Básicos en el método de autoconocimiento

Raúl Ortega
Terapeuta de orientación junguiana

(Ensayo publicado por primera vez en 1998. Actualizado en Noviembre de 2007)

Lo esencial parte de atender con penetración tanto a las características propias más punteras como a las más deprimidas, es decir, a los excesos y los defectos en nuestro carácter. Como regla para principiantes, se puede empezar a tomar como baremo, a pesar de su imprecisión ante más finas exigencias, la media social de nuestro entorno cercano, pues esa es la tierra en la que estamos sembrados. Es preciso recordar que un hombre realizado se eleva sobre lo común humano transmutándolo, no eludiéndolo. Lo común humano es propio de todos: nuestros cuerpos se parecen, nuestros cerebros también, y es por lo tanto de esperar un funcionamiento psíquico semejante, al menos dentro de ciertos básicos márgenes. Nuestros excesos y nuestros defectos pueden empezar a hacernos sospechar de posibles recortes artificiales realizados a este patrimonio común para provocar una especialización muy privilegiada y una sobreadaptación exitosa, mermando por otro lado la energía y vitalidad del resto que también uno es. Un encuentro con la Totalidad implica un retorno de lo desusado en el mismo nivel en el que quedó, una vivencia intensa en ese nivel, que implica la decadencia de la actitud sobreadaptada, un equilibrio de energías y, finalmente, una acumulación convergente de todas en un nuevo paradigma.

El ciclo recomienza en una espiral semejante pero superior. Desconfiar de los defectos, quiero decir deficiencias, pues son siempre expresión de material eludido por complejos. Aquí es preciso entender el concepto de que ciertos contenidos profundos pueden estar en situación conflictiva con el yo y producir malestar interno que intenta conjurarse con todo tipo de maniobras de distracción compulsiva, al mismo tiempo proyectándose en consecuentes analogías externas. Un ejemplo podría ser el hipotético caso de un poeta interno reprimido u obviado incluido en la personalidad de un ingeniero de carrera feliz con una concepción consciente más bien práctica del mundo. Toda su poesía, cargada de sentimiento sublime, estaría poseída por su feminidad inconsciente; si es extravertido, las mujeres le fascinarán, se enamorará perdidamente de una (más obsesivamente que la media) y en esa relación por seguro tormentosa verá perecer o al menos tambalearse su carrera. Quizás en este punto aflore su necesidad creativa poética y, asumiéndola e integrándola, con ello logre reestabilizar su vida sentimental, mientras su vida profesional-laboral seguramente se ve trasladada a otro punto. O quizás, si no se produce esa asimilación vía encuentro con la proyección, la mujer interna le posea, afeminándolo, encronizando una conflictiva situación neurótica, tanto o más tormentosa que una difícil relación. Si estudiamos detalladamente una biografía típica propia de una personalidad con estos vacíos en la asimilación del inconsciente, descubrimos inmediatamente una historia sentimental siempre algo pobre, dubitativa, temerosa, comparada con una vida erótico-sentimental media, debido a la intromisión constante de un fuerte complejo en esa área, o bien exuberante, donjuanesca y precipitada, pero siempre conflictiva y frustrante. Todo esto, claro está, es propio de personas en las que la Totalidad se hace tarea inaplazable. Como sugiero, la «sana» media no sabe de estas cosas, porque le basta vivir su inconsciente proyectado en el prójimo, que no se le aparece conflictivo flagrantemente mientras esta Totalidad guste discurrir por los primigenios mundos de ese inconsciente, acomodados en la lejanía al yo.

