El flujo de noticias que sigue llegando a los medios desde el ámbito científico en el área de la psicosexualidad no pierde caudal. Queda claro que tanto el gremio de los neurólogos y genetistas como el de los periodistas está fascinado por esta cuestión. Desde el recóndito laboratorio hasta el kiosco en mitad de la plaza este tema cada día que pasa alcanza más rabiosa actualidad. La razón de base no debemos buscarla muy lejos ni muy profundo: en una sociedad con la pareja en crisis abierta es completamente normal todo esto que está ocurriendo. La mente, el corazón y los genitales de toda una cultura están buscando desesperadamente explicaciones y soluciones a la grave problemática relacional en la que estamos inmersos.
Lo que voy a exponer ahora es otro informe particularmente polémico: investigadores del Instituto Karolinska de Estocolmo afirman haber descubierto la causa primera de la infidelidad masculina en el gen 334, un regulador de la hormona vasopresina, la cual tiene gran protagonismo en el comportamiento sexual. El «revolucionario» descubrimiento ante el que nos encontramos ahora es algo que nadie podía imaginar y que nos toma a todos por sopresa: los hombres, al tener una actividad sexual más vehemente e insaciable, son proclives a la infidelidad, la cual, según se deduce de estos sesudos estudios, se convierte a menudo en un grave obstáculo para la pareja estable. Este es, básicamente, el «gran» aporte que hacen ahora la Neurología y la Bioquímica, en un nuevo número de su brillante show actual como intrusistas de la Psicología. Sigue el espectáculo en el circo de tres pistas de la Ciencia contemporánea, cobrando millonarias subvenciones para investigar partículas de madera y átomos de hierro a la hora de comprender el funcionamiento de los martillos. El negocio de la Psique como epifenómeno del cerebro, y del cerebro como epifenómeno del gen, sigue sostieniendo vidas muy cómodas también en momentos de crisis global. Es algo que no me cansaré de señalar mientras las cosas sigan como están ahora, y pido disculpas por repetirme tanto en este sentido. Cuando no puedes gritar más alto y más claro, queda sólo gritar más veces.
Yo casi puedo entender que un talante capaz de aislarse tanto de su entorno y de su cuerpo, como es el del ratón de biblioteca y laboratorio, acabe sintiendo como gran descubrimiento el notar que cada vez que se excita sexualmente su cuerpo responda al unísono de un modo abultadamente prominente, si es hombre. Porque parece que de eso va todo esto en el fondo: de fascinación ante el «descubrimiento» de que lo psicológico está íntimamente relacionado con lo somático. Trabajando en el conocimiento de uno mismo, directamente, según la doctrina délfica, y no a través de escáneres y microscopios, según el método científico actual, evitamos perder de vista algo que es evidente desde siempre, incluso desde niños: que los martillos están hechos de cosas, que son su cuerpo, y que responden a un fin, que es, digamos, su espíritu. El alma, la psique, es justo ese ligamento, esa tierra media, que se extiende hacia los dos mundos, y toda investigación psicológica seria, no de show mediático, tiene que mantener la concentración en ambas direcciones. Analizando meramente la química de la erección corremos el grave riesgo de olvidarnos de lo más básico: que aquello que la causó se da en el plano de las relaciones humanas, no de la bioquímica. Podemos explicarle a un pastor su fuerte síndrome panicoso ante el ataque de los lobos como una inyección de adrenalina que se da en su intracuerpo, pero no antes de decirle que corra del muy real y objetivo peligro, que es el auténtico origen y sentido de ese pánico. La masiva producción hormonal es evidentemente reacción, no causa.
