Pájaro alado, pájaro sin alas

Marie Louise von Franz

[…] Ahora tenemos que intentar -y digo intentar porque muchas partes del texto exceden mi comprensión- entender psicológicamente el texto. Tenemos que empezar por referirnos al propio Sénior y leer las amplificaciones que da a lo largo de todo el libro. Sénior dice de los dos pájaros que son también el sol y la luna, que el ave sin alas es el azufre rojo y su alma exaltada es el pájaro alado; dice que los pájaros son hermano y hermana, y de la cosa inferior dice que es la base de los dos pájaros, tal como la tierra es la base de la luna, o el mundo inferior.

Vamos a considerar unas pocas amplificaciones. El azufre es una de las materias básicas más importantes en el proceso alquímico. En Mysterium Coniunctionis Jung escribió un capítulo entero sobre el tema; en él se puede ver que el azufre es una sustancia activa, una sustancia corrosiva, y peligrosa a causa de su mal olor. Como ustedes saben, en el folclore el diablo siempre huele a azufre, y cuando se va o cuando lo exorcizan siempre deja tras de sí un aire sulfuroso. El azufre también produce todos los colores, es el amante de la figura alquímica de la novia y así en ese estilo, y es un ladrón que interfiere con la pareja amorosa.

Así pues, se podría interpretar al azufre como el verse impulsado, como un estado de ser impulsado. No sería exacto hablar del impulso mismo; es más bien el estado o cualidad de verse arrastrado o abrumado. Si se lo considera desde cierto ángulo religioso, eso naturalmente sería el diablo; es el sexo, por ejemplo, pero en el sentido de ser arrebatado por lo sexual, o sería lo sexual en su forma abrumadora, es decir, como algo que uno no tiene bajo su control.

El azufre es la parte activa de la psique, la parte que tiene un objetivo definido. En una dimensión psicológica; uno está atento para descubrir dónde la libido se está encaminando hacia su objetivo. Quizá no sea nada sexual, sino otra clase de ser llevado o arrebatado; podría ser la ambición y el impulso de poder, o alguna otra cosa. Por consiguiente, tiene el doble aspecto de proporcionar el ímpetu original -la materia masculina, como se la llama aquí- y es al mismo tiempo positivo y negativo. Cualquiera que se autoexamine, si es sincero, generalmente se enfrenta primero con esa parte de la psique que se encuentra en un estado así.

El color rojo se refiere al fuego, a la cualidad emocional. El pájaro sin alas es el azufre rojo; es el pájaro de abajo, y también se hace referencia a él como la hembra, de modo que tenemos una paradoja porque, aun siendo arrastrado o llevado, se lo considera como la cualidad masculina activa, pero proyectada sobre el pájaro de abajo es la hembra. De modo que las características femenino-masculino son muy vagas; en alquimia los términos se usan de maneras muy diferentes. Se podría decir que el pájaro sin alas, el azufre rojo, es un factor subyacente en la vida psíquica, y es siempre lo que hay que desenterrar primero, porque es la prima materia.

Para llegar al fondo del problema de alguien es necesario empezar por encontrar la estructura o hechura de esos impulsos. Todos los llevamos dentro y hasta que los educamos y los enfrentamos, tenemos un rincón oculto donde ellos llevan una vida autónoma. Tienen que ver con el inconsciente, y, como ustedes saben, a Freud le impresionó tanto este aspecto que cuando descubrió el «azufre rojo» creyó que aquello era todo, que se trataba de eso.

En cierto sentido tenía razón. A él le impresionó la naturaleza impulsiva del inconsciente, su aspecto sexual, tal como a Adler le impresionó el aspecto ambicioso o de poder, de modo que dieron con la prima materia del azufre rojo y desde ese ángulo intentaron explicar el papel del inconsciente.

