Puer Aeternus I

José Antonio Delgado
Ldo. en Ciencias ambientales, escritor y especialista en psicología analítica

1. INTRODUCCIÓN

Hace tiempo que albergaba la idea de escribir un ensayo cuyo tema principal versara sobre el arquetipo del puer aeternus. Las experiencias personales y los casos particulares se han ido aglutinando, alrededor de ese núcleo arquetípico, a medida que iba profundizando en el estudio de la unión de los opuestos psíquicos. Pero ha sido la lectura del libro de Marie-Louise von Franz, titulado El Puer Aeternus, el detonante que ha echo brotar cuanto quería haber expuesto ya, pero que, por motivos personales y profesionales, había postergando hasta la fecha.

Uno de los motivos principales por los que abordo el concreto tema de la juventud eterna es su apremiante, acuciante y alarmante actualidad. El incremento de los deportes de riesgo, como la escalada, el alpinismo, el “puenting”, etc., los viajes extraterrestres que algunos magnates de las finanzas se permiten realizar, el descenso del interés de los jóvenes españoles en enrolarse en el ejército para prestar el servicio militar, el culto al cuerpo, tanto en varones cuanto en mujeres, el aumento de “singles” o jóvenes que viven sin pareja, así como la homosexualidad y los cada día más numerosos casos de la mal llamada violencia de género, así como los miles de jóvenes que permanecen con sus padres más allá de los treinta años, constituyen algunas de las manifestaciones más conspicuas de este arquetipo.

Contrariamente a lo habitual, comenzaré abordando el arquetipo del puer aeternus desde su casuística. De esta suerte, en una primera parte, trataré de definir a qué se refiere la psicología cuando habla del puer aeternus, para, posteriormente, abordar sus manifestaciones más sobresalientes en varios casos concretos. Seguidamente, en la segunda parte, me serviré de material mitológico para amplificar el aspecto positivo del arquetipo y su vinculación con el proceso de individuación. Para finalizar, dedicaré la tercera parte del ensayo a explorar su extensión actual y el problema de fondo que suscita.

