Hay que concederle al pedante de Lacan el acierto de subrayar el lenguaje como una via regia más hacia lo inconsciente. Las palabras, en todo lo que tienen de símbolo y no sólo de signo, se cargan de contenidos infiltrados, a veces más evidentes, a veces menos, que manifiestan resonancias muy profundas y muy reveladoras. Significado evidente, significado latente… Toda una fuente genuina de conocimiento trascendente.
El planeta urano fue descubierto por Sir William Herschel el 13 de marzo de 1781. Bueno, ese día lo anunció. Como es normal, hubo cierta polémica por su bautizo, y hay quien quiso ponerle el mismo nombre que su descubridor, pero, al final, el hilo invisible que empujaba a los hombres a seguir usando dioses para nombrar las cosas del cielo volvió a vencer. Unos años después, en 1789, M. H. Klaproth aisló el uranio, bautizado así en honor al planeta recién descubierto. Una vez más, los metales y los planetas, el micro y el macrocosmos, acabaron mostrando su alianza en boca de todos, a través del lenguaje.
Urano fue en Grecia el dios primordial del cielo. El firmamento. El anillo, esfera, últimos: la «tapadera» del universo. Un dios enrarecido, como el aire en la alta atmósfera, desde cualquier perspectiva que se le investigue. El griego no desarrolló cultos sobre él. Lo consideraba demasiado alejado, ultraterreno. Una leyenda primitiva, anterior al tiempo de los humanos. Ni siquiera tenía un lugar claro y determinado en el Olimpo; más bien, él, en sí, era el Olimpo, ajeno entonces incluso a la personificación que los griegos gustaban hacer con sus dioses. Como el planeta, parece que prefería pasar todo el tiempo posible desapercibido, en el anonimato. Siendo el cielo el origen del rayo, rápidamente se le asoció con la sorprendente electricidad y con los fenómenos energéticos poderosos, extraños y fascinantes en general. Se le concibió como una fuerza generatriz pura, el paradigma de la creatividad. Reaparece, por tanto, en el concepto estoico de Logos Spermatikos. Reaparece en la idea de Nous, y lo tenemos por tanto hoy incardinado en nuestras ideas sobre la noosfera. Por supuesto, es fácilmente asociable al aspecto espiritual del arquetipo en particular y al concepto de inconsciente colectivo en general.
Su mito nos cuenta una historia de incontinencia creativa, que termina con la castración a manos de su hijo Cronos y con Venus naciendo de la espuma que el material seminal de sus genitales cercenados origina al caer al mar. En cierta manera, Afrodita es el anima de Urano, algo que surge sorpresivamente de sus entrañas, de su inconsciente. Con ella viajamos al aspecto ctónico del arquetipo, al instinto, al Ello. Por tanto, con ella viajamos de Urano a Plutón, pasando por el neptuniano océano. Aunque Dumézil compara acertadamente a Urano con el dios Varuna hindú, me resulta más revelador el paralelismo que tiene con Shiva, el gran asceta, el castrado, el puro Yang, así como Afrodita comparte bastantes cosas con Shakti, el Yin. También es preciso señalar que el mitema uraniano de la castración, del sacrificio, tiene bastante relación con las creencias egipcias alrededor de la muerte y renacimiento de Osiris, en las cuales tiene un papel fundamental Isis, la Shakti del Nilo.
Si el uranio no hubiese sido descubierto en coincidencia con el planeta, de todos modos habría que haberlo llamado igual. Su extravagante química lo sitúa en el período 7 de la tabla de elementos, el que está más allá, exiliado, en las fronteras de la física, en el linde con lo preternatural. Su incontenible y bizarra energía, su singular poder, a todos nos es hoy evidente. Ciertamente, es peligroso invocarlo. Se resiste a ser contenido, domado, castrado, pues su esencia es expansión. Obvia es su capacidad electrógena y su estrecha relación, por tanto, con la electricidad. Si se le trata, se acaba convirtiendo en plutonio, pasando por neptunio. La misma alquimia otra vez.
