El cerebro tiene sexo

Desde finales de la segunda guerra mundial el derecho internacional está comprometido con la igualdad ante la ley de hombres y mujeres, loable logro que es efectivo en el primer mundo desde hace bastantes décadas (para un informe actual y exhaustivo alrededor de este tema mirar aquí). Sin embargo, alcanzar la igualdad de derechos y oportunidades no es suficiente para un influyente sector feminista, que sospecha como injustas y artificialmente impuestas la mayoría de diferencias entre los géneros en materia de motivaciones y conductas. Para esta ideología, que ha acabado insertándose en un lugar privilegiado de nuestro actual paradigma cultural y que, por ello, cuenta desde hace un tiempo con los mejores favores políticos, el siguiente paso, más allá del logro legal, tiene que ser la reeducación de toda la sociedad hacia una consideración lo más homogénea posible de hombres y mujeres, en todos los planos y ámbitos. Se insiste en fomentar desde la infancia la idea, cada vez más explícita, de que las chicas deben ser y actuar como los chicos, compartir las mismas actitudes y metas, para poder aprovechar así, con ansia, todos los privilegios que la igualdad legal consiguió con anterioridad. Es en este marco ideológico donde nacen todos los proyectos de discriminación positiva, como, por ejemplo, las leyes de paridad.

Queda claro que se trata de forzar un determinado comportamiento social, un cierto diseño sociológico. La frontera que separa al pueblo exigiendo sus derechos, la esencia democrática, del poder imponiendo a las masas sus ideologías, la esencia totalitaria (que es siempre tan amiga, en efecto, de lo común, de lo homogéneo, de lo igual), se difumina en mitad de estas sospechosas actitudes. Lo correcto sería actuar con respecto a estas cosas con aún más prudencia que aquella que prescribe todos esos estrictos protocolos científicos a la hora de probar la eficacia e inocuidad de un nuevo medicamento. Hubiésemos necesitado profundizar mucho más en lo que sabemos acerca de la psicología de género, antes de aceptar a pie juntillas lo que ciertos ideólogos han convertido en verdades inamovibles, gracias al abuso de ese arma que se ha demostrado más eficaz que las pistolas a la hora de manipular la sociedad: la propaganda mediática. La hipnosis de la (des)información. 

Si es cierto, y así parece ser, lo que está (re)descubriendo la vanguardia científica alrededor de estas peliagudas cuestiones, y que se esboza en los dos documentales que presento a continuación, entonces nuestra febril pretensión actual de equiparar las almas (¿y, a la postre, los cuerpos?) de hombres y mujeres es un acto de violencia y tortura a niveles inquisitoriales. Entonces, toda la feroz crítica que el más acalorado feminismo vierte sobre el patriarcado se acaba convirtiendo, al menos en parte, en una mera y equívoca proyección, y ambos acaban manchados de una simétrica culpa: si el paradigma patriarcal debe ser acusado de forzar las diferencias, convirtiendo en férrea moral y en leyes estrictas una discriminación natural que debe afrontarse con mucha más elasticidad, relatividad y tolerancia, el extremo feminista debe serlo de querer imponer con un parecido fundamentalismo moral y legal una igualdad que es contraria a nuestras genuinas naturalezas.

Subrayo que todos estos descubrimientos que se van abriendo paso a través de la neurociencia de vanguardia no hacen más que apoyar las tesis sobre las diferencias de género y las tipológicas en general que defiende desde hace mucho, mucho tiempo, la psicología junguiana. 

Aquí van los documentales, ambos dirigidos por Punset, ambos con el mismo título:

Redes (366). El cerebro tiene sexo  

Redes (434). El cerebro tiene sexo 

Esta entrada fue modificada en 26 julio 2018 1:36

Raúl Ortega: Soñador e intérprete de sueños. Batería. Melómano del funk y el jazz. Creador y curador de Odisea del Alma. Ensayista. Terapeuta de orientación junguiana. Programador y desarrollador web. Criador de aves exóticas. Devorador de berenjenas y brevas. Bebedor de Ribera del Duero. Paradigmático puer aeternus. Hippie extemporáneo en formación continua.

Ver Comentarios (26)

  • Conviene actualizarse y no dejarse llevar por la ideología patriarcal de la diferencia esencialista de género, por desgracia la única imperante en este asunto.
    El cerebro no tiene sexo, como tampoco tiene raza:
    http://elpais.com/elpais/2015/11/30/ciencia/1448904392_009014.html
    ¿Qué pensaríamos de estudios "científicos" que siguieran afirmando falsas "diferencias" entre el cerebro de blancos y negros? Pues eso.
    En la propia psicología junguiana los clamorosos prejuicios esencialistas de género y tantos otros que tenía Jung ya han sido criticados y superados por los postjunguianos. Véase Samuels "Jung y los post-junguianos" Madrid: Manuscritos 2015.

    • Precisamente destaco en el artículo que publico la utilización de la prensa, de los medios, del cuarto (en realidad ya hoy el primer) poder, para la manipulación de la opinión de masas, y usted me trae una nota aparentemente científica, aparentemente seria, sin embargo publicada y publicitada ni más ni menos que por un periódico tan marcadamente parcial como El País. Aunque, ante este tema tan políticamente delicado tampoco me valen ejemplos recogidos desde, por ejemplo, el ABC (nadie que necesite votos quiere mancharse las manos con esto).

      Yo propongo que vayamos a las fuentes, directos a los autores originales, que analicemos las noticias en su verdadero origen. Insisto: de esa nota en El País, de entrada, opino lo mismo que de una columna sobre las diferencias de cerebro entre los islámicos y los americanos en el Wall Street Journal.

      Una vez expuesta mi sospecha inicial, pasaría a decirle que la diferencia entre los cerebros no tiene por qué ser anatómica, que es de lo que se ocupa el artículo que usted me trae aquí. Las diferencias anatómicas son burdas, y aunque tendría toda la lógica del mundo que dos anatomías globales tan distintas como la masculina y la femenina contasen con prácticamente todas las vísceras llenas de correspondientes diferencias morfológicas, yo no me preocuparía tanto por si esa correlación ocurre o no, tampoco a nivel de cerebro. Las diferencias fisiológicas, esas que no tienen que ser necesariamente anatómicas, las diferencias en el funcionamiento interno, son más que evidentes, e inapelables: las hormonas son decisivas en la dinámica fisiológica, y, desde ahí, en la psicológica. Esperar otra cosa es absurdo.

      Pero podemos llevar este asunto aún más allá: para mí, y eso es algo que me afianza como junguiano, la relación entre la psique y el cerebro es muy, pero que muy relativa. Una cosa NO es la otra. En este sentido, lo que la neurociencia va mostrando, con su petición obsesiva y terca de pruebas visibles, su necesidad de sensorialidad, es algo que desde la investigación puramente psíquica, a nivel intuitivo, no dejamos de corroborar una y mil veces desde tiempo inmemorial: que existen diferencias tipológicas fundamentales entre los componentes de la raza humana, que existen diferencias estadísticas tipológicas entre hombres y mujeres muy llamativas, y que aún son más llamativas las diferencias entre unas personas y otras, las diferencias individuales, de tal manera que, por supuesto, hay hombres más diferentes entre sí de lo que se distinguen de las mujeres. En definitiva, traigo a colación estas noticias porque el mundo, en general, ha aceptado la ciencia y su burdo materialismo como requisito ideológico necesario, pero son cosas que desde hace ya muchísimo tenemos muy claras los que trabajamos con la experiencia psíquica directamente.