Del pájaro alado se dice que es el alma exaltada del otro, en el sentido de que una vez que uno tiene la prima materia, que yo interpretaría aquí como los impulsos instintivos básicos de la personalidad, a eso hay que cocinarlo, y cuando se lo cocina despide vapor que «vuela» por sobre la materia; eso sería lo que los alquimistas llaman el alma de la materia. Recordarán ustedes que ya lo encontramos antes, como la esposa de vapor, en el otro texto. Esta sustancia volátil, que es como un vapor o un vaho -la «sustancia fugitiva que vuela», tal como se la llama, lo que explica por qué el pájaro tiene alas-, desea elevarse durante el proceso de cocción.

Expresado en nuestro lenguaje, ¿cuál sería el aspecto psicológico correspondiente? Supongamos que el pájaro sin alas fuera el hecho básico de la personalidad humana, con el aspecto específico de los impulsos básicos más fuertes. ¿Cómo cocinamos los impulsos?

Comentario: Se los cocina en el análisis, seguramente.

M. L. von Franz: Sí, pero en la práctica, ¿cómo se hace?

Respuestas: Haciéndolos conscientes. Deprimiéndose.

M. L. von Franz: Bueno, sí, eso sería ir al encuentro de los impulsos. Si uno no los conoce, primero tiene que deprimirse para encontrarlos. Cuando ya los ha encontrado, está tocando fondo y entonces uno está en la prima materia, allí, tocándola. Uno medita sobre ella y practica la imaginación activa, o busca el significado subyacente.

Supongamos que alguien está enamorado, pero que la cosa no marcha; como está frustrada, la persona se deprime, diciendo que no es posible aceptar la verdad de que el otro no retribuye su amor; eso sería una tortura continua. Entonces uno diría que muy en lo profundo está el impulso, la dependencia, algo que sucede constantemente en una transferencia. A muchos analizandos les irrita la transferencia por la dependencia que supone, pero con eso no se puede hacer nada, porque son dependientes; se sienten arrastrados, escriben cartas, telefonean veinte veces al día, cosas así. El asunto, como tal, no es agradable ni para el analista ni para el analizando. Con frecuencia los afectados, mostrándose razonables, coinciden en que la situación es extraña, desatinada y molesta para los dos, pero el impulso irrazonable no les hace caso, no se entera de lo que predica la conciencia. Eso lo sabe cualquiera que alguna vez haya estado profundamente enamorado.

Tomemos la misma situación en el caso de un impulso de poder. Uno puede estar locamente celoso de un amigo que ha tenido éxito en su carrera, y discute consigo mismo, diciéndose que no debería sentir celos, que no es justo, pero con sus autorreproches no arregla nada; su impulso o ambición de poder, que es la causa de los celos, no se deja afectar ni tocar por sus palabras. El azufre rojo sigue intacto, de manera que para arreglárnoslas con este impulso necesitamos una medicina más fuerte. En vez de discutir con los impulsos que nos arrastran, preferimos cocinarlos y decidimos fantasear sobre ellos y preguntarles qué es lo que quieren. Uno tiene que ser muy objetivo, fantasear sin opiniones y sin condenar lo que la cosa tiene de irrazonable.

Se ha de intentar descubrir amigablemente qué es lo que realmente quiere el impulso, es decir, a qué apunta, porque el impulso tiene un objetivo.

Eso se puede descubrir mediante la imaginación activa o a través de una fantasía, o experimentando en la realidad, pero siempre con la actitud introvertida de observar con objetividad qué es lo que el impulso necesita o desea conseguir. Eso sería cocinar el azufre rojo.

Por lo general, de los impulsos fuertes emana un contenido fantaseado; el impulso contiene un ramillete de material fantaseado. Lo mismo se podría decir que cocinar algo hasta que aparezca su alma significa dejar que del impulso emane el material de la fantasía, permitir que aflore ese material de fantasía relacionado con el impulso.

Ése sería el aspecto psicológico, y correspondería al pájaro alado. Pero cuando uno ha hecho eso comienza un tremendo conflicto. Nuestro texto dice que el pájaro sin alas impide que el pájaro alado levante vuelo, en tanto que el pájaro alado quiere elevar al pájaro sin alas, de modo que siguen estando pegados, ligados en una especie de conflicto insoluble, que lo mantiene todo detenido. ¿Cómo aparecería eso en la realidad?

Comentario: Quizá como una tendencia a espiritualizar o concretar.

