Por supuesto que los Reyes Magos existen. ¿Quiénes serían entonces los responsables de que las Navidades se conviertan a menudo en un período tan regalado de sucesos asombrosos, de encuentros y reencuentros impactantes, de hilos nuevos tendidos hacia las almas desde la tornasolada madeja de sus destinos? Este período, con una solera mitológica que trasciende en mucho la iconografía cristiana, se convierte con facilidad en un crisol mágico donde se acelera la transformación vital. Claro que lo primero que pasa cuando el Anima Mundi se despereza es que empieza a llover materia prima. Es decir: boñigas. Que no se desilusione nadie al darse cuenta de que el principal cometido de Sus Majestades es repartir carbón. Que no cunda el desaliento al saberse que el misterio de los Magos tiene mucho que ver con el Caganer. Todo regalo de luz empieza con un obsequio de sombras. Ojo siempre a eso.
Andaba yo hace un par de días muy atareado jugando con mis bien merecidos carbones, todo tiznado (la generosidad de los Magos ha sido por aquí grande). Meditando, sublimando, ensoñando, reflexionando, sintiendo. Corriendo de un lado a otro tras tenues hilos, con la imperiosa necesidad de atar cabos (o sea, como siempre, pero especialmente apurado). Pasó entonces que una de esas cuerdecitas se encendió como un neón, y yo, como me es preceptivo, no pude hacer otra cosa que avanzar por ella como hipnotizado, como una rata de Hamelín oyendo flautas. Lo que este roedor encontró un poquito más adelante lo dejó sobrecogido. Algo así como un queso del tamaño de la Luna.
No conocía hasta entonces la puesta en escena que hizo el regidor Jean-Pierre Ponnelle en 1975 para el Carmina Burana de Carl Orff. Esta obra musical no necesita para nadie ninguna presentación, pues es extraordinariamente popular. Avanzando por debajo de esa capa de fama superficial diremos que Orff es un compositor inspirado por las mismas musas que Wagner, a saber, todo lo afín a la mitología griálica medieval, con su acento puesto en los misterios de lo Femenino, de la Diosa y del amor, y que por ello ambos son un deleite paradigmático de esoteristas y alquimistas modernos. Los versos que inspiraron a Carl fueron compuestos por los monjes goliardos entre los siglos XII y XIII; hasta donde sé reconocerlos, una raza de egregios pueres eternos que merodeaban por la vida a golpe de instinto e intuición. A golpe de poesía. Ellos, como trovadores, exponen la inspiración tántrica que incendia al amor cortés, y guardan por ello una de las llaves del misterio de la vida. La otra necesaria llave podemos rastrearla en su propia época en los paradigmas del movimiento cátaro. Todo esto debe ser, si no propiamente sabido, sí al menos barruntado, olfateado, por todo aquel que frecuenta los temas que solemos tratar mis colegas y yo. Llevamos muchos años removiendo el mito medieval, blandiendo excaliburs, alzando cálices y glorificando a magdalenas y templarios como para que todo esto suene a chino a estas alturas. Alguna orientación con respecto a la pareja y el matrimonio, el sexo, y con respecto al Hierosgamos, el espíritu, suele tener, no más sea rudimentariamente, quien se acerca a lo junguiano. Estamos acostumbrados a tratar estos temas con una profundidad y agudeza al menos un par de grados por encima de la ignorancia y el estupor que confesaba estos días en prensa un paleto del amor como Stephen Hawking. Pero la abismal sabiduría que mostró y demostró sobre todo esto Ponnelle en 1975 está mucho más allá, a años luz por encima de estos niveles de debate. La totalidad de su puesta en escena es simbólicamente exquisita. Sus coreografías, en todo momento, son auténticos grabados alquímicos en movimiento, que amplifican, explican y hasta mejoran el mensaje contenido en los versos. Si Orff, con su música, animó la letra seca con sangre palpitante, el francés acabó llevándolo todo a la altura de un sabio tratado hermético. Y los tres autores, goliardos, alemán y francés, se ponen de acuerdo alcanzando al unísono el cénit de su inspiración sentimental, intelectual e intuitiva en el sublime fragmento Blanziflor et Helena, una especie de epílogo o corolario, apoteósico, en que culmina no sólo el anterior pasaje, Cour D´Amours, sino, yo diría, toda la obra.
