y Gasset:para éste no es un proceso de culminación, la época actual es de desorientación, de respuestas que ya no satisfacen a nadie y preguntas que han de ser respondidas, uno puede refugiarse de ello -y como opción vital es muy respetable-, pero repito, la crisis actual no es la culminación de un proceso histórico, es parte consustacial al devenir histórico: ha habido otros periodos de desorientación Ortega y Gasset dirige su mirada al pasado para ver otros periodos de crisis y entenderse mejor en éste: buscar respuestas a preguntas nuevas, soltar las respuestas viejas que ya no sirven para responder a estas preguntas nuevas es la propio de una actitud adulta: dejarse humillar por el proceso del alma en la situación en que se está siendo . dejarse humillar, otra vez lo mismo: sé un buen cristiano ante Dios (y yo te digo lo que Dios te dice, sé un adulto, humíllate, ante la Historia (y yo te diré lo que te dice lo que es la historia). Pero les digo que sólo un hombre que se tiene en pie puede humillarse: el hombre humillado, que no se sostiene sobre sus propios pies está deseando humillarse, y por eso su humillación no vale nada.
No es de extrañar que se forme una Iglesia en torno a Giegerich ¡habla en latín! Y luego están sus predicadores dando seminarios sobre lo que dice tal señor, y repitiendo al que pobre que no lo entiende que es su culpa ¡de nuevo la culpa!
El llamado a la simplificación de Giegerich es un llamado a la masificación: un psicólogo para comunidades Amish.
En muchos de ustedes, no en mí -sálveme dios-, EL VIAJE HA MUERTO.
Táchenme de egocéntrico, me es igual !No me importa mientras lo haga un muerto!
En otro ensayo ”a Deshumanización del Arte” Ortega dice “La emoción radical del hombre primitivo es el espanto, el miedo a la realidad. Camina agarrándose a las paredes del universo; es decir, conducido por sus instintos. …!Qué diferente de Giegerich! “Creación artística significaba, para este hombre primitivo, según Ortega, evitar la vida y sus caprichos, fijar intuitivamente, tras la mudanza de las cosas presentes, un más allá firme en el cambio y la caprichosidad son superados. De aquí el estilo geométrico. Todo su afán consistía en arrancar los objetos de la conexión natural en que viven, de la infinita variabilidad caótica, elevándolo a una regulación inorgánica superior, haciéndo en esa elevación ABSOLUTO Y NECESARIO
Por ello el hombre primitivo técnicamente negaba la masa,el color, del claroscuro, e inventaba algo que no hay en la realidad, que en su rigidez y precisión repele lo vital: LA LÍNEA.
¿dónde quiero llegar? perdón¿dónde quiere llegar mi consciencia?
Giegerich, aquel que proclama que el hombre ha dejado atrás sus instintos (y lo dice y ahí queda eso), trazando una línea imaginaria entre un punto que imagina, el mundo del hombre primitivo, un mundo de respuestas, trasladando esa línea hasta un presente “adulto”, olvidando toda la masa y el color que ha habido entre ambos mundos históricos (rupturas, avances y retrocesos) separando lo mejor y lo peor de una era, y por tanto humillándola, pidiéndo al hombre de esta época que sea adulto, que se humille, porque es un proceso ABSOLUTO, NECESARIO, huyendo de lo personal, del claroscuro, del caos y la carne, e inventando algo que en su precisión y rigidez y precisión repeliendo lo vital: LA LÍNEA. ¿Desde dónde está pensando lo que está pensando Giegerich?
Desde el horror vacui. Desde el hombre primitivo del que pretende huir.
.
. Giegerich en su artículo exclama ante el arte moderno !ARTE!
Ese arte que huye de lo humano, que como dice Ortega se asquea de lo humano y que paradójicamente, es similar en las formas al arte primitivo.
Ante lo vertido por muchos de ustedes, su visión de la PSICOLOGÍA, yo, exclamo perplejo
!PSICOLOGÍA!
