3.- Hera
Si la estación del amor propia de Afrodita es la primavera, el tiempo de la siembra y la fecundación, el verano de los frutos, la cosecha, lo es de Hera. La consolidación de la pareja es su mundo. La boda es un hito muy importante en su biografía, no tanto por lo que tiene de jubilosa exaltación de los sentimientos y el deseo, sino por lo que significa como sello público (ante testigos, ante notarios) de un pacto, un compromiso profundamente vinculante. Ella es La Esposa, significante que nos remite a esa otra acepción que se refiere a un muy conocido instrumento de coerción policial. Para la mujer hera los anillos de boda, las alianzas, obligan tanto como los grilletes del gendarme, pero esto no es vivido ni con claustrofobia ni con resignación, sino con el gozo y la satisfacción de la que ha encontrado su meta, su fin: la fundación de un hogar.
Para Hera, esos espíritus bohemios y aventureros que se sienten en la mansión familiar aburridos y limitados son sociópatas, pues ella es la salvaguarda de la estructura y cohesión de la sociedad a través de serlo de la célula irreductible que la conforma: el clan familiar. De hecho, es esta dimensión sociológica del clan lo que más interesa a Hera. Es madre, por supuesto, como Deméter, pero esto es de todos modos para ella, aunque muy importante, sólo una faceta más dentro del gran proyecto global que lo envuelve, que es la institución matrimonial. Un organismo con decidida vocación colectiva, que propaga fielmente dentro de su sede, el hogar, los valores comunitarios a la descendencia (esperando de los hijos que en el futuro se conviertan a su vez en conspicuos integrantes de la congregación), y que por afuera medra aspirando a encumbrarse entre las capas sociales más altas y prestigiosas.
Hera absorbió los valores y reglas desde el entorno y sus representantes más influyentes (igual que Afrodita), los encarnó, y pasó a ser en la madurez una exigente institutriz divulgadora de ellos. Podríamos decir que es precisamente esto, la madurez, cargada de implicaciones tanto positivas como negativas, una gran clave definitoria de Hera. En ella el voluble y promiscuo corazón juvenil ha crecido y se ha responsabilizado, apostando por la fidelidad, un grado superior en el desarrollo del sentimiento que requiere siempre una más profunda capacidad de amar. Sin embargo, como su marido y la “empresa” que dirige con él son inseparables, es difícil asegurar a veces dónde tiene realmente depositada su fidelidad Hera. El siempre turbulento y algo egoísta deseo sexual se ha templado, y comparte su espacio psicodinámico con el generoso y altruista instinto maternal, pero tampoco es sencillo diferenciar en su comportamiento como madre, tan diligente y aplicado, dónde acaba el amor a sus vástagos y dónde empieza la mera obligación moral. Un hijo con un temperamento más allá de lo normal y de lo que es comúnmente aceptado (lo cual desconcierta profundamente a Hera) puede sentirse impecablemente vestido y alimentado, pero, a la vez, no amado. La pasión sexual no empleada también ha cedido su sitio al vehemente impulso de poder que es el sustrato de sus ambiciones sociales. Este aspecto de su personalidad puede avinagrarse, convirtiéndola en una antipática figura autoritaria con un discurso hacia los demás cargado de moralina intransigente, a lo cual ayuda mucho su fidelidad inamovible a los valores heredados, por más rancios que sean. Las feministas suelen acusar mucho a la mujer hera de ser uno de los medios más eficaces para transmitir de generación en generación el machismo más reaccionario, por ejemplo. Entre las mujeres hera, en efecto, encontramos grandes y poderosas patriarcas.
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