En mi ensayo Mitos de la Ciencia I, que en realidad es la introducción al verdadero tema que habré de tratar, que es la caja de Pandora de esperpéntica «mitología» con que nuestro Sistema despacha los enormes y decisivos temas concernientes a la Biología, subrayo la idea de que la Ciencia, se entretenga más o menos en sus hobbies alrededor de las micropartículas y de las galaxias, tiene como norte siempre, aún siendo inconsciente de ello, tratar de dar respuestas a todas esas últimas preguntas que de verdad calan hondo en el interés subjetivo de nuestras humanas almas. Dudas que atenazan al científico de élite y al barbero de la esquina. Dudas que conmovieron a nuestros antepasados y lo seguirán haciendo al (improbable) hombre futuro del año 3000. Me refiero a todo el temario que concierne a disciplinas tan humanas, demasiado humanas, como la Psicología y la Sociología. Sí, claro: todo aquello que, históricamente, ha sido preocupación y ocupación fundamental de la Filosofía y de la Religión. ¿Quién soy? ¿Cuál es mi papel en el mundo? ¿Cómo debo comportarme con los demás? Todo aquello que, más allá de provocar mera curiosidad intelectual (¿cómo funcionan los objetos?), atañe a nuestro ser entero, incluidos juntos el cerebro y el corazón (son metáfora los dos). Al hilo de esto, en este mismo trabajo me entretengo un rato en reflexionar acerca de cómo el núcleo de la personalidad de nuestro paradigma cientifista padece una grave neurosis, encronizada alrededor de un traumático complejo donde precisamente a los objetos de más valor, sus verdaderos amores, a saber, el objeto humano, su realidad íntima, y la sociedad en que ésta se exterioriza y se comparte con la de los demás, sin embargo se les niega, con ceguera histérica, identidad propia, autonomía e independencia (convirtiéndolos en epifenómenos, productos derivados de otros con más tangibilidad y sustancialidad), evitando así enfrentarlos directamente y demorando indefinidamente la faena de ponerles cara a cara el cascabel. Aferrándose desesperadamente a la ilusión de que con las mucho más confiables y manejables matemáticas, buenos telescopios y microscopios, y protegida la «objetividad» con guantes de látex y mascarillas, un día llegaremos a entender con total exactitud, por ejemplo, de qué materia están hechos los sueños. Aunque sea algo así como la ilusión de un peregrino que quiere llegar a Roma comprando un billete a Honolulú.
La famosa expresión «la paciencia es la madre de la Ciencia» encaja en este conjunto de cosas a la perfección. Más nos vale esperar sentados. Supongo que disfrutaremos de la demostración científica definitiva de la composición química del alma por las mismas fechas en que un ovni aterrice en los jardines de la Casa Blanca.
Sin embargo, es preciso tener en cuenta al mismo tiempo que en toda neurosis los complejos de inferioridad y superioridad se solapan, y a todos estos tabúes erigidos alrededor de la realidad del alma (de la realidad de ella en sí y de las realidades objetivas -tanto como los ladrillos que tenemos alrededor- que vemos a través suyo), a esta metódica y paciente duda sobre la fundamentación de los esenciales, se les interpone constantemente justo la actitud opuesta: la arrogancia de dar ya por hecho lo que el ser humano y su sociedad son. Es lógico, porque es necesario que así sea. El que uno trate de aplazar y huir de su más profundo deseo, su más vehemente necesidad, no los hace desaparecer. Como digo, la Ciencia está ahí para responder los interrogantes fundamentales. Esa es su columna vertebral, lo trate de disimular de mil formas, encubriéndose detrás de mil inocentes y honestas batas blancas y mil disciplinas. Aunque enfoque el objetivo en Aldebarán, por el rabillo del ojo apunta al corazón, a los hombres, y por lo tanto a la política, así como esa es la verdad que esconden todas y cada una de las aparentemente muy diversas vocaciones humanas. Y esa es la misión que ya ejerció en el mundo desde el principio de su reinado: traer, como toda religión, su buena nueva a la sociedad, y entrar, por supuesto, en el reparto del poder. Como voy explicando en el citado trabajo, fue una muy joven señorita llamada Sociología (cómo no) la madre que parió el paradigma cientifista de la actualidad, y como en los comienzos nunca escasea la euforia, muy poquito rigor científico y mucha fe bastaron en los sermones y arengas para empezar a convencer a las masas y provocar las primeras explosiones culturales y políticas que acabarían transformando (una vez más) los pilares de nuestra sociedad. Llegó rápidamente cierta resaca, y el método científico desde su recién estrenado trono absolutista exigió más rigor incluso a sus padres y mentores. Se lo podía permitir, pues lo principal ya estaba hecho: Dios había sido también guillotinado. La Ciencia debía ocultar el rastro de quien en verdad cometió el crimen que la puso en ventaja, que fue la Filosofía, ya que ésta misma es enojosamente impermeable al método científico e irritantemente mimética con lo religioso. Un origen demasiado dudoso por tanto para la nueva reina. Las Ciencias Sociales positivistas, tan decisivas que habían resultado en la revolución, fueron sin embargo relegadas a un ministerio modesto de valor puramente administrativo, donde pudieran manejarse a gusto con los miles de folios de sus estadísticas (fundamentalmente inútiles), puerta con puerta con aquel al que acabaría llegando un poco más tarde la becaria Psicología, y de donde no saldría nunca. Decididamente, la Ciencia apostó por los intachables, y el Sistema confió a las tres parcas, la Física, la Química y la Biología, situadas en los ministerios principales de su gobierno (que vicepreside la Matemática), tareas no solamente propias de su especialidad, sino de alcance tal como comprender, haciendo un enorme circunloquio, cosas tales como la motivación humana y los fundamentos últimos de la cultura y la sociedad.