Pero es normal que en estos tiempos también se huya a los espacios de pensamiento puro
A quienes huyan allí les dedico este fragmento de la maravillosa novela titulada “El palacio de la Luna”, de Paul Auster. Se trata de un diálogo entre un anciano que va a morir, y un muchacho, Fogg: los dos están “chiflados”:
El viejo le dice al joven:
-Eres un soñador, muchacho. Tienes la cabeza en la luna y me parece a mí que nunca vas a tenerla en otro sitio. No eres ambicioso, el dinero te importa un pepino, y eres demasiado filósofo para tener ningún talento artístico. ¿Qué voy a hacer contigo? Necesitas a alguien que se asegure de que tengas comida en el estómago y un poco de dinero en el bolsillo. Una vez yo me vaya, estarás donde estabas al principio.
El joven le miente diciendo que ha obtenido una beca de biblioteconomía por dos años, a lo que el viejo dice
• Me cuesta imaginarte como bibliotecario, Fogg.
A lo cual el joven le responde:
• Reconozco que se hace raro, pero creo que puede ser adecuado para mí. Después de todo las bibliotecas no están en el mundo. Son sitios aparte, santuarios del pensamiento puro. De ese modo, podré seguir viviendo en la luna el resto de mi vida.
Quédense en sus santuarios, siendo amigos de la verdad. Puede que las Hijas de la Luna caminen tras ella, el desorientado anda pegándose bofetadas, y también haya individuos caminando SIN TON NI SON, después ese es el caminar de un histrión; llamen a esto retórica, es eso, y también OSTENTACIÓN. Nosotros nos quedamos en la Tierra, bregando con la vida, con la carne. Pero ustedes están en la Luna, y no en la metafórica, sino en el lugar objetivo que habitan, flotando enfundados en su traje de astronauta dando torpes saltos sobre un satélite árido y lleno de agujeros. Son presos de la peor de las metáforas.
Ese es su lugar objetivo.
Postdata. En torno a Galileo, comienza así. En junio de 1633, Galileo Galilei, de setenta años, fue obligado a arrodillarse delante del Tribunal inquisitorial, en Roma, y a abjurar de la teoría copernicana, concepción que hizo posible la física moderna.
Se van a cumplir, pues, los trescientos años de aquella deplorable escena originada, a decir verdad, más que en reservas dogmáticas de la Iglesia, en menudas intrigas de grupos particulares.”
!Qué deplorable escena he contemplado! Esta consciencia cartesiana que repudia su cartesianismo os denuncia. . Unos cuantos de fariseos ss montáis en los hombros del viejo para que doble las rodillas…y cuando este cae (entre otras cosas porque no está aquí), mientras pisoteáis su maltrecho cuerpo entonáis !Desde Jung, contra Jung, más allá de Jung!
REPOSDATA: En todo momento desde que inicié la travesía por este foro me preguntaba que qué hacía yo aquí: un no junguano defendiendo a Jung frente a unos Junguianos atacando a Jung, desde Jung y más allá de él.
Al principio caí en la visión subjetivista, o psicologista: trataba de explicarlo por mi condición de puer. Pero no era el camino. No traten ustedes de resolverlo así, afirmando que soy un consumista, un exhibicionista, o una consciencia que repudia de mi cartesianismo, y luego acudan al artifico retórico de que no me lo tome como algo personal, porque esos ataques aluden a mi consciencia. Con ese regate simplón salvan así su beatería cristiana-amish. ¡sean viriles, y asuman sus golpes! ¡Yo no he alcanzado el nirvana, si golpean mi cara no puedo aun separarme de ella!
Pero volviendo a el enigma: tenemos ante nosotros algo confuso y claro a la vez: UN JEROGLÍFICO.
Hay que resolverlo históricamente…Hubo una época de gran desorientación similar a ésta: el siglo I. En ella se encontraron dos tipos absolutamente opuestos: el samaritano y el fariseo. ¿Es de extrañar que algún fariseo que golpeaba a un viejo se encontrara con un buen samaritano?
¿Lo han visto?
Un cordial saludo de un buen samaritano, un histrión.