2. CASUÍSTICA

El término puer aeternus es el apelativo con el que se referían al dios niño en las religiones mistéricas pre-cristianas. Se identificó al dios niño con Dioniso y con Baco, así como con el resto de dioses consortes en la época en que se rendía culto a la Diosa Madre. El mismo motivo vuelve a aparecer en el cristianismo con el niño Jesús y la Virgen María. Así pues, puer aeternus significa joven eterno, eterna juventud. En psicología se utiliza también para designar a un cierto tipo de individuo con un marcado complejo materno, prolongando en el tiempo una actitud adolescente. Los pueri aeterni son, pues, personas que continúan manifestando actitudes que cabría esperar en un joven de entre quince y dieciocho años, acompañadas de una excesiva dependencia de la madre. Las dos expresiones típicas de un varón con un marcado complejo materno son la homosexualidad y el donjuanismo. En el primer caso, la tendencia exogámica o la libido heterosexual está ligada a la madre, único objeto amoroso, por lo que el sexo no puede experimentarse con otra mujer. En realidad, toda mujer es tenida por rival de la madre, de ahí que se satisfagan las necesidades sexuales con miembros del mismo sexo. En el segundo caso, se busca a la madre en toda relación con una mujer, pero cuando el hombre se da cuenta de que su pareja no es su madre, pierde el interés por ella y reanuda la búsqueda de su “media naranja”, esto es, la mujer perfecta, la Madre. En la actualidad, asistimos a una novedosa manifestación de este arquetipo en los denominados “singles”, hombres que han decidido vivir solos, manteniendo relaciones sexuales esporádicas, con el fin de no comprometerse con mujer alguna. Algunos de estos varones frecuentan los clubes de alterne para acostarse con prostitutas y/o se masturban compulsivamente, en orden a satisfacer sus necesidades instintivas. Anhelan la mujer maternal que les abrace y les proteja, les cuide y les comprenda. Cuando entran en contacto íntimo con una mujer, estos hombres se decepcionan al comprobar que la imagen que ellos habían proyectado no encaja con la persona de carne y hueso que tienen delante, de modo que se alejan sólo para volver a proyectar la misma imagen de la Diosa Madre en su próximo contacto. Los pródromos de sus relaciones suelen ir acompañados de una atmósfera de romanticismo, que se esfuma apenas el puer aeternus intima con la mujer. De modo que van saltando de flor en flor, sin realmente conseguir el preciado néctar que se encuentra detrás de una verdadera relación de pareja[1] . Conozco a un hombre de treinta y siete años que es el clásico puer aeternus. Cuando supo que se habían editado varios libros míos de psicología y que solía publicar ensayos para revistas digitales especializadas, me pidió que le ayudara a escribir un libro. Yo le dije que podía contar conmigo, pero que si deseaba escribir, antes debería documentarse bien sobre el concreto tema que quisiera plasmar en su libro. Entonces afirmó que él quería escribir un libro sobre el arte de la seducción y que en él plasmaría sus muchas experiencias con las mujeres. Pero lo quería hacer desde un punto de vista psicológico. Al principio sonreí, percatándome del complejo materno que exhibía con semejante actitud, pero después, para que no se sintiera molesto, le dije que ese era un tema con mucha enjundia y que ya había habido muchos autores que habían escrito sobre ello. Pero él no prestó demasiado interés a mis palabras y me dijo que quería leer libros en formato digital, para no gastarse dinero en comprarlos, de autores modernos que hubieran investigado el comportamiento de las mujeres, para así compartir con otros hombres el arte de la seducción. En una de nuestras conversaciones me preguntó dónde residía el alma, a lo que respondí que esa era una pregunta que se habían venido cuestionando los hombres durante siglos y que no tenía una respuesta concluyente. Entonces adoptó una actitud arrogante y me espetó que el alma se albergaba en el cerebro. Al parecer había visto un documental en el que varios científicos de distintas disciplinas relacionadas con la neurociencia aseguraban que el alma estaba en el cerebro. Ciertamente, aquella era una clara muestra de su neurosis, una neurosis que comparte con el colectivo de ésta época. Si consideramos que su alma, o sea, el anima o imagen del alma, le era completamente inconsciente y atendemos a lo que me había contado, este joven proyectaba su anima en todos sus contactos, relacionándose con las mujeres a través del intelecto. Con ello, lo que hacía era cortar sus sentimientos, por lo que era incapaz de amar. Antes bien, cada nueva conquista era un acto de poder. Le era imposible unirse a una mujer a través del sentimiento, pues ello le haría intimar y, finalmente, llegaría a un mayor compromiso, cosa que él evitaba a toda costa. Lamentablemente, esta actitud desencadenó un ataque de ansiedad con un fuerte dolor en el pecho (corazón), lo que le obligó a darse de baja en su trabajo. Este hombre creía que podría encerrar en una teoría científica a su anima maternal, que se serviría del poder intelectual para atraer a las mujeres y usarlas a su antojo y lo inconsciente reaccionó golpeándole en el corazón. ¡Como si el amor se pudiera encerrar en una botella de cristal! Tal vez sería oportuno explicitar aquí la existencia de dos instintos básicos que, hasta cierto punto, se contraponen: el instinto de poder y el instinto del amor o Eros. En el ámbito puramente natural, o sea, en el reino animal, existen dos instintos básicos, que se corresponden con el poder y el amor, y son los siguientes: el instinto de conservación de la especie y el instinto de autoprotección. El primero se manifiesta en la época de celo y se observa cuando los machos luchan por cubrir a las hembras y, sobre todo, cuando al aparearse bajan la guardia y se exponen a ser atacados por sorpresa. El instinto de autoprotección podemos observarlo en la agudización de los sentidos, en el constante estado de alerta y en el ataque o huída cuando se presenta una situación de peligro. En el ámbito humano, sendos instintos se manifiestan en lo que denominamos poder y amor. Cuando es el poder la tendencia o pulsión dominante entonces se ridiculiza, se manipula y se intenta encerrar al amor, rebajándolo al nivel animal, convirtiéndolo en puro sexo. Así, aquel hombre pretendía encerrar el amor en un sistema intelectual y servirse de él para utilizarlo a su antojo, de modo que cortaba todas sus relaciones apenas notaba algún atisbo de enamoramiento. Muchas mujeres hacen exactamente lo mismo cuando utilizan su belleza y sexualidad para atraer a hombres ricos y poderosos, o para conseguir sus metas o ambiciones. Se engañan a sí mismas diciéndose que aman, cuando en realidad lo que subyace a esos contactos es un puro negocio. Utilizan su cuerpo para obtener poder, convirtiéndose en la moneda de cambio para alcanzar cuanto su ego se proponga. De esa suerte, cortan toda posibilidad de enamoramiento, encerrando su Eros en una botella de cristal y, así, lo reprimen en statu nascendi, no vaya a ser que se enamoren de un don nadie, o pierdan los encantos que les conducen a obtener cuanto se proponen. Cuando es la mujer la que realiza este tipo de maniobras, quien corta toda posibilidad de amor es su ambicioso animus, que sólo repara ante lo que le es más conveniente. A veces, si el animus de la mujer desea obtener poder sobre su pareja, monta en cólera y hace una escena, golpeando al marido o al novio, o bien, puede manipular y provocar a la pareja, hasta que consigue que sea ella la que monte en cólera y la golpee, lo que suelen conseguir si el hombre no tiene el suficiente autocontrol para manejar las provocaciones constantes de un animus[2], salvaje. En cualquiera de los dos casos, lo que subyace es la pulsión de poder. Semejante estratagema está utilizándose, cada vez con mayor frecuencia, para dominar a la pareja, al encontrar un importante respaldo en la actual legislación. ¡Quizás sea el modo más directo de que la pareja caiga en sus manos, y, así, el animus consuma su propósito! En definitiva, esto es lo que sucede cuando el Amor desaparece de la escena y es el Poder el que reclama toda la atención. Las capas bajas de la psique se hacen con la consciencia y la frialdad, la barbarie, el egoísmo y la falsedad emergen a la superficie. Los juzgados de guardia están rebosantes de este circo simiesco que, de un modo preocupante, se extiende por doquier; es la muestra más palpable de la antítesis del Amor entre los seres humanos. La oleada de inmigración que en los últimos años ha recibido España, desde países latinoamericanos, ha encontrado en la prostitución un suelo fértil en el que las extranjeras han podido amasar dinero. He mantenido conversaciones con bastantes latinoamericanas y he comprobado cómo su animus cortaba toda posibilidad de amor. Su animus expresaba la opinión de que habían venido a España a ganar dinero para mandarlo a sus familias y si se enamoraban no ganarían suficiente dinero y, por tanto, no podrían mandar remesas a sus países. Lo cierto es que no hay ninguna incompatibilidad entre llevar una vida amorosa plena y ganar dinero para enviarlo a sus países, pero eso es lo que opinaba su animus. La ambición por ganar dinero, o sea, el instinto de poder dominaba la esfera de la vida de algunas de las mujeres que tuve ocasión de conocer.

