Nuestro mundo, su enfermedad y su muerte

Miramos al mundo condicionados por nuestra propia subjetividad y por la tendenciosidad de los medios. Es complicado elevarse desde el pequeño ecosistema que uno habita para contemplar la verdad de la estructura a la que se pertenece (aquello de los árboles que no dejan ver el bosque). La realidad del sistema al que se sirve. Las estadísticas pueden ser usadas para ayudarnos a alcanzar una perspectiva global, siempre y cuando sean bien interpretadas, lo cual es muy problemático. Hoy quiero centrarme en el problema de la salud en el mundo moderno, y usaré algunas estadísticas de fácil interpretación para romper arraigados tópicos y prejuicios que están inoculando por doquier una visión errónea e insalubre de la cuestión de la enfermedad y la medicina, algo tan radicalmente importante en nuestra concepción de lo que es la vida y la calidad de vida (cosa que yo no comparto, pero eso es otro asunto).

Los coches y el suicidio

Desde el año 2008 el suicidio es la primera causa externa de muerte en España. En 2012 hubieron 3539 suicidios computados frente a 1915 fallecimientos en accidentes de tráfico, siendo España de los países en Europa con menor índice de autolesiones (Europa está en grave problema con esto). Tengamos en cuenta, además, que muchos suicidios no son catalogados como tales, debido al secretismo que suele rodear tal práctica; podrían ser muchos más. En ese año los suicidios aumentaron un 11.3%, mientras que las muertes en tráfico disminuyeron un 9.5%. A la vista de esta realidad ¿cómo podemos justificar que nuestra sociedad lleve ya años padeciendo una campaña obsesiva de presión policial y legal alrededor de la cuestión del volante, cuando trata a ese otro problema como si ni siquiera existiese? Es un absurdo político más, como hay tantos. Es un absurdo desesperante e hiriente. Las democracias funcionan exactamente igual que las dictaduras frente a los temas que demonizan: las dictaduras demonizan la disidencia política, y las democracias pueden demonizar, menos eso, cualquier otra cosa a la que les apetezca cogerle manía. Un mecanismo fascista de vigilancia y castigos draconianos pesa hoy sobre cada ciudadano que se sienta en su coche, y todo eso para conseguir un 9.5% de víctimas menos. Al mismo tiempo, el sistema produce un 11.3% más de mortales insatisfacciones entre los ciudadanos, sobre unos valores que son de por sí escandalosamente altos, pero todo eso queda fuera del proceso de demonización, y, claro, no produce alarma social, ni costosas campañas, ni reajustes legislativos. Ni siquiera produce noticias. El poder y su DGT le venden al público, sin embargo, la milonga de que en este país se salvan cada vez más vidas de una muerte por causa externa. Y el público, contento con eso, respira aliviado, se baja aún más los pantalones, acepta más y más presión legal, y sigue muriendo de forma violenta en mayor número que antes.

La juventud y el tráfico

Como casi todo es relativo, la estadística nos va a permitir ahora hacer un pequeño juego de manos y volver a colocar el accidente de tráfico en la primera línea de la preocupación por la salud. Esto ocurre en la franja de edad comprendida entre los 10 y los 24 años. Según la OMS, entre esas edades el accidente automovilístico es la principal causa de muerte a nivel mundial. Entonces, como padres, ¿por qué nos resulta tan nocivo, por ejemplo, que nuestro hijo fume, mientras permanecemos totalmente despreocupados de que tenga que usar constantemente vehículos para acceder a los centros de estudio? Valga esta proposición como una muestra más de los torpes déficits cognitivos que lastramos en estas áreas.

Los coches y el corazón

En números absolutos los fallos cardiovasculares son la principal causa de muerte en nuestro país y en el mundo. Esto quizás no le extrañe a nadie. Lo que sí podría chocarles bastante es que en España la llamada muerte súbita, que es un colapso instantáneo del corazón, supone una cifra 10 veces mayor que la de las muertes por accidentes de tráfico. El tema es que la muerte súbita afecta a personas jóvenes, deportistas, atléticas. A aquellos que parecen rebosar salud y que ponen muchísima de su energía y tiempo en ello. Es paradójico, pero es real. Un exceso de empeño en lo saludable puede ser mortal. En vista de esta epidemia algunos de los gobiernos autonómicos en España andan planeando colocar desfibriladores en sitios públicos, como supermercados y demás. Lo que va a ser de lo más curioso es ver los desfibriladores al lado de los extintores en… los gimnasios.