M. L. von Franz: Sí, exactamente, porque si uno trabaja sobre el material de la fantasía, desarrollándolo, hay tendencia a llegar a la conclusión de que todo es una proyección psicológica. Si estoy enamorada de alguien, puedo decir que es una proyección del animus o del anima, de la madre o del padre, y de esa manera espiritualizar o «psicologizar» la cosa, con el matiz adicional de que es «solamente» algo psicológico, y el error se introduce con esa palabra, «solamente».

Como es natural, en el nivel concreto tengo que resignarme y no empezar nada; debo comportarme de manera convencional y adecuada, y todo lo demás tengo que guardármelo adentro porque es la proyección de un factor psicológico, es una fantasía. Es la fantasía que me liga al analista o a la otra persona, y si yo introyecto esa fantasía seré libre.

Pero, ¿saben ustedes lo que sucede si uno intenta hacer eso? El diablo, o el azufre rojo, insiste en que de todos modos hay algo de real en aquello, o debería haberlo, porque de otra, manera no es más que psicológico, y una relación que sea «solamente» psicológica es algo que yo no quiero. Quiero la cosa real, y eso significa la cosa completamente material -el contacto, por ejemplo- o, si se trata de ambición, un reconocimiento real, una carrera y todas esas cosas.

La introyección de una fantasía referente a la ambición se daría de la siguiente manera: alguien en una situación humilde tiene un impulso ambicioso megalomaníaco, desea estar por encima de todos. Si uno intenta descubrir a qué apunta esa persona, por lo general se descubrirá que, lo mismo que en el caso del impulso sexual, la ambición está sometida al objetivo del Sí mismo. Un hombre así podría decir que él quiere alcanzar una posición de autoridad para poder realizar sus ideales y mejorar el mundo; su deseo no se basa en el egoísmo ni en la vanidad. El quiere realizar algo, y es frecuente que se entienda que por detrás de la ambición hay un ideal muy elevado. Pero a veces, con la ambición, la persona tendrá la sensación oculta de ser muy especial; secretamente siente que su valor debería ser reconocido, y este sentimiento se mezcla con su ambición.

El deseo de ser algo especial adviene, realmente, debido a un atisbo o intuición de la individuación; está la vaga idea de ser un individuo único, y sin darse cuenta de esa unicidad no es posible la individuación. Por lo tanto, ese aspecto de la fantasía ambiciosa está perfectamente bien. Pero si uno le dice a alguien de situación humilde que una ambición tal es muy legítima, que es realmente algo interior -el impulso, que se deriva de la vaga intuición de la propia e íntima naturaleza divina, de ser algo y de llegar a ser algo especial, de realizarse como un hijo o hija peculiar de Dios-, pero que eso no se puede exteriorizar en la forma de querer ser uno más que las demás gentes, una persona así se sentirá muy aliviada. Una parte del impulso ambicioso se aquietará, pero entonces el azufre rojo insistirá en el otro aspecto, preguntando si realmente uno tiene que pasarse toda la vida como dactilógrafo en una oficina. ¿Acaso todo está solamente en el nivel interior? ¿Nunca se puede tener nada en la vida exterior?

De esta manera se escinde el fenómeno en una polaridad de opuestos: lo «solamente» psicológico y lo concreto. El diablo es aquel que quiere la cosa concreta. Es el gran realizador, que dice que algo que no tiene existencia en la realidad concreta simplemente no es real, y entonces empieza el conflicto entre la espiritualización del problema y la cosa concreta.

Pregunta: ¿Qué significaría la espiritualización de un problema?

M. L. von Franz: La palabra usada fue espiritualización, pero yo creo que probablemente se referían a «psicologizar», esto es, a reducir un impulso a un hecho interior, exclusivamente psíquico. Pero en realidad es la misma cosa.

