Psicología y Astrología – Segunda parte

(viene de aquí)

2.- El Ascendente astrológico como símbolo de la Persona

No podríamos haber elegido mejor texto para finalizar el apartado anterior que el del Zohar, pues además nos introduce de lleno en lo que en este capítulo desarrollaremos. En efecto, el tema que trataremos tiene que ver con “la piel que envuelve nuestros cuerpos” aunque, más bien, aquí nos limitamos a nuestro rostro. Entendida como un “recorte de la psique colectiva” la persona es, en verdad, un término muy adecuado para designar aquella parte del alma en su conjunto con la que, en la mayor parte de las ocasiones, el individuo se identifica. Y es que persona significa originalmente “mascara”, la que llevaban los actores en el teatro griego cuando desempeñaban un determinado papel. Así es, uno tiene un nombre, ha obtenido un título académico o es miembro importante de un colectivo, habiendo adquirido un estatus social que lo hace representar un rol determinado, así como en su trabajo desempeña ciertas funciones que revierten en beneficio de la colectividad. Y todo esto es importante y muy real.

Sin embargo, como su propio nombre indica, la máscara es, en principio, sólo un recorte de la psique colectiva y, por lo tanto, la persona es una máscara que actúa como si fuera una individualidad (o una totalidad integrada), haciendo creer a los demás y a uno mismo que se es individual, cuando en realidad no se es más que un mero papel representado, una función, donde lo colectivo tiene la palabra.

No obstante, describir la persona de esta manera sería incompleto e inexacto. Pues pese a la exclusiva identificación del yo consciente con la persona, la totalidad inconsciente, la auténtica individualidad se hace indirectamente perceptible. Aún considerando la identidad de la consciencia del yo con la persona, esa figura de compromiso con la que uno desempeña un papel social, el resto de la personalidad, inconsciente, no puede ser reprimida hasta tal extremo que se la haga desaparecer. Se hará perceptible en todo tipo de manifestaciones compensatorias de lo inconsciente. En fantasías y sueños aparece un alter ego que también uno es.

Ahora bien, con esta exposición de lo que la persona en cuanto máscara es se deja mucho material empírico fuera del entorno que conforma la idea de persona. Tal vez el concepto al que los astrólogos se refieren como el Ascendente contenga todo un conjunto de ideas que nos permitan dilucidar y ampliar lo que hemos descrito al hablar de persona.

El Ascendente es un punto en el horóscopo o carta natal. Muestra el inicio de las Casas astrológicas, siendo la cúspide de la Casa Uno. Se trata del grado exacto del signo zodiacal que se eleva por encima del horizonte oriental en el momento del nacimiento. Dado que coincide con nuestra salida en escena, en la que se realiza la primera respiración independiente, fuera ya del útero materno, representa el comienzo de un ciclo, el paso o etapa inicial en el proceso del llegar a Ser un individuo autónomo e independiente de la madre.

De acuerdo con la sabiduría astrológica todo aquello que nace en un momento dado refleja las cualidades de ese momento. Así pues, el Ascendente representa el modo en que hemos sido dados a luz, así como la manera en que vivenciamos ese parto. En otras palabras, el Ascendente simboliza la imago del nacimiento, el arquetipo de la Iniciación.

Atribuimos a la vida las cualidades del signo que se encuentra en el Ascendente, lo que es tanto como decir que, pese a que el arquetipo del doble nacimiento o de la iniciación sea universal, cada individuo lo vivencia de modo diferente. La lente a través de la cual el individuo filtra la experiencia es distinta. Por tal motivo, cada uno se conduce, actúa y responde a la vida y al mundo de acuerdo con su lente particular. Y, debido al hecho de que se actúa de conformidad al modo en que se concibe o interpreta la experiencia, la vida responde a nuestras expectativas, como si de una imagen especular se tratara.

