Corrían los impetuosos abriles de la juventud cuando un querido amigo y yo tomamos la decisión de hacer un gran experimento: tratar de vivir unos días en mitad de la naturaleza a puro ingenio de supervivientes. Así que una mañana nos dejaron abandonados a nuestra suerte a los dos a orillas de un pantano, en mitad de la sierra onubense, como dispusimos.
Acabamos comiéndonos el cebo para unos peces que jamás picaron, robando naranjas de un huerto para matar el hambre y contando ansiosamente las horas que faltaban hasta la acordada recogida.
Nunca volvimos a hablar de aquello. Fue un ignominioso fracaso. Un mal signo fue ser escupido así por Madre Naturaleza, sobre todo cuando desde pequeño se siente que no hay logro ninguno en esta vida si no conduce a una comunión en esos términos con el cielo y la tierra.
Fui rousseauniano hasta la médula, y me jacto de aún serlo, en lo que considero hoy son sus mejores términos, que no coinciden ya in toto ni con mis valoraciones adolescentes al respecto ni con las que albergó la Francia de su época, o hasta él mismo.
Marcos Rodríguez Pantoja es un hombre lobo. Ah… Piensan que eso son monsergas, y que lo de Rómulo y Remo y etc. etc. puro cuento… Ya. Bueno, están en su derecho, supongo… Digámoslo entonces así: Marcos Rodríguez Pantoja es un santo. Ah, ya: tampoco creen que exista eso. Entonces, aunque sea sólo por mera curiosidad, escuchen esto:
Y ahora:
Extracto desde Florecillas de San Francisco (capítulo XXI. Siglo XIV. Anónimo):
En el tiempo en que San Francisco moraba en la ciudad de Gubbio, apareció en la comarca un grandísimo lobo, terrible y feroz, que no sólo devoraba los animales, sino también a los hombres; hasta el punto de que tenía aterrorizados a todos los habitantes, porque muchas veces se acercaba a la ciudad. Todos iban armados cuando salían de la ciudad, como si fueran a la guerra; y aun así, quien topaba con él estando solo no podía defenderse. Era tal el terror, que nadie se aventuraba a salir de la ciudad.
San Francisco, movido a compasión de la gente del pueblo, quiso salir a enfrentarse con el lobo, desatendiendo los consejos de los habitantes, que querían a todo trance disuadirle. Y, haciendo la señal de la cruz, salió fuera del pueblo con sus compañeros, puesta en Dios toda su confianza. Como los compañeros vacilaran en seguir adelante, San Francisco se encaminó resueltamente hacia el lugar donde estaba el lobo. Cuando he aquí que, a la vista de muchos de los habitantes, que habían seguido en gran número para ver este milagro, el lobo avanzó al encuentro de San Francisco con la boca abierta; acercándose a él, San Francisco le hizo la señal de la cruz, lo llamó a sí y le dijo:
-¡Ven aquí, hermano lobo! Yo te mando, de parte de Cristo, que no hagas daño ni a mí ni a nadie.
¡Cosa admirable! Apenas trazó la cruz San Francisco, el terrible lobo cerró la boca, dejó de correr y, obedeciendo la orden, se acercó mansamente, como un cordero, y se echó a los pies de San Francisco. Entonces, San Francisco le habló en estos términos:
-Hermano lobo, tú estás haciendo daño en esta comarca, has causado grandísimos males maltratando y matando las criaturas de Dios sin su permiso; y no te has contentado con matar y devorar las bestias, sino que has tenido el atrevimiento de dar muerte y causar daño a los hombres, hechos a imagen de Dios. Por todo ello has merecido la horca como ladrón y homicida malvado. Toda la gente grita y murmura contra ti y toda la ciudad es enemiga tuya. Pero yo quiero, hermano lobo, hacer las paces entre ti y ellos, de manera que tú no les ofendas en adelante, y ellos te perdonen toda ofensa pasada, y dejen de perseguirte hombres y perros.