Un tanto diferente es la problemática introvertida. Aquí el amor adopta una forma tan ideal (en el sentido platónico) que difícilmente se deja proyectar en un común humano. De esta manera, nuestro ingeniero en modalidad introvertida retornará una y otra vez, si es que alguna vez ha salido, al tema materno, que a su recatado y purista sentir resulta el modelo de relación ideal con la Feminidad. De todos modos, el mundo del amor ideal y platónico ya de por sí, efectivamente, se acerca más a la esencia de la sentimentalidad poética. Como hijo de la Madre se siente más cerca de lo alto y puro, de lo místicamente inspirado, pues la Madre es un rango arquetípico superior a la más prosaica amante y compañera, en el lenguaje mítico. Pero el mito en principio planea sobre la vida, y vivir en una mera metáfora mítica, una mera ensoñación fantasiosa del arquetipo, no es vivir ni encarnar el arquetipo en efecto. El caso es que la vocación poética sigue aquí, como antes, irrealizada. En el campo biográfico solemos tener a un hombre algo infantil sentimentalmente, que esconde una inadaptación al mundo físico detrás de unos constructos intelectuales que pueden ser muy veraces desde el punto de vista mítico y metafísico, pero son siempre algo inconclusos, vagos, constantemente inaplicados, aplazados, y ajenos en su «pureza» al mundo de aquí abajo, el de la biografía real. A ciertos aspectos del Logos les agrada vivir en estos estrechos recintos monacales, pero el Eros no puede unir mundos tan inconmensurables como el ingeniero real, con una edad y desarrollo que hace rato reclaman experiencia, y su fantasía. Por ello la vida se torna monótona, seca, meláncolica, impregnada de un acuciante anhelo de algo así como el rescate a manos de una princesita azul (sí, suele darse en este caso esta «sensibilidad femenina» para el amor), que no llega porque aquí no puede existir si no se encarna, no más sea provisionalmente, en un ser imperfecto humano, como Amante, más cercana al Yo, en defintiva más íntima, que la siempre más distante Madre. Mientras, la Madre, que como significado también incluye precisamente la materia, es el puente hacia ésta del introvertido. Se libraría anímicamente de ella si realizara en él ese otro aspecto de la Feminidad, a saber, lo telúrico sexual, lo carnal, aspectos que ya nos conducen al arquetipo Amante, como acabo de apuntar. Pero ya sabemos que este aspecto lo aterroriza, porque le resulta algo así como «ensuciar el espíritu» o «mancillar la inocencia original». Así vive lo que más bien es un apego a la fantasía de colores pastel de la infancia, resistiéndose tenazmente a participar en el arco iris de colores intensos y saturados, como la sangre, que la vida real es, incluso la espiritual. La poesía quiere efectivamente materializarse en un papel, encarnarse en el mundo, no sólo ser contemplada en su trono etéreo por ojos de niño fascinado. Para ello se necesita una valoración sentimental de algún objeto real del entorno, que reconduzca el sentimiento hacia el suelo. Esto producirá en un primer momento una desvalorización de su mundo imaginal e intelectual, que se vive como traición a ese caro mundo, y por ende provoca un conflicto. Se vive como traición a la Madre. Se solucionará cuando nuestro ingeniero pueda poner en conexión sus elevadas concepciones con el mundo físico, experiencial, encontrando un punto arquimédico entre ambos, que corresponde siempre a la mayor intensidad y realismo de la biografía. Sin embargo, a menudo ocurre una enantiodromía, es decir, la culpa se convierte en resignación, luego en olvido, y finalmente el introvertido, como hijo pródigo, se convierte en un convencido participante más de la más prosaica y hedonista vida social. Un ángel que no se ha encarnado, se ha caído, y, otra vez, una biografía que sigue estando limpia de vocación activa y producción artística.