Dado que el Ascendente representa el modo en que percibimos el mundo y, recíprocamente, lo que el mundo nos parece mostrar como reflejo de ello, se colige que, del total de las diferentes interpretaciones posibles de las situaciones, experiencias, comportamientos y actitudes, sólo elegimos aquellas que se adecuan a nuestra perspectiva, al cristal de nuestra lente o foco de consciencia. Y de acuerdo con lo filtrado, con lo que se ha seleccionado del total, se organiza la experiencia vital. Ángel Almazán lo expresa del siguiente modo en su prólogo al libro Esoterismo Templario:

“Hay muchas formas de ver las cosas. Cada uno, en función de sus conocimientos, meditaciones, lecturas, conversaciones con los demás y consigo mismo, se decanta por una manera determinada de entender la vida o encontrarle un sentido a su existencia. Y en función de tales parámetros, de todo lo que le llega sensorial y mentalmente, realiza una criba y selecciona aquellas informaciones que más de acuerdo están con su cosmovisión y pensamiento interno, rechazando las demás.”

Evidentemente, esto es así. Sin embargo, al comentario de Almazán habría que añadir, para que fuese completo, que dicha forma de ver las cosas tiene un patrón arquetípico que lo sustenta y conforma. Y dicho arquetipo es simbolizado en astrología por el Ascendente. Por ejemplo, si observamos a dos individuos frente a una situación nueva, cual es una entrevista de trabajo, dicha situación generará respuestas diferentes en individuos con un Ascendente distinto. Así, unos puede que duden y vacilen ante la situación, que les suden las manos o que tiemblen por obra del temor a enfrentarse a la misma. Otros, en cambio, una vez superados los nervios iniciales, puede que estén deseosos de que dé comienzo la entrevista. Los unos la tomarán como un mal trago, mientras que a los otros les entusiasma la misma idea de entrevistarse, por la oportunidad de obtener un puesto de trabajo, o simplemente por ser un reto en el que puedan desplegar su potencial cautivador. En los primeros únicamente se actualiza la visión negativa de la entrevista, quedando fuera del foco de consciencia todo lo demás, mientras que en los segundos son las posibilidades de adquirir una experiencia lo que se constela, mientras que el miedo es prácticamente imperceptible.

Como representante del arquetipo de Iniciación, el Ascendente simboliza el modo en que experimentamos todo nuevo comienzo. Así, representa la actitud que adoptamos cuando nos enfrentamos a las diferentes etapas o fases de la vida. Especialmente importante es su relación con el arquetipo del segundo nacimiento. Pues, al igual que sucede con el nacimiento biológico, tal y como se desprende de los trabajos del psiquiatra Stanislav Grof, el renacimiento es vivenciado de modos diferentes y el signo y los planetas que se encuentran en el Ascendente nos dan información de la cualidad de la experiencia.

De igual modo, la forma en que encaramos la vida, la máscara que adoptamos para adaptarnos al entorno social viene simbolizado por el Ascendente. Desde luego las funciones que debemos desempeñar para adaptarnos al ambiente externo son muy importantes, en la medida en que también nos sirven para desarrollar nuestra propia y peculiar identidad. Sin embargo, la identificación que el ego consciente hace con las cualidades del Ascendente o persona, provoca que la parte suplante al todo con las dramáticas consecuencias de semejante acto.

Debemos resaltar dos aspectos muy importantes cuando nos referimos a la persona. Esta no sólo es la forma en que nos ven los demás y nosotros mismos; es, también, el modo en que percibimos la experiencia. Y, ambos aspectos son fundamentales si queremos llegar a comprender la importancia de esta parte del Sí Mismo.

Jung advirtió que constituía una experiencia fundamental lo que él denominó la disolución de la persona, si se pretendía llegar a ser uno mismo. El proceso de individuación, de hecho, daba comienzo con la disolución de la máscara y el enfrentamiento con la sombra, es decir, con todos aquellos contenidos que habían sido rechazados por el yo consciente por no adecuarse a la imagen que se tiene de sí mismo, es decir, precisamente la persona o máscara. Asimismo, observó que tras la maraña de contenidos de carácter personal o biográfico, en el proceso analítico, así como en la individuación, parecían emerger ciertos elementos, en sueños y fantasías, provenientes de lo que él denominó inconsciente colectivo.

