Debate: Orígenes de la Religión

Acabo de contestar al artículo El surgimiento de la Religión en el blog de mi gran amigo Moisés Garrido, íntima hermandad que no quita que seamos a la hora de discutir algo así como Peppone y Don Camillo. Copio aquí mi respuesta, ya que entiendo que es un tema de primordial importancia en este blog/web:

Estimado Moisés, enhorabuena antes que nada por la prolija y exquisita elaboración de este artículo, cosa a la que por otro lado tu lector ya está acostumbrado, y enhorabuena especialmente por la elección de este tema a debatir, que centra el diálogo en justo el epicentro sobre el que gira tu blog y, mucho más allá, intersecciona con los sectores fundamentales del debate epistemológico contemporáneo.

Comenzaré mi comentario expresando mi primer y más suave pensamiento al respecto en palabras de James McClenon, profesor de Sociología en la ECSU de Carolina del Norte, y autor del libro Human Evolution, and the Origin of Religion: “Una revisión de las principales orientaciones vinculadas con el origen de la religión revela que las teorías vigentes son inadecuadas. Las ideas actualmente aceptadas no coinciden con la evidencia antropológica, la evolución biológica y las experiencias de la gente”. En realidad habría que empezar algo más atrás, ya que McClenon obvia el caso, que hay que señalar como premisa y precedente, de que no existe ni ha existido nunca nada parecido a un consenso en la comunidad de investigadores alrededor de ninguna de las hipótesis que cada escuela ha esbozado al respecto (otra cosa es que nuestra cultura, a nivel popular, sometida a la inquisición de su paradigma, haya tomado partido más por unas que por otras). Es un debate que comenzó muy abierto, y lo sigue estando. No podría ser de otra forma, en un tema en que el capricho, la subjetividad, la predisposición y la fe (en su propia doctrina) del investigador tratan de rellenar los resbaladizos vacíos propios un objeto de estudio tan proteico, inasible y poco falsable, al menos en comparación con todos aquellos objetos tan tangibles y definidos con que la racionalidad moderna se maneja tan cómodamente. Antonio Piñero llega a decir al respecto: “Las teorías sobre el origen de la religión perdieron pronto su importancia, ya que sencillamente no hay medio de poder confirmar o contradecir su veracidad”. En este caldo de cultivo, parafraseando a Feuerbach, es normal que ocurra que “el hombre haga sus hipótesis a su imagen y semejanza”.

Pero, entonces, ¿a qué se refiere McClenon con “evidencias antropológicas”, por ejemplo? ¿Existen o no existen evidencias de algún tipo comprobables en este campo que nos sirvan como agarradero mínimamente sólido a nuestras especulaciones? Claro que existen, dentro de la investigación de la función religiosa en sí, a-históricamente, pero antes de llegar a ello hay que limpiar el camino de todas esas otras teorizaciones inconducentes (que son a las que se refiere más arriba Piñero en realidad). Las hipótesis sobre el origen de las religiones que se basan en especulaciones de carácter netamente histórico, que dependen de la realidad o no de sucesos o circunstancias constreñidos en un remoto pasado literalmente pre-histórico (es decir, imposible de comprobar históricamente) deben ser tachadas sin dilación de Retro Ciencia Ficción y no recibir más credibilidad que la de una novela histórica, o cualquier otro evento con alto riesgo de padecer sugestión y proyección psicológica. Este fue precisamente uno de los temas que traté en mi ensayo sobre el Complejo de Edipo, donde creo que demostré con suficiente evidencia que el modelo de la horda caníbal de Freud mostrado en su (pretendido) tratado de antropología Tótem y Tabú no era otra cosa que una reelaboración del mitologema cosmogónico judeocristiano alrededor del pecado original y la culpa. Con lo cual, con una religión, la freudiana, se nos trata de explicar el origen de otra.