Ante estas palabras, el lobo, con el movimiento del cuerpo, de la cola y de las orejas y bajando la cabeza, manifestaba aceptar y querer cumplir lo que decía San Francisco. Díjole entonces San Francisco:
-Hermano lobo, puesto que estás de acuerdo en sellar y mantener esta paz, yo te prometo hacer que la gente de la ciudad te proporcione continuamente lo que necesitas mientras vivas, de modo que no pases ya hambre; porque sé muy bien que por hambre has hecho el mal que has hecho. Pero, una vez que yo te haya conseguido este favor, quiero, hermano lobo, que tú me prometas que no harás daño ya a ningún hombre del mundo y a ningún animal. ¿Me lo prometes?
El lobo, inclinando la cabeza, dio a entender claramente que lo prometía. San Francisco le dijo:
-Hermano lobo, quiero que me des fe de esta promesa, para que yo pueda fiarme de ti plenamente.
Tendióle San Francisco la mano para recibir la fe, y el lobo levantó la pata delantera y la puso mansamente sobre la mano de San Francisco, dándole la señal de fe que le pedía. Luego le dijo San Francisco:
-Hermano lobo, te mando, en nombre de Jesucristo, que vengas ahora conmigo sin temor alguno; vamos a concluir esta paz en el nombre de Dios.
El lobo, obediente, marchó con él como manso cordero, en medio del asombro de los habitantes. Corrió rápidamente la noticia por toda la ciudad; y todos, grandes y pequeños, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, fueron acudiendo a la plaza para ver el lobo con San Francisco. Cuando todo el pueblo se hubo reunido, San Francisco se levantó y les predicó, diciéndoles, entre otras cosas, cómo Dios permite tales calamidades por causa de los pecados; y que es mucho más de temer el fuego del infierno, que ha de durar eternamente para los condenados, que no la ferocidad de un lobo, que sólo puede matar el cuerpo; y si la boca de un pequeño animal infunde tanto miedo y terror a tanta gente, cuánto más de temer no será la boca del infierno.
-Volveos, pues, a Dios, carísimos, y haced penitencia de vuestros pecados, y Dios os librará del lobo al presente y del fuego infernal en el futuro.
Terminado el sermón, dijo San Francisco:
-Escuchad, hermanos míos: el hermano lobo, que está aquí ante vosotros, me ha prometido y dado su fe de hacer paces con vosotros y de no dañaros en adelante en cosa alguna si vosotros os comprometéis a darle cada día lo que necesita. Yo salgo fiador por él de que cumplirá fielmente por su parte el acuerdo de paz.
Entonces, todo el pueblo, a una voz, prometió alimentarlo continuamente. Y San Francisco dijo al lobo delante de todos:
-Y tú, hermano lobo, ¿me prometes cumplir para con ellos el acuerdo de paz, es decir, que no harás daño ni a los hombres, ni a los animales, ni a criatura alguna? El lobo se arrodilló y bajó la cabeza, manifestando con gestos mansos del cuerpo, de la cola y de las orejas, en la forma que podía, su voluntad de cumplir todas las condiciones del acuerdo.
Añadió San Francisco:
-Hermano lobo, quiero que así como me has dado fe de esta promesa fuera de las puertas de la ciudad, vuelvas ahora a darme fe delante de todo el pueblo de que yo no quedaré engañado en la palabra que he dado en nombre tuyo. Entonces, el lobo, alzando la pata derecha, la puso en la mano de San Francisco. Este acto y los otros que se han referido produjeron tanta admiración y alegría en todo el pueblo, así por la devoción del Santo como por la novedad del milagro y por la paz con el lobo, que todos comenzaron a clamar al cielo, alabando y bendiciendo a Dios por haberles enviado a San Francisco, el cual, por sus méritos, los había librado de la boca de la bestia feroz.
El lobo siguió viviendo dos años en Gubbio; entraba mansamente en las casas de puerta en puerta, sin causar mal a nadie y sin recibirlo de ninguno. La gente lo alimentaba cortésmente, y, aunque iba así por la ciudad y por las casas, nunca le ladraban los perros. Por fin, al cabo de dos años, el hermano lobo murió de viejo; los habitantes lo sintieron mucho, ya que, al verlo andar tan manso por la ciudad, les traía a la memoria la virtud y la santidad de San Francisco.