Un excurso: por cierto que justo en este punto es donde aparece ante nosotros un nudo gordiano que afecta directamente a la verdadera Psicología. Ésta valora, aplicando el sentido común, como normales y sanas aquellas reacciones y acciones que se dan en el sujeto de acuerdo al calibre objetivo del correspondiente estímulo, y neuróticas aquellas que no responden a ese baremo. Cagarse de miedo ante el ataque de un león si estamos de safari en Kenia es normal, pero sudar frío ante la presencia de una arañita en el hall es una fobia. Pues bien, la Psicología aquí encuentra un cruce de caminos. Puede psiquiatrizarse, y creer que esa inadecuada reacción procede sin más de un desequilibrio bioquímico en el sujeto, o puede tomar el sendero de las psicologías de lo inconsciente, donde aparece entrometido un tercer plano de cosas: los contenidos del inconsciente. Desde esta perspectiva la reacción ante la araña no es mórbida en sí. Un complejo arquetípico puede ser de hecho tan peligroso para el Yo como un león africano, aunque no se vea ahí afuera si no es proyectado en un bichito. El desequilibrio a tratar aquí no está referido a la bioquímica cerebral, aunque los sedantes nos sirvan de coadyuvantes en el proceso (ante un león de sabana también viene bien tratar de conservar en lo posible cierta calma), sino a las relaciones entre el Yo, que es el sujeto propiamente dicho, lo auténticamente subjetivo, y lo Inconsciente, que es sin embargo un mundo objetivo, como el físico, sólo que no mensurable directamente.
Regresando al tema: si seguimos por este camino absurdo y estupidizante de tratar de entender el sentido y el fin de las casas a través de analizar los ladrillos, acabará está aventura psicologista de la Bioquímica actual en un callejón sin salida paradójico, similar al que ya llegó muchos años atrás la Física, cuando se encontró con las rarezas de los ladrillitos del mundo físico, los átomos y las partículas, lo cual condujo a no pocos físicos, y no precisamente a los más tontos, a relacionarse, por ejemplo, con Jung, el Dalai Lama, o a leer el Tao Te King. Todo ello para entender, pero de verdad, la mecánica material del Universo.
En realidad, ya está en ese callejón, desde más de un punto de vista. Por ejemplo, el bioquímico actual fascinado por la clave genética y que al mismo tiempo es darwinista (o neodarwinista, para ser exactos) vive ya, de entrada, en una cierta contradicción paradójica consigo mismo, aunque no se dé ni cuenta: la selección natural no actúa directamente sobre los genes, sino sobre las formas y las conductas. Por lo tanto, cuanto más se aleja del mundo no directamente mensurable, sino sólo describible, de los comportamientos, los fines, y las formas adecuadas a ellos (el plano funcional «casa», «martillo»), más se aleja de los fundamentos mismos del desarrollo biológico aceptado por él mismo.
Esta misma noticia, dada del modo que nos parece más adecuado y más científico, podría ser formulada asi, en esencia:
«Hemos descubierto el gen que tiene que ver de algún modo con la producción de vasopresina, la cual parece ser uno de los correlatos, de los reflejos, en el mundo neurológico, de aquel comportamiento típico del macho humano, conocido desde tiempo inmemorial, que proviene de padecer mucha impaciencia con la crianza de los hijos y cierta claustrofobia en el entorno bucólico y sentimental del hogar matriarcal, al ser convocado su comportamiento, su etología, por patrones de conducta más activos y agresivos, y de una índole creativa distinta a la generación reproductora. La vasopresina, que interviene por igual en la actividad sexual y la agresiva (la testosterona es un reflejo de la misma constelación tipológica), avisa siempre de una inquietud ante las situaciones estables y estancas, paralela a problemas con la continencia sexual y la represión bélica, intelectual o aventurera»
A lo cual habría que añadir algo como:
«Conscientes de que las últimas estadísticas en materia de infidelidad advierten que el porcentaje de hembras infieles a día de hoy está perfectamente equiparado al de los machos, nos queda claro que los entresijos de este tipo de comportamiento van más allá de los fines y medios de esta humilde investigación, en la que sólo hemos corroborado desde la química un apartado que ya de todos modos nos era a todos evidente desde la observación antropológica e incluso el sentido común. Además, el comportamiento masculino relacionado con el gen 334 se da desde siempre, y no nos sirve por tanto como clave en la comprensión de las verdaderas causas de la crisis matrimonial actual. Pero con todo este interesante trabajo, de camino, hemos llevado un buenísimo sueldo a casa, tenemos a nuestras familias contentas, y nosotros hemos cumplido el fin natural de pasar el día lejos del hogar, en aventuras creativas, y compitiendo con esos papanatas de los laboratorios de Copenhague, que llevan dos años sin publicar nada. Por cierto, en la fiesta final de celebración, donde acudimos todos sin nuestras respectivas parejas, se vio demasiado acaramelamiento entre la Dra. Lena y el Dr. Lars»