Bertrand Russell, siguiendo las huellas de Freud y la causación psicoanalítica, decía aquello tan caro al pensamiento popular contemporáneo de “La religión se basa, a mi juicio, primordial y principalmente en el miedo”. Normalmente, después de decirse esto, se pasa a contar cuentos sobre el terror del primitivo ante lo desconocido, los depredadores, los elementos de la Naturaleza y cosas así. Es curioso observar como nuestra fantasía moderna gusta de imaginar nuestra prehistoria envuelta en una crónica agorafobia donde el animal humano vive aterrado nada más asomar el pinrel a la boca de la cueva. También nos inventamos la oscuridad de la Edad Media y de camino sus terrores milenaristas, también gustaba Roma de sentirse luz y al resto del mundo considerar tiniebla bárbara y trémula y aún así sigue considerando el Primer Mundo al Tercero y sus costumbres: una barbaridad oscura movida por hambre y pánico. Todo oscuro lo ve el ciego, claro que sí. Pero, en realidad, poco menos que una barbaridad darwiniana es pensar que una especie que prospera lo hace porque está mal adaptada e incómoda en su medio. Evidentemente si algo siente con fuerza el hombre, desde que lo es, es el orgullo y la seguridad de considerarse el predador en la cúspide de la pirámide de supervivencia, el auténtico rey de la pradera. Si tranquilo vivió siempre un elefante en su omnipotencia salvaje, imaginemos la relajación que debe dar el tomar conciencia de que uno pertenece a la especie que los caza.

Pero ese es el problema: imaginar demasiado. ¿Para qué hacerlo, cuando tenemos hoy día ejemplo de nuestro pasado remoto conviviendo con nosotros en la Tierra? Busquen ese ancestral estrés en, por ejemplo, los yanomami o los aborígenes australianos. ¿No acabamos encontrando más inquietud en la boca del metro, atrincherados sin embargo detrás de policías, muros y pararrayos, que en la de la paleolítica cueva? (en realidad la antropología nos enseña que lo que más hace el primitivo a lo largo de su cotidianidad es reposar descuidadamente en estado alfa, como los bebés).

El miedo a la muerte como explicación causativa del impulso religioso hay que tratarlo aparte, por ser una de las argumentaciones más extendidas en nuestro folclore. Se presupone así que lo religioso puede reducirse a un rito más o menos elaborado que establece tótems para conjurar el paralizante pánico frente al tabú de la muerte, por supuesto mucho mayor en nuestra prehistoria. Para empezar, habría que decir que tenemos muy distorsionada la relación entre la religión y la muerte en la antigüedad remota por la sencilla razón de que la Arqueología si encuentra vestigios culturales, los encuentra enterrados e inertes. La Arqueología es una ciencia de cadáveres, es una disciplina forense. Así, sabemos un poquito de ritos funerarios primitivos. De ritos de caza, fecundación e iniciación casi nada. Si queremos jugar otra vez a la retro ciencia ficción, podemos tratar de imaginar qué importancia le dio una conciencia al aplastante hecho de la muerte cuando se abrió a la realidad irrevocable de ella, pero teniendo en cuenta que descubre al mismo tiempo la aliviante existencia eterna de su especie y su continuidad en la progenie, y que en ese mismo albor se empieza a enfrentar a una miríada de temas (¡todo un Cosmos!) de interés filosófico inmediato y fascinante. Si hacemos bien los deberes, investigaremos mejor un poco el chamanismo actual para darnos cuenta de que su religiosidad se emplea en bastantes más preocupaciones y prácticas que las de sepulturero o plañidero, incluso que la de psicopompo. O podemos pasar a la ontogenia si nos resulta compleja de asimilar la filogenia: ¿qué pasa con el ser humano cada vez que, en cada nuevo niño, repite el descubrimiento tan pretendidamente conmovedor de la propia mortalidad ineludible? Pues, de momento, ocurre que ni Freud (ese sagaz husmeador de las sombras instintivas humanas) fue capaz de encontrar ningún hito psíquico reseñable en este sentido en la psicobiografía humana. Sus disquisiciones sobre la muerte tomaron derroteros muy diferentes a considerarla un trauma nuclear en el desarrollo psíquico ontogenético, y, como todos sabemos, más bien rondaron la idea de un inconsciente que, a partir de un punto, considera a la muerte como algo deseable y apetecible. Ideas, por cierto, perfectamente rebatibles, pero en otro lugar.
Si nos resulta muy llamativa la omnipresencia del culto a la muerte que hay en el antiguo Egipto, y queremos tomar eso como síntoma de elevada aprensión ante el hecho de abandonar este mundo, también debería resultarnos llamativa la parca presencia de eso mismo en la religión Judía, y corregir el punto de mira.

Las relaciones entre la religión y el miedo a la muerte personal no son más íntimas que las que tiene con lo mismo, o el poder, o el sexo, la ciencia.
La religiosidad de una persona, actual o pretérita, por tanto, si es sui generis, es completamente independiente de su miedo a la muerte, y nada tiene que ver con su inseguridad frente a las inclemencias del ambiente. Esta última es la temática de la que se ha ocupado siempre la política, y aunque la religión acostumbradamente ha ejercido también esta función, el tema que nos convoca hoy es la legitimidad de su contenido sagrado, no las derivaciones de éste en lo profano.