Christian Bronstein dice
«La estupidez del mundo nunca pudo y nunca podrá
arrebatar la sensualidad…»
http://www.youtube.com/watch?v=AkVba4dcHpY
Juan Manuel dice
Eco…Christian,…Eco que mirar hacia adentro es despertar, a eso le llamo «Rendición» sin timón ni timonel, por que hace falta rendirse para darse cuenta que afuera no hay mas que un sueño de salvación. No se,..igual un Jung_i_ano le llama «Inversión de la libido», en fin sea lo que sea en términos Analíticos esta claro que ni los brindis al «Sol» aunque se vistan de seda revolution, y de esto ya hablaron los «Beatles», o en su versión negativa dar «Patadas al aire» del Pinché Tirano de turno con su verbo avasallador, queriendo convencer por no admitir su personal derrota que solo lo ha llevado al agrio desafió, encontraran consuelo. Y los años pasan deprisa…deprisa ha estos peces de ciudad….que mordieron el anzuelo, buceando al ras del suelo, que no merecen nadar……
http://www.youtube.com/watch?v=icxWxBYUnqU&feature=related
J M The bucanero
Annabella dice
Después de dos años publicado encuentro esta maravilla. Ha suscitado en mí unas emociones hermosas, poderosas e indescriptibles. Esos testimonios tan vívidos, bellos, sobrecogedores y lunares invocan y convocan al alma de manera sublime. Rendida ante tanta belleza, agradecida por el regalo de este retrato tan vivencial de lo colectivo… Qué gran sorpresa leer el debate encarnizado que tiene lugar a continuación, me resultó increíblemente divertido. Hasta ahora no sabía nada de Giegerich ni del tal Eskenazi, cuánta acidez se percibe, y cuánto me he reído con las ingeniosas respuestas que se le daban a él y al » guardaespaldas siciliano»… Buenísimo. Me encantó el comentario de Jose Antonio, coincido en la mayoría de sus aseveraciones, me emocionó tanta cita de Ortega y Gasset y me agradó el redactado.
Una entrada de blog impresionante para mí, me ha despertado muchas emociones, tengo más presente a esta increíble mujer que es Marion Woodman y los relatos de ambas hijas de la Luna me han tocado de manera personal. No sé si investigaré sobre Giegerich, no me mata la curiosidad… Pero tengo algo gatuno.
José Antonio dice
Hola Annabella.
Experimenté el mismo entusiasmo que tú al encontrar este lugar. Respecto a la refriega que hubo aquí, qué decir… Yo tampoco había oído hablar de Giegerich, no exactamente hasta ese momento, sino y esto es lo curioso hasta un mes antes de que Raul invitara a la lectura “Del final del significado”, y criticara sus posiciones. Me topé con él de casualidad, en la página de Eskenaci. Y dos o tres semanas estaba dicho artículo en este blog ¿casualidad? Cuando menos curioso. En dicho escrito, por si no lo has leído, y resumiendo mucho, Giegerich habla acerca de si la vida tiene sentido o no es una pregunta absurda, la vida tiene sentido a priori (esto es Giegerich se niega a entrar en la pregunta). Luego cita a la Hija de la Luna (que dio pie a tanto insulto y desaveniencia), que iba por el mundo vagando, buscando no sabía muy bien qué, inflada, dándose aires, y decía algo así como ¿dónde vas? ¿es que no puedes encontrar una actividad satisfactoria, una vida simple?Llamaba a la simplicidad. Hablaba del desencastramiento, de un mundo absolutamente horizontal, sin verticalidad, donde había que entregarse al devenir histórico como hombres adultos del presente.
Bueno, cité profusamente a Ortega y Gasset porque realmente no sabía nada de Jung. Desde entonces no he podido dejar de leerlo, y a pesar de ello, no logro entenderlo ( Raul me dijo en cierta ocasión que quizás mi problema no era que no entendía a los junguianos, sino que lo era y no sabía que lo era) Sé que Jung es tremendo, y que ahí hay tesoros valiosísimos para mí (no he perdido la costumbre del mi, mío, conmigo que tanto se echó en cara) y para cualquiera. Desde que he leído a Jung, la posición de Giegerich me ha parecido cada vez más surrealista e inversa a la de Jung. No quiero parecer pedante, aunque con las citas es inevitable, y por eso dejo aquí algunas del maestro suizo, que deja muy a las claras lo que pensaba acerca de la simplicidad de la vida, de los hijos e hijas de la luna que abandonan la ancha senda y de la pregunta sobre el sentido de la vida. Si Giegerich dice que es junguiano, el pulpo es un animal de compañía.
“Una persona que sea infiel a su ley propia y no se convierta en personalidad ha dejado escapar el sentido de su vida. Por fortuna, la bondadosa e indulgente naturaleza no plantea a la mayor parte de las personas la difícil pregunta del sentido de su vida. Y si nadie pregunta, nadie tiene que responder”.