Otro de los aspectos característicos de un puer aeternus es la dificultad que tiene en adaptarse a la sociedad, al tiempo que demuestra un falso individualismo. Estos individuos viven en las nubes, tienen ideas grandilocuentes de lo que pueden llegar a hacer, fabulan con que ellos son diamantes en bruto y la gente que les rodea es incapaz de apreciar su enorme valor. Ellos son superiores al resto de los mortales, con unas aptitudes y una inteligencia descollantes, y todo por ser hijos de mamá. Al considerarse personajes especiales no tienen por qué adaptarse, algo impensable en todo genio escondido, y son los demás quienes deben adaptarse a él, venerándole como a un auténtico dios olímpico. Su falta de adaptación, junto a su ingenuidad e inexperiencia, les hacen ser los blancos perfectos de estafadores. Parece como si dispusieran de un imán que atrae a personas que les van a engañar. Recuerdo el caso de un joven que conocí poco antes de que se fuese a comprar un coche de segunda mano. En lugar de inspeccionarlo bien, probarlo y, en su caso, llevarlo a un mecánico, para que hiciera un diagnóstico del estado del vehículo, con una actitud desenfadada, ingenua y pueril realizó la operación de compra-venta fiándose del vendedor. A resultas, al poco tiempo, se percató de que le habían engañado, vendiéndole un coche que estaba repleto de averías ocultas. En otra ocasión, conocí a un joven de veinticinco años, a través de unos amigos, justo cuando se disponía a adquirir una vivienda con su pareja. Con un desconocimiento absoluto de las condiciones del mercado, de los requisitos que habían de cumplirse en los contratos, así como de los tipos de interés que ofrecían los diferentes bancos se aventuró a comprar un piso. Como consecuencia, los vendedores de la casa lo engañaron, dado que no firmó ningún documento, en el que figurarán las condiciones estipuladas por ambas partes, con anterioridad a la compra; la responsable de la inmobiliaria, por su parte, les estafó cobrándoles una cantidad de dinero superior a lo que era habitual, al tiempo que se confabuló con el banco para que la operación se realizara con el tipo de interés más alto, aquel que, de ordinario, suelen aplicar a extranjeros. Yo sabía que de nada servirían mis advertencias pues, estas personas, necesitan pasar por cierto tipo de experiencias traumáticas para que su actitud se modifique, y esto último suele suceder después de que hayan sufrido bastante. Y es que acostumbran a mostrar una actitud arrogante hacia los demás, alojando una falsa imagen de superioridad que no es sino la máscara que esconde un profundo complejo de inferioridad. Estas personas suelen tener muchas dificultades en encontrar un trabajo, porque nunca es lo que ellos buscan. Siempre le encuentran un “pero” a todo. Además, como tienen miedo de enfrentarse a la realidad, intentan evadirse a su mundo de fantasía, construyendo castillos en el aire. Evitan cualquier tipo de compromiso que les haga bajar de las alturas y poner los pies en el suelo. Todo esto les conduce a padecer un tipo se neurosis que se caracteriza porque su vida no es real, es una vida “provisional”[3], es decir, propia de alguien que aún no está en el aquí y ahora. Ya se trate de un trabajo o de una pareja siempre es provisorio. En el futuro llegará lo verdaderamente real, conseguirán el trabajo que les llene o conocerán a la mujer de sus sueños. La prolongación en el tiempo de esta actitud implica una evasión de la realidad, un rechazo constante a implicarse en el momento. En ocasiones a todo esto le acompaña un complejo de mesías, con lo que el individuo está convencido de que algún día podrá salvar al mundo, de que encontrará el gran descubrimiento o la última palabra en ciencia, filosofía, política, religión, arte, música o en cualquier otro campo, o bien, en todos ellos. La exageración de este síntoma puede transformarse en una megalomanía patológica de lo más deplorable. Lo que más teme un hombre así es el ser fijado a la tierra, el plantar los pies en el mundo real, entrar en el espacio y en el tiempo demostrando el ser humano particular que cada uno es, con sus imperfecciones y sus limitaciones. Conocí a un hombre de treinta y seis años, en el gimnasio al que suelo acudir, afectado por el arquetipo del joven eterno. Cuando me contó que una de sus aficiones preferidas era el vuelo con parapente, mostré interés y quise profundizar un poco más en otras facetas de su vida personal. Se trata del típico joven moderno afecto de un complejo materno, que vive solo y no se compromete con ninguna mujer. Al preguntarle si se había enamorado alguna vez, me contestó que no y que él era muy sincero con ellas, puesto que, cuando deseaban una relación que demandara un poco más de cercanía sentimental y de compromiso, él las “cortaba” diciendo que estaba muy a gusto con ellas, que lo pasaba muy bien, pero que no estaba enamorado. Como es natural, siempre obtenía una protesta abierta ante semejante actitud y la relación solía finalizar en ese momento.