Regresando al lenguaje, el vocablo ouranos tiene una etimología bastante relacionada con la de palabras como ouron, orina, siendo la ancestral raíz indoeuropea auar-/aur– el significante relacionado con el fluir, el discurrir, de los líquidos. En latín urinare significa orinar, y urinari, bucear. Por otra parte, el oura griego significa cola, y podemos barruntar la conexión entre aur y oura si pensamos en los ríos como largos rabos, por ejemplo. Así pensaron los griegos cuando establecieron el mito de Océano, el río divino que circunda la tierra y porta el universo, y lo representaron como ouroboros, la serpiente que se devora su rabo. Océano se acabó convirtiendo, de hecho, en Cronos, la deidad del tiempo, sucesor de Urano (evidenciando esa conexión entre lo celestial y lo oceánico), y también en Aion, otro dios del tiempo, eso que fluye como los ríos. En nuestra moderna ciencia de la urología podemos ver como se interconectan ciertos mitemas esenciales uranianos: ella está especializada en nuestro aparato excretor de líquidos, por un lado, y en el aparato reproductor masculino, por otro. Jocosamente, añado como guiño, el castellano llama «cola» al falo.
Con estos datos podemos ver que Urano es el lingam cósmico, la «cola» celestial, que, afectado de incontinencia, desparrama su fértil lluvia dorada por doquier y preña así a la tierra (cuando no la ahoga) de criaturas, fenómenos y devenires. Sabido todo esto, no nos resulta difícil comprender que los símbolos que aluden al signo de Acuario, el representante zodiacal de lo uraniano, un signo tan extravagante, enrarecido y aéreo, tengan sin embargo tanta relación con el agua, empezando con ese mismo nombre, Acuario:
Lo chocante es que el regente planetario durante milenios de Acuario fue Saturno, primeramente, es obvio, porque Urano no se conocía. En Babilonia el mes del aguador presumiblemente era el Arax Šabaṭu, el mes destructor, el tiempo del diluvio. Efectivamente, sábado es el día de Saturno. Sin embargo, esta energía saturnal que parece que los babilonios sí equiparaban con el agua y lo disolvente se seca completamente al llegar a Grecia (en un proceso curiosamente similar a la transformación de Océano en Saturno), siendo Cronos el rígido y árido regente de la limitación, de la contención. La Astrología siempre quiso asignarle a este zodíaco las esferas celestiales postreras, las más transpersonales, y en ese afán le asoció al planeta Saturno. Mas, aunque en modo alguno podamos decir que la idiosincrasia del Saturno grecorromano le sea completamente ajena, la mitología y los símbolos asociados a este dios no son capaces de aludir, visiblemente, a aspectos fundamentales de este signo. Es muy inquietante pensar que la Astrología podría haber estado jugando desde el inicio con ciertas piezas como si supiera, proféticamente, que sólo en un futuro remoto llegarían a encajar de verdad.
Debe ser que Japón tiene un karma uraniano especial, porque sabe ya mucho del Arax Šabaṭu. Echemos un vistazo a la bandera de Hiroshima, nada más y nada menos, la cual fue ideada ya en 1896 (y volvemos a la cuestión de las profecías):
Curioso ¿verdad? Puestos a imaginar, pareciera que en este símbolo el uranio acuariano se hubiera enriquecido con una línea ondulada más para convertirse en… plutonio, claro.