Dos siglos de grandes avances médicos y el mundo cada vez está peor

En los últimos 50 años, la esperanza media de vida al nacer se ha incrementado en términos mundiales en cerca de 20 años, pasando de 46,5 años en 1950–55 a 65,2 en 2002. Este sólo dato es el que vemos emplearse una y otra vez para hablar del progreso de la salud en el planeta, corroborando la eficacia de nuestra suprema inteligencia sanitaria. En realidad, en buena medida, se trata de una falacia cognitiva más.  La OMS advierte que enfermedades orgánicas y estructurales como el cáncer, la diabetes, las alergias, las disfunciones neurológicas como el Alzheimer, las disfunciones psicológicas como el autismo y el TDHA, y todo el conjunto de los problemas psicológicos relacionados con la ansiedad y la depresión aumentan imparables a ritmo exponencial. Según este ritmo, la OMS prevé para 2030 un aumento del 75% en la prevalencia de cánceres con respecto a 2012, y en las últimas dos décadas la diabetes ha pasado a afectar a 230 millones de personas, desde los 30 millones de afectados que había veinte años atrás. Algunos médicos andan divulgando que las futuras generaciones serán las primeras en la historia del hombre que tengan unos niveles de salud inferiores a las actuales (yo pienso que hace mucho tiempo que eso está ocurriendo ya). ¿Donde está el truco, pues? Es simple: estamos alargando artificialmente la vida. Más exactamente: estamos alargando artificialmente la vejez. Vivimos mucho pero cada vez más insanos, atrapados en una interminable decadencia senil que nada tiene que ver con la calidad de vida, gracias a la asistencia de medicamentos y máquinas que van burlando con parches la oportunidad de, quizás, marcharse a tiempo de aquí.

La principal causa de muerte en el mundo es… ¡la práctica de la medicina!

Tiene algo de trampa este enunciado. Pero la OMS lo dice exactamente así. En 2011 comunicó a la prensa que «ingresar en un hospital conlleva más riesgos que viajar en avión», pero antes, en 2007, en las conferencias de Oporto, lo expresó de este modo mucho más alarmante:

La OMS estima que, cada año, a escala mundial, decenas de millones de pacientes son víctimas de lesiones discapacitantes o mueren como consecuencia directa de prácticas médicas peligrosas. En Europa solamente, como promedio, uno de cada 10 pacientes hospitalizados ha resultado víctima de alguna forma de daño prevenible. Sin embargo, se necesitan más investigaciones a fin de conocer más a fondo el impacto total de la escasa seguridad del paciente

 En 2007 esas cifras estimadas alcanzaban los 10 millones de víctimas en el mundo, lo cual, en efecto, queda por encima del número global de muertos por la enfermedad más letal conocida: el fallo cardiovascular. Entonces ¿dónde está la trampa? En que si razonamos con torpeza, podemos perder de vista que la principal causa de muerte en el mundo es, al mismo tiempo, uno de los principales promotores de la salud, siendo estos sus «daños colaterales». No podemos ni soñar con obviar la medicina, por supuesto. Pero es muy necesario que la veamos como realmente es: extraordinariamente falible, como toda empresa humana, y algo a lo que acudir, por tanto, libres de fe ciega y con un sano escepticismo.  

Esta entrada fue modificada en 24 mayo 2017 14:32

Raúl Ortega: Soñador e intérprete de sueños. Batería. Melómano del funk y el jazz. Creador y curador de Odisea del Alma. Ensayista. Terapeuta de orientación junguiana. Programador y desarrollador web. Criador de aves exóticas. Devorador de berenjenas y brevas. Bebedor de Ribera del Duero. Paradigmático puer aeternus. Hippie extemporáneo en formación continua.