Supongamos que un monje se masturba y en su fantasía está siempre con una hermosa mujer, pero siente que un comportamiento así no corresponde con los votos que ha tomado ni con sus ideas morales, y acude a la consulta de ustedes. Le dirán que se fije en la fantasía que tiene de la mujer en esas ocasiones. Es prácticamente seguro que hará -en especial si es introvertido, y por lo general sólo los introvertidos se hacen monjes, aunque hay excepciones- una hermosa fantasía del anima, que contendrá todo el material de la Virgen María, de la sophia [sabiduría] de Dios y otras figuras semejantes. Entonces se le puede señalar que aunque la fantasía comience en un nivel inferior -después de todo, Cristo nació en un establo-, en realidad es la fantasía de una unión con la sabiduría divina, y como tal debe ser aceptada.

Esto podría resolver todo el problema, al punto de que el hombre ni siquiera sintiera ya el impulso de masturbarse; se da cuenta de que el factor psicológico interior, que aparecía primero de una manera bastante repugnante, es su anima, y se dispone a relacionarse con ella. Ésa sería una espiritualización del factor, sería producir el pájaro alado. Pero, como dice Goethe, «Uns bleibt ein Erden-rest, zu tragen peinlich», es decir que nos queda siempre un resto de tierra, incómodo de arrastrar. Aun después del proceso de espiritualización más completo hay siempre algo que se resiste y que quiere la tierra, y un monje así, diez años después de estar «curado», quizá siga preguntándose si, en su fantasía, no habría existido también el deseo de una mujer real. Esa idea lo acosa de cuando en cuando, y si todavía sigue atrapado en el concepto medieval pensará que es el diablo, algo que él tiene que rechazar absolutamente.

Pregunta: ¿Por qué no ha de ser válido eso también para la gente del siglo xx?

M. L. von Franz: Si usted quiere que lo sea, es un problema para usted; si quiere, puede seguir diciendo que es el diablo.

Pregunta: Pero, ¿no tenemos todos que vivir con ese sedimento dentro?

M. L. von Franz: No, por cierto que no; ésa es una cuestión individual que tiene que ver con el destino de cada persona y está abierta a una decisión consciente. Es el conflicto fundamental. Hay personas que no tienen paz y para quienes es simplemente deshonesto cortar la cosa de raíz y decir que es el diablo; sienten que es una falsedad absoluta, en tanto que otras lo sienten como una decisión heroica, la única correcta, a la cual se proponen adherirse durante toda su vida. Unos encuentran la paz mental de una manera, y otros de otras, pero eso es algo que ningún analista puede imponer al analizando; tiene que ser una decisión individual a la que cada persona llegue por sí misma. No hay recetas. Por una parte, amputar eso sería pura cobardía, y por la otra sería debilidad aceptarlo. Pero ése es el gran conflicto insoluble.

Comentario: También depende de las palabras que usemos para describir nuestros sentimientos íntimos.

M. L. von Franz: Sí, y del tipo de fantasía que tengamos, y ése es el problema individual que nadie puede resolverle a otro, pero hay un tipo general del mismo problema del cual es posible hablar, y que el alquimista trata de ejemplificar de esta manera. Hay el azufre rojo y el alma exaltada y, como dice el alquimista, es el problema insoluble pues uno de los pájaros tira hacia abajo, y el otro intenta elevarse.

En cierta manera, esta imagen dice que el problema es eterno; circula en sí mismo, y su totalidad de opuestos es la totalidad de la cosa. Uno es el mundo inferior, que naturalmente se relaciona con el azufre rojo, y el otro es el mundo superior. Arriba están el sol y la luna, y pronto interpretaremos la carta de amor del sol a la luna, que aparece en el ámbito psíquico o espiritual y no en la realidad concreta. Por lo tanto se puede decir que la parte superior vuelve a caer en dos opuestos, a saber, el sol y la luna, porque ambos caracterizan a la parte superior, en tanto que la tierra y la luna forman otro par de opuestos en la parte inferior. La luna vuelve a estar dividida en la luna celeste y la luna terrestre, dicho sea con palabras de Sénior. El texto es ambivalente, en un pasaje habla de la luna y en otro de la tierra y la base de los dos pájaros.