Addendum:
Acuarios, terrarios y escorpiones
Muchos astrólogos contemporáneos han presentido la intrínseca conexión entre los signos de Acuario y Escorpio. Más, cuanto más nos vamos adentrando en la Era de Acuario y así vamos reconociendo su auténtico rostro. Pero, normalmente, dudan bastante sobre cómo argumentar esta hilazón. En este pequeño trabajo espero haber expuesto, aunque haya sido de pasada, una sólida forma de abordar este tema. Lo alto se apoya en lo bajo, lo Yang en el Yin, la espiritualidad en la sexualidad, Shiva en Shakti, Urano en Venus. No podemos invocar el vértice superior del triángulo ascendente, el que apunta hacia la supraconsciencia, sin llamar al mismo tiempo al vértice inferior del triángulo descendente, el que apunta hacia lo infraconsciente: el Ello, el Eros. Lo que rigen los chakras 1 y 2. Dicho sea de paso, es por esta razón por la que Jung en sus canalizaciones, que luego vertirá en el Libro Rojo, vive un episodio decisivo en su encuentro con un Elías acompañado de una Salomé. Y la famosa serpiente que completa ese cuadro ¿qué es? Kundalini, claro. La energía total, la libido en sí, lo que conecta todos los chakras. La que al estirarse distancia y diferencia profundamente su cabeza de su cola, Urano de Venus, y cuando se enrosca y se transforma en ouroboros, vuelve a mezclarlo todo otra vez.
Por último, señalar que aquella neta distinción que hizo Grecia entre las dos Afroditas, la urania y la pandemos, que tanto inspiraba a Platón y a los neoplatónicos y los primeros cristianos después, es uno de los contenidos más importantes a los que aboca la individuación. Ni más, ni menos. Nunca mejor dicho, una cuestión de vital importancia.
José Antonio dice
Hola Raúl:
Muy buena entrada la de hoy, sí señor. Recapitulando la historia de Urano, y su conexión con el Uranio elemento. Por cierto que, justo esta madrugada, en la entrevista que me hizo Miguel Blanco en Espacio en Blanco, hablé del Aión o Eón de Acuario, y su conexión con lo que está sucediendo a nivel colectivo (como en Japón, por ejemplo).
Un abrazo
José
Raúl Ortega dice
Gracias, frater. La verdad es que hablar de estos temas y en estos términos es de lo que más me satisface. Ojo: fíjate en el anexo que he incluido.
En cuanto localice tu entrevista colgada en red, la subo a Multimedia.
José Antonio dice
Gracias frater. ¿Te has fijado en cómo llaman los americanos a la ofensiva contra Gadafi? Te dejo el link:
http://www.elmundo.es/elmundo/2011/03/19/internacional/1300569435.html
Ahí vemos la que se está liando!
Raúl Ortega dice
«Odisea del A(l)ma-necer«. Manda carallos uránicos…
Dice hoy Gadafi:
«Dios está con nosotros, el diablo está con vosotros. Todos los libios están listos para el martirio. Vamos a ganar y vosotros vais a morir», subrayó antes de asegurar que «esta (guerra) ya no es un problema interno (de Libia) sino un conflicto entre el pueblo libio y los nuevos nazis«.
Meto la negrita para hilar con esto: Hablamos de nazis y Europa ayer
José, ya está subida a Multimedia tu entrevista de ayer en Espacio en Blanco 🙂
Por cierto, aunque bien lo tenía presente estos días, como sabes, ayer me absorbí tanto con la urea que olvidé de mandaros las oportunas felicitaciones cumpleañeras a los dos. Valgan hoy…
Dos abrazos, peces dos…
José Antonio dice
Hola Raúl, en efecto, ahí iba, en efecto. Los signos del tiempo… Gracias por subir la entrevista, frater. Y gracias, por duplicado, por felicitarnos el cumple pisciano.
Un fuerte abrazo
José
Juan Pablo dice
Ni mas ni menos que a modo de amplificación útil, me viene a la mente una especie de sueño, podría decirse en un estado semi-consciente, que tuve hace mucho; un ángel con mucha luz aparece desde el cielo y entra en mi habitación, me entrega una carta y me dice «Urea».
Al principio pensé que se tratara de un mensaje cifrado que signifique más o menos «furia» (f-urea) y se trataba de algo que estaba por salir. Pero no me convenció y a demás esa «furia» nunca sucedió.
Pero al pensar (y asociar)un poco mas en detalle, me di cuenta que la Urea que se cita, es un compuesto que se encuentra en altos porcentajes en la orina y es ampliamente usado en jardinería para fertilizar la tierra. Sin duda el mensaje estaba esclarecido para mi y no he podido asociarlo a nada más hasta el día de hoy. Se trataba de fertilizar la tierra psíquica.