      Sobre el tema de los postjunguianos, le daré la misma respuesta en dos versiones, una corta y una larga. La corta es esta: hay un arquetipo, que llamo de la "degeneración y corrupción obligatoria de la revelación original", que hace que desde que sucede la, digamos, iluminación original, en el alma del sabio, todos los que después tratan de ocupar ese lugar (el lugar de la lumbrera, del maestro), por relevo generacional, no hacen otra cosa que tergiversar, estropear y embarrar la pura luz original. Sencillamente porque son humanidades mediocres. Jung decía, al final de sus días, que "solo los poetas me comprenderán", y me temo que entre toda esa gente que se autodenomina postjunguiana falta muchísima poesía como para, de verdad, aportar algo que mejore y no empeore la doctrina original. Estudie el funcionamiento de este arquetipo en la historia de todas y cada una de las religiones, y llegará a estas mismas conclusiones.

      La larga es proponerle la farragosa lectura de un ensayo que publiqué hace mucho sobre las graves carencias de dos postjunguianos aparentemente ejemplares:
      https://www.odiseajung.com/editoriales/las-sicigias-anima-animus-hillman-giegerich-i/

  • Comparto la precaución por los media, pero no vale falacia ad hominem, y el artículo además remite al paper académico.

    Me alegra ver reconocida que la relación entre psique y cerebro es relativa. Entre psique y hormonas no es menor, salvo que reduzcamos hombres y mujeres a efectos de estrógenos y testosterona. Incluso cómo se viven corporal y anímicamente experiencias físiológicas tan "naturales" y "femeninas" como la menstruación o el parto está claramente mediatizado por variables culturales y personales.

    Presuponer que toda crítica postjunguiana obedece al infalsable arquetipo de la degradación, con todos mis respetos, suena a algo propio de la fe religiosa en un gurú idealizado. Algo que al propio Jung, que consideraba sus propuestas como hipótesis provisionales a cuya superación animaba, no creo le hiciera mucha gracia. Por supuesto luego tenía sus contradictorios ramalazos narcisistas, como todo hijo de vecino y como todos los grandes. Y
    Pero yo desde luego prefiero quedarme con un Jung pasado por la criba racional que merece todo ser a escala humana.

    En este sentido, que Jung tenía evidentes sesgos sociales, políticos y de género es algo admitido por el grueso de la academia, sea el caso de Samuels o sea el caso del manual de referencia de Cambridge editado por Young-Eisendrath y Dawson. Y lo es sencillamente porque es algo que salta a la vista y no puede negarse en un entorno de crítica abierta multidisciplinar.

    Sin ir más lejos, en el capítulo de referencia sobre anima y animus en "Aión", y dejando de lado problemas de mayor calado en la propia elaboración de esta polaridad, nuestro amigo Jung primero vincula directa y explícitamente anima con eros y animus con logos, para acto seguido afirmar, por ejemplo, que en la mujer “el eros constituye una expresión de su verdadera naturaleza”, mientras que "cuando está gobernada por su animus" adquiere un carácter doxo-dogmático (algo contradictorio, pues perdería el carácter “diferenciador y cognoscitivo” con el que había definido al logos propio del animus) y se vuelve (paradójicamente, insisto) incapaz de atender a razones hasta el punto de que sólo cabe “seducirla, apalearla o violarla” (sic), cosa que sin embargo no le ocurre igualmente al razonable logos de la consciencia masculina.

    Al hombre, no obstante, le resulta imposible evitar la posesión de su anima (que cada cual juzgue cuánto media de aquí al "es que soy un hombre y no pude resistirme" o "es que iba provocando") cuando contacta con el animus de ella “así sea por el lapso más breve”, anteponiendo así la vanidad y la sensibilidad, que no encuentran en el hombre salida como en la mujer en “el peluquero y la modista”.

    Por supuesto podemos darle mil vueltas al asunto reinterpretándolo de mil maneras y buscando otros textos que lo contradigan para salvar una idílica imagen unificada del autor. Personalmente me parece más honesto intelectualmente reconocer que Jung era humano, mudable, contradictorio, prejuicioso y encarnación de todas las virtudes y miserias propias del ser humano, y trabajar en la encomiable labor de separar el grano de la paja, porque los gigantes suelen tener mucho de ambas cosas.

    • [Comparto la precaución por los media, pero no vale falacia ad hominem, y el artículo además remite al paper académico.]

      Antes que nada, y sobre la "falacia ad hominem": hace mucho que tengo claro que es imposible separar el carácter y la experiencia del artista del alcance y significado de sus obras, y la profundidad y certeza de las doctrinas flosóficas y las teorías científicas de las tipologías y las biografías de sus autores. Así que hace rato que ya no me parece tan falaz esta falacia, aunque lo siga siendo.

      No he encontrado el enlace al paper en el artículo del País, aunque me he tomado la molestia de buscarlo por la red y hojearlo:

      http://www.pnas.org/content/112/50/15468.full

      En efecto, todo el peso del experimento recae en una estadística sobre anatomía comparada. Empiezo insistiendo: aunque todos los mundos y planos están relacionados, como el arriba y el abajo, anatomía, morfología, no es fisiología, y fisiología no es psicología (sobre esto último regreso más abajo). Así que, en principio, no tomemos como incompatibles los postulados de la neurobióloga Louann Brizendine con los de la doctora en psicología Daphna Joel. Podríamos sencillamente decir que Joel mide a grosso modo, y Brizendine profundiza y detalla.

      Desgraciadamente, no vamos a solventar el tema ni tan rápido, ni de esta simpática manera, porque el paper de Joel incluye esta "perla", que denota su tendencia a extrapolar lo psíquico desde lo físico, y a unir ambas cosas en una:

      "These findings are corroborated by a similar analysis of personality traits, attitudes, interests, and behaviors of more than 5,500 individuals, which reveals that internal consistency is extremely rare. Our study demonstrates that, although there are sex/gender differences in the brain, human brains do not belong to one of two distinct categories: male brain/female brain."

      ¿De qué análisis habla? ¿Dónde está este estudio, que se opone a centenares de otros con resultados completamente opuestos, consistentes a lo largo de décadas y extraídos desde muy diferentes sociedades? ¿Desde qué nueva falacia demoscópica nace ese desafortunado párrafo, que delata la intención de todo el estudio?

      Si yo fuera un lego, dejaría todo este asunto así: aquí hay alguien que miente. O que diseña mal sus experimentos. O ambas cosas. Que cada cual, democráticamente, ponga su fe, pues no cabe otra cosa, en unos o en otros.

      El asunto es que no soy lego en esta materia, y si he traído a colación estos dos investigadores, Brizendine y Baron-Cohen, es porque reafirman mis 25 años de activa investigación en este campo, y mis 49 años de experiencia en toda la amplia gama de las relaciones humanas. Procuro no basar mis opiniones más importantes en lo que dicen los papers de otros (me llena de insoportable inseguridad). Por lo tanto, alerto al lector de que una declaración como la de arriba es absoluta y radicalmente falsa, y contradice todo lo que he descubierto hasta ahora al respecto. Además, y fuera ya de mi especialidad, traigo ahora a colación todos esos estudios que han demostrado contundentemente la existencia de diferencias entre los cerebros de mujeres y hombres (tenga esto nada o todo que ver con el comportamiento), como el famoso caso del hipotálamo (mirar aquí: http://www.news-medical.net/health/Hypothalamus-Males-and-Females.aspx), y concluyo que no me queda otra que afirmar que la Dra. Joel es una pésima científica. O quizás una muy buena, pero con más interés en la política que en la verdad.