Está, pues, la oposición entre los mundos inferior y superior, y dentro del mundo superior hay oposición entre el sol y la luna, y después están los dos aspectos de la luna. Es bastante complicado, pero lamentablemente los procesos psicológicos son así. Si uno ha llegado a la etapa en que es posible extraer el alma de uno de sus impulsos más fuertes, y se encuentra desgarrado entre los opuestos de lo espiritual y lo concreto, o lo «solamente» psicológico, entonces sigue avanzando en la parte superior introduciendo el conflicto en el material de la fantasía y haciendo imaginación activa en torno de su impulso. Al poner por escrito la fantasía, uno está hablando con la figura interior.

Comentario: No todos entendemos qué es la imaginación activa.

M. L. von Franz: Lamentablemente la psicología junguiana es tan enmarañada que cada experiencia analítica se vincula con todas las demás. Dicho en pocas palabras, la imaginación activa consiste en hacer una fantasía referente a un impulso cuando uno se enfrenta con él. Ahora no puedo entrar en la cuestión de cómo fantasear, pero hay algunos aspectos técnicos que se han de observar porque son importantes. Supongamos que usted está enamorado de una hermosa mujer y, como no puede tenerla, se pone a fantasear o a soñar con ella. Entonces puede continuar su sueño encontrándose y hablando con ella en su imaginación.

Mediante este procedimiento se le aclara a uno el significado de muchas cosas. Entiende por qué se enamoró de esa desconocida, y que gran parte del asunto le pertenece; es parte de su pauta y tiene significado para uno, y entonces, porque ahora ya lo entiende, puede ser que deje de lado la fantasía. Pero generalmente aparece el problema que mencioné antes, y uno se pregunta si quizá no debería telefonear a la mujer de carne y hueso. Después de todo, ¡ella originó toda la fantasía! Uno puede decir que no es más que curiosidad, pero la gente es curiosa: ¿por qué fue esa mujer en particular?

Lo que así habla es el azufre rojo. Pero ahora ya tienes la opción entre dos cosas, ya sea telefonear a la mujer y precipitarte en el mundo de abajo, o telefonearle en imaginación activa y decirle que ella es tu anima, que te has dado cuenta de eso, ya sabes que ella está dentro de ti, pero algo todavía sigue fastidiándote y te gustaría tener un encuentro con ella en forma concreta. ¿Qué tiene que decir ella al respecto? Y entonces dejas que el anima imaginada se enfrente con el problema concreto.

Eso sería mantener la escisión en el aspecto espiritual, planteando también el problema concreto, porque incorporar el conflicto a tu imaginación activa significa espiritualizarlo más aún. Si el azufre rojo gana, y tú te vas a telefonear en la vida real y llamas a la mujer, entonces caes en el mundo de abajo, en el mundus inferior, la tierra corruptible, que es la realidad, la realidad concreta, y naturalmente todo el drama comienza allí.

Comentario: Lo que usted le pide a su imaginación que haga es…

M. L. von Franz: ¡Usted no pide nada! Siempre hay dos posibilidades.

Pregunta: ¿Uno debe hallar en su imaginación lo que le dirá esa persona?

M. L. von Franz: Sí, si uno sigue el camino ascendente, entonces eleva su conflicto concreto preguntando a la mujer interior qué debe hacer con su deseo de algo más concreto, y entonces tiene que escuchar lo que ella tenga que decirle sobre su conflicto, y eso es algo muy difícil de hacer.

Muchas personas no pueden hacerlo porque no pueden escuchar lo que dice la figura interior; en vez de escuchar realmente, se limitan a imaginarse ellos algo. Esto requiere mucha práctica, pero de esa manera se puede trasponer el conflicto y seguir analizándolo en otro nivel, y eso sería enfrentarlo desde adentro. Entonces la fantasía se convierte en un conflicto y, en el intento de aclararlo, uno combate con la figura interior en un nivel psicológico.

Tomemos el monje que se masturba, y les ruego que disculpen lo burdo del ejemplo, pero también hay que dar cabida al mundo inferior. Supongamos que el hombre viene a verme y me dice que todo eso de la sophia y el anima interior está muy bien, pero me cuenta que de cuando en cuando el diablo se le insinúa diciéndole que de todas maneras le sigue faltando algo en el nivel real, y me pregunta qué puede hacer al respecto. ¡Yo le respondería que debe preguntárselo a la sophia interior!