Poco después de sacar a la luz este trabajo pude leer unas declaraciones del celebérrimo Eduard Punset donde con nitidez meridiana corroboraba una parte fundamental de mi discurso, confiándole al entrevistador que él se sentía muy feliz de que la Ciencia, su amada Ciencia, por fin hubiera llegado a la madurez suficiente para empezar a mostrar datos fiables sobre los temas fundamentales de los que en el fondo quiere y debe ocuparse, que son los asuntos humanos. La psicología, la moral, el comportamiento humano. Punset se ha convertido con el tiempo en un transmisor tan nítido del paradigma científico, que es como una personificación de él. Un estereotipo, una encarnación del patrón arquetípico subyacente. Me es difícil expresar lo que me llega a conmover esto. Su pensamiento es el sedimento del pesamiento colectivo científico, y su presencia me tienta a reverenciarlo como a un auténtico apóstol. Su misión obvia tenía que ser la de emular a San Pablo, y eso es exactamente lo que hace. Ha escrito sus epístolas a los Corintios en TVE2. Se nota, escuchándolo hablar, que él siente como sagrada su misión, y yo desde luego no puedo tener al respecto ninguna duda.
Punset es una oportunidad única. Hablar de paradigmas, de arquetipos, de ideas, es a veces frustrantemente abstracto si quieres demostrar algo. Pero si el paradigma está personificado, concretizado, uno puede incluso hacer uso del método científico, el arma del contrincante, usar sus panes-panes y vinos-vinos, y señalar y decir: «Miren, esto es a lo que me refiero. Es real, está vivo. Existe».
Hay un ejemplo que uso en el ensayo a modo de metáfora que se refiere a un más bien hipotético caso en el que la comunidad científica se introduce a fondo a estudiar algo tan fundamental en el cosmos como es el amor. Cuando escribí ese parrafito, yo no conocía (al menos conscientemente) la existencia del último libro de este hombre, «Viaje al Amor», donde hace exactamente eso: plasmar la búsqueda de la verdad del amor a través del método científico, y, por supuesto, en los mismos términos que yo había caricaturizado en el escrito. El asunto no es coincidir en términos sobre algo tan perogrullo, pues todo el mundo sabría caricaturizar a un científico investigando los sueños o el amor, así que eso no tiene mérito. El asunto es la coincidencia en la elección de los temas, que demuestra que ambos bandos epistemológicos se están situando estratégicamente alrededor de bastiones que los dos a la vez acuerdan ya en considerar esenciales, limpio de pajas y excursos el campo de batalla. En el amor y en la lucha, los cuerpos se tocan.
Es normal que no conociera su libro porque ni siquiera he visto muchos de sus programas. No manejo más información al respecto de este personaje público que la suficiente para empezar a opinar.
Una cosa: él no representa la conciencia colectiva de la Ciencia, el discurso de cara a la galería. Él nos trae su discurso consciente y también inconsciente. Escuchar a Punset es a veces algo así como tener en terapia a la Dama Ciencia, y dialogar con ella sobre qué piensa de verdad del mundo, cuáles son sus verdaderas preocupaciones, intereses, y su auténtico propósito.