En la historia de las culturas tradicionales las valoraciones de lo mundano y lo extramundano han permanecido interconectadas, creando costumbres, una moral, que intentan mediar entre ambos, cada eón con su grado de penetración y su ingenuidad propia. En los símbolos el ser humano encuentra siempre los instrumentos por antonomasia para lograrlo: por analogía puede ponerse en conexión su forma con algo de aquí, y poner en relación eso con el significado trascendental que le es propio al símbolo. Así la vida transcurre abajo con vocación de lo alto, y todas las acciones humanas primordiales cobran valor en ambas direcciones. Una recaída en una u otra dirección significa desarrollo y progreso en esa dirección, pero enfermedad para la Totalidad. No está mal que así suceda porque si no nada habría cambiado desde el principio y todo seguiría en su equilibrio natural arcaico, petrificado, equilibrio que sin embargo vemos truncarse y restablecerse una y otra vez, sucediéndose a una especialización (¡unilateralización!), una regresión y disolución en el caos primigenio otra vez. Recapitulando en los ejemplos establecidos arriba, se diría que en el primer caso se encuentra lo alto (el aspecto espiritual del Arquetipo) desde la «combustión» de lo bajo (el Arquetipo atrapado en la proyección física), y en el segundo caso lo alto se alcanza precisamente porque se hace más asequible, encarnándose, al establecerse una conexión con lo bajo. Aunque soy consciente de que estoy tratando de establecer, por mor de la síntesis y la brevedad, demasiado nítidas diferenciaciones en procesos que tienen bastante en común en varios momentos de su desarrollo, sobre todo porque es bastante normal que se produzca esa enantiodromía de la que hablé arriba y una personalidad pase a padecer el mismo conflicto que su opuesta. Si todos estos inconvenientes son superados, si la prueba termina con éxito, entonces ambos percibirán por igual el juego cósmico paradójico y entenderán por primera vez la profundidad del hermético «así es arriba …», y los dos tipos comprenderán además, como un subtítulo del axioma, que el movimiento principal se realiza desde abajo hacia arriba, desde el más acá al más allá, desde lo ctónico a lo espiritual, desde la tierra al cielo.

Siguiendo con la exposición al hilo del epígrafe, es necesario advertir de la necesidad de desconfiar de las actitudes propias perennes. Una virtud recalcitrante, pertinaz, deja de ser virtud cuando coarta la voz de otras actitudes propias por más infames que éstas sean. La energía vital se expresa en todos nuestros temores y deseos. Unos y otros son expresiones de lo que efectivamente somos, por más inconducentes que nos parezcan o, peor, inmorales. Vuelvo a remarcar la legitimidad de la Trasmutación, frente a la artificiosidad de la evasión, excusable sólo en aquellos casos, por otra parte abundantes, en donde la Unidad y el encuentro con el propio Tao no sean un problema urgente.

Un desarrollo humano natural, impulsado desde la Fuente es característicamente serpenteante. Unos intereses deben suceder a otros opuestos, con más o menos conflicto, pues el Hombre Total busca expresión siempre de esta manera. La unificación se realiza en un nivel superior de la espiral, pero en cada vuelta debe suceder naturalmente una exposición de todos los temas propios de cada individualidad desarrollados en sucesión lineal temporal. Donde en una biografía no haya estas fluctuaciones podemos hablar sin miedo de estancamiento. Para salir de él, hay que contemplar seriamente el deber de escuchar esas otras voces quedas de esas otras cosas soeces que pensamos, o de esas inmoralidades que imaginamos, o incluso de la criminalidad que nos es propia. Pronto vemos con dolor que esos otros «yoes» son los responsables precisamente de que nuestros mejores planes no salgan bien. En este punto la recomendación es el diálogo activo con ellos; aquellos contenidos que no sean del todo incompatibles con la actitud del yo, podrían llevarse a la práctica con sumo cuidado. Aquellos realmente incompatibles implican un proceso doloroso en el que el contenido consciente se trasmutará por combustión de contacto con el opuesto emergente. Mientras, no se espere mucho más que frío de caos y muerte, una noche oscura del alma, de la que renace un ser híbrido con otra implicación en la red de la vida y esperando la siguiente combustión. En este punto quizás sea oportuno considerar algunas cosas.