Los pueri aeterni suelen tener una predilección especial por los deportes de riesgo, como la escalada, el “puenting”, el montañismo, etc., así como una atracción por el vuelo en parapente o en avioneta. De hecho, muchos pilotos jóvenes están afectados por un complejo materno. Algunos de estos hombres pueden morir jóvenes, como consecuencia de un dramático accidente. Hace poco, un amigo argentino me hizo llegar un libro que creía podría interesarme. Y, en efecto, me interesó, aunque no en la manera en que mi amigo había pensado. Resulta que su autor es un expiloto de las fuerzas aéreas de la república argentina que se llama Pedro. Dado que estaba haciendo acopio de material de investigación, para escribir sobre un ensayo (en aquel momento, no sabía que se trataría de éste), aquel libro me vino como anillo al dedo, produciéndose una de las clásicas sincronicidades que suelen acontecerme cuando comienzo a trabajar sobre un arquetipo. No deseo anticipar lo que analizaré en detalle en otro apartado, pero aquel señor estaba afectado por el arquetipo del puer aeternus. El libro presentaba una serie de ideas que eran propias de los jóvenes que engrosaron las filas del nacional-socialismo alemán durante la época nazi. De hecho, el autor detenta una actitud de superioridad, típica del endiosamiento que se produce cuando un individuo poco preparado tiene un contacto directo con lo inconsciente. Al parecer, D. Pedro se accidentó estando al borde de la muerte y tuvo una experiencia muy vívida con el mundo del más allá, es decir, con lo inconsciente. Así que su accidente de aviación lo hizo caer a Tierra, pero esa caída fue tan estrepitosa y su ego estaba tan poco preparado para asimilar tamaña experiencia, que, finalmente, se despeñó dramáticamente contra los peñascos de lo inconsciente.

En general, los pueri aeterni suelen ser muy impacientes, actúan precipitadamente y tienen un especial pavor por todo aquello que les suponga grandes esfuerzos, algo que requiere una cierta fortaleza del ego y de la voluntad. He conocido muchos casos de jóvenes pueri aeterni que entrenaban musculación en gimnasios sólo para alimentar su imagen de adonis, ostentando un auto-enamoramiento narcisista de lo más femenino. Ellos son los hombres más fuertes, más hermosos y con el mejor cuerpo del mundo, auténticas bellezas que todos deben admirar y adorar. El deporte denominado físico-culturismo está atestado de este tipo de puer aeternus, si bien es cierto que, según he podido comprobar, este deporte les ayuda, en cierta medida, a robustecer su voluntad dado que requiere de un esfuerzo prolongado.