      Por último, piense en esto: si Joel tuviera razón, ya está, ya acabó todo, todo está conseguido. El derecho occidental no discrimina, los motivos y conductas están homogéneamente repartidos entre los sexos... La igualdad ya ha sido alcanzada. Se terminó el problema, la angustia, la carrera. Llegamos a la meta (y no nos habíamos dado cuenta). Ahora podemos ocuparnos, de nuevo, de esos asuntillos aplazados como la destrucción del planeta o el injusto reparto de los recursos.

      [Me alegra ver reconocida que la relación entre psique y cerebro es relativa. Entre psique y hormonas no es menor, salvo que reduzcamos hombres y mujeres a efectos de estrógenos y testosterona. Incluso cómo se viven corporal y anímicamente experiencias físiológicas tan “naturales” y “femeninas” como la menstruación o el parto está claramente mediatizado por variables culturales y personales.]

      Me alegro yo también, y le recuerdo que fue el mismísimo Jung el que, por un lado, no se cansó de insistir en las diferencias entre psique y cerebro, psique y materia, y, por otro, en las íntimas relaciones entre ambos, entre psique y cuerpo, empezando por sus celebérrimos experimentos de asociación de palabras, y acabando por sus esotéricos postulados sobre lo psicoide y el unus mundus. Por mi parte, hace tiempo que vengo postulando la enorme importancia que tiene en la etiología de las neurosis el basamento hormonal del individuo.

      Sí, como venimos diciendo: esa relativa relación entre psique y cuerpo.

      [Presuponer que toda crítica postjunguiana obedece al infalsable arquetipo de la degradación, con todos mis respetos, suena a algo propio de la fe religiosa en un gurú idealizado. Algo que al propio Jung, que consideraba sus propuestas como hipótesis provisionales a cuya superación animaba, no creo le hiciera mucha gracia. Por supuesto luego tenía sus contradictorios ramalazos narcisistas, como todo hijo de vecino y como todos los grandes. Y
      Pero yo desde luego prefiero quedarme con un Jung pasado por la criba racional que merece todo ser a escala humana.]

      ¿Infalsable? Veo que no se ha tomado la molestia de leer mis argumentos, como le propuse. Creo humildemente que mis tesis sobre la fatal parcialidad de los postjunguianos, al menos de los más importantes hasta ahora, son sólidas y fácilmente reconocibles por todo especialista. Lo sorprendente es que no se hayan dado cuenta de sus falencias ellos mismos.

      La cuestión de los gurús... Verá, gurús y religiones los tiene usted a su alrededor, en todos lados. Como decía Jung, en todo lo que acabe en -ismo. Todos adoramos a algo y a alguien, con emoción religiosa. La cuestión es no hacerlo con falsos ídolos, ni con becerros dorados.

      Para mí, el concepto de gurú está por encima de toda sospecha, pues es un inapelable y básico arquetipo. Todo junguiano debe tener claro, y mucho más después de la publicación del Libro Rojo, que la psicología analítica es una formulación nacida desde este arquetipo, como todo contenido religioso. Eso es lo arcaico en esta, digamos, doctrina. Lo moderno es que estamos demostrando para la ciencia que esos supuestos arcaísmos son realmente los modos consecuentes y valiosos del aprender, del ser y del obrar; también, por supuesto, en este mundo tan postjunguiano, tan postmoderno y tan im-post-ado.

      ¿Qué dirá el arquetipo del gurú si le preguntamos sobre esta tendencia actual de robarle idolatrías a Jung, ese gigantesco médium, monje y paragnosta, para dárselas a toda esa patulea secesionista sin más abrigo ante la inclemente verdad que el fino papel de la razón, y sin más experiencia en la vida que la propia de la más mediocre burguesía?

      [En este sentido, que Jung tenía evidentes sesgos sociales, políticos y de género es algo admitido por el grueso de la academia, sea el caso de Samuels o sea el caso del manual de referencia de Cambridge editado por Young-Eisendrath y Dawson. Y lo es sencillamente porque es algo que salta a la vista y no puede negarse en un entorno de crítica abierta multidisciplinar.]

      Evidentes se ven los sesgos cuando uno los tiene en una dirección contraria. Cada uno con sus sesgos, y Dios con los de todos. Aparte bromas, ¿se ha leído el ensayo de Young-Eisendrath llamado "La mujer y el deseo"? Si adopto el sesgo "sigloveintiunista" tendría que decir que es uno de los tratados más denigrantes y pesimistas sobre la psicología femenina que he leído. Y he leídos muchísimos, ya que es mi especialidad. Hay muchos tratados junguianos sobre mujeres, escritos por mujeres. Se los recomiendo todos.

      [Por supuesto podemos darle mil vueltas al asunto reinterpretándolo de mil maneras y buscando otros textos que lo contradigan para salvar una idílica imagen unificada del autor. Personalmente me parece más honesto intelectualmente reconocer que Jung era humano, mudable, contradictorio, prejuicioso y encarnación de todas las virtudes y miserias propias del ser humano, y trabajar en la encomiable labor de separar el grano de la paja, porque los gigantes suelen tener mucho de ambas cosas.]

      Esos textos están sacados de contexto. Pertenecen a otra época, con otra máscara, otros estereotipos y gestos y otras correcciones e incorrecciones políticas. Es cierto que ya nadie publica cosas así. Pero las mujeres y los hombres piensan y dicen hoy día, en la intimidad, cosas muchísimo peores, unos de otros. Las principales discípulas de Jung fueron mujeres, algunas las mujeres más inteligentes de los últimos dos siglos. Jung decía cosas así, que hoy se ven monstruosas, y la realidad era que tenía un modo privilegiado de conectar con la mujer. Hoy todo el mundo cuida el lenguaje, pero el odio entre los sexos, el nivel de desconexión con nuestra propia mismidad y entre los géneros, está destruyéndolo todo. Eso es lo que tiene nuestro mundo: la principal fuente de consumo en lo estético. Todo es puro maquillaje.

      Ojo: defiendo a Jung en todo aquello que por mí mismo he visto demostrarse como válido. Sé que es un enorme maestro, pero soy muy rebelde, y no soy incondicional ni del más grande. Le veo sombras. Todas las relacionadas con la vanidad y la necesidad de salir muy bien considerado en todas las enciclopedias. Demasiado maquillaje, también de su parte.

    • Muy bien traída esta aportación, porque con ella matamos varios pájaros de un tiro, y creo que afianzamos una sólida convergencia entre su posición y la mía. Primero, porque queda para todos meridianamente clara la tendenciosidad de los medios, capaces de apoyar unas ciencias en contra de otras, de crear sesgos de opinión que favorecen unas investigaciones y no otras. Segundo, porque también acaba expuesta encima de la mesa la verdad de que la misma ciencia es muy, pero que muy sospechosa, de no ser tan ecuánime y objetiva como su fama nos cuenta, pues depende de un modo inapelable del observador, del científico. De su carácter, de su biografía, de sus complejos e ideología, como yo ya avisaba unos comentarios más arriba.