El señor Eduard no es el portavoz de la sombra científica. No hallaremos a través de él rastros de la ambición, la salvaje competitividad, las mascaradas y los fraudes que impregnan hasta la médula la institución científica, como a toda institución. Es lo mejor de ella. Criticar los postulados que él enuncia no es criticar una filosofía por el mal uso de ella, sino ir directamente al corazón del litigio, a la crítica en sí de lo mejor que el paradigma viene a publicitar y ofrecer. Aquello en lo que las masas han acabado depositando, mansamente, su esperanza. ¿Cuáles son esas leyes paradigmáticas primordiales, que representan las coordenadas del saber cientifista, los límites de su conocer y su realidad? No otras que las que ya expuse en el ensayo, pero vamos a dejar que sea ahora este embajador el que nos recuerde y señale los motivos principales. Vamos a dejar que la Ciencia hable de ella por sí misma:
-El paradigma cientifista permite la existencia de la Psicología y la Ciencia Social, e incluso aún se esfuerza por derivar alguna limosna de su presupuesto hacia las facultades de Filosofía y Letras, pero es un gesto sumamente hipócrita, ya que su secreta esperanza desde el principio en materia de Humanidades ha sido poder hablar del comportamiento humano sólo a través del análisis del cerebro. Ha dejado hablar a la Psicología, con condescendencia, mientras la Neurología estaba en pañales. Pero con el desarrollo actual de los instrumentos y técnicas de medida, la máscara ha caído. El terreno siempre estuvo abonado y las primeras gotas de rocío ya han dado abundante fruto. Han nacido las subdisciplinas de la Neuroteología, la Neuroestética, la Neurofilosofía, la Neuroeconomía… y cualquier otra cosa, por ridícula que parezca, que se nos ocurra con ese prefijo delante. Como dice un Punset emocionado: «La Ciencia del siglo XXI será sin duda la ciencia del cerebro». Si esto es lo que se espera de la Ciencia en el futuro, entonces estamos hablando de la misma Ciencia del siglo XIX, sin avanzar un ápice. En su obligación de ser snob, un científico de vanguardia por supuesto tratará de estar al tanto de todas esas concepciones extrañas y alejadas del paradigma positivista que a veces la Neurología propuso al final del Siglo XX, como todo aquello del modelo holográfico de Pribram y cosas así, pero a la hora de ponerse serios, las pasará por alto y regresará a los básicos reduccionistas decimonónicos. Todo el avance y descubrimientos en materia de Psicología Transpersonal: obviados. Psicoanálisis freudiano: un apoyo a pie de página a las tesis neurológicas, cuando pueda ser usado como tal (el cientifismo sigue estando en deuda permanente con Marx, Darwin, Nietzsche y Freud).
-Como apoyo insustituible de la Neurología en materia de investigación de las Humanidades, tenemos a la Etología, las ciencias del comportamiento animal. ¿Para qué tratar de entender a la especie humana directamente, si las ratas, cobayas y palomas nos informan de lo humano de un modo mucho más prístino y claro? Los chimpancés… Bueno, también se usan, no están mal, pero son ya demasiado enojosamente complicados. Y le cuesta mucho su mantenimiento a la Universidad. Tengo que decir que me llena de ternura escuchar a los portavoces de la Ciencia cuando se ponen a hablar de las ratas e incluso las células, o, más aún, los genes, como animados por condiciones humanas («el egoísmo del gen», «la soledad de la célula» …). ¿Se pondrán a estudiar alguna vez en su vida lo que significa el mecanismo de proyección?. Por supuesto que van a encontrar condición humana en los ratones. Como mínimo, exactamente la misma que ellos han puesto previamente ahí.