Sobre el devenir de la personalidad.
Está claro que a Giegerich la bondadosa vida no le ha preguntado; y si lo ha hecho, él ha contestado sin contestar con un truco malabar.
Si has leído todo lo que se debatió habrás observado que una de las “bandos” reprochaba constantemente con “el mi, me, mío”, y Jung decía:
“Nadie desarrolla su personalidad porque alguien le haya dicho que sería útil o recomendable hacerlo. La naturaleza nunca se ha dejado impresionar por los consejos bienintencionados. Sólo una obligación con fuerza causal mueve a la naturaliza, incluida la naturaleza humana. Ésta es enormemente conservadora, por no decir inerte. Sólo una necesidad apremiante puede ponerla en movimiento. Tampoco el desarrollo de la personalidad obedece a lo deseos, las órdenes o el conocimiento, sino sólo a la necesidad; el desarrollo de la personalidad precisa de la coacción motivadora de los destinos interiores o exteriores. Cualquier otro desarrollo sería individualismo. Por eso, el reproche de individualismo es un insulto ruin cuando se dirige contra un desarrollo natural de la personalidad”.
Y que Giegerich dijera a la hija de la luna ¿adónde vas? ¿Qué andas buscando? No hay nada que buscar, eres como un perro que persigue una salcicha que no existe, es normal, absolutamente normal, porque como decía Jung:
“Acometer el desarrollo de la personalidad es una audacia impopular, un abandono antipático del camino ancho, una extravagancia propia de eremitas y outsiders. Así pues, nos es asombroso que desde antiguo solo unos pocos se hayan lanzado a esta extraña aventura (…) Y una y otra vez le pareció extraño al ser humano habitual que alguien prefiera a los caminos trillados y a las metas conocidas una senda escarpada y estrecha que conduce a lo desconocido. Por eso siempre se ha pensado que una persona así, si no está loca, tiene dentro un dios o un demonio”.
Sobre el devenir de la personalidad
No es de extrañar que se tache de hijo de la luna, eremita, outsider, o loca a quien abandone el camino trillado; siempre ha sucedido y siempre sucederá;el problema es cuando esto lo dice uno que se proclama junguiano. Está claro el por qué de la indignación que provocó.
Bueno, y para acabar mi favorita, de “Las relaciones entre el yo y el inconsciente que afecta al llamado de la vida simple:
“Según es sabido, no puede adoptarse la “vida simple” como pose, de modo que una parodia de ella tampoco puede procurar a uno la ausencia de problemas psíquicos propia de una vida pobre, entregada al destino. Sólo quien tenga en sí, no la posibilidad sino antes bien la necesidad de tal vida se verá obligado por su propia naturaleza, y pasará de largo a ciegas ante el problema aquí planteado, que él no tendrá la bastante capacidad para ver. Pues, si puede ver el problema faústico, entonces la salida a la “vida simple” le está cerrada. Claro que nadie le impide mudarse a una casa de dos cuartos en el campo, trabajar un huerto y comer nabos crudos. Pero su alma se ríe de este engaño. Sólo aquello que uno ya es tiene poder curativo.”
Así que dejemos a Giegerich encontrar satisfacción en comer nabos crudos o salcichas alemanas, quizás el tenga la necesidad de tal vida.
En fin, Annabella, comparto tu placer y entusiasmo, y acabo diciendo que todas estas citas, todos los libros del mundo y demás , no sirven de nada si al final, o quizás desde el principio, no se emprende el camino, si no se atraviesa el propio infierno.
Un saludo, José Antonio
Annabella dice
Muchas gracias por la explicación y por el resumen, José Antonio. De entrada una se sorprende ante tal debate. Claro, voy leyendo el blog hacia atrás y deteniéndome en algunas entradas… Leyendo las «Sicigias ánima/ánimus, Hillman/Giegerich», quedan bastante claras las posturas de uno y otro. Nada nuevo bajo el sol pero ciertamente curioso por autodefinirse ambos como junguianos. Personalmente, percibo que Giegerich se ha desmarcado muchísimo de lo junguiano, incluso puede parecer en muchas ocasiones «anti-Jung». Lo hillmaniano, si lo he entendido bien, me parece amputado, simplificando mucho parecen negarse el análisis consciente de la experiencia inconsciente; pero están infinitamente más cerca del conocimiento y del método del que hablaba Jung. Curiosas polaridades, ambas corrientes.