Hemos encontrado siguiendo el hilo de una transformación hipotética y esquemática de dos seres humanos en cierto modo opuestos un punto común: la implicación con un problema amoroso. No ya para un clérigo dogmático, sino también para un hombre «sabio», orientado esotéricamente, estos asuntos a menudo no merecen más que una mirada arrogante de soslayo y algún comentario cínico acusándolos con preclaridad iluminada de banalidad e inferioridad, quizás a través de expresiones tales como «nada más que energías primitivas, insolentes e inconducentes». Y supone así haberse colocado más allá del bien y del mal de un conflicto radical común a toda la Humanidad, eternamente irresuelto, del que por supuesto participa él mismo. Esto lo llamé antes evitar, no resolver; evidentemente una evitación más elegante que la inconsciencia histérica, pero no más efectiva. Desde nuestra interioridad más recóndita nos llega ese Misterio de la Conjunción que siempre ha funcionado de manera eficaz en su forma más literal y concreta y que ha provocado la eclosión biológica a la que nos debemos. Pero en los panteones también campea a sus anchas, y no debe extrañar que entre los griegos Eros fuera a veces superior al mismo Zeus. Todos los frutos aparecen arriba y abajo como resultado de una unión, normalmente en términos de masculino-femenino, fomentada por una atracción de lógica inextricable. Hablando con amplitud, todas las yuxtaposiciones a cualquier nivel participan del arquetipo de la Conjunción, que une lo imposible, hasta el Agua y el Fuego. Como acabo de decir, la implicación biológica es comprensible, y su importancia no es de señalar. Ahora bien, esto sería la continuación en la Physis de ese arquetipo de la Conjunción, que porta abundante contenido también por encima de las esencias genitales, pero que sin embargo no pierde su carácter erótico ni al acercarse a las esencias espirituales (¡Cantar de los Cantares!). Todo lo que la Física nos cuenta del Cosmos se reparte en dos categorías: Eros y Morpho, Energía y Materia. El Eros es el motor cósmico. Su esencia es vida pura, devenir, actuación. Si el Eros empuja al movimiento a la materia en su modalidad de energía física, también lo hace a manera de deseo en el ser vivo. Por cierto que el Logos se entiende mejor con el Morpho, la Forma, que con la energía, el Eros. El lenguaje, precisamente ese gran hijo del Logos, está lleno de tópicos sobre su impotencia ante los misterios del amor. Pero al Logos en su modalidad Ciencia tampoco le va mucho mejor con la energía. La infiere, la deduce, la intuye a trancas y barrancas detrás de la fenomenología morfológica, que sí toca, mide y comprende mejor (al menos, eso cree). Así, Eros y Logos se convierten en el alma humana en dos principios casi irreductibles, que, como cualquier pareja de amantes, aún mirándose de frente no se entienden bien entre sí. Y digo casi, porque todo opuesto, todo amante embargado de verdadero amor, contiene en sí mismo cierta esencia de su opuesto amado. Es así, con el auspicio de este principio arquetípico tan enorme, que la Ciencia ha llegado a estipular en nuestros días, en un mérito epistemológico que a mi me parece de lo más loable, que energía y materia son…lo mismo. Ya algún lector se habrá percatado de que llevo un rato girando alrededor de exactamente el mismo tema que los hindués expresan en su imagen primordial de la Conjunción Shiva-Shakti. Ciencia y religión, religión y sexo…Shiva y Shakti una y otra vez. Pero mejor regreso al tema fundamental: si Eros es la vida, Logos es la biología. Si el Hombre fuera agua, valga la metáfora, el Eros sería la gravedad y el Logos la aprehensión y comprensión (en definitiva: la conciencia) del cauce que ésta traza desde la montaña al valle, que puede ser medido, entendido en sus por qués y para qués, pero no creado por ella misma a través de toda esa concienciación. Si la gravedad, que es un principio activo por encima de la «acuosidad», no actúa, el agua no corre, no hay cauce, no hay fenómeno y, por ende, nada que dilucidar. Por eso el hambre no se mitiga conociendo hasta la saciedad el proceso digestivo y la naturaleza profunda del pan (si todo esto siquiera fuera posible), en un logro supremo del Logos; hay que comer. Y comer es un hecho «erótico». Podría ser más abiertamente freudiano y, en lugar de Eros, hablar de libido. Sin embargo, señalo que para mi tienen ambos conceptos un significado más amplio que el de «sexualidad». También incluyen, como he plasmado, la gravedad, por ejemplo.

