Desde la Wikipedia, sin ir más lejos:
Un torī (en japonés 鳥居) es un arco tradicional japonés que suele encontrarse a la entrada de los santuarios Shinto (Jinja), marcando la frontera entre el espacio profano y el sagrado. Consisten de dos columnas sobre las que se sustentan dos travesaños paralelos, frecuentemente coloreados de tonalidades rojas o bermellonas. Algunos poseen tablas escritas montadas entre las barras horizontales. Tradicionalmente, los torī eran de madera o piedra, pero recientemente se han comenzado a hacer en acero o acero inoxidable.
Los templos del dios Inari poseen normalmente, además del torii de acceso, muchos otros, erigidos uno detrás de otro, formando pasadizos a veces muy largos. Una persona que ha tenido éxito en los negocios a menudo dona un torī como muestra de gratitud. El templo de Fushimi Inari, en Kioto tiene miles de estos arcos.
Ahora, una imagen desde la Segunda Guerra (Nagasaki tras la bomba), que desgraciadamente nos resulta muy familiar:
Y dos imágenes desde un Japón arrasado por el tsunami del 11 de marzo:
Parece un pasatiempo de «señala las diferencias» de gusto tétrico, sí. Aparte de que esta comparativa nos remita a lo que ya compartí en esta entrada hablando de las sutiles relaciones arquetípicas entre la bomba nuclear y el terremoto, entre la radiactividad y Plutón, aquí lo que destaca es la imponente figura impertérrita del torii, que se eleva hacia el mundo de los dioses sobre los escombros, como el loto crece hacia el cielo a partir del fango, como la eternidad de los arquetipos se sobrepone a la fragilidad y eventualidad del mundo temporal.
De un modo igualmente incomprensible a como cayeron las Torres Gemelas, símbolo del espíritu de nuestra época (como fulminadas por el mismísimo rayo de Zeus, y no sólo por la asesina voluntad de un terrorista), aquel 11S, ese torii de Nagasaki se mantuvo en pie después de la explosión nuclear del 9A (1945), y también esos otros torii el pasado 11M, uno en Miyagi y otro no sé bien dónde.
A través del horror la Naturaleza y su habilidad sincronísitica parecen empeñadas en crear una sui generis forma de arte, unas tan sublimes como monstruosas y grotescas performances…
Juan Pablo dice
Los estratos más superficiales de la consciencia pueden limpiarse con el agua o con el fuego, pero estos son respetuosos con el torï, lo esencial, lo arquetipico. Quizá porque están hechas de la misma esencia prima. Esas columnas están bien conectadas a la tierra tan así que llegan a lo más profundo del inconsciente, se conectan con el agua y con el fuego. Por tanto son lo mismo el torï y el agua, el torï y el fuego. Y quedan solas, de tal manera que pueden verse de lejos, como si fuesen naturalmente una guía o un apoyo útil para reconstruir una cultura basada en un centro. Es un mensaje.
Raúl Ortega dice
Amén…
Juan Pablo dice
Que alegria de vuelta Raúl! Espero que ande muy bien. Un abrazo.
Raúl Ortega dice
Espero lo mismo de tu parte. Por aquí todo bien. Maso, claro, no exageremos… 😉
Un abrazo
Diego Antonio dice
Ese Toriiiii!! … Si el Fari levantara la cabeza …
Raúl Ortega dice
Dieguitoooo… He estao con el Fari parece… Pero, en ese caso, ya estoy resucitao (digo yo). A ver si nos vemos ya pa la copita prepolvorónica…