      ¿Qué panorama nos deja esto? Efectivamente, que es imprescindible ser crítico con todo ello (los medios y la misma ciencia), informarse mucho más de lo que se cree necesario a la hora de opinar sobre temas ideológicamente delicados, siendo en ciertos casos la única opción el formarse uno mismo, y hasta profesionalizarse, convirtiéndonos en investigadores expertos antes de practicar el deporte de riesgo de ser lego y adherirnos, incautamente, a las ¿verdades? ya mascadas desde las bocas de otros. Este es mi caso en relación a este asunto, y es desde ahí desde donde reivindico mis tesis y desde donde apoyo o no las de los demás.

      Sí, así es: este artículo dispara con recortada y reparte perdigones por doquier. Quiere acabar con el prestigio de Brizendine y logra atacar, al mismo tiempo, las tesis de la Joel (como quien corta la misma rama sobre la que se sienta):

      Hoy nadie niega las diferencias. Un cambio importante respecto a décadas atrás, cuando el paradigma era el cerebro unisex. Son, además, diferencias que se traducen en comportamiento. En un trabajo de 2002, Melissa Hines mide las preferencias de machos y hembras por los juguetes masculinos (balón y coche), los femeninos (muñeca y sartén) y los neutros (perro de peluche y libro de colores). Ellos pasan casi el doble de tiempo que ellas con el coche y la pelota, y viceversa (apenas hay diferencias en los juguetes neutros). ¿Será por la socialización? Imposible: quienes juegan son monos.

      Más abajo, vuelvo a sentirme completamente apoyado en mi crítica a la científica israelí, esta vez alrededor de sus contundentes declaraciones sobre la homogeneidad de los rasgos psicológicos de hombres y mujeres, que yo acuso de ser peligrosamente frívolas por apresuradas y sesgadas, y con razón:

      Tampoco es fácil estudiar su producto, esto es, la psicología y el comportamiento. Hines afirma en su libro Brain gender: "Medir las diferencias entre sexos en características psicológicas es más difícil que medir diferencias de altura entre sexos (…). Muchas características psicológicas no pueden ser vistas directamente. Además, todos usamos la misma regla para medir la altura, pero a veces no hay acuerdo general sobre los instrumentos (…) para medir diferencias psicológicas o de comportamiento entre sexos".

      Es curioso ¿verdad? Que alguien escriba un artículo para apoyar a un bando que acabe favoreciendo al contrario. Pero estas cosas ocurren en este tema constantemente, porque estamos construyendo unas ideologías sin más conexión con la realidad que los sueños de la razón de un grupo de ideólogos tan llenos de teorías como faltos de cuerpo. Sueños de la razón, que con facilidad producen monstruos. Pompas vacuas dieciochescas y existencialistas, que necesitan inventarse una especie humana que "piensa antes de existir" y que puede construirse un ser y un destino a capricho de su imaginación. El sueño del ego: ser Dios y construir por pura voluntad el mundo y el propio carácter. Es normal que estas ideas acaben contradiciéndose a cada paso, y estrellándose una y otra vez contra la inapelable solidez de la realidad y del mundo, como una y otra vez está obligado el ego a morder el polvo ante su creador, lo inconsciente. No queda otra: investiguemos nosotros mismos, empezando por tratar de conocernos en todo lo posible, y a nuestras parejas. Este tema necesita urgentemente profesionales avezados, que limpien el panorama de meras opiniones políticas y periodísticas.

      • Las pretendidas inferencias al ser humano a partir de las preferencias lúdicas de monos son doblemente ilegítimas: en general por interespecíficas, y en particular por el negado pero obvio proceso de aculturación de los ejemplares.

        "Hoy nadie niega las diferencias. Un cambio importante respecto a décadas atrás, cuando el paradigma era el cerebro unisex."
        Es justo al revés. Toda la perspectiva "científica" moderna sobre raza y género en el ser humano se ha basado en supuestas diferencias esenciales biológicas que justificaban parámetros sociales e intervenciones políticas. Sólo a partir de la segunda mitad del s.XX se comienzan a cuestionar con el desarrollo de la antropología y el feminismo.

        Por lo demás, cualquier manual actualizado de psicología diferencial expone como las pretendidas diferencias psicológicas "naturales" entre hombres y mujeres han ido reduciéndose hasta desaparecer a medida que en el s.XX se universalizaba el sistema educativo en los países occidentales, permaneciendo significativas sólo una mayor habilidad de proyección tridimensional en el varón y de comunicación emocional en la mujer, fácilmente atribuibles a parámetros de aculturación y educación informal (juegos, roles, etc.).

        • Las pretendidas inferencias al ser humano a partir de las preferencias lúdicas de monos son doblemente ilegítimas: en general por interespecíficas, y en particular por el negado pero obvio proceso de aculturación de los ejemplares.

          Precisamente ahí está el valor del estudio: en que la variable cultural es reducida a prácticamente nada, y nos quedamos con las conductas que nacen desde lo innato, desde los arquetipos y los genes (en el fondo, la misma entidad).

          Pienso ahora en el bueno (en el buen salvaje) de Rousseau, en lo que luchó por inculcar la idea de lo innato en la cultura y en cómo al mismo tiempo fue precursor de la primera y más importante (mejor dicho, la única importante) revolución de izquierdas, la francesa, y en cómo su descendencia política se ha ido olvidando, generación tras generación, de su mejor legado a la sociología, esa ciencia que debe ser siempre la nodriza de la política. Al final, regresamos, una y otra vez, al debate madre en todo esto: sobre lo que nace y lo que se hace. Hay una ideología, que yo juzgo como infectada de existencialismo barato (si es que algún existencialismo francés es en alguna manera valioso), que está obsesionada con el aprendizaje y la educación (el software), y otra, que empatiza mucho con Platón, Rousseau, Jung, la neurociencia, la cuántica y afines, que está insistiendo en que el plano innato (el hardware) es mucho más importante de lo que los últimos siglos creen, obsesionados con la idea de que la gente es lo que piensa, de que ser humano no es más que un humo voluble que llamamos intelecto. Por lo tanto, no haremos más que girar y girar, infructuosamente, si usted se reafirma partidario de un bando mientras yo me reafirmo del otro, sin seguir aportando argumentos mínimamente sólidos. Solo podemos avanzar algo si nos atenemos a las investigaciones, las pruebas y los datos. El experimento de los monos a mí me parece una nimiedad con escasa sustancia, pero algo es algo. Las generalizaciones a las que regresa su discurso, como digo, las respondo una y mil veces con las mías, y no acabamos nunca. Regresando al decisivo dato, le digo que yo mismo, en coalición con una psicopedagoga, he tenido la oportunidad de investigar el tema de los roles y los juegos en niños, y el factor innato, como apunta en la entrevista Brizendine en relación a la observación de sus propios hijos, corroboro que es abrumadoramente vigente.

          Escucho por todos lados hablar de los males del gluten, de la leche de vaca y del patriarcado. Desde Bachofen, de ese concepto aparentemente científico del "matriarcado original", del que ni la antropología ni la arqueología han logrado conquistar hasta ahora ni la más mínima prueba (como es completamente lógico, según mis investigaciones). Demasiados rumores convertidos en ciencia. Demasiadas leyendas urbanas y pura psicología de masas. A estas alturas somos capaces de acusar de conspiración patriarcal a las estructuras que se dan en las manadas de leones o ciervos. Y ya que rozo la biología, pensemos una cosa: la naturaleza lleva millones de años otorgando roles y comportamientos innatos a sus criaturas. Libres de escuelas. El darwinismo, que pretende aclarar también nuestra misma esencia, depende de modo dramático de los comportamientos derivados de lo genético. Entonces, ¿cómo rábanos explicamos que, de repente, una criatura más, tan hija como las demás de la misma madre, venga al mundo como tabula rasa, como ordenador sin software, totalmente dependiente de lo que le enseñen, programen e inculquen?

