2.- Afrodita
Suele parafrasearse a Freud diciendo “los sueños son la vía regia hacia lo inconsciente”, pero, en realidad, es la mujer afrodita la que debería ostentar ese egregio título. Y es que ella es la materia prima de la que parte el mismísimo psicoanálisis, y la musa inspiradora de muchas de sus ideas fundamentales. Su carácter sensual, su mundo interno pletórico de inclinaciones relacionales y su vocación y aptitud innatas para traer a la luz el deseo desde las profundidades inconscientes de los demás (incluidos sus terapeutas), son los que sellaron con su carácter tan netamente sexual al concepto freudiano de libido.
Afrodita erotiza todo por donde pasa, desde la acera al diván, y espanta con ese inmenso poder sus inseguridades y carencias esenciales. Porque ella es, a la vez, dominio y debilidad. La sexualidad doblega tanto la voluntad del otro que es obvio entender dónde radica su fuerza, pero para comprender sus flaquezas hay que adentrarse en ese rasgo central de su personalidad que consiste no sólo en ser musa de psicoanalistas, sino en ser la musa de todos en general. Esto significa tener en el centro de la identidad no un yo suficientemente sólido y definido, sino más bien algo como un espejo, en el que solamente tenemos la seguridad de ver un rostro nítido si alguien, desde afuera, se refleja en él. A la celebérrima pregunta ¿qué quieren las mujeres?, la musa Afrodita responde con certeza sólo una cosa: “ser querida”, para desconcierto del inquiridor.
Ella está fuertemente polarizada hacia lo femenino más básico, hacia la máxima receptividad, y precisa de la mirada del artista, que se pose en ella el interés erótico y creativo del otro, como una abeja en la flor, para orientarse sobre quién es y qué hacer en la vida, más allá de ser la pareja de alguien. Pues el mundo del amor y el sexo, que es su especialidad y jurisdicción, sesga del carácter mucha independencia y autonomía, ya que su esencia es necesitar, como mínimo, la convocatoria de dos. Es así como el pánico a la soledad y esa necesidad de apoyarse en los demás incluso para sus proyectos profesionales (en ella se acercan mucho la puesta en marcha de una profesión y la fundación de una familia), se inmiscuyen siempre entre sus razones sentimentales, de tal modo que a menudo a ella misma le cuesta discernir si ama porque necesita, o al revés.
Toda esta vaguedad e imprecisión en el propio deseo, paralelos a la constante ampliación de su red de relaciones, arrastran a ella y sus pretendientes a continuos malentendidos y disputas, lo cual acaba conformando esos jugosos argumentos dramáticos desde los que se nutre abundantemente la creación artística, y tejiendo transformadoras aventuras, interiores y exteriores a la vez, donde quedan atrapados los implicados (el guión romántico, que se debate entre la tragedia y los más profundos cambios de personalidad -todo lo cual nos trata de contar, por ejemplo, el mito de Eros y Psique-). La mujer afrodita no sólo despierta el poderoso dragón de la sexualidad; saca de la inercia a toda el alma en general. El sexo nunca es sólo sexo: es el Cerbero que guarda la puerta hacia contenidos inconscientes que yacen más abajo aún.
Cuando la mujer afrodita se siente segura y protegida se convierte en una diligente y productiva trabajadora que pondrá en exitosa práctica las directrices y presupuestos absorbidos desde el entorno social que la cobija, en general, y desde el amante-mentor de turno, en particular, como una huerta que reditúa con la mejor cosecha los esfuerzos del agricultor, garantizándose así una confortable (sobre)adaptación al ambiente, y hasta quizás acercándose un poco más a su propia identidad, si eso que absorbe por identificación y sugestión desde sus relaciones forma a la vez parte genuina de sí misma. Es así como pasa, por ejemplo, de ser modelo a ser pintora.
El primer referente que ella encuentra en la vida para realizar esta simbiosis es el padre, con el que establece a menudo una especie de sub-matrimonio, que encela más o menos inconscientemente a la madre. Es por esto que en el mito aparece su padre Urano como generador monoparental de la diosa. Afrodita es, como Atenea, una “hija de papá”.
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