Esta chacota me sale del alelo 338’5, el de la bromasina. Sin embargo, hay un plano debajo de todo lo ya re-dicho que tengo que volver a re-señalar. Un nivel bastante serio por importante. Realmente es imposible que a la intelectualidad, aunque sea a la moderna, tan estúpidamente sobreinformada, le resulte tan interesante y llamativo este tipo de descubrimientos, siendo tan evidente que no descubren nada. Tiene que haber algo medio escondido que sea lo que haga click, que provoque una y otra vez la portada, la contraportada y el póster de página central. Ninguna cultura ni nadie es completamente imbécil. No existe la imbecilidad integral. Por ello, creo que lo que en verdad está impactando, detrás de bambalinas, al investigador y al público, la auténtica noticia, es el re-descubrimiento del factor innato, después de décadas y décadas de lavado cerebral mediático acerca de la omnipotencia del aprendizaje y el conductismo. La psicología académica, la sociología, la ética política y, por ende, la opinión pública, estaban atrapadas en la doctrina de la tabula rasa que modela y conforma no otra cosa que el arbitrario costumbrismo social. El enfoque biogenético, más allá de su huera petulancia, esta sirviendo muy bien como punta de lanza para reintroducir en la cultura la noción de lo psíquico como algo tan sólido y preformado como lo corporal. Un punto de vista que la psicología de los arquetipos no ha conseguido popularizar. Desde el púlpito de esa ciencia que al pueblo le gusta entender como legítima se están diciendo cosas que realmente están cambiando en muchos el modo de pensar. Sobre lo psicológico, lo social y lo político.
El País Digital
Culpan a un gen
Hallaron el gen de la infidelidad masculina
«Los hombres tienen más probabilidades de ser dedicados y leales maridos cuando les falta una variante en un gen que es protagonista en la actividad cerebral». Así abría un artículo de primera plana para dar cuenta de un descubrimiento científico. Esa era la frase inicial de una nota de The Washington Post. La ciencia ha logrado detectar razones que influyen directamente en la vida normal conyugal y en la práctica de la monogamia. El influyente medio de prensa estadounidense dedica además por entero la segunda página, ofreciendo un relato pormenorizado de las exitosas investigaciones realizadas por científicos del Instituto Karolinska de Estocolmo, que acaban de conocerse.
DANIEL HERRERA LUSSICH EN WASHINGTON | CORRESPONSAL PERMANENTE
¿Es usted feliz en su matrimonio o en la vida de pareja? ¿Es polígamo habitual? ¿Siente un sentido especial que lo hace buscar otra mujer? Éstas y un sin fin de interrogantes más plantean científicos de Suecia y de EE.UU.
En busca de datos para ampliar la información que despertó enorme curiosidad y cayó como un detonante en los ambientes científicos de este país, El País logró una primera y rápida impresión de sociólogos y sicólogos de tres universidades, una de ellas la de Emory, Massachussetts (que había llegado a un resultado bastante similar en cuanto a la elección o no de una pareja permanente, hace pocos años, pero llevada adelante en investigaciones con ratones), otra la Internacional de Washington y una científica encargada de atender a la prensa de la Universidad de Harvard. Todos coinciden en el valor de la experiencia, casi unánimemente como un paso adelante en la búsqueda de las causas del autismo y la fobia social.
El descubrimiento permitió a los expertos suecos aventurar que dos de cada cinco hombres detentan el gen o alelo 334, que los pone en los riesgos de problemas conyugales o directamente en el camino al divorcio.
En cambio, la sorpresa surge en la búsqueda del mismo problema en la mujer. No se da. El estudio efectuado con personas del sexo femenino no permitió detectar el gen 334 y sus efectos de resistencia a una relación social permanente.
El portavoz del Instituto Karolinska, el genetista del comportamiento humano Hasse Waslum, reafirma la importancia del alelo 334. «Las mujeres casadas con hombres con una o dos copias del gen mencionado, fijando una puntuación de acuerdo con sus respuestas sobre si estaban conformes con la relación marital, la misma es verdaderamente inferior a la de aquellas que tienen como pareja a hombres sin el alelo».