          Cuánto daño ha hecho al mundo el "pienso, luego existo". Pero Descartes no tiene la culpa. Los ilustrados que desde esa frase extrapolan el absoluto disparate "soy lo que pienso", sí.

          Insisto en que la clave de todo esto la hallaremos en la tipología. Hay una base claramente genética en ella, como hace eones nos trata de avisar la astrología: todo lo importante está presente en el momento de nacer. Estudiando tipología junguiana, haciendo estadísticas con ella, se comprenden de manera sorprendente ciertas cuestiones no solo psicológicas, sino sociológicas y antropológicas. Aunque entiendo que manejarse con ella no es para legos. Tiene ciertos aspectos difícilmente accesibles con una mera lectura.

        • No hay genética sino epigenética.

          Pero comparto que está clara la postura y fundamento de cada cual. Un saludo.

          • No hay genética sino epigenética.

            Aquí empieza lo bueno. Estoy más de acuerdo con esto de lo que cree, pues concibo un plano de cosas más allá de lo genético, que suena a mecánico e inerte. Por supuesto, los genes egoístas de Dawkins me caen como una patada en la barriga. El concepto de epigenética, sin embargo, abre la puerta a los campos morfogenéticos de Sheldrake, que él se empeña en definir como supraordinados a los genes, y, finalmente, a los arquetipos, que es adonde quiero realmente llegar, los cuales contienen y gobiernan todos los aspectos: lo invariable y eterno, como las leyes físicas clásicas, y lo mutable, adaptativo y evolutivo, según leyes que son mucho más complejas que los mecanismos darwinistas, lamarckistas o epigenéticos. Los arquetipos son de la misma naturaleza que la naturaleza: tan celosamente conservadora como apasionadamente revolucionaria.

        • La epigenética muestra que la expresión genética depende del contexto ambiental (que en el ser humano es siempre social y cultural).

          Los "experimentos" de los campos mórficos de Sheldrake y tantos otros que han venido después en la misma línea, o no han sido replicados por la comunidad científica o hace ya mucho tiempo que han tenido explicaciones alternativas infinitamente más plausibles (véase por ejemplo Frazier "The hundredth monkey" NY: Prometheus, 1991).

          Utilizar el concepto de arquetipo como infalsable explicalotodo lo aleja de cualquier concepción científica con el deseable rigor intelectual, algo que el propio Jung criticó aunque contradictoriamente hizo.

          • El contexto humano es social, cultural y transpersonal. Ahí está el problema, en ese tercer nivel. Existe en el cosmos mucho más que materia y cultura. Algunos de los experimentos de Sheldrake los han replicado con rotundo éxito investigadores que luego han sufrido el mismo acoso y desprestigio que él. Pero es fácil, y como no dejo de decir: investigue usted mismo. Muchos de sus experimentos (no todos) son perfectamente repetibles en el salón de su casa. A mí nunca me gustó la teoría del centésimo mono, y con dificultad abrazo ciertas formulaciones de Sheldrake. Para ilustrar esto, me cito a mí mismo, en un escrito publicado varios años atrás:

            El problema del origen de los arquetipos. Evolución del concepto

            Reflexionando sobre el conspicuo carácter innato de la imagen primigenia nos topamos pronto con el grave problema que supone el modo desconcertantemente preciso en que parece heredarse y transmitirse, pues la sorprendente identidad formal de ciertas imágenes primordiales que se revelan hoy día desde los trasfondos inconscientes con sus antecedentes arqueológicos remotos fue precisamente lo que puso a Jung en la pista del gran descubrimiento, y lo que sirvió de excusa para su bautizo (arquetipo = modelo arcaico). Parecía, al principio, que la cuestión debía entenderse considerando los arquetipos como adquisiciones culturales que, de algún modo, quedaban integradas en los trasfondos más profundos de lo inconsciente, y desde ahí se heredaban de generación en generación (esta explicación apresurada y preliminar es, sin embargo, una de las más popularmente aceptadas hoy día, y la que más malentendidos causa alrededor de la comprensión de la naturaleza arquetípica. Por esta noción es acusado lo junguiano, erróneamente, de ser un lamarckismo). Jung matizó después estas reflexiones hablando del arquetipo como el precipitado de infinitamente repetidas experiencias humanas sobre temas esenciales y universales a lo largo de eones, que se iba sedimentando y arraigando en la psique, como un poso de infinita sabiduría práctica sobre los patrones vitales. Todo esto, además de a Lamarck, recuerda bastante al pensamiento freudiano que postulaba que los contenidos formales del inconsciente fueron antes contenidos conscientes, vivencias externas, que acabaron cayendo en la inconsciencia, pero todo esto llevado al plano de lo inconsciente colectivo. Con estas ideas freudianas alrededor de la ontogenésis de lo inconsciente individual Jung no comulgó nunca, pero se ve que dudó mucho en rechazarlas aplicadas a su filogénesis arquetípica. Comprendemos que estas explicaciones querían abarcar ese aspecto tan refinado, artístico, en definitiva tan propio de lo cultural consciente, que tienen las imágenes primigenias, aún nacidas espontáneamente desde los trasfondos inconscientes, donde la mente educada y lógica tiene una natural tendencia a esperar poco más que un informe caos de deseos, propios de una entidad animalesca, opaca y ciega. En rigor, ocupándonos del arquetipo en su faceta de patrón elaborado de comportamiento relacional y cultural, su aspecto, digamos, moral, se hace muy difícil alejarnos del mundo consciente humano y buscar orígenes que no estén en este estrato. La línea argumental es clara: algo tan preciso y diferenciado es propio como creación de las facultades psíquicas superiores, y éstas están en lo consciente. Así que la génesis tuvo que ocurrir desde fuera, hacia dentro: nada es en el arquetipo que no estuviera antes en la conciencia.

            Pero ninguna de estas consideraciones abarca y hace justicia a esos otros rasgos esenciales, exóticos y ajenos al modo de ser de la conciencia, del arquetipo. El aspecto psicoide de su naturaleza, generador del fenómeno de la sincronicidad; sus relaciones íntimas con la premonición y el futuro y, a la postre, con el fenómeno paranormal en general; su aparente omnisciencia a la hora de, eventualmente, valorar y dar salida a los problemas concretos y actuales en que queda atascada la conciencia… Todo ello son cualidades que jamás estuvieron al alcance del yo ni de su cultura. Están muy por encima de la capacidad del hombre y de sus logros sociales. Por lo tanto, y desmintiendo lo anterior: mucho hay en el arquetipo que jamás estuvo en la conciencia. Así que no podemos relajarnos postulando explicaciones que traten de deducir su realidad congénita, tan insólita, desde experiencias en el ordinario afuera. En general, no esperemos mucho acierto de ninguna explicación que trate de fundamentar un a priori sólo desde un a posteriori.