Pues bien, una vez ingresado o iniciado el individuo ha de diferenciar sus componentes colectivos, que de ese modo lo convertirán en un individuo único. Uno de esos componentes a diferenciar es, justamente, el arquetipo del Ascendente o persona. Sin embargo, en lugar de que este se convierta en idéntico a la consciencia del ego, ahora se entiende como un elemento más de la personalidad total. Una parte muy importante, pues representa nada menos que la lente a través de la cual el individuo experimenta las experiencias vitales. Esta nueva comprensión de la persona conduce a la toma de consciencia del modo en que el individuo organiza la experiencia, de la existencia de múltiples formas distintas de encarar la vida, así como de la manera en que los otros perciben esas múltiples formas. En otras palabras, que la perspectiva individual no sólo puede ser distinta, sino incluso opuesta a la de los demás. De ese modo, entra en juego la tolerancia frente a puntos de vista diferentes y se es consciente de que el punto de vista y, por tanto, la perspectiva de uno mismo puede diferir con respecto a la de los demás, pues uno mismo es diferente. La identificación con la persona como máscara o pose colectiva, conduce justo a lo opuesto. A la imposición del punto de vista propio y a la indignación cuando se es consciente de que el otro es precisamente otro. Esa identidad inconsciente según la cual el punto de vista de uno ha de ser compartido por los demás y, por consiguiente, lo que uno “vea, opine, crea o entienda” necesariamente ha de ser visto, opinado, creído o entendido por todos se disuelve también al tomar consciencia plena del significado profundo del Ascendente. Lo que pensamos nos resulta muy claro a nosotros mismos y creemos que es lo único real y válido y lo que los demás deben pensar también. Sin embargo, cuando alguien no opina como nosotros nos impacientamos y hasta nos violentamos pues ¡Cómo es posible que lo que nosotros opinamos, pensamos o vemos no sea compartido por el otro!

Y lo que los otros ven, piensan u opinan no es válido o cierto si nosotros mismos no lo vemos, pensamos u opinamos. O, al menos, tiene menos validez que lo que nosotros vemos o pensamos. Cuando no hay un vínculo subjetivo con esas ideas u opiniones las tenemos por inexistentes o altamente inverosímiles, sin reflexionar que lo que no vemos, pensamos u opinamos puede tener el mismo valor. Simplemente no atinamos a verlo. Esta es la actitud del “sólo lo que yo opine está bien y es válido, es decir, existe y lo que se salga de ese campo de visión individual carece de sentido o es estúpido o no existe”.

Así, al darnos cuenta de nuestro Ascendente, como lente a través de la cual filtramos la experiencia, se modifica nuestra actitud, dando de ese modo un valor por lo menos igual a los puntos de vista que difieran del propio. Esa apertura enriquece la experiencia y amplía los horizontes, de manera que se hace posible comprender la relatividad de la perspectiva propia. Con ello, modificamos el modo de reorganizar la experiencia, al tiempo que ampliamos el campo de experiencias que podemos enfocar.

De lo dicho hasta el momento se desprende inmediatamente la siguiente conclusión: que persona y personalidad, pese a derivar de una misma raíz, no son términos que se identifiquen. No resulta extraño que muchos individuos traten de identificarlos en sus propias vidas. Muchos son los que creen que la persona en la que se han convertido representa el conjunto de la personalidad. Mas esto, tarde o temprano, conduce a un conflicto de identidad, y la máscara comienza a resquebrajarse dejando traslucir al indefenso y vulnerable sujeto que se halla tras ella.

La persona es, como se ha señalado, un recorte de la psique colectiva. Por ese motivo, el individuo adopta cierta actitud frente al mundo que lo rodea. Pero esa actitud es, en verdad, una pose, un rol que desempeña de cara a la sociedad. Que de esa persona se deje traslucir la personalidad, lo manifiesta el mismo hecho de que dicha máscara no es igual en todos los individuos. Y de esto nos dice mucho la idea de Ascendente, tal como se ha indicado en líneas precedentes. En efecto, el Ascendente simboliza el modo en que nos mostramos ante la sociedad, así como la manera en la cual ésta nos ve a nosotros. Así, la máscara o antifaz que mostrará un Géminis en el Ascendente lo presentará ante la sociedad y ante sí mismo como un pensador muy comunicativo, analítico y de juicio sereno, objetivo y frío, verbigracia.

