5.- Hestia
La diosa Hestia es la guardiana del Fuego del Hogar, un símbolo que nos obliga a remontarnos en abstracción un poco más allá de lo que nos tienen acostumbrados los atributos de las otras diosas. Es el espíritu de concordia que debe garantizar la armonía en la convivencia, no ya sólo familiar, sino extendida a toda la comunidad, e incluso entre los pueblos y naciones. Su radio de acción parte del terreno de la empatía y la solidaridad interpersonales, pero alcanza la aspiración más holística de Unidad. Es obvio que estamos refiriéndonos a una esencia amorosa, pero no tendente a lo concreto, subjetivo y particular como defiende Afrodita, que a Hestia le resulta mezquino, sino de vocación tan objetiva y transpersonal como el afán por la Verdad: el Amor Universal.
Esta cualidad ya la encontramos encarnada en una parte del corazón de la mujer artemisa, que la impulsa al cuidado y la lucha social, pero en ella es tanto o más fuerte la pasión por la aventura, el viaje y la empresa creativa. En la mujer hestia, más introvertida, esto es, sin embargo, la esencia de su personalidad, y gusta servirla a través de las recatadas y recluidas imaginación, meditación y oración. Cuando Artemisa guía sus pasos desde este lugar de sí misma, lo hace al estilo de las Misioneras de la Caridad, enfocada en la ayuda al necesitado. Hestia, sin embargo, prefiere el convento de clausura de unas Clarisas, por ejemplo. Esto no es sólo metafórico: la diosa Hestia fue adorada en Roma como Vesta, y su séquito estaba constituido por las vestales, doncellas entregadas al riguroso cuidado de un fuego prendido en el altar del Atrium Vestae, que no debía apagarse bajo ninguna circunstancia, y a la realización de todos los protocolos y rituales concomitantes. Con este precedente no debería extrañarnos que la mujer hestia a veces sienta una genuina inclinación a internarse en un convento o institución similar, y convertirse en esa «tita monja» que tantas familias tenían cuatro o cinco generaciones atrás en nuestra cultura. Esto conlleva, de hecho, una fuente de problemas con que la enfrenta la actualidad: el mundo de hoy sólo raramente provee lugares y ocupaciones apropiadas para una mujer con este carácter. En un mundo extravertido, competitivo y cientifista, ella es como una niña pequeña atravesando sola, de acera a acera, una avenida.
Esta diosa también es virgen, y quizás el adalid más acérrimo de la castidad de todo el panteón. Así, la pérdida de la pureza de una vestal era castigada en Roma con una cruenta muerte. Es sencillo entender que Atenea sea doncella, pues la razón jamás hizo buena pareja con el deseo (aunque lo intente eternamente). También que lo sea Artemisa, intuitiva y completa en sí misma, sintiendo del otro que no es complemento, sino cuerpo ajeno y extraño, como ya expusimos. En Hestia, esa profunda espiritualidad nos lo explica, pero patrocinar en primer plano precisamente el hogar, la familia, confunde. ¿Se trata de otra incongruencia mítica, como el caso de Artemisa y la maternidad? No. La virginidad de Hestia trata de decirnos que la pareja, la familia y, en último término, toda asociación humana, debe sustentarse, si quiere ser una unión realmente próspera y estable, en fundamentos finales que estén más allá de la satisfacción de los instintos y, en general, de consideraciones materiales y demasiado personales. Desde Hestia, Afrodita se revela parcial e insuficiente. Hera, aún colocando sus miras en una instancia superior como es lo colectivo, tampoco alcanza, pues trocar erotismo por mercantilismo y estatus obviamente no es el ideal de Hestia (de la que hay, por cierto, muy pocas representaciones -hasta ahí alcanza su discreción-). Aunque ambas entienden mucho de pactos y de fidelidad a ellos, aquella sólo comprende la letra de los contratos, mientras ésta se preocupa de su espíritu. Definitivamente, lo colectivo que tanto interesa a Hera es para Hestia un referente muy deficiente, por vano y superficial, pues lo que ella personifica es la conexión con lo trascendente como único aval idóneo; la alianza de las relaciones y asociaciones humanas con lo sagrado. Hestia, por sí sola, simboliza lo religioso en sí, en su acepción básica de ser lo que religa.
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