Suelen negarse a asumir cualquier tipo de responsabilidad que les suponga cargar con el peso de una situación. Por eso, es frecuente que vivan en viviendas alquiladas, aunque su salario les permita comprarse una casa, con tal de no hipotecarse. Lo mismo sucede con las relaciones personales, de las que huye despavorido apenas una mujer le muestre su intención de fortalecer los lazos afectivos, para asumir un mayor compromiso. Si el complejo materno es muy acusado el hombre puede incluso huir de toda relación, tanto con hombres cuanto con mujeres, para satisfacer sus necesidades sexuales sólo a través de la masturbación compulsiva. He conocido el caso de un joven de treinta y dos años cuya influencia materna era tan poderosa que en nuestras conversaciones expresaba las ideas de su madre. Su ego estaba tan disuelto en el complejo materno que era incapaz de pensar por su cuenta. Si así lo hiciera podría llegar a cuestionar a la madre y, con ello, precipitaría el necesario conflicto que lo separaría de ella para convertirse en un verdadero individuo, y no en un mero apéndice suyo. Este joven se comportaba como el típico puer aeternus: realizaba preguntas profundas, se interesaba por temas espirituales y cuando hablaba de ellos los ojos le brillaban, rezumando un carisma especial. Sin embargo, él creía que tenía todas las respuestas a las grandes preguntas, que lo sabía todo y que de todo podía opinar y hablar. Desde luego que disponía de ciertos conocimientos en filosofía, por la que siendo adolescente se había interesado, y había mantenido conversaciones de psicología y astrología con su madre, una mujer con una vasta cultura y un fuerte carácter. Sin embargo, al profundizar en dichos conocimientos, pude comprobar que no se trataba sino de mera fachada, dado que aquellos no procedían de su experiencia, ni tampoco eran fruto de su esfuerzo personal. Como un mono listo no hacía sino repetir lo que su madre le había enseñado y lo hacía hasta tal extremo que, en ocasiones, reproducía palabra por palabra lo que ella le había dicho. Lo cierto es que la madre tenía una gran responsabilidad en la actitud del joven, puesto que con sus conocimientos de psicología lo atraía hacia ella, devorándolo cada vez más. En cierto modo, ella se convirtió en la Esfinge que lo atraía hacia su seno con preguntas como: ¿Crees que es el momento de mantener una relación? ¿Crees que estás preparado? O bien, con afirmaciones del tipo: ten cuidado con las mujeres que conozcas, porque te van a utilizar; céntrate en encontrar trabajo y olvídate de las mujeres, etc. Con esa actitud, no hacía sino atraerle y devorarle cada día más, hasta que, como pude comprobar, consiguió amputar su masculinidad. Marie-Louise von Franz dice al respecto lo siguiente: “soy muy pesimista con respecto a las generaciones que han crecido con padres que han hecho un análisis (…) porque veo que actualmente el animus de la madre utiliza incluso la psicología para cortarle las alas al hijo (…) Ese es el truco que se oculta tras el mito de la Esfinge y la demoníaca pregunta de la Baba Yaga en el cuento de hadas. Es la madre-anima quien dice: “Oh, sí, puedes ir, pero ¡primero tengo que hacerte unas preguntas!”. Y tanto si él responde como si no, es torturado. (…) En la vida real, vemos cómo las madres hacen todo lo que pueden para castrar a sus hijos: les mantienen en casa y los convierten en mujeres, y luego se quejan de que son homosexuales o de que a los cuarenta y tres aún no se han casado. (…) ¡Y ellas serían tan felices si se casaran! (…) Pero si entra en escena una chica, ella cambia de enfoque, porque nunca es la chica adecuada; la chica en cuestión nunca le hará feliz, ella lo sabe seguro; hay que impedir la relación. Así que la madre juega en ambas direcciones. Castra a su hijo y luego ataca constantemente su debilidad, criticándole y quejándose sin parar[4].” En otras ocasiones, exhibía un comportamiento atolondrado, como si estuviera completamente ausente, siendo indisciplinado y muy perezoso. Usaba ropa con más de diez años de antigüedad, incluso aunque estuviera rota o desgastada, sólo por pereza de no ir a comprar una nueva. Así, además, se sentía muy original y creía que, por el hecho de no hacer lo que todo el mundo (comprar ropa en los grandes almacenes, cosa que él consideraba un gasto inútil de dinero), él era un hombre muy especial.

Habitualmente, los pueri aeterni tienen un serio problema con el trabajo. Son perezosos porque la energía está confiscada en lo inconsciente, dado el complejo materno, lo que va unido a un débil complejo del ego. No se trata de que el joven eterno no pueda trabajar, puesto que si lo que hacen les fascina, pueden llegar a pasar horas enteras imbuidos en una tarea, olvidándose hasta de comer. Lo que no puede hacer es trabajar en algo que no sea de su agrado, en una labor aburrida, tediosa o rutinaria, porque no disponen de la fuerza de voluntad para ello. No es extraño escuchar a muchos universitarios, con un pronunciado complejo materno, que ellos sólo trabajarán en algo que tenga que ver con sus estudios, incluso aunque sean unos incompetentes, o sea, que no hayan trabajado nunca antes. Si les ofrecen trabajo en un sector distinto, entonces declinan la oferta, pues ¡cómo iban a trabajar ellos en eso! Lo que subyace a esas negativas es el complejo materno, el deseo de permanecer en el nido y el rechazo a todo lo que suponga tener que enfrentarse a la realidad, a darse cuenta de sus limitaciones individuales, sus errores humanos, sus incapacites y, por supuesto, a aceptar la carga de responsabilidad que todo trabajo implica. Los sermones que los padres a veces les dan no tienen el menor efecto positivo y, sí, en cambio, les hacen impacientarse, encolerizarse y, finalmente, marcharse. Lo que parece surtir algún efecto es intentar ayudarles a conseguir un trabajo que les guste, llegando así a obtener un compromiso con lo inconsciente, promoviendo el fluir de la energía por la vertiente natural. Cualquier intento que pretenda ir en contra del curso natural de la energía, en un hombre (o una mujer) sin voluntad, están abocados al fracaso. Una vez conseguido un trabajo así, el nuevo obstáculo surgirá cuando ese trabajo, inicialmente atractivo, comience a manifestarse rutinario. Entonces perderá su encanto inicial y el puer aeternus se dirá que eso no es lo que él buscaba. Es, en ese momento, cuando se precisa una ayuda para que el individuo continúe con el trabajo, pese a que le resulte aburrido, lo que a veces se manifiesta en sueños en los que el joven tiene que luchar en alguna batalla, o superar algún obstáculo, empujar alguna pesada piedra, etc… En verdad, sólo el trabajo puede ayudar a un puer aeternus a librarse de su complejo materno, de su tendencia a la irresponsabilidad infantil y a permanecer cómodamente disfrutando de las ventajas del nido. Lo que suele ir acompañado del abandono del hogar paterno (interior y/o exteriormente), lo cual simboliza la separación de la madre y el comienzo de su emancipación.

