Puer Aeternus II

(viene de aquí)

José Antonio Delgado
Ldo. en Ciencias ambientales, escritor y especialista en psicología analítica

Herencia y Destino

1ª Parte

En el ensayo anterior nos habíamos dedicado a caracterizar, principalmente, el aspecto negativo del arquetipo, la sombra infantil, manifestada en el complejo materno y su tendencia a perpetuar una actitud inmadura y regresiva ante la vida. Vimos también cómo esta tendencia regresiva se ha ido extendiendo en nuestra sociedad, hasta el extremo de que una buena parte de los jóvenes permanecen en sus hogares maternos y/o paternos –o sea, en el nido- a edades que, muchas veces, superan los treinta años. Y este es un hecho objetivo que plantea, a su vez, cuestiones como la inmadurez enfermiza de las nuevas generaciones, su creciente analfabetismo y la parvedad en el interés de los adolescentes contemporáneos por la cultura, así como la responsabilidad de los supuestos adultos en dicho estado de cosas. No olvidemos que los jóvenes aprenden con el ejemplo y que de nada sirven las moralinas en torno a lo importante que es ilustrarse. El pretendido adulto ha olvidado sus orígenes y, con ello, se ha escindido del primitivo sustrato sobre el que descansa toda verdadera cultura. Por lo tanto, habría que plantearse el iniciar las acciones educativas ante todo en los educadores, a la postre los padres. Pues éstos, las más de las veces, son adultos sólo exteriormente, en tanto que han alcanzado la madurez biológica.

Posteriormente, dábamos cierre al apartado con un ejemplo paradigmático de la infantilidad interior de aquellos individuos que se han adaptado a las demandas de la sociedad, arrancando de raíz al verdadero puer aeternus, el niño divino que representa al Ser, el potencial de maduración o autorrealización futura, que yace en lo recóndito de su alma. Resulta alarmante comprobar la formidable cantidad de personas, en especial de extravertidos, que aparentan ser adultas en la superficie pero que, apenas se descorren los primeros velos, se descubre una adultez que no es sino una máscara encubridora de un infante rapaz de terribles exigencias, que demanda una atención, unos cuidados y una comprensión rayana en lo patológico. Esta puerilidad viene simbolizada en alquimia con la imagen del lobo, animal que, a su vez, como podemos comprobar en las imágenes del Tarot, está asociado a la Luna. Consecuentemente, la adaptación a las exigencias del mundo exterior es requisito necesario, más no suficiente, en el proceso de maduración del individuo. Puesto que esa adaptación ha de ir pareja a una atención al mundo interior, a lo inconsciente y, por consiguiente, a un desarrollo de las posibilidades futuras que el puer simboliza, también. Jung lo expresa del siguiente modo:

“El niño es futuro en potencia. (…) En el proceso de individuación anticipa la figura que resulta de la síntesis de los elementos conscientes e inconscientes de la personalidad. Es, por eso, un símbolo que une los opuestos, un mediador, un salvador, es decir, un hacedor-de-la-totalidad. (…) A esa totalidad que trasciende la consciencia yo la he denominado “el sí-mismo”. La meta del proceso de individuación es la síntesis del sí-mismo (…) los símbolos de la totalidad se presentan con frecuencia al principio del proceso de individuación, y hasta se los puede observar en los primeros sueños de la más remota infancia. Esta observación apoya la hipótesis de que la potencialidad de la totalidad ya existe a priori(1) (…)”

El siguiente sueño presenta el motivo del niño incidiendo en el peligro al que está expuesto y la oscuridad que rodea su nacimiento:

“Estoy en un lugar oscuro y lejano, pero conocido y familiar. Una mujer da a luz a un bebé. El recién nacido corre peligro, por cuanto un ser terrible trata de apoderarse de él. La oscuridad del lugar de nacimiento está emparentada con el ser maléfico que pretende causarle daño al bebé. Y, así, pareciera que el lugar en el que nace el niño es el que posibilita el nacimiento y, a la vez, el causante del peligro de muerte que asedia al niño por aquel maléfico ser”.

Dado que este sueño se produjo en los inicios de un proceso de individuación, la mujer parturienta (lo inconsciente) da a luz a un bebé que simboliza la totalidad potencial. La oscuridad que rodea al infante y el peligro de que un ser terrible (lo inconsciente, en su aspecto devorador) se apodere de él representa la enorme dificultad que semejante empresa conlleva. Puesto que llegar a lograr ese preciado bien es una titánica tarea digna de un verdadero héroe. También apunta a las trabas y los obstáculos de toda índole que las influencias ambientales imponen a toda individuación. Frente a ese impulso vital que obliga a todo ser viviente a someterse a la ley de la realización más completa, las circunstancias lo limitan, lo coartan y hasta lo cohíben, imponiéndole las más severas dificultades. Dificultades y obstáculos contra las que el individuo se ve forzado a luchar y, eventualmente, a superar. El hecho de que el sueño advierta que el peligro de muerte procede precisamente del maléfico ser que, a su vez, le ha dado a luz, significa que la totalidad (el niño divino), que surge del vientre de lo inconsciente (la Virgen), en definitiva, de la Diosa, puede volver a ser engullido por ella.

Cuando se presenta el motivo del niño haciendo especial hincapié en los peligros que le rodean, se ha producido un cambio en el estadio inicial del individuo. Así, el puer ya no representa el estado de infantilidad descrito en el apartado anterior, sino que se ha originado una transformación de la consciencia. El peligro en este momento radica en la identificación con el arquetipo “niño”, lo que suele ir acompañado de una inflación. En semejante estado se corre el riesgo de ser engullido por lo inconsciente. Como afirma Jung, ese hecho encarna:

“En especial el riesgo de perder la propia singularidad, amenazada por dragones y serpientes, (lo que) remite al peligro de que la adquisición de la consciencia pueda ser otra vez absorbida por el alma instintiva, por lo inconsciente. (…) De esta situación surge “el niño” como contenido simbólico que se encuentra separado o aislado de su trasfondo (la madre) de modo claramente reconocible pero que incluye también a veces a la madre en una situación peligrosa, y que se ve amenazado, de un lado, por la actitud de rechazo de la consciencia, de otro, por el horror vacui de lo inconsciente, que está dispuesto a volver a devorar a todo lo que trae al mundo, ya que sus partos tienen un carácter lúdico, y la destrucción es parte inevitable de ese juego(2).”

Una vez se consigue disolver el estado de identificación, entonces la consciencia puede reconocer al puer como imagen primigenia nacida de lo inconsciente y, por consiguiente, un contenido distinto de sí misma, posibilitándose el análisis de lo inconsciente. El niño se convierte en el portador de ciertos objetos mágicos que auxilian al individuo a llevar a cabo su proceso de individuación. El siguiente sueño, aún redundando en el desvalimiento y la precariedad en la que el niño se encuentra, representa abiertamente los dones que ofrece a la consciencia del soñante:

“La escena del sueño transcurre en un bazar, en el que me hallo con un amigo. Paseando por los puestos del mercado, veo uno en el que atiende un niño de tez oscura, de probable ascendencia árabe, que vendía toda una serie de souvenirs. Me acerco a su puesto y le pregunto, acongojado al ver su situación, que por cuánto me vendería una baraja de cartas. El niño me dice que por un precio ridículo, precio que, al decirlo, me hace darme cuenta de que apenas obtenía beneficio por la venta. De manera que comprarle la baraja por ese precio era como explotarlo y engañarlo. Unas lágrimas recorrieron mis mejillas, apenado por la situación de indigencia en la que se encontraba aquel niño. Entonces decidí comprarle la baraja de cartas más cara que tuviera, así como otro objeto que no recuerdo –tal vez algún walkman o un equipo de música, no lo sé- para que, cuanto menos conmigo, obtuviera unas ganancias por la transacción.”

Ya hemos indicado que la precariedad en la que el niño aparece en sueños simboliza la tremenda dificultad y la incertidumbre que acompaña a toda autorrealización. En este sueño, el niño es de tez oscura y origen árabe, lo que simboliza el carácter primitivo u originario del símbolo. Alude a las raíces instintivas propiamente dichas, que el soñador no debe olvidar que posee, lo que viene representado en el sueño mediante los souvenirs que el niño vende al público. Dos son los objetos que ofrece al soñador: una baraja de cartas(3) y un equipo de música. El primero de los objetos está relacionado con el juego, expresión ésta privativa de la edad juvenil. El segundo es un elemento que reproduce el sonido armónico de las notas musicales, siendo la música un medio de expresión (al igual que la poesía) de lo inconsciente y, también, una vía de armonización del espíritu y el cuerpo (los opuestos). Es a través del juego que el individuo adquiere progresivamente consciencia. Gracias al juego va moldeando el futuro, y así la totalidad potencial se va desplegando en el ámbito espacio-temporal. El soñador se siente acongojado y rompe a llorar ante la precaria situación del puer. El niño es un símbolo del Ser, de la personalidad total y, por tanto, es una unidad de opuestos. Unidad que es aún potencialidad pura, puesto que para la consciencia del individuo ese contenido es, al menos en sus inicios, desconocido. Sentirse acongojado, sin embargo, es ya un signo positivo, dado que moviliza al soñador en el sentido de posicionarse a favor de su totalidad. Un deseo de mejorar el estado incierto en el que dicha totalidad se encontraba (de ahí que sobreviniera una psicosis y, con ella, la emergencia de contenidos inconscientes). Sin embargo, a diferencia del sueño anterior, en éste el niño es un vendedor ambulante, una suerte de comerciante (como el joven mercurio astrológico, entre cuyas habilidades destaca su capacidad para el negocio y las transacciones comerciales). Ahora bien, esa transacción, en realidad, es beneficiosa principalmente para la consciencia. Esta obtiene dones que, aún aparentando ser insignificantes, resultan imprescindibles para entrar en contacto con el mundo infantil (en tanto que totalidad y capacidad creativa de desarrollo de la misma) y, por ende, para un despliegue efectivo de la totalidad potencial. Volvemos a encontrarnos con la paradoja de la insignificancia del niño y la importancia de los dones que él ofrece.

La consciencia del adulto no presta atención al niño, a quien considera irrelevante para solventar el conflicto de opuestos en el que se encuentra inmerso. Pero es, justamente, el niño divino quien le brinda los presentes necesarios para llevar a cabo la individuación (siendo él un símbolo de una autorrealización potencial). En los mitos, la música juega un papel muy importante en la bajada a los infiernos. Recordemos a Orfeo, que en su descenso a los infiernos duerme al can Cerbero con su música y ablanda el frío corazón de Hades en su deseo de recuperar a su amada Eurídice. Así también, el flautista de Hamelín, con su música, consigue seducir a las ratas para que le sigan y abandonen el lugar. Estos ejemplos simbolizan la capacidad que tiene la armoniosa música de amansar a las fieras, o sea, de aplacar los instintos, de sublimarlos y de encauzarlos en beneficio de la sociedad (consciencia).

La festividad de la Navidad, festejada todos los años por los cristianos en el mes de diciembre, conmemora el nacimiento de Jesús. Dado que el niño personifica, como hemos dicho, la totalidad que ha de ser desplegada en el proceso de individuación o de autorrealización, “mientras no os hagáis como niños” el ser humano permanecerá en el estado de infantilidad del puer aeternus con complejo materno. De ahí también que el colectivo siga adorando, pese a los años transcurridos desde el nacimiento de la Era de los Peces, la imagen del niño Jesús, puesto que a través de la proyección vive el hombre su totalidad inconsciente; lo que debería ser en acto pero que sólo es en potencia. En este sentido, el puer aeternus no se refiere sólo a la infantilidad y a la irresponsabilidad infantil características de los adolescentes sempiternos, sino, antes bien, como representante del niño divino es un símbolo de una autorrealización que se despliega en el tiempo en una lúdica e inagotable actividad creativa. La genuina expresión creativa, y no el producto neurótico de los puer infantiles, procede del lúdico contacto con la Diosa, de las relaciones entre el yo consciente y lo inconsciente colectivo, de la manifestación de los arquetipos constelados, del alineamiento entre el sol del medio día y el Sol de la media noche.

Cuando el individuo evoluciona, en el sentido de des-identificarse o des-ilusionarse de la imagen primigenia, hacia una objetivación de los contenidos de lo inconsciente, resulta de ello la posibilidad de analizar lo inconsciente y llevar a cabo una síntesis de los elementos conscientes e inconscientes. Se produce así un desplazamiento desde el ego consciente al arquetipo del Ser, convirtiéndose éste en adalid del Destino individual. Lo que viene representado en sueños con la imagen del hermafrodita o del andrógino, un elocuente símbolo del Ser o del Anthropos interior. Este símbolo figura la meta más elevada de todo ser humano, puesto que alude a la más completa autorrealización, nunca alcanzable en su totalidad sino sólo aproximadamente.

Pese a lo extendido del símbolo de la Cruz que carga Cristo, y a su raigambre en el mundo occidental, al igual que sucede con el niño Jesús, parece que el común de los hombres y de las mujeres ha olvidado su profundo significado. Ese símbolo encarna la particular condición humana, la tensión de opuestos que subyace, de un lado, a la adaptación a las exigencias del cuerpo, de la familia, de la sociedad, esto es, del ámbito material, y, de otro, a la respuesta a las demandas de ese vasto mundo interior que es lo inconsciente. El héroe ha de tomar el camino del medio, el de la Cruz, y ese sendero lo conduce a su propia muerte. Pero esa muerte, que simboliza la inmolación de la vida prosaica y, por lo tanto, de una vida colmada de ignorancia, ingenuidad y puerilidad, en último término, la muerte del ego, da lugar a un renacimiento: el nacimiento del niño divino. En los mitos esa muerte iniciática viene simbolizada por la entrada del héroe en las fauces de una ballena de cuyo interior resurgirá renovado, o bien, por la lucha con el dragón. El Dragón, como la Cruz o el madero en el que fue crucificado Cristo y, antes que él, toda una caterva de héroes consortes o hijos de la Diosa, simboliza la Madre, o sea, en definitiva, la Diosa. Pero quien se enfrenta al dragón y lo vence obtiene como premio el tesoro difícil de alcanzar, un Conocimiento (gnosis) que no es de este mundo, sino del otro, del más allá. El puer re-nacido, recién nacido de las entrañas de la Madre, puede ser considerado como un puer aeternus genuino, el prístino hijo de la Diosa. Y es, precisamente, la secreta relación del puer con su Madre, tan íntima como incestuosa, la que es grata a Dios. El resultado de semejante acto incestuoso es que la Madre hiere al puer, al transformarse en una serpiente que lo muerde, envenenándolo y paralizándolo. Lo que este mito simboliza, traducido al lenguaje de la psicología, es la emergencia de contenidos desde las profundidades de lo inconsciente. Inicialmente, éstos aparecen bajo la forma de un aluvión de sentimientos negativos de culpabilidad, de inadecuación, etc., que es lo que tiende a suceder cuando el individuo se enfrenta a su sombra. Sin embargo, si después de un tiempo de afloramiento de sentimientos y afectos que parecen desgarrar al individuo, invadiendo a la consciencia como si de una violación psíquica se tratara, se consigue que el ego permanezca firme y trabaje con esos sentimientos, comienzan a emerger las imágenes de lo inconsciente, tanto en sueños, como en toda suerte de manifestaciones “artísticas” como la pintura, la escultura, la poesía, etc… Originariamente, la forma que adoptan esos contenidos es de lo más grotesca y las imágenes primordiales, que van tomando forma, ya no tienen que ver con la biografía del individuo. Así, lo que en un principio parece provenir de la sombra familiar, es decir, aquellos conflictos irresueltos por los padres, abuelos y, en general, por los ancestros, no es sino la manifestación más próxima de bretes y contrariedades que afligen a todo el colectivo de una época. Por lo tanto, allende la sombra individual hallamos una larga cola de dragón que nos conecta con la serie filogenética de nuestros antepasados, en último término, con los arquetipos de lo inconsciente colectivo psicóideo. Y, si se logra penetrar más allá de la maraña, puede entreverse que dichos conflictos tienen un carácter cósmico o universal. Lo que exige del puer que afronte la emergencia de arquetipos de un modo creativo, y es que la verdadera creatividad radica en su contacto con la fértil tierra de lo inconsciente, de la que, en propiedad, él ha renacido.

El siguiente sueño proviene de ese estrato inconsciente que está allende la sombra del ego o inconsciente personal. Procede de un individuo que ha permanecido largo tiempo bajo análisis terapéutico:

“Voy caminando hacia una mansión, abro la puerta y accedo a su interior, donde me encuentro con una joven mujer que hacía muchísimo tiempo que no había visto, y que era mi prima. La escena cambia y ahora estoy sentado en el salón de aquella mansión. Al cabo de un rato aparece mi prima que se acerca y se sienta junto a mí. Comenzamos una conversación:

-Hola, ¿cómo estás?- Me pregunta.
-Muy bien- respondo- y tú, ¿cómo estás?
-Muy bien- responde.
-Bueno, cámbiate de ropa y ahora continuamos hablando- la sugiero.
-Sí, espera unos minutos que enseguida regreso.

Entonces se marcha y vuelve al poco tiempo cambiada de ropa. Su nuevo atuendo denota que es una especie de bruja, una médium, una astróloga poseedora de una percepción extrasensorial muy aguda. Me dice que me va a incluir en el libro de los astrólogos de la familia. El conocimiento de éste libro y de la existencia de astrólogos en la familia parece que se ha mantenido en el más alto secreto. Pero, el hecho es que la astrología que ella conoce y practica se basa más en una profunda intuición y en su percepción extrasensorial, que en el enfoque científico que impera en la actualidad. Ella, mi prima, parece una Bruja perteneciente al paganismo, una mujer cuyos conocimientos provienen de una época pre-cristiana. Al mostrarme el Gran Libro de los astrólogos quedo muy asombrado al percatarme de que mi nombre aparece dos veces en el listado. Motivo por el cual, al firmar junto a mi nombre, como perteneciente a este selecto grupo de privilegiados, lo hago en la casilla que está más abajo de la lista y, en la otra, ella hace una especie de tachadura, para que no quede ningún espacio en blanco en el que anotar a nadie más.”

El sueño que acabo de reproducir, aparte de los múltiples motivos simbólicos y de lo fabuloso del relato en sí, apunta a la existencia de un plan inherente al individuo. Lo primero que resalta en la historia onírica es la figura de una mujer, conocedora, iniciadora e indicadora del destino del soñador, mucho antes de que éste sea consciente. En cierto modo, ella es la Madre de la consciencia. De ahí que aparezca duplicado el casillero de la firma. Ese contenido estaba apunto de emerger a la consciencia. El soñador sabe de su ascendencia esotérica gracias a ella. Además, el sueño nos informa de que la joven astróloga del sueño es su prima. C. G. Jung denomina a esta figura femenina, que aparece en sueños dirigiendo el destino del hombre, con el nombre de anima; y la define del siguiente modo:

“Todo hombre lleva la imagen de la mujer desde siempre en sí, no la imagen de esta mujer determinada, sino de una mujer indeterminada. Esta imagen es, en el fondo, un patrimonio inconsciente, que proviene de los tiempos primitivos y, grabada en el sistema vivo, constituye un “tipo” de todas las experiencias de la serie de antepasados de naturaleza femenina, un sedimento de todas las impresiones de mujeres, un sistema de adaptación psíquica heredada (…) Lo mismo vale para la mujer, también ella tiene una imagen innata de hombre (…) El anima es el arquetipo de la vida (…) Pues la vida llega al hombre a través del anima, si bien su opinión es que le llega por el entendimiento. El hombre rige la vida por el entendimiento, pero la vida vive en él por el anima(4).”

Las últimas palabras de Jung son especialmente interesantes en lo que al contenido onírico se refiere, por cuanto la mujer del sueño, el anima, conoce el porvenir, sirviéndose de una fina intuición y de una percepción extrasensorial. Ella es una viva personificación de la corriente de Vida, conectando al individuo con el más allá, esto es, con lo inconsciente. De hecho, la prima es, en realidad, una bruja proveniente del mundo antiguo. Consecuentemente, al proceder de las capas más profundas de lo inconsciente, el sueño parece referirse a las antiguas imágenes femeninas del Destino. Para los griegos, el Destino tenía la forma de mujer, y lo representaban bajo la triple manifestación de la Luna a la que denominaban Parcas. Las Parcas eran tres mujeres, vestidas de blanco y engendradas por la Noche, llamadas: Cloto, Láquesis y Átropo. Al triple rostro de la diosa luna también se lo conoce como las Moiras. Ellas son hijas partenogenéticas de la Gran Diosa Necesidad, que recibía el nombre de “el implacable Destino”. Según Robert Graves(5), el mito de las Moiras, o de las Tres Parcas, se basa en la costumbre de tejer las marcas de la familia o del clan en los pañales de los recién nacidos. Esta última idea sugiere que el destino está vinculado a “ciertas marcas” familiares, es decir, a lo que hoy llamaríamos herencia familiar. De modo que, la herencia genética sería el correlato moderno de las Parcas. En cierto sentido, todos los seres humanos dependemos de nuestros instintos y no nos podemos sustraer a sus efectos, por más que utilicemos toda suerte de artimañas apotropeicas o enarbolemos la bandera del libre albedrío y del poder de la fuerza de voluntad. De igual modo, tampoco podemos sustraernos al paso del tiempo, ni a la muerte. Y esto lo representan los antiguos mediante los nombres asignados a las Parcas: Cloto, la más joven, la luna creciente, es la “hilandera”; Láquesis, “la medidora” y “Átropo”, “la que no puede ser evadida o rechazada”; aluden, las tres, a las fases lunares: la luna creciente es su aspecto fértil de doncella, como la primavera, el primer período del año; la luna llena es la diosa Ninfa del verano, que representa el segundo período vital; la luna nueva, de siniestra oscuridad, es la anciana del otoño o último período vital. Tan es esto así, que el nombre Moira significa “fase” o “parte”. A las Parcas también se las conocía como Erinias, o Euménides, nombre éste último que significa “las bondadosas”, en un intento apotropeico destinado a adularlas, con el fin de soslayar su temible cólera. Se trata de la personificación de fuerzas primitivas que no reconocen autoridad alguna, y que no tienen más ley que ellas mismas. Se las representa como genios o daimones alados, con serpientes en sus cabelleras y llevando antorchas o látigos en las manos. Imagen que recuerda, inmediatamente, a la Gorgona Medusa o a Cerbero, el perro de tres cabezas. Se dice que cuando se apoderan de una víctima, la enloquecen y la torturan de mil maneras ¿acaso no es esto lo que nos sucede cuando somos presa de nuestros instintos? ¿Acaso no se apodera del individuo una especie de daimon al encolerizarse o cuando es presa de un deseo compulsivo, como el deseo sexual o cuando lo posee un arrebato de violencia incontenible, pese a las nefastas consecuencias de semejantes actos?

A menudo se las compara con “perras” que persiguen a los humanos, como los perros de Acteón que fueron enloquecidos por Artemisa, la virgen negra. La mansión de las Erinias es la Tiniebla de los Infiernos, denominada Érebo. Así, las Erinias, las Moiras, las Parcas, las Nornas o las Valquirias, encarnan la idea de una ley inquebrantable. Incluso prohíben o impiden que los dioses acudan en auxilio del héroe en el campo de batalla cuando ha llegado su “hora”. Y, justamente, las Horas son sus hermanas, hijas todas de la Noche y divinidades de las estaciones(6). Las Horas son, también, tres: Eunomia, Dice y Eirene, cuyos nombres significan Disciplina, Justicia y Paz. Los atenientes las llamaban Talo, Auxo y Carpo nombres que evocan las ideas de brotar, crecer y fructificar. Por tanto, las Horas presentan un doble aspecto: como divinidades de la naturaleza presiden el ciclo de la vegetación; como divinidades del orden, (hijas de Temis, la Justicia) aseguran el equilibrio social. Sólo posteriormente las Horas representaron las horas del día. Estos atributos sugieren que nos hallamos ante la antigua deidad femenina, la Gran Diosa, quien personificaba la Vida como energía indestructible que, al igual que la luna, va desapareciendo de una forma para reaparecer en otra, aunque, como en el caso de la luna nueva, resulte inmediatamente imperceptible. De hecho, el mismo Jung relaciona a las matronas con las Moiras, puntualizando que la imagen de la madre acaba por convertirse en el símbolo del mundo (interior) entero(7).

Todos estos símbolos relacionados con el Destino tienen un aspecto ambivalente. Por ejemplo, son diabólicos la bruja, el dragón, la serpiente, la ballena o cualquier animal devorador, la fosa, el sarcófago, las profundidades abisales, el infierno, las tinieblas, las pesadillas, los duendes, los trolls, etc. Las transformaciones mágicas, la muerte y el renacimiento tienen lugar en el reino de la Madre, de la Gran Diosa, quien gobierna el mundo infernal y a todas sus criaturas. Una descripción muy elocuente de la Madre Terrible, o del anima negativa, nos la ofrece Baltasar Gracián, si bien lo hace en forma de proyección:

«Fue Salomón el más sabio de los hombres y fue el hombre a quien más engañaron las mujeres, y con haber sido el que más las amó, fue el que más mal dijo de ellas, argumento de cuán gran mal es del hombre la mujer mala, y su mayor enemigo, más fuerte es que el vino, más poderosa que el Rey y que compite con la verdad siendo toda mentira. Más vale la maldad del varón que el bien de la mujer, dijo quien más bien dijo, porque menos te hará un hombre que te persiga que una mujer que te siga. Mas no es un enemigo sólo, sino todos en uno, que todos han hecho plaza de armas en ella; de carne se compone para descomponerle, el hombre la viste, que para poder vencerle a él se hizo el mundo de ella, y la que el mundo se viste del demonio se reviste en sus engañosas caricias. Gerión de los enemigos, triplicado lazo de la libertad, que difícilmente se rompe, de aquí sin duda procedió el apellidarse todos los males hembras: las furias, las parcas, las sirenas y las harpías, que todo es una mujer mala. Hácenle guerra al hombre diferentes tentaciones, en sus edades diferentes, unas en la mocedad y otras en la vejez, pero la mujer en todas. Nunca está seguro de ellas: ni mozo, ni viejo, ni sabio, ni valiente, ni aun santo; siempre está tocando al arma este enemigo común y tan casero que los mismos criados del alma la ayudan, los ojos franquean la entrada de su belleza, los oídos escuchan su dulzura, los labios la pronuncian, la lengua la vocea, las manos la atraen, los pies la buscan, el pecho le suspira y el corazón la abraza. Si es hermosa, es buscada; si fea ella busca; y si el Cielo no hubiera prevenido que la hermosura fuera de ordinario trono de la necedad, no quedara hombre a vida, que la libertad lo es(8)…»

Sin embargo, de ahí proceden también los animales benéficos, aquellos que auxilian al héroe cuando su vida o su libertad corren serio peligro. Quizás no sea superfluo decir que la relación con la madre biológica está teñida por estas imágenes, de manera que la percepción que se tenga de ella está vinculada al modo en que vivimos nuestro destino. Dado que allende la madre está la matrona, bajo el ropaje de la relación con la madre real nos topamos con las ideas de “origen”, “destino”, “útero”, “cueva”, o sea, con las profundidades de lo inconsciente colectivo. Y este argumento es válido para ambos géneros.

En la mujer del sueño descubrimos, además, una alusión directa a la astrología, siendo ésta una conspicua parcela del Destino. Heimarmene, la compulsión planetaria, así como el término fatum, o fatalidad, apuntan a la ley natural que gobierna los cielos y la tierra. Y el anima está indicándole al soñante que es parte de su destino conocer esa ley inquebrantable. No en balde, la palabra horóscopo significa consideración de la hora y, como hemos apuntado, las Horas eran hermanas de las Moiras.

Volvemos a descubrir la imagen del Destino en el sueño de otro hombre moderno, que paso a relatar a continuación:

“Voy a visitar a una anciana que me recuerda a mi abuela. Ella me regala un reloj precioso y muy lujoso y la digo que no era menester haber gastado tanto dinero en aquel regalo, pero estoy muy feliz y se lo agradezco con una gran sonrisa dibujada en mi rostro.”

El sueño es tan explícito que apenas requiere interpretación. Esboza una vida colmada de buena Fortuna(9), o sea, la Diosa regala al soñador una Vida plena, siempre que siga el camino “dictado” por su vocación, o el plan inherente que brota de sus honduras. Durante las sesiones previas al sueño, el analizado, a quien llamaremos Fernando, fue relatando su biografía por lo que el contexto del sueño me era conocido. Al parecer, Fernando tuvo la suerte de contar con la ayuda de una mujer anciana que reorientó el curso de su destino, en un momento decisivo de su vida. Así, el reloj lujoso representa la Vida a la que tenía acceso, tras su encuentro con aquella anciana (la imagen externa del Destino). He ahí el rostro benévolo de las Erinias. Sin embargo, esto no debe conducirnos a conclusiones precipitadas, dado que un encuentro con el Destino, como el que se perfila en el sueño, provoca una transformación completa en la orientación y en la vida de una persona. No hay parcela alguna de la vida individual que no se vea radicalmente alterada tras semejante encuentro. De modo que, con una vida “colmada de buena fortuna”, no debe interpretarse que todo irá “miel sobre hojuelas”. Antes al contrario, como bien sabemos, la individuación es un camino sumamente difícil, plagado de retos y batallas que ganar y de obstáculos que sortear. Un sendero que conduce directamente a la boca del lobo, a las fauces de la bestia, a la serpiente venenosa que amenaza con paralizar toda energía masculina, al enfrentamiento con el dragón que escupe fuego por la boca; en definitiva, una incursión en los peligrosos dominios de la Diosa.