-De nuevo, el científico snob debe está abierto a conocer toda novedosa hipótesis que desdibuje el reconocible mundo material, interpolando por ejemplo nuevas dimensiones al entramado del Cosmos o introduciendo concepciones enrarecidas y poco comprensibles del Espaciotiempo. Pero sus conclusiones rigurosas jamás abandonarán la estricta línea de la causalidad, como un tren que no puede apartarse un ápice de una vía unidimensional, inspirada desde el más primario sentido común, donde todo lo que ocurre es consecuencia del pasado, y todo tiene un por qué, pero no un para qué, ya que el futuro, más allá de en una tan fascinante como ociosa discusión sobre los agujeros de gusano y los viajes en el tiempo, es algo completamente inexistente e inoperante a efectos prácticos. De ahí que una referencia constante, sempiterna, a la hora de explicar el comportamiento humano sean los antepasados y todo tipo de fantasías sobre lo que ocurría en las cuevas del Neolítico, el Paleolítico y más atrás, al gusto del argumentador. Si el futuro es algo inoperante, el presente tampoco es algo muy consistente en sí: el presente es el efecto de aquello que sí es realmente sólido: la causa anterior. Por eso es mejor no prestar demasiada atención a lo que la Antropología nos enseña ahora de nuestro comportamiento atávico a través de las tribus extemporáneas que aún perduran en este planeta, que, como los chimpancés, es algo ya demasiado complejo y a veces engulle y enloquece al investigador. No; es mejor especular simplificando con lo que ocurrió en el pasado. Es mucho mejor la Retro Ciencia Ficción. En este conjunto de cosas el Psicoanálisis freudiano puede ser traído a colación una y otra vez, pues también pone el supremo énfasis en lo que ocurre hoy como causa de lo que pasó ayer. Por supuesto, se da por hecho que viajando al pasado viajamos a la simplificación, esa simplificación que desesperadamente busca nuestra mente en su intento por comprenderlo y abarcarlo todo con el mínimo esfuerzo, y el paradigma punsetiano da por sentado que hacia atrás significa desembarazarse de todo esta complejidad asfixiante que llamamos arte, pensamiento y cultura para regresar a los fundamentos simples de todo: comida, sexo y poder.
-Como siempre, sigue inexistiendo el Todo, para ser solamente real la Parte. Esto, como la preeminencia del pasado, la tenaz causalidad y la creencia devota en únicamente lo medible, es una ley del paradigma indestructible e inexpugnable. En Biología lo real es la célula, no el organismo. O, más real aún: el gen. En Física, las partículas, más que el átomo o la molécula, y por supuesto más que el cristal. De nada sirven las denuncias contra esto de un Edgar Morin y todos los epistemólogos de la Ciencia de la Complejidad: «Existe una visión estática que consiste en que consideramos a nosostros mismos en tanto organismos; estamos constituidos por 30 ó 50 mil millones de células: En modo alguno, y creo que Atlan justamente precisó, no estamos constituidos por células, estamos cosntituidos por interacción de dichas células» (para ampliar conocimientos sobre el emergente paradigma sistémico aconsejo leer este artículo de J. A. Delgado). De nada sirve que cada vez que hemos topado con lo infinitesimal a lo largo de los últimos siglos lo que hayamos visto haya sido más desconcertante que esclarecedor y más complejo en vez de más simple (pensemos en la Física Cuántica). Rupert Sheldrake, un biólogo institucionalmente titulado como el que más, fue tratado de «aberrante intelectual» por la revista Nature cuando publicó sus primeros trabajos sobre el campo morfogenético, el cual es un sistema complejo de interacciones que pretende explicar, como toda auténtica buena Ciencia debe hacer, aquellas fallas, lagunas, contradicciones y carencias que las hipótesis tradicionales y conservadoras lastran. Espacios vacíos que sin embargo la Ciencia no admite o sólo a regañadientes lo hace, y cuando lo hace, busca rápidamente apoyo en ese otro pilar consustancial de su paradigma que está haciendo constantente esa peligrosísima petición de fe a su crédulo auditorio que reza «Todavía no lo sabemos, pero un día próximo, sí» .
Esta petición de fe encubre precisamente aquello que más arriba ya comenté como rasgo esencial del cientifismo: mucho antes de empezar las investigaciones de campo, ya tenía una idea prejuzgada de aquello que se iba a encontrar. La idea preformada acerca de los fundamentos de la realidad la tienen por definición todos los paradigmas. Pero la Ciencia se vende a sí misma como desprejuiciada, ecuánime y objetiva, propietaria del método cognitivo más perfecto posible, y se vende muy bien, y entonces no comete solamente el pecado consustancial a toda filosofía de teñir el mundo de un color dado, lo cual es por otro lado completamente natural, sino que añade a esto un nivel extra y más complejo de engaño y de traición que, por ser especialmente tácito y difícil de captar, de un modo particular pernicioso es. Decía Goethe que nadie es tan esclavo como quien se tiene por libre sin serlo, y yo a esto añadiría que no hay mentira más grande que aquella que se sabe publicitar muy bien como indiscutible certeza.