Es más: “El temor de Dios es el principio de la sabiduría”, exhorta el Salmo. En realidad las religiones meten más miedo, que quitan. Complican penosamente la vida con sus ritos y estrictas observancias. Merman la producción laboral, por lo mismo. Creo que todos estaremos de acuerdo en que son, en todos los casos, una pesada carga para el funcionamiento de la vida cotidiana, y no precisamente un alivio.

Sin embargo, es momento de decir que las relaciones de la religión con el mundo de los muertos, son el eje central de su esencia. Pero no basadas en el miedo al fin de la vida, sino en el fenómeno contactista. Luego vuelvo a retomar este hilo. Antes voy a sopesar una idea más con la que nuestra cultura trata de entender el fenómeno religioso: la teoría racionalista o intelectualista. La religión como ciencia primitiva, como razonamiento primitivo alrededor de lo objetivo. Estamos muy acostumbrados a tratar a la religión como tal, del mismo modo en que solemos pensar en la astrología como astronomía arcaica y en la alquimia como química obsoleta, por ejemplo. Bien, de estos dos ejemplos se deduce con evidencia el error garrafal de este planteamiento. La astrología sigue vigente, porque la astronomía deja un hueco a la metafísica de los astros, ocupándose sólo de su física. Lo mismo le ocurre a la alquimia con la química. Que durante mucho tiempo las originarias disciplinas metafísicas se ocuparan también de la contraparte terrena, a menudo con celo, y siempre con escaso tino, no nos dice nada en contra de su esencia fundamental y su tino o desatino con respecto a ésta.

Edward B. Tylor sigue siendo un referente actualmente porque, estando su teoría dentro del movimiento exegético racionalista, tuvo el gran acierto de no medir a la religión como una ciencia del mundo real, sino como una ciencia del mundo objetivo interior, dándole primordial importancia a la experiencia humana con las figuras de los sueños y visiones. Podemos tomar el relativo respeto que aún conservan las teorías tylorianas como una pequeña prueba de que por ahí debe rondar la auténtica explicación que estábamos buscando. El problema que nos asalta inmediatamente siguiendo este hilo es ¿qué son, pues, los sueños, las visiones?

Si hay algo que la Arqueología nos ha permitido conocer de nuestro pasado, conocer empíricamente, es que la religión, como quiera que surgiese, lo hizo de la mano del arte. Lo religioso se acaba articulando en un discurso, y entonces se vuelve atacable por lo científico. Pero la ciencia frente al arte no puede hacer absolutamente nada. Frente a la i(a)rracionalidad del arte, no puede más que sentirse impotente y resignarse. Resignarse ante un absurdo que sentimos, sin pasar por el tamiz de la razón, directamente preñado de significado. La que no se amilana ni ante los confines del mismo Universo, frente a la Música no tiene nada importante que decir, y no dice nada importante. Se doblega mansa, y, en vez de hablar, se sienta y escucha. No se puede reducir una melodía a partículas, ni un cuadro a pinceladas. Podemos describir características, constatar patrones, pero seguimos sin calar su misterio, seguimos sin saber de dónde surge y adonde nos traslada este elemento tan superfluo y gratuito de cara a las necesidades vitales, y al mismo tiempo tan importante. El ateo concibe y desea una sociedad sin religión, pero no concibe ni desea una sociedad sin arte. Sin embargo, repito, si algo sabemos históricamente, es que uno y la otra no deben venir de lugares distantes. Y también sabemos que un musicólogo no hace nada muy diferente de la teología: tratar de entender algo de lo que es esencialmente inextricable.

