«Vanitas vanitatum et omnia vanitas»

ouroboros amanuenseCon la inauguración de esta nueva sección en la página pretendo no quedarme demasiado descolgado de las últimas tendencias en la red de redes. La moda del "blogging" se ha convertido en algo tan extendido, popular y masivo que resulta avasallador, ya desde la perspectiva de usuario, pero especialmente para todos aquellos, como yo, que tenemos un buen trozo de la propia vida hipotecada a este medio, Internet, y no nos queda otro remedio que ser sus vasallos. Así que aquí estamos. La nave de tan pomposo como preciso nombre, Odisea del Alma, surca también estas infestadas aguas.

Con la inauguración de esta nueva sección en la página pretendo no quedarme demasiado descolgado de las últimas tendencias en la red de redes. La moda del «blogging» se ha convertido en algo tan extendido, popular y masivo que resulta avasallador, ya desde la perspectiva de usuario, pero especialmente para todos aquellos, como yo, que tenemos un buen trozo de la propia vida hipotecada a este medio, Internet, y no nos queda otro remedio que ser sus vasallos. Así que aquí estamos. La nave de tan pomposo como preciso nombre, Odisea del Alma, surca también estas infestadas aguas.

Siendo el blog heredero tecnológico directo de ese estilo literario que viene a ser el diario, pienso que la principal razón por la que este modo de hacer red ha devenido tan habitual debe tener mucho que ver con la enorme diferencia en dificultad que supone hablar fundamentalmente desde el uno mismo y su pequeño, subjetivo y mezquino mundo frente a tratar de tomar perspectivas más globales y en camino a una siempre más generosa universalidad. Hablar desde el árbol siempre es más sencillo e inmediato que batir alas con sudoroso esfuerzo para elevarse, en contra de la enorme fuerza de gravedad del ego, y tratar de delinear desde ahí arriba el plano del bosque. Es así como el formato blog permite, e incluso agradece, una cómoda laxitud en el tratamiento de los temas, fomentando (un paso aún más allá que la misma Internet en su generalidad) el proverbial atrevimiento de la ignorancia y el intrusismo amateur. Alentando el contenido casual, anecdótico, y a menudo retomando abiertamente la naturaleza de su ancestro, el «querido diario», como recopilatorio de chismes personales, el «blogging» impulsa a la rumorología como ciencia de la información, y se colorea de flagrante parentesco con aquella forma periodística que es la prensa del corazón. El fundamental valor informativo del blog suele ser muy a menudo meramente auto-descriptivo, y hasta en el mejor de los casos el blogger acaba de uno u otro modo atrapado en la naturaleza tácita de este formato, que es el contar-se, el mostrar-se. En definitiva: el publicitar-se. El blog consigue ser una y otra vez, a la entrada o a la salida, otra forma actual más de confeccionar y publicar un seductor perfil público, con el que entramos a medrar en los mercados que compran y venden no tanto calidad creativa y valor informativo como atractivo personal. Y es a través de percibir estos entresijos como se nos hace fácilmente comprensible que la proliferación de este nuevo modo de hacer web se haya dado paralelo a la también exitosa propagación de ese otro fenómeno llamado «red social», como lo son Facebook, Neurona o Xing. Sus naturalezas responden a la misma moda, o paradigma.

Prensa rosa, red social, blog. Los caudalosos ríos de información actuales mueven obedientes las norias de lucrativos negocios alrededor de la página de sociedad y el tráfico de influencias,  y sirven de un modo espectacularmente efectivo a la imperiosa necesidad de tantos de obtener fama, prestigio, notoriedad y, como no, también cariño y sexo, que desde más de un ángulo son modos no por primitivos menos efectivos de inflar el ego. Todo esto aún mejor si es a muy bajos precio y esfuerzo.