Asimismo, ese mismo Ascendente Géminis será visto por la sociedad de un modo semejante y serán esas las virtudes o facultades que la sociedad le demande, al tiempo que él las ofrecerá a cambio de un cierto prestigio o status social. El peligro aquí reside en la identificación del todo con la parte. Si la consciencia del yo se identifica con la persona, el individuo inmola su individualidad verdadera. Al tiempo es probable que sufra de hybris o inflación, pues asume que la función que desempeña le pertenece, de modo que se identifica con un oficio o un puesto de trabajo, algo que pertenece a lo colectivo y que es mucho más antiguo y amplio que su yo consciente. No sólo él puede desempeñar esa función o puesto de trabajo, sino que lo han desempeñado y lo desempeñarán muchos otros además de él. Ejemplos de inflaciones por esta trasgresión los encontramos por doquier en la sociedad. Me viene a la memoria el caso de un empresario que había ascendido por encima de sus orígenes humildes hasta llegar a ser subdirector de una importante empresa cárnica. Este hombre era bien conocido por su despótico preceder para con sus empleados. En una ocasión se dirigió a mí con aires de grandeza, en un tono de prepotencia y de superioridad tales que le hacían parecer el dueño del complejo cárnico. Su actitud de megalomanía era típica del individuo identificado con su cargo; un espíritu débil, orgulloso, vanidoso e ingenuo en grado sumo. Por ese motivo ostentaba una actitud de arrogancia, hinchado hasta reventar por toda una serie de asunciones que daba por hecho que le pertenecían. Era como si proclamara a voz en cuello: “Yo, representante de la grandeza de esta, mi empresa, que soy el subdirector y hago y deshago a mi antojo, que estoy por encima de ti en la estructura jerárquica y puedo pisarte, ordenarte y degradarte a mi antojo, en calidad de “Dios omnipotente” al que tú debes doblegarte y rendir pleitesía, haciendo cuanto te ordene, sin osar contrariarme ni contestarme: saca tu vehículo del recinto”. Debo decir que semejante actitud inflada produjo en mí una malísima impresión, de modo que le respondí para hacerle ver que aquella actitud de “gigante que pisa a una hormiga” estaba completamente fuera de contexto.

Por otro lado, cuando se es capaz de diferenciar entre persona y personalidad, comprendiendo que la primera es una parte de la segunda, entonces se toma plena consciencia de que el Ascendente es el camino a recorrer para llegar a desplegar la personalidad. Pues la persona, como lente a través de la cual el individuo percibe el mundo, es aquella parte de la personalidad que le conducirá al conocimiento de sí mismo y al despliegue de su propia identidad.

Ya hemos mencionado que la persona, en tanto que sinónima de Ascendente, es una lente que percibe selectivamente la experiencia. De ese modo, existe un a priori en la percepción de toda vivencia en el individuo. Ese a priori lo constituyen aquellos modelos o patrones de ordenación del material inconsciente que se denominan arquetipos. Así, hay un arquetipo que constituye la base de la experiencia de toda iniciación, así como del modo y manera en que nos presentamos al mundo y de cómo este nos percibe. Cuando un niño vivencia a la madre como una persona fría, astuta, indigna de confianza, cruel, rígida y despiadada sería aconsejable prestar atención al modo en que el resto de hermanos experimentan a la madre. Probablemente ésta no sea más fría o rígida que cualquier otra madre, pero el niño la experimenta bajo la experiencia de un factor arquetípico que opera en su interior. Del mismo modo, si esta experiencia se confirma cuando un joven intenta establecer un primer contacto con una mujer, de modo que al verla peligrosa y astuta, desconfía de ella y vacila hasta el extremo de retraerse en su presencia, entonces ese mismo factor operará en el Ascendente del joven. Y dado que es así como se comporta en presencia de las mujeres con las que entabla la primera cita o contacto, este miedo interior provocará una reacción en la joven con quien se relacione y activará en ella los elementos de su personalidad que más se adecuen a la proyección. De ese modo, se produce una confabulación entre la imagen que el joven proyecta y la actitud que moviliza en la mujer. Y así podrá decirse a sí mismo: “Todas las mujeres son igual de frías y desconsideradas, indignas de toda confianza”; o bien, “las mujeres no sirven sino para acostarse con ellas”; o también, “es imposible confiar en ellas, son frías e interesadas por lo que puedan sacarle a uno”. Pero lo cierto es que cabría preguntarse si esto es realmente así. La experiencia confirma que la realidad es bien distinta. Si bien, para el individuo que así lo vive, desde luego que siempre se confirma lo mismo. Él no es consciente de que, en realidad, un factor inconsciente opera en su interior y es el responsable de todas esas experiencias, atrayendo de continuo idénticas situaciones.