Me resultó sorprendente cuando dices que llevas un par de años navegando por la obra de Jung. Lo veo igual que Raúl, siempre has sido junguiano, y ahora has descubierto que lo eres. Por ejemplo, cuando leo a Raúl me queda patente que es junguiano de los pies a la cabeza, ve la vida y analiza cualquier evento interno o externo con alma de junguiano, pero me impacta también la evidencia de que es gnóstico. Como Jung. Dentro de un ágil y a veces mareante análisis junguiano, actualiza y da vida a los pensadores griegos y alemanes, al mito y a la leyenda, a la alquimia y a la química y física actuales, a la astrología y a las matemáticas, todo muy bien hilado, traído y llevado, de manera sumamente original (aunque sean temas eternos). Pero cuando te leo a tí, me impacta la claridad con la que percibo lo junguiano, también tejido de manera personal y original en torno a la temática que se trate. Vamos, que tus escritos rezuman lo junguiano por doquier, lo entiendas o no lo entiendas… Es muy difícil entender la obra completa de Jung, es algo que el mismo sentía que le trascendía, muy experiencial y muy difícil de «transcribir» para que el gran público lo entienda.
Lo junguiano alcanza, como una experiencia inefable. Es como esos gloriosos momentos de la vida en los que te alcanza la revelación, y una o uno dice: Pero si estaba todo ahí…
José Antonio dice
Muchas gracias por tu resonancia. Cuando hablo de no alcanzo a Jung no me refiero tanto a nivel intelectual (aunque reconozco que su estilo descentrado lo hace confuso e intrincado), sino a los presupuestos tan diferentes y distantes al paradigma causa-efecto de los que parte: yo tenía mi mapa, mis respuestas, las causas, los efectos, vamos…el evangelio según Freud. Y sin embargo nunca me sentí cómodo, sentía que lo que empuja a un hombre a adentrarse en sí mismo debía ser algo más, un factor positivo, irracional, más allá del trauma. Digo irracional porque conozco a demasiada gente que racionalmente y por lógica deberían estar sedientos, buscando, inquiriendo y sin embargo están perfectamente perfectos. Y ese algo que llamo irracional no empuja sólo por dentro, sino por fuera: te vas encontrando con experiencias, gente, libros, etc. en fin, que parece que la psique no está encapsulada en nuestras cabezas. Jung se atrevió a explicarlo, (no lo veo como un profeta, sino como un atrevido), y eso hace que en mí surjan un montón de cuestiones. Por ejemplo: siempre desde adolescente anhelé a un mentor: me encantan las películas como El gran Torino). ¿Un anhelo adolescente derivado del anhelo de un padre distante? Es la explicación más racional. Pero ¿es ese anhelo el reflejo de algo más? Con la perspectiva de los años me he dado cuenta de que en cierta forma he tenido a ese mentor, uno que me ha proporcionado lecciones mucho más duras que “dal cela, pulil cela”, me ha ofrecido consejos a través de personas, de sincronicidades, etc; como tú dices es algo muy experiencial. A veces los he escuchado, la mayoría no. Ayer mismo, sin ir más lejos, después de leer tu respuesta en que me hicistes de espejo, me sumí en este cuestionamiento al que lleva Jung ¿qué hay realmente al otro lado del espejo? ¿qué nos quería decir realmente?¿por qué deseo entenderlo?
Y entonces ese “mentor inferido” del que te hablo pareció aparecer de nuevo.Tras hacer alguna tarea pendiente, cogí de mi biblioteca de tres estantes un libro al azar, lo abrí por una página al azar, y leí : consejo de Rilke al joven: “sé paciente con todo lo que esté sin resolver en tu corazón y trata de amar los interrogantes como si fueran habitaciones cerradas o libros escritos en un idioma extranjeros. No busques respuestas…vive en las preguntas”.
Leo cada obra de Jung como un libro escrito en un idioma extranjero. Me llena de interrogantes, me confunde más que me aclara, pero quizás lo importante sea vivir en las preguntas. Después de todo el mérito de Edipo, estuvo en responder; el de Parsifal, el joven bobo, estuvo en preguntar.