Tengo la impresión de que el arquetipo del puer aeternus se ha vuelto muy actual, y se ha visto reforzado por las dificultades laborales y de acceso a la vivienda, lo que, además, puede comprobarse en el incremento estrepitoso de la homosexualidad, incluso entre los adolescentes. Pese a todo, lo antedicho no explica que se haya convertido en un problema de nuestra época, puesto que las madres siempre han trabajado en connivencia con la tendencia natural de sus hijos a permanecer en el cálido y cómodo nido, y los hijos siempre han luchado contra esa tendencia acomodaticia. Sin embargo, el problema de fondo, a mi entender, es de tipo religioso, una suerte de compensación del estado anquilosado y rígido en que ha caído el cristianismo, lo que es propio de la decrepitud que acompaña a todo sistema viejo y gastado, que necesita una revitalización creativa y que sólo hallará a través de la experiencia vital[5]. Y aquí llegamos a un asunto que es fundamental: el arquetipo del puer aeternus tiene dos vertientes o dos caras, por así decirlo. Una de ellas, que creo haber caracterizado ampliamente, es la sombra infantil, el complejo materno, la tendencia que tira del individuo hacia el pasado, que lo atrae hipnóticamente al regazo materno, a la ignorancia y a la irresponsabilidad infantil. La otra, positiva, es una tendencia hacia el futuro, hacia la renovación de la vida, el aspecto lúdico y espontáneo que acompaña a todo acto creativo. Esta faceta positiva es la que todo individuo debería mantener durante toda su vida, una manifestación del contacto íntimo con el Sí-Mismo, lo que permite que esa actitud de espontaneidad y de curiosidad ante la vida perdure. Muchas personas, cuando arrostran el concreto tema de la sombra infantil, tratan de cortar de raíz su tendencia a mantenerse en el nido y, con ello, matan, también, al niño divino en su interior, quedando completamente desvinculados de su centro. Exteriormente, estos individuos han conseguido utilizar su voluntad, han fortalecido su ego y hasta puede que logren ascender en la escala social a puestos de gran responsabilidad, pero sus rostros denotan la rigidez y el anquilosamiento que se aprecia en los cadáveres. Se han convertido en auténticos zombis, al inmolar la chispa vital que subyace a la experiencia directa del niño divino que yace en su interior. Se han forjado una máscara para adaptarse al ambiente exterior (social), pero, al mismo tiempo, han dinamitado el puente que les une con su mundo interior. Marie-Louise von Franz afirma sobre estos hombres lo siguiente: “Esos individuos suelen crecer más deprisa que los demás, porque en estadios muy primarios se vuelven muy realistas y desilusionados, con un ego contenido, y enseguida son independientes –los rigores de la vida les han forzado a ello-, pero generalmente, por su expresión más bien amarga y falsamente madura, puede detectarse que algo salió mal. Fueron expulsados de la infancia demasiado pronto y se estrellaron contra la realidad. Si analizas a esas personas, descubres que no han resuelto el problema de las ilusiones infantiles, sino que simplemente lo han cortado de raíz, convencidos de que su deseo de amor y sus ideales les lastran como un saco de piedras a la espalda, así que tienen que acabar con ellos. Pero eso es una decisión del ego que no les ayuda en absoluto, y un análisis más profundo demuestra que están completamente atrapados en las ilusiones de la infancia. Su anhelo de una madre amante o de felicidad sigue estando ahí, pero en un estado reprimido, de modo que en realidad son mucho menos maduros que otros, mientras que simplemente han arrinconado el problema. (…) A través de la transferencia empiezan a esperar que quizás puedan volver a confiar o a amar, pero podemos estar seguros de que el amor que surge de entrada será completamente infantil, y el paciente muy a menudo sabe lo que ocurrirá y que significará una nueva decepción y será inútil. Y esto es bastante cierto, porque estas personas suelen sacar algo tan infantil que debe ser rechazado por el analista o por la propia vida. Se trata de personas tan inmaduras en sus sentimientos que si, por ejemplo, el analista coge una gripe y debe guardar cama, ellos lo viven como una ofensa personal, un chasco y una decepción terribles. (…) Sermonear es tan inútil como lo sería hacerlo con un niño furioso, que simplemente no escucha[6].”