Hay sueños que son como un pasodoble, o un tango. Otros como la novena sinfonía de Beethoven. Y hay experiencias con lo Inconsciente que ningún modo de arte abarca. William James, uno de los padres fundadores de la moderna psicología, coetáneo de Tylor, escribe en 1902 nada más y nada menos que “Las variedades de la experiencia religiosa”, a raíz por supuesto de que él mismo atravesó una. Una canción puede cambiarte el ánimo unos minutos. Una experiencia religiosa cambia toda tu vida, incluidos el corazón y la ideología. Si consideramos los sueños y el resto de experiencias desde lo Inconsciente a nivel freudiano, es normal que colijamos que todo eso es muy humano, incluso banal, y que es un garrafal error epistemológico de la Historia extrapolar la existencia de espíritus y divinidades desde ahí. Pero el garrafal error epistemológico es seguir empeñado en desoír lo que la rama dorada de la ciencia, que une a un James con un Jung, y que pasa por encima de Freud, está diciéndonos desde hace mucho, mucho tiempo. Lo Inconsciente no es una pequeña subpersonalidad que puede armar mucho disturbio en la conciencia. Es el fundamento de esta, su pilar, su origen. Cuando el científico descubre la teoría de la relatividad, su Inconsciente, como está antes, antes lo sabe. Cuando el científico descubre la mecánica cuántica, ya estaba descubierto por lo Inconsciente. Pero seguimos empeñados en pensar en términos newtonianos. En el fondo, nadie cree aún en la mecánica cuántica. En James y en Jung, y en lo que de verdad intuyó Tylor, mucho menos.

Cuando miramos y medimos el mundo, ya está antes visto y medido por lo Inconsciente. No existe experiencia con los astros, los rayos, los truenos, la guerra, el amor o la muerte que sea más importante, más decisiva y más radical que una experiencia profunda con lo Inconsciente, porque el observador y lo observado, el sujeto y el objeto, están contenidos a la vez dentro de él. Es como el campo magnético de la Tierra, que la contiene a ella y a todos sus habitantes.

Es el mundo de los muertos, de las figuras de los sueños, de los duendes y hadas, de los OVNIs, el Más Allá, el Otro Lado, el Astral… Mil nombres ha recibido y recibe, y aquel que sufre la experiencia directa se puede llamar de mil formas también, pero hoy me apetece llamarlo “contactado”. Como hay sueños y sueños, hay, en efecto, contactos y contactos.

No estamos hablando de alucinaciones, sino de visiones adimensionales o polidimensionales. No estamos hablando de proyecciones psíquicas y paraeidolias, estamos hablando de auténtica correspondencia entre lo físico y lo psíquico, que en la experiencia de contacto puede sin ningún problema saltarse una o más leyes naturales (sincronicidad, fenómenos psi, poltergeist, un OVNI que registra el radar, etc.).

Ante esta nueva dimensión que le estamos dando a aquello aparentemente tan banal que es “el primitivo trata de explicar con la religión lo que ve en los sueños”, podemos hacer retro ciencia ficción ahora de nuevo y tratar de imaginarnos el despertar de la conciencia, y dejar de lado un momento la majestuosa visión del primer albor, la impresionante experiencia del primer rayo, la triste constatación del determinismo de la muerte, y volver nuestra atención a aquello que pasó instantáneamente en el momento que surgió la conciencia: que el Universo entero quedó partido en dos, y desde entonces el Yo quedó enfrentado al mundo físico, hacia donde dirige sus pasos, y a lo Inconsciente, el útero del Padre y Madre desde el que ingresó en el mundo, y al que religa un cordón umbilical que no por negar, es menos real e ineludible.

Pero exactamente esta escena primigenia ya la recreó Stanley Kubrick con infinita profundidad en su Odisea 2001.

2001, tres millones A.C. o el siglo XXV, la experiencia religiosa es algo que estará ocurriendo siempre. El origen de la religión está aquí, ahora. No es una mera herencia del pasado, como el apéndice. Pero, eso sí, las visiones del Origen no son experiencias democráticas. William James dice:

“La Razón, actuando sobre el resto de nuestras experiencias, incluso sobre nuestras experiencias psicológicas, jamás hubiera podido inferir estas experiencias específicamente religiosas antes de su aparición real. Ni siquiera podría sospechar su existencia, ya que éstas son discontinuas respecto de la experiencia “natural”, e invierten sus valores. Sin embargo, en la medida en que vienen y son dadas, la Creación se ensancha ante nuestra vista. Sugieren que nuestra experiencia “natural” así llamada, vendría a ser tan sólo un fragmento de la realidad. Debilitan las líneas maestras de la Naturaleza y despliegan las más extrañas posibilidades y perspectivas.
Este es el motivo por el que me parece que la Razón, si trabaja en abstracción de las experiencias específicamente religiosas, siempre omite algo y fracasa en su intento de alcanzar conclusiones completamente adecuadas. Esta es la razón por la que la “experiencia religiosa”, llamada así tan peculiarmente, necesita en mi opinión, ser considerada e interpretada cuidadosamente por todo aquel que aspire a desarrollar una verdadera filosofía religiosa.”