Analicemos ahora de un modo más prolijo cómo interviene el Eros en los procesos de crecimiento de la personalidad. Como sabemos, los contenidos inconscientes que no viven a la luz de la propia conciencia se expresan en el mundo circundante a la manera de proyecciones[1]. Estos contenidos no hay que entenderlos de entrada como ideas abstractas, ni como pulsiones genéricas, impersonales, como pudiera creerse, sino que hay que empezar entendiéndolos en su esencia primigenia como entidades, con cierta personalidad propia y autonomía, a las que en principio parece bastarles llevar una vida detrás de bambalinas como «elementales» invisibles, duendes traviesos, escondidos detrás de las proyecciones en diversos contenidos del entorno, por su carácter animado, preferentemente en personas y animales. Pero si quieren realizarse, es decir, tomar protagonismo y coparticipar en la creación de mundo con la conciencia explícitamente, pujan por salir de esa posición llamando in-crescendo la atención de la conciencia, del Yo, y, en el normal de los casos, el primer paso consiste en la concentración masiva de la proyección, si el totalizando es hombre, en una mujer real, de la que se enamora profundamente, y, a partir de entonces, es fascinante y peligrosa para él. A un especímen humano la atracción sexual, la apetencia de compañía y pareja, no puede serle en el más mínimo modo ni extraña ni ajena: está avalada ni más ni menos que por toda la filogénesis de su especie. El arquetipo de la Conjunción se expresa en una forma ancestral, el sexo, íntimamente ligado al plano físico, penetrando en la vida del sujeto desde un lugar tan común que jamás pensaría pudiera tener consecuencias trascendentes, aunque en su fin último esté buscando una interacción que alcance también, y sobre todo, otro plano: el alma, el espíritu. El plano psíquico. Aprovechando este «descuido», abre una vía de agua en el Yo, una apertura, a através de la cual se crea un diálogo, un debate, una interacción, con otra persona, un No-Yo, que se convierte pronto en algo muy importante, conmovedor, decisivo. Esto provoca consecuencias muy serias para el sujeto, mucho más allá de toda «trivialidad» reproductiva sexual, de dos modos yuxtapuestos: como ser real e independiente que interacciona fuertemente con él, ese Otro transforma su biografía desde los niveles cotidianos más básicos, físicos y concretos, y como portador y emisario de ese No-Yo que es lo inconsciente, éste va inoculando en la conciencia, en mitad de una ordalía de pasiones encontradas, todos los contenidos del alma antes ocultos y desconocidos para ella. El panorama completo son dos individualidades en transformación, cada una de las cuales recibe embates transformadores de su propio Destino desde el afuera, la relación con el otro y el contexto exterior en que ésta se da y todas sus vicisitudes biográficas, y desde el adentro, la relación con ese otro que es su propia personalidad inconsciente interna que puja por conseguir una necesaria transacción con el Yo. Este proceso obviamente consigue implicar la Totalidad, y no sólo el intelecto. Detrás de estos encuentros, como vemos, siempre destacan dos niveles complementarios: la propia unificación y la interacción en la unificación de otros. De estos procesos el individuo sale con un diferente talante teórico y práctico, necesarios para una nueva etapa vital creativa.

El Archei, a través de estos procesos de transformación, siempre fuerza a la conciencia a trascender lo visible y lo literal, pero al mismo tiempo siempre quiere seguir viviendo implicado en lo material, lo físico, lo biológico, como entendemos que vivió eones hasta la llegada del ser humano, expresado en la Naturaleza y sus seres animados. Podríamos entender que el alma se opone al conocimiento superior si no se ha pagado el Karma vital. La forma correcta de expandir conciencia no es añadir datos al inventario intelectual, sino vivir con el corazón y comprender después con todo el ser. El problema de nuestro tiempo es que hombres y mujeres se han volcado al paradigma intelectual con premisas materialistas y todo lo irracional y místico se convierte en superchería y cae a vivir como sentimientos inconscientes. Así, a través del Eros compulsivo de los razonables hombres de nuestro tiempo, que suele conducirse de un modo dramático, cuando no directamente trágico, trata de abrirse una puerta estrecha a lo que está más allá de lo aparente, dando a la vez un sentido nuevo a eso que pretendemos conocer como materia, como sexo, así como a eso que llamamos espíritu y que confundimos generalmente con intelecto.