En el maravilloso Uni_verso del poeta Matus encontramos algunos objetos filosófales que como bien tu conoces Raúl podemos extraer jugo_sas enseñanzas, entre ellos se encuentra el llamado «Lugar de la No Compasión». Como decía el Capitán Tan, en mis viajes a lo largo y ancho de este mundo es una de esas cosas que he encontrado que no se suele entender en profundidad, pues que mal suena no tener ni una pizca de compasión, es la cara oculta de Buda, pero si lo observamos detenidamente es el estado de conciencia del hermano lobo, de la hermana luna y del inhóspito Sol, vamos es el talante de la Mami Blue Naturaleza. Llegar hasta ese lugar no compasivo es una manera de recuperar el Espíritu del Hombre que se ha perdido en las pasarelas Cibeles, en los mac donals y en el sofa frente al televisor en esta descafeinada y Light vida socializada donde el edulcorante del bienestar ha colocado al hombre moderno en una situación de debilidad mental, ya no hay hombres que se echen al monte, el espíritu aguerrido para luchar contra el infortunio se perdió en talleres espirituales de fin de semana.
Es aquí donde encontramos que unir el cielo y la tierra es una disposición natural frente a los desafíos por la supervivencia. Desde esa posición de la conciencia se comen insectos, lagartijas, serpientes, raíces, se mata respetuosamente al amigo animal y se deglute mientras la brisa te pega en la cara, se recupera la libertad, se hincha el pecho y se siente la fortaleza a imagen y semejanza del verdadero rostro de Dios, esto lo digo de oídas claro, por que en mi ultima excursión de dos días por la montaña sagrada recuerdo que mi única obsesión era tomarme un café con leche calentito con un croissant, pero claro es muy diferente optar por la aventura, que te lance sin esperanza a la misma. En estos tiempos difíciles sin espíritu nos vamos ha encontrar posiblemente con dos actitudes, o lo recuperas el espíritu o te mueres en una depresión que actúa como una garrapata, solo que el desafió y el que te lanza a esa disposición se puede llamar Banco Hipotecario, perdida de empleo, enfermedad, Apocalipsis o degeneración. Los habitantes del mundo Occidental van en busca de paraísos artificiales de amor y pasión redentora espiritual, que bueno y gracioso también cómico no entender que los cambios de la era Acuario son un subterfugio para recuperar lo que nunca se debió de perder, el lugar de la no compasión, somos naturaleza, somos vida.
Estás que te sales… Eskenazi publicó hace unos días un video de Zizek donde arremetía contra el concepto Naturaleza Buena Madre. Yo mismo estoy hasta los baudios del puñetero osito panda. «Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón». Venga ya. La Naturaleza está llena de huesos, de sangre, de colmillos y de destrucción. Bendita destrucción. Las conclusiones a las que llega Zizek en su perorata son ahorrables sencillamente si rompes la mayor: la Naturaleza no es el Summum Bonum, es Abraxas, Diablo y Dios, y la Psicoecología es así como debe valorar y contemplar la cuestión. La psicoecología y el pacifismo son contradictorios. Aquí lo que estamos buscando es luchar en la guerra más justa. Y la guerra del paradigma tecnocrático actual es lo más injusto que nunca hubo. También se me eriza el baudio cuando compruebo que hipnotizados seguimos creyendo que vivimos en la más cómoda y segura de todas las civilizaciones. La «cultura del ocio» consiste en salir corriendo de un trabajo esclavizante y martirizador a tratar de consumir rápidamente algo que justifique ese sacrificio, en medio de bullicio y tensión. O sea, en tratar contraproducente y desesperadamente de sanar con más estrés el estrés. Compitiendo cada vez desde más niños. Compitiendo y luchando para seguir toda la vida adelante con las manos vacías y el pecho aún más. El hombre moderno no puede construir pirámides. No ya porque le falte aún esa tecnología «extraterrestre». Básicamente, nadie tiene hoy tiempo ni energía para embarcarse en algo así. «Sociedad del bienestar»… Já.
Vamos a escuchar a Zizek, que es cortito: