Os comparto el capítulo dedicado al siglo XVII de mi libro en formato pdf «Historia de la Onirocrítica». Tengo previsto sacarlo en breve en papel (me he enojado con un roble y me quiero vengar).
Tenemos que saltar hasta el siglo XVII para encontrarnos con las siguientes señeras aportaciones intelectuales al mundo de los sueños. El filósofo neerlandés, de origen sefardí, Baruch de Spinoza (1632 – 1677), no va a escribir ningún tratado ex profeso, pero en su correspondencia con Pieter Balling alude a veces al tema, considerando, por ejemplo, que ciertos sueños, en efecto, poseen la cualidad adivinatoria. En una de sus cartas cuenta:
Cuando una mañana despertaba de un pesadísimo sueño, estando ya claro el cielo, las imágenes que se me presentaron en el sueño las veía ante mí con tanta viveza como si de cosas reales se tratara; y en particular, recuerdo la de cierto brasileño negro y mugriento que nunca antes había visto. Ésta desaparecía casi por completo, cuando, para tener la mente ocupada en algo distinto, fijaba la mirada en un libro o en alguna otra cosa: en cuanto apartaba los ojos de este objeto y no miraba nada en concreto, por momentos reaparecía la imagen del mismo etíope con la misma intensidad que antes, hasta que, poco a poco, iba desvaneciéndose
Algunos autores han querido ver en este hecho la plasmación de la identidad inconsciente que sentía Baruch con los esclavos brasileños, un asunto polémico en su tiempo: algunas de las personalidades que expulsaron al apóstata filósofo de la comunidad judía de Amsterdam, unos años antes, eran comerciantes que habían fracasado en su intento de establecer colonias esclavistas en Brasil, por el apoyo que Portugal otorgó a los esclavos contra los colonos holandeses. Sí, es muy posible que esta figura onírica revele un aspecto de la sombra de Spinoza, identificada con la terrible situación social del esclavo, en relación a la persecución que sufrió Baruch después y antes su familia, exiliada primero de España y luego de Portugal.
Antes que Spinoza, Descartes (1596 – 1650) sí que va a ocuparse abierta y técnicamente de la cuestión onírica, por sobre todo dentro de sus disquisiciones epistemológicas, vertidas en Discurso del método y en Meditaciones metafísicas. En esta última obra podemos leer pasajes como estos:
Veo tan claramente que no hay indicios ciertos para distinguir el sueño de la vigilia que me quedo atónito, y es tal mi extrañeza, que casi es bastante a persuadirme de que estoy durmiendo
Nuestra memoria no puede nunca enlazar y juntar los ensueños unos con otros y con el curso de la vida, como suele juntar las cosas que nos suceden estando despiertos
Cuando percibo cosas, conociendo distintamente el lugar de donde vienen, el sitio en donde están y el tiempo en que me aparecen, pudiendo además enlazar sin interrupción el sentimiento que de ellas tengo con la restante marcha de mi vida, poseo la completa seguridad de que las percibo despierto y no dormido
Como vemos, es la preocupación de Descartes encontrar un modo de distinguir realidad onírica de sensorial, dentro de su búsqueda de los fundamentos de un conocimiento fidedigno. Encuentra en la discontinuidad del guión onírico, en su fracturada relación de sucesos, y en la aparición y desaparición de motivos según una lógica sui generis o sin ninguna, los datos para diferenciar un estado de conciencia del otro. Es decir: Descartes adjudica al sueño una absurdidad, un desconcierto, que la experiencia en vigilia no padece. Pero Leibniz (1646 – 1716), otro inmenso filósofo de la época, le replicará en su “Nuevo tratado sobre el entendimiento humano” que los sueños donde se revelan soluciones a problemas largo tiempo buscadas, o los sueños premonitorios, dificultan despachar el conocimiento onírico como algo tonto y desarticulado. Hay que decir que Descartes tenía que ocuparse escrupulosamente de esta distinción porque él mismo disfrutaba de una poderosa actividad onírica. Su propia biografía le da la razón a Leibniz, ya que su obra magna, “Discurso del método”, nace de un día de febril incubación (10 de noviembre de 1619) que da lugar en la noche a tres sueños decisivos:
- Se ve a sí mismo caminando hacia la iglesia de su antigua escuela, el Colegio de La Fléche. El viento le impide avanzar debido a su virulencia y lo arrastra contra la pared del templo. En el patio del mismo, alguien conocido le invita a comer un melón maduro. Descartes despierta y se duerme de nuevo, interpretando el sueño como una advertencia hacia errores pasados. Para nosotros el tema del viento y la Iglesia se trata de un toma y daca entre la razón y la fe, entre el ego y el Self, siendo Descartes a la vez el último de los escolásticos y el primero de los racionalistas. La madurez del melón nos avisa de que un contenido inconsciente, sus nuevas ideas filosóficas, está listo para ser concienciado.
- Le despierta el estruendo de un trueno que llena la habitación de chispas, y descubre que se trata también de un sueño. Lo interpreta como una epifanía del espíritu de la verdad, pensamiento que suscribimos. Es una imagen poderosa de un insight, de una iluminación.