En otro lugar[3] expresé mi convicción, tras una experiencia acumulada de varios años, de que Saturno en tránsito por el Saturno natal, cosa que sucede cada 28 años, más o menos, formando una conjunción, simbolizaba o se correspondía con una experiencia de iniciación. Pero esto es especialmente válido si el Saturno natal está posicionado en el Ascendente en la carta del individuo en cuestión. En este caso, el arquetipo de iniciación se constela, lo que genera una auténtica noche saturnal. Toda vez que Saturno cruza el Ascendente es de esperar una experiencia iniciática. Sin embargo, esta experiencia será mucho más intensa y dolorosa, aunque también potencialmente más fructífera, en los casos en los que Saturno natal esté en conjunción con el Ascendente. Cuando eso acontece, es importante prestar mucha atención al signo que está en el Ascendente, así como a todos los aspectos que forman los diferentes planetas en el horóscopo natal. El inicio del proceso de individuación suele estar asociado a este tránsito, así como a importantes aspectos entre Urano y, en general, los planetas transpersonales y el Ascendente.

En el mismo orden de ideas, durante el tránsito de Saturno por el horóscopo éste contacta con el Saturno natal formando cuatro aspectos (conjunción, trígono, cuadratura y oposición) que resultan muy importantes, dado que simbolizan cuatro momentos en los que al individuo se le hacen accesibles partes distintas de su personalidad que están inacabadas, son inconscientes y, por tal motivo, lo enfrentan con sentimientos dolorosos de inadaptación, pudiendo liberarse de ellos si toma plena consciencia de los factores actuantes. También es factible que el enfrentamiento tenga lugar en ciertos ámbitos o esferas vitales en las que se ha producido una sobre-compensación por miedos que provienen de lo inconsciente o por sentirse vulnerable o incapaz, al tiempo que es posible que el individuo sea consciente de ciertos vínculos parentales, valores adquiridos durante su biografía o pautas de conducta familiares. Estas últimas habitualmente actúan de un modo automático y de ellas la consciencia no tiene la menor sospecha. Por tal motivo, necesariamente las experiencias de esos contactos han de ser dolorosas para el individuo, si bien extremadamente constructivas.