En una ocasión, analicé a un hombre que rozaba los sesenta años, con una expresión dura en su rostro y tremendamente rígido. Me explicó que tenía problemas con su hija de veintitrés años, porque se había vuelto muy rebelde. Al avanzar en el análisis pude observar que éste hombre pretendía que su hija se convirtiera en una especie de madre-amante, que comprendiera su situación económica, todas sus dificultades y sus problemas, etc. Es decir, tenía la pretensión, inconsciente para él, de que su hija se convirtiera en una especie de sustituta de su madre. Cuando su hija protestaba ante semejante exigencia, éste señor se sentía ofendido por la falta de comprensión de su hija. Yo le expliqué que era natural que una joven de esa edad no comprendiera los rigores de la vida, porque aún era demasiado joven, y que él debería ser más comprensivo con ella. Entonces, me espetó enojado que qué era de sus necesidades, que él también necesitaba que le entendieran y le comprendieran. Sus sentimientos estaban en un estado tan infantil que era incapaz de comprender que era él, el padre y hombre adulto, quien debía ser comprensivo con su joven hija, y no al revés, como reivindicaba. Cuando me interesé por su infancia, me explicó que, en su juventud, tuvo que hacerse cargo del negocio familiar, desde muy pronto, y los rigores de la vida le habían obligado a crearse una armadura. Así, nada podía penetrar en ella, pero, al mismo tiempo, se había aislado del resto de los seres humanos y, por consiguiente, de toda relación humana. Quizás el relato que mejor describe la situación en la que se encontraba aquel hombre sea El caballero de la armadura oxidada. Como el caballero del cuento, él se había aislado de toda relación personal, para no sufrir ante las numerosas penalidades de su juventud. Y, por ese motivo, no confiaba en nadie, utilizaba a las personas como si éstas fuesen fichas de un tablero de ajedrez, ostentando su incapacidad de generar vínculo afectivo alguno. También había perdido toda espontaneidad y capacidad de sentirse realmente vivo, algo que sucede cuando se aparca al niño interior. En ese estado, era incapaz de sentir empatía por los demás, de ponerse en el lugar del otro, y, por su puesto, se había convertido en un inepto en el amor. Al hablar de su madre, me dijo que ella se lo había echo pasar muy mal, expresando amargamente un resentimiento de lo más infantil. Tan era así, que aún seguía discutiendo con su anciana madre, culpándola de todas sus frustraciones, sus desilusiones y sus decepciones. En cierto modo, su sombra infantil lo perseguía allá dónde fuera. La debilidad de su sentimiento le impedía, a su vez, tomar consciencia de su situación, por lo que plagaba de proyecciones infantiles toda relación de pareja.

El problema con la infantilidad incorregible de la gente que ha sufrido desilusiones demasiado temprano y que se ha forjado una armadura consiste en que, al estar interiormente marchitos, impregnan de negatividad y de muerte toda relación humana. Se comportan como auténticos vampiros, como parásitos que succionan la vitalidad que ellos son incapaces de generar. No es de extrañar, por consiguiente, que las mujeres que conviven con estos individuos sufran de depresiones, de falta de actividad, de ataques de ansiedad que, a veces, se somatizan en malestares físicos, etc…, como consecuencia de su destructividad. En definitiva, actúan a modo de inhibidores de la espontaneidad y de la vitalidad, expresiones ambas de todo ser humano realmente vivo. De hecho, esta gente siente un terrible rechazo ante toda manifestación de espontaneidad y de cercanía. Su armadura no sólo les impide a ellos tener contactos humanos, sino que, al tiempo, coarta, espanta, amedrenta, amilana y aterroriza a todo aquel que intenta acercarse a él. Cuanto esto sucede, se lamentan amargamente de que nadie les quiere, de que, incluso los más allegados, acaban por distanciarse de ellos.