Un cordial saludo
Annabella dice
Poderosa es la sincronicidad, increíble pero cierto su significado en nuestras vidas. Hasta qué punto coincido con lo que expresas, sobre todo en ese mentor interno inferido, el vivir en las preguntas y en la la experiencia, la cual acompañada de la teoría te da una sabiduría inmediata y original. Pero sí, el poder de la sincronicidad.
Un cordial saludo.
Annabella dice
Para las Hijas e Hijos de la Luna, copio aquí la letra de una bellísima canción de los Waterboys (Los chichos del agua), llamada The Whole of the Moon, «La Luna Llena». Me atrevo sugerir humildemente que se pueda escuchar la canción original al mismo tiempo que se lee la letra, cuya traducción «peregrina» al español anoto debajo del original. La música y la manera de cantar del vocalista imprimen aún más fuerza y belleza a tamañas letras.
En mi modesta opinión, la canción expresa de manera sublime la diferencia entre la sabiduría arduamente alcanzada mediante el Logos y la viveza e imnpacto de la experiencia primigenia, de las imagos primordiales. Un diálogo ánima/ánimus, o también pueda verse como un reconocimiento de la grandeza de lo inconsciente por parte de la consciencia. También avisando de los peligros de volar demasiado cerca de los astros, pero siempre maravillándose de la autenticidad y belleza de la experiencia mística, del saber intuitivo.
THE WATERBOYS
THE WHOLE OF THE MOON
Songwriters: SCOTT
(Mike Scott)
«I pictured a rainbow
You held it in your hands
I had flashes
But you saw the plan
I wandered out in the world for years
While you just stayed in your room
I saw the crescent
You saw the whole of the moon
You were there in the turnstiles
With the wind at your heels
You stretched for the stars
And you know how it feels
To reach too high
Too far
Too soon
You saw the whole of the moon
I was grounded
While you filled the skies
I was dumbfounded by truth
You cut through lies
I saw the rain dirty valley
You saw Brigadoon
I saw the crescent
You saw the whole of the moon
I spoke about wings
You just flew
I wondered I guessed and I tried
You just knew
I sighed
… but you swooned!
I saw the crescent
You saw the whole of the moon
With a torch in your pocket
And the wind at your heels
You climbed on the ladder
And you know how it feels
To get too high
Too far too soon
You saw the whole of the moon
The whole of the moon!
Unicorns and cannonballs
Palaces and piers
Trumpets towers and tenements
Wide oceans full of tears
Flags rags ferryboats
Scimitars and scarves
Every precious dream and vision
Underneath the stars
You climbed on the ladder
With the wind in your sails
You came like comet
Blazing your trail
Too high too far too soon
You saw the whole of the moon»
«Imaginé un arcoiris
Tú lo sostuviste en tus manos
Tuve flashes
Pero tú viste el plan
Caminé por el mundo durante años
Mientras tú sólo permaneciste en tu habitación
Yo ví el creciente
Tú viste la luna llena
Estuviste en las puertas giratorias
Con el viento en tus talones
Te extendiste por las estrellas
Y sabes cómo se siente
Al llegar demasiado alto
Demasiado lejos
Demasiado pronto
Tú viste la luna llena
Yo estaba conectado a la tierra
Mientras tú llenabas los cielos
Me quedé sin habla por la verdad
Tú atravesaste las mentiras
Ví el valle ensuciado por la lluvia
Tú viste Brigadoon
Yo ví el creciente
Tú viste la luna llena
Hablé sobre alas
Tú simplemente volaste
Me pregunté, hipoteticé y ensayé
Tú simplemente supiste
Suspiré
… pero tú te desmayaste!
Yo ví el creciente
Tú viste la luna llena
Con una antorcha en tu bolsillo
Y el viento en tus talones
Subiste la escalera
Y sabes como se siente
Al llegar demasiado alto
Demasiado lejos
Demasiado pronto
Tú viste la luna llena
¡La luna llena!
Unicornios y balas de cañón
Palacios y muelles
Trompetas, torres y asentamientos
Océanos enteros llenos de lágrimas
Banderas, andrajos y ferrys
Cimitarras y bufandas
Cada precioso sueño y visión
Bajo las estrellas
Subiste la escalera
Con el viento en tus velas
Llegaste como un cometa
Iluminando tu camino
Demasiado alto
Demasiado lejos
Demasiado pronto
Tú viste la luna llena»