¿La existencia del gen en cuestión es factor fundamental en la discordia en la vida en común de hombres y mujeres? Para Waslum es especialmente importante, pero no es una «condición sine qua non para un mal comportamiento conyugal». El especialista destaca que no hay duda que confluyen otros factores que inciden en la relación, aunque está demostrado que los portadores de esos genes encabezan los estudios de infidelidad conyugal y de la poligamia.
Independientemente de factores genéticos pesan, sin duda, niveles culturales, la religión, antecedentes familiares y otros condicionantes, aunque las pruebas científicas han sido casi concluyentes.
El trabajo se realizó en base a 1.100 parejas heterosexuales y se comprobó que una hormona en el cerebro de los hombres, conocida como Vasopresina, cuando aparece el gen o alelo 334, se ve afectada y desata una resistencia social a la monogamia. Y se dio esa resistencia a la constancia y buena relación social en el 40% de los casos de la muestra realizada en el instituto sueco.
Pero no siempre se comprueba el mismo proceso en un 100%, aunque los resultados dejan ver que el gen 334, tiene un porcentaje mucho mayor en la buena o mala relación de la pareja. En el estudio de Estocolmo, el 15% de los hombres sin el alelo mostró perturbaciones en su relación matrimonial, mientras que se marcó la diferencia con los poseedores del gen, un 32% exhibía su discordia con la compañera.
Apenas trascendió la explosiva noticia sobre el descubrimiento, altos voceros de la Universidad de Harvard difundieron que, a través de un largo experimento llevado a cabo con moscas y ratas, habían descubierto 30 genes, que determinan el comportamiento sexual y social.
Catherine Dulac, investigadora del mencionado centro de estudios de Boston, declaró a los medios, entre ellos a El País, que «el estudio realizado con animales sólo puede explicar en parte el comportamiento de resistencia al relacionamiento social. No sólo depende de la genética, también tiene enorme influencia el medio ambiente en el cual se vive o se ha vivido en la juventud».
¿Es un argumento sólido para la infidelidad tener el cuestionado gen en el cerebro? «Es un factor que confluye en el irregular comportamiento, pero no es decisivo», sostiene Helen Fischer, una antropóloga biológica de la Universidad americana de Rutgers, de Georgia. «Conociendo que hay eslabones débiles en nuestro sistema biológico, por lo menos, se puede ayudar para superarlos. Un hombre que sabe que tiene ese gen en su cerebro puede manejar o utilizar su conocimiento y carácter para hacerle frente y resistir esa inquietud que hace temblar el matrimonio o la relación de pareja», afirma.
La neurocientista Geer de Vries, de la Universidad de Emory, saludó la noticia. «Encaja perfectamente en el trabajo que hemos llevado a cabo aquí, dónde se muestra que la Vasopresina desempeña un rol mucho más clave en el cerebro de los hombres que de las mujeres y permite extraer un paralelo entre el estudio de Estocolmo y la investigación sobre las causas de trastornos como el autismo. Si nos fijamos en lo que es más prominente en los niños con autismo, es la gran diferencia en la conducta social y que se da mucho más en los varones que en las niñas».
Para Fischer, el descubrimiento tiene enorme valor científico, pero no es «una patente para exclamar: ¡mi ADN me permite ser infiel! El alelo 334 puede ser relativamente dominado, es como el caso del alcohólico que contrae matrimonio y enmienda o cura su vicio».
Alelo 334, el del adulterio
Parece que la infidelidad de los hombres es una cuestión de genes y que la culpa sería de la vasopresina, una hormona que se produce naturalmente, por ejemplo, con los orgasmos. Por eso hay que dudar de los hombres dotados de esa variante del gen para tener una relación estable. Es la primera vez que se asocia la variante de un gen específico con la manera en que los hombres se comprometen con sus parejas, explicó Hasse Walum, uno de los responsables del estudio. La investigación se hizo en cinco años entre más de mil parejas heterosexuales que confesaron si eran felices, cómo era su convivencia, si se reían y besaban seguido y sobre el futuro de la relación. Resultó que los hombres con el alelo 334 (2 de cada 5 en esta investigación) afirmaron tener lazos menos fuertes con sus esposas y, además, ellas reconocieron no sentirse tan satisfechas como las casadas con hombres sin esa variante genética.