Tiene que ver con este tema, y visto de esta manera un poco más lacaniana, empezando por el Uranio, pasando por ouron hasta llegar a la urea, es como la «lluvia dorada» fertilizante, que viene de los cielos y nutre la tierra.
En estos día pensé que Japón habría perdido su esencia ya hace mucho y quizás por eso es todo esto que esta pasando con el «uranio» que lo contamina todo, justo en Japón, ¿sera una forma de indicar que debemos volver a nutrir lo espiritual? ¿será ese el cambio del que habla la era de Acuario?
Ademas, es también un ejemplo de lo que dice usted en esta entrada; lo acuariano y lo escorpiano (soy de escorpio) están íntimamente relacionados, y se nota, como no puede ser de otra manera en los sueños.
Saludos Raúl, excelente entrada (cada día aprendo un poco más)
Raúl Ortega dice
Juan Pablo, tienes una conexión bellísima con el Más Allá, los arquetipos, lo angélico. Eres un escorpio muy acuariano, lo mismo que yo me definiría como un acuario muy escorpiano. Lo cual, como explico en el artículo, es casi redundar… Enhorabuena. Y creo que he dicho más veces enhorabuena esta semana en el blog que en toda su historia. Lo único que parece interesarle a lo acuariano/uraniano de la concreción material es la conexión humana, la hermandad ashrámica. El encuentro con los pares, en libertad, igualdad y fraternidad. Yo esta semana, precisamente, estoy pletórico, porque en lo virtual y lo físico he vivido muchas cosas especialmente hermosas en esa dirección. «Hermandad de los Iniciados», ese título que se puso sola la novela de mi amigo José, se revela tema clave… en los albores de una grave confrontación bélica.
Me has animado a seguir redactando un Uranian Insights II.
Un fuerte abrazo. Seguí así, sé tú mismo, que lo demás es pura añadidura…
Juan Pablo dice
Muchas gracias, la verdad que son muy importante para mi los temas que trata, y yo no puedo más que aportar en comentarios asociaciones y sueños.
Hermandad de los iniciados y Encuentros en la oscuridad son dos libros que quisiera leer y quizás se trate de tiempo, porque aquí no se consiguen todavía. Al menos lo que leí se ve muy interesante.
Otro abrazo para usted Raúl.
José Antonio dice
Hola Juan Pablo:
Disculpa mi tardanza en la respuesta a tu comentario. En estos momentos, estoy en contacto con una editorial que, si Dios quiere, publicará mis libros en formato digital y papel. De modo que, más pronto que tarde, ambos libros estarán disponibles en ambos formatos, y, por tanto, se podrán adquirir vía internet en cualquier parte del mundo.
Cuando esto se haya concretado, lo iremos anunciando oportunamente, tanto en mi blog personal, como, si a Raúl le parece bien, también aquí.
Un abrazo
José A.
Juan Pablo dice
Hola José, excelente noticia. Algo ya me había dicho usted en su blog 😉 Estaré atento.
Un abrazo
Taztel dice
Ante tanta genialidad en el ritmo mágico de las palabras a mí solo se me ocurre añadir que no podemos contemplar la era de acuario sin su paralelo el león, que bien podría ser el símbolo del renacimiento del Rey. Un renacimiento que urgentemente necesitamos sumidos como estamos en la oscuridad del Kali Yuga. La información es tanta…no sabemos que es verdad y que es mentira, así que no me extraña que necesitemos encontrar las respuestas en el interior.
El remedio tántrico del quinto veda nos ofrece algunas respuestas al respecto del despertar de Kundalini dirigido hacia la consciencia del Ser (yo soy) que activa el campo áurico del cuerpo y con suerte ilumina la aureola de la cabeza 😉
Premio para los curiosos que recibieron la mordedura de la serpiente y se dieron cuenta de que eso será el camino de la salvación. Como curiosidad adjunto la idea de que la cercanía actual de la luna habrá influido mucho sobre las mareas, la orina y las infecciones.