Por si hasta aquí pudiera parecer que me resultan frontalmente antipáticas las manifestaciones triviales de nuestra ineludible humanidad, y que sólo me resta sensibilidad para las obras más altas, depuradas, sublimes, abstractas e inorgánicas de la creación y el intelecto de nuestra raza (lo cual sería una forma sui-generis de misantropía), tengo que aclarar que, por el contrario, sólo soy capaz de admirar verdaderamente una creación filosófica o artística cuando conozco y comprendo a la vez la biografía y la personalidad del filósofo o el artista.  Obra y vida, intuiciones y experiencias, lo pequeño y lo grande, actos y pensamientos, esas son realidades completas, con algún significado. Si separo esos binomios, las partes sueltas me resultan demasiado frías, demasiado vacías y poco significantes. Estoy convencido de que para comprender debidamente no pocas creaciones elevadas del espíritu humano necesitaríamos conocer del creador, incluso, sus chismes más groseros de cama. Cosa que ya en muchos casos es históricamente imposible, y es verdaderamente un fastidio. No; lo que critico es la expansión cada día más universal del deporte de la vanidad ególatra y el ejercicio flagrante e impune de ésta en cualquier modalidad de coquetería auto-publicitaria. Nuestra sociedad hace rato que empujó a la pobreza desde su altar medieval de virtud hasta la leprosería de sombras enemigas del ideal de la cultura moderna, y ha hecho lo mismo con su hermana la modestia. El sueño dorado occidental es conseguir, como mínimo, 15 minutos de gloria.

Ahora que me he convertido yo también en un casquivano blogger, tengo la venia para ser obsceno y sacar a relucir intimidades (que procuraré no falsear con demasiado maquillaje), y así confieso que siempre he tenido ciertos problemas morales con el ejercicio de la escritura. No ya con los formatos (que si blog, que si web, que si revista o libro…), sino con el acto «gutenbérico» en sí de transformar los sagrados contenidos intelectuales en tarjetas de presentación, curriculums y productos de mercado. El pensamiento es por naturaleza competitivo, irascible y beligerante. Su escritura, por otro lado, es un acto arrogante. ¿Por qué y para qué publicar los pensamientos? Nunca son más grandes las verdades si se cuentan, nunca más ciertas las ideologías si son publicitadas. Siempre he sentido que toda religión se prostituye en el proselitismo y que usar la propia creatividad para medrar en lo social y el negocio sólo son de mala gana justificables cuando el hambre aprieta.

La obra del pensar y de la razón ya está acabada en el interior de la mente, cuando está acabada. Incluso palabra esencial por palabra. La formulación de la verdad se abastece suficientemente y es fiel a su primordial principio en la profundidad del alma, y la dialéctica y el contraste que le son intrínsecamente necesarios se nutren ya abundantemente en el diálogo y la comunicación oral, humilde y honesta como el viento, con los cercanos y semejantes. Abundantemente, sí, pero… ¿Suficientemente? ¿Acaso no es indispensable tener a la mano -a los ojos- todos esos libros, nacidos de la ambición ajena, que nos permiten dialogar sin limitaciones en el espacio y el tiempo con verdaderamente brillantes contertulios, auténticos maestros? A estas alturas de mi vida y experiencia, creo que también el valor de la lectura está ampliamente sobrevalorado, y un par de muy recientes estudios en sendas universidades europeas parecen confirmar que, a partir de un punto, el cúmulo de información entorpece la razón e insensibiliza para la aprehensión de la verdad más evidente, pero no me detendré ahora en esto. Aceptaré por el momento a pie juntillas el valor de la lectura, la digna virtud del oficio de lector, y estaré obligado a deducir entonces que si critico la Caribdis de la vanidad extravertida que impregna todo acto de publicitación megalomaníaca, no me queda otra opción que quedarme en la Escila del egoísmo que suele ensombrecer todo acto introvertido, también el de negarse, aún justificado desde nobles virtudes espirituales, a poner los conocimientos adquiridos y atesorados a disposición pública.

Así es. El vicio se sostiene en la virtud y la virtud se ve obligada a pactar con el vicio. Definitivamente, todo lo creado se sostiene, mal, en la cuerda floja de una paradoja.

Esta entrada fue modificada en 17 marzo 2019 18:38

Raúl Ortega: Soñador e intérprete de sueños. Batería. Melómano del funk y el jazz. Creador y curador de Odisea del Alma. Ensayista. Terapeuta de orientación junguiana. Programador y desarrollador web. Criador de aves exóticas. Devorador de berenjenas y brevas. Bebedor de Ribera del Duero. Paradigmático puer aeternus. Hippie extemporáneo en formación continua.