A LA SEGUNDA PARTE

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[1] En los períodos en los que se produce una ruptura de la proyección del anima tiene lugar una crisis de pareja. Las acusaciones y las discusiones tienden a emerger a la superficie de la consciencia y el individuo sufre una desilusión. Es, en esos momentos, cuando los pueri aeterni cortan la relación y se alejan, al comprobar que aquella persona con la que han convivido no es la mujer que ellos creían que era (su anima-madre). Cuando en un varón el Eros es muy débil o, lo que es lo mismo, cuando su capacidad de relacionarse íntimamente está completamente indiferenciada o aqueja de una debilidad patológica, la decepción les hace separarse de su pareja y, con ello, pierden toda posibilidad de adquirir autoconocimiento, al tiempo que el avance en el proceso de individuación se ve obstaculizado. Si en lugar de separarse y alejarse de la relación, ésta continuara, pese a las discusiones y a las escenas, a la frustración y a la desesperación que indefectiblemente acompañan a toda toma de consciencia de la proyección del anima, y lograra mantenerse impertérrito ante las dificultades, entonces puede que se origine un acto de gracia y, en mitad de todo ese maremagno, consiga mirar hacia su interior. En ese momento, se produce una especie de alejamiento, que favorece la observación de la relación desde una perspectiva objetiva. Y, desde esa recién adquirida objetividad, el individuo puede observarse a sí mismo y preguntarse ¿qué esperaba de la relación? Y, también, ¿qué esperaba de mi pareja o de mi esposa? Esas preguntas conducen a la toma de consciencia de que, en realidad, había proyectado la imagen de su anima en la persona de carne y hueso, con lo que se cargaba a la mujer real con unas exigencias imposibles de cumplir, puesto que sólo una Diosa podría desempeñar el rol que le había asignado inconscientemente. A partir de ese momento, da comienzo un proceso largo y penoso en el que, poco a poco, al individuo se le ofrece la oportunidad de diferenciar la imagen de su alma, su anima, y separarla de su pareja real. Esta diferenciación da lugar a un avance importantísimo en el autoconocimiento y en el conocimiento de la mujer concreta, con sus virtudes y sus defectos.

[2] De acuerdo con una frecuente tendencia observada en psicología, hay una sexualidad psíquica contraria a la física predominante. La consciencia femenina es más lunar que la masculina y tiende a las relaciones personales y, por lo tanto, su inconsciente tiene las cualidades de un espíritu al que la psicología denomina animus. El animus se exterioriza en forma de imposición petulante de opiniones, de pretensión de llevar siempre la razón, de creerse en posesión de la verdad, estando, sin embargo, bien alejado de ella. En general, el animus podría caracterizarse como un espíritu tradicional que espeta opiniones que no han sido suficientemente meditadas. Cuando una mujer, verbigracia, se siente engañada por su esposo, pese a que objetivamente no exista motivo imputable, su animus puede exteriorizarse en escenas brutales, en opiniones ilusorias y, frecuentemente, inflexibles. He conocido algunos casos en los que el animus de una mujer ha montado en cólera por haber recibido una llamada telefónica equivocada. De esta suerte, prejuzgó, sin ninguna prueba fehaciente, que la llamada procedía de una amante, creando una atmósfera hostil y colmada de malentendidos. En otra ocasión, el animus exteriorizó toda una suerte de prejuicios disparatados, esgrimiendo opiniones acerca del modo en que su esposo la había engañado. El análisis desveló que no había infidelidad alguna, pero como había visto a su marido hablando con otra mujer y “los vecinos murmuraban que la habían visto entrar en casa”, ella se creó una opinión plagada de prejuicios. Así como la primera portadora de la proyección del anima del varón es la madre y, por lo tanto, es ella la que está en condiciones de echar a perder el ser interior de su hijo, o bien, de alimentarlo, así también, el padre, en no pocas ocasiones, influye negativamente en el ser interior de la hija, precisamente en su animus. Posteriormente, este conflicto generado por la madre o el padre encuentra su reflejo en la futura relación de pareja, que se convierte en un auténtico campo de batalla de proyecciones ilusorias y de luchas abiertas, por el daño que provocaron los progenitores. Por lo tanto, podría decirse que la hija o, en su caso, el hijo encuentran en su esposo/a un reflejo de su oscuro padre o de su madre devoradora. Y el estropicio provocado por un padre o una madre, sólo puede ser resuelto por un padre, un tutor, un consejero o un psicólogo, o bien, por una madre, una tutora, una consejera o un psicólogo. A veces este problema se presenta en sueños personificado en imágenes de familiares o antepasados, como, por ejemplo, abuelos/as. Lo que significa que, ese conflicto, se ha ido arrastrando de generación en generación, como si de una maldición familiar se tratara.

[3] H. G. Baynes, The Provisional Life en Analytical Psychology and the English Mind. Citado en el libro de M.L. Von Franz El puer aeternus. Pp. 15 y ss.

[4] Von Franz, Marie-Louise (2006). El puer aeternus. Ed. Kairós. Barcelona. Pp. 252-255.

[5] Está reservado a un nuevo ensayo el tratamiento de la repercusión que el retorno de lo Femenino, en último término, de la Diosa está teniendo en el incremento de la homosexualidad entre varones, así como de la actualidad del arquetipo del puer aeternus.

[6] Ibíd., Pp. 58-60

Esta entrada fue modificada en 6 junio 2015 22:56

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Raúl Ortega: Soñador e intérprete de sueños. Batería. Melómano del funk y el jazz. Creador y curador de Odisea del Alma. Ensayista. Terapeuta de orientación junguiana. Programador y desarrollador web. Criador de aves exóticas. Devorador de berenjenas y brevas. Bebedor de Ribera del Duero. Paradigmático puer aeternus. Hippie extemporáneo en formación continua.