Nora dice
Sin dudas les recomiendo de la novela Abaddon El Exterminador, de Ernesto Sábato, el capítulo llamado: Ciertos sucesos producidos en París hacia 1938. Y toda la novela, por cierto. Pero en particular para este tema, allí S. menciona un vaticinio que le hace un extraño personaje, con respecto a la fisión del uranio como principio del fin, y su concordancia astrológica. El último decanato de Piscis bajo el dominio de Escorpio donde Urano se halla exaltado. «Urano y Plutón son los mensajeros de los Nuevos Tiempos: actuarán como volcanes en erupción, señalarán el límite entre las dos eras» Menciona también allí, que esos anuncios fueron hechos en 1938, cuando ignorábamos que los átomos de uranio y plutonio serían las chispas de la catástrofe.
Que les aproveche!
Raúl Ortega dice
[…] Recordó la patética imagen de Molinelli, intermediario risible entre los hombres y las deidades que presiden el Apocalipsis. Aquellas palabras de 1938, mientras le apuntaba con su lapicito mordido: Uranio y Plutón eran los mensajeros de los Nuevos Tiempos, actuarían como volcanes en erupción, señalarían el límite entre las dos Eras.
Sin embargo, ese cielo estrellado parecía ajeno a cualquier interpretación catastrófica: emanaba serenidad, armoniosa e inaudible música. El topos uranos, el hermoso refugio. Detrás de los hombres que nacían y morían, muchas veces en la hoguera o en la tortura, de los imperios que arrogantemente se levantaban e inevitablemente se derrumbaban, aquel cielo parecía constituir la imagen menos imperfecta del otro universo: el incorruptible y eterno, la suma perfección que sólo era dable escalar con los transparentes pero rígidos teoremas.
También él había intentado ese ascenso. Cada vez que había sentido el dolor, porque esa torre era invulnerable; cada vez que la basura ya era insoportable, porque esa torre era límpida; cada vez que la fugacidad del tiempo lo atormentaba, porque en aquel recinto reinaba la eternidad.
Encerrarse en la torre.
Pero el remoto rumor de los hombres había terminado siempre por alcanzarlo, se colaba por los intersticios y subía desde su propio interior. Porque el mundo no sólo estaba fuera sino en lo más recóndito de su corazón, en sus vísceras e intestinos, en sus excrementos. Y tarde o temprano aquel universo incorruptible concluía pareciéndole un triste simulacro, porque el mundo que para nosotros cuenta es éste de aquí: el único que nos hiere con el dolor y la desdicha, pero también el único que nos da la plenitud de la existencia, esta sangre, este fuego, este amor, esta espera de la muerte; el único que nos ofrece un jardín en el crepúsculo, el roce de la mano que amamos, una mirada destinada a la podredumbre pero nuestra: caliente y cercana, carnal.
Sí, tal vez existiera ese universo invulnerable a los destructivos poderes del tiempo; pero era un helado museo de formas petrificadas, aunque fuesen perfectas, formas regidas y quizá concebidas por el espíritu puro. Pero los seres humanos son ajenos al espíritu puro, porque lo propio de esta desventurada raza es el alma, esa región desgarrada entre la carne corruptible y el espíritu puro, esa región intermedia en que sucede lo más grave de la existencia: el amor y el odio, el mito y la ficción, la esperanza y el sueño. Ambigua y angustiada, el alma sufre (cómo podría no sufrir!), dominada por las pasiones del cuerpo mortal y aspirando a la eternidad del espíritu, vacilando perpetuamente entre la podredumbre y la inmortalidad, entre lo diabólico y lo divino. Angustia y ambigüedad de la que en momentos de horror y de éxtasis crea su poesía, que surge de ese confuso territorio y como consecuencia de esa misma confusión: un Dios no escribe novelas. […]
Extraído de: Abaddon El Exterminador. Ernesto Sábato. 1974.