Como se ha dicho antes, el Ascendente representa el a priori de la experiencia de todo nacimiento o iniciación. Algunos astrólogos han correlacionado el nacimiento biológico con los emplazamientos del Ascendente y la Casa I. Y sus conclusiones parecen verificar que existe una misteriosa correspondencia simbólica que los vincula. Estos hechos han sido demostrados ampliamente por las investigaciones del psiquiatra Stanislav Grof, quien denomina a las etapas del nacimiento como matrices perinatales básicas (MPB), en las que se concentran las experiencias biológicas y arquetípicas propias del proceso del nacimiento biológico. Según el autor, en lo inconsciente se registran de algún modo las experiencias de las etapas del nacimiento. De ese modo, cuando se presentan situaciones que confrontan a la consciencia con experiencias críticas, de vida o muerte, es decir, iniciáticas, se constela material perinatal. Y esto parece ser así por cuanto este arquetipo está representado simbólicamente por una muerte seguida de un renacimiento. En mi libro El Retorno al Paraíso Perdido he tratado este arquetipo detalladamente, por lo que aquí no me voy a extender más de lo necesario. Sin embargo, sí me gustaría recordar que dicha iniciación era representada por los alquimistas mediante una calavera o Caput Mortem, en la referida fase de la nigredo o noche saturnal. Por dicho motivo, no debería resultar sorprendente que en la confrontación con las experiencias de muerte del ego se constele material proveniente del área o nivel del inconsciente al que Grof denomina perinatal. Resulta evidente que tanto la iniciación o el inicio el proceso de individuación como el nacimiento biológico, así como toda experiencia crítica que confronte al individuo con la muerte, comparten un mismo tema y, por ende, activan en el individuo material afín. No obstante, el arquetipo es lo que subyace a todo el material constelado, dado que se trata del núcleo sobre el que gravitan los contenidos activados. Así, por ejemplo, cuando el arquetipo representado por el planeta Saturno se encuentra en conjunción con el Ascendente ello simboliza que, no sólo toda experiencia nueva va a resultar dolorosa y va a movilizar una cierta dosis de temor, recelo y exceso de prudencia, lo que se traducirá en lentitud y cautela a la hora de comenzar todo nuevo proyecto o encarar toda situación nueva, sino que, además, se corresponde en sincronicidad con un nacimiento difícil, tal vez incluso retrasado en el tiempo con respecto a la fecha prevista inicialmente. Del espectro de las vivencias posibles de un nacimiento, el individuo con Saturno en el Ascendente se limita a vivificar y/o rememorar el terror y la aprensión que todo nacimiento supone. Y no es que no haya motivos para ello, pues un nacimiento confronta al nonato con la muerte. Pero existe también la experiencia del nacimiento (o renacimiento), con la inmensa gama de posibilidades que se ofrecen y que invitan al explorar el mundo y a expandir los horizontes, en un principio angostos. Utilizando la terminología de Grof, el individuo con Saturno en conjunción con el Ascendente experimentará el nacimiento como una lucha por la supervivencia, en la que la vida corre serio peligro. Se constelan en él las experiencias que Grof condensa en la MPB 3. Y dado que es ese mismo material el que se activa cada vez que el individuo se enfrenta a una situación nueva, éste siente miedo y procede con suma cautela, angustiado ante lo que pueda suceder, acomplejado por si será capaz de manejar dicha situación o si estará a la altura de las circunstancias. La consciencia desconoce el origen del miedo que aflora desde las profundidades de lo inconsciente, llegando a paralizar todo acto consciente que el individuo se haya propuesto. Por tal motivo, sólo la confrontación directa con la muerte permitirá a un individuo así tomar plena consciencia de sus temores y, con ello, superarlos. De ese modo, se le presenta la oportunidad de modificar su actitud y el modo en que organiza su experiencia, toda vez que se enfrenta a situaciones o circunstancias nuevas e imprevistas. Repitámoslo de nuevo, en todo ser humano existe un miedo a lo nuevo. Lo que diferencia a un individuo con Saturno en el Ascendente del resto es que ese miedo se encuentra amplificado y se enfrenta a él siempre que inicia una actividad, sea ésta la que fuere.

Cuando se ha llegado a adquirir un nivel de consciencia más amplio y profundo, la consciencia misma se expande y se hace posible contemplar la experiencia de diversas maneras diferentes. Así, lo que en un nivel de consciencia estrecho se vivencia como miedo ante una nueva situación, proyecto, faceta, etapa o actividad, cuando se ha elevado de nivel (es decir, cuando se ha iniciado o se halla en la senda de la individuación) puede significar prudencia, cautela y esmerada planificación.

Hasta ahora hemos hablado del Ascendente en cuanto persona como el modo en que el individuo experimenta el mundo, así como la experiencia arquetípica del nacimiento y de la Iniciación. Pero también se relaciona con la atmósfera reinante en el entorno en el que el individuo ha sido dado a luz. Especialmente simboliza cómo se han experimentado los primeros años de vida, los que más impacto generan en la joven psique. Siguiendo con el arquetipo de Saturno (o el signo de capricornio) en conjunción con el Ascendente, el niño tiende a experimentar y a vivir en un ambiente de penurias y restricciones. Tal vez el ambiente ha sido restringido material y/o espiritualmente, frío y seco, es decir, sin amor, ternura o alimento anímico alguno. Pero un niño con Saturno o Capricornio en el Ascendente será especialmente sensible a las condiciones de un entorno así, que quedarán marcadas a fuego en su tierna psique. Y es que existe un arreglo sincronístico entre el ambiente infantil y su tendencia interna, es decir, su imagen arquetípica.

Quedaría incompleta una descripción de la persona que no tratara el modo en que los demás experimentan la máscara en la que uno se encarna. Dado que ésta es una careta que mostramos a los demás y a través de la cual percibimos el mundo, dicha careta ejercerá un efecto o impacto cuando “salimos a escena”. Así, con una máscara uránica, es decir, si Urano o Acuario están en el Ascendente, es probable que los demás perciban al individuo como a un impertinente, un excéntrico y un revolucionario. Cada vez que aparezca en escena es como si atrajera el desorden y el caos a su alrededor. Por lo que no será de extrañar que los demás le observen con recelo y desconfianza. Al fin y al cabo todo lo nuevo provoca miedo, al amenazar con desmoronar las estructuras consolidadas que generan un sentimiento de seguridad y confianza.