- Descartes se halla en una estancia, delante de un diccionario y un libro de poemas. Logra ver un verso de Ausonio: “¿Cuál será el camino que seguiré en mi vida? De repente, un desconocido entra en el cuarto y le ofrece un libro abierto con dos palabras: SÍ y NO. Para él, el diccionario es como una enciclopedia: un compendio de saberes (estamos de acuerdo). La unión de ambos libros es para Descartes, asimismo, la unión de todas las ciencias y conocimientos. Pero nosotros creemos ver algo más: en el verso de Ausonio está el anuncio de un momento decisivo en el desarrollo de su propia personalidad y de su destino, una cuestión que conmueve a su alma toda y que mejor expresa la intuitiva poesía que la pura razón. Por otro lado, en la paradigmática disyuntiva (sí/no) él barrunta la adquisición de un método para distinguir la verdad de la falsedad; nosotros aceptamos esta interpretación, pero abundamos diciendo que ese símbolo, en sí, representa ese pilar de la filosofía que significa la dialéctica, subrayando la filosofía como alma mater, hogar y destino, de Descartes. A partir de lo cual amplificamos señalando que lo inconsciente parece no cesar de poner acento en la tensión de opuestos en esta serie onírica: si dentro del primero apostamos por el significarse de cierta pugna entre la razón y la fe, entre ego y Self (Descartes apuesta por el binomio pasado erróneo/correcto futuro), ahora apreciamos símbolos de tensión entre el frío pensamiento discursivo (diccionario) y el cálido pensamiento intuitivo (poesía), todas las oposiciones al final resumidas en la pugna primordial sí/no. Además de lo dicho anteriormente sobre ella, tal énfasis en la cuestión de la dialéctica, colocando finalmente tesis y antítesis una enfrente de la otra en perfecta simetría, avisa tácitamente de una relación entre los extremos que confluye hacia la paradoja, donde la fricción antinómica se vuelve matriz creadora de una posible síntesis, más allá de esa razón que sólo es capaz de pensar en términos excluyentes. En consonancia con los pensamientos que fueron de Heráclito antes (“la guerra es la madre de todas las cosas”) y serán de Hegel después (“las cosas pueden ser ellas mismas y sus contrarias a la vez, de tal modo que en su naturaleza exista la posibilidad de engendrar el tercero previamente exluido –tertium non datur-“). Muy posiblemente, esa síntesis reconciliadora y reveladora es lo que quiere anunciar el símbolo del trueno del segundo sueño.
Al término de estas experiencias en Neuburg promete peregrinar en agradecimiento, lo cual cumple en 1623, cuando en un viaje a Italia aprovecha para ir desde Venecia a Loreto.
En su obra citada Leibniz reflexiona en un lugar sobre los contenidos del sueño de este modo:
Puede suceder que los recuerdos de antiguas impresiones perduren vivos, sin que nos acordemos de ellas. Creo que en los sueños todos los pensamientos vuelven en esta forma
El filósofo postula con esto el estrato subliminal de lo inconsciente. Pero, como decimos, él mismo plantea paralelamente el reconocimiento de aquellos eventuales contenidos en los sueños que pueden ser bastante misteriosos y chocantes. A través de la cualidad premonitoria de los sueños trata de explicarse el fenómeno conocido como déjà vu:
Me acuerdo de haber conocido a cierto individuo, pues siento que su imagen, como su voz, no es nueva para mí; y este doble indicio es para mí mayor garantía que uno solo, pero no podría acordarme de dónde le he visto. Sin embargo sucede, aunque rara vez, que vemos a una persona en sueños antes de verla en carne y hueso […]; pero el azar puede producir ese efecto, porque es bastante raro que eso suceda, además de que las imágenes de los sueños, por ser un poco oscuras, pueden ser relacionadas con más libertad
Cuando se trata de profecías prefiere adscribirlas al excepcional estado de éxtasis místico y no al mero sueño o visión ordinarios:
[Los éxtasis] van acompañados algunas veces de visiones; pero las hay también sin éxtasis y la visión no parece ser otra cosa que un ensueño que pasa por sensación, como si nos enseñase la verdad de los objetos. Y cuando estas visiones son divinas hay verdad en ellas efectivamente, lo que se puede conocer, por ejemplo, cuando contienen profecías particularizadas que los acontecimientos justifican
Muchos intelectuales del siglo XVII se preocupan hondamente por el problema del estado de conciencia y la derivada calidad de la realidad percibida por ella. En España, Calderón de la Barca (1600 – 1681) escribirá “La vida es sueño”, que se traduce rápidamente a muchos idiomas, lo cual da idea de la inquietud universal al respecto. Quevedo (1580 – 1645), a su vez, escribe “Los sueños”. Es posible que la literatura mística de los siglos XVI y XVII (Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Jakob Böhme, Angelus Silesius, etc.), cargada con sus visiones de otras realidades, ayudara mucho a reactivar el viejo planteamiento platónico recogido en el mito de la caverna sobre el qué es en realidad qué. Leibniz escribe:
[Un escéptico] reconocerá, a mi juicio, la diferencia que hay entre soñar que se está en un fuego y estarlo en realidad […] [Pero le] es preciso confesar que no toda certidumbre es de un grado supremo […] Pues no es imposible, metafísicamente hablando, que haya un sueño tan seguido y duradero como la vida de un hombre
Podríamos decir que a partir de Descartes, la «bisagra», la puerta de este siglo se abre en dos claras direcciones, que podríamos representar así: Leibniz y su apego a la metafísica, lo trascendente, que se continúa hacia arriba en la doctrina inmaterialista de Berkeley, y Spinoza, que, a pesar de ser un racionalista también, tiende cálidos lazos empáticos por lo inmediato y vital, lo cual se continúa aún más hacia lo mundano en el entusiasmo empirista de John Locke (1632 – 1704). Una divergencia en el pensamiento y el alma que ya sabemos es recurrente en la cultura occidental.
Raúl Ortega
Historia de la Onirocrítica
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