            En efecto, el primer gran escollo con que se encuentra, antes que después, toda teoría explicativa sobre la génesis de los arquetipos que trate de poner el acento en el factor aprendizaje es, precisamente, darse de bruces con el oponente natural que tiene en psicología toda aserción behaviourista: las consideraciones sobre lo innato, lo genetista. Y no sólo en psicología, pues estamos entrando de lleno en el mismo debate que conmueve los cimientos de la biología, la ciencia que, como vamos comprobando una y otra vez, forma con aquella una dupla inseparable (normalmente no muy bien avenida). El origen de las especies y el origen de los arquetipos se nos aparecen como problemas que discurren por un camino común, y no puede extrañarnos nada, habida cuenta de la íntima relación que tiene el arquetipo con el gen. Recordemos que no sólo su llamativo carácter hereditario nos remite a lo genético, también lo hace su aspecto “infrarrojo”, instintivo, que lo “corporiza” acentuadamente. Lo fisiológico, lo biológico, nos envían también inmediatamente al genoma. Jung postula la abierta relación entre lo genético somático y el arquetipo en esta sentencia: “[Los arquetipos] se heredan con la estructura cerebral (en verdad, son su aspecto psíquico)“. Si la tomamos como válida, entonces estamos legitimados para deambular el mismo derrotero de la biología y contradecir y superar a Lamarck con Darwin, añadiendo: “y el cerebro hizo al hombre, y no el hombre al cerebro”, solucionando así esta renovada edición del problema del huevo y la gallina.

            La preexistencia ontológica del arquetipo, sin embargo, y en contraposición frontal al darwinismo, hace temblar los cimientos de todas las bases científicas atesoradas actualmente. Pues el gen como precursor es entendido como “ladrillo”, un elemento relativamente simple, subordinado, a partir del cual se construyen luego los organismos y sistemas más complejos y sofisticados, pero el arquetipo como precursor se encuentra ni más ni menos que en el papel de diseñador, de arquitecto. Un elemento inicial, generado espontáneamente, que permanece siempre supraordinado.

            El “neolamarckismo” de Rupert Sheldrake

            Pero justo hablando de psique, cerebro y biología tenemos que traer a colación algo que da una vuelta de tuerca más a todas las consideraciones expuestas hasta aquí sobre el origen y la transmisión de los arquetipos. Las hipótesis del bioquímico Rupert Sheldrake han sido jubilosamente acogidas por toda la comunidad junguiana. Como etólogo, estudioso del comportamiento animal, ha creído encontrar fenómenos tan extraños en los procesos de transmisión del aprendizaje en las comunidades animales (incluida la humana) que se ha visto obligado a formular la existencia de lo que él ha bautizado como “campos mórficos” o “morfogenéticos”, unas entidades definitivamente metafísicas, más allá del cuerpo y el cerebro, donde se guarda toda la información relativa a la morfología fisiológica y las pautas de comportamiento de las especies. Algo así como “supragenes”, que, además, funcionan como bancos de memoria colectiva. En realidad, él ha acabado ampliado la jurisdicción de los campos mórficos a todo lo existente, más allá de la biología, para convertirlos en moldes abstractos de la forma y el comportamiento de toda fenomenología física. Comprobemos hasta qué punto el desarrollo de esta teoría discurre de forma paralela a la evolución del concepto de arquetipo. Es más: parece una teoría ad hoc, construida precisamente para explicar la realidad arquetípica.

            Un fundamento de esta guisa, de esencia metafísica, es, en efecto, lo único capaz de empezar a explicar toda la bizarra fenomenología parapsicológica (sincronicidad, telepatia, presciencia, precognición…) que acompaña la manifestación arquetípica. El inconsciente colectivo, como campo mórfico, unificaría la preexistencia, lo innato, con lo adquirido, pues sería una matriz preformadora con una tendenciosidad teleológica preestablecida, que contiene un compendio de información, más o menos concreta, que se va actualizando con las sucesivas aportaciones desde la conciencia de la especie, en constante cambio. Es permanente como un gen, y a la vez dúctil y maleable, permeable a los contenidos que proceden del cambiante exterior, de la cultura y el medio. Sin embargo, si ponemos demasiado acento en lo segundo, en la generación del arquetipo como campo mórfico a través de los meros datos externos, culturales, la construcción de Sheldrake nos vuelve a colocar en el mismo atolladero en que nos abandonaba el clásico lamarckismo, a pesar de la ingeniosa y adecuada actualización que ha sido reubicar lo genético en un espacio trascendental, sin restricciones corporales y materiales, más adecuado a la idiosincrasia de lo inconsciente colectivo. Identificar sin más el campo mórfico con la memoria colectiva vuelve a atenazar al arquetipo con los datos conscientes y con el pasado, obviando de nuevo un grueso de sus sui géneris capacidades, difíciles de explicar como derivados de la conciencia (incluso de la suma de todas ellas), su intrínseca autonomía, y su definitiva vocación por el futuro, por el diseño de los destinos. Si no perdemos de vista que el todo es más que la suma de las partes, ni que los campos mórficos deben ser algo más que el sedimento de las vivencias de la especie, las dos grandes ciencias de la vida, la biología y la psicología, tan a menudo enfrentadas, habrían encontrado por fin un lugar de comunión, cargado de promesas.

            Contempladas estas recomendaciones, el arquetipo se nos presentaría, finalmente, habitando un estrato extraordinario, propio del acaecer paranormal, y al mismo tiempo imbricado íntimamente con el ordinario mundo del carácter y el comportamiento humanos. Un ligamento entre micro y macrocosmos; la materia que construye el Unus Mundus, ese concepto tan caro a Jung y los junguianos. No está en el cerebro, no está en el cuerpo, no está en los genes, pero es la causa última de lo humano innato, desde el físico al carácter. También responsable de la meta de desarrollo implícita en toda vida. Afecta al individuo, a la especie, mas, a la postre, está conectado holísticamente con el Todo. Gracias a esta perspectiva privilegiada, asomada a lo eterno y universal, y como matriz de nuestra inteligencia, nutriéndose a la vez de ella, contiene un conocimiento excelso y supraordinado, que representa antropomórficamente el arquetipo del Anciano Sabio.

            Una cosa muy importante: para los que tenemos constancia sólida, empírica e inapelable de la existencia de los arquetipos, el debate sobre su realidad nos resulta tan obsoleto como cansino (el arrogante de Hawking se gana la vida hablando de cosas que solo una minoría ve, pero todo el mundo le concede plena credibilidad. No es justo. ¡Los arquetipos son mucho más accesibles que las partículas del CERN!). Desde esta certeza, se ve claramente en un Sheldrake una intuición en la dirección correcta; ese es su valor y su logro, y ni cien ni doscientos monos le van a restar a eso credibilidad. Al menos a los que lo observamos desde esta loma.

          • ANEXO: respuesta de Sheldrake al asunto del centésimo mono:

            - Does the 100th monkey story support your ideas?
            - The 100th monkey story is often told and appears to support the idea of morphic resonance. However, I never use this myself because most of the versions of it that are in circulation have drifted a long way from the actual facts. It is then easy for sceptics to debunk.

            The original story appears in Lyall Watson's book Lifetide, where he describes research on Japanese macaque monkeys, which have been studied intensively for more than four decades in a number of wild colonies. In 1952, a researcher first provided monkeys in one colony on the island of Koshima with sweet potatoes, which were thrown onto the beach and hence were covered with sand. One of the monkeys, an 18-month-old female, called Imo, solved the problem of the sand on the potatoes by carrying them down to a stream and washing them before feeding. This new form of behaviour spread through the colony. By 1958 all the juveniles were washing dirty food and some of the adults learned to do so by imitating their children.

            Watson goes on to say: "Then something extraordinary took place. The details up to this point in the study are clear, but one has to gather the rest of the story from personal anecdotes and bits of folklore among primate researchers, because most of them are still not quite sure what happened. ..... I am forced to improvise the details, but as near as I can tell, this is what seems to have happened." Watson then tells the original version of the 100th monkey story, making it clear that this is not literally what happened but a kind of dramatisation of it:

            In the autumn of that year [1958] an unspecified number of monkeys on Koshima were washing sweet potatoes in the sea, because Imo had made the further discovery that salt water not only cleaned the food but gave it an interesting new flavour. Let us say, for arguments sake, that the number was 99 and that at eleven o'clock on the Tuesday morning, one further convert was added to the fold in the usual way. But the addition of the 100th monkey apparently carried the number across some sort of threshold, pushing it through a kind of critical mass, because by that evening almost everyone in the colony was doing it. Not only that, but the habit seems to have jumped natural barriers to have appeared spontaneously, like glycerine crystals in sealed laboratory jars, in colonies in other islands and on the mainland in a troop at Takasakiama.
            This story has been repeated by all sorts of new age speakers and writers, mutating as it is retold. I think that the observations to which Watson was referring do show something like morphic resonance, but exaggerated versions of the story often bear little relation to what really happened. I myself prefer the example of rats that learned a new trick in one laboratory (Harvard) and later groups of rats in other laboratories, in Scotland and Australia that learned the new trick quicker. The details are given in my book A New Science of Life chapter 11.

        • Afirmo lo transpersonal, pero considero con Wilber que el ámbito junguiano se desliza con frecuencia en la falacia pre-trans.

          Ligado con ello, temo que la ubicación de lo arquetípico en un ámbito trascendental de tipo kantiano o nouménico, operación explícitamente realizada por el propio Jung (claramente inconsciente del alcance e implicaciones ontoepistemológicas de la teoría trascendental kantiana), genera más problemas de los que resuelve: a partir de ahí todo posterior análisis deriva en mero discurso especulativo sin posible contrastación empírica ("metafísica" como opuesta a ciencia, en términos del propio Kant), incluida la opción de hablar de arquetipos en plural y de delimitarlos en concreto.

          Por lo demás, unos textos muy ilustrativos, muchas gracias.

          • La controversia Wilber - Jung ya la hemos abordado muchas veces en el pasado José Antonio Delgado y yo. No quiero reabrir ese viejo debate, solo decir ahora que fui seguidor a pie juntillas del acuariano y que tardé un tiempo en darme cuenta de su craso error con respecto a los arquetipos. Es un teórico brillante y apabulla con sus argumentos. Pero es que no es cuestión de teorías ni de razones. Cuando experimentas en toda plenitud lo arquetípico comprendes que ahí de pre- no hay nada. Todo es teleología, todo es post- y es trans-. Lo que confunde a Wilber es que el arquetipo regula la dinámica y la morfología tanto de lo más bajo, lo corporal e instintivo, como de lo más alto, lo espiritual y metafísico. Si Wilber pensara la libido en términos de kundalini, que recorre y conecta todos los chakras, desde abajo hasta arriba...

            Sí, sabemos que lo platónico (lo junguiano), como decía Aristóteles, duplica los problemas existenciales. Pero qué se le va a hacer... Lo mismo ocurre con la cuántica, que viene a complicarnos profundamente nuestro entendimiento de la materia. La cuántica, los nuevos enigmas de la astrofísica, los agujeros negros en el darwinismo, las lagunas tanto en el conductismo como en el innatismo, y, claro, los re-descubrimientos de ese neo-neoplatonismo y neognosticismo que es lo junguiano, nos están complicando dramáticamente la epistemología. Cuando creemos, junto a Laplace, que ya sabemos casi todo, el travieso casi se acaba convirtiendo en el opuesto: empezamos a darnos cuenta de que no sabemos nada.

  • Lo apropiado en este tema es pensar sin fobias, sin dogmas, sin violentar la naturaleza y las diferencias que ésta pueda establecer (si es el caso)... Y, sobre todo, sin proyectar anatemas basados en dogmas... Y la ideología de género tiene tantos dogmas, ideologemas y anatemas que "no deben de ser", y que nos marcan lo que "no debemos pensar" en ningún caso, como los pueda tener el machismo o cualquier relato dogmático o fetichista

    • Todo esta polémica debería zanjarse con hacer un movimiento muy simple: volver a la tipología junguiana, la cual en esta misma web tiene un lugar preferente. Todo lo que hablamos alrededor de la feminidad, como errado tópico, según unos, como arquetipo o gen, según otros, son en realidad declaraciones alrededor de la función de sentimiento, mientras que con la masculinidad pasa lo mismo alrededor de la función de pensamiento. No hay más, ni menos. Es una cuestión que varía de individuo a individuo, en todo hay excepciones, y cuando hablamos de forma general nos lo permitimos porque nos adherimos a una ley estadística: en el colectivo femenino los tipos con función sentimental predominante son la mayoría, y en el masculino lo propio ocurre con respecto a la función intelectual. Además, elegir con la cabeza no significa ser más inteligente, que quede eso claro.

      Qué pronto se acabaría la polémica si la gente regresara a los básicos junguianos y contemplara la sociedad desde ahí.

    • "Y la ideología de género tiene tantos dogmas, ideologemas y anatemas que “no deben de ser”, y que nos marcan lo que “no debemos pensar” en ningún caso, como los pueda tener el machismo o cualquier relato dogmático o fetichista."

      ¿Diferenciamos y oponemos "ideología de género" y machismo?
      Eso es justo el ejemplo paradigmático de lo que hace la mayor ideología de género: el patriarcado.

  • Y, tenga o no sexo el cerebro, haya diferencias reales o no, nada justifica ninguna diferenciación de ningún tipo en la sociedad, entre hombres y mujeres. ¿Se necesitan descubrimientos científicos para apoyar el machismo? El que habla bien y sabe tanto, cree que puede hacer tratados excelentes para justificar sus tendencias retrógradas.

    • Aquí todo el mundo ha demostrado hablar bien y saber mucho, pero me huele que lo de retrógrado cierne tu alusión sobre mí. Te respondo:

      La verdad es que desde ayer, hoy y para siempre, la humanidad se compone de una infinita paleta de colores donde, al fin y a la postre, cada individuo es diferente. Y tiene derecho a ser respetado en su diferencia, y a ser tratado con la distinción que se merece. Así como las comarcas defienden hasta con violencia sus costumbres y folclores particulares en contra de una totalitaria globalización, y tienen razón en parte para ello, necesitamos urgentemente de tratados mucho más convincentes que los míos que luchen para que ese crimen contra el ser humano que significa la obligación de ser iguales, de convertirnos en clones, en máquinas montadas en serie con las mismas necesidades, vocaciones y metas, acabe de una vez para siempre. El triste gris es el color de la uniformidad y la homogeneidad. ¿A eso le llamamos ahora progreso?

  • Primero perdonen que no utilice evidencia, creo que es fácil encontrarla. Solo quisiera plantear una suposición. u opinon, como sea.

    Reiterando algunas cosas:
    En la naturaleza podemos observar grandes diferencias en el comportamiento y la fisiología de los animales machos y hembras. En las sociedades humanas, la mujer a ocupado roles diferentes a los del hombre.Históricamente se a pensado que el hombre y la mujer son diferentes. Algunos estudios actuales afirman que existe una diferencia observable en la anatomía del cerebro del hombre y la mujer. Y al parecer se defienden a raíz de esto, que algunas tipologias propuesta por Jung, contienen verdades acerca de lo que es un hombre y lo que es una mujer, o al menos los definen de alguna manera.

    El único reproche que tengo es pensar que las tipo logias y arquetipos seguirán manteniéndose inmutables en la humanidad. No podría pensar en un estereotipo, o generalidad, que se mantenga estático en el tiempo, y que haga una diferencia fundamental del cerebro, comportamiento, o pensamiento del hombre y la mujer.

    Si bien puede ser cierto que los hombres y las mujeres hayan reiterado comportamientos característicos durante un largo periodo de la historia, que sumado a la influencia de sus respectivas culturas y situaciones, hayan conseguido una diferenciación notable en sus cerebros, producto de la plasticidad neuronal del encéfalo, consigue la consagración de ciertos circuitos neuronales, que por su importancia adaptativa, ademas logran permanecer en los genes. Y por ultimo estos genes condicionan de cierta manera las tendencias del hombre y la mujer actual, sus conductas fruto de un legado histórico. A eso creo que le llama ¨Genuinas naturalezas.¨ A las predisposiciones y diferencias fundamentales del hombre y la mujer producto de su evolución histórica contenida en su genética y diferenciación encefálica.

    Pero defender la ¨Genuina naturaleza¨, y creer que somos esencialmente diferentes. De alguna manera limita mucho la expresión humana. Posiblemente todo puede ser diferente, solo hace falta que las conductas del hombre y la mujer cambien, y se mantengan así durante el tiempo. Esas genuinas naturalezas pueden, por lo tanto, cambiar a fuerza de plasticidad neuronal y genética. Podemos cambiar con los años nuestra genética.

    Solo para ilustrar esta postura mencionare el caso de las Hienas hembras que tienen mas testosterona que las Hienas machos, no ahondare en la historia de las Hienas, que de algún modo consiguieron alterar las ¨Genuinas diferencias¨ estereotipadas de machos y hembras, en la mayor parte del reino animal. La ¨Genuina diferencia¨ es producto de la historia. La historia a partir de ahora puede ser diferente. Las mujeres pueden hacer cosas de hombre, y los hombres cosas de mujeres. Es necesario reconocer que este cambio fundamental en nuestra Humanidad, tendrá implicancias posteriores, y a la larga de los años estas ¨Genuinas diferencias¨, producto de lo anterior, podrán desaparecer, o a lo menos cambiar y modificarse.

    Concluyo: No creo que la ¨Genuina diferencia¨ se mantenga. Los hombres y las mujeres modificaron sus conductas en la actualidad, y a la larga, sus genes cambiaran, y sus encéfalos también lo harán. Si los hombres pueden hacer cosas de mujeres y viceversa, la diferencia sera cada vez menor. Incluso los niveles de hormonas también podrían alterarse con nuestra historia. No hay porque mantener la ¨Genuina Naturaleza¨. Ya que esta ¨Genuina Naturaleza¨ fue creada por años (como diria una feminista) de represión contra la mujer. Yo como hombre creo que el postulado feminista extremo de la igualdad es correcto. Podemos alterar nuestra naturaleza. Las diferencias de genero y tipo logias jungianas podrían quedar obsoletas en esta posible evolución histórica de igualdad de derecho.

    • La expresión arquetipo significa literalmente tipo o cualidad arcaico. El primer rasgo del arquetipo que se destaca, ya en el nombre, es que sigue idéntico a sí mismo desde tiempo inmemorial. la Naturaleza es evolutiva, cierto, y nada puede ni debe detener eso, esa tendencia al cambio, pero es en igual medida conservadora, y se resiste a cambiar ciertos esquemas y patrones. Por eso el triceratops nos recuerda al rinoceronte y el tiburón sigue tan perfectamente adaptado al medio actual como lo estaba hace 150 millones de años. Por eso las leyes de la física no cambian desde el Big Bang, y se prevé que no lo harán por mucho, mucho, quizás todo, el tiempo que queda.

      Estoy de acuerdo: nada debería detener la genuina evolución de las naturalezas, incluidas las humanas. La cuestión es que, al mismo tiempo, nada debería forzarse a cambiar si su genuina esencia, a día de hoy, no es hacerlo. Jung acabó viviendo en un castillo con la misma tecnología con que se vivía en la Edad Media. Llegó a convencerse de que el alma humana se encontraba más cómoda así que envuelta en todos esos inventos modernos (¡cuando aparentemente significan más y más comodidad!). El ecologista moderno está llegando a la misma conclusión, y es algo que cada vez se pone más de moda junto al término "sostenibilidad". Es muy importante esto: lo nuevo, per se, no es bueno. Como también es importante darse cuenta de que la inmensa mayoría de las cosas que pensamos hoy sobre lo que es el cosmos, el hombre, lo que es bueno y malo y el sentido de la vida no son más que mentiras que lo contaminan todo, como el humo de nuestros motores. Había mentes en Grecia, India y Egipto hace 2500 años cuya visión era mucho más profunda y atinada sobre el por qué de todo esto que las patrañas que consumimos desde hace dos siglos atrás. Construcciones puramente mentales, que prometen lo que no pueden cumplir, pues no son más que caprichosa irrealidad. No venimos al mundo como tabula rasa y no podemos convertirnos en cualquier cosa que deseemos, por más que nos obsesionemos en ello. Lo que vamos a conseguir con esto está empezando a ocurrir ya: más y más enfermedad.

  • Estoy muy de acuerdo con éste último mensaje y también creo que el pensamiento de machismo extremo, no deja de existir en la actual sociedad que engañosamente se está volcando hacía un aparente feminismo de masa. Sigue habiendo un desequilibrio entre las dos partes (femenina y masculina). La lucha es un atributo tendencialmente masculino, mientras la temperancia es femenina y el "accanimento" (furia?ensañamiento? tenacidad?) que se demuestra en defender algo, nos desvela un índole muy arraigada, aún muy masculina.
    Es un actitud paradojíca y engañosa. Estamos muy lejos de conseguir éste equilibrio que representa el Tao...y el paradigma del "observador", a través de ésta actitud de la sociedad moderna, analizadora, "encasilladora", nos aleja aún más. Pero en fin, es un camino que tenemos que cruzar.
    "Who looks outside, dreams; who looks inside, awakes".

    • Gracias, Susana, por participar.
      Sí, está claro que vivimos una hipermasculinización de la sociedad, donde la reivindicación parece ser un patriarcado dirigido por mujeres empecinadas cada vez de modo más agresivo en representar el principio masculino. No hay ningún interés real en crear un sistema nuevo, sino en hacerse con el control del ya existente. Vemos por doquier una lucha de poderes, un "quítate tú para ponerme yo", no la persecución de un nuevo orden mundial. Esta situación sociológica convierte en no tan estúpidas las intuiciones de Freud sobre la envidia del pene.
      Si la mujer quiere ahora mirar afuera y dormir en la inconsciencia, entonces tendrán que ser otros los que retomen el fuego de Hestia y dirijan su mirada al interior, a la intimidad, al centro del hogar, que es el centro del alma. Otros los que caminen hacia el despertar. Según mis últimas investigaciones, el principio femenino originario podría empezar a expresarse ahora en el colectivo transexual femenino, que es la población actual que más directamente reivindica al anima.