Fabio dice
Excelente crítica y muy divertida.
Todo esto me ha hecho preguntarme, ¿ qué porcentaje de la población ha leído a Jung? ¿Cuántos lo han comprendido? y ¿ cuántos lo han sentido?.
Por esto mismo me parece normal que se den las noticias de ese modo y de esa forma. Van dirigidas desde un tipo de mente a un mismo tipo de mente, de lo racional a lo racional. Obviamente sin tener en cuenta » el otro punto de vista» el del lado oscuro.
Enhorabuena por la página¡¡¡¡¡.
Jose Antonio dice
Querida alma camarada, Raúl:
Me has hecho pasar un rato muy divertido con el comentario a tu noticia. He reído a carcajadas como hacía tiempo que no me reía ante ninguna noticia de este rasero.
Gracias a Dios, caro amigo Raúl, que aún existen mentes sensatas capaces de ver la idiocia de las noticias «científicas». Lo lamentable es que se dan a conocer «a bombo y platillo» como si fueran el mayor descubrimiento de los últimos tiempos. Es la imbecilidad que caracteriza a esta época de «oscurantismo científico»… ¡Bendita estulticia! Que diría nuestro ilustre filósofo estoico español Séneca.
Fabio hace alusión al desconocimiento de la obra de Jung o, antes bien, a sus descubrimientos, eso sí, o, más bien, a la reformulación de una sabiduría conocida desde antaño, pero olvidada por un período de lavado de cerebro bastante efectivo… Podría objetarse que no tiene uno que conocer la obra de Jung, para ello, pues ya otros han calado tanto o más hondo. Más bien, se me antoja a mí, que se trata de un seguir lo que los antiguos sabían muy bien: «conócete a ti mismo». Ni los astrónomos deberían alejarse demasiado de ese Sí-Mismo, si realmente quieren conocer los «secretos» del universo; ni los Físicos, como ya hemos visto en los últimos tiempos, han de pasar por alto los principios universales o arquetipos para comprender qué ladrillos forman la estructura material; y, por supuesto, los neurólogos, los biólogos y los genetistas no debieran seguir la tónica de abrir la televisión para encontrar las imágenes que se proyectan en su pantalla. Que la televisión sea un «medio» o un «intermediario» que permite, precisamente, que podamos ver las imágenes en la pantalla, no significa que en el intermediario se encuentren las imágenes. Por supuesto, para los que se hayan despistado un poco, el símil del televisor es válido para el funcionamiento del cerebro. Aunque, eso sí, admito que éste es mucho más complejo que aquél, como también lo es el medio del que proceden las «ondas electromágnéticas» que ha de procesar y hacer visibles a la consciencia.
Enhorabuena amigo Raúl por tus comentarios y gracias por ilustrarnos
Un abrazo
José
Raúl Ortega dice
Gracias a ti, mi muy estimado frater Jose. Muy bien traído esto: «Podría objetarse que no tiene uno que conocer la obra de Jung, para ello, pues ya otros han calado tanto o más hondo». Es que es así. Si bien en el ámbito de la pura investigación de la psicología humana la Psicología Análitica debería ser una referencia paralela a la que es la Teoría de la Relatividad en Física (y no lo es), en la crítica a nuestra forma de entender y estudiar la realidad, en otras disciplinas, o en general, hay ya muchas voces geniales que se han alzado muy alto y muy profundo denunciando que posiblemente estemos metiendo la pata hasta el fondo, algunas proponiendo además sensatas alternativas. Tenemos ilustres disidentes en la Medicina, la Física y la Biología, por ejemplo. En la Epistemología. Y eso por supuesto sin contar con los estudios de los genios del Esoterismo y la Filosofía Perenne de estos dos últimos siglos, con su arsenal de pruebas demostrativas sobre la constitución de la «otra» realidad. Toda una Ciencia paralela…
Un abrazo, y que estés teniendo un provechoso verano.