Ya habíamos indicado antes que el Destino se presenta bajo la forma de una mujer y tiene mucho que ver con la herencia familiar. En este sentido, Liz Greene afirma lo siguiente:

“Perhaps one of the reasons why there is an inevitable association between fate and the feminine is the inexorable experience of our mortal bodies. The womb that bears us, and the mother upon whom we first open our eyes, is in the beginning the entire world, and the sole arbiter of life and death… Our bodies are at one with our mothers´ bodies during the gestation that precedes any independent individuality. If we do not remember the intra-uterine state and the convulsions of the birth passage, our bodies do, and so does the uncounscious psyque. Everything connected with the body therefore belongs to the world of the mother –our heredity, our experiences of physical pain and pleasure, and even our deaths. (…) The feminine fate, which we have been exploring, is, in a sense, the psychic parallel to the genetic patterns inherited from the family line. Or, in a broader sense, it is the archetypal image for the most primitive instinct that coil within us. (…) Fate and heredity therefore belong together, and the family is one of the great vessels of fate(10).”

En la misma línea, Jung sostiene:

“Tengo la viva impresión de que estoy bajo la influencia de cosas o interrogantes que quedaron sin respuesta para mis padres y abuelos. Muchas veces me pareció que en una familia existía un “karma” impersonal que se transmitía de padres a hijos. Me lo pareció siempre, como si hubiera de dar respuesta a cuestiones que se plantearon a mis antepasados, sin que ellos pudieran responderlas, o como si debiera terminar o proseguir cosas que el pasado dejó inconclusas. A este respecto es muy difícil saber si estas cuestiones tiene un carácter más personal o más general. A mí me parece que se trata de lo segundo. Un problema colectivo aparece siempre -mientras no se le reconoce como tal- como problema personal, y despierta, en un caso dado, la ilusión de que en el terreno de la psique personal algo no está en regla. (…) Por lo tanto, las causas del desarreglo deben buscarse en tal caso no en el ámbito personal, sino más bien en la situación colectiva(11). “

Sin embargo, la cuestión de la línea causal de un “Karma impersonal” parece que es una ilusión, una apariencia inmediata de algo que simula estar allende la herencia familiar. Verdaderamente, nos hallamos ante una cuestión que no admite una respuesta unívoca, sino, más bien, paradójica o ambivalente. Puesto que es cierto que somos el producto de nuestros antepasados, nuestro cuerpo es el resultado de la herencia genética familiar. Pero, al tiempo, más allá de la herencia, topamos con los arquetipos. Entonces, ¿nuestra psique es el resultado de conflictos y problemas que desbordaron las capacidades de nuestros antepasados? ¿Acaso no sea sino el reflejo del estado al que el individuo llegó en una vida pasada? O, tal vez, ¿No será que ambas cosas son ciertas? El mismo Jung admitía no disponer de una respuesta satisfactoria a esta cuestión esencial:

“La idea del karma no debe separarse de la idea del renacer. La cuestión decisiva es si el karma es personal a un hombre o no. Si la determinación del destino, con la que un hombre entra en la vida, representa el resultado de acciones y realizaciones de la vida pasada, existe entonces una continuidad personal. En otro caso se concibe un karma en cierto modo como un nacimiento, de suerte que se encarna nuevamente sin que subsista una continuidad personal. (…) No conozco respuesta alguna a la cuestión de si el karma, que yo vivo, es el resultado de mi vida pasada o es quizás el patrimonio de mis antepasados, cuya herencia coincide en mí. ¿Soy una combinación de vida de los antepasados y encarno nuevamente su vida? ¿He vivido anteriormente como personalidad determinada y llegué en aquella vida tan lejos que puedo ahora intentar una solución? No lo sé(12).”