Como hermeneuta, doy fe de que en ese fragmento no sobra ni falta ni una sola coma simbólica. Todos los personajes, las disposiciones, los colores, el desarrollo… Está todo lo que es, y es todo lo que está. Es como un gran sueño, o una gran visión. Reproduce literalmente imágenes arquetípicas que he visto emerger, por aquí y por allá, a lo largo de décadas, de las regiones más profundas y trascendentes de la psique. Como músico, conozco, admiro y disfruto con el puro corazón este pasaje desde mi pubertad, pero reconozco que jamás los sentimientos, por más efusivos que fuesen, me habían procurado unas fantasías y unas reflexiones tan excelsas y esclarecidas alrededor de estos versos. Como conciencia masculina, este es el rostro más original y verdadero que a día de hoy he alcanzado a ver de la Señora Alma, la Diosa, el Eterno Femenino y, por tanto, del Amor. Dentro de mí, dentro de otros, y por ahí afuera. Aquí se resume casi todo cuanto tengo para decir sobre el anima, sobre las relaciones, y que trato de contar de vez en cuando. Mi humilde aportación a este tema dentro de la psicología junguiana.
No voy a estropear ahora la fiesta del corazón y la intuición con análisis intelectuales. Sólo unirme al coro con mis amigos de otro y todos los tiempos para decir: «Ave, formosissima».
Jan dice
Me encantó tu artículo, un gran placer leerlo. Más todavía por la coincidencia con las dos últimas entradas que publiqué para finalizar el pasado 2011, totalmente relacionadas con este tema. Y gracias por hacerme descubrir ese vídeo.
http://barzaj-jan.blogspot.com/2011/12/nigra-sum.html
http://barzaj-jan.blogspot.com/2011/12/el-encuentro-con-la-diosa.html
Raúl Ortega dice
Vemos los dos con claridad que, en efecto, este hilo reluce con neón intenso.
Tus dos artículos son de la exacta misma substancia que el mío. No afines, sino lo mismo. Los Magos han dejado igual carbón en las dos puertas. Negro es, muy negro, pero hermoso.
Así que tú eres otro amigo más del coro…
Gracias por escribirlos y anunciármelos.
Supongo que el siguiente paso es dialogar un poco sobre todo esto. Me sigue dando pereza, pero hay tanto material aquí ya, delante de nuestras narices…
Jan dice
Este fin de semana he estado echando un vistazo a los cinco vídeos en los que se divide la interesante realización de Jean-Pierre Ponnelle. Sin duda éste se inspiró en la obra de El Bosco para su escenografía, basta con ver (como más evidente) la tabla central de su tríptico El Carro de heno (comparar con una escena del segundo vídeo de You Tube). Sobre el carro cargado con eno aparecen a izquierda y derecha los personajes angelical y demoníaco que en la escenografía del vídeo aparecen danzando. Como es sabido, a el Bosco se lo ha relacionado frecuentemente con círculos herméticos de su época, y sobre su obra se han barajado interpretaciones alquímicas.
De nuevo te doy las gracias por darme a conocer esta obra de Ponnelle.
Raúl Ortega dice
Acabo de publicarlos aquí. Sí, además es una relación que se hace constantemente, la de Bosco-Carmina. Creo recordar que yo mismo tengo una edición del Carmina con la portada siendo El Jardín de las Delicias. Mira este otro montaje particular que hay en Youtube:
Pero claro, es una asociación muy simple y directa: el desorden de las pasiones terrenas y la jarana tabernera a que convocan los goliardos y el ambiente orgíastico pecaminoso que obsesionaba al holandés. En eso Ponnelle es trivial, y echa mano de lo primero, al menos, digamos, decorativamente, según las formas. Lo que más nos interesa es sin embargo todo en lo que se sobrepone al moralismo boschiano, en contenido e incluso en forma, sintonizando realmente con los textos, es decir, con la adoración de la Virgen Negra.