Por el contrario, si la máscara es saturnina entonces el individuo puede parecer frío y hostil, un auténtico hueso duro de roer, convencional y defensor del status quo, lo que encubre, en realidad, un miedo y una falta de confianza en sí mismo, de modo que la reticencia a relacionarse, la resistencia a todo cambio y el retraimiento suelen hacer acto de presencia. Dado que con Saturno en el Ascendente la autocrítica es una constante, el individuo tiende a proyectar esta actitud al exterior, de modo que verá a los otros como si siempre le estuvieran criticando y evaluando. Por tal motivo, el individuo siente que no está nunca a la altura de sus/las expectativas y se esfuerza una y mil veces en alcanzar la excelencia que, para él, será siempre un objetivo inalcanzable.

Por norma general, todo arquetipo que esté en conjunción con el Ascendente irradia hacia el exterior, de modo que los atributos del signo o planeta astrológico que se hallen en él se amplifican, teniendo una importancia crucial en el desarrollo de la personalidad total o Sí Mismo. Cuando esta norma no se cumple, lo más probable es que exista en el individuo un conflicto de energías contrapuestas que impiden la expresión de los potenciales existentes en su Ascendente.

La amplificación que la idea astrológica del Ascendente nos ha permitido hacer con el término persona en psicología analítica ha puesto de manifiesto que la máscara no es sólo aquella mera pose que el individuo presenta ante mundo, la sociedad y ante sí mismo, una suerte de falsificación de su verdadera personalidad. Desde luego que suele ser sólo esto en la inmensa mayoría de los individuos. Sin embargo, cuando se ha producido una evolución de la consciencia y el individuo sigue la senda de la individuación, la persona se convierte y, al tiempo, se transforma en lo que en esencia es, o, quizás tendríamos que decir, debería ser: el camino a recorrer en el despliegue auténtico de la personalidad. Representa, también, las aptitudes y/o funciones que debemos diferenciar si pretendemos llegar a una autorrealización plena. Pues a través de las funciones simbolizadas por el Ascendente llegamos a manifestar quienes somos como entidades completas.

Parece ser una constante en psicología que este modo de contemplar la persona no tiene lugar, paradójicamente, sino después de la disolución de la identificación del yo consciente con la misma persona, en tanto que rol social, máscara o careta, en definitiva, un recorte individual de la psique colectiva. Esa disolución pone al individuo en contacto con su alter ego, con su sombra, con aquella parcela de su personalidad que también es él, pero que ha permanecido oculta por diversos motivos. Esa experiencia difícil, bien dirigida y asimilada, le permite al individuo conectar con su inconsciente e iniciarse en la senda que le llevará a su autorrealización. Esto nos permite comprender por qué el Ascendente simboliza el arquetipo de la iniciación. Dado que en dicho proceso tiene lugar un desplazamiento del centro regulador, trasladándose éste del pretérito ego a la más amplia y completa personalidad total, que lo engloba y sostiene. Ya no es la egoísta voluntad del yo consciente la que rige el destino del individuo sino la propia personalidad. Y es precisamente cuando esta transformación tiene lugar que la persona, en tanto que sinónima de Ascendente, asume importancia y un valor sobresaliente en el arduo proceso de individuación.

Por último, no podemos dejar de mencionar que el Medio Cielo y, por lo tanto, la Casa X suele ser adscrita también a la idea de persona. Liz Greene hace mención expresa a esta misma relación en su libro Relaciones Humanas. Dado que la décima Casa simboliza el ámbito de la carrera, los logros personales y el status social, y no en balde se la denomina también el sector profesional, ciertamente está asociada con la idea originaria de persona. Esto es, se relaciona con la idea que Jung expresa en su libro Las relaciones entre el yo y el inconsciente y que, sin embargo, en mi opinión, como ya he mencionado a lo largo de éste capítulo, es demasiado estrecha y limitada, dejando al margen material empírico que puede ser adscrito a la idea de persona. Greene afirma lo siguiente:

“La astrología tradicional considera a la décima Casa como significante de la carrera, del logro y del status en la sociedad. Está además conectada con la persona, la máscara de adaptación social que cada individuo desarrolla para poder mezclarse sin tropiezos con el medio del cual es parte. Con frecuencia, apunta al tipo de actividad o de empresa en que el individuo se siente más feliz, o a un conjunto de actitudes a las que él se adhiere en su vida laboral. Generalmente, ello se debe a que es la Casa que define sus valores, es decir los valores a los cuales él intentará dar forma por mediación de su trabajo.”