Liz Greene se plantea la misma pregunta y su respuesta es igualmente paradójica:

“Los conflictos inconscientes irresueltos se manifiestan en el niño en forma de herencia psíquica. En la vida adulta este secreto vínculo entre el inconsciente del niño, ahora mayor, y la herencia inconsciente de los padres permanece tan potente como siempre. (…) Vamos a considerar este punto con más detenimiento ya que (…) el trabajo con estos problemas familiares afecta (…) a los otros miembros de la familia. Es como si la unidad esencial del psiquismo de la familia se hiciera evidente en un individuo que tomara sobre sí la responsabilidad de asumir los complejos familiares. La unidad sustancial de la familia no muere con la muerte física de los padres porque estos siguen permaneciendo vivos como imágenes en el psiquismo del hijo. Los “ancestros” siguen siendo la herencia viva del mismo modo que la herencia genética permanece viva en el cuerpo y va pasando de generación en generación. (…) Sin embargo, el tema de la “herencia” de los factores psicológicos es un asunto problemático porque supone una contradicción aparente (yo diría, más bien, una auténtica paradoja). (…) Esto evidencia un problema (…) terapéutico (y) también desde el punto de vista filosófico o, en otras palabras, desde el punto de vista del destino. Si las experiencias dolorosas de la vida están “causadas” por los padres, sea por su conducta abierta o, (…), por medio de conflictos inconscientes que afectan al niño vía identificación inconsciente con los padres, el hecho de traer un niño al mundo supone una acción de enorme responsabilidad. Sin embargo, es dudoso que los padres asuman totalmente su responsabilidad. (…) Sin embargo, hay otro modo de considerar esta herencia familiar que aparentemente es opuesta (…) Las figuras de los padres, los dilemas y conflictos inconscientes que llevan en sí y que transmiten a sus hijos y la naturaleza intrínseca del matrimonio parental ya están presentes como imágenes en el horóscopo de nacimiento (en lo inconsciente, podríamos decir). En otras palabras, hay un a priori inherente desde el comienzo… A consecuencia de esta predisposición innata a experimentar a los padres a través de la perspectiva del propio psiquismo del individuo la “herencia” no es sólo causal. (…) No hay la menor duda de que existe una relación, e incluso una confabulación entre los padres objetivos y la imagen interna de los mismos(13).”

Como también apunta Liz Greene, el individuo debe enfrentarse a su herencia tomando consciencia de y trabajando con esos patrones interiores, los arquetipos, como constituyentes del destino familiar que él encarna. Podríamos explicar la herencia familiar como una unión interrelacionada de varios factores, unos causales y otros acausales:

Factores causales:

Los correspondientes a la atmósfera inconsciente (y, por supuesto, también de las actitudes conscientes adoptadas por los progenitores) que emana de todos aquellos miembros de la familia que han estado en contacto directo con los hijos.

Las influencias peri-natales o intrauterinas que, especialmente los padres, han tenido sobre el infante durante todo el proceso de gestación (tanto a nivel físico, cuanto emocional, o sea, psíquico).

Factores acausales:

La impronta arquetípica que el niño parece albergar como predisposición innata y que proyecta en las figuras parentales.

A LA TERCERA PARTE

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(1) C. G. Jung. Los arquetipos y lo inconsciente colectivo. Madrid. Ed. Trotta. Obras completas. Vol.9. Ps. 152-153. La negrita es mía.

(2) L.c. Pp. 156.

(3) Como elemento típico en los juegos de azar las cartas se relacionan con el arquetipo del Prestidigitador, del Ilusionista o del Mago, tal y como aparece en la baraja de cartas del Tarot de Marsella, por ejemplo. Lo que indica la semejanza del niño del sueño con el arquetipo del Ser.

(4) C. G. Jung, Sobre el arquetipo con especial consideración del concepto de ánima. L.c.

(5) Robert Graves, Los mitos griegos. Ed. Círculo de Lectores. P. 50.

(6) Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana. Barcelona. Paidós.

(7) C. G. Jung, Símbolos de transformación. Barcelona. Paidós.

(8) Baltasar Gracián, El Criticón. Madrid. Espasa Calpe.

(9) La experiencia enseña que la vivencia del Destino como Fatum (fatalidad) o como Providencia (aspecto benévolo del destino) depende de la actitud de la consciencia para con lo misterioso y enigmático de la vida. Desde luego que, cuando a un joven se le muere su madre, al tiempo que su padre es hospitalizado con un grave pronóstico, por ejemplo, él lo vivirá como una auténtica fatalidad. Sin embargo, esos mismos acontecimientos nefastos pueden considerarse, una vez transcurrido el tiempo y tras una penetración en la maraña del Destino, como un mal necesario desencadenante de una serie de posibilidades de desarrollo y diferenciación que yacían ocultas a la consciencia del joven. Visto con la suficiente perspectiva ese fatum puede que lo fuerce a iniciar un camino de maduración, diferenciando su relación con la Madre.

(10) Liz Greene, The Astrology of Fate, Samuel Weiser. Inc. P. 21.

(11) C. G. Jung, Recuerdos, sueños, pensamientos. Barcelona. Ed. Seix Barral. P. 240

(12) L.c. Ps. 322-323

(13) L.c. Capítulo 4.

Esta entrada fue modificada en 6 junio 2015 22:56

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Raúl Ortega: Soñador e intérprete de sueños. Batería. Melómano del funk y el jazz. Creador y curador de Odisea del Alma. Ensayista. Terapeuta de orientación junguiana. Programador y desarrollador web. Criador de aves exóticas. Devorador de berenjenas y brevas. Bebedor de Ribera del Duero. Paradigmático puer aeternus. Hippie extemporáneo en formación continua.