Comentario: Al conocimiento interior.

M. L. von Franz: No, sophia es mucho más que eso. Sophia es el conocimiento de Dios. Lo mismo se le podría decir que le pregunte a Dios. Yo no puedo resolver el problema del analizando; él debe hablar con la imagen de la Divinidad que hay dentro de él, decir que algo sigue preocupándole y preguntar qué puede nacer al respecto. Y después debe escuchar, tras lo cual pueden suceder un montón de cosas; una de las más frecuentes es que se dé cuenta de que Dios tiene dos manos, y de que fue Él mismo quien originó el conflicto.

El caso es imaginario, pero supongamos que el monje ha tomado conciencia de la sophia interior, y sabe que es la sabiduría de Dios en una forma que él encuentra dentro de su propia alma. Más tarde el azufre rojo lo mueve a decir que no se trata de eso, o que eso no es todo, que todavía debe tener también la experiencia real. A lo cual yo sólo puedo decir que debería preguntárselo a su figura interior, preguntarle a la sophia que hay dentro de él. No digo que siempre sea así, pero con frecuencia la figura interior responde con paradojas. Dice que en cierto modo es verdad que debe acceder a la realidad, que es cierto que se está perdiendo algo, y al mismo tiempo dice que todo es psicológico. La respuesta es algo así, y el pobre hombre dirá que él ya no puede más, porque ésa no es una respuesta clara, es paradójica. Si es capaz de entenderlo, se dará cuenta de que ése es el doble juego del Uno, de que el conflicto es necesario y buscado, y no se lo debe resolver racionalmente. La única forma en que puede manifestarse el Sí mismo es mediante el conflicto: encontrar el propio conflicto insoluble y eterno es encontrarse con Dios, lo cual sería el fin del ego con toda su verborrea. Ése es el momento de la entrega, el momento en que Job dice que se cubrirá la boca con la mano y no discutirá acerca de Dios. Es la conciencia la que crea la escisión y dice: «Una cosa o la otra».

He visto con bastante frecuencia en esos casos que la sophia -o alguna otra figura divina, o el anciano sabio- responde: si uno lo considera con ánimo negativo, en forma evasiva, y si lo ve positivamente, en forma de paradoja. Entonces la paradoja del factor psicológico, o de la realidad psíquica, afecta a la calidad de la conciencia, que siempre quiere plantear disyuntivas y hablar de ellas, y cuando aparece el Sí mismo, ahí se acaba el hablar. Entonces el conflicto ya no está en la cabeza.

Es el momento en que el conflicto trasciende la discusión verbal y se convierte en una vivencia intuitiva de la Unidad detrás de la dualidad. Uno está entre la mano derecha y la izquierda; algo es secretamente uno, y sin embargo quiere que lo desgarren, quiere sufrir, hasta que sucede algo que es muy difícil de captar y entonces se produce un cambio a otro nivel. Si uno se deja desgarrar en el conflicto, entonces repentinamente uno cambia, cambia desde las raíces más profundas de su ser, y toda la cosa tiene otro aspecto. Es como si uno torturase tanto a un animal que éste se elevara de un salto a un nivel superior de realización, y eso puede suceder en formas muy diferentes. Se puede decir que es un aspecto del símbolo de la cruz, que uno tiene que ser totalmente crucificado y decir, como dijo Cristo en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Y entonces sucede algo que supera el conflicto, lo deja atrás.

Marie Louise von Franz. Alquimia, ed. Luciérnaga, 1991.

Esta entrada fue modificada en 17 marzo 2019 18:33

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Raúl Ortega: Soñador e intérprete de sueños. Batería. Melómano del funk y el jazz. Creador y curador de Odisea del Alma. Ensayista. Terapeuta de orientación junguiana. Programador y desarrollador web. Criador de aves exóticas. Devorador de berenjenas y brevas. Bebedor de Ribera del Duero. Paradigmático puer aeternus. Hippie extemporáneo en formación continua.