Lo siento, entrañable señor Puente Ojea. Está en su derecho de ultrajar, vilipendiar, escarnecer y difamar a todo aquel que se cruce en su camino. Pero, ojo: eso no lo sacará de su visión sesgada y paupérrima de lo que es el Hombre y la realidad en la que vive. Usted, querido Ojea, aún no conoce de la misa ni la media.

Esta entrada fue modificada en 20 mayo 2015 11:07

Raúl Ortega: Soñador e intérprete de sueños. Batería. Melómano del funk y el jazz. Creador y curador de Odisea del Alma. Ensayista. Terapeuta de orientación junguiana. Programador y desarrollador web. Criador de aves exóticas. Devorador de berenjenas y brevas. Bebedor de Ribera del Duero. Paradigmático puer aeternus. Hippie extemporáneo en formación continua.

Ver Comentarios (4)

  • Utilizo a Puente Ojea nada más de modo oportunista, porque me lo pones a mano (jamás lo hubiera usado como referencia de nada de motu proprio). Para seguir el hilo de tu noticia me he obligado a usarlo como estereotipo para referirme a todos aquellos intransigentes de discurso demasiado seguro de sí, cuando, en efecto, puede que no les falte razón, pero seguro sí experiencia. Ellos llegan a un cesto de frutas, cuentan dos peras más dos manzanas, y deducen cuatro. Luego llega otro y dice "cinco". Y el primero le critica al segundo que es un débil mental, cuando lo que ha ocurrido es que se le pasó por alto que entre las peras y las manzanas había además una avellana.
    Pero algo así fue lo que le pasó a Einstein al criticar la Teoría de Copenhague, y creo que atender a esos niveles el debate sí es enriquecedor. Sobre Puente Ojea opino exactamente lo contrario, Moisés: que lo hemos escuchado y leído todos en este país demasiado, obligados por su popularidad, fama y asiduidad en los medios. Recordemos nada más uno entre sus tantos y tantos famosos titulares: "Puente Ojea califica a los españoles de 'gentes alienadas e intolerantes' por creer en Dios". Qué gran antropólogo este ricachón aristócrata. Con tanto autor novel y verdaderamente brillante, que sigamos sufragándole el lujo a este señor comprándole el rancio discurso… Yo a cambio, para airearte, te recomendaría leer el maravilloso libro que tengo ahora entre manos: El Renacimiento de la Naturaleza, de Rupert Sheldrake, que es Ciencia, Arte y Religión sin alienaciones ni intolerancias. Ese sí es un bello bolsillo al que amecenar.
    Con respecto a Matthew Alper: hace unos días colgué en mi blog este artículo, donde precisamente integro un pensamiento como este:
    “-El paradigma cientifista permite la existencia de la Psicología y la Ciencia Social, e incluso aún se esfuerza por derivar alguna limosna de su presupuesto hacia las facultades de Filosofía y Letras, pero es un gesto sumamente hipócrita, ya que su secreta esperanza desde el principio en materia de Humanidades ha sido poder hablar del comportamiento humano sólo a través del análisis del cerebro. Ha dejado hablar a la Psicología, con condescendencia, mientras la Neurología estaba en pañales. Pero con el desarrollo actual de los instrumentos y técnicas de medida, la máscara ha caído. El terreno siempre estuvo abonado y las primeras gotas de rocío ya han dado abundante fruto. Han nacido las subdisciplinas de la Neuroteología, la Neuroestética, la Neurofilosofía, la Neuroeconomía… y cualquier otra cosa, por ridícula que parezca, que se nos ocurra con ese prefijo delante. Como dice un Punset emocionado: “La Ciencia del siglo XXI será sin duda la ciencia del cerebro”. Si esto es lo que se espera de la Ciencia en el futuro, entonces estamos hablando de la misma Ciencia del siglo XIX, sin avanzar un ápice”
    Como ves, te contesto por adelantado. La biografía de Alper, como sabes, es una biografía ejemplar. Toda su inquietud empieza dentro de él precisamente con el miedo a la muerte, y es justo a través de eso como llega a plantearse la respuesta religiosa. Él es un ejemplo más de que la religiosidad no empieza por ahí, y si empieza por ahí, se acaba pronto, en un callejón sin salida. Él meramente es un exponente de la falacia “La religión comienza en el miedo”, y no ha obtenido de su estudio a partir de esa premisa nada que no hubiera puesto antes él ahí (como constantemente suele suceder, ya que los pensadores la mayor parte del tiempo la pasamos girando mordiéndonos el rabo).
    Hablando de callejones sin salida: con predicción científica (la heredera de la profecía), te digo que pronto la Neurología llegará al mismo callejón sin salida que la Física. Buscando la respuesta última química o genética en el cerebro, nos va a pasar como con las partículas, que vamos a necesitar incluir nuevos elementos para solventar la paradoja. En realidad no tiene mérito decir esto. Eso ya ha pasado (la ubicuidad de la memoria, etc.), es sólo que como con todo lo demás, se tardan unas décadas en asimilar los resultados.