En este sentido, podemos adscribir la idea de máscara a la Casa diez, siempre que nos limitemos al sector profesional. Es decir, atendiendo a la premisa de que éste sector está relacionado con la esfera de la profesión y que, en ella, se definen ciertos valores que el individuo manifestará en su trabajo. Sin embargo, aunque un individuo con el sector profesional en el signo de Acuario, verbigracia, tratará de realizar una carrera novedosa u original que le permita desplegar en esa área vital las virtudes propias de Acuario, el aspecto que él muestra a los demás siempre estará teñido por el Ascendente. El Ascendente es la máscara verdadera de la que uno no puede desprenderse, por mucho que lo desee. Y es esa careta la que deja su impronta en el ambiente que nos rodea, no sólo en la relación con los hermanos y amigos, sino también en el sector profesional, como en cualquier otra esfera de la vida. De hecho, algunos autores dicen ser capaces de conocer el Ascendente de un individuo sólo con verles el rostro, el porte y la apariencia física general. Hay incluso astrólogos que afirman ser capaces de corregir una hora de nacimiento incierta, evaluando la configuración física y el aspecto de una persona y correlacionándola con el signo Ascendente. No obstante, desde mi punto de vista, adscribir el aspecto físico únicamente al signo Ascendente es un tanto simplista. Por no mencionar lo difícil que resultaría si el individuo en cuestión tuviera un Ascendente aspectado por múltiples planetas. En general, la carta natal es una totalidad con factores interconectados e interrelacionados y todos ellos influyen en la constitución física y en la fisonomía. La idea que sí hay que tener en mente siempre que tratemos del Ascendente, y lo que lo correlaciona con la persona, es el hecho de que éste simboliza una encarnación física del individuo o una manifestación concreta en una configuración o cuerpo físico de las múltiples posibles. Es la máscara verdadera del individuo, la pose que mostrará siempre que aparezca, produciendo un efecto o influencia sobre el ambiente toda vez que “salga a escena”.

Para finalizar este apartado, ilustraré con varios ejemplos lo dicho hasta el momento. Un individuo con Ascendente en Géminis y su Sol en Piscis, verbigracia, curará y servirá a los demás (expresión de los atributos de Piscis) mediante la comunicación a través de la palabra, oral o escrita, transmitiendo y distribuyendo información de diversas áreas del conocimiento, que el Ascendente en Géminis será capaz de interrelacionar y coordinar. Con un Ascendente en Escorpio y el Sol en Acuario el individuo atravesará múltiples y dolorosas iniciaciones de las que extraerá un profundo conocimiento de la vida (expresión de los atributos de Escorpio), que después derramará al resto de sus coetáneos (irradiación del Sol en Acuario). Un Ascendente Piscis y un Sol en Aries representan a un individuo que despliega su potencial iniciador e inspirador y su capacidad de conducir las vidas de los demás (irradiación del Sol en Aries) educando y curando a través de la devoción, la compasión y el amor por el prójimo (facultades propias de Piscis).

José Antonio Delgado
Ldo. en Ciencias ambientales, escritor y especialista en psicología analítica

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[3] En la primera parte de mi libro el Retorno al Paraíso Perdido expongo la relación que existe entre el Saturno astrológico y la iniciación. Remito al lector al capítulo correspondiente.

Esta entrada fue modificada en 11 mayo 2017 18:43

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Raúl Ortega: Soñador e intérprete de sueños. Batería. Melómano del funk y el jazz. Creador y curador de Odisea del Alma. Ensayista. Terapeuta de orientación junguiana. Programador y desarrollador web. Criador de aves exóticas. Devorador de berenjenas y brevas. Bebedor de Ribera del Duero. Paradigmático puer aeternus. Hippie extemporáneo en formación continua.