Es muy llamativo constatar que a pesar de que la vida en nuestro paradigma sigue siendo tan difícil como siempre, el balance de felicidad no ha mejorado un ápice ni a nivel individual ni a nivel colectivo y que, antes bien, la ansiedad y la zozobra (incompatibles con la vitalidad) son el sello de nuestro tiempo (con una conciencia colectiva aún traumatizada ante los gigantescos horrores que hemos padecido en el siglo XX y desayunada en el XXI con unos problemas globales de dimensiones inmanejables que se sienten como una amenaza fantasma), seguimos sosteniendo aún un muy generalizado discurso optimista acerca del cientifismo, el tecnologismo y sus logros en el ámbito del bienestar humano y social. Obligadamente conscientes de que seguimos como siempre perdidos en el Cosmos en un caos ininteligible entre el Bien y el Mal, seguimos sin embargo sin desaliento haciendo nuestro aquel ingenuamente esperanzado discurso que sostuvieron a principios del XIX los padres de nuestra cultura.
-Recordar ahora de nuevo aquellos panfletos ideológicos de la prehistoria del positivismo me vale para hablar del último rasgo paradigmático del que me ocuparé hoy, y que se trata del más tácito, el más subliminal y el menos abiertamente conocido de todos: sus relaciones con la política. Estamos muy adoctrinados en la idea de que el método científico ni es blanco ni es tinto ni tiene color. Es cierto. Observar amebas al microscopio no parece tener ninguna relación con filiaciones políticas. Pero el método científico es una cosa, y el cientifismo o positivismo, es otra. Todo concepto que termine en -ismo es una ideología, y toda ideología tiene un plano político. No perdamos de vista los básicos ya abundantemente expuestos: el movimiento cientifista moderno parte de inquietudes sociológicas y a ellas ha estado remitido siempre. El científico se puede permitir mantenerse al margen de todo esto, ejerciendo su labor calladamente, como mero funcionario, pero el sistema que le amecena, valora y le paga el trabajo, y espera sus resultados para usarlos en la sociedad que comanda es un sistema político de rasgos determinados. El movimiento ideológico de la Ilustración tuvo su consecuencia política más contundente en la Revolución Francesa, y la continuación de esa línea de pensamiento es el positivismo comtiano, éste del que estamos hablando. Obviamente este cientifismo tuvo una consecuencia directa política igualmente evidente en la Revolución Rusa. Aunque no me quiera extender ahora en detalles, diré al menos que así como en Francia un hecho extremo hacia un opuesto ideológico acabó compensándose con un rebote hacia el lado contrario, con un Napoleón que se puso a sí mismo la corona (como un Luis XVI que se recoloca la cabeza), para acabar «centrándose» y armonizándose todo en una resultante que es la actual República Francesa, la apuesta comunista era excesivamente extrema para que cundiera como ejemplo en todas las sociedades que habrían de convertirse en cientifistas. La resultante del juego de fuerzas a lo que sí ha dado lugar de un modo más general es a la democracia laica industrial como hijo político apropiado de las doctrinas cientifistas.
Lo más importante que quiero deducir de todo esto es que tenemos que dejar de ver la pugna entre las epistemologías cientifistas y las espiritualistas como meramente competiciones intelectuales puras acerca de la Realidad. Hay una lucha por el poder. Así como nos es evidente toda la lucha de poderes que subyace a todo movimiento religioso (gracias, entre otras cosas, a que el cientifismo se encarga todos los días de redordárnoslo), tenemos que aprender a valorar eso mismo en todo movimiento cientifista. Nunca se trata sólo de una honesta y desinteresada aspiración a la Verdad. Nunca se trata sólo de Conocimiento. Siempre está entreverado con eso la ambición política. Es inquietante plantearse hasta qué punto no sólo están siempre mezcladas las dos pretensiones, sino los lugares y las veces en que la ambición de poder se sobrepone a la de sabiduría, y la instrumentaliza.
Si dejamos que Punset, el estereotipo de positivista que estoy usando en este artículo, nos hable por sí mismo de este rasgo paradigmático, sólo tenemos que acercarnos a su biografía y recordar que aún lo conoce más la opinión pública por su carerra política que como experto en ciencias. Dicho sea de paso, le honra bastante como persona, y él lo sabe (pues parece querer decirnos a menudo que de su paso por el poder se avergüenza), haber cambiado su posición dentro del paradigma hacia los lugares más castos y honestos: los laboratorios del funcionario científico. Sin embargo, de casta le viene al galgo y en su exquisita sensibilidad para comprender la importancia del aspecto social de la Ciencia no puede evitar hoy día seguir dando consejos políticos de vez en cuando. Yo le diría que aunque ya jamás se declare públicamente en este sentido, solamente por divulgar esta epistemología ya está haciéndole bastante publicidad a un determinado régimen.
jonas dice
malparido tan desparchado juum