Fraudes Científicos

Moisés Garrido

Steven Weinberg, premio Nobel de Física, afirmó hace unos años: “Hasta donde yo sé no ha habido nunca un caso importante de deliberada falsificación de datos en la física”. Miren por donde leemos en el diario El Pais del 29/05/02 un artículo del catedrático Emilio Méndez refiriéndose a un descarado fraude perpetrado por varios físicos del célebre Bell Laboratories. Al parecer, Jan Hendrik Schön, Christian Kloc y Bertram Batlogg falsificaron los resultados de sus investigaciones en nanoelectrónica para conseguir el sueño de muchos científicos: publicar sus trabajos en Nature y Science. ¡Y lo lograron hasta en dieciséis ocasiones!…

El fraude abunda en nuestros temas paracientíficos, nadie lo niega, pero los ultra-racionalistas aprovechan esta lamentable circunstancia para desprestigiar al completo disciplinas como la Parapsicología y la Ufología, y a todos aquellos que nos dedicamos a su estudio e investigación. ¿Sería, pues, razonable que por el hecho de que existan fraudes en la Física descalifiquemos esta rama científica y a todos sus representantes?… Entendemos que no sería justo.

Y la Ciencia, a pesar de presumir de rigor y honestidad, no siempre ha conseguido ser fiable al cien por cien. Ha cometido muchos errores y, peor aún, muchos fraudes intencionados. Cierto es que en Ciencia, y gracias al método experimental, es dificil que un fraude pase desapercibido, pues los trabajos se examinan meticulosamente y otros científicos se ponen mano a la obra para reproducir los resultados. Sin embargo, nada es infalible y la Ciencia tampoco lo es, aunque le ponga empeño. En su obra “La Credibilidad de la Ciencia”, John Ziman aclara que “cualquier estudio serio de la credibilidad de la ciencia debe enfrentarse con el hecho de que incluso las ciencias ‘duras’ son falibles”.

Sonoros escándalos han salpicado muchas veces el mundo científico. ¿Las razones para cometer fraudes?: fama y dinero. Desde publicar artículos en revistas prestigiosas hasta aspirar al premio Nobel… “El sistema científico alienta a engañar -afirma el biólogo Jerry Bergman-. Hay en juego carreras y trabajos, y, literalmente, la posibilidad de ganarse la vida. La presión por conseguir que se publique un artículo, para hacerse famoso o por conseguir un prestigioso premio, todo ello alienta a actuar fraudulentamente”. Tanto es así que en 1990 el Comité de Ciencia, Espacio y Tecnología de EE.UU creó el llamado Subcomité para la Investigación del Fraude Científico. El primer informe que elaboraron los miembros de esta comisión fue bastante explícito: “Isaac Newton, Galileo Galilei, Gregor Mendel… La obra de estos gigantes ha cambiado la historia de la ciencia. Todos tienen algo en común: juzgados a partir de los parámetros modernos, parece que todos ellos se han comportado como científicos poco serios y honestos a lo largo de sus brillantes carreras”. Aunque pueda sorprender, es cierto que los padres de la Ciencia, ocasionalmente, manipulaban los datos de sus experimentaciones para ajustarlos a determinadas formulaciones teóricas, como hizo Newton, o incluso ni siquiera llegaban a realizar experimentos que confirmasen los resultados teóricos presentados en sus informes, como hizo Galileo, quien sin pudor alguno llegó a manifestar en una ocasión: “Yo, sin hacer el experimento, estoy seguro de que el efecto tendrá lugar como os digo porque es necesario que así ocurra”.
Owen Wangensteen, en un artículo titulado “Los fraudes de la Medicina y la Biología”, apunta al respecto que “pocos de estos engaños invalidan las grandes teorías que, por otra parte, han sido confirmadas mediante miles de experimentos válidos. Estos descubrimientos contribuyen únicamente a desmitificar las figuras de los grandes científicos. Todos somos humanos, y todos somos culpables de pequeñas mentirijillas”. ¿Pequeñas “mentirijillas” como las de Mendel que falseó descaradamente los datos de sus experimentos sobre la herencia simultánea de varios caracteres para hacer cumplir su teoría? ¿O como las de Cyril Burt que jamás efectuó prueba alguna que argumentase su tesis sobre la herencia genética de la inteligencia inventándose por tanto los resultados? ¿O como las de Ptolomeo que plagió los trabajos de Hiparco de Nicea para calcular las posiciones de las estrellas? ¿O como las del premio Nobel de Física Robert Millikan que omitió deliberadamente los datos que no concordaban con los resultados deseados en sus investigaciones sobre el electrón?… En fin, la lista de científicos que han cometido fraude, estafa, plagio y otras “mentirijillas” sería interminable: Franz Moewus, August Kekulé, René Blondlot, Charles Darwin, Paul Kammerer, William Summerlin, Emilio Segrè…

También hay científicos que engañan a otros colegas por pura diversión o por medir su nivel de credulidad (que en muchos de ellos es bastante alta, por cierto). Eso tiene un nombre: engañología. En la interesante obra “Las mentiras de la ciencia”, Federico Di Trocchio define la engañología como “la ciencia que enseña a los científicos cómo engañar a otros científicos. Estos, a su vez, convencen a los periodistas, quienes finalmente se encargan de seducir a las masas”. Y ese ha sido el caso de algunos célebres fraudes en Paleontología, como el del Hombre de Piltdown (un presunto fósil del Pleistoceno formado por un cráneo semejante al de un Homo sapiens pero con mandíbula de simio), que desde 1912 hasta 1953 mantuvo engañado a ilustres científicos, o el más reciente del “Archaeoraptor liaoningensis” (el tan ansiado eslabón perdido entre los dinosaurios y las aves), que logró colarse en las páginas de la reputada National Geographic, poniendo en serios apuros a sus responsables.

En definitiva, y como señalan William Broad y Nicholas Wade en el libro “Traidores a la Verdad: Fraude y engaños en los salones de la Ciencia”, “los científicos no son diferentes de la otra gente. Al revestirse de la bata blanca para penetrar la puerta del laboratorio, no les abandonan las pasiones, ambiciones y faltas que animan a las personas en otros campos de actividad”. Por eso, cuando algún científico con aires de autoridad ataca o ridiculiza nuestros temas con el tan recurrido argumento del fraude, me acuerdo de las falacias que a lo largo de la historia han existido en el mundo de la Ciencia -a la que, pese a todo, siempre respeto y admiro- y no puedo más que sonreir. Ya lo dicen los ultra-racionalistas: “Una carcajada vale por diez mil silogismos”. Y en esto, sí les doy la razón…

Esta entrada fue modificada en 6 junio 2015 13:03

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Raúl Ortega: Soñador e intérprete de sueños. Batería. Melómano del funk y el jazz. Creador y curador de Odisea del Alma. Ensayista. Terapeuta de orientación junguiana. Programador y desarrollador web. Criador de aves exóticas. Devorador de berenjenas y brevas. Bebedor de Ribera del Duero. Paradigmático puer aeternus. Hippie extemporáneo en formación continua.