Resumiría diciendo que de una actitud, de una premisa vital, a otra, se pasa a través de una prueba, de un pecado, que no por serlo pierde su carácter de ineludible. Del «idilio» con la Sombra se crea el conflicto en el que la energía y la forma se transmutan, quemando ideas obsoletas y creando una nueva pasión vital hacia un nuevo sentido, si el Yo no se deshace en el proceso, claro. Como digo, despertar no es añadir más datos intelectuales al inventario mental, que no cambiarán la vida, sino sólo el contenido de las charlas de sobremesa; es una transformacion de lo viejo por fusión con otra personalidad interna, que cambia al hombre por dentro y por fuera, según la máxima «carácter es Destino» (y también viceversa). Como hemos visto, esta fusión de modo muy común empieza con las pasiones del Eros, prosigue alimentando un fuego donde se consumen las peripecias de un mito por dentro y fuera y engendra, Dios mediante, un nuevo Logos redentor.

También queda claro que un básico del Crecimiento Interior dicta que para definirnos aquí y ahora, para conocer realmente quiénes somos, no basta con recapitular lo que más o menos sabemos conscientemente de nosotros, que puede ser mucho y a menudo nos conduzca al azoramiento. También en este inventario hemos de incluir lo que nos sucede, donde reconocemos nuestro inconsciente, quizás con más pesar aún.

Finalmente, me pregunto de qué sirven las enseñanzas esotéricas y espirituales profundas a hombres que aún son humanos, demasiado humanos. Es decir, aún de alma jóven. ¿Alguien habla de matrimonio a un niño de tres años? Al Conocimiento se accede a través de la vivencia, y aquel al que se puede acceder a través del mero intelecto, no es importante. Por eso es como poco banal y superfluo contar y escuchar cosas sobre etapas superiores del Saber, si aún estamos al comienzo del largo camino. Yo no puedo separar Espíritu de Naturaleza, y la Naturaleza es una maestra de sabiduría sin letras ni libros. Si nuestra «ontogénesis psicológica» debiera imitar nuestra filogénesis también, recordemos que son millones de años de biología sin intelecto, que es una luz que sólo se enciende al final. Un ser es lo que es, lo que es aquí y ahora, no adelantemos acontecimientos. No amanece más temprano. No se pueden podar semillas ni recoger de ellas frutos; hay que regar y esperar. No es mediocridad ni inferioridad el querer ocuparse de la auténtica problemática que a uno le embarga aquí y ahora, por más prosaico, banal y trivial que parezca a ojos de otras almas más viejas, con problemas seguramente más importantes. Todo a su tiempo. La poca cosa que uno es y la relación de esa poca cosa con el mundo de su tiempo, que lo rodea, es la primera manifestación divina que nos es útil, y necesaria.

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[1]Por cierto que todo lo inconsciente lleva una vida escondida en la materia y a través de ella se expresa, y no sólo según aquello que llamamos transferencia o proyección. En realidad, la materia/energía es en sí misma expresión de un factor trascendente a ella, a nosotros como espectador y por ende al Cosmos que se construye en la Pisque -la única Realidad- como acuerdo entre ambos. Pero esto es introducir el tema de la Sincronicidad y lo Psicoide, y nos lleva a otro debate que no cabe ahora aquí

Esta entrada fue modificada en 6 junio 2015 13:02

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Raúl Ortega: Soñador e intérprete de sueños. Batería. Melómano del funk y el jazz. Creador y curador de Odisea del Alma. Ensayista. Terapeuta de orientación junguiana. Programador y desarrollador web. Criador de aves exóticas. Devorador de berenjenas y brevas. Bebedor de Ribera del Duero. Paradigmático puer aeternus. Hippie extemporáneo en formación continua.