  • Estimado Raúl, gracias por tu enriquecedora e interesantísima aportación. Hay muchos puntos para discutir porque el tema bien lo merece, pero no quiero adelantarme a un trabajo que tengo en mente preparar sobre Neuroteología y las tesis del filósofo Matthew Alper, cuya obra "Dios está en el cerebro" me parece que es la que mejor ha dado en la diana del problema, proporcionando esas pruebas exigidas por Puente Ojea a las neurociencias para explicar cómo se forjó en la mente del hombre primitivo la idea del alma. Su lectura me ha ofrecido muchas de las respuestas que últimamente yo venía buscando. Y casualmente semanas después de haber tenido la oportunidad de entrevistar en Madrid al catedrático de Neurología Esteban García-Albea, cuyas investigaciones sobre la epilepsia extática tienen mucho que ver con todo ello. En lo que más disiento contigo es en tu crítica -injusta a mi parecer- a Gonzalo Puente Ojea. Te invito a que profundices en su obra. Tal vez te resulte menos antipática que verle a él cuando participa en un debate televisivo. Si algo tiene Puente Ojea es que sus tesis, sean o no de tu agrado, están bastante bien estructuradas y argumentadas. Y además no son fáciles de digerir. No se puede decir que sea un autor superficial, sino más bien todo lo contrario. Y por ser un gran pensador que fomenta las libertades individuales y denuncia la manipulación que ejercen los poderes dominantes -sean religiosos o políticos-, merece todos los respetos, al menos los míos. Creo que pocos han llegado a radiografiar el fenómeno de la religión -con toda su carga mítica- como él lo ha hecho. No hay más que leer "El mito del alma" o su más reciente "Vivir en la realidad. Sobre mitos, dogmas e ideologías". La crítica no sólo es buena, sino saludable. Y si es constructiva y nos hace reflexionar, como la que ofrece Puente Ojea, mucho mejor.

  • Queridas almas camaradas:

    He leido con atencion el tema que tratais y vuestos mensajes. Solo añadir un pequeño comentario al que ya hace Raul, y es que, en efecto, la ubicuidad de la memoria ya la tratamos en otro lugar. Tanto vosotros, cuanto yo mismo en mi libro El Retorno al paraiso perdido. Creo recordar que en el tercer apartado hablaba de la memoria exosomatica, al tiempo que criticaba la "creencia" moderna en que en el cerebro, en el ADN, y en las particulas subatomicas se encontrarian las respuestas a los grandes enigmas de la humanidad. En fin, una nueva proyeccion sin conocimiento de causa.

  • La hipótesis de la mente más allá del cerebro nos sirve además como uno de los mejores puntos de partida para explicar fenómenos tan problemáticos como la psicoquinesis (influencia de la psique en el medio físico externo). Si es cierto, por ejemplo, que Nina Kulagina detuvo sólo con el pensamiento el corazón de una rana... ¿Cómo lo hizo? Podemos argüir "telergia", pero si entendemos por ella una fuerza física desconocida y hasta la fecha inmensurable que fluye desde el cerebro hacia el objeto exterior no hacemos otra cosa que añadir un nuevo misterio a lo ya misterioso, y seguir sumando variables a la gran ecuación de lo desconocido. La hipótesis de la "Exopsique" al menos nos provee de un denominador común frente a un buen grupo de fenómenos misteriosos.
    Este es el punto de partida de Sheldrake, por ejemplo, cuando realiza sus experimentos de percepción extrasensorial. Cuando publicó los resultados (positivos) de sus investigaciones al respecto de la clarividencia y la telepatía no lo hizo para fundamentar la teoría de la telergia tal y cómo se suele entender ésta, sino para apoyar su hipótesis del "campo morfogenético", que vendría a ser una Psique colectiva exterior al cerebro, al